Martes 16 de noviembre a miércoles 15 de diciembre de 2021
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una silueta: parecía un árbol bien plantado más danzante. Luego empezó con un caminar tranquilo, de estrella o primavera sin premura. Era Paz. Bajé para abrir. Antes de que pudiera saludarlo, me clavó sus profundos ojos azules y sentenció:
“En la esquina vi una silueta: parecía un árbol bien plantado más danzante. Luego empezó con un caminar tranquilo, de estrella o primavera sin premura. Era Paz”
–Esta calle me recuerda una donde nadie me espera ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que tropieza y se levanta, y dice al verme: nadie. No, más bien la calle donde conocí a un loco, en Oaxaca, que me quería sacar los ojos para regalarle un ramillete azul a su novia. Pasemos, mejor.
en el hombre, no existe fuera del hombre, ah terco! –Ya págueme señor, no se haga pendejo –le reclamaba el taxista. Rulfo se recargaba, como podía, en la puerta. Parecía a punto de desmoronarse como si fuera un montón de piedras y, algo confundido, le balbuceaba al taxista:
Subimos las escaleras en –Cóbraselo caro, por el olvisilencio. El poeta se detuvo do en que nos tuvo. en el marco de la entrada. Temeroso, se volvió y me –No me ayudes, compadre miró fijamente: –reviraba Revueltas.
Foto: Archivo Palabra
–¿Vive una ola aquí? – cuestionó el poeta y añadió–: ¿Vive alguna ola aquí, cuya presencia sea un ir y venir de caricias, de rumores, de besos?
Por Benjamín Pacheco López*
U
n día reuní a Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Juan Rulfo y José Revueltas. Los invité a mi casa para que me dieran consejos sobre cómo escribir una carta.
–Oye che, ¿estamos ascendiendo al cielo? Esto no tiene fin. Un escritor debe vivir en un sótano, no en un ático. No hay prueba de que haya alephs rumbo a las nubes – según se quejó.
–Pues hay varios espejos y un gato que se siente dueño de la cuadra –respondí, un poco apenado por no cumplir con los requisitos del poeta.
–Me basta un felino de haLe contesté que no, que bitación –resolvió, como si nada más era un segundo diera por concluida una conpiso. ferencia. Apenado, le dispuse el sillón más cómodo. Borges lle–¿Y vos tenés tigres, gó primero. laberintos y espejos? –agreMe asomé por el balcón Mientras subíamos las esca- gó cuando llegábamos a la para ver si llegaban los demás leras me dijo: terraza. invitados. En la esquina vi
Corrí a saldar la cuenta del taxista. Luego, como pude, los ayudé a subir las escaleras. Antes de entrar, Rulfo preguntó: –¿Tienes grillos? –¿Qué?
–No, ninguna, pero hay –Que si en esta casa hay gricactus en el balcón –según llos. Los grillos hacen ruidos pude responder. siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los –Ah –dijo un poco decep- gritos de las ánimas que están cionado y entró. Luego saludó penando en el purgatorio. El a Borges, quien recitaba para día que se acaben los grillos, sí poemas ingleses, según al- el mundo se llenará de los cancé a notar el acento. gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr es–Ah, el ogro filantrópico. pantados por el susto –según se puso a explicarme. Iba a –Ah, el jardinero de sen- responder, pero Revueltas lo deros que se bifurcan –es- empujó y, como si supieran, cuché que se saludaron. El se fueron derechitos al refriseñor gato Amadís, mi que- gerador. Comenzaron a sacar rida mascota, yacía a los pies cervezas. de Borges, más que acostado, derramado ante el poeta. –Esto es una expropiación – sentenció el ensayista. Lo dejé Iba a ofrecerles algo de be- ser, pues me quedaba claro ber, cuando escuché ruidos que no se discute con alguien en la calle. Me asomé otra vez que supo sortear la prisión de al balcón. Vi a Juan Rulfo y Lecumberri. Borges y Paz, de José Revueltas, visiblemente piernas cruzadas, discutían en bebidos, buscándole pleito a francés. Luego, saliendo de su un taxista. Revueltas señala- ensueño, pidieron de beber. ba al conductor al tiempo que El argentino solicitó primero gritaba: vino, pero luego prefirió agua. Paz pidió bhang, que después –¡Entiende que Dios existe supe que era elaborado en la