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Biog rafías y autobiog rafías: la historia de los otros que son como uno mismo

La autobiografía como arte contemporáneo

Decía Andrés Henestrosa que el hombre que ha vivido, acumulando recuerdos y experiencias, debe contarlo todo, debe completar las historias inconclusas de su tierra y rescatar del olvido los sucesos que presenció, los personajes que conoció. En nuestro país poca atención se le ha dado, en términos literarios, al pasado personal, al que Quino, el caricaturista argentino, designara como historias de “gente como uno” En nuestras letras, las autobiografías se han disfrazado de lavados de manos si las escriben los políticos, digo, si es que llegan a escribirlas de veras. O se han enmascarado como invenciones antes que admitir que lo contado en ellas es verdad. Incluso los diarios que han publicado en vida de sus autores —pienso, en especial, en el de Federico Gamboa— sólo hacen referencia a tiempos lejanos, a acontecimientos que ya no hieren las susceptibilidades del momento de su publicación. Tal vez sea José Vasconcelos la excepción que confirma la regla de manera más dolorosa: en los cuatro tomos de su autobiografía podemos apreciar, por vez primera, la voz real de un hombre que no quiere ser estatua pública sino un simple ser humano más con sus errores, ridiculeces y tropiezos. Pero pronto sus amigos eclesiásticos le aconsejaron que las confesiones las dejara en sus manos y las siguientes ediciones de su autobiografía salieron expurgadas, esto es, autocensuradas de sus partes más ricas en humanidad. Perdieron sus lectores, por supuesto, y perdió Vasconcelos mismo, quien se decía que nada lo detenía y terminó mostrando que podían torcerle el brazo sus propios corifeos.

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Ya en los años sesenta del siglo XX, Emmanuel Carballo dio a conocer autobiografías precoces de escritores mexicanos (entre ellos, la de Carlos Monsiváis) que, más tarde, darían mucha tela de dónde cortar. El propio Monsiváis llamó a su autobiografía una “fallida muestra de verismo”, un “show insoportable de candor”. Sólo en años recientes, ya con el auge de una sociedad abierta al chisme generalizado, al escrutinio mediático de sí misma, es que la autobiografía se ha vuelto una literatura comercial, un acto más de striptease para el consumo masivo. Pero si ahora a nadie escandaliza lo que un escritor tenga que decir de su vida (que, aunque usted no lo crea, la mayoría son profundamente aburridas). Todavía ahora se novelan los hechos reales y se cubren con el barniz de la ficción las historias propias. De esta manera, a los retratos de personas vivas se les quita toda posibilidad de reclamos. Bajo esta premisa, las autobiografías son, en esta era donde el morbo también es cultura, faltaba más, una mezcla innegable de verdades y mentiras, en donde nunca estamos seguros de qué es cierto y qué es falso, de quién es la persona real y cuál el personaje legendario.

La memoria como ficción

Para contar quién eres inventa una historia que se acomode a tus deseos y ambiciones. Tal es el paradigma de Gente así (2013) de Vicente Leñero (1933-2014), escritor mexicano y periodista. En Gente así, los relatos que integran este libro parecen salir de experiencias personales, de anécdotas que su autor ha vivido de primera mano, pero que siempre parecen refugiarse en la ficción literaria, en el cuento de costumbres. Sus personajes, a pesar de ser extraños o antipáticos, cuentan con una ambigüedad que los hace verosímiles, con conductas entrañables. El mundo cultural que aquí se muestra es un escenario lleno de pícaros y ladrones, de diablos vestidos de santos, de falsificadores y mentirosos.

De toda ellos me quedo con Rufino Orozco, un rastreador de firmas de escritores, un cazador de autores para provecho propio, que está sacado de la fauna variopinta que abarrota, año tras año, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara; y con Natividad Zamora, una supuesta alumna de dramaturgia de don Vicente, que termina por ser más un cerebro criminal que una dama en apuros. En cierto modo, Gente así, gente como la que este libro retrata, incluyendo al propio Leñero, somos todos. Por eso mismo más que una autobiografía tradicional, estamos ante una serie de sermones sin fácil moraleja. Para Leñero, contar su vida es contar las mentiras que lo sujetan, las verdades que lo acosan. La vida artística como una venganza largo tiempo esperada, como una lección de codicia si la oportunidad se presenta. La experiencia personal filtrada por el humor negro. Este género se ha multiplicado desde las últimas décadas y más cuando la sociedad en general ya quiere ser un participante activo del Big Brother de los medios de comunicación y ya lo privado se ha vuelto público, y ya lo secreto es exhibido por todos los canales de noticias.

En el arte lo podemos ver en la bitácora de su enfermedad que es la pintura de Frida Kahlo, en los diarios del pintor mexicano José Luis Cuevas o en las obras recientes de Héctor Aguilar Camín: Adiós a los padres (2014) y de Rafael Pérez Gay: El cerebro de mi hermano (2014). Si este es el futuro de la biografía autobiográfica en nuestras artes, podemos ver que de aquí en adelante ésta será una mezcla afortunada de novelas puras, ficciones verosímiles y relatos que unan lo personal con lo familiar, la saga de una vida con la saga de los seres humanos que nos rodean, que nos definen, que nos dan pertenencia y estímulo. Pero también puede verse una tendencia al relato polifónico, al testimonio colectivo de la vida en comunidad. Allí está Svetlana Aleksiévich (1948), la periodista rusa ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015, quien ha dado voz a los ignorados, a los marginados de la historia de su patria con obras como La guerra no tiene rostro de mujer (1983), Los chicos de zinc (1989), Cautivos de la muerte (1993), Voces de Chérnobil

(1997) o La época del desencanto (2004). Retratos aterradores, aunque con una gran dosis de ternura y empatía, de lo que los seres humanos se hacen unos a otros por el bien de la causa o por el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías. Historias de heridas que no dejan de doler, de tiempos que no terminan de pasar

Entre poetas te veas

Las obras que nos retratan de cuerpo entero son, en general, textos periodísticos o literarios que se centran en revelar el enigma de personas que han tenido un impacto mayor en nuestra sociedad. Pero como nuestra época prefiere lo banal sobre lo esencial, muchas de estas biografías y autobiografías que salen al mercado editorial del siglo XXI se dedican a las figuras del espectáculo, a los famosos de moda. Sin embargo, una tendencia que se mantiene aún hoy en día son las biografías y autobiografías de escritores, ya sean estos ensayistas, narradores o poetas. En tiempos recientes han aparecido tres obras de esta última categoría, que ofrecen perspectivas novedosas sobre tres poetas modernos: la estadounidense Patti Smith, el inglés Ted Hughes y la polaca Wislawa Szymborska, que me han servido para vislumbrar lo que un autor de versos es para sí mismo en contraposición a la forma con que es visto por sus contemporáneos. En esta dualidad, siempre conflictiva y siempre enriquecedora, podemos ser testigos de las visiones que se complementan o se contradicen entre la imagen personal que cada autor ha creado para sí y la figura pública que sus semejantes observan a través de su trayectoria profesional o de sus altibajos existenciales. El literato, cualquiera que sea la sociedad en que vive, se enfrenta a multitud de retos culturales, de exigencias políticas, de posturas éticas. Su obra misma es una reacción a tal estado de cosas, ya sea que se encierre en su torre de marfil dándole la espalda al mundo en sus modas y barullos, ya sea que se meta de lleno en las aguas turbulentas del momento social en que participa activamente, ya sea que ponga distancia entre las tendencias prevalecientes o las adopte como propias, el escritor debe navegar con sumo cuidado para no terminar engullido por los leviatanes de su circunstancia, por los monstruos de lo efímero, lo temporal, lo provisorio.

El verso que suena como guitarra eléctrica

Al leer M Train (2015), la colección de crónicas, ensayos y remembranzas de Patti Smith, la poeta y cantante de rock, que ha escrito desde los márgenes punk de la literatura de su tiempo y hoy es una de las autoras estadounidenses más reconocidas, lo que salta a la vista es que Patti es una auténtica peregrina que recorre los centros culturales (París, Tokio, Londres, Nueva York o la Ciudad de México) para acercarse a los escritores que la han marcado, a los artistas que la han hecho lo que hoy es, para tocar las piedras de sus tumbas, los sitios donde crearon sus obras maestras, donde vivieron a su modo la vida en sus constantes escándalos. M Train es, en el fondo, tanto una continuación de sus memorias de juventud, Just Kids (2012) como una travesía en busca de la piedra filosofal. O mejor dicho: de los distintos granos de café que mantienen a Smith con vida, en plena lucidez, con la memoria intacta y la capacidad de revivir otros tiempos, lugares, conversaciones en torno al arte y sus sombras, a la literatura como aullido, plegaria o monólogo. Aquí los muertos son presencias imperiosas, espíritus que persisten en el mundo de los vivos como interlocutores persistentes. Patti Smith es una escritora fascinada por los autores literarios, por los artistas desafiantes que le han ayudado a llegar a ser quien es: una hija de occidente en su radicalismo placentero, en su vehemencia visionaria, en su exploración de mundos personales desde el trance, la euforia o el desencanto. Ahora que Bob Dylan ha sido galardonado con el premio Nobel 2016 de literatura, bien podemos tener la esperanza que pronto lo reciba Patti Smith, una autora que primero fue poeta antes que cantante, una escritora que ha sabido ser hija de la Babel bíblica en un mundo lleno de lenguas vociferantes, de acordes eléctricos, de gritos destemplados. Una auténtica seguidora de Rimbaud con su propio viacrucis recorrido sin más queja que sus versos al aire, que sus palabras sin perdón para nadie.

“El escritor debe navegar con sumo cuidado para no terminar engullido por los leviatanes de su circunstancia, por los monstruos de lo efímero, lo temporal, lo provisorio”

Errores y tropiezos

Algo parecido tiene Ted Hughes. The Unauthorised Life (2015) de Jonathan Bate, una biografía que va en contra del obsoleto paradigma de que el arte y la vida no pueden equipararse. Al menos, en el caso de Ted Hughes (19301998), hay un lazo constante entre su escritura poética y su vida, en especial cuando muchos biógrafos anteriores han tratado de hacerla girar en su matrimonio con la también poeta Sylvia Plath, creando el mito de una Sylvia como esposa mártir y de un ogro Ted como marido infiel. Bate acepta que el suicidio de Plath, poco después de su separación de Hughes, es un episodio traumático que resuena en el resto de la vida del poeta, pero el autor lo ve más como un punto de inflexión de una actividad introspectiva que llevó a Hughes a trasladar semejante trauma a su poesía como un ensalmo para curar sus propias heridas, como un conjuro para sanarse a sí mismo. Biografía valiente la de Bate, que no da nada por sabido sino que explora, con una nueva mirada, la trayectoria de un poeta que quiso tener una existencia apartada del mundanal ruido y terminó siendo una figura controversial en las revistas del corazón y en la academia feminista de su tiempo. Un participante en la telaraña emocional de sus amores, rupturas y deseos. Pero Bate asume la creación poética de su biografiado como una herramienta existencial que lo salvó en muchas ocasiones de la desesperación, de la melancolía, de la culpa. Tapiz en claroscuro de una vida que siem- pre logró remontar, como los salmones que a Ted Hughes le gustaba pescar, los ríos de sus errores y tropiezos, las aguas frías de sus dolores y dolencias. Ese páramo inmenso donde sus versos vuelan bajo la tempestad de las pasiones humanas. Ese país donde las aguas son la turbulencia misma del amor y sus fantasmas, de la escritura y sus demonios.

Trastos y tiliches

Si Patti Smith nos lleva de la mano por cafeterías, museos, cementerios y bosques; si Jonathan Bate nos permite ver el dolor de la pérdida de su amada en un poeta como Ted Hughes, Anna Bikont y Joanna Szczesna, autoras de Trastos, recuerdos. Una biografía de Wislawa Szymborska (2015), nos comparten su gozosa cercanía con la poeta ganadora del premio Nobel en 1996. Aquí estamos no ante una autora que pretende decirnos las verdades solemnes de la condición humana, sino ante Wislawa Szymborska (19232012), una mujer llena de sabiduría que usó las palabras para alumbrar los pequeños detalles de la vida, que jugó con las sorpresas de lo cotidiano y lo azaroso, que expuso ante sus lectores sus recuerdos y pensamientos como trastos por usar, como trebejos recogidos en la calle. Una joven poeta que empezó cantando, al término de la Segunda Guerra Mundial, al comunismo y acabó siendo, en su madurez literaria, en su vejez pizpireta, una voz independiente, veraz en sus paradojas, irónica en su forma de proponernos la convivencia con nuestros semejantes, laica, liberal y universalista en un país católico ahogado por el nacionalismo excluyente, por la pompa clerical.

Wislawa, al contrario de Ted Hughes, no quiso plantear mitologías con sus versos, ni cantar a lo extremo y caótico, como Patti Smith. Su poesía es leve, amable y puntillosa porque renuncia al privilegio de las Grandes Causas, de las Esencias Filosóficas, y se planta en el terreno de lo minúsculo, lo ordinario, lo común y lo doméstico: como una taza de café, un cigarrillo, un día de campo, una visita al zoológico, una tertulia entre amigos, una sonrisa de agradecimiento. Szymborska es la curiosidad misma que ve el mundo como un tesoro por descubrir en objetos, animales, libros, música, tarjetas postales, bromas y conversaciones sin ton ni son. Escritora simpática, ocurrente, vivaz. Para ella nada es tan insignificante como par no ser trasladado a su poesía. Ya su traductor al sueco, Anders Bodegárd, ha dicho que Wislawa es una ilusionista: “en cada poema suyo aparece un inesperado conejo sacado de la chistera”. estas ilusiones, nuestra poeta “las agarra por el rabo, las levanta, les da vueltas entre las manos, las sacude —suave, suavemente— y después las deja donde las había cogido, ya cambiadas par siempre”

En sus casi 700 páginas, Trastos, recuerdos es un viaje alucinante por una vida callada, periférica, hecha sin pensar en premios o reconocimientos. Biografía que nos presenta la vida de una poeta que se independizó de todos los poderes que quisieron sujetarla o apartarla de su creación, que intentaron coartar su libertad expresiva. Ya en su famoso poema “Opinión sobre la pornografía”, Szymborska lo dice con toda claridad: “No hay peor obscenidad que pensar…/ Para esos que piensan, nada hay sagrado…/ El insolente llamar a las cosas por su nombre” Y eso hizo Wislawa en sus versos más conocidos. Esa es la fuerza vital de su poesía, de una autora que nunca se tomó en serio y pasó por la vida mirando el mundo como lo haría una incansable voyeurista: para no perderse nada del espectáculo de la humanidad en sus deseos, ridiculeces y tonterías, en sus chismorreos, arrogancias y prejuicios. Anna Bikont y Joanna Szczesna nos han dado un retrato de cuerpo entero de una poeta que supo vivir a plenitud y escribir con gracia innata. ¿Qué más se puede pedir hoy en día?

“En nuestras letras, las autobiografías se han disfrazado de lavados de manos si las escriben los políticos (…) si es que llegan a escribirlas de veras” permanece en su trabajo creativo, en su deseo de construir una realidad imaginativa que responda a los descalabros de un mundo globalizado que fue y sigue siendo el suyo, que es y sigue siendo el nuestro.

XXI. Tres biografías que revelan los claroscuros de la creación artística bajo el temperamento de distintos seres humanos que vivieron sus vidas a contracorriente de su tiempo y circunstancia. Una empecinada en crear su propia genealogía desde lo extremo, lo literario, lo rítmico. Otro con el dolor de la pérdida de su amada como carga eterna, como exorcismo verbal. Y la última como una mujer para quien la vida era, en su modestia, en su prudencia, materia prima para levantar una obra siempre humana, para ofrecernos una poesía que habla desde el nivel de lo cotidiano sobre las cosas diarias, los sentimientos reconfortantes, las ideas inesperadas.

Un método propio para descifrar los signos de la humanidad

He aquí tres libros que indagan en los recovecos e intersticios de poetas de los siglos XX y

En esta triada de libros podemos examinar las diferentes formas de ser poeta en la vorágine de nuestra era. Lo que une a Smith, Hughes y Szymborska es que los tres se impusieron la búsqueda de espacios propios para crear su obra, para acceder a la tranquilidad necesaria para pensar el mundo y traducirlo en palabras de aliento, en versos reflexivos, en canciones de entusiasmo. Mientras Smith se hizo la portavoz de movimientos contestatarios, mientras Hughes fue símbolo de la imposibilidad de mantener la vida privada fuera de la creación poética, mientras Wislawa Szymborska sólo quiso ser portavoz de sí misma desde su minúsculo departamento, el lazo angel.gabriel.trujillo.munoz@uabc.edu.mx

Tres vidas tejidas por el hilo del caos para bordar la palabra, para hacerla un encantamiento, una maldición, un desafío. Un método propio para descifrar los signos de la humanidad en sus descalabros, del ser humano en su vida cotidiana. Como si el poeta viviera para que el tiempo no calara demasiado, para que lo fugaz compartiera, con él o con ella, su brillo añejo, su veleidosa verdad, su futuro en llamas. Como si los versos fueran salvavidas en el naufragio que es el mundo. Como si escribirlos nos salvara del desastre que somos, de la calamidad que entre todos forjamos, de las minucias y rutinas que nos acotan y definen. Un encuentro con lo fortuito, con lo imaginario, con lo evidente. Para limpiar la existencia con una escoba y un trapeador, como lo haría Wislawa. Para platicar con los cuervos, como acostumbraba Ted. Para tocar la guitarra desde un concierto, como tantas veces Patti lo ha hecho. Costumbres inveteradas. Soplos de inminencias. Ojos de vida y muerte.

*Escritor y poeta, autor de Espantapájaros y Tijuana city, tres novelas cortas

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