RUPTURA Y CONTINUIDAD EL CALLEJERO DE LA CIUDAD CLÁSICA EN EL TRÁNSITO DEL ALTO IMPERIO A LA ANTIGÜEDAD TARDÍA
Actas del Coloquio Internacional celebrado en el MARQ. Museo Arqueológico de Alicante, del 7 al 9 de noviembre de 2018
DIRECCIÓN CIENTÍFICA
José Miguel Noguera Celdrán Manuel H. Olcina Doménech COORDINACIÓN TÉCNICA Y ADMINISTRATIVA (MARQ)
Bárbara Albert López Antonio Guilabert Mas Olga Manresa Bevià Eva Tendero Porras
Coloquio realizado en el marco del proyecto «Exemplum et spolia. El legado monumental de las capitales provinciales romanas de Hispania. Perduración, reutilización y transformación en Carthago Nova, Valentia y Lucentum (HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO, UE)», del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España.
Ruptura y continuidad. El callejero de la ciudad clásica en el tránsito del Alto Imperio a la Antigüedad Tardía Alicante: MARQ. Museo Arqueológico de Alicante. Diputación de Alicante. 2020 320 páginas: ilustraciones a color; 27 cm EDITORES:
José Miguel Noguera Celdrán Manuel H. Olcina Doménech
COORDINACIÓN TÉCNICA DE LA EDICIÓN:
Juan Antonio López Padilla
REVISIÓN DE TEXTOS Y GRÁFICAS DE LAS ACTAS:
Joaquim Botella Pascual Elisa Ruiz Segura
DISEÑO, MAQUETACIÓN E IMPRESIÓN:
MIC Ediciones
Ilustración de la cubierta: Fotografía de la excavación de la calle de Popilio de Lucentum (Tossal de Manises, Alicante) tratada por medios informáticos y dibujo de la sección estratigráfica de la misma.
© MARQ. Museo Arqueológico de Alicante - Diputación de Alicante ISBN: 978-84-15327-96-7 D. L.: A 473-2020 Correspondencia e intercambios: infomarq@diputacionalicante.es MARQ. Museo Arqueológico de Alicante Plaza Gomez Ulla, s/n 03013 Alicante
Carlos Mazón Guixot Presidente de la Diputación de Alicante
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a celebración de unas jornadas especializadas de arqueología en el MARQ Museo Arqueológico de Alicante, como el de la evolución y transformación del viario en las ciudades romanas, celebrado en 2018 y cuyas actas se presentan en este volumen, es una noticia altamente positiva que da la media de la salud de nuestra institución y de la investigación histórica de la provincia de Alicante. Estamos convencidos que para lograr una adecuada proyección del contenido del Museo a toda la sociedad es necesario primero colocar unos buenos cimientos para que ese mensaje sea sólido, de calidad y duradero. Y eso se logra mediante la actualización constante de las novedades que se van produciendo gracias a la actividad de los distintos ámbitos académicos y centros de investigación, entre los que se encuentran los museos. Uno de los medios más adecuados para el intercambio fructífero de ideas son estos foros que en primera instancia interesa a los profesionales con el empleo de su propio código de rigor para que las propuestas puedan ser presentadas con la metodología científica pero que después son divulgadas mediante otro tipo de medios y lenguaje a sectores ciudadanos no especializados pero interesados en la docencia, el conocimiento y la cultura. Aquí intervendría la didáctica y la alta divulgación, tareas que también son desarrolladas por el MARQ con probada competencia. Animamos pues a seguir con la celebración de otros congresos, coloquios o seminarios que congreguen a expertos nacionales e internacionales para que conozcan y difundan riqueza de nuestro pasado que, estamos seguros nos deparará más fascinantes sorpresas.
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Julia Parra Aparicio Vicepresidenta 1ª y Diputada de Cultura y Transparencia de la Diputación de Alicante
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na de las actividades más importantes del Museo Arqueológico de la Diputación de Alicante (MARQ) es la investigación de dos grandes yacimientos arqueológicos: la Illeta dels Banyets, en El Campello, y el Tossal de Manises en Alicante. Este último fue solar de la ciudad romana de Lucentum y hasta ahora se ha excavado algo más de un tercio de su superficie. Como tal ciudad clásica, es relevante la estructura urbana visible en la que la orientación de las calles tiende a adquirir forma ortogonal. La investigación del viario señala de manera precisa la historia de la urbe pues a través de su creación, mantenimiento y abandono, se está informando de los momentos de esplendor y crisis, un fenómeno perfectamente comprensible puesto que hoy en día percibimos esos cambios de la misma manera en las ciudades contemporáneas. Es por ello que es necesario plasmar los avances adelantados en el Congreso celebrado en noviembre de 2018 en el MARQ, que se recogen en este volumen, para poder conocer la aportación de ejemplos de otros municipios romanos. Eso nos permitirá calibrar la intensidad y características de las transformaciones del callejero durante los cambios históricos y, desde esta premisa, plantear o bien un modelo más o menos uniforme, o bien una diversidad de condiciones según el lugar y el tiempo. Las cerca de 20 ponencias que se incluyen en el libro dan cuenta de la variedad de fenómenos con su materialización en los vestigios arqueológicos de las diversas tramas urbanas. La historia de las ciudades es un tema apasionante puesto que, en las que perduran a lo largo de los siglos, como Cartagena, Zaragoza o Barcelona, los edificios y los espacios se transforman en testigos cotidianos del paso del tiempo. Felicitamos al MARQ y a los coordinadores del Congreso, hoy editores de las Actas, y agradecemos especialmente la colaboración de la Universidad de Murcia y el entonces Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Gracias a su labor y persistencia se mantiene viva la actualización de la investigación arqueológica mediante foros científicos que son esenciales para lograr la necesaria difusión de las ideas a toda la sociedad desde el rigor.
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SUMARIO
PRESENTACIÓN José Miguel Noguera Celdrán y Manuel H. Olcina Doménech . . . . . . . . . 17 CAMBIAMENTI NELLE CITTÀ ITALIANE TRA ANTICHITÀ E ALTO-MEDIOEVO Sauro Gelichi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 LA PROTECCIÓN DE LAS VÍAS PÚBLICAS EN LA LEGISLACIÓN POSTCLÁSICA Y JUSTINIANEA Rosalía Rodríguez López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 LA OCUPACIÓN DE PÓRTICOS Y CALZADAS URBANAS EN LA HISPANIA TARDOANTIGUA: ALGUNAS LÍNEAS MAESTRAS Manuel D. Ruiz Bueno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 DOS VISIONES DE TARRACO EN LOS AÑOS 122 D.C. Y 420 D.C. CONTINUIDAD Y RUPTURA DE UN TEJIDO URBANO
Joaquín Ruiz de Arbulo Bayona y José Javier Guidi-Sánchez . . . . . . . . . 67
LA CORDUBA TARDOANTIGUA: UNA CIUDAD EN MOVIMIENTO HACIA UN NUEVO CENTRO DE PODER
Carlos Márquez Moreno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
LA TRAMA VIARIA DE AUGUSTA EMERITA. CONTINUIDAD Y TRANSFORMACIONES EN ÉPOCA ROMANA Y TARDOANTIGUA
Pedro Mateos Cruz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
LA OCUPACIÓN, PRIVATIZACIÓN Y MODIFICACIÓN DEL ENTRAMADO VIARIO EN LA BARCINO TARDOANTIGUA
Julia Beltrán de Heredia Bercero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
DE LOS DECURIONES BAETULONENSES A SANCTE MARIE BITILUNA. RETÍCULA E ITINERARIOS EN LA CIUDAD ROMANA DE BAETULO
Josep M.a Gurt Esparraguera, Pepita Padrós Martí y Jacinto Sánchez Gil de Montes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
CONTINUIDADES Y RUPTURAS DEL PAISAJE URBANO EN LOS PARVA OPPIDA DEL NORESTE DE HISPANIA CITERIOR: EL MUNICIPIUM ILURO (MATARÓ)
Joaquim García Roselló y Víctor Revilla Calvo . . . . . . . . . . . . . . . . . 145
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SUMARIO
SUMARIO
LA REDUCCIÓN DEL ESPACIO AMURALLADO DE CAESARAUGUSTA EN LA TRANSICIÓN DEL SIGLO III AL IV
Francisco de A. Escudero Escudero y M.a Pilar Galve Izquierdo . . . . . . . 159
EL URBANISMO DEL MUNICIPIUM AUGUSTA BILBILIS: PROBLEMAS RESUELTOS, PROBLEMAS SIN RESOLVER
Manuel Martín-Bueno, J. Carlos Sáenz Preciado y Elena Martín Cancela . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
CUSTODIA VIARVM PVBLICARVM. SIGNOS DE DEBILIDAD URBANA A PARTIR DEL CALLEJERO DE UNA CIUDAD DEL INTERIOR DE LA TARRACONENSE: LOS BAÑALES DE UNCASTILLO (ZARAGOZA)
Javier Andreu Pintado, Tamara Peñalver Carrascosa e Inmaculada Delage González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 189
VALENTIA, LA VÍA AUGUSTA Y LA EVOLUCIÓN DEL VIARIO. NUEVOS DATOS Y NUEVAS REFLEXIONES
Isabel Escrivà Chover, Albert Ribera i Lacomba y Núria Romaní i Sala . . . 197
EVOLUCIÓN DEL VIARIO DE LUCENTUM (ALICANTE)
Manuel H. Olcina Doménech, Antonio Guilabert Mas y Eva Tendero Porras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 215
LA ESTRUCTURA URBANA DE ILICI. RETAZOS DE UNA CIUDAD VELADA
Mercedes Tendero Porras y Ana M.a Ronda Femenia . . . . . . . . . . . . . 231
QART HADAŠT/CARTHAGO NOVA: CONTINUIDAD Y RUPTURA DEL VIARIO URBANO ENTRE LOS SIGLOS III A.C. Y VII D.C.
María Victoria García-Aboal, José Miguel Noguera Celdrán, Juan Antonio Antolinos Marín y María José Madrid Balanza . . . . . . . . 247
ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO AL ENTRAMADO VIARIO TARDOANTIGUO DE LUCUS AUGUSTI (LUGO)
Enrique González Fernández . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265
COMPLUTUM (ALCALÁ DE HENARES, MADRID, ESPAÑA): LAS CALLES Y EL PAISAJE URBANO DEL SIGLO I AL V D.C.
Sebastián Rascón Marqués y Ana Lucía Sánchez Montes . . . . . . . . . . . 281
AMPLIANDO LOS NEGOCIOS HALIÉUTICOS: REFORMAS DEL VIARIO PÚBLICO EN IULIA TRADUCTA Y BAELO CLAUDIA
Darío Bernal-Casasola, José A. Expósito, Rafael Jiménez-Camino Álvarez y José J. Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297 –
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P R E S E N TA C I Ó N José Miguel Noguera Celdrán Universidad de Murcia
Manuel H. Olcina Doménech MARQ Museo Arqueológico de Alicante
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ntre los años 2016 y 2019 desarrollamos el proyecto de investigación “Exemplum et Spolia. El legado monumental de las capitales provinciales romanas en Hispania” (HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO/FEDER UE), en el cual participaron diversas universidades y centros de investigación, entre ellos el Museo Arqueológico Provincial de Alicante (MARQ) y la Universidad de Murcia. Su objetivo era estudiar la evolución y pervivencia de las ciudades romanas hispanas desde el ejemplo (exemplum) de sus capitales provinciales, centrándose en el legado de la ciudad clásica tras el final del Imperio de Occidente. Este se perpetuó en murallas, puentes o caminos, pero también en el reempleo de algunas de sus partes o incluso en la integración completa de ciertos edificios en sucesivas etapas históricas. También por fases de fractura, de expolio o de recuperación (spolia), lo que junto a la incorporación de nuevos elementos contribuyó a caracterizarlas como ciudades históricas complejas y pluriestratificadas.
Este complejo proceso urbano se plasmó, entre otros, en los callejeros, espacios públicos por excelencia y auténticos vertebradores del modelo político y administrativo de las ciudades. La evolución de las calles durante siglos, el mantenimiento y adecuación de sus sistemas de evacuación, los recrecimientos de sus pavimentos, las invasiones y cambios estructurales, los nuevos usos y funciones, el reflejo de nuevas prácticas sociales y concepciones de lo urbano; son todos ellos elementos que convierten las vías públicas de las ciudades romanas en testimonios indispensables para comprender las pautas y ritmos de su evolución, traducida en una serie de rupturas y continuidades, las cuales son objeto central del mencionado proyecto. Estos fenómenos fueron total o parcialmente refrendados por normativas recogidas, enmendadas y compiladas en los corpora legislativos que, en conjunto, presentan las calzadas como un elemento dinámico a cuyo devenir se intentó dar respuestas concretas en el marco de las nuevas realidades emanadas del discurrir histórico del Imperio y sus ecos provinciales.
La ciudad del Alto Imperio, uno de los máximos exponentes de la romanidad, fue -como todo producto histórico- fruto de condiciones sociopolíticas y económicas precisas. Su gestación y progresiva transformación está íntimamente ligada al marco político y social que la alumbró en el tránsito de la República Tardía al Principado, y desde entonces unificó el paisaje urbano de toda la cuenca mediterránea. Su desarrollo es inseparable de toda una serie de mutaciones a diversas escalas que afectaron a este Imperio-mundo y sus herederos directos, desde el momento de su definición hasta su sustitución por nuevos paradigmas urbanos de tradición no helenística-romana o su completa metamorfosis.
El caso de las Hispaniae no es una excepción, pues el callejero de sus ciudades fue testigo durante siglos de complejos procesos de perduración y cambio. Estos se reflejan en dinámicas históricas que, obedeciendo a causas y patrones generales comunes, generaron multiplicidad de casuísticas sustanciadas en un variado elenco de respuestas que materializaron el viario urbano tardoantiguo. El registro arqueológico, sumado a la información proporcionada por autores antiguos y fuentes legislativas, ofrece una visión poliédrica del problema, que ha sido objeto de recientes trabajos. Pero la ingente cantidad de intervenciones arqueológicas desarrolladas en la práctica totalidad de las ciuda-
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Figura 1: Sesión de apertura del coloquio el 7 de noviembre de 2018 ( fotografía Archivo MARQ).
des históricas hispanas en las últimas décadas ha generado un cúmulo de información, en muchas ocasiones inédita o no debidamente contextualizada, que es preciso estudiar y sistematizar en su debido marco peninsular y mediterráneo. Fue así como surgió la idea de organizar el Coloquio internacional Ruptura y continuidad del callejero de la ciudad clásica en el tránsito del Alto al Bajo Imperio, celebrado en el MARQ de Alicante con el objetivo de actualizar y tomar el pulso al estado de este argumento en las ciudades hispanas, las cuales fueron testigos privilegiados en Occidente de la implantación y evolución del modelo urbano altoimperial y de su posterior desarrollo y mutación (Fig. 1). El programa aunó trabajos de índole general -que contextualizaran el argumento a escala global y presentaran síntesis actualizadas-, y otros centrados en ciudades donde el registro arqueológico proporciona información relevante y nuevos planteamientos. Resultado de aquel encuentro científico es el presente volumen, que recoge buena parte de las ponencias y comunicaciones en él defendidas. –
La primera parte del volumen está integrado por varios trabajos de perspectiva y alcance global. Dos de ellos, a cargo de Sauro Gelichi (Università Ca’ Foscari de Venezia) y Rosalía Rodríguez (Universidad de Almería), contextualizan a nivel diacrónico y legislativo el devenir del callejero en las ciudades mediterráneas en el tránsito de la Antigüedad al Alto Medievo. Desde una perspectiva esencialmente arqueológica, Gelichi retoma el debate sobre el paso de la ciudad antigua a la medieval, considerando paradigmas teóricos y metodológicos, el léxico presente en las fuentes escritas y casos concretos que revelan el peligro de generalizar procesos históricos, remarcando la utilidad de una perspectiva social, ecológica y económica. Por su parte, Rodríguez aborda el estudio de la protección de las vías públicas en la legislación postclásica y justinianea, poniendo de relieve que aquellos espacios públicos por excelencia fueron usurpados en momentos de debilidad del poder político, siendo ocupados o invadidos por edificios y actividades diversas. La legislación postclásica y, en particular, Justiniano, trataron de implementar medidas que, en el contexto de la renovatio imperii, resultaron 18 –
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infructuosas para evitar el deterioro y estancamiento político y económico de las urbes. Un tercer trabajo de esta primera parte es una síntesis de la cuestión en Hispania y corre a cargo de Manuel D. Ruiz (Universidad de Córdoba). Recopila los procesos de ocupación del viario urbano en el contexto de la mutación de la civitas clásica en la ciudad tardoantigua, definiendo algunas líneas maestras para la reflexión. Manifiesta la persistencia de los principales ejes de comunicación, pero también fenómenos de ocupación y privatización parcial de calles y pórticos con construcciones públicas y privadas, que cada vez se revelan de forma más precoz, y que -a imagen de la legislación imperial- las comunidades cívicas y sus autoridades trataron de regular en mayor o menor medida. La segunda parte del volumen se centra en ciudades cuyo registro arqueológico ofrece novedades de interés en los últimos años. En primer lugar, las capitales provinciales de época altoimperial, Tarraco, Corduba y Augusta Emerita, permiten acotar y discutir el argumento desde variadas perspectivas. Joaquín Ruiz de Arbulo (Universitat Rovira i Virgili de Tarragona) plantea dos visiones de Tarraco en los años 122 y 420, recurriendo a la visita de Adriano del invierno de 122-123 y a las descripciones de ambientes urbanos tres siglos más tarde en la epístola 11* de Consencio para analizar el proceso de continuidad y ruptura del tejido viario de la capital provincial. Por su parte, Carlos Márquez (Universidad de Córdoba) aborda las transformaciones en Corduba a partir del siglo III y cómo el traslado del epicentro urbano hacia la zona sur de la ciudad, en las inmediaciones del antiguo puente, determinó cambios sustanciales en su callejero. Por último, Pedro Mateos (Instituto de Arqueología de Mérida, CSIC) ofrece una síntesis de los fenómenos de continuidad y mutación de las calles de Augusta Emerita en el tránsito al periodo tardorromano y tardoantiguo. En segundo lugar, tres importantes polos urbanos y algunas de sus ciudades más significativas ofrecen perspectivas relevantes para el análisis de los procesos de cambio y perduración del callejero hispano en época tardoantigua. Se trata del noreste hispano, en torno a las ciudades de Barcino, Iluro y Baetulo, el –
valle del Ebro en derredor de Caesaraugusta, Bilbilis y Los Bañales, y el Levante y Sureste, encabezados por Carthago Nova y Valentia. La ocupación y modificación del viario en la Barcino tardoantigua es abordada por Julia Beltrán (Facultat Antoni Gaudí de Barcelona, AUSP), que constata procesos de desviación, privatización y recrecida del viario, así como de mantenimiento de la red de saneamiento. También Baetulo evidencia desde comienzos del siglo II signos de transformacion del trazado ortogonal original; Josep Ma. Gurt (Universitat de Barcelona), Pepita Padrós (Museu de Badalona) y Jacinto Sánchez ponen de manifiesto un proceso de contracción urbana en el siglo III y, ya en la centuria siguiente, una nueva configuración articulada en torno a un nuevo callejero con dos grandes ejes. Las continuidades y rupturas del paisaje urbano son manifiestas también para el caso de Iluro, poniendo de manifiesto Joaquim García (Ajuntament de Mataró) y Víctor Revilla (Universitat de Barcelona, UBICS) los cambios experimentados hasta su conversión en una aglomeración rural entre los siglos V-VI. Para la zona del valle del Ebro, Francisco de A. Escudero (Ayuntamiento de Zaragoza) y María Pilar Galve abordan el proceso de reducción del espacio urbano amurallado en el caso de Caesaraugusta en el tránsito de los siglos III al IV, fenómeno que implicó que parte del sector oriental de la antigua colonia quedase extramuros de la nueva muralla. El equipo de Bilbilis, encabezado por Manuel Martín-Bueno, J. Carlos Sáenz (Universidad de Zaragoza) y Elena Martín-Cancela (Universidad de A Coruña), pone de relieve cómo el urbanismo y el viario del municipio augusteo mutó, especialmente a partir del siglo III, momento en que experimentó una crisis que derivó en el desmantelamiento de los edificios y la alteración de las antiguas calles. Por último, Javier Andreu, Inmaculada Delage (Universidad de Navarra) y Tamara Peñalver (Universidad de Valencia) dan cuenta de los trabajos arqueológicos en el sector septentrional de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza), que están mostrando el urbanismo de la ciudad altoimperial, y los abandonos y transformaciones del callejero desde un momento temprano. En el Levante, las investigaciones arqueológicas acometidas durante varias décadas en el solar de la antigua Valentia permiten reconstruir la fase 19 –
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tardoantigua de la ciudad y su vínculo con la trama urbana precedente. Isabel Escrivà, Albert Ribera (Institut Català d’Arqueologia Clàssica, Tarragona) y Núria Romaní (Universitat Autònoma de Barcelona) observan en detalle cómo el nuevo complejo episcopal del siglo VI se encajó perfectamente en la trama urbana y viaria precedente. Ya en el Sureste Lucentum e Ilici ofrecen datos del máxime interés para enfocar el problema. Para la primera, uno de nosotros [Manuel Olcina], Antonio Guilabert y Eva Tendero (MARQ, Alicante) presentamos la evolución del proyecto urbano romano y su callejero arqueológicamente comprendido entre finales del siglo I a.C. y comienzos de la tercera centuria de la era, mostrando una evolución de poco más de doscientos años que, con posterioridad, no tuvo continuidad en el tiempo. Para el caso de Ilici, Mercedes Tendero y Ana María Ronda (Fundación Universitaria La Alcudia de Investigación Arqueológica de la Universidad de Alicante) abordan las mutaciones del callejero en época tardía, recurriendo para ello al reestudio de una ingente documentación documental y arqueológica, fruto de campañas antiguas, que está siendo reexaminada y reinterpretada a la luz de nuevos proyectos y planteamientos metodológicos. Por último, el registro arqueológico correspondiente a la antigua Qart Hadast/Carthago Nova permite reconstruir las líneas maestras de los procesos de ruptura y continuidad del viario entre los siglos III a.C. y VII. El equipo de María Victoria García-Aboal, José Antonio Antolinos, María José Madrid y otro de nosotros [José Miguel Noguera] (Universidad de Murcia) pone en valor los resultados de los trabajos en el Parque Arqueológico del Molinete de Cartagena y evidencia cómo, a partir del siglo II, parte del callejero fue abandonado, en consonancia con la crisis que experimentó la colonia, mientras otras zonas se mantuvieron en uso hasta finales del siglo III. El renacer del siglo V tuvo efectos desiguales en el viario precedente, perdurando el mantenimiento de algunas calles y episodios de privatización de otras. Por último, la conquista bizantina de la segunda mitad del siglo VI se sustanció en un cambio acentuado en la retícula urbana, definida ahora por un trazado más sinuoso e irregular. –
Siempre en la Hispania citerior, los ejemplos de Lucus Augusti y Complutum también son significativos de los fenómenos acaecidos en sus callejeros en el tránsito a la Tardoantigüedad. Respecto a la primera, Enrique González (Ayuntamiento de Lugo) interpreta los cambios en la fisonomía urbana de la ciudad altoimperial como efecto de la construcción a finales del siglo III de una muralla defensiva y las consecuencias inmediatas que ello acarreó en el callejero, con el recrecimiento de niveles de circulación, reformas de la red de saneamiento y privatización de margines. En el caso de Complutum, Sebastián Rascón (Ayuntamiento de Alcalá de Henares) y Ana Lucía Sánchez exponen el programa de rehabilitación del viario acometido en el siglo III y sus profundas transformaciones desde el siglo V, con ocupaciones de pórticos y amortizaciones por la construcción de nuevos edificios. Por último, un caso particularmente singular en la Bética es el de las ocupaciones de calzadas públicas por la ampliación de negocios haliéuticos en las ciudades de Baelo Claudia e Iulia Traducta, las cuales tuvieron importantes barrios pesquero-conserveros dentro de su recinto amurallado. El equipo integrado por Darío Bernal, José J. Díaz (Universidad de Cádiz), José A. Expósito (Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia) y Rafael Jiménez (Ayuntamiento de Algeciras) analiza el vínculo entre las fábricas pesquero-conserveras y el viario de estas dos ciudades del Fretum Gaditanum entre los siglos I y V. Todas estas aportaciones conforman una síntesis actualizada de los procesos de perduración y cambio del callejero en algunas relevantes ciudades hispanas de los siglos II-III en adelante. Como reseñó Manuel D. Ruiz en la sesión de conclusiones, se aprecian dinámicas cronológicas en ocasiones dispares entre unas y otras, pero siempre ceñidas a fenómenos y casuísticas de índole general bien sistematizables, como puede ser la ocupación de pórticos y calles por nuevos edificios u otros preexistentes que se amplían. Examinar estos procesos detectables arqueológicamente en las calles y sus entornos inmediatos es tomar el pulso a las dinámicas urbanas, sociales y políticas que afectan a las ciudades hispanas en su transición del Alto Imperio a la Antigüedad Tardía. Este análisis de la pervivencia y alteración de los tejidos urbanos de 20 –
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Figura 2: Visita a Lucentum el 9 de noviembre de 2018 ( fotografía Archivo MARQ).
época clásica en etapas posteriores era uno de los objetivos del proyecto arriba referido. El coloquio fue organizado por el MARQ (Museo Arqueológico de Alicante) y contó con el patrocinio de la Diputación de Alicante y la colaboración de la Universidad de Murcia y el Ministerio de Ciencia e Innovación. Las sesiones se desarrollaron en la actual sede del Museo, el antiguo Hospital Provincial de Alicante, los días 7 y 8 de noviembre de 2018. El día 9 se giró una visita a la ciudad romana de Lucentum, donde los participantes pudieron conocer las últimas novedades de la investigación de este yacimiento (Fig. 2). Hemos de reseñar la importante acogida del coloquio ya que fueron 90 las personas inscritas, procedentes de numerosos lugares de España e incluso varias de algunos países europeos. No queremos terminar estas palabras introductorias sin agradecer el apoyo de las insti–
tuciones implicadas y a sus máximos responsables, así como el buen hacer de todos los colegas participantes en las sesiones del coloquio. También, en concreto, la labor de coordinación administrativa de la unidad de Administración del Museo, en particular de María Olga Manresa, el entusiasta apoyo en la coordinación técnica de Bárbara Albert, Antonio Guilabert y Eva Tendero, y así como a los compañeros y compañeras del MARQ y de la Fundación MARQ. Nuestro reconocimiento igualmente a la presencia y colaboración en el desarrollo del encuentro científico de Lorenzo Abad y Sonia Gutiérrez, catedrático y catedrática de la Universidad de Alicante. En defiitiva, hemos contraído deuda de gratitud con todos, de una manera u otra, directa o indirectamente, contribuyeron al éxito del Coloquio y lo que supuso de fructífero intercambio de ideas, propuestas y novedades científicas, todo lo cual queda reflejado en este volumen. 21 –
CAMBIAMENTI NELLE C I T T À I TA L I A N E TRA ANTICHITÀ E A LT O - M E D I O E V O Sauro Gelichi
Università Ca’ Foscari di Venezia gelichi@unive.it
Riassunto
Abstract
L’articolo torna sul dibattito sulla transizione antichità - medioevo nelle città italiane e lo aggiorna, sopratutto dal punto di vista archeologico. Discute i vecchi paradigmi, anche quelli formulati grazie alla ricerca archeologica negli anni ’80 del secolo scorso, dimostrandone l’efficacia ma anche la pericolosità, quando si usino in maniera meccanica. Discute poi l’uso del lessico nelle fonti scritte (sottolineandone l’ambiguità) e infine dimostra, attraverso alcuni esempi specifici, la difficoltà a generalizzare. Tenta infine di valorizzare altri approcci, come quello ecologico o economico, oltre a sottolineare la necessità di studiare le città sotto il profilo della stratificazione sociale.
The paper analyse the debate on the transition from Antiquity to the Early Middle Ages in Italian cities and updates it, especially from an archaeological point of view. It discusses the old paradigms, even those formulated thanks to archaeological research in the 1980s, demonstrating its efficacy but also its danger when used mechanically. It then discusses the use of the words referring the cities in written sources (underlining their ambiguity) and, finally, demonstrates, through some specific examples, the difficulty in generalizing. Finally, it attempts to enhance other approaches, such as the ecological or economic one, as well as highlighting the need to study cities in terms of social stratification.
Parole chiave
Key words
Città, Alto medioevo, Italia, Archeologia, Storia.
City, Early Middle Ages, Italy, Archeology, History.
C A M B I A M E N T I N E L L E C I T TÀ I TA L I A N E T R A A N T I C H I TÀ E A LT O - M E D I O E V O
TIPI DI CITTÀ E ARCHEOLOGIA
L’
introduzione estensiva delle procedure dell’archeologia urbana, a partire dai tardi anni ’70 del secolo scorso, in buona parte delle città a continuità di vita della penisola italiana, ha rappresentato un passaggio decisivo negli studi sulla città antica (ed anche sulla città tardo-antica ed alto medievale). Questi studi hanno riguardato città del nord, come del centro sud della penisola; e hanno prodotto qualche sintesi generale1 e diverse monografie di carattere più specifico2.
In questo dibattito sono state analizzate, in sostanza, due tipologie di città: quelle antiche che sono sopravvissute (dall’età romana o pre-romana fino ad oggi) e quelle che invece sono state abbandonate o che oggi non corrispondono più ad una moderna città. Ovviamente, queste due categorie di città sono state studiate usando approcci archeologici metodologicamente differenti. La prima categoria (quella delle città sopravvissute) ha goduto certamente di migliore fortuna, grazie al grande sviluppo dell’archeologia urbana, che è stata il vero motore per il rinnovamento degli studi sulla storia della città antica (e, poi, anche medievale)3. Tuttavia questo non è avvenuto precocemente. Infatti, l’archeologia in città realizzata nell’immediato secondo dopoguerra, almeno in Italia, non è stata di buona qualità, (Fig. 1) e non ha attivato un virtuoso ripensamento epistemologico dell’agire archeologico in ambito urbano, come è avvenuto invece in altri Paesi europei, ad esempio l’Inghilterra4. 1 Un libro mio e di Brogiolo nel 1998 (Brogiolo e Gelichi 1998); un recente libro di Brogiolo nel 2011 (Brogiolo 2011) e un mio articolo (Gelichi 2002), dove vengono ripresi i principali temi. 2 Ad esempio su Napoli (Arthur 2002); su Brescia (Brogiolo 1993). Molti contributi su diverse città sono contenuti in Augenti 2006. Per una lettura complessiva della transizione in Toscana è ancora utile consultare Archeologia urbana 1999. Su Otranto e Bari, anche se si tratta di edizione di scavo, vd. Michaelidis Wilkinson (1992) ed il recente Depalo, Disantarosa e Nuzzo (2015). 3 Sull’archeologia urbana e sul ruolo che ha giocato nella ripresa del dibattito sulla storia delle città (Gelichi 2010). 4 Su questi argomenti (Gelichi 1999).
La situazione è tuttavia cambiata intorno agli anni ’70 del secolo scorso, quando sono iniziati scavi stratigrafici urbani programmati5; e questi scavi hanno prodotto una larga quantità di nuovi dati, che riguardavano in particolare la struttura materiale della città e i manufatti. Tutto ciò ha portato, come risultato, ad un nuovo dibattito, soprattutto nel nord Italia6. Questo dibattito ha avuto il merito di spostare l’attenzione dalle fonti scritte a quelle materiali, e ha consentito di riformulare nuovi paradigmi interpretativi. L’archeologia delle città abbandonate ha avuto, da questo punto di vista, meno fortuna. Poiché queste città non sono state coinvolte dallo sviluppo dell’archeologia urbana, la loro archeologia, quando c’è stata, è stata programmata. Questo fatto potrebbe essere considerato anche un positivo, se non fosse che pochi progetti sono stati avviati su questo tipo di contesti e la principale finalità di tali progetti era quella di studiare la città antica: così, in molti casi, questo ha significato la totale rimozione dei depositi tardo antichi e medievali. Comunque, negli episodi migliori (e, ancora una volta, sempre a partire dagli anni ’70), gli archeologi hanno cominciato ad analizzare e pubblicare anche le fasi più tarde di questi insediamenti e gli abbandoni sono cominciati ad essere considerati degli interessanti processi da studiare. Tra i casi più significativi di questo ‘cambio di passo’ si possono citare gli esempi di Luni (antica Luna), (Fig. 2) in Liguria e quello di Cosa, nella Toscana meridionale. In ambedue le circostanze una diversa attenzione ai periodi più recenti delle stratificazioni ha permesso di ricostruire narrazioni più articolate delle fasi post-antiche, molte delle quali spingono l’occupazione del luogo fino al pieno medioevo e superano lo stereotipo (spesso ancora diffuso) di una loro precoce e totale desertificazione7. 5 Uno dei primi, e tra i più importanti, è stato quello della Crypta Balbi a Roma, su cui (Manacorda 1982). 6 Una sintesi critica di questo dibattito, con relativa bibliografia Wickham (1988) e Ward-Perkins (1997). 7 Sugli scavi di Luni, relativamente alle fasi post-antiche, restano ancora fondamentali i lavori di Ward-Perkins (1977, 1978 e 1981); sugli scavi più recenti Durante (2010). Sulle ricerche della Scuola Americana di Roma a Cosa (Fentress 2004).
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Figura 1: Bologna, piazza Maggiore, sterri in occasione della costruzione del sottopasso di via Rizzoli (anni ’60 del Novecento) (da Brogiolo e Gelichi 1998: fig. 1).
Questi esempi illustrano come un nuovo approccio archeologico risulti particolarmente performativo per descrivere i processi di trasformazioni tra la tarda antichità e la post-antichità. Ma, soprattutto, essi dimostrano come, ad esiti uguali (tutti i luoghi sono sedi di un’antica città romana che non esiste più), non corrispondano identici processi di trasformazione nel tempo: dopo l’antichità le loro storie singole, infatti, si divarichino e si differenzino notevolmente l’una dall’altra. Tuttavia, nonostante ciò e con poche altre eccezioni, l’archeologia delle città abbandonate è ancora uno spazio della ricerca poco frequentato, in particolare per quanto riguarda le attenzioni alle fasi tardo e post-antiche. Infine, un soggetto che pare essere ancora meno attrattivo sono le città fondate nell’alto medioevo. C’è da dire che la creazione di nuove città non è un fenomeno frequentissimo in quel periodo, anche se non del tutto sconosciuto. Anche in questo caso esistono episodi piuttosto interessanti: a lato di quelli che hanno poi prodotto città ancora oggi esistenti (Venezia ne è
l’esempio più eclatante) ce ne sono altri, forse ancora di più intriganti, di fondazioni effimere (città o luoghi di tipo ‘urbano’ sorti nell’alto medioevo che non hanno avuto seguito). La situazione della ricerca attuale non segna, purtroppo, quasi alcun nuovo cambio di strategia. Le città antiche sopravvissute (cioè quelle a continuità di vita) ricevono maggiore attenzione e maggiori risorse per l’investigazione rispetto alle altre, per il semplice motivo che sono interessate da intensi e continui lavori di ristrutturazione e quindi connesse con la c.d. ‘archeologia di emergenza’. Tuttavia, anche in questi casi, ad estensivi ed intensivi scavi non corrispondono sempre pronte ed esaustive pubblicazioni relative ai ritrovamenti: tutto ciò significa che ciò che è stato fatto è in gran parte inutilizzabile8.
8 Si tratta di un aspetto che meriterebbe maggiore spazio di riflessione, perché introduce componenti essenziali, e quasi mai esplicitate nel forum scientifico, connesse con l’uso della risorsa pubblica. Peraltro la c.d. ‘archeologia di emergenza’ (che non si pratica, ovvio, solo in città), costituisce ancora un alibi per giustificare frettolosità nelle procedure di
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Figura 2: Veduta della piana dove si trova la città abbandonata di Luna (Luni): riconoscibili i resti dell’anfiteatro romano (http://www.liguria.bonicultura. it/index.php?it/t11/area-archeologica-di-luni).
Figura 3: Rimini, piazza Ferrari. Fasi della domus tardoantica (da Negrelli 1998: fig. 6).
NUOVI PARADIGMI E MODELLI?
mondo classico che da quella alto-medievale). Negli ultimi anni, dunque, questo è quasi diventato un soggetto quasi autonomo anche di ricerca, da studiarsi (o che si studia) indipendentemente.
Le ricerche a cui abbiamo fatto riferimento, pur lacunose e scarsamente programmate, hanno tuttavia prodotti nuovi paradigmi (o hanno contribuito a rinnovare e mettere in discussione quelli esistenti, costruiti su base essenzialmente storica)9 e questi nuovi paradigmi sono stati testati su larga scala. Tali ricerche hanno poi portato a riconoscere alcuni modelli, basati sull’evidenza archeologica. Detto più sinteticamente, due elementi di novità sono emersi con grande chiarezza. Il primo è quello che riguarda una distinzione che opera solo su due tipologie di abitato, cioè la città antica e quella alto-medievale, e che non ha ragion d’essere in quanto si tratta di un’ovvia semplificazione. La città tardo antica è emersa con sempre maggiore chiarezza come un’entità distinta (sia da quella del scavo e di registrazione dei dati. Il problema consiste nel fatto che l’archeologia di emergenza dovrebbe rappresentare solo l’ultima soluzione in una gestione programmata della tutela del patrimonio (e non, come invece accade, l’unico strumento per ‘salvare il salvabile’). 9 Riferimenti bibliografici al dibattito storico e poi archeologico sulla città post-antica sono contenuti in Brogiolo e Gelichi (1998: 9-25).
Il secondo aspetto che si è chiarito è quello che riguarda la città alto-medievale, che non è sempre e solo il prodotto di una sottrazione. Non solo essa adotta spesso soluzioni originali nei casi dove non esistono precedenti urbani, ma si qualifica con specificità che quasi niente hanno a che vedere con quelli delle città del mondo antico (sia in termini che potremmo definire urbanistici, che strutturali), anche in quelle situazioni, e sono la maggioranza, nelle quali l’insediamento alto-medievale sorge su un precedente antico. Peraltro non è neppure scientificamente corretto e, aggiungerei, utile, per i ricercatori, ricostruirne la fisionomia attraverso la sola comparazione con il modello della città antica: la città alto-medievale, dunque, dovrebbe venire studiata anch’essa come un soggetto a sé stante. Molte città antiche, quando non vennero precocemente abbandonate (meglio, cessarono di essere città), si trasformarono in maniera anche radicale. Le
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cause di tali trasformazioni sono comunemente imputate ad eventi congiunturali e ad eventi strutturali. Tra gli eventi di natura congiunturale, quelli legati alle (possibili) devastazioni delle popolazioni barbariche sono stati nel tempo fortemente ridimensionati: non se ne nega l’esistenza, ma si attribuisce loro un impatto temporaneo e comunque un ruolo non decisivo. Anche la portata dei cambiamenti climatici, o di natura idro-geologica, è stata in parte rivista, per quanto, di recente, nuovi studi di carattere geo-archeologico e paleo-ambientale ne stiano rivalutando la funzione, in particolare nel corso del VIVII10. In ogni caso, questi cambiamenti dovettero accompagnare (o al massimo favorire, o accelerare) processi di trasformazione che dovevano essere già in atto all’interno delle strutture politiche, sociali ed economiche del mondo antico. I cambiamenti sociali hanno avuto sicuramente un impatto maggiore: in particolare quelli politici e legati alla struttura dell’apparato civico. I fattori economici sono stati altrettanto rilevanti: questi sono stati messi in relazione con la frammentazione dei commerci, con i cambi nel sistema della tassazione e con la concentrazione di terra nelle mani di pochi possessori. Infine dobbiamo anche considerare i mutamenti di natura culturale e confessionale, come l’avvento del cristianesimo, di cui è pleonastico in questa sede sottolineare le conseguenze. Gli archeologi hanno cercato di leggere e riconoscere questi processi di trasformazione sociale nelle strutture materiali della città che emergevano dai loro nuovi scavi stratigrafici. Così si sono creati degli accostamenti interessanti. Le trasformazioni sono state lette in particolare nelle infrastrutture, nelle strutture abitative, negli spazi pubblici, ma anche nei caratteri della ‘cultura materiale’11. Alcune di queste trasformazioni sono state riconosciute in una serie di marcatori archeologici tipici della città tardo-antica e alto-medievale e non presenti, o poco presenti, nelle epoche anteriori. Ne cito alcuni: le c.d. terre nere (dark earth o dark layers), la
presenza di sepolture in città12, la nascita dei luoghi di culto e gli spazi del potere ecclesiastico che sono stati usati anche per spiegare sostanziali mutamenti nella topografia urbana. Cosicché alcuni studiosi hanno anche introdotto il concetto di “cristianizzazione degli spazi”, applicato sia alle città che al territorio13. Tali marcatori sono serviti, dunque, a consolidare e precisare il concetto, in sè generico, di trasformazione. Ma, indipendentemente dal fatto che questo concetto sia stato declinato in senso negativo (le terre nere come il segno di spazi abbandonati o zone di rifiuti, le sepolture come espressione di un forte degrado delle aree urbane), si possono muovere due principali critiche a questo modo di procedere. Il primo consiste nella loro estensione indiscriminata, il che ha significato ovunque: nuovi paradigminuovi modelli generalizzati. Il secondo è che tale estensione, al di là della correttezza, ha teso a depotenziare l’originalità della fonte archeologica in sé, piegandola già ad interpretazioni preconfezionate. Il nuovo paesaggio della città tardo/antica ed alto-medievale è diventato a sua volta ripetitivo e, non troppo stranamente, omogeneo: ciò non corrisponde alla realtà, ovvio, ma soprattutto disincentiva la nostra capacità di elaborare nuove, più sofisticate e, perché no?, differenti letture.
SINGOLE NARRAZIONI A questo punto ritengo sia opportuno entrare più nel dettaglio e riflettere sul portato epistemologico di quelle che potremmo definire le singole narrazioni. L’archeologia finora prodotta ha dimostrato come molte di queste singole storie si siano sviluppate al di fuori di questi paradigmi: ingabbiarle in questi stereotipi diventa dunque improduttivo, le impoverisce quando non le fraintende. Un’archeologia di migliore qualità, infatti, ha introdotto nel nostro vocabolario un’ovvia complessità di soluzioni, che ci porta a considerare le nostre attuali generalizzazioni del tutto inadeguate. Esempi di questo tipo si possono rintracciare in tutte le categorie di città di cui abbiamo parlato:
10 Dalla’Aglio (1997) e Squatriti (2010). 11 Ancora una volta mi corre l’obbligo rimandare a Brogiolo e Gelichi (1998: 45-101).
12 Sul fenomeno vd. ancora le condivisibili posizioni in Cantino Wataghin (1999). 13 Sul tema della ‘cristianizzazione degli spazi’ (Demeglio e Lambert 1992).
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Figura 4: Rimini, piazza Ferrari, fase alto-medievale (da Negrelli 1998: fig. 34).
cioè quella delle ‘città abbandonate’, delle ‘città sopravvissute’ e, infine, delle ‘nuove città’. Progetti a scala diversa, e con approcci anche differenti tra di loro, ci hanno offerto l’opportunità di confrontarsi con singoli scenari non facilmente rubricabili, o non sempre rubricabili, nei paradigmi a cui abbiamo fatto riferimento. Come abbiamo già detto, le storie delle città abbandonate, quando studiate analiticamente, hanno mostrato differenti evoluzioni nel tempo e, soprattutto, nelle modalità attraverso le quali si perviene al definitivo spopolamento di un luogo. Peraltro, si potrebbe aggiungere che un luogo non è mai abbandona-
to totalmente e il concetto che spesso utilizziamo di abbandono è estremamente ambiguo, dal momento che spesso lo attribuiamo solo al suo venir meno di specifiche funzioni (e dunque ruoli) istituzionali-amministrativi. La possibilità di analizzare, anche con una messe di dati archeologici abbastanza consistente, la storia di un luogo, può essere utile sia per certificare la complessità delle soluzioni insediative che quel luogo registra nella sua storia, ma anche per dimostrare come l’ambiguità delle fonti scritte (altro problema non secondario, e su cui ritorneremo) possa orientare e banalizzare, appunto, il concetto stesso di abbando-
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Figura 5: Rimini, piazza Ferrari. Sepolture alto-medievali nella domus romana e tardo-antica (da Negrelli 1998: fig. 35).
no. E’ il caso di Populonia, importante città etrusca e poi romana della Tuscia, che tuttavia dovette perdere quelle funzioni piuttosto precocemente, forse già nel I secolo d.C. dal momento che mancano, da questo periodo in avanti, chiare evidenze di magistrature cittadine14. Questo importante cambiamento sociale ebbe sicuramente riflessi anche sull’organizzazione del popolamento (l’insediamento sparso diviene la norma), per quanto ciò non dovette significare un declassamento sociale ed economico del luogo. Si hanno indirette notizie, infatti, che qui vivessero importanti membri collegati con l’aristocrazia senatoria e, nel contempo, che fossero ancora vitali le funzioni portuali del luogo, collegate con lo sfruttamento delle risorse naturali (come la pesca), ma soprattutto delle miniere. E forse anche per questo, Populonia divenne sede vescovile e lo restò fino almeno alla metà del secolo IX; e, ancora successivamente, cioè verso gli ini14 Per una rilettura della storia del sito, basata anche su una cospicua e recente letteratura archeologica (Bianchi e Gelichi 2016).
zi del secolo XI, il nome di Populonia continua ad essere associato a quello di una città (per quanto, come ricordano i testi scritti, ormai dichiarata in rovina). Perfino le città sopravvissute mostrano segni di trasformazione che spesso male si allineano con le semplificazioni dei paradigmi, a cui abbiamo fatto riferimento. Un caso che mi viene spesso da citare, e che richiamo qui ancora una volta, è quello di Rimini (in Emilia-Romagna) dove uno scavo urbano (quello di piazza Ferrari) ha descritto due realtà completamente differenti a seconda dei ricercatori che, in tempi diversi, hanno indagato lo stesso luogo. Una storia più tradizionale, la prima, dove ad una domus romana e poi tardo-antica con i mosaici, (Fig. 3) sarebbe succeduto un periodo di crisi profonda caratterizzato dall’esistenza di sepolture prima e di terre nere poi (Fig. 5). Una storia piuttosto differente l’altra, dove le sepolture (che qui diventano un piccolo cimitero organizzato) vengono correttamente spiegate con uno specifico e pianificato uso di una parte di quell’area (molto pro-
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Figura 6: Rimini, piazza Ferrari, fasi alto-medievali (da Negrelli 1998: fig. 46).
babilmente per conto del monastero di Sant’Andrea e Tommaso che ne era entrato in possesso). Così come una storia differente è anche la successiva, dove le ‘terre nere’ non costituiscono il precipitato di uno spazio definitivamente ‘ruralizzato’, quando la riconversione funzionale, e di nuovo abitativa, a seguito di un ennesimo cambiamento di proprietà15 (Fig. 4 e 6). Dunque, tutta quanta l’intera sequenza insediativa non muove semplicemente (e in direzione discendente) da una ricca domus di epoca romano-imperiale verso una meno ricca (ma sempre ricca) domus tardo-antica, seguita poi da un abbandono (il cimitero) e poi da un’occupazione caratterizzata da una ’povera’ edilizia in legno. In sostanza e in altre parole: non c’è un’irreversibile parabola verso il declino e l’apparente povera documentazione materiale, se ben scavata, riserva soluzioni interpretative tutt’altro che banali. Nella narrazione di questo luogo, invece, ci sono diver15 Tutta la vicenda è ampiamente e dettagliatamente descritta in Negrelli (2006 e 2008), a cui si deve quest’ultima convincente lettura.
si bruschi cambiamenti, come è anche ovvio che sia, legati in questo caso alle vicende della proprietà che, nell’ultimo caso, si può anche parzialmente ricostruire sulla scorta dell’evidenza scritta. Il caso di Rimini (quello cioè di uno spaccato specifico di un’area all’interno di una città, che non va, ovvio, anch’esso generalizzato) ci insegna che è opportuno tornare a valorizzare anche i punti di criticità e di cambiamento nelle sequenze archeologiche (di un luogo, di una città, di un territorio) e non assecondare le sequenze a processi di lunga durata che si ritiene già di conoscere. Con l’ultimo esempio che vorrei portare, quelle estrapolato dall’archeologia delle città di nuova fondazione, torniamo a guardare a questi processi da un’angolazione ancora differente. Peraltro, nel caso di città di nuova fondazione si tratta di insediamenti che sorgono in spazi in precedenza non abitati, o diversamente abitati (cioè dove non esistevano città), e così anche l’analisi dei processi di colonizzazione diventano determinante per spiegare le loro fasi formative. Anche nella nostra penisola ci sono casi di città fondate ex
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Figura 7: Venezia, San Pietro di Castello, edificio alto-medievale (da Tuzzato 1991).
novo per una forte azione di un potere esterno e che sembrano allinearsi, fin dagli inizi, ai caratteri costitutivi delle città antiche. E’ questo l’episodio, famoso, delle città papali o, perlomeno, di una di essa, indagata anche archeologicamente, Leopoli Cencelle16. Ma ci sono altri episodi, e su questi vorrei soffermarmi più a lungo, dove non sembra esistere un atto fondativo vero e proprio, e dunque neppure una pianificazione vera e propria. Sono i casi, ad esempio, di Comacchio e di Venezia, ambedue studiati di recente e che si spiegano solo se si ragiona all’interno di un quadro territoriale più ampio. 16 Stasolla (2012) e Ermini, Somma e Stasolla (2014).
Nel caso di Venezia, le ricerche archeologiche hanno dimostrato come la laguna dove sorgerà poi la città (che, ricordo, agli inizi si chiamava Civitas aput Rivoaltum) era abitata e sfruttata durante il periodo romano (almeno dall’età imperiale), sebbene l’area fosse contraddistinta da un abitato di tipo sparso e l’economia basata sullo sfruttamento delle risorse spontanee (pesca e sale)17. Tra il V e il VII secolo, ad un cambiamento climatico che pare avere ripercussioni significative sull’ecosistema lagunare, si accompagnano anche rilevanti mutamenti di 17 Per una rilettura recente dei processi formativi degli insediamenti nella laguna di Venezia (Gelichi 2015a-b, Gelichi, Ferri e Moine 2017 e Gelichi e Moine 2012).
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natura socio-economica, che producono un processo di accentramento dei precedenti abitati (i cui caratteri sono al momento non facili da determinare). E’ in questo periodo che nuovi attori si affacciano sulla laguna e sono rappresentati dai funzionari bizantini in terra italica e da nuovi gruppi aristocratici locali. Sarà proprio la rivalità tra le aristocrazie locali, sempre più accentuata dopo la fine dell’Esarcato d’Italia, a determinare la scelta dei luoghi da colonizzare e poi valorizzare sul piano politico e a dare origine a quel movimento delle sedi del potere che si traduce nei trasferimenti della sede ducale (da Cittanova a Metamauco da Metamuaco a Rivoalto), quale ci viene narrata nell’Istoria Veneticorum18. Dal IX secolo in avanti, il ducato si stabilizza (anche topograficamente) e, con esso, Venezia diviene una città. L’inizio di questo nuovo periodo è inaugurato da un episodio di considerevole impatto per la storia dell’abitato, che richiede una spiegazione: il trasferimento della sede ducale nella sede dell’arcipelago di Rivoalto, che si trova proprio nel cuore della laguna. Questa scelta forse è spiegabile usando le fonti archeologiche. In epoca tardo-antica, i cordoni che delimitano la laguna verso il mare presentano un accesso che è in coincidenza, all’incirca, con le bocche di porto attuali. Uno degli insediamenti più antichi (e più importanti) che conosciamo è quello individuato sull’isola di Olivolo, dove, nel corso del VI secolo, si sviluppa un complesso di edifici abitativi da cui provengono ben tre sigilli e un tremisse aureo19(Fig. 7). Molto probabilmente questo insediamento è da collegare ad una presenza pubblica (una statio del cursus publicus?). In questo caso, si capisce molto bene il ruolo che almeno una parte dell’arcipelago di Rivoalto, quella cioè più orientale, doveva svolgere nelle comunicazioni marittime. Questo potrebbe essere anche il motivo che portò, nel corso del secolo VIII, a stabilire qui la sede episcopale; e, successivamente, verso gli inizi del IX, a trasferire qui vicino la sede del potere ducale. Il successivo sviluppo dell’insediamento è al momento leggibile solo attraverso una sovrapposizio18 L’Istoria Veneticorum è un testo scritto verosimilmente verso gli inizi del secolo XI e attribuito dalla critica ad un certo Giovanni diacono, che sarebbe stato ambasciatore del duca Pietro II Orseolo (991-1008). Per un’edizione recente di questo testo e sulla (Berto 1999). 19 Sullo scavo (Tuzzato 1991; 1994); sui sigilli (Callegher 1997).
ne tra aree emerse (quelle individuabili grazie ad un’estesa analisi di tipo geologico)20 e le fondazioni ecclesiastiche21. Tale comparazione tra due momenti (IX e X secolo) dimostra un accentuato dinamismo verso la produzione di terre colonizzabili, poiché molte di queste fondazioni si trovano posizionate nelle aree che non sembrano essere state in origine naturalmente emerse. Un processo di bonifica, di cui abbiamo anche dirette testimonianze nelle fonti scritte, ma che questo accostamento tra fonti storico-archeologiche e geo-archeologiche ci mostra in tutta la sua reale portata.
CITTÀ E PAROLE Proprio il caso di Venezia ci porta a discutere brevemente un altro tema, che ci sembra interessare poco, almeno negli ultimi tempi, gli archeologi: il concetto di città. Prendiamo per esempio l’Istoria Veneticorum, cioè la fonte storico-narrativa principale per la storia delle origini. Il suo autore, che scrive verso gli inizi del secolo XI, nel raccontare la nascita di Venezia, ci offre la percezione non di un atto fondativo, quanto di un processo. La civitas Rivoalti diviene sede del potere ducale agli inizi del IX secolo, ma solo nel X secolo è definita città. Eppure il luogo era da tempo sede episcopale (VIII secolo) e, appunto, ducale (inizi del IX). In questo spazio insediato già si trovavano cappelle, chiese e monasteri. Tuttavia queste presenze non venivano sentite ancora come sufficienti per qualificare in termini urbani Venezia. Anche il vocabolario usato, sempre in questo testo, per designare gli abitati, è variegato e diseguale, tanto che se ne possono offrire interpretazioni diverse22. In ogni caso, è il vocabolario delle fonti scritte alto-medievali in generale a prestarsi a differenti letture. Questo accade non tanto perché vengono introdotti nuovi lemmi, quanto per l’uso differenziato che le fonti fanno dei medesimi. 20 In particolare ci basiamo su (Zezza 2014). 21 Questo processo è più dettagliatamente affrontato (Gelichi, Ferri e Moine 2017). 22 Sul vocabolario dell’Istoria Veneticorum, anche in riferimento alle qualifiche degli insediamenti (Berto 2001: 208-232). Il tema è stato affrontato anche (Gelichi 2007).
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L’estrema eterogeneità di significati per uno stesso significante è sinonimo di un’indiscutibile variabilità: una stessa parola, presa in prestito dal vocabolario dell’antichità, può indicare realtà materiali, ma spesso anche sociali ed istituzionali, molto diverse tra di loro. Tutto ciò introduce corti circuiti che possono risultare estremamente pericolosi Dunque sarebbe necessario muoversi verso una nuova concettualizzazione dello spazio urbano, non sempre necessariamente connesso con la presenza di strutture di potere o con l’esistenza di fabbriche di natura stabile, valorizzando ad esempio altri aspetti, quali quelli di snodo commerciale o di luogo di incontro. In ogni caso, le nuove tipologie di abitati che caratterizzano l’alto-medioevo, spesso originali anche quando nate su città di antica fondazione, devono impegnarci a non semplificare.
MODELLI GENERALI E SINGOLE NARRAZIONI: PER CHE COSA? In questa situazione, con la difficoltà ad usare proficuamente le fonti scritte e con il pericolo di anticipare generalizzazioni stereotipate, possono le singole narrazioni aiutarci a creare nuovi e più generalizzabili paradigmi? O restano, le singole narrazioni, importanti solo da un punto di vista meramente socio-antropologico?. Fino ad oggi, i paradigmi sono stati utilizzati generalmente per spiegare processi che analizzano la storia delle città da una prospettiva meramente biologica: nascita/crescita/declino/morte o, al meglio, persistenza. Forse potrebbe essere più interessante leggere questi processi, e interpretarli, secondo la prospettiva di cicli di vita: più che di una città di un luogo. Perché una città, prima di essere (o diventare) una città, è uno spazio fisico. La statuto di città potrebbe essere uno dei tanti statuti legali che uno spazio fisico ha assunto nel corso del tempo; uno statuto che può sparire, ricomparire, continuare o cessare per sempre. I paradigmi archeologici che nel corso del secolo passato sono stati riconosciuti ed utilizzati per spiegare la città antica, come quella tardo-antica, alto-medievale e medievale sono stati principalmente rivolti ad analizzare gli aspetti urbani e topografici (soprattutto
come le città erano costruite, come gli spazi erano usati ed insediati) e materiali (come erano fatte le strade, le infrastrutture, i luoghi di culto, le case e così via). In poche parole, l’archeologia seguiva il dibattito storiografico, cercando di dare una risposta alle seguenti domande: sono sopravvissute le città? A che cosa somigliavano? Erano simili a quelle antiche? Oppure, in che cosa si differivano da esse? Se invece noi vogliamo considerare più semplicemente i luoghi (che pure divennero o sono città) noi possiamo sviluppare meglio nuovi e meno usuali approcci: noi potremmo ricostruire l’ambiente e analizzare come l’ambiente abbia agito sulle comunità e come queste abbiano reagito; noi potremmo considerare in maniera più approfondita gli aspetti ecologici (la relazione tra comunità e colonizzazione degli spazi); noi potremmo anche analizzare meglio le economie locali e non locali (facendo agire gli spazi urbani nel quadro dei territori); noi potremmo guardare con maggiore acutezza alle stratificazioni sociali e come esse si presentano e si rappresentano in uno spazio definito urbano. Tutti questi aspetti, in ogni caso, sono funzionali in generale a caratterizzare un diverso approccio all’insediamento, e dunque non valgono solo per le città. Tuttavia due cose sono necessarie per migliorarlo: la prima è il tipo di archeologia che siamo disposti o sapremmo sviluppare, cioè riguarda i progetti archeologici in sé. Questo dipende da noi, nel senso che saremo noi a decidere che cosa è meglio fare dal punto di vista archeologico. La seconda, invece, riguarda un’altra componente dell’archeologia, e cioè l’uso pubblico che ne viene fatto, come si gestisce pubblicamente il patrimonio, quale sia la sua accessibilità e quali strategie vengono messe in atto per proteggerlo. Questo secondo aspetto non dipende solo da noi, ma da come ogni singolo stato nazionale organizza, legalmente e scientificamente, la propria ricerca.
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LA PROTECCIÓN DE LAS VÍAS PÚBLICAS EN LA LEGISLACIÓN POSTCLÁSICA Y JUSTINIANEA* Rosalía Rodríguez López Universidad de Almería rrodrigu@ual.es
Resumen
Abstract
Las calles y las carreteras son vitales para el desarrollo de una ciudadanía activa. Desde principios de la República el Derecho romano dispone de diversos instrumentos procesales y policiales para preservarlas. Además, en una época de esplendor del evergetismo ciudadano, los munícipes son corresponsables del mantenimiento de las calles frente a su propia casa, tal y como se desprende de los textos jurisprudenciales. Ahora bien, la usurpación de espacios ciudadanos es un fenómeno que se acentúa en momentos de debilitamiento del Poder público; y esta práctica se hace habitual cuando se trata de edificios que bien se proyectan indebidamente hacia las calles, o que directamente la ocupan. El emperador Justiniano retomará infructuosamente medidas clásicas para tratar de crear una renovatio imperii, no pudiendo evitar la situación de grave deterioro del tejido urbano, con lo que ello revela de estancamiento político y económico de los centros urbanos.
Streets and roads are vital for the development of active citizenship. Since the beginning of the Republic, Roman law has various procedural and police instruments to preserve them. In addition, in an era of splendor of citizen evergetism, the munícipes are co-responsible for the maintenance of the streets in front of their home, as is clear from the jurisprudential texts. However, the usurpation of citizen spaces is a phenomenon that is accentuated in times of weakening of the Public Power; and this practice becomes common when the buildings tare projected improperly towards the streets, or that directly occupy it. The Emperor Justinian will return unsuccessfully to classical measures to try to create a renovatio imperii, but he couldn’t avoid the situation of serious deterioration of the urban tissue, which reveals this political and economic stagnation of urban centers.
Palabras clave
Key Words
Derecho romano, Ordenación urbanística, Evergetismo, Renovatio imperii, Usurpación de espacios públicos.
Roman law, Urban planning, Evergetism, Renovatio imperii, Usurpation of public spaces.
* Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO/FEDER, UE.
LA PROTECCIÓN DE LAS VÍAS PÚBLICAS EN LA LEGISLACIÓN POSTCLÁSICA Y JUSTINIANEA
CALLES Y CARRETERAS PARA UNA CIUDADANÍA ACTIVA
E
n abril de 2018 participé en la Universidad de Murcia en un interesantísimo Seminario sobre “la ciudad como cantera. Dinámicas de expolio y reutilización en ciudades y edificios históricos”, con una intervención sobre: “Prácticas socio-políticas de destrucción del tejido urbano en la Roma tardoimperial: ut parvum aliquid reparetur, magna diruuntur”. Hoy intervengo aquí con este tema que se inserta netamente en ese contexto, al constituir las vías públicas (calles y carreteras) el elemento matriz de la romanidad. Concretamente las calles, sobre las que centraré mi exposición, son vitales para el desarrollo de una ciudadanía activa; la fenomenología de los atentados a tal espacio público es clave en cualquier estudio sobre la destrucción del tejido urbano. Al abordar las infraestructuras viarias en la Roma antigua son muchos los temas que confluyen, fundamentalmente, la planificación urbanística, la edificación, sus límites espaciales y en altura, la conservación de edificios públicos y privados, la limpieza y salubridad (residuos, basuras, alcantarillado)1, y los delitos urbanísticos (Kaiser 2011, Ponte 2005: 723738, 2006: 75-118, 2007: 1-20 y 2011: 369-376). La Roma de la República aristocrática se abre a la plebe y a los extranjeros a la par que el populus necesita de arterias para el paso de mercancías, para la convivencia social y la lucha política. Se importan de la cultura griega términos viarios como decumanus y platea (Bouchet 2004: 48 y 213), y con ello trazos de su vida democrática. El contraste entre la concepción viaria importada de Grecia por los etruscos es evidente: Así, por ejemplo, Marzabotto (Etruria) fundada en el 520 a.C., y con una planificación ‘jónico-hipodámica’, constituye un hito urbanístico (Castagnoly 1971: 10-54, Kolb 1992: 153 y Saba 2008: 79-90). Por el contrario la ley de las doce Tablas (diez de ellas publicadas a mediados de 450) (Corbino 1983: 320-324), no concibe la existencia
1 Propone otros temas de gran interés: el ritual fundacional como despliegue del mundo, contextos, lenguajes y formas del lenguaje sobre la calle (fundula, angiportus, vicus, via, platea, compita, trivium et quadrivium, semita, scalae et clivi, y porticus et ambulatio). Añade también reflexiones sobre la visión de la calle entre la técnica, la estética y la política (Gruet 2006: 45-157).
de vías urbanas, sino del ambitus, una estructura que se podría adjetivar como “pre urbana”, los caminos2 y el iter limitare para las vías agrícolas3; y un progreso, aunque pequeño, supone en dicho mundo agrario, la creación de servidumbres de los campos agrícolas por la primigenia jurisprudencia romana: iter (franja de terreno derecho para pasar a pie, a caballo o en litera), actus (para el ganado) y la via (que comprende a las dos anteriores) (Palma 1988). Contemporáneamente en el mundo griego se concibe la protección del viario, imponiendo multa de 51 dracmas a quien arroje inmundicias y basuras a la calle, tal y como refleja la Inscripción de Paros (475-450 a.C.). Nadie puede ser legalmente privado usar de la vía publica4, por ser una obstrucción que injuria a la población: con esta mentalidad de valoración socio-jurídica de dicho elemento urbano, poco a poco el Derecho romano se va dotando de instrumentos procesales y policiales de protección; además se las califica jurídicamente como res extra commercium; en este proceso es importante la influencia del derecho helenístico; ya en el Epígrafe de los astynomi de Pérgamo (siglo II a.C.) se sanciona tanto la falta de limpieza que deteriora las calles, como la negligencia de los magistrados frente a diversos atentados (basuras, escombros, hoyos y canalizaciones al aire libre), así como el cumplimiento en la regulación de dimensiones (20 codos para las grandes vías, y para las pequeñas 8 codos).
2 Gayo, Comentarios al Edicto provincial, libro VII: “La anchura del camino tiene según la ley de las XII Tablas ocho pies en la parte recta, y dieciséis en las vueltas, esto es, donde hay recodo”; los compiladores justinianeos introducen este fragmento del jurista Gayo en el título III dedicado a “De las servidumbres de los predios rústicos” (D. 8,3,8). 3 Tabla VII, 1: “Los intérpretes de las XII Tablas describen el ‘ámbito’ como la franja que rodea el muro. Se llama ámbito a la franja de dos pies y medio de ancho que rodea los edificios. Un sestercio equivale a dos ases y medio… como lo prueba la ley de las XII Tablas, en la que se llama pie sestercio a dos pies y medio” (Varro, Ling. 5,22); Tabla VII, 4: “Las XII Tablas no quisieron que hubiera usucapión de la franja intermedia de cinco pies” (Cic., De leg. 1.21.55). También afecta al viario, aunque indirectamente la Tabla VIII, 10: “Quien hubiera incendiado un edificio o un montón de trigo situado junto a una casa, se dispone por las XII Tablas que, atado y azotado, muera en el fuego si lo hubiera hecho consciente y premeditadamente; si por casualidad, es decir, por negligencia, ordena reparar el daño, o si no fuera solvente se le castigue más levemente”. 4 Emperadores Diocleciano y Maximiano a Aureliano (C. 3,34,11).
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Rosalía Rodríguez López
Las leyes municipales (Lex Iulia Municipalis, Lex Tarentina, Lex Irnitana, Lex Ursonensis y Lex Malacitana) serán un ejemplo de la protección pública de calles y caminos, en tanto han de preservarse la estética urbanística y la salubridad, evitar acechanzas y la lucha contra incendios, favorecer la interconexión campo / ciudad, así como facilitar el comercio y la defensa del Imperio (Martínez-Carrasco 2003: 1-23). Por su parte los juristas clásicos recogen y comentan los instrumentos procesales romanos que protegen el buen estado y el uso de las calles y carreteras (siglos después parte de esta labor jurisprudencial es recogida por las comisiones legislativas justinianeas en la compilación del Digestum)5. Además, en una época de esplendor en la que el evergetismo ciudadano está en su máximo apogeo, los munícipes disponen de acciones populares en defensa de lo público (Fernández de Buján 2019: 1-24), y son corresponsables del mantenimiento de las calles frente a su propia casa, tal y como se desprende de los textos jurisprudenciales. También se prohíbe que se construya algo en ellas, que se coloque algo que obstaculice su uso, que se eche basura, o haya en ellas cuerpos muertos o pieles (Zamora 2017: 69-87). Igualmente al prohibir los emperadores los expolios de viviendas se persiguen las sustracciones de cañerías y que se estropee el alcantarillado, lo que incide en el estado de las calles, que se verán invadidas por aguas o inmundicias (siglos III-VI)6.
CALLES TARDORROMANAS El fenómeno de la usurpación de espacios ciudadanos se acentúa en momentos de debilitamiento del
5 Interdicto “Que no se haga cosa alguna en lugar o camino público” (D. 43,8,2 pr., Ulpiano, Comentarios al edicto, libro 68); interdicto “Que no se haga o introduzca nada en la vía o camino público por lo cual se deteriore esta vía” (D. 43,8,2,20, Ulpiano, Comentarios al edicto, libro 68); interdicto “Que se restituya lo que se haya hecho o introducido en vía pública o en camino público” (D. 43,8,2,35, Ulpiano, Comentarios al edicto, libro 68); interdicto “Que sea lícito ir por vía pública y camino público” (D. 43,8,2,45, Ulpiano, Comentarios al edicto, libro 68.); interdicto “De la reparación de vías y caminos públicos” (D. 43,11,1.pr., Ulpiano, Comentarios al edicto, libro 68.). D. 43,9, De loco publico fruendo; “De la vía pública, y de si se dijera que en ella se hizo alguna cosa”. (D. 43,10, 1, Papiniano; del cargo de los Ediles, libro único). Al respecto véase Albuquerque (1998: 185-210 y 2002). 6 Año 222 (C. 8,10,2).
Figura 1: Pintura parietal con un paisaje urbano de la Domus aurea (según Cappelli 2001: 133).
poder público; y esta práctica se hace habitual cuando se trata de edificios que bien se proyectan indebidamente hacia las calles, callejones, avenidas y pórticos, o que directamente las ocupan. Los siglos IV, V y VI son testigos de estas actitudes incívicas. Ahora bien, las preocupaciones fundamentales de los legisladores serán el mantenimiento y restauración de edificios públicos, y la lucha contra la usurpación de espacios públicos, y de los ornatos de la ciudad. En este sentido también a veces en las disposiciones jurídicas se plasma con la genérica expresión: “deterioro en el aspecto de elegancia pública”, o “privación de las ventajas”. En algunas constituciones imperiales se advierte a su población que devuelva a la sacratísima ciudad sus antiguos derechos, no habiendo de faltar multas si alguno intentare en lo sucesivo tener tal audacia. Incluso en otras constituciones, laxas en su concepción, se relaciona la conservación urbanística con la felicidad perpetua de sus ciudadanos. Dada tal vaga protección jurídica, surgen interrogantes respecto a la permanencia en la mentalidad tardoimperial de un sentido de defensa del trazado urbano, esto es,
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si sus calles siguen siendo o no consideradas útiles o ventajosas para sus habitantes, y de si el expolio de los materiales de las calles se incluye o no en el ámbito de protección de la norma7. De la lectura de las fuentes jurídicas parece entreverse que por encima del viario urbano preocupan las comunicaciones, tal y como se refleja en las disposiciones teodosianas dedicadas a las carreteras8. En la misma línea las críticas de los escritores eclesiásticos al poder público nunca pondrán su atención en el viario, sino en las edificaciones9. Singularmente se pueden encontrar disposiciones jurídicas que expresamente se dirigen a la protección del viario, como un ámbito más de la defensa de lo público: «Mandamos que se demuelan y derriben los edificios, que vulgarmente se llaman parapetasia, u otras cualesquiera obras que existan adheridas a las murallas de la ciudad o a las construcciones públicas, de suerte que por virtud de ellas tema la vecindad algún incendio o acechanzas, o se estrechen los espacios de las calles, o se reduzca la anchura en los pórticos»10. En ocasiones, como sucede en la disposición del 405, la autoridad pública se ve impotente para evitar estas usurpaciones, y su atención se centra simplemente en controlar el proceso de desarticulación urbana, tomando la iniciativa de legalizar las que estima menos dañinas; de ahí que otorgue asentimiento a aquellas personas que soliciten lugares públicos, con la condición de que no eliminen nada útil, ornamental o ventajoso para el municipio11. Al año siguiente de esta medida se dicta otra que
7 Los emperadores Theodosio y Valentiniano a Apollonio, prefecto pretorio (año 443): “Desde el más alto celo y con toda nuestra fuerza nos esforzamos para que los municipios vivan en la felicidad perpetua. Consideramos que nada es tan injusto y tan incisivo con nuestro tiempo, cuando es nuestra voluntad que en los municipios deban recibir ayuda externa, que sean despojados de sus propios recursos y expoliados” (Nov. Th. 23,1). 8 Años 319-423: “Del mantenimiento de carreteras” (De itinere muniendo) (CTh. 15,3, 1-6).
puede ser aclaratoria de la interpretación que ha de darse a tenor del espíritu legislativo: «Todo el tablero que esté pegado a la intercolumnia, así como el que divide los pórticos superiores, se quitarán, y se restaurará la apariencia de la ciudad a su belleza prístina. Los tramos de escaleras que conducen a los pórticos superiores serán más espaciosos y se construirán escaleras de piedra en lugar de escaleras de madera. Por lo tanto, los peligros del fuego estarán ausentes, y si la posibilidad adversa así lo requiere, la gente fácilmente encontrará una salida y tendrá una oportunidad de salvarse de los incendios, cuando los espacios estrechos hayan sido removidos»12. Seis años después otra disposición posibilita la reordenación del espacio urbano generando una zona peatonal porticada en detrimento de antiguas viviendas, cuyos propietarios y poseedores serán recompensados con permutas urbanísticas13. Y pasados otros seis más, el poder público estima conveniente que ninguna clase de hombres se exima por méritos de ninguna dignidad y respetabilidad de la construcción y reparación de vías públicas, especialmente caminos y puentes14. En el 425, el legislador da una especial importancia a las edificaciones descubiertas y semicirculares, con asientos y respaldos de obra, dentro del marco del entramado urbano: «Las exedras arriba mencionadas, que parecen colindar con el pórtico septentrional, y que se muestran de tal tamaño y con tal ornamentación, pueden ser suficientes, por su admirable capacidad y belleza, para la acomodación del público, se atribuirán por concesión. Pero ordenarás que para el uso de las viejas tabernas se asignen los espacios de reunión (platea) que se encuentran al este y al oeste, y que no son transitables porque no tienen acceso abierto y de salida hacia allí desde ningún pasaje (pervias). Aquellos espacios de reunión que se piense que son demasiado humildes y pequeños se unirán al espacio de los pequeños locales vecinos a cada lado, de modo que
9 Véase como ejemplo, PS. LACT. mort. pers. 7.
12 Los emperadores Arcadio y Honorio a Emiliano, Prefecto de la Ciudad de Constantinopla (año 406) (CTh. 15,1,45).
10 Los Emperadores Arcadio y Honorio, Augustos, a Severo, Prefecto de la Ciudad de Constantinopla (año 398) (C. 8, 12 (11),14).
13 Los emperadores Honorio y Teodosio a Isidoro, Prefecto de la ciudad de Constantinopla (año 412) (CTh. 15,1,50).
11 Los emperadores Arcadio y Honorio a Adriano, Prefecto del Pretorio (año 405) (CTh. 15,1,43).
14 Los Emperadores Honorio y Teodosio, Augustos, a Asclepiodoto, Prefecto del Pretorio de Constantinopla (año 423) (C. 11,75,4).
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nada faltará para los asistentes de los lugares antes mencionados o para el pueblo. Por supuesto, si se demuestra que las personas poseen tales pequeños locales de conformidad con una liberalidad imperial o por cualquier otro tipo de regalo o por compra legal tu Magnificencia ordenará a los poseedores que reciban de lo público el precio legal de la propiedad mencionada»15. Los mismos emperadores que emiten la disposición precedente más de una década después abordan de nuevo cuestiones urbanísticas sobre el viario, pero en esta ocasión expresamente para legislar contra las usurpaciones: las vías son total o parcialmente ocupadas por los vecinos; con la expresión “angiportus” se hace referencia a calles estrechas, fruto de estas prácticas ilícitas: «Mandamos, que los que sin la autoridad de un divino rescripto, que haya se der destinado al tribunal de tu alteza, incluyeron en sus casas callejuelas enteras o partes de ellas, o usurparon pórticos, devuelvan sin duda alguna sus antiguos derechos a la sacratísima ciudad; no habiendo de faltar una multa de cincuenta libras de oro, si alguno intentare en lo sucesivo tener tal audacia»16. En el 458, Mayoriano en una constitución manifiesta su preocupación por el urbanismo público del Imperio de Occidente, y pese a que la crisis política y la situación militar es de primer orden, el emperador dedica esta disposición jurídica con tres líneas de actuación: prioridad de las políticas de conservación y reparación sobre las edificatorias, defensa de la propiedad pública ante actos usurpatorios, y derogación de privilegios en materia urbanística (Rodríguez López 1999: 271-289)17. Ahora bien, en Oriente la situación es muy distinta, lo que nos permite comprender la envergadura de la medida adoptada por el emperador Zenón se dirige, en fecha incierta, al Prefecto de la ciudad con una extensa e interesantísima constitución (Malavé 2000), de la que extraigo tres capítulos que abordan la cues-
15 Los emperadores Teodosio y Valentiniano a Constancio Prefecto de la ciudad (Constantinopla, año 425) (CTh. 15,1,53). 16 Los Emperadores Teodosio y Valentiniano, Augustos, a Ciro, Prefecto de la Ciudad (año 439) (C. 8, 12 (11), 20).
tión viaria, y que reproduzco en traducción del original en griego: «Más a nadie que edifica una casa, mediante un callejón o una calle más ancha de doce pies, le sea lícito por esta causa quitar parte de la calle o del callejón y aplicarla a su edificio. Porque hemos fijado que sea de doce pies el espacio entre las casas para que no se lesione lo que es de la República y se les asigne a los que edifican, sino para que no sean más estrechos los espacios entre las casas, y se tenga más amplio, sin que permitamos que sea disminuido, de suerte que se le conserven a la ciudad sus derechos. Mas si un edificio viejo era tal por su antigua forma, que sea más angosto de doce pies el espacio entre una y otra casa, no sea lícito, prescindiendo de la antigua forma, o levantar el edificio o abrir ventanas, si no hubiera por medio diez pies. Porque entonces el que edifica no podrá ciertamente abrir ventanas de vistas, según se ha dicho, que antes no existieren, y abrirá las de luz seis pies más altos que el suelo, sin que se atreva a hacer en sus casas el que llaman suelo falso, abrir ventanas de luz sobre aquella altura de seis pies, y eludir la ley. Porque si esto fuera lícito, las de luz servirían a su vez por causa del falso suelo para los usos de las vistas y perjudicarían al vecino; lo que prohibimos que se haga, pero sin que de ningún modo quitemos el auxilio que por pactos o estipulaciones les competa a los que edifican, si alguno de tal naturaleza les favoreciese por completo» (C.8,10,12,3). «También mandamos, que después de la presente ley no se hagan las que se dicen solanas solamente con vigas y alfajías, sino que se construyan a la manera que llaman romanense, y que haya el intervalo de diez pues entre dos solanas que se encuentren una frente a otra. Y si esto no pudiera hacerse por lo estrecho del sitio, constrúyanse las solanas alternativamente. Pero si el mismo callejón no fuera más ancho de diez pies, no intenten hacer por una ni por otra parte solanas o balcones. Y mandamos que las que se hicieren en la forma dicha disten desde el suelo arriba el espacio de quince pues, y que por virtud de ningún pacto se pongan para conservar su nivel columnas de piedra o de madera en el suelo, o se construyan debajo paredes, a fin de que no se intercepte el aire bajo las solanas construidas, según se ha dicho, en alto, o para que de este modo no se hagan más angostas la callejuela y la vía públi-
17 Nov. Mai 4.
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Figura 2: Detalle del mapa de Madaba (Iglesia de San Jorge en Jordania) (imagen de la autora).
ca. Prohibimos también que se hagan escaleras que empiezan desde el suelo de la callejuela y conducen a las solanas, a fin de que, por virtud de una más sólida estructura, y no estando de este modo más próximas entre si las solanas, sean más leves y raros (¡y ojalá no ocurran nunca!) para la ciudad y los que tienen las casas, y se extingan más fácilmente, los peligros de los incendios. Mas si contra nuestra constitución se hiciera sola o escalera, no solamente será destruido lo que se hizo, sino que también el dueño de la casa sufrirá la multa de diez libras de oro, y el arquitecto o el constructor, que hizo la obra, pagará otras diez libras de oro, y el operario que la fabricó, si no pudiera ser multado por su pobreza, será expulsado de la ciudad habiendo sido azotado» (C. 8, 10, 12,5). «Además de esto mandamos, que a nadie le sea lícito en lo sucesivo obstruir muchas columnas en los pórticos públicos, desde la que se llama columna Miliar hasta el Capitolio, con casas construidas solamente con tablas, o con otras construcciones hechas en los intermedios de las columnas. Mas no excedan tales
casas de seis pues de anchura comprendidas las paredes hacia la plaza, y de siete pies de altura; déjese de todos modos por cuatro columnas libre paso de los pórticos a la plaza; decórense también tales edificios o tiendas por fuera con mármoles, a fin de que sirvan tanto para ornato de la ciudad como para deleite de los transeúntes. Pero las tiendas que se establecen entre las columnas en las otras partes de la ciudad mandamos que en cuanto a las dimensiones y al lugar se construyan conforme hubiere juzgado tu magnificencia que es conveniente a la ciudad, observándose, por supuesto, igualdad para todos, no sea que lo que respecto a unos vecinos se permite, se prohíba para otros» (C. 8, 10, 12,6).
CALLES PROTOBIZANTINAS En Occidente Casiodoro, redacta su obra Variae, en la que no hay una mención específica a las calles; la preocupación principal del autor, e indirectamente de las autoridades públicas que cita, es el robo de estatuas, el abandono de edificios públicos y el de-
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rrumbe de murallas y carreteras; el grado de deterioro es tal que en ocasiones se permite a los ciudadanos el uso de estos materiales para reedificar solares públicos, aunque sea para fines privados. La ruina de los edificios provoca la caída de los materiales constructivos en las calles, pero la inquietud imperial es que queden en tierra sin reutilizar, y no en sí mismo el deterioro; con esta “filosofía” se hace una defensa de la propiedad privada de los materiales caídos de un edificio privado, que no deben ser expoliados por nadie. Con esta mentalidad es claro que quede sin contemplar específicamente como dicha normativa urbanística llega a proteger al buen estado de las calles que soportan tal rapiña, aunque se puede pensar en una interpretación amplia que tales ilícitos serían tolerados si los adoquines y demás estructura vial es aprovechada en pro del ornato o la utilidad pública, tales como la construcción o reparación de murallas (Cass., Var. 2,7). El emperador Justiniano retomará medidas clásicas para en una sociedad aún bajoimperial tratar de crear una conciencia ciudadana en pro de la renovatio imperii; y así por ejemplo, en el ámbito que nos ocupa, se dará nuevamente vigor a aquellos interdictos en defensa de vías públicas, y se dará perpetuamente, y a todos y contra todos (Rodríguez López 2010 y Sasaki 2012: 1-22). No obstante, ni siquiera él con su ambicioso proyecto podrá evitar la situación de grave deterioro del tejido urbano, con lo que ello revela de estancamiento político y económico de los centros urbanos. En el 530 el emperador incide en la usurpación de los espacios públicos como delito a perseguir por las comisiones urbanísticas; en la norma se señala que conviene también que el obispo, y el padre de la ciudad, y los demás hacendados de buena opinión, provean a que ningún lugar civil o público contiguo a los muros de la ciudad, o en los pórticos públicos, o en las calles anchas, o en cualquier otro paraje situado, sea poseído sin título por alguna persona, y que a nadie se dé en arrendamiento ningún local público sin una constitución imperial18. En algunas regiones el programa edilicio de Justiniano consiste en rehabilitaciones, pero en la región 18 Años 530 (C. 1, 4,26,4) y 535 (Nov. 17,15).
de los Balcanes tuvo un carácter fuertemente defensivo; las únicas edificaciones destacables serán las iglesias, con suelos cubiertos de mosaicos, y estas a veces obstruyen la antigua red de calles (Curta 2001: 184). Respecto a Carthago Spartaria, como indica Vizcaíno, se produce una transformación del viario en un contexto de abandono de ambientes públicos o privados; posible reocupación, regresión en el mantenimiento del equipamiento urbano, reutilización del material constructivo, reducción del perímetro fortificado, y proliferación de vertederos intra moenia, entre otros; además de elevación de tiendas improvisadas dentro de las columnas, que estrechan las grandes calles principales (Vizcaíno 2009: 336-337). Por lo que se refiere a las provincias alejandrinas y egipcias, el emperador se dirige al Prefecto augustal, en el prefacio de su disposición decimocuarta, requiriendo su colaboración para cuidar del incremento de las cosas públicas y de los súbditos19; esta aspiración se llega a cumplir en muchos lugares del Imperio justinianeo. Las amplias calles pavimentadas y flanqueadas por pórticos, características de época romana al igual que los barrios reticulados, continúan existiendo y planificándose durante el siglo VI (Walmsley 1998: 143). Según Liebeschuetz el planeamiento geométrico regular de calles de la Antioquía clásica persiste hasta el final del periodo bizantino (1972: 264). Broshi demuestra que existe un sistema de calles de dimensiones estándares en Oriente durante un extenso periodo de tiempo, aunque naturalmente dichas medidas eran solo utilizadas en ciudades planificadas y donde el terreno permitía la regularidad (1977: 232-235)20. 19 Edicto 13, pr. 20 En las excavaciones en la casa de Caiaphas en el Monte Sion se descubrió una sección de una calle pavimentada de 5,4 m de ancho (= 18 pies); previamente en otra excavación se encontraron siete calles de la misma anchura, seis en dicho monte y otra en el Valle Tyropoeon. Lo que es indicativo de una red de calles planificadas en la Jerusalén bizantina. La principal arteria de Jerusalén mide 22 m (72 pies) de ancho, esto es, cuatro veces el ancho de las otras calles. En Gerasa el pórtico central en la Puerta norte es de la misma anchura. La carretera sobre el puente que conduce al Complejo de Artemisa es de 11 m de ancho, dos veces la anterior anchura. El Tetrapylon sur se situa (stands in) en una plaza circular de 43,6 m de diámetro, esto es, cuatro veces la anchura mencionada sobre las calles porticadas de Gerasa, y ocho veces aquellas del sur de Jerusalén. De los planos de las excavaciones el autor deduce que la anchura de la parte central del cardo es 11 m, y la anchura total es de 22 m, como lo es en Jerusalén.
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LA PROTECCIÓN DE LAS VÍAS PÚBLICAS EN LA LEGISLACIÓN POSTCLÁSICA Y JUSTINIANEA
En palabras del historiador Procopio, en su obra de loa a la labor imperial, Justiniano reconstruye en Oriente calles y edificios públicos (Procop. Aed. 2,9,9-11): «El Emperador transformó las ciudades a tal estado de seguridad y belleza que eran más prosperas que antiguamente: Por ejemplo, Antioquia, llamada ahora Theopolis…reconstruyó toda la ciudad, que había sido completamente quemada por el enemigo; y ello hasta el punto de que a los habitantes les era imposible reconocer el solar de sus casas al retirar los escombros, ni se identificaba el lugar de las stoas públicas o de los pórticos columnados, ni del mercado, ni de las calles secundarias, ni las afueras (vías públicas) de la ciudad. Por ello nadie se atrevía a edificar una casa. Entonces rápidamente transportó los escombros tan lejos como fue posible fuera de la ciudad, y liberó el aire y el suelo de todo estorbo; cubrió el suelo despejado de toda la ciudad con piedras cada una tan larga como para cargar un carro. Seguidamente lo distribuyó con stoas y mercados, y dividió todos los bloques de casas por medio de calles, y haciendo canales de agua y fuentes y alcantarillas, todo eso de lo cual ahora la ciudad presume, él construyó teatros y baños, ornamentando la ciudad con todos los edificios públicos por medio de los cuales la prosperidad de una ciudad es ganada para ser mostrada…» (Procop. Aed. 2,10,1-19). También resulta interesante mencionar el “Extracto de leyes o costumbres, usadas en Palestina”, tomado del escrito de Juliano de Ascalón, arquitecto (531-533). El contexto jurídico del tratado es el de las relaciones de vecindad tal y como las concibe el derecho postclásico, con acuerdos plasmados en contratos escritos. No obstante, en diversos parágrafos se trata de proteger tanto las pinturas sitas en lugares públicos, como los pórticos públicos, y las avenidas comerciales, los pasajes, calles, avenidas, y plazas. Las edificaciones en la ciudad pueden alcanzar tres o cuatro pisos, y disponen de canalones, cisternas, letrinas, desagües. Existen numerosos espacios verdes (jardines y huertos en la misma ciudad y en las afueras), y Juliano anima a que proliferen, aunque advierte igualmente de los potenciales daños que pueden producir. Las vistas entre las casas sitas en los dos lados opuestos de una calle tienen una distancia establecida para evitar que los habitantes discutan y se corrompan los unos a los otros
recíprocamente. No se deben evacuar las aguas usadas hacia una avenida, plaza, pórtico público, calle o cualquier otro lugar de paso público, ya sea en la ciudad o en el pueblo, en razón a daños causados a los que pasan. En los locales utilitarios de una sola planta (depósitos, establos, tabernas, puestos a modo de tenderete) el servicio da hacia el interior, y no a la calle, plaza, pórticos públicos, avenidas de comerciantes o pasajes poseídos en copropiedad. Tampoco pueden poner un toldo ni asientos, ni estacionar ningún animal en la calle, ni colocar pesebres (con ello se evita también el peligro que los animales pueden ocasionar a los viandantes). Pero si se reedifica doblando la planta el poseedor de la casa que utiliza como establo, taberna, etc., conserva tales destinos en las condiciones susodichas, puesto que tiene una servidumbre. Incluso se establece en el tratado un control de los voladizos. Dada la extensión de esta normativa, a título de ejemplo, para que se pueda percibir el lenguaje y su entidad pormenorizada, he seleccionado dos pasajes: «En el caso de un local nocturno o una tienda de este tipo, se debe cambiar la ubicación de la puerta, y no se debe permitir que nadie que construya una habitación instale un toldo, bancos o esteras para dar de beber a los que reclaman, en la calle o en el lugar: el servicio se llevará a cabo solo dentro del local»21. «En una palabra, ninguna canaleta, ninguna tubería de aguas residuales, debe descargar de la casa a una avenida, una plaza, un pórtico público, una calle o cualquier lugar de paso del público, ya sea en la ciudad o pueblo debido al daño causado a los transeúntes»22. Por lo que se refiere al mosaico de Madaba, se percibe en la sección descriptiva de Askalón dos calles porticadas, de la ciudad de Ascalón, que se cruzan; indica Donner que en la intersección de ambas había una cúpula sostenida por dos columnas (1992: 65). Ahora bien, ello no quiere decir que no sea irremediable el deterioro y la plasmación de una nueva concepción urbanística (Ruiz 2018: 143-162). En este sentido, Evans afirma que ciudades como Atenas, Antioquía o Cartago el antiguo ágora y las 21 Tratado de Ascalón, 17, 3. 22 Tratado de Ascalón, 46, 4.
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calles porticadas se ven invadidas por edificaciones privadas, tales como casas o tiendas, sin que las tradicionales leyes contra la usurpación de espacios públicos puedan evitar estos atentados urbanísticos (1996: 227). Los comercios tienden a trasladarse desde el foro o el ágora hasta las calles porticadas, como ya se percibe también en el Código Teodosiano, pese a que las comisiones de urbanismo persiguen la usurpación de espacios públicos. También afecta a la supervivencia y buen estado de la red vial urbana el hecho de que las competencias urbanísticas quedarán suspendidas para determinadas autoridades políticas por la codicia de muchos gobernantes que tradicionalmente ven en el sector de la construcción beneficios económicos, o previsibles réditos políticos23. En el 540, Antioquía sufre la humillante conquista persa, y la deportación a gran escala de sus habitantes, y posteriormente habrá repetidos terremotos y plagas (Kennedy 1992: 181-185). A ello han de unirse las necesidades militares que recomiendan que se priorice la supervivencia de la población y la defensa militar debiendo el general sacrificar la estructura urbana; para ello ha de reducir el terreno contenido en las murallas y se ha de favorecer que las calles sean angostas e intrincadas. A este respecto es interesante el Tratado anónimo militar De strategia. En este contexto se comprenden las palabras de Agatías, quien comenta críticamente el urbanismo de la ciudad, que agrava el caos ciudadano en caso de catástrofe natural: «En todas partes las casas de la ciudad están tan juntas y pegadas unas a otras que sería muy raro ver algún espacio libre, despejado y sin obstáculo alguno» (Agath, Hist. 5,3,6.). Resulta difícil pensar que las referencias de Isidoro, obispo de Sevilla, puedan ser aplicables a la realidad postjustinianea de muchos lugares del antiguo Imperio romano. Su perspectiva es muy interesante pues nos lleva directamente a esas ciudades tardías, más visigodas, que protobizantinas; empobrecidas 23 En el Epitome graecae const. Iustiniani ex Bas., C. 10,30,4,8, los Padres de la ciudad y los poseedores de buena reputación debían proveer a fin de que ningún lugar civil o público, sito junto a las murallas, o en los pórticos públicos, o en los templos, o en otra parte fuese retenido sin título por alguien, o para que se diese un lugar público a alguien sin sacra disposición; porque los que fueren dados por los Padres de las ciudades indebidamente, se revocarían, y sufrirían el perjuicio los que los hubieren recibido.
en su romanidad, en un contexto de omnipresencia pública, pero sin olvidar totalmente su identidad cívica. La descripción de las vías en el libro XV dedicado a los edificios y los campos (de aedificiis et agris), concretamente a las urbanas en el capítulo segundo (de aedificiis publicis) y a las carreteras y caminos públicos en el capítulo decimosexto (de itineribus)24. Para el escritor las calles son solo espacios públicos entre ínsulas, lo que nos retrotrae prácticamente, evidentemente salvando las distancias espacio-temporales, a la concepción viaria de los primeros tiempos de la República romana: «Viae (calles) son los espacios estrechos que quedan entre las manzanas de casas» (Isid. 15,2,22). No obstante, se detiene, en describir, conforme a su comprensión, estructuras viales que aún persisten en Oriente. Incluso en dichos párrafos nos explica el significado del término griego plateia, Isidoro nos ilustra, pues, “como enciclopedista visigodo” sobre la existencia de grandes avenidas a modo de arteria urbana principal y calles que discurren a partir de aquellas transversalmente (Isid. 15,2,23-24). Finalizo así esta condesada exposición del tratamiento dado por los romanos a las viae. Sería interesante poder contrastar que entendían los legisladores tardoimperiales y protobizantinos por espacios públicos, por ornato, y como medían el aumento de las cosas públicas, pues el panorama urbano claramente se modificó vacilantemente. Muchas constituciones tienen valor propagandístico, y son más bien un desideratum. Pese a ello, comparto la visión de Saradi, para quien los emperadores del siglo VI llegaron a admitir que el espacio público urbano en su forma clásica se había ya desintegrado en un nuevo modelo arquitectónico, y esa nueva dinámica urbanística no sería nunca más violada (1994: 308). 24 “Via es el lugar por donde puede caminar un vehículo; y se la llama via por el tráfico de los vehículos (vehiculum) que van y la de los que vienen” (Isid. 15,16,4); “Toda via es pública o privada. Es pública la que se haya en suelo público y está abierta a toda la gente. Tales caminos pertenecen al mar o a las ciudades. Es privada la que se ha concedido en el municipio por el vecino” (Isid. 15,16,5); “La calzada (strata) se dice así como si estuviese triturada (trita) por los pies de la gente” (Isid. 15,16,6); “Y las calzadas de los caminos, ya desgastadas por los pies de la muchedumbre” (Lucrecio 1,315); “La calzada está además empedrada, es decir, recubierta de piedras… El agger es el centro de la calzada, un poco levantada y pavimentada también con piedras aglomeradas; deriva de agger, es decir, amontonamiento…” (Isid. 15,16,7).
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LA PROTECCIÓN DE LAS VÍAS PÚBLICAS EN LA LEGISLACIÓN POSTCLÁSICA Y JUSTINIANEA
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L A O C U PA C I Ó N DE PÓRTICOS Y CALZADAS URBANAS E N L A H I S PA N I A TA R D OA N T I G UA : ALGUNAS LÍNEAS MAESTRAS* Manuel D. Ruiz Bueno Universidad de Córdoba mdruizbueno@gmail.com
Resumen
Abstract
El callejero de las ciudades hispanorromanas no permaneció ajeno a los cambios que trajo consigo la transformación de la civitas clásica en la ciudad tardoantigua. Entre las alteraciones más significativas destaca la ocupación de pórticos y calzadas por todo tipo de construcciones públicas y privadas. Las últimas investigaciones han puesto de relieve que se trata de un proceso cada vez más precoz y en el que intervinieron multitud de agentes. Frente a las hipótesis tradicionales, creemos que la privatización parcial o total de determinadas calles fue regulada en mayor o menor medida por las autoridades o por la propia comunidad. En todo caso, la Antigüedad Tardía se caracterizó por la persistencia de los principales ejes viarios preexistentes.
The hispano-Roman street plan did not remain oblivious to the changes brought along with the transformation of the classical civitas into the Late-antique city. Among the most notable alterations in this period, we can highlight the occupation of a number or porticos and roads by all kinds of public and private buildings. The latest research actions are revealing an increasingly precocious process in which many different agents intervened. In contrast to the traditional view, we believe that the partial or total occupation of several streets was regulated to a greater or lesser extent by the authorities or by the community itself. In any case, Late Antiquity was defined by the persistence of the main preexisting street axes.
Palabras clave
Key Words
Calles, Pórticos, Hispania, Antigüedad Tardía.
Streets, Porticos, Hispania, Late Antiquity.
* Agradecimientos: La elaboración de este texto hubiese sido imposible de no haber sido por la invitación al Coloquio Internacional “Ruptura y continuidad del callejero de la ciudad clásica en el tránsito del Alto Imperio a la Antigüedad Tardía”, por parte tanto de sus directores (Manuel H. Olcina y José Miguel Noguera), como de Carlos Márquez, a quienes damos las gracias por ello. Igualmente, agradecemos a otros autores de la presente monografía el habernos proporcionado información en muchos casos inédita.
L A O C UPAC IÓN DE P ÓRT IC O S Y C A L Z A DA S URB A NA S EN L A H I S PA NI A TA RD OA N T IG UA
L
a ocupación parcial de pórticos y calzadas en ámbito urbano ha sido una constante a lo largo de la Historia, habiéndose constatado períodos en los que dicho fenómeno fue especialmente intenso y generalizado, como es la Antigüedad Tardía. Frente a otras regiones del Imperio donde contamos con un considerable volumen de información escrita (jurídica y, en menor medida, literaria), como Roma y el levante mediterráneo1, en la península ibérica la documentación disponible es de carácter eminentemente arqueológico. La privatización puntual de calles y calzadas se conoce desde al menos la década de 1970 en Baelo Claudia (Didierjean, Lunais y Paulian 1978) o Conimbriga (Alarcão y Etienne 1977: 166 ss.). Pese a ello, no ha sido hasta prácticamente finales de la década de 1990 en adelante, cuando dicho fenómeno ha recibido la atención de la comunidad científica, tal y como resulta evidente en el pionero trabajo de J. Ma. Gurt (20002001), que cuenta con un epígrafe dedicado única y exclusivamente a la desestructuración del callejero urbano. A dicha contribución podemos sumar la monografía de P. Diarte (2012) sobre las transformaciones de los espacios públicos hispanorromanos en época tardoantigua -con un adendum titulado El entramado viario en las ciudades de Hispania-, o más recientemente, un artículo que sintetiza la transformación del callejero hispanorromano entre los siglos II-VII, y donde los episodios de privatización tienen un papel destacado (Ruiz Bueno 2018). A nivel regional, la tesis doctoral de N. Romaní (2012 y 2019) sobre la configuración y evolución del entramado viario in urbe de seis de las principales ciudades del conventus Tarraconensis (Baetulo, Barcino, Emporiae, Iesso, Iluro, Tarraco y Valentia), constituye una excelente y modélica aproximación al tema, ya que además incluye y analiza más de 40 episodios de ocupación del viario identificados en las citadas ciudades a lo largo de los seis primeros siglos de nuestra era. Si damos el salto a nivel local, es necesario aludir a los precursores trabajos de M. Alba (2001 y 2002) relativos a la capital lusitana y que siguen constituyendo obras de obligada consulta. Además de 1 Véase al respecto Saliou (2005) y el trabajo de R. Rodríguez López en este volumen.
haber analizado el callejero emeritense desde una perspectiva diacrónica, dicho investigador planteó sugerentes ideas como la probable e ininterrumpida regulación de los episodios de privatización, así como cierta permisividad a la hora de cumplir la legislación relativa a la ocupación de las vías. A dicho estudio hay que sumar otros circunscritos a determinadas calles, como ocurre con el kardo maximus de Córdoba (Ruiz Bueno 2014-2015) o Mataró (Cerdà et al. 1997). Ante tales antecedentes, nuestra presente contribución tiene como principal objetivo presentar una serie de líneas maestras derivadas de las distintas investigaciones llevadas a cabo hasta la fecha, pero también complementar, actualizar y matizar determinados datos recogidos en una publicación previa (Ruiz Bueno 2018).
REGULACIÓN FRENTE A DESCONTROL. EL PAPEL DE LAS AUTORIDADES Y/O DE LA COMUNIDAD El viario urbano, de carácter siempre público (Zaccaria 1995: 260), quedó regulado mediante una profusa legislación destinada, entre otros fines, a dificultar, frenar y obstaculizar la ocupación de pórticos y calzadas. La tutela de las viae publicae era ejercitada por vía administrativa y judicial, recurriéndose en gran medida a la emisión de interdictos2 con el fin de garantizar su protección (Ponte 2010: 116). Gracias al Digesto de Justiniano conocemos varios de ellos emitidos en época severiana que reflejan la necesidad, ya hacia finales del siglo II - inicios del III, de poner freno a determinados abusos (Ponte 2007: 191 ss. y 2010: 116 ss.). Así, advierte el Digesto que «El Pretor prohíbe edificar en lugar público y propone el interdicto» (D. 43.8.1); «Que no se haga o introduzca nada en la vía o camino público por lo cual se deteriore esta vía» (D. 43.8.2); «Restituirás a su
2 En palabras de V. Ponte (2007: 178): «el interdictum procede de la autoridad romana y lo emite a petición de un ciudadano particular; se dirige a otro sujeto para imponerle una determinada conducta», solucionando rápidamente una situación conflictiva y evitando la lentitud e inconvenientes propios de un proceso ordinario.
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primer estado lo que hayas hecho o introducido en vía pública o en camino público, por lo que esta vía o este camino sea peor o se deteriore» (D. 43.8.2.35), o «Si con el pretexto de repararla alguien deteriora la vía, que sufra un castigo. Porque no puede, el que se ampara en el interdicto para reparar, hacer la vía más ancha, ni más larga, ni más alta, ni más baja, ni echar grava en una vía de tierra, ni empedrar una vía que sea terrera, o, al contrario, convertir una vía pavimentada con piedra en una vía de tierra» (D. 43.11.1.2). A pesar lo expuesto, el Derecho Romano contemplaba la posibilidad de ceder un bien de dominio público3 para el uso, disfrute o explotación de un privado, lo que suponía una excepción al principio sobre el servicio colectivo al que se vinculan los bienes públicos (Ponte 2010: 80). Como resultado «el ciudadano, en ejercicio de un título particular como el arriendo, tenía el disfrute de un lugar público». A una concesión «siempre va unido su correspondiente vectigal o contribución que se impone a cambio de la ventaja que supone la misma. Gracias a la concesión por parte de la autoridad que resulta legitimada aparecen entre las entradas del fisco los vectigalia que se exigen por el uso de lugares públicos» (Ponte 2010: 80). Esta concesión a cambio de una contribución también resulta evidente en D. 43.8.2.17, donde se recoge que «si alguien hubiera edificado en lugar público sin que nadie se lo impidiera no se le debe obligar a que derribe, pues no hay que afear a la ciudad con ruinas» y «si tal edificio estorba al uso público es cierto que el procurador de las obras públicas deberá abatirlo, o si no estorba, imponer un solario: esta renta se llama así porque se paga el solar».
sus casas callejuelas enteras o parte de ellas, o usurparon pórticos, devuelvan sus antiguos derechos a la muy sagrada ciudad, sin que falte una multa de cincuenta libras de oro, si alguien intentara en lo sucesivo atreverse de tal modo». Si nos centramos en la Península Ibérica, este traspaso regulado de determinados tramos de pórticos o calzadas a particulares resulta evidente en Astigi, puesto que la ampliación de una domus en el siglo III a costa del kardo maximus (reduciéndose la superficie de tránsito de 5,88 a 2,94 m) se realizó de forma ordenada, al repararse la pavimentación que restaba de la calle (García-Dils y Ordóñez 2006: 12). Este control también se ha defendido en Augusta Emerita, donde M. Alba (2002: 381) considera que la cesión de tramos viarios concretos pudo ser una fuente de financiación extra para la colonia. En cualquier caso, los episodios de privatización acaecidos a lo largo de los siete primeros siglos de vida de Mérida no fueron generalizados, «primero porque la vía, como lugar de paso, siguió siendo necesaria, indicio de su vigencia, articulando los accesos a los espacios de habitación» y «segundo, porque algún tipo de poder local seguiría velando por mantenerlas para uso público» (Alba 2002: 389-390).
Como resultado, la legislación permitía la cesión de un determinado espacio público (vías incluidas) a cambio de algún tipo de contraprestación. Una normativa vigente hasta en el siglo VI en, al menos, la zona oriental del Imperio, donde contamos además con otros testimonios literarios y jurídicos dignos de mención (Saliou 2005), como es el caso de una ley de 439 (C. 8.11.20) según la cual «mandamos que, sin la autorización de un rescripto destinado al tribunal de tu alteza, aquellos que incluyeron en
Aun cuando el caso emeritense es paradigmático por ser uno de los mejor conocidos y estudiados, conviene tener en cuenta que no todos los núcleos mantuvieron su rango urbano a lo largo de la Antigüedad Tardía e, incluso, con anterioridad. Es cierto que no tenemos constancia de una ocupación o anulación generalizada de las vías urbanas y, por tanto, de la imposibilidad de desplazarse y acceder a los distintos inmuebles, pero también es verdad que un debilitamiento de las instituciones locales parece haber traído consigo un incremento en los episodios de privatización, sea el período que sea. Valga como ejemplo Baetulo, puesto que la arqueología ha puesto de relieve varios inmuebles que invadieron la vía pública a finales del siglo I d.C. - inicios del II4, cuando también hay constancia de una colmatación puntual de la red de alcantarillado (Padrós y Sánchez 2014: 94). Para N. Romaní (2012: 490): «la proliferació d’ instal·lacions de caire privat ocupant
3 Incluidas las vías, tal y como aparece recogido en D. 43.8.2.pr. (Ponte 2010: 80).
4 Sobre los episodios de ocupación del entramado viario de la Badalona romana, véase también el trabajo de J. Mª. Gurt et al. en esta monografía.
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Figura 1: Estancias de los siglos V-VIII que ocuparon un tramo del decumanus maximus de Tiermes ( fotografía E. Dohijo).
la via pública és un més dels elements que reafirma la debilitat del poder de la ciutat, o bé absent (per la qual cosa els propietaris veuen via lliure per ampliar les seves llars o negocis a costa del espais comuns) o bé suficientment dèbil com per no fer caure el pes de la llei sobre els infractors».
variados como Baelo Claudia, donde la superficie
En fechas más avanzadas, a partir de época bajoimperial, el panorama descrito para Badalona será el denominador común en las ciudades de Hispania, cuando se multiplicaron los episodios de ocupación del viario público (vid. infra). En aquellos núcleos que mantuvieron su rango urbano es muy probable que las autoridades locales (civiles o religiosas) regularan esta práctica con el fin de evitar perjuicios en la circulación, problemas entre vecinos o la imposibilidad de acceder a determinados espacios. Más difícil es determinar qué pasó en aquellos asentamientos de rango secundario en los que hay testimonios de ejes viarios ocupados en fechas bastante tardías. En este grupo se pueden incluir lugares tan
ca tardía» tabernae donde se trabajaban los meta-
de circulación por un tramo del decumanus maximus se redujo sensiblemente (de 5,70 a 2 m) hacia el siglo VII (Didierjean et al. 1978: 453); Munigua, puesto que en la Calle de las Termas (cuya anchura oscila entre 4-5 y 6-8 m) se establecieron «en époles y se cocinaban alimentos (Schattner 2003: 76), o Tiermes (Fig. 1), con tres estancias de los siglos V-VIII «compuestas por muros asentados sobre sillarejo irregular sin liar» y que anularon la circulación por un tramo del decumanus maximus (Dohijo 2012-2013: 156 y 171). Especialmente significativa es la diferente evolución del decumanus maximus de Baelo Claudia y Tiermes, puesto que el hecho de que la circulación se interrumpiese en un núcleo (y en otro no) quizás responda a un desigual control por parte de la comunidad y de las autoridades por entonces vigentes.
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Figura 2: Córdoba: inmuebles de carácter público que ocuparon puntualmente dos puntos del kardo máximo (modificado a partir de Ruiz Bueno 2014-2015: figs. 2, 3 y 7).
FENÓMENO DETECTADO EN FECHAS CADA VEZ MÁS TEMPRANAS
necesario esperar al período comprendido entre fi-
Frente a la historiografía tradicional, que consideraba la ocupación de las calles un rasgo característico de época bajoimperial en adelante, las intervenciones arqueológicas han puesto de relieve un proceso más precoz y que cobra sentido si nos atenemos a la propia legislación, ya que esta lo permitía (vid. supra). Si exceptuamos determinados episodios puntuales entre época tardorrepublicana y flavia, motivados en gran medida por la construcción o reforma de grandes complejos monumentales5, será
donde hay evidencias claras de episodios esporádi-
nales del siglo I d.C. y mediados del II cuando, ahora sí, disponemos de un variado elenco de ciudades
5 Por su especial incidencia en el callejero destacan las alteraciones derivadas tanto de la construcción y crecimiento de diversos complejos monumentales emeritenses (véase el trabajo de P. Mateos en este
cos de privatización. Valgan como ejemplo aquellos testimonios procedentes de Asturica Augusta, Barcino, Bracara, Augusta, Colonia Patricia, Clunia o Emporiae (Ruiz Bueno 2018: 145), pero también de núcleos como Iesso, con un kardo minor invadido parcialmente hacia finales del siglo I d.C. - inicios volumen), como de la edificación del forum novum de Colonia Patricia (Portillo 2018: 46-48). Tampoco podemos olvidar los cambios motivados por la reconstrucción del área forense de Valentia que siguió a la destrucción de la urbe por Pompeyo en el año 75 a.C. (Romaní 2012: 867-869) y, a una escala ya menor, la ocupación parcial de una calle de Lucentum por parte de las termas de la muralla hacia época julio-claudia (Olcina et al. 2014: 209).
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del II a raíz de la ampliación de un edificio termal (Romaní 2012: 201). Aun cuando dichas ocupaciones continuaron a partir de finales del siglo II y a lo largo del III, como ocurre en Baelo Claudia6, Barcino7, Los Bañales de Uncastillo8, Olisipo9 y, sobre todo, en diversas calles emeritenses10, el rasgo más significativo que caracterizó a esta etapa fue la desigual alteración en la imagen de ejes viarios importantes como el kardo maximus de Astigi (García-Dils 2015: 120), Augusta Emerita (Ayerbe 2005: 116) o Colonia Patricia (Fig. 2). A este respecto, es bastante llamativo que los cambios más destacados no se detecten en calles secundarias o periféricas, sino que resulten evidentes en las arterias principales. Por si fuera poco, en Écija y, especialmente en Córdoba, tenemos construcciones que invadieron la mitad (o incluso más) de la superficie de circulación disponible (pórticos y calzadas), sin que podamos dar respuesta a unas alteraciones tan radicales respecto a la situación precedente. En relación con el caput provinciae bético, ya hemos puesto de relieve previamente que quizás se deba a factores como la excesiva anchura del kardo maximus de línea de fachada a línea de fachada (22 m), el alto nivel de ocupación y urbanización del espacio intramuros o la necesidad de construir nuevas edificaciones públicas en una fase de especial dinamismo edilicio (Ruiz Bueno 2014-2015: 102). Se trata de planteamientos factibles y sugerentes, pero que no terminan de explicar de forma satis6 En un trabajo previo (Ruiz Bueno 2018: 151), aludimos a un kardo minor cuyo extremo meridional quedó anulado a partir del siglo III con motivo de la edificación de una cetaria, basándonos para ello en Bernal et al. (2007: 216-218). No obstante, gracias a una reciente revisión de la documentación arqueológica disponible, sabemos que dicha amortización tuvo lugar a partir de época tardo-antoniniana o primo-severiana. Remitimos al trabajo de D. Bernal et al. en esta monografía. 7 La anchura de un decumanus minor se redujo en un punto de 9,5 a 7 m a raíz de la ampliación de una cetaria (Beltrán de Heredia 2005: 195). 8 En dos kardines se han detectado episodios de ocupación fechados hacia finales del siglo II. Véase al respecto el trabajo de J. Andreu et al. en este volumen. 9 Hacia el siglo III parece haberse datado la interrupción de la circulación por una calle de 2,80 m de ancho, debido a la construcción de varios muros transversales a la vía que definieron distintos ambientes de funcionalidad desconocida (Amaro 1995: 340-341). 10 Valga como ejemplo el pórtico meridional de un decumanus minor, ya quedó completamente privatizado entre finales del siglo II y principios del III (Nodar 2005: 63-64).
factoria dicha ocupación, ya que queda el interrogante de saber el motivo por el que las autoridades optaron por sacrificar parte del entramado viario en lugar de derribar (previa compra, adquisición o expropiación) ciertas construcciones preexistentes. Por si fuera poco, el decumanus maximus meridional de la ciudad también fue sometido a modificaciones similares que fueron coetáneas a un cambio en la orientación respecto a la situación precedente (Ruiz Bueno 2014), sin que tampoco podamos dar explicaciones concluyentes. Al margen de dicha cuestión, lo que si resulta evidente es que las autoridades toleraron e incluso promovieron dicha usurpación de la superficie de circulación, pues ellas mismas participaron (vid. infra).
GENERALIZACIÓN DE LOS EPISODIOS DE OCUPACIÓN A PARTIR DEL SIGLO IV La reducción en la anchura de determinados ejes viarios urbanos se incrementó sensiblemente a partir de momentos avanzados de la tercera centuria y del siglo IV. Este salto cuantitativo parece detectarse o intuirse en aquellas ciudades que mantuvieron su rango urbano a lo largo de la Antigüedad Tardía y cuyo callejero (intramuros) ha sido analizado exhaustivamente. Hacia dicha dirección apunta la documentación arqueológica procedente de Carthago Nova, puesto que en fechas recientes han podido detectarse en el Parque Arqueológico del Molinete varios fenómenos de ocupación datados entre los siglos V-VI11. Más abundante es la información relativa a Augusta Emerita, donde a la espera de un estudio en profundidad de la evolución de su callejero (y si descartamos los cambios motivados por la construcción o remodelación de varios complejos monumentales en el siglo I d.C.), una lectura preliminar de la documentación disponible ha permitido identificar unos 36 episodios12, de los cuales unos
11 Remitimos al trabajo de Mª. V. García-Aboal et al. en este volumen. 12 Una veintena recogidos en el catálogo de J. Acero (2018) en su obra sobre la gestión de los residuos urbanos en Augusta Emerita y a los cuales hemos añadido unos trece en la zona de la Alcazaba y de Morería -citados por M. Alba en varios de sus estudios (2001, 2002, 2004 y 2005)-, además de otros tres repartidos por otros puntos de la ciudad (Sánchez Sánchez 2000; Feijoo 2002).
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Figura 3: Barcelona en el siglo VI con indicación de aquellos espacios públicos privatizados ( foro y calles), y de la extensión de los grupos episcopales en esta centuria (modificado a partir de Beltrán de Heredia 2017: fig. 14).
16 se pueden fechar con seguridad desde el siglo IV en adelante, y otros seis hacia los siglos III-IV. Este incremento en los episodios de ocupación fue coetáneo a una privatización indiscriminada de las calzadas y pórticos emeritenses, aunque detectándose ya desde el siglo II una especial predilección por estos últimos (Alba 2001: 420), que también parece constatarse tanto en Bracara Augusta (Ribeiro 2008: 281-288), como Complutum (Rascón y Sánchez 2015: 202 y 207) desde momentos avanzados de la tercera centuria.
dicha dinámica, contamos con al menos diez episodios13 de los cuales siete se pueden fechar con seguridad a partir de finales del siglo III en adelante (Fig. 3). Otro ejemplo destacado es el de Valentia, ya que el registro arqueológico refleja unos nueve fenómenos de ocupación, habiéndose fechado cinco a partir de la cuarta centuria (Romaní 2012: 88-89). Dichos datos no han sido ajenos a N. Romaní en su citado estudio sobre el callejero de las ciudades de este conventus (2012: 946), ya que se-
En cuanto a las ciudades del convento jurídico tarraconense, destaca el ejemplo de Barcino. Si excluimos los tramos del intervallum inmersos en
13 A los siete identificados por N. Romaní (2012: 607-608) hemos sumado otros tres documentados en fechas más recientes en el entorno de la iglesia de San Just i Pastor, en la plaza de Sant Miquel y en el Arxiu Administratiu (Beltrán de Heredia 2013: 20-22 y 46, 2017 y 2019).
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gún dicha investigadora «és sobretot a partir de s. II en endavant, amb especial incidència entre els ss. IV i VI, quan les invasions es fan més corrents i generalitzades». Con independencia del tipo de superficie ocupada, la labor investigadora realizada por N. Romaní (2012: 945) ha puesto de relieve una proliferación, a medida que avanzamos en el tiempo, de determinados tramos viarios donde la circulación quedó completamente anulada. Se trata de un proceso en el que los complejos episcopales tuvieron un papel destacado, tal y como ocurrió en Barcino (Fig. 2). Tal tendencia también parece intuirse en Corduba, puesto que el presumible crecimiento y monumentalización del grupo episcopal en los siglos V-VII14 debió afectar a una considerable área intramuros y a diversos ejes viarios que probablemente fueron absorbidos y/o inutilizados. En relación con Córdoba, al contrario que en las ciudades descritas, la ciudad presenta una imagen algo diferente, puesto que frente a unos ocho episodios de privatización fechados entre la segunda mitad del siglo II y las primeras décadas del tercero (Ruiz Bueno 2016: 137-142), tan solo tenemos constancia de unos siete comprendidos en el marco temporal que se extiende entre los siglos III y V (Ruiz Bueno 2016: 194-203 y 275-288). El hecho de que en casi tres siglos tengamos prácticamente la misma cantidad que en un período de 60-70 años (correspondiente grosso modo con época severiana) creemos que está motivado en gran medida por la escasa información acerca de la evolución del callejero cordobés a partir de la tercera y cuarta centuria, sin que apenas conozcamos calles claramente en uso desde el siglo V en adelante.
14 Las estructuras que se han venido adscribiendo al citado complejo están siendo revisadas en el marco del proyecto DIDACTA (Digitalización e investigación de documentos y archivos científico-técnicos sobre Arqueología). La recuperación del legado material de D. Félix Hernández Giménez (1889-1975) dirigido por A. León Muñoz y J. A. Garriguet Mata, lo que está repercutiendo en un mayor conocimiento de dicho espacio y su entorno inmediato, incluyendo el entramado viario.
DIVERSIDAD DE INMUEBLES PARTICIPANTES En la ocupación del viario público participó una gran variedad de construcciones de distinta funcionalidad y propiedad, pudiéndose distinguir a grandes rasgos cuatro protagonistas principales:
Edificios vinculados a las autoridades civiles Desde fechas muy tempranas, el poder (municipal, provincial o imperial) promovió la construcción de edificaciones que, en ocasiones, privatizaron parcial o totalmente determinados ejes viarios, obligando en algunos casos a la creación de nuevas calles. Entre los ejemplos más precoces tenemos los complejos forenses, puesto que su erección y/o reforma desde época tardorrepublicana y a lo largo del siglo I d.C. motivó importantes alteraciones en el entramado viario, tal y como ha podido detectarse en Augusta Emerita, Colonia Patricia o Valentia (vid. supra). Tampoco podemos olvidar la anulación de determinados ejes con motivo de la edificación de inmuebles de espectáculos como el teatro de Bracara Augusta (Fig. 4A), ya que su erección a inicios del siglo II implicó el arrasamiento de algunas construcciones preexistentes y la inutilización de tres ejes viarios (Martins et al. 2015: 328). Más abundantes son los casos de establecimientos termales públicos cuya edificación, reforma o ampliación entre finales del siglo I d.C. y a lo largo del II, afectó al callejero de ciudades como Bracara Augusta (Martins et al. 2011: 89), Carteia (Tabales et al. 2008: 84-86), Emporiae (Aquilué et al. 2006: 210), Iesso (Romaní 2012: 201), o Iluro (Revilla y Cela 2006: 94). La disminución de la importante actividad constructiva pública desarrollada entre época tardorrepublicana y la primera mitad del siglo II, fue coetánea a un descenso en los episodios de ocupación del entramado viario por parte de inmuebles vinculados al poder público. Si exceptuamos la privatización puntual del kardo maximus de Augusta Emerita (Ayerbe 2005: 116), y Corduba (Ruiz Bueno 2015: 89-91) en varios momentos del siglo III (Fig. 2), los testimonios más tardíos nos llevan a Complutum (Fig. 4B), con un tramo de un decumanus
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Figura 4: A. Implantación del teatro de Bracara Augusta sobre el entramado viario prexistente, con la consecuente anulación de determinadas calles (según Martins et al. 2015: fig. 9). B. Episodios de privatización en el decumanus IV de Complutum: termas públicas (1) y thermopolium (2) (modificado a partir de Rascón y Sánchez 2015: fig. 3).
inutilizado a raíz de la construcción de unas nuevas termas públicas entre el último cuarto del siglo III y el primer cuarto del IV (Rascón y Sánchez 2015: 2016). Por el contrario, a partir del siglo IV serán los edificios asociados a la Iglesia los que participen de forma más activa en la ocupación del callejero.
Edificios vinculados a las autoridades eclesiásticas La cuarta centuria supuso el arranque de un lento pero imparable aumento tanto del poder de la Iglesia y de su jerarquía eclesiástica, como del número de adeptos a la religio christiana. El resultado fue una paulatina cristianización de la topografía que tuvo su reflejo material, entre otras evidencias, en todo tipo de edificaciones (grupos episcopales, iglesias urbanas y suburbanas, etc.) que, en ocasiones, también ocuparon parcial o totalmente determinados ejes viarios, alterando a veces amplios sectores del callejero preexistente. Especialmente significativos son los cambios motivados por la instalación, reforma y crecimiento de los grupos episcopales de Barcino (Beltrán de Heredia 2013, 2017 y 2019), Corduba (vid. supra)
o Valentia15 (Ribera 2013: 679-680), ya que no solo supusieron la ocupación de amplios tramos de calles, sino que ocasionalmente también se constata un cambio respecto a la orientación precedente. También es importante la alteración detectada en Astigi, con un edificio funerario del siglo V que ocupó por completo un tramo de unos 20 m del kardo maximus, anulando por tanto la circulación en este punto (García-Dils 2015: 475 ss.), o en Lucus Augusti, con una construcción, quizás una iglesia, que invadió parcialmente el trazado del kardo maximus en un momento indeterminado del siglo VI16. Fuera ya del espacio urbano, la instalación de complejos suburbanos martiriales como la basílica meridional del Francolí en Tarraco (Fig. 5), también implicó cambios en la red viaria. En este últi15 Frente a lo expuesto en anteriores publicaciones, las alteraciones afectaron a un kardo que en época altoimperial no funcionó como el kardo maximus de Valentia, ya que dicha función fue asumida en estos momentos por otra calle en sentido Norte-Sur situada al Oeste del foro e identificada en fechas recientes. Por lo tanto, la reforma del grupo episcopal en el siglo VI no implicó el cese de la circulación por un tramo del kardo maximus de Valentia, sino por un kardo minor. Véase al respecto el trabajo de I. Escrivà et al. en este mismo volumen. 16 Remitimos al trabajo de E. González Fernández en esta monografía.
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Figura 5: A. Planta del complejo suburbano tarraconense del Francolí con indicación de la vía anulada a raíz de la construcción de la basílica meridional (modificado a partir de López Vilar 2006: fig. 270). B. Pórtico de un kardo emeritense ocupado por la domus aledaña (según Alba 2000: lám. 3). C. Muros de los siglos V-VII localizados al Este del foro de Conimbriga y que, en ocasiones, se levantaron sobre ejes viarios preexistentes (según Alarcão y Étienne 1977: planche 53).
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mo caso, «la seva edificació va comportar el desviament de la via romana, que va ser desplaçada cap a l’est, de manera que el seu traçat descriu una corba bastant forçada per darrere de l’absis» (López Vilar 2006: 250).
Viviendas e instalaciones industriales pertenecientes a individuos destacados En palabras de A. Zaccaria (1995: 260), «I casi di occupazione della via publica da parte de un privato», son «molto rari prima del II sec.». Se trata de una reflexión extrapolable a la Península Ibérica, donde con anterioridad a dicha fecha tenemos algunos ejemplos que, salvo excepciones, responden a casuísticas peculiares. Valga como ejemplo Emporiae, donde la ocupación del tramo final de un kardo en época augustea (a raíz de la ampliación de la domus 1) se ha puesto en relación con las transformaciones urbanísticas derivadas de la integración del núcleo helenístico en la ciudad romana a finales del siglo I a.C. (Romaní 2012: 114). Por el contrario, el crecimiento de domus a costa de pórticos y calzadas sí resulta más común a partir del siglo III y, sobre todo, IV, cuando la incorporación de balnea, estancias de prestigio absidadas, etc. a viviendas de origen anterior, obligó a acondicionar espacios tanto privados (otras estancias, tabernae, viviendas colindantes, etc.), como públicos (García Entero 2005: 744). La construcción de baños privados a costa de calles resulta evidente en la Barcelona, Mérida y Tarragona del siglo IV (García Entero 2005: 746-747 y Perich 2014: 137-138), mientras que los ábsides han podido detectarse en Barcino (Beltrán de Heredia 2013: 20) o Complutum (Rascón y Sánchez 2015: 209-210). En otros casos nos encontramos ante estancias domésticas, no siempre de funcionalidad conocida (Fig. 5), que también participaron en esta dinámica, tal y como ocurre a lo largo de los siglos III-IV en Astigi (García-Dils 2015: 120, 137 y 205), Augusta Emerita (Alba 2000: 287), Corduba (Martín 2012: 105-108), Lucus Augusti (González Fernández y Carreño 1999: 1181), por citar solo algunos ejemplos. Al margen de las citadas viviendas, en los últimos años también ha sido posible identificar construcciones industriales o comerciales que en determinados casos parecen haber pertenecido a indivi-
duos destacados. En Barcino tenemos un sector de carácter industrial que se amplió a costa de un decumanus y un kardo minor (Beltrán de Heredia 2013: 18 y 21-22), o una cetaria que en el siglo III ocupó un pórtico aledaño y que pudo ser propiedad del personaje que residía en la domus aledaña (Beltrán de Heredia 2005: 195), mientras que en Baelo Claudia tenemos una cetaria que pudo estar en manos de un gran consorcio industrial y que a partir de época tardoantoniniana o primoseveriana ocupó un kardo (vid. supra). Otros ejemplos que también habría que tener en cuenta, aun cuando no podemos precisar la titularidad exacta de tales inmuebles, son los de Complutum (Fig. 4B), con un establecimiento de tipo thermopolium (caracterizado por su calidad edilicia) que ocupó el pórtico de un decumano17 (Rascón y Sánchez 2017: 130); Iulia Traducta, con un probable edificio posterior al siglo IV, integrado por varias estancias (posible tabernae, puestos de cambistas o tiendas de enseres) y que invadió un decumano (Bernal et al. 2018: 240); o Iesso, puesto que un tramo del kardo maximus quedó parcialmente ocupado por un establecimiento vinícola del siglo V (Romaní 2012: 142), situado quizás en las inmediaciones de un viñedo que debió de pertenecer a un individuo importante (Uscatescu 2004: 49-50). Por el contrario, más difícil es determinar la titularidad exacta de multitud de pequeñas instalaciones artesanales y comerciales que, con motivo de su construcción, o reforma ocuparon el entramado viario ya desde momentos avanzados del siglo II como ocurre en Colonia Patricia (Castillo et al. 2010: 410) o Mérida (Alba 2004: 75).
Establecimientos residenciales y/o productivos usados por individuos con un limitado nivel socioeconómico Las intervenciones arqueológicas también han documentado determinadas construcciones más modestas que participaron en los citados episodios de
17 Dicha invasión del espacio público parece haber tenido lugar con anterioridad a los primeros años del siglo III. Véase al respecto el trabajo de S. Rascón y A. L. Sánchez en este volumen.
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ocupación. Salvo algunos ejemplos precoces como el de Asturica Augusta, con una vía parcialmente invadida a mediados del siglo II por «construcciones bastante endebles trabadas con arcilla» (Burón 2006: 295), se trata de evidencias sensiblemente más tardías, tal y como ocurre en Italica, puesto que en la margen derecha del kardo maximus se documentaron «viviendas pobres, por lo general de un solo espacio, cuyos muros se aparejan de forma defectuosa con materiales reutilizados» (León Alonso 1988: 14) que podrían fecharse hacia la segunda mitad del siglo IV (León Alonso 1988: 119). Otros ejemplos son los de Corduba, con un pórtico de un decumanus minor reconvertido en la primera mitad del siglo V en un establecimiento doméstico en el que «tanto la escasa calidad del material constructivo como el alto grado de reutilización de elementos anteriores denotan su carácter humilde» (Hidalgo 1993: 109); Toletum, con un eje viario parcialmente ocupado hacia los siglos IV-V por estructuras de hábitat integradas por un nivel de suelo, un hogar y «un muro de mampostería de factura pobre» (Rojas et al. 2007: 299); Augusta Emerita, con un kardo minor en cuyo pórtico se instalaron, a partir del siglo V dos fraguas o talleres de fundición de materiales y, con posterioridad, cinco habitaciones dispuestas en batería (Ayerbe 2007: 197 ss.); Conimbriga (Fig. 5), con diversos muros de los siglos V-VII «repostant sur la terre, faits de pierres irrégulières non liées, et de direction non ordonnée, éléments d’un hábitat fruste d’une population» que frecuentemente «obstruent les axes de circulation» (Alarcão y Etienne 1977: 166); o Lucus Augusti, puesto que en pleno siglo VI se ha detectado la ocupación del decumanus maximus «por varios muros, de construcción muy precaria, con los cuales cabe asociar una serie de pequeños hornos de fundición, ya que la abundancia de escoria sugiere la presencia de un taller metalúrgico”18. Frente a lo que se podría pensar, la presencia de dichas construcciones no partió necesariamente de gente con limitados recursos que, por voluntad propia, decidieron construir tales edificaciones. Las investigaciones llevadas a cabo en varias ciudades del Mediterráneo Oriental podrían apuntar hacia la ce-
18 Remitos de nuevo al trabajo de E. González Fernández en este volumen.
sión de determinados tramos de calles a individuos destacados quienes a su vez los pudieron arrendar a individuos con menor nivel socioeconómico (Ellis 1998; Saradi 1998: 20 y Saliou 2005: 213), lo que nuevamente reflejaría algún tipo de control y regulación, ya sea por las autoridades locales o por la propia comunidad.
A MODO DE CONCLUSIÓN. LA PERSISTENCIA DE LOS EJES PRINCIPALES En la década de 1920, P. Lavedan formuló la denominada como «La loi de persistance du plan» que defiende la continuidad de lo esencial de las líneas y de los espacios urbanos. Esta línea de investigación ha sido abordada por estudiosos como P. Pinon (2001: 184), para quien «en las ciudades, a menudo los recorridos, y por ello las circulaciones son permanentes» y «los accesos se hallan ligados a las rutas que no cambian más que raramente. Todo ello determinada que el trazado de las calles conozca generalmente una cierta permanencia». Dichas reflexiones, en realidad atemporales, son perfectamente válidas para dos de las principales vías que definieron a las ciudades hispanorromanas, como son (en el caso de la superficie intramuros), el kardo y el decumanus maximus. La documentación arqueológica disponible atestigua el mantenimiento generalizado de dichos ejes a lo largo de la Antigüedad Tardía, pese a su privatización puntual o total en determinados puntos, tal y como ocurre en Córdoba. Las importantes alteraciones detectadas o intuidas en el decumanus y el kardo maximus cordobés ya desde los siglos II-III no han impedido la pervivencia de ambos ejes hasta la actualidad, dada su importancia en la articulación interna de la ciudad (Ruiz Bueno 2014 y 2014-2015). En el caso del extremo más meridional del kardo maximus, y si nos atenemos al recorrido tradicionalmente propuesto, es evidente que la construcción y monumentalización del complejo episcopal supuso la presumible interrupción de la circulación por un tramo de más de 75 m (Ruiz Bueno 2014-2015: 101). La solución pudo haber sido una redirección del tráfico hacia una calle aledaña (perpetuada en la actual c/ To-
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rrijos) que parece haber sido sometida a una cierta monumentalización, al haberse identificado lo que parece ser un espacio columnado que se abriría al lado oriental de la calle y que formaría parte del grupo episcopal19. La interrupción en el recorrido del kardo maximus también resulta evidente en la Astigi del siglo V (vid. supra), aunque con la diferencia de que ignoramos la alternativa que se estableció ante el corte de la circulación por un tramo de la citada vía. Por el contrario, en Valentia se ha podido demostrar que la circulación por el kardo maximus no parece haber quedado anulada en la Antigüedad Tardía, por lo que la ciudad se sumaría a lo que viene siendo la tónica general. Dicha tendencia también parece detectarse en el espacio extramuros, tal y como ocurre en el suburbio portuario de Tarraco, analizado monográficamente en una reciente tesis doctoral. Así, pese a algunos episodios puntuales de privatización o de ligero desplazamiento de determinadas vías, lo cierto es que la desarticulación de los principales ejes no tuvo lugar hasta el siglo VII (Lasheras 2018: 663). En cualquier caso, la exacta pervivencia de los principales ejes viarios en la Antigüedad Tardía (y con posterioridad) es un tema en el que habrá que seguir profundizando, sobre todo en ciudades como Carmo (Galera, Gayoso y Jiménez 2009: 22 ss.) donde se intuye, pero sin que dispongamos de evidencias arqueológicas. El estudio tanto de los episodios de ocupación, como de la evolución de los límites parcelarios podrá aportar gran luz al asunto, tal y como ha quedado demostrado en varias ciudades galas o del Mediterráneo Oriental (Pinon 2001 y 2008).
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19 Datos provisionales obtenidos en el marco del citado proyecto DIDACTA.
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DOS VISIONES D E TA R R AC O E N LOS AÑOS 122 D.C. Y 420 D.C. CONTINUIDAD Y RUP TURA DE UN TE JIDO URBANO Joaquín Ruiz de Arbulo Bayona Universitat Rovira i Virgili de Tarragona joaquin.ruizdearbulo@urv.cat
José Javier Guidi-Sánchez Universitat Rovira i Virgili de Tarragona j_j.sanchez@hotmail.com
Resumen
Abstract
La visita del emperador Adriano a la ciudad de Tarraco en el invierno de los años 122-123 y los ambientes urbanos descritos tres siglos más tarde en el relato de la epístola 11* de Consencio, nos sirven de hitos históricos para comparar la evolución y transformación del urbanismo de la capital provincial.
The visit of Emperor Hadrian to the city of Tarraco in the winter of the years 122-123 and the urban environments described three centuries later in the story of the 11* letter of Consentius, serve as historical milestones to compare the evolution and transformation of urban planning in the provincial capital.
Palabras clave
Key words
Tarraco, Foro Provincial, Praetorium Consulare, Necrópolis paleocristiana, Centelles.
Tarraco, provincial Forum, Praetorium Consulare,Paleo-christian cemetery, Centelles.
D O S V I S IONE S DE TA RRAC O EN LO S A ÑO S 1 2 2 D. C . Y 42 0 D. C .
E
l emperador Adriano visitó Tárraco en el invierno del año 122 un momento en que la ciudad había alcanzado finalmente su pleno desarrollo urbano. La construcción de sus principales monumentos públicos se hallaba ya concluida en los primeros decenios del siglo II. La ciudad se había consolidado como una gran capital provincial y su puerto servía de soporte a una intensa actividad comercial (Mar y Ruiz de Arbulo 2011 y Mar et al. 2015). Para el viajero que llegaba a Tárraco por mar, la ciudad aparecía elevada y dominante. Marcial (10,104) anuncia en uno de sus libritos enviado a su Bílbilis natal que tras la travesía por mar desde Roma alcanzaría «Hispanae pete Tarraconis arces», “los alcázares de la hispana Tárraco”. Este carácter de fortaleza elevada fue siempre insignia de la ciudad. También Ausonio (23,12) y Paulino de Nola (20,233), ya en el siglo IV, la seguirían describiendo de igual forma: «arce potens Tarraco» “la poderosa ciudadela de Tárraco”, «et capite insigne despectans Tarraco pontum» “y Tárraco que contempla el mar desde su elevada peña”. Todas estas entusiastas descripciones responden al impacto visual que producía desde el mar la orde-
nación urbanística de Tárraco en sucesivas terrazas monumentales que se iban elevando desde la fachada portuaria. Destacaban en primer lugar, las dos plazas del foro de la colonia presididas por el capitolio y la gran basílica jurídica, junto a la fachada del vecino teatro (Mar, Ruiz de Arbulo y Vivó 2010 y 2011 y Mar et al. 2013). Más atrás, en lo más alto de la colina, en el interior del viejo recinto delimitado por las murallas republicanas, se construiría dominante en época de Tiberio el gran templo de Augusto en mármol blanco de Carrara, rodeado en época de los flavios, entre los años 69 y 96, por el gigantesco recinto que denominamos el foro provincial (Ruiz de Arbulo 2007 y Mar et al. 2015). La visión desde el mar de esta superposición de grandes fachadas con el altísimo muro post-scaenam del teatro en primer término, justo sobre ella la columnata octástila del templo forense capitolino y más arriba, en lo alto de la colina, el enorme recinto foro provincial presidido por las ocho columnas de mármol blanco del gran templo de Augusto, con sus dos grandes plazas superpuestas a diferentes alturas y el circo anexo a sus pies, resultaba sin duda espectacular (Fig. 1; ver una restitución digital completa en
Figura 1: Restitución en tres dimensiones de la ciudad de Tárraco en el siglo II (ilustración de F. Gris, en el marco de los trabajos del grupo SETOPANT integrado por R. Mar, director, J. Ruiz de Arbulo, D. Vivó, J. A. Beltrán-Caballero y F. Gris).
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J o a q u í n Ru i z d e A r b u l o B ayo n a / J o s é J av i e r G u i d i - S á n c h e z
www.tarraco360.com). Era ciertamente la imagen de una gran ciudad helenística, semejante a la que Diodoro (19,45 y 20,83) al describir en el siglo IV a.C. el urbanismo de la gran ciudad de Rodas definiría como una composición de tipo “teatroide”: el paisaje urbano definido por sucesivas grandes terrazas porticadas ordenadas en altura. Por debajo de la larguísima fachada con arcos del circo que cerraba el conjunto provincial, se extendía la ciudad propiamente dicha, un amplio espacio urbano compuesto por una trama de ínsulas regulares creadas ya a fines del siglo II a.C. que ocuparon todo el espacio intramuros (Mar et al. 2013: 106-156). En la parte baja de esta trama urbana, sobre la carena de 20 m de altura que separaba la ciudad de la vaguada portuaria se situaban como hemos dicho el foro de la colonia y el vecino teatro tal como habían quedado configurados a lo largo del siglo I d.C. Seguía finalmente la explanada portuaria articulada en torno al gran muelle de pilares (Ruiz de Arbulo 2003), con hileras de almacenes que se extenderían hasta la paleodesembocadura vecina del río Francolí y los muelles transversales de madera que permitirían la descarga de las embarcaciones (Mar et al. 2015 y Terrado 2019). Este paisaje urbano se completaba con dos áreas suburbiales extramuros, cuya urbanización se apoyó en la red de vías públicas y en los caminos hacia los campos y propiedades adyacentes (Ciurana y Macías 2010). El primero de estos suburbios ocupaba los laterales de la vía Augusta en dirección a Barcino y Roma. Grandes monumentos funerarios flanquearían el trazado de la vía y áreas de necrópolis compartirían los espacios traseros con campos de cultivo, casas suburbanas y pequeñas instalaciones industriales (TED’A 1988). Aquí se situó igualmente, entre la vía y la vecina playa, el gran anfiteatro extramuros (TED’A 1990; Ruiz de Arbulo 2006; Mar et al. 2015: 213-237). La segunda gran área suburbial se organizó en torno a las vías que desde la ciudad descendían hacia el cauce del Francolí y el puente que permitía atravesarlo. Era un área extensa, densamente edificada y de gran actividad que se prolongaba hasta el vecino puerto conformando el emporium portuario de la ciudad (PAT 2007 y Rodríguez, Ruiz de Arbulo y Montero 2016).
En Tárraco, las vías exteriores de comunicación y la posición de las puertas no habían variado respecto a los ejes reguladores formalizados en la época de Augusto, excepto por la importancia de la nueva vía transversal delante del circo que permitía a la vía Augusta desde época flavia atravesar toda la ciudad circulando ante la larguísima fachada de cincuenta y seis arcos del circo (Mar, Ruiz de Arbulo et al. 2015: fig. 134 y Mar et al. 2018: 140-157). Este fue el nuevo elemento que en las grandes ciudades romanas del Alto Imperio permitiría definir los recorridos principales: grandes avenidas dotadas de pórticos monumentales o plateia como soporte de las actividades comerciales (Bejor 1999). El desarrollo de grandes estructuras públicas como foros, teatros y grandes termas públicas había generado amplios muros externos de delimitación que sirvieron de apoyos para la formación de series de tabernae con formas regulares ordenadas exteriormente en hilera a lo largo de las grandes calles y colindantes con largos porticados. Las manzanas o insulae delimitadas por los ejes viarios serían ocupadas de forma difusa por casas, comercios y almacenes, pero también santuarios, sedes colegiales y termas públicas, que conocemos de forma difusa por toda la ciudad a través de los hallazgos arqueológicos y los epígrafes (Mar y Ruiz de Arbulo 2011 y Mar et al. 2015). Otra vía costera, pasando junto al anfiteatro extramuros conduciría a la parte baja de la ciudad y desde allí permitiría a través de otra gran avenida decumana alcanzar la posición angular del foro de la ciudad, pasando antes junto a la fachada superior del vecino teatro, dominante sobre el barrio portuario. Ambas grandes vías actuarían en realidad como los ejes reguladores de los principales recorridos en la ciudad complementados con un eje principal norte-sur que unía la vaguada portuaria y el recinto provincial. Se trataba de un viejo camino de unión entre el puerto y el castrum romano del siglo II a.C. sobre una torrentera que fue urbanizada con una gran cloaca de sillería construida a fines del siglo II a.C. (Mar et al. 2013: fig. 37). Esta vía transversal de comunicación entre el puerto y la parte alta actuó como el kardo maximus de la primera planificación urbana de fines del siglo II a.C. y permaneció en uso durante toda la vida de la ciudad antigua. Convertida hoy en la calle Unió sigue siéndolo en la ciudad contemporánea.
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Figura 2: Restitución del complejo arquitectónico del foro provincial donde tuvo lugar la gran asamblea de las tres provincias convocada por el emperador Adriano (dibujo de F. Gris, en el marco de los trabajos del grupo SETOPANT).
Recuerda la Historia Augusta que en el año 122, Adriano, tras recorrer Britannia y las Galias, pasó el invierno en Tárraco. La visita del emperador tenía un objetivo fundamental: presidir una excepcional y única reunión conjunta de los tres consejos provinciales con el fin de conseguir nuevas levas de tropas. La propuesta provocó un rechazo directo de los provinciales que no dudaron en enfrentarse directamente... ¡con el propio emperador! (SHA. Vit.Hadr., 12): «...Convocó a todos los habitantes de Hispania a una asamblea en Tárraco y cuando los colonos itálicos rechazaron burlándose, como dice literalmente Mario Máximo, la leva y los demás vehementísimamente, deliberó con prudencia y decidió con cautela...». La excepcional reunión tuvo lugar con toda probabilidad en el área del foro provincial, en lo más alto de la ciudad. Como decíamos, denominamos el
“foro provincial” de Tarraco a una gigantesca construcción arquitectónica de carácter unitario que constaba de tres recintos diferenciados situados a diferentes alturas a modo de tres grandes terrazas (Fig. 2). En la parte superior, un área sacra o recinto de culto porticado rodeaba el templo de Augusto levantado en época de Tiberio, un templo de orden gigante realizado enteramente con mármol de Luni/Carrara. Seguía una enorme plaza inferior de 320 x 175 m, dimensiones que la convierten en una de las más grandes de todo el mundo romano. Esta segunda plaza estaba delimitada por un porticado perimetral levantado sobre un podio y rodeada a su vez por larguísimos criptopórticos traseros con varios pisos de altura. En último lugar, un circo situado en posición transversal cerraba el conjunto arquitectónico. La interpretación del enorme recinto provincial pudo realizarse a través de los epígrafes de numero-
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sos postamentos estatuarios encajados en los muros de las casas de la ciudad medieval y moderna en los que siempre aparece mencionado como dedicante el concilium provinciae Hispaniae citerioris, abreviado con el acrónimo PHC (Alföldy 1973; RIT y Ruiz de Arbulo 2007). Este concilium pHc aparece ofrendando estatuas a los diui y las diuae, es decir, los emperadores y emperatrices divinizados, también al emperador reinante y su entorno familiar. También dedicando estatuas a los flamines y flaminicae provinciales, a personajes destacados en la administración provincial, patronos de la provincia y miembros del concilium por méritos específicos; por ejemplo, al encabezar delegaciones y embajadas ante el emperador. Como su nombre indica, el concilium pHc era una asamblea de delegados de las colonias y municipios de toda la provincia, que una vez al año se reunían en Tarraco para participar en las ceremonias anuales del culto imperial y elegir el flamen anual del culto (Alföldy 1973). Un honor, como el sacerdocio provincial, significaba un considerable gasto personal de quien ocupaba el cargo, tanto por su carácter munerario, como organizador de espectáculos, como en su vertiente de dedicatorias estatuarias y obras de evergetismo. Pero en realidad, detrás de las parafernalias religiosas del concilium dedicadas al culto de los dioses emperadores se ocultaba una razón corporativa mucho más pragmática. La reunión anual en Tarraco permitía a las élites urbanas de la provincia conocerse entre ellas, plantear alianzas matrimoniales y discutir sobre sus problemas comunes, esencialmente fiscales y territoriales. Si era necesario, la asamblea se convertía en un mecanismo de presión, enviando embajadas ante el emperador o buscando la protección de patronos muy influyentes. Era ciertamente un sistema de participación colectiva en el boato que representaban el poder y sus ceremoniales, también de una vía de ascenso social que permitía a los ricos provinciales mejor dispuestos situarse para el ascenso hacia los selectos órdenes ecuestre e incluso senatorial. Por todo ello, el concilium pHc fue una eficaz herramienta corporativa para defender los intereses particulares del amplio y selecto colectivo de los decurionales; “…auténtico motor económico de la sociedad romana provincial
garantes con sus inversiones de la estabilidad y de la prosperidad de sus ciudades respectivas. Si era necesario eran capaces, como nos muestra el relato de la visita de Adriano, de enfrentarse públicamente ¡con el propio emperador!”
LOS INICIOS DEL CAMBIO SOCIAL Y URBANÍSTICO Pero la explosión de actividad edilicia y ornamental vivida con los emperadores flavios y antoninos no pudo durar siempre. Los ricos ciudadanos que habían asumido los programas evergéticos y la dedicatoria de espectáculos se vieron incapaces de asumir la subida de los precios y la fuga de capitales que había supuesto bajo Trajano el traslado a Roma de grandes familias hispanas admitidas en el ordo senatorial (Mar y Ruiz de Arbulo 2011 y Mar et al. 2015: 255). A mediados del siglo II los nuevos flamines provinciales procedían ya en su totalidad de los conventos jurídicos del norte peninsular, los más pobres y menos urbanizados (Alföldy 1998 y Ruiz de Arbulo 2007: n. 31). Eran los primeros síntomas de una situación que prácticamente estallaría cuando Marco Aurelio, en la década de los años 160/170 se vió obligado a atenuar la presión fiscal en favor de los hispanos: «trató con moderación a los hispanos, extenuados por la Itálica adlectio y por los preceptos de Trajano» (HA, Vit. Marci, 11.7 y Panzram 2002). Las décadas de los años 170 y 180 trasladaron de nuevo a Hispania acontecimientos bélicos que parecían ya olvidados en el recuerdo colectivo. La Bética, una provincia senatorial sin presencia de tropas de guarnición fue atacada en los años 171-172 por incursiones de mauri, moros procedentes de África. Las tierras pirenaicas y la frontera entre las provincias tarraconense y narbonense fueron también escenario de la “guerra de los desertores” (bellum desertorum), actuaciones de grupos de bandoleros, desertores del ejército y campesinos arruinados que bajo el mando de Materno en los años 187 y 188 se extendieron por la Galia, donde finalmente fueron derrotados por el general Pescenio Níger (Arce 1981 y Mar y Ruiz de Arbulo 2011). Siguió la crisis del año 193, tras los asesinatos sucesivos de los emperadores Cómodo, Pértinax y Didio
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Juliano y un imperio fragmentado con los nuevos mandatos de Septimio Severo en Roma, Pescenio Níger en Oriente y Clodio Albino en Occidente. Pero el gran cambio urbano se produjo con las victorias de Septimio Severo sobre Níger en el 194 y finalmente sobre Albino en la batalla de Lugdunum del 197. Entre los partidarios de Albino, se encontraba una parte de la gran nobleza hispánica incluida en la lista de los 41 senadores que Severo haría ejecutar y sus fortunas pasarían al patrimonio personal del emperador (SHA, Sev., 13). Fue en este momento histórico, entre los años 197 y 208, cuando la epigrafía y la arqueología tarraconenses nos muestran por igual evidencias significativas de grandes cambios urbanos. En esas fechas, el gran teatro de Tárraco fue abandonado como edificio público (Mar, Roca y Ruiz de Arbulo 1992). Las grandes cloacas de desagüe del teatro se colmataron con vertederos, también la piscina del gran ninfeo adyacente y pequeñas edificaciones se fueron instalando sobre los dos pedestales anexos para cráteras monumentales, utilizando para hacer sus muros, lápidas y ornamentos arquitectónicos extraídos del edificio teatral. Una actuación así, evidencia que los duoviros habían dejado de patrocinar los ludi scaenici tradicionales y que los ediles responsables del mantenimiento edilicio habían olvidado las estrictas normas legales de la dignitas urbana referente, nada menos, que a uno de los principales edificios públicos de la ciudad. En el foro provincial se produjo el final de las grandes reuniones anuales del concilium pHc y su sustitución por un nuevo modelo centralizado y cortesano de simbología, administración y justicia provincial (Alföldy 1973 y Ruiz de Arbulo 1993). En los inicios del siglo III, los hallazgos epigráficos corresponden exclusivamente a nuevos pedestales estatuarios dedicados a los praesides o nuevos gobernadores provinciales por parte del personal militar de sus officia respectivos, legionarios y suboficiales especialistas procedentes siempre de la legio VII (Alföldy 1969, Rankov 1999, Mar et al. 2015: 312313 y Moralejo 2019). Recordemos que en las oficinas del gobernador se debían preparar los informes relativos a toda la actividad militar de la provincia: traslados, ascensos, licencias y nuevos reclutamientos, además de redactar las sentencias judiciales y llevar al día la correspondencia.
Estaban al mando del princeps officium, un jefe del gabinete con grado de centurión y su segundo, el optio praetorii, al frente de todos los subordinados: dos o tres cornicularii; en referencia al corniculum, pequeño cuerno puesto en el casco como decoración al valor, responsables de correspondencia y reparto de los asuntos a tratar, con grado de decuriones. Tenían como ayudantes a los adiutores officii corniculariorum, con categoría de soldados immunes; quaestionarii, implicados en la actividad judicial, librarii, notarii, exceptores, tesserarius y exacti, distintos tipos de secretarios, archiveros y copistas. También dos o tres commentarienses, de grado inferior, responsables del archivo y de los procesos verbales judiciales. Un grupo aparte estaba compuesto por los agentes de policía. Eran estos en primer lugar los speculatores, agentes de información, encargados de detenciones e interrogatorios. Seguían los beneficiarii o correos que aseguraban las comunicaciones en el interior de la provincia con diferentes stationes repartidas a lo largo de la misma, y en tercer lugar los frumentarii, mensajeros más allá de los límites de la provincia, pero también espías y ejecutores. El pedestal ofrendado en los años 202-205 al praeses Hedius Rufus fue ofrecido por dos cornicularii, dos commentarienses y diez speculatores, que podemos considerar la plana mayor de su officium (RIT 140). En el caso del pedestal ofrendado a Flavius Titianus, entre los años 199-208 los militares que acompañaban al princeps officii eran 38 pero desconocemos sus cargos respectivos (RIT 135). Este mismo gobernador, Titus Flavius Titianus y su mujer Postumia S[i]ria dedicaron durante su mandato un postamento votivo a la tríada capitolina, los Penates y el genius praetorii consularis (RIT 34): I(ovi) O(ptimo) M(aximo) / Iunoni / Minervae / Genio praetorii / consularis / diis Penatibus / T(itus) Fl(avius) Titianus / leg(atus) Augg(ustorum) pr(o) pr(aetore) / Postumia S[i]ria / eius / dicaverunt. El pretorio como edificio de gobierno provincial y residencia del gobernador está bien documentado por la Arqueología y la Epigrafía en el caso de Caesarea Maritima (Cotton y Eck 2001). También en Lugdunum, Ara Agripinensium o Mogontiacum, los gobernadores del Alto Imperio habían contado
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con pretorios, auténticos palatia organizados como suntuosas villae con peristilos, espacios públicos y privados, grandes salas de audiencia y dependencias para los officiales destinados al servicio provincial (Haensch 2004). Por el contrario, nada parecido encontramos en Tarraco, Corduba y Emerita Augusta a pesar de que sabemos que las tres ciudades contaban con idénticos equipos de gobierno de rango consular. Ahora, sin embargo, en los inicios del siglo III, estos homenajes a los nuevos praesides nos permiten asignar el concepto de praetorium consularis a la totalidad del gran conjunto arquitectónico de la provincia (Ruiz de Arbulo 2008 y Mar et al. 2015: 312). Una denominación que en realidad simplemente resaltaría las funciones de gobierno, justicia y administración que desde su origen ya habría tenido el gran conjunto público tarraconense, pero que ahora adquiría un protagonismo mucho mayor en una sociedad romana que en los inicios del siglo III estaba asistiendo a un proceso imparable de concentración del poder exclusivamente en torno al emperador y sus hombres de confianza más directos. La desaparición de las dedicatorias de la asamblea provincial, la pérdida total de su antigua influencia y su sustitución por los officiales al servicio de la administración provincial no hace sino evidenciar el proceso de “militarización” de la administración imperial potenciado por Septimio Severo y mantenido por sus sucesores (Ruiz de Arbulo 1993). Pocos años más tarde de estos homenajes estatuarios el anfiteatro fue restaurado por el nuevo emperador Heliogábalo, un príncipe sirio cuyo breve mandato de cuatro años fue calificado de funesto por Dion Casio. La obra se efectuó en el año 221 y quedó acreditada por una larguísima inscripción grabada sobre el pretil o balteus del podio que rodeaba toda la arena (TED’A 1990, Alföldy 1997 y Ruiz de Arbulo 2006). Como Heliogábalo nunca estuvo en las provincias occidentales, la restauración del anfiteatro de Tarraco debe ser considerada una medida de propaganda política mediante un acto de mecenazgo dirigido a la élite provincial. Pero al mismo tiempo acredita que los notables locales en los inicios del siglo III eran ya incapaces de asumir la restauración del más popular y frecuentado de sus grandes edificios públicos.
Entre los años 238 y 265 Tárraco vivió de forma pacífica los años de la anarquía militar. A pesar de la pésima situación financiera del Imperio con devaluaciones continuas de las monedas en circulación, las comunicaciones marítimas continuaban activas y la ciudad recibía de forma regular desde África las producciones de vajilla de mesa de la Terra Sigillata Africana C, las cerámicas africanas comunes y las ánforas de aceite africanas, mauritanas y tripolitanas. En el foro de la ciudad, el ordo decurionum tarraconensium dedicó una estatua al emperador Filipo “el Árabe” entre los años 245 y 249 pero desde luego ya no debía poseer el impulso evergético y munificente de épocas pasadas. En su lugar apareció una nueva élite política y económica representada por los grandes funcionarios de la administración provincial cuya protección no dudaron en solicitar los tarraconenses. Fueron personajes como M. Bombio Rustico (RIT 156), advocatus fisci, aclamado en el foro como patrono de Tárraco y de toda la provincia Citerior hemos de imaginar que no tanto por su liberalidad munificente sino mejor por la seriedad e imparcialidad de sus decisiones judiciales. Un caso similar fue el patronazgo que el splendidisimus ordo Tarrac(onensium) ofreció igualmente a mediados del siglo III al senador M. Caecilius Novatianus (RIT 129), legatus iuridicus, es decir, asistente del gobernador en los asuntos judiciales, que recibió los apelativos de abstinentissimo, iustissimo y disertissimo. Pero el acontecimiento que influiría de forma más notable en el devenir de la ciudad en los siglos venideros tuvo un carácter penal. El día 16 de enero del año 259, los líderes de la comunidad cristiana tarraconense, el obispo Fructuoso y sus diáconos Augurio y Eulogio eran quemados vivos en la arena del anfiteatro durante las persecuciones de Valeriano por negarse a aceptar la divinidad del emperador en un proceso martirial que fue descrito por un testimonio contemporáneo (Actes dels martirs 1991). Sus restos fueron trasladados a un área de necrópolis situada junto al río Francolí utilizada como lugar de encuentro por la incipiente comunidad cristiana. Tan solo un año después, en el 260, Tárraco, orgullosa capital de una de las provincias más extensas e importantes del Imperio, una ciudad con quinientos años de historia, sede del gobierno, la justicia y la administración provincial fue ocupada en un rápido golpe de
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Figura 3: Planta esquemática de la ciudad de Tárraco con indicación de sus áreas principales sobre el parcelario de la actual Tarragona (según Ruiz de Arbulo 2012).
mano por tribus de germanos francos sin ninguna experiencia en tácticas de asedio. Llegados a la ciudad, la ocuparon sin lucha, se apoderaron de las naves ancladas en el puerto y se embarcaron en dirección a África (Aurelio Victor, De Caes. 33, 3; Orosio, VII, 22, 7-8; Eutropio, VIII, 8). Nunca hasta entonces la ciudad había sido atacada. El saqueo de una gran ciudad romana, muy lejos de las fronteras, por una horda bárbara fue un suceso con una gran carga simbólica que impactó fuertemente en los historiadores del siglo IV y marcó sin duda un punto de inflexión en el desarrollo urbanístico de la ciudad. Las fronteras del Imperio habían dejado de ser barreras infranqueables y las ciudades, que atraían a los invasores por su concentración de riquezas, ya no eran seguras.
LA REUTILIZACIÓN COMO PRIMERA EVIDENCIA DE CAMBIO SOCIAL El primer documento epigráfico posterior a la incursión germana, es una escultura dedicada en los
años 270-275 al emperador Aureliano y su esposa Ulpia Severina, por M. Asidio, vir perfectissimus a studiis, un procurador tarraconense en el palacio imperial (RIT 87). El pedestal, por primera vez, reaprovechaba un monumento forense anterior, el basamento de una estatua privada dedicada a un tal Clodio Charito por un amigo (RIT 457), algo que habría resultado inconcebible un siglo atrás. Pero a partir de entonces la reutilización de los monumentos forenses por las nuevas élites urbanas pasaría a ser un fenómeno habitual. En una fecha imprecisa del siglo III o inicios del IV el podio de la arena del anfiteatro fue revestido con un nuevo placado marmóreo. Una de estas placas correspondía a una lámina recortada de un pedestal forense dedicado al magistrado urbano y prefecto marítimo T. Claudio Paulino en los inicios del siglo II (RIT 167, TED’A 1989: fig. 140 y Ruiz de Arbulo 1993: 111, nota 84). El ordo de la ciudad había desaparecido. En su lugar, los praesides gobernadores aparecen como los nuevos responsables de las construcciones y restauraciones, no sólo en el recinto provincial, sino en
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los monumentos urbanos de distinto signo como termas o porticados. Las thermae Montanae fueron restauradas por el praeses M. Aurelius Vicentius (RIT 155) y la Porticum Ioviae (basilicae?) por el praeses Iulius Valens, en nombre de los emperadores Diocleciano y Maximiano entre los años 286 y 293 (RIT 91). Pero tampoco estas ofrendas de los gobernadores reflejan el poder económico de épocas pasadas. Resulta elocuente que los emperadores Caro, Licinio y Constantino fueron homenajeados a partir de un único pedestal reaprovechado originario de finales del siglo I d.C. y dedicado a un tal Licinio Laevino por su madre (RIT 171). Un viejo postamento del que paulatinamente se fueron ocupando todas sus caras. En el año 283 el bloque epigráfico se aprovechó para grabar la dedicatoria de una estatua dedicada al emperador Caro por el praeses y senador Aurelius Valentinianus (RIT 89 = CIL II2, 14, 2, 929). En el año 312, el pedestal fue girado de nuevo y ofrendado a Licinio por el praeses Valerius Iulianus (RIT 94 = CIL II2, 14, 2, 939). Finalmente, en los años 324-326, el praeses Badius Macrinus hizo grabar en la última cara una última dedicatoria a Constantino (RIT 95 = CIL II2, 14, 2, 942). La conclusión simbólica y económica resulta evidente: a principios del siglo IV el culto imperial había adquirido un carácter puntual en una simple aula de culto que perduraba entre las ruinas monumentales del pasado.
EL SIGLO IV. EVIDENCIAS DE ABANDONO Y REAGRUPAMIENTO URBANO Desde inicios de los años 1980 la actividad arqueológica urbana en Tarragona ha sido intensísima y poco a poco la información recogida ha podido ser reunida en síntesis no tan solo de interés arqueológico sino también de carácter histórico (PAT 2007; Tarraco 99). Y estas novedades arqueológicas han sido imprescindibles para abordar el estudio de la ciudad tardoantigua (López y Muñoz 2019). En 1989, por ejemplo, la publicación por el TED’A de un gran vertedero urbano en la calle Vila-roma, en uno de los ángulos del foro provincial, datable en el siglo V, permitió llamar la atención sobre la vitalidad del comercio mediterráneo de la vajillas y ánforas norteafricanas y orientales. Las tesis doctorales
sobre las ánforas tardoantiguas de S. J. Keay (1984) y J. A. Remolà (2000), sobre las cerámicas comunes tardías de J. M. Macías (1999) y la tesis inédita de X. Aquilué (1992) sobre la vajilla fina africana en Tárraco permiten datar con precisión contextos estratigráficos repartidos por toda la ciudad antigua y sobre todo entender mejor su carácter. Se han realizado ya congresos y cursos específicos (Gavalda, Muñoz y Puig (eds.) 2010 y Macías y Muñoz 2013) y contamos con el estudio fundamental de Meritxell Perez (2012) que analiza de forma conjunta la documentación arqueológica, las fuentes históricas y la muy abundante epigrafía paleocristiana (Fig. 3). La primera conclusión que evidencian estos estudios es que a lo largo del siglo IV, la mayor parte del hábitat intramuros tarraconense parece haber entrado en una fase de recesión que se ha venido en llamar la “ruralización del paisaje urbano” (Menchón, Macias y Muñoz 1994). La práctica totalidad de las cloacas urbanas quedaron fuera de uso por falta de mantenimiento y en el interior de sus canales se acumulaban los desechos. La arquitectura doméstica muestra igualmente fases generalizadas de abandono por encima de las pavimentaciones o reformas menores reducidas a simples tapiados y compartimentaciones (Menchón, Macías y Muñoz 1994). Este panorama de aparente recesión deja al margen sin embargo dos áreas muy concretas que nos ayudan a entender mejor el paisaje de la nueva ciudad tardoantigua como un fenómeno de transformación simbólica e ideológica. En la parte alta de la ciudad el recinto del foro provincial/pretorio consular dejó de ser únicamente un espacio público de gobierno y administración para convertirse igualmente en un lugar fortificado de habitación y producción. La población buscó el refugio que todavía proporcionaban claramente la altura de la colina, el palacio de gobierno y el recinto de las viejas murallas republicanas cuyas torres seguían ocupadas y en uso en el siglo V (Vegas 1988). En segundo lugar, el área portuaria fue sin lugar a dudas el sector donde las actividades cotidianas se mantuvieron de forma más intensa como consecuencia de un tráfico marítimo constante. Las excavaciones de urgencia han sido muy numerosas en este sector proporcionando contextos cerámicos de gran volumen y variedad (Remolà y Lasheras 2019) y también evidencias de
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nuevas construcciones significativas, por ejemplo residencias domésticas complejas dotadas de balnea instaladas sobre almacenes portuarios altoimperiales ya fuera de uso. Para una de estas nuevas residencias, aunque ya datable en el siglo VI, y por tanto fuera del marco cronológico de este trabajo, se ha señalado su carácter excepcional como posible palatium visigodo (Mar y Guidi-Sánchez 2010). La vitalidad del puerto tarraconense coincide con dos nuevos focos suburbanos que centrarían la vida de la ciudad tardoantigua: la tumba de los mártires del año 260 en las orillas del río Francolí, formando parte del suburbio portuario y la construcción del gran conjunto paleocristiano de Centcelles, a unos 5 km de distancia río arriba, en la orilla opuesta. Ambos conjuntos, en unión a la ocupación de la parte alta permiten definir con precisión el nuevo paisaje político y simbólico de la Tárraco tardoantigua (Macías 2000).
LA CONSOLIDACIÓN DEL GRAN SUBURBIO FUNERARIO CRISTIANO En torno al año 360, la ocultación de un tesorillo bajo una de las columnas derrumbadas de la gran basílica jurídica acredita que el foro de la ciudad estaba ya en ruinas y sus monumentos eran despojados de placados y ornamentos reaprovechados libremente para nuevos usos (Serra Vilaró 1932 y Ruiz de Arbulo 1990). Una gran placa marmórea de la ciudad había ofrendado a Caracalla en el año 217 (RIT 83) fue encontrada partida y reutilizada como cubierta de una tumba en la necrópolis paleocristiana, y junto a ella también todo tipo de pedestales públicos y privados (CIL II2, 14, 4, láms.). Desde la plaza forense era sencillo arrastrar piezas pesadas hacia el río aprovechando el trazado descendente de las vías de salida de la ciudad. El foro de Tárraco, la gran plaza pública de la ciudad altoimperial, era ahora un espacio abandonado convertido en cantera. En 1923, la construcción de una fábrica de tabacos junto al cauce del Francolí motivó el descubrimiento de una necrópolis paleocristiana que Mn. Serra Vilaró excavaría cuidadosamente entre 1926 y 1933: un grande y denso cementerio, con 2051
inhumaciones escalonadas entre el siglo III y la época visigótica, de todo tipo y condición, desde suntuosos mausoleos y elegantes sarcófagos hasta humildes tumbas en ánforas rodeando la tumba de los mártires del año 259 (Serra 1929; López 2006). A mediados del siglo IV la tumba de los santos, memoria martyrum, fue rodeada por un gran cementerio con todo tipo de sepulcros a modo de un enorme jardín conteniendo inhumaciones en recintos funerarios, hasta sencillas tumbas en ánforas, ataúdes o simples fosas. Un lugar público de reuniones y banquetes funerarios (Fig. 4). En las mismas fechas aparecen en la necrópolis las primeras inscripciones sepulcrales cristianas, la más antigua del año 352, que se irían incrementando en época de Teodosio. Grandes mausoleos y criptas funerarias con sarcófagos importados de Roma y Cartago, también de talleres locales, acreditan que la comunidad cristiana había incluido a muchas ricas familias de aquella antigua elite decurional ya desaparecida como grupo social. A fines del siglo IV la tumba fue rodeada por una primera basílica martirial, sucesivas veces ampliada y restaurada, donde poder celebrar los grandes actos litúrgicos; una basílica con mausoleos anexos y un amplio conjunto de dependencias (López 2006). Un pequeño fragmento de cornisa marmórea con texto epigráfico [Memoria(?) Fru] ctuosi Au[gurii et Eulogii] (RIT 942 = CIL II2, 14, 2090/2093 -Heike Niket-) aparecido en este sector ha de pertenecer nada más y nada menos que al altar funerario de los santos mártires, probablemente adoptando el tipo propuesto por A. Muñoz y J. M. Brull (2014: 70) de un altar con fenestella confesionis, es decir un frontal calado y abierto para que los fieles pudieran ver la urna conteniendo las incineraciones o incluso acercar a la misma un alfiler de hueso o el extremo de un pañuelo (Fig. 6). A muy poca distancia, nuevas excavaciones realizadas en 1995 en el vecino centro comercial Parc Central amplían el perímetro del barrio paleocristiano a lo largo de la vía que seguía la margen izquierda del río, con una nueva basílica funeraria de carácter monástico, albergando la tumba privilegiada de una beata Thecla, una monja de origen egipcio y los restos próximos de una gran casa con pavimentos de mosaico (López 2006).
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Figura 4: Conjunto funerario paleocristiano del río Francolí en el siglo V. Estaba compuesto por la basílica martirial, abajo, incluyendo el altar funerario de los tres santos, con diversas dependencias y mausoleos anexos y una gran necrópolis adyacente con túmulos y recintos a modo de jardín funerario. Siguiendo la vía suburbana a la orilla del río se situaron diversas grandes casas y un monasterio (arriba) con una basílica funeraria donde apareció la tumba de Tecla, una monja de origen egipcio (dibujo de F. Gris, en el marco de los trabajos del grupo SETOPANT).
Una famosa decretal -la primera conocida- fechada con precisión el 11 de febrero del año 385 fue la contestación del nuevo papa Siricio a las consultas que el obispo tarraconense Himerio había formulado al anterior papa Dámaso muerto de forma repentina (Vilella 2004). Los temas eran variados pero los de mayor importancia tenían que ver con la reinserción de arrianos y priscilianistas, las principales herejías cismáticas de corte rigorista que habían sacudido la comunidad eclesiástica del siglo IV en los concilios de Nicea (año 325), Constantinopla (año 385) y (para la cuestión priscilianista) Caesaraugusta (año 380). Ante las variadas y críticas interpretaciones del dogma se trataba de aceptar con claridad una jerarquía eclesiástica que tenía en el obispo de Roma
a su principal referente convertido ahora en papa y a los obispos como sus representantes provinciales. El papa Siricio ordenaba a Himerio la transmisión de su decretal a los obispados hispánicos lo que significaría el reconocimiento de un carácter metropolitano para la sede tarraconense. Meritxell Pérez (2012 y 2013a) ha estudiado con detalle en su tesis doctoral las actuaciones del obispo Himerio reconociendo en las mismas la consolidación de un nuevo modelo cortesano y jerarquizado de comunidad eclesial organizado en torno a grandes ceremonias públicas. Un modelo que reservaba a los obispos el papel de garantes y jueces ante todo tipo de litigios y los convertía en administradores
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de un patrimonio que no dejaba de aumentar exponencialmente a través de las herencias de los nuevos conversos procedentes de las clases más altas. A este patrimonio se unían además las inmunidades y los privilegios. Era necesario crear una memoria colectiva que sirviera de ejemplo para consolidación de la fe y de la jerarquía eclesiástica y esa fue la razón de la nueva veneración otorgada a los primeros mártires. La passio de Fructuoso, el primer obispo, escrita por un testimonio de lo sucedido en el mismo año 280 fue ahora reconvertida en un texto “oficial” que debía ser leído públicamente en el aniversario del martirio (como haría el obispo Agustín en Útica en el 396) formando parte de una liturgia pública que nos ha sido transmitida por el Peristephanon de Prudencio, visitante de la tumba de los santos tarraconenses a fines del siglo IV. Y es que la visita a la tumba de los mártires, junto al río Francolí, se había convertido en un motivo de peregrinación (Díaz 2000). Conocer el lugar, poder acercar a la tumba el extremo de un vestido o un objeto, comprar quizás una botellita de agua bendecida eran recursos imprescindibles para buscar una sanación, una protección futura o como simple muestra de devoción. En último lugar, poder ser inhumado cerca de los santos mártires, tumulatio ad sanctos martyres, significaba tener un camino casi seguro hacia la vida eterna junto a los bienaventurados.
LA TARRACO DEL AÑO 420 A principios del siglo V, Tárraco seguía siendo una gran ciudad romana, bien comunicada y abastecida. Su ambiente urbano es descrito de forma precisa en una famosa carta de Consencio, teólogo menorquín, a S. Agustín, obispo de Hipona, en relación con una trama de denuncias de la herejía priscilianista que afectaba a obispos y altos personajes del entorno familiar del propio comes Hispaniarum (edición crítica del texto en Amengual 1987a). En la carta se menciona al obispo Ticiano con carácter metropolitano y también la celebración del primer concilio conocido celebrado en la ciudad, una pequeña y urgente reunión de obispos que debieron juzgar las graves acusaciones del monje Frontón, un asceta
monacal que no dudó en acusar a los nobles Severa y Severo, parientes cercanos del comes Asterio y a los obispos Sagicio de Ilerda y Siagrio de Osca. Los primeros fueron acusados de poseer códices heréticos de magia negra y los segundos de conocer su trama y no poner remedio. La confesión de la aristócrata Severa habría desvelado al monje Frontón toda la trama y este dirigiría una denuncia formal ante el obispo Ticiano. En realidad, Frontón aparece en el relato como un peón dirigido por el obispo Patroclo de Arlés (412426) del que había recibido a través del obispo Agapio nada menos que libros heréticos falsos con instrucciones de utilización para descubrir priscilianistas. La trama menciona la existencia en Tárraco de un praetorium con guarnición armada donde residía la hija del comes, la llegada del propio comes a la ciudad con la plana mayor de su ejército que debía emprender una campaña contra los bárbaros, la reunión para escuchar en persona la denuncia del monje celebrada a petición de este (que temía por su vida si salía a la calle) no en el pretorio condal sino en el secretarium anexo a la ecclesia, residencia y archivo del obispo Ticiano (Amengual 1994). No entraremos aquí en los siguientes detalles de la trama que han sido ya muy bien descritos y analizados por Amengual (1980, 1987b, 1994 y 2010) y contextualizados por Meritxell Pérez (2012). Para el tema que ahora nos ocupa el documento resulta excepcional por describir con toda claridad los dos grandes centros del poder en torno a los que giraba la vida cotidiana de la ciudad: el praetorium del comes y la nueva ecclesia, sede del obispo metropolitano. Evidentemente deberíamos situar el primero en el área el antiguo foro provincial como lógica continuación del pretorio consular de época severiana. Para la situación de la ecclesia parecería lógico ponerla en relación con los cambios monumentales introducidos en el conjunto eclesiástico y funerario del Francolí. Pero esta última posibilidad es objeto actualmente de debate entre los estudiosos (López 2006 y 2010; Arbeiter 2010). En los inicios del siglo V, un tercer monumento excepcional tarraconense era el conjunto paleocristiano de Centcelles (Constantí), junto al río Francolí, a unos 5 km de Tárraco: una gran estructura de
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A
Figura 5: A. Reconstrucción del conjunto monumental de Centcelles (según J. A. Remolà y F. Gris). B. Vista general cenital del gran mosaico cubriendo la cúpula de sala central ( fotografía P. Segura).
carácter áulico de la que conocemos básicamente una serie de salas alineadas entre las que destacan, centrales, dos grandes salas cubiertas con enormes bóvedas y plantas lobuladas, es decir, provistas de nichos laterales. Y unas termas anexas (Hauschild y Arbeiter 1993). El elemento central del conjunto es una gran sala de planta interior circular con un diámetro de 10,70 m y una altura de 13,60 m cubierta con una enorme cúpula y rodeada por cuatro nichos semicirculares. Las paredes de esta gran sala estaban decoradas con pinturas murales y la cúpula revestida por un excepcional mosaico polícromo con más de dos millones de teselas, algunas forradas de láminas de oro. Los magníficos resultados de los trabajos de estudio y restauración realizados por el DAI de Madrid nos permiten admirar en toda su grandeza un ejemplo excepcional del arte paleocristiano (Schlunk 1988). Ahora bien, esta grandeza no quiere decir que seamos capaces de saber interpretar con precisión la función exacta de esta decoración y cuál fue su significado (Fig. 5 A y B). El primer friso del mosaico muestra a un dignatario en posición frontal y con categoría de retrato rodeado por el cortejo de sus amici en una escena de cacería de ciervos con redes junto a una gran mansión.
B
Sigue en altura un nuevo friso con toda una serie de escenas bíblicas relacionadas con el rechazo de la idolatría y la esperanza en la salvación. Una imagen del Buen Pastor, colocado justo encima del personaje central, preside este segundo conjunto de imágenes. El mensaje iconográfico resulta evidente: el personaje principal era un individuo de fe cristiana. En la parte cenital, cuatro escenas cortesanas separadas por los genios de las cuatro estaciones explicaban sin duda el sentido de todo el aparato decorativo (Arce 2002 y Arbeiter y Korol 2015). Muestran a personajes sentados en grandes cathedrae o tronos de cestería, rodeados de servidores y participando en acciones diferenciadas junto a otros personajes
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Figura 6: Restitución del altar funerario de los santos Fructuoso, Augurio y Eulogio (dibujo de F. Gris, a partir de la propuesta de A. Muñoz y J. M. Brull 2014).
a los que reciben en audiencia. Desgraciadamente, las partes perdidas impiden interpretarlas con precisión. Los personajes representados llevan dalmáticas, es decir vestidos blancos con decoraciones de oro y púrpura, testimonio de rangos cortesanos o eclesiásticos muy altos y las partes conservadas de sus rostros tienen de nuevo calidad de retratos. Por último, la cúpula se cerraba con una gran escena cenital probablemente celestial de la que tan solo se han conservado las cabezas de dos angelotes. Por el contrario Remolà y Pérez (2013: 183) proponen una escena de la corte honoriana. Helmut Schlunk, valorando sobre todo la excepcionalidad de la obra, su coste y la dificultad de su realización solo posible por artesanos muy especializados, propuso que se tratara de la tumba del emperador Constante, asesinado en Elna, junto a los Pirineos, en el año 350. Siguiendo su propuesta, Achim Arbeiter propondría una lectura cortesana de las cuatro escenas como imágenes de la efímera tetrarquía que le sucedió formada por Magnencio, Constancio ii, Vetranio y Decencio en los años 351353 (Schlunk 1988). Javier Arce por el contrario, vería mejor en el edificio la tumba de un personaje local de gran riqueza (1995 y 2002), dueño de la vi-
lla y enterrado en ella, representado en las distintas etapas de una carrera eclesiástica que le condujo al obispado. Por su parte, Rainer Warland (2002) ha señalado que el uso de esas cátedras de cestería son características en el arte paleocristiano del mundo doméstico y femenino, proponiendo una lectura en clave de los dos grandes señores, dominus et domina, de la propiedad agraria. Sin embargo, en los últimos años, una nueva reflexión iconográfica de Josep Anton Remolà y Meritxell Pérez (2013) ha planteado un giro radical en la interpretación del edificio. Ambos estudiosos abandonan la idea de un mausoleo identificando la sala principal provista de un almacén subterráneo como la sala del tesoro habitual en los principia legionarios. Por ello, proponen identificar todo el conjunto de la supuesta villa tardoromana de Centcelles como un praetorium o palacio invernal de carácter militar y de gobierno. Una revisión de la cronología estratigráfica e iconográfica les permite retrasar la monumentalización de la obra a fines del siglo IV o mejor inicios del V. Son desde luego fechas muy significativas para la ciudad de Tárraco. Tras el mandato de Teodosio y la ruptura en dos del Imperio romano fueron en Occidente los años del reinado del emperador niño
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Honorio (395-423) y de la gran crisis tras el abandono romano de la Britannia y la ruptura del limes germano que provocó la usurpación de Constantino III (407-411) instalado en Arlés al mando de la Prefectura de las Galias (Pérez 2012 y 2013: 91-92). Como parte de la guerra civil consecuente, el general Geroncio, primero en el bando de Constantino III y su hijo Constante (al que habría acompañado a Hispania en el 408 para asegurar el control de una diocesis donde los familiares de Teodosio conservaban su influencia), habría decidido posteriormente asumir el liderazgo y presionar a Constantino III desde Hispania.
tancio. Siguió el suicidio de Geroncio, asediado en su casa, y la huida de Máximo a los territorios bajo control germánico del noroeste hispánico. También el asentamiento en Barcino de la corte del rey visigodo Ataulfo en el 415 en calidad de federado. Aunque una supuesta segunda usurpación de Máximo con ayuda de los vándalos en los años 418-422 plantea hoy serias reservas (Sanz 2006), resulta evidente que el factor germánico sería ya una constante política y estratégica en la vida del occidente romano. También en su religión.
Eran tiempos difíciles, con Honorio el emperador legítimo instalado con su corte en Ravenna rechazando los ataques de Constantino III y la propia Roma saqueada ese mismo año por los visigodos de Alarico. Lo cierto es que durante los años 410 y 411 Tárraco actuaría de facto como residencia de un “tercer emperador” junto a los de Ravenna y Constantinopla, siendo capital política de los territorios hispánicos occidentales. Con esa categoría de tercer emperador Máximo acuñaría moneda -siliquae en plata y unidades de bronce- pero al estar destinada al pago de las tropas implicadas en el asedio de Arlés la ceca de emisión fue la ciudad de Barcino. Así lo prueban los reversos S(acra) M(oneta) BA(rcinonenis) y hallazgos múltiples en la ciudad, tierras de Girona y Pirineos (Marot 1997 y Cepeda 2000).
¿Dónde estuvo situado el praetorium consularis citado en la carta de Consencio? A tenor de lo explicado en las primeras páginas sería la transformación lógica de aquel primer praetorium de la dedicatoria del gobernador Titianus a inicios del siglo III. Ahora bien, estando situado ese pretorio consular en lo alto de la ciudadela tarraconense sabemos que existía igualmente en Tárraco un área suburbana vecina al Francolí destinada a usos militares de carácter policial y representativo. Allí estaban estacionadas en el siglo II dos cohortes de novatos (tirones) y un pequeño campamento de la guardia montada provisto de un campus para los ejercicios ecuestres (Ruiz de Arbulo 2012). No resulta en absoluto descabellado pensar que la instalación del usurpador Máximo en Tárraco fuera acompañada de la construcción acelerada de una nueva residencia áulica, un auténtico palatium de representación que desde luego pudo tener un carácter de praetorium fortificado. Al fin y al cabo, las grandes residencias de estos momentos, por ejemplo, la villa en tierras ilerdenses propiedad de Severo en la trama narrada en la carta de Consencio es definida como un castellum. Un edificio que pudo quizás estar terminado en tan solo dos años (es el periodo que Arbeiter habría supuesto para la construcción del edificio tras la muerte de Constante) o bien ser finalizado en los años siguientes. Así las cosas, el praetorium fortificado y con guarnición armada donde residía la familia del conde Asterio mencionado en las cartas de Consencio pudo estar situado o bien en la parte alta de Tarragona... o en la orilla derecha del río Francolí como proponen Remolà y Pérez (2013).
La aventura imperial acabó rápidamente en el año 412 con la llegada a la Galia e Hispania de un nuevo ejército de honoriaci al mando del general Fl. Cons-
Ahora bien, la correcta definición del monumento de Centcelles no debe hacernos olvidar el carácter de fortaleza simbólica del arx tarraconense, último
Como parte de esta estrategia, Geroncio habría favorecido la entrada en Hispania desde la Aquitania de suevos, vándalos y alanos en el otoño del año 409 y sería el valedor al año siguiente (410) del nombramiento como emperador hispánico de un tal Máximo al que las fuentes contemporáneas califican de hijo o mejor un cliente -domesticus para Olimpiodoro (Cf. Arce 1986: 151-162, Sanz 2006: nota 4 y Pérez 2012). Según los relatos de Hidacio y Sozomeno la sede imperial de Máximo se instaló en la misma Tárraco. Asegurada así la retaguardia, Geroncio podría reunir sus tropas para dirigirse contra Constantino III en Arlés a la que pondría sitio de forma infructuosa.
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bastión de romanidad. Todavía en torno al año 470, una lápida tarraconense saludaba a León y Anthemio como emperadores de Occidente y Oriente en un siglo “beatísimo y felicísimo” (CIL II2/14, 947 y Pérez 2014). Tan solo dos años más tarde, en el 472, Tárraco fue ocupada por los visigodos tolosanos del rey Eurico (Pérez 2013b). Un Imperio romano occidental evanescente había quedado definitivamente repartido entre distintos reinos germánicos en continua transformación. Seis años después de ser dedicada esa última lápida tarraconense, el joven Rómulo Augústulo, último emperador de Roma, era depuesto oficialmente por el hérulo Odoacro en el año 476 y las enseñas imperiales enviadas al emperador Zenón de Constantinopla.
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LA CORDUBA TA R D OA N T I G UA : UNA CIUDAD EN MOVIMIENTO HACIA UN NUEVO CENTRO DE PODER Carlos Márquez Moreno Universidad de Córdoba carlos.marquez@uco.es
Resumen
Abstract
A partir del siglo III la ciudad de Corduba experimenta una serie de transformaciones similares a las que se observan en otras ciudades del Occidente romano; las circunstancias que caracterizan a esta ciudad será la constatación de un terremoto a mitad del siglo III y el cambio del centro de poder que se traslada de la zona norte de la ciudad a la zona sur, junto al puente.
From the third century of our era, the city of Corduba experiences some transformations similar to those that can be observed in other cities of western Roman. This city is characterized by two main aspects: the earthquake dated in the middle of the third century, and the change of power that was moved from the northern part of the city to the south, next to the bridge.
Palabras clave
Key Words
Corduba, Terremoto, Cambio de centro de poder.
Corduba, Earthquake, Change of power center.
L A C ORDUB A TA RD OA N T IG UA : UNA C I UDA D EN MOV I M I EN TO
E
n las últimas décadas se ha escrito una abundante producción científica sobre el periodo tardoantiguo de la historia de Córdoba, cuyos polos cronológicos podrían ser el siglo III y el VIII, momento en que comienza el periodo islámico. Una de las conclusiones que puede extraerse de la lectura de los mismos es que la ciudad de Córdoba experimenta una serie de cambios en su fisonomía urbana similares a los que sufre la mayor parte de ciudades del Occidente caracterizadas arqueológicamente por ciertos indicios y evidencias como pueden ser la transformación de la arquitectura monumental del periodo clásico romano, los cambios en el callejero, la constatación de vacíos urbanos, la falta de limpieza y mantenimiento de calles, la presencia de tumbas intramuros, la colmatación de cloacas y sobre todo, la presencia, más evidente conforme pasa el tiempo, de lo que va a ser la nueva religión oficial, el cristianismo. Los trabajos que se han realizado hasta ahora presentan fundamentalmente un análisis basado en tes-
timonios arqueológicos de algunas de las evidencias antes mencionadas; pero hay que destacar el trabajo de conjunto (Ruiz Bueno 2016 a y 2018 b) que por primera vez se hacía del tema en profundidad y que vio su lógica continuación con el análisis comparativo a nivel peninsular (Ruiz Bueno 2018); a estos meritorios trabajos se deben de añadir otras obras más breves de conjunto que analizan el caso de Córdoba (Gurt e Hidalgo 2005 y 2016, Murillo et al. 2011, Sánchez Ramos 2010 a y b, Sánchez Ramos y Morín 2014, Sanchez Velasco 2017 y Ruiz Bueno 2018 a) y un largo etcétera de memorias de excavaciones que tratan de forma particular algunas de las evidencias antes mencionadas. Un asunto que ha sido objeto de reflexión reciente (León 2018: 556 ss.) es el de la caracterización de este periodo; conceptos tradicionalmente empleados como el de “transición” denotan un cierto menosprecio al querer comparársele, incluso de forma involuntaria, con periodos precedentes y pos-
Figura 1: Colonia Patricia en el siglo I d.C. con el añadido del Palatium de Cercadilla (inicios siglo IV) en la zona NW. En sombreado, foro de la colonia y Centro de Culto Imperial de la calle Morería (dibujo M. Gasparini).
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teriores. Consciente de ello, y para no incurrir en este mismo defecto, el trabajo que aquí se presenta intenta sencillamente reiterar, que no descubrir, lo que fue una ciudad en movimiento a lo largo de cinco siglos, un movimiento interno muy bien caracterizado y que hizo que la zona más importante, lo que conocemos como centro de poder, pasase de la zona norte de la ciudad romana (Fig. 1) a la zona sur, pegada al río, donde se constituirá dicho nuevo centro que, en lo tocante al aspecto religioso, es el mismo que sigue manteniendo, toda vez que el palacio episcopal se encuentra en la actualidad en la misma zona donde entonces, en el periodo tardoantiguo, estaba el poder político y el religioso (Fig. 2). Efectivamente, a partir del siglo III y durante casi cinco siglos, la ciudad de Córdoba desarrolla una serie de transformaciones urbanísticas (de muchas de la cuales podemos observar su imagen inicial y final pero no su evolución completa) hasta que a comienzos del siglo VIII comienza el periodo andalusí. Esta trans-
formación está más presente en el norte de la ciudad, donde antes estaban el foro y los principales complejos edilicios de la ciudad imperial, zona además a la que afectan con más intensidad los fenómenos de desintegración urbana; de forma paradójica, la zona sur, allí donde como decimos se ubicará la nueva zona de poder, tendrá durante este mismo periodo analizado algunos vestigios que demostrarán una revitalización de obras urbanas mediante la construcción de cloacas, aparición de nuevas calles, etc. Otro cambio más que notable es el que afecta a su nombre, que vuelve a sus orígenes para llamarse de nuevo Corduba. La rotundidad de esta transformación urbana fue de tal categoría que no quedó apenas rastro alguno de los complejos edilicios de lo que fue la capital de la Bética, una de las ciudades más importantes del Occidente romano en el siglo I de nuestra era y solo restos aislados de aquel periodo sirvieron como spolia para construir nuevos edificios. Esta afirmación tiene una excepción en la muralla, que perduró en el tiempo
Figura 2: Corduba tardoantigua. En sombreado, los centros de poder político y religioso (elaborado por M. Gasparini a partir de Ruiz Bueno 2016: fig. 402).
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hasta que se derribó de forma generalizada en el siglo XIX; sin contar con ella, ningún edificio se conocía del periodo romano hasta que a mitad del siglo XX se empieza a documentar lo que luego será el templo de culto imperial localizado en la calle Claudio Marcelo y el foro; habrá que esperar a las últimas décadas del mismo siglo para localizar el teatro, circo y templo de culto imperial de la calle Morería, mientras que el anfiteatro empezó a conocerse en los primeros años del nuevo milenio; esto da idea de la poca memoria urbana, excepción hecha de la propia forma intramuros que fue adoptada gracias a la muralla, que quedó de la Córdoba romana. De forma complementaria, diversas circunstancias acontecen en la ciudad similares en todo a cuanto sucede en otros centros urbanos, como ha quedado demostrado en este Congreso dedicado a la Antigüedad Tardía; mención de todas ellas se hará de forma pormenorizada más adelante, pero adelantamos ahora los puntos más destacados: la amortización de vías y espacios públicos, la colmatación de cloacas y el fin del funcionamiento de los acueductos por falta de obras de mantenimiento, la despoblación de amplias zonas intramuros, la aparición de tumbas en el interior del recinto amurallado, etc. Es de destacar que solo en el entorno del nuevo centro de poder en el sur de la ciudad, se realizan obras para realizar nuevas cloacas, tema sobre el que volveremos más adelante. Todas ellas son circunstancias que afectan a la mayoría de ciudades en el Occidente romano por lo que la situación peculiar de la Córdoba tardoantigua se ve caracterizada por dos elementos singulares: el primero de ellos es el efecto que sobre la ciudad tuvo el terremoto detectado en la mitad del siglo III y, en segundo lugar, la construcción, a caballo de los siglos III y IV, de un complejo edilicio peculiar como fue Cercadilla. Antes de continuar con estas ideas se hace necesario reflexionar sobre las razones de los cambios urbanos acontecidos y que veremos en detalle en los próximos párrafos. Un reciente trabajo de Enrique Melchor nos pone sobre la pista de la principal de las razones que justificaría el inicio de las transformaciones urbanas que comienzan a atestiguarse en Córdoba a partir de finales del siglo II: ”falta de suficientes recursos municipales que permitieran sostener los importantes conjuntos monumentales de los que algunas ciudades se habían dotado” (Melchor 2018: 433), falta de financiación
y escasez de ingresos estables que se verían agravados por circunstancias políticas como la represión a los partidarios de Clodio Albino, terremotos y las incursiones de los Mauri, amén de un cambio en la mentalidad de las élites locales que dejó de invertir parte de su riqueza en actos evergéticos (Melchor 2018: 426 ss.). Difícil resulta proponer una fecha como inicio de este proceso, si bien el siglo III reúne toda una serie de requisitos para ello; es a mitad de dicho siglo cuando se aprecia un fenómeno natural que pudo de algún modo influir en el desarrollo de los acontecimientos; un terremoto (Ruiz Bueno 2017a y Morín et al. 2014) se atisba como elemento que afecta a edificios como el teatro, incluso a estructuras como los acueductos, tema que veremos más adelante; resulta necesario, antes de seguir adelante, conocer de forma resumida la situación de la Córdoba romana durante los siglos I antes y después de C., (Márquez 2017) momento en que tuvo su cénit la edilicia oficial; si bien el foro de la colonia es del periodo fundacional (aprox. 169 a.C.), su imagen cambió de forma sustancial en el periodo augústeo, momento en que también debe fecharse el teatro, cuyas dimensiones lo hacen el más grande de toda Hispania; al periodo tiberiano pertenece el complejo de culto imperial de la calle Morería, tradicionalmente conocido como Forum Novum o Forum Adiectum, colosal complejo compuesto por templo, altar y pórtico; y poco después se construyó el anfiteatro, extramuros de la ciudad y ya hacia el último tercio de siglo fue edificado el complejo aterrazado formando por un templo, pórtico y altar en la terraza superior ubicado en la actual calle de Claudio Marcelo. Con todos estos complejos edilicios la casi totalidad de la ciudad estaba construida y no sabemos de similar fiebre edilicia en el siglo II que debió, por el contrario, ser época de reconstrucciones. Es el caso de una probable refectio del templo de culto imperial de la calle Morería, constatada por Ana Portillo a partir de algunos elementos de la decoración arquitectónica del siglo II que copian modelos tiberianos de aquel conjunto (Portillo 2014-15).
CERCADILLA Tenemos que esperar hasta finales del siglo III o inicios del IV para ver el nacimiento de un complejo
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monumental a 400 metros al noroeste de la ciudad amurallada: se trata del complejo de Cercadilla, con unas dimensiones aproximadas de 400 por 200 metros. Si bien su función es objeto de discusión por parte de la crítica, resulta evidente su vinculación a la arquitectura imperial. Cercadilla ha sido interpretada, creo que acertadamente como un palatium, si bien otros investigadores se han planteado su función como villa privada, sede del Gobernador de la Bética e incluso como palacio episcopal vinculado a la figura del obispo Osio (Hidalgo 2014). Aunque hemos expuesto nuestra opinión al respecto (Márquez 2017: 226), la pregunta que habría que hacerse en el contexto de este Congreso es: ¿tuvo repercusión alguna Cercadilla en la conformación de la ciudad tardoantigua? La respuesta a la misma viene dada por la funcionalidad del edificio, eminentemente religiosa, a partir del siglo VI, momento en que se detecta una basílica martirial, probablemente dedicada a San Acisclo (Sánchez Ramos 2007: 202 ss., fig. 10; contra Sánchez Velasco 2017: 350 ss.) y una tumulatio ad sanctos que contaría también con una fase mozárabe del cementerio a partir del siglo VIII. Ello nos lleva a concluir que la memoria que se tuvo en la evolución urbana de la zona que se pobló de viviendas andalusíes en el periodo islámico fue casi nula.
TERREMOTO Pero sin lugar a dudas será el siglo III una fecha clave para entender los diversos procesos de transformación en esta ciudad; es sintomático comprobar que al igual que Córdoba, otras ciudades empiezan a transformar su fisonomía a partir de la mitad de esta centuria, momento en que se dan los primeros síntomas de cambio, dando lugar a lo que se ha bautizado como un nuevo “paisaje urbano tardoantiguo”, donde la figura del obispo tendrá una enorme repercusión (Sánchez y Morín 2014: 99). Y un elemento motor de dicha fisonomía fue el terremoto que afectó gravemente a la ciudad en la mitad de dicha centuria y al que antes nos referíamos; y digo que le afectó de manera notoria porque fue el causante del derrumbe de algunos edificios antes citados, como el teatro, y además provocó la parcial destrucción del acueducto de Valdepuentes, con lo que
ello supondría para la llegada del agua corriente a la ciudad. Las consecuencias de este terremoto han sido, sin embargo, objeto de diverso tratamiento por parte de la crítica; así, algunos autores opinan que “los efectos atribuidos a un posible terremoto … han sido magnificados” (Ruiz Bueno 2017a: 29) mientras que para otros debió de ser determinante para la imagen urbana posterior de la ciudad (Márquez y Monterroso, e.p.). En cualquier caso, la contemporaneidad entre las fases de destrucción de algunos puntos urbanos en la fecha en que se produjo el terremoto induce a pensar que el movimiento telúrico fue de notable alcance y, en consecuencia, afectaría a toda la ciudad y no solamente a una parte (teatro y acueducto). Tal vez sea el teatro el edificio mejor estudiado y donde los efectos del terremoto dejaron una huella más palpable; los excavadores del edificio constatan un temblor de tierra que provoca diversos derrumbes en el edificio escénico que puede fecharse hacia los años 270-280, del que queda testimonio gráfico en una grieta de 25 cm de ancho que rompe la roca natural (Monterroso 2002: 141 ss., fig. 12 y Peña 2011: 109). A partir de ese momento, el edificio es objeto de saqueo en sus distintos componentes hasta que se derrumba en el siglo V; pero durante esas décadas se constata la presencia de un calerín para quemar mármoles y conseguir cal (Monterroso 2002b: fig. 13), momento también en el que se constata un taller que reelabora piezas de mármol para, entre otras cosas, hacer teselas de mosaicos (Sánchez Velasco 2000); al final de este proceso encontramos que se pierde completamente la memoria del teatro transformada la zona en dos terrazas empleada la superior para construcciones domésticas y la inferior dedicada a huertas (Márquez y Monterroso e.p.).
TRANSFORMACIÓN DE LA ARQUITECTURA MONUMENTAL DE LA CIUDAD CLÁSICA Casi todos los complejos edilicios del periodo imperial manifiestan estar colapsados entre la segunda mitad del siglo III y la primera de la siguiente centuria (excepto el foro colonial) momento en que además comienzan a ser expoliados; entre los mo-
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tivos más destacados que causaron este panorama destacaríamos el daño causado por el terremoto y, desde un punto de vista administrativo y político, el debilitamiento del culto imperial y la reorganización del concilium provincial (Peña 2011: 110 ss., Sánchez Ramos 2010a: 250, Sánchez Ramos 2011: 104, Vázquez Navajas 2014: 122, Vaquerizo y Ruiz Bueno 2014: 24 y Ruiz Bueno 2016: 575 ss.). En concreto, se observa este fenómeno en el centro de culto imperial de la calle Morería a finales del siglo III e inicios de la siguiente centuria (García y Carrasco 2004: 169 y Ruiz Bueno 2017a: 38). Varios son los argumentos esgrimidos en el colapso, abandono y saqueo de este complejo que fue centro de culto imperial construido en el principado de Tiberio, pero todos ellos apuntan a una similar fecha centrada en la segunda mitad o finales del siglo III, por lo que no es de extrañar que el final de su vida activa se haya relacionado con el terremoto antes comentado; efectivamente, en este momento se constata su expolio y el más que probable desmantelamiento de sus porticados y del propio templo. En el complejo de Culto Imperial de la calle Claudio Marcelo, el tránsito del siglo II al III debió ser el momento en que se abandona el circo y cuando el graderío fue saqueado hasta los cimientos, siendo sus materiales objeto de expolio en muy poco tiempo y sobre el que, además, se construyen casas, tumbas y que serviría finalmente de basurero. Se constata, además, el desmantelamiento de una parte del pórtico en el siglo III, momento en que se saquearían columnas y pavimentos para, acto seguido durante el siglo IV, observarse la construcción de viviendas en precario (Jiménez y Ruiz Lara 1994: 136, Vaquerizo, Murillo y Garriguet 2011: 30 ss., Murillo et al. 2009, Murillo et al. 2011: 505 y Ruiz Bueno 2018a: 83). El foro de la colonia se nos presenta con unas características distintas; se atestigua epigráficamente la actividad en esta zona través de pedestales honoríficos hasta el siglo IV (Ventura y Aparicio 1996), donde se constata la presencia de un edificio construido en este siglo con materiales reaprovechados, si bien todo parece indicar que el pavimento forense habría desaparecido de forma parcial en esta zona.
En otra zona de carácter público, tradicionalmente conocido como Altos de Santa Ana, se ha podido constatar la construcción de una vivienda en el siglo IV, momento en que el edificio público que allí existía se abandona (Ventura 1991: 263 ss.). Si nos fijamos ahora en la zona sur de la ciudad, el panorama es diverso; en la plaza construida en la zona de la Puerta del Puente, a inicios del siglo III transforma parte de su pórtico en tabernae (Vaquerizo y Murillo 2010: 487) y durante los siglos IV y V la misma queda colmatada en algunas zonas por derrumbes de los edificios sobre los que se construye uno nuevo (Carrasco et al. 2003). En las cercanías de esta plaza se constata la edificación de un castellum que ha de ser puesto en relación con el nuevo centro de poder trasladado al sur de la ciudad (Ruiz Bueno 2016: 589). Este fenómeno del abandono de complejos edilicios puede también ser aplicado a zonas extrapomeriales; así por ejemplo se constata un abandono generalizado del vicus occidental que se iniciaría en el segundo cuarto del siglo III y culminaría en los inicios del IV (Vaquerizo y Ruiz Bueno 2014: 24 y Cánovas 2010: 426).
VACÍOS URBANOS La situación derivada del apartado anterior y la de otros que veremos más adelante implican, además, un despoblamiento en el interior del recinto amurallado, donde amplias zonas que antes estaban construidas van a verse vacías a partir de este momento, y aprovechadas como huertas o vertederos, siendo la zona norte del parcelario intramuros la zona con más ejemplos (Gurt y Sánchez 2008: 184 y Murillo et al. 1997: 51). Similar fenómeno acontece en el suburbio, donde se advierte el abandono de espacios habitados extramuros a partir del siglo IV y su sustitución por nuevos sectores funerarios, por ejemplo, en el parque Infantil de Tráfico y en la calle Lucano (Gurt y Sánchez 2008: 192). A partir del siglo VI, las nuevas necrópolis se concentrarán en torno a la arquitectura religiosa del suburbio.
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TRANSFORMACIONES DEL CALLEJERO El cambio en el callejero urbano es otra de las características de la ciudad tardoantigua: el fenómeno de la amortización de vías públicas es bien conocido en todo el Imperio y prácticamente en cualquier época; sin embargo, muy distinta es la motivación según el momento. Así por ejemplo los grandes complejos edilicios de la primera época imperial responden a un fenómeno que es consecuencia del desarrollo del culto imperial: la multiplicación de las plazas que ocupan varias manzanas y que a partir de ese momento limitan el paso de mercancías en su interior, como es el caso de la plaza del foro de la provincia en Mérida (Mateos 2006) o del denominado centro de culto imperial de la calle Morería, también conocido como Forum Novum o Forum Adiectum de Córdoba (Portillo 2018); en estos casos se amortizan aquellos sectores de calle ocupados a partir de ese momento por plazas, templos y porticados; los habitantes tendrían que rodear esos conjuntos a partir de ese momento. Merece la pena ponerse a reflexionar sobre la importancia dada a estos complejos edilicios nuevos de carácter monumental que en muchas ocasiones bloquean las principales calles de la ciudad como en colonia Patricia, donde uno de los decumani se amortiza en una parte de su recorrido (Peña, Ventura y Portillo 2011: fig. 1-A). Muy distinto es el fenómeno en el periodo tardo-imperial, que ahora analizaremos, donde se observa un cambio en el viario de la ciudad debido a la amortización de parte de estas calles para beneficio casi siempre privado y también público, aunque en menor medida. Además, lo normal es que esta amortización afecte de forma muy parcial y tangencial a las calles1, y no como en el caso anterior, donde arterias urbanas se cortaban al tráfico; el fenómeno durante este periodo tardío es tan frecuente, sin embargo, que a pesar de la parcialidad de esas ocupaciones, el resultado será de limitación, y anulación en ocasiones, de ejes viarios. En la ciudad de Córdoba se da una circunstancia observable ya en el siglo II y a partir del siglo III
1 Véase en estas actas el trabajo de M. Ruiz Bueno “La ocupación de pórticos y calzadas urbanas en la Hispania tardoantigua: algunas líneas maestras”.
(Ruiz Bueno 2018a: 37-52) según la cual se documentan construcciones domésticas ocupando parte del decumanus maximus y del kardo maximus; en este último, además, se demuestra este mismo fenómeno de amortización viaria pero en este caso para construir un edificio público (Ruiz Bueno 2014-15: 101); consecuencia de todo ello es el estrechamiento de estas vías, que en algunos casos pasan de contar con un ancho de 22 metros a otro de 8,9 m; o incluso se puede afirmar un “presumible cambio de recorrido” (Ruiz Bueno 2018a: 39) de dichas calles (Ruiz Bueno 2014 y 2014-15). Sin embargo, la mayoría de ellas siguen conservándose y, en el caso de una de las arterias principales de la ciudad como es el kardo maximus, permanece con estas transformaciones consciente de su papel de contacto con el nuevo centro de poder situado al sur de la ciudad. Estas características afectan sobre todo a vías de la zona norte de la ciudad (Ruiz Bueno 2017: 513 s.). Sin embargo, de forma paradójica, se observan datos que van en línea con la conservación de vías, como nos demuestran las inscripciones fechadas en el siglo III y que aluden a un collegium corporis fabrorum subedianorum Patriciensium Cordubensium (CILII2/7). En los suburbios también es visible esta circunstancia; en concreto, en la vía que conectaba la ciudad con el anfiteatro se ha comprobado la invasión de algunos pórticos de calle por parte de tabernae a finales del siglo III (Castillo et al. 2010: 410).
LIMPIEZA Y MANTENIMIENTO DE CALLES Este asunto está unido de forma íntima con lo dicho en el apartado anterior, y es que durante los siglos II y IV se observan claros síntomas de una falta del mantenimiento de calles provocado sobre todo el por hurto de losas y recrecimiento de la cota de circulación de las calles, que a consecuencia de ello se pavimentarán en tierra batida y cascotes (Gurt y Sánchez Ramos 2008: 186); en la calle Ramírez de las Casas Deza se detecta dicho robo y la adaptación de pórticos de calles para la construcción de casas (Hidalgo 1993 y Alors et al. 2015: 67). A fines del siglo III o inicios del IV se derrumba una casa encima
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de un kardo minor sin que se recogiesen los cascotes y restos de dicho edificio sobre la calle (Soriano 2003). En este mismo periodo y en el actual colegio de Santa Victoria, se detecta el derrumbe de otras edificaciones sobre otro kardo minor, cuyo solar no volverá a ser ocupado durante siglos (Castro y Carrillo 2005). Consecuencia de lo dicho en el párrafo anterior es el crecimiento de los niveles de circulación de las calles motivado por los arreglos a los que se someten las mismas junto con la desaparición del sistema tradicionalmente utilizado por el que los residuos sólidos eran sacados fuera de la ciudad (Ruiz Bueno 2016: 506 ss.). Sobre la gestión de residuos, podemos observar que a partir del siglo III se constatan fenómenos como la formación de basureros en el interior de la ciudad, así como actuaciones de regularización de terrenos, como por ejemplo vimos en el teatro (Ruiz Bueno 2016: 537 ss.). El problema de los residuos sólidos por el contrario se solventa mediante la construcción de fosas, basureros y vertederos (Vázquez Navajas 2014: 132) y del inevitable crecimiento de los niveles de circulación en las calles (Ruiz Bueno 2018a: 44).
TUMBAS INTRAMUROS Un fenómeno que se constata a partir del siglo V es la aparición de tumbas en el interior del recinto amurallado; como afirman Sánchez y Morín, “su constatación se enmarca en la pérdida del valor sagrado del pomerium por parte de la ciudad clásica” (Sánchez Ramos 2014: 118 ss.); se trata de un fenómeno que en Córdoba afecta más al norte del recinto amurallado que al sur, donde se está formando el nuevo centro de poder (Murillo et al. 1997: 51).
COLMATACIÓN DE LAS CLOACAS No es necesario subrayar la estrecha vinculación que tiene el momento final de la vida de los acueductos, a la que nos referimos con anterioridad, con la colmatación de las cloacas de las distintas calles; respecto a la primera de dichas circunstancias, ya se mencionó antes que en buena parte hay que achacar
al terremoto de mediados del siglo III el fin de su actividad: el Aqua Augusta Vetus debió de verse afectado seriamente por dicho terremoto habida cuenta de los daños que se detectaron en parte de su trazado. Al menos en dos puntos se ha detectado el derrumbe y deformaciones del acueducto de Valdepuentes (Ruiz Bueno 2017a: 36), mientras que el Aqua Nova Domitiana seguiría activo hasta el siglo IV (Ruiz Bueno 2017a: 36 fig. 5B y 2017b: 151 y 156, Vázquez 2014: 123 ss. y Pizarro 2014: 95, lám. 23). Consecuencia directa de la falta de suministro de agua es la inutilización de fuentes como la que se ubica en Santa Victoria y el lacus conocido en la calle Ramírez de las Casas Deza (Pizarro 2014: 107 y Vázquez Navajas 2014: 125); la otra consecuencia clara y que va en paralelo es el deterioro de la red urbana de saneamiento que deja de funcionar cuando desaparece su mantenimiento (Gurt y Sánchez Ramos 2008: 187 ss. y Ruiz Bueno 2018a: 42 ss.) a partir del siglo IV; a modo de ejemplo, la canalización detectada en la calle Duque de Fernán Núñez se colmata en el siglo V o bien, las cloacas vinculadas con el anfiteatro se colapsan en el siglo IV (Vázquez Navajas 2014: 127). También en el circo encontramos testimonio de este proceso cuando la red de alcantarillado que venía de dicho edificio deja de funcionar como consecuencia de la falta de mantenimiento. Pero aquí también se nos ofrece una excepción a esta regla y, curiosamente, en la zona donde a partir de este momento se está formando el nuevo centro de poder; efectivamente, es la zona suroccidental de la ciudad la única en la que se detecta la construcción de cloacas nuevas en este periodo tardío (Vaquerizo y Ruiz Bueno 2014: 24), algo que no tiene sentido alguno si no lo explicamos con la formación de ese nuevo centro político, religioso y económico de la ciudad. La falta de abastecimiento de agua a través de los acueductos se tuvo que suplir con sistemas alternativos que en el caso de Córdoba se materializan en pozos y depósitos de agua como el que hoy día se conserva al sur de la mezquita-catedral con una capacidad cercana a los 80 metros cúbicos y unas dimensiones de 6 por 6 metros y que formaría parte de un gran edificio adosado a la muralla (Ruiz
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Bueno 2017b: 155, nota 76). El resto de la población debió de recurrir al abastecimiento de pozos y cisternas para alcanzar los recursos hídricos subterráneos (Ruiz Bueno 2016: 527 ss. y 2017b: 156).
EL CRISTIANISMO Uno de los fenómenos históricos más importantes que se da en el periodo que estamos analizando es la expansión del cristianismo como nueva religión oficial. Resulta difícil analizar los indicios de la arquitectura de esta nueva religión, algo que puede observarse en el resto de la Península Ibérica hasta el siglo IV (Sánchez Ramos y Morín 2014: 108). Sería el ámbito funerario el que denote la llegada de esta nueva religión y de forma muy difusa comienza a aparecer material de indiscutible vinculación con el cristianismo a partir del siglo IV con los sarcófagos de marcada temática cristiana; serán las necrópolis las zonas donde en primer lugar atisbemos estos testimonios arqueológicos. La crítica ha centrado su interés principalmente en dos aspectos vinculados con este tema: los centros de culto a los nuevos mártires y la ubicación de la sede de la administración vinculada a la nueva figura que representa la máxima autoridad religiosa: el obispo. No podemos olvidar que la organización administrativa creada a través del obispo es, según algunos autores, el principal motor de la nueva estructura de administración territorial (Sánchez Ramos 2010: 245). En lo que a este último tema se refiere, solo tenemos certeza de la ubicación de la sede episcopal (Gurt y Sánchez Ramos 2010 y 2011: 280, Sánchez Ramos 2009 y Sánchez Velasco 2017: 335 ss.) en un momento muy tardío, ya en el siglo VI y sobre todo en el siglo VIII (Sánchez Ramos 2011: 106), con las fuentes escritas islámicas, a través de las cuales conocemos que ocupaba parte del espacio que fue empleado para la construcción de la Mezquita de Abderramán I, al sur de la ciudad y en la cercanía del nuevo centro de poder político que se sabe estuvo en el Alcázar. Es cierto que los intentos por mostrar una imagen más o menos real del episcopio es un logro inalcanzado hasta ahora por la escasez de datos que las excavaciones realizadas en
la Mezquita-Catedral y en el Patio de los Naranjos han proporcionado. Pero también lo es que las teorías que han querido ubicarlo en otras partes de la ciudad antes de este momento no son en absoluto. No menos difícil es saber si el episcopio nace allí mismo y permanece hasta la llegada del periodo andalusí o bien es otro el lugar que vio la primera edificación de este episcopio. Así, por ejemplo, Marfil es de la opinión de ubicar el primer episcopio en la zona de Cercadilla (Marfil 2000 y Sánchez Velasco 2017: 352) de donde pasaría con posterioridad a la Basílica de San Vicente. Otros autores sostienen la pervivencia de esta sede a través de los siglos en el mismo sitio donde se encuentra hoy la Mezquita (León y Murillo 2009 y Sánchez Ramos 2011: 105). Que este sigue siendo un tema de enorme interés lo demuestra la reciente realización de unas Jornadas Técnicas (La investigación arqueológica del complejo episcopal de Córdoba y su entorno urbano) patrocinadas por el Cabildo de la Catedral y dirigidas por el prof. Alberto León en junio de 2019. Si bien las conclusiones se encuentran en prensa, parece fuera de toda duda que esa zona de la Mezquita fue le elegida para ubicar la sede episcopal, si bien no contamos aún con una imagen nítida de los edificios que la componían. Esta misma inseguridad puede observarse a la hora de analizar los centros de culto vinculados a los mártires; tres son los que se citan de forma recurrente en las fuentes escritas: San Acisclo, S. Zoilo y el conocido como Tres Coronas. Mientras que los dos últimos parecen corresponder a los lugares que hoy ocupan las parroquias de San Andrés y San Pedro respectivamente, la de San Acisclo ha querido ubicarse en parte del complejo edilicio de Cercadilla, más exactamente en la trichora norte que cerraba un pórtico monumental. La presencia de una verdadera tumulatio ad sanctos en este punto concreto condiciona de modo importante la verosimilitud de esta hipótesis (Sánchez Ramos 2010: 27). Informaciones de distinta consideración nos hablan de otros edificios cristianos en el interior de la ciudad (Sánchez Ramos 2010: 19-21 y Sánchez Velasco 2017: 332 ss.) pero, con ser evidencias de carácter epigráfico o arquitectónico, no hay seguridad absoluta acerca de su función real.
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LA TRAMA VIARIA DE AU G U S TA E M E R I TA . CONTINUIDAD Y TRANSFORMACIONES EN ÉPOCA ROMANA Y TA R D OA N T I G UA
Pedro Mateos Cruz
Instituto de Arqueología de Mérida p.mateos@iam.csic.es
Resumen
Abstract
La trama viaria de Augusta Emerita resulta bastante conocida tras la publicación de numerosos artículos relacionados con el urbanismo de la ciudad. Durante los dos primeros siglos, desde su fundación, se van definiendo las claves de su viario intramuros sujeto a algunos cambios puntuales ligados a la definición y alteración de los espacios públicos. Esta trama sufrirá las primeras modificaciones importantes en su fisonomía a partir de época tardorromana y continuarán produciéndose a lo largo del período tardoantiguo. En este texto desarrollaremos de manera sucinta las características del viario emeritense, los elementos que definen la continuidad y cuales fueron las principales transformaciones que se llevaron a cabo a lo largo de los siglos.
Augusta Emerita’s road plot is well known after the publication of numerous articles related to urban planning in the city. During the first two centuries, since its foundation, the keys of its intramural road are defined, subject to some specific transformations linked to the definition and alteration of public spaces. This road netword will undergo the first major changes in its physiognomy from the late Roman period and will continue to occur throughout the late period. In this text, we will succinctly develop the characteristics of the emeritense road network, the elements that define continuity and which were the main transformations that took place over the centuries.
Palabras claves
Key words
Urbanismo, Augusta Emerita, Trama viaria, Continuidad, Transformaciones.
Urbanism, Augusta Emerita, Road network, Continuity, Transformations.
L A T RA M A V I A RI A DE Aug u s ta E m er i ta
L
a trama urbana de Augusta Emerita es bien conocida tras la publicación de numerosos artículos que abordan las características de su red viaria, el recorrido de la muralla y la ubicación de los principales edificios públicos e infraestructuras de la ciudad1. Las transformaciones urbanísticas sufridas por la colonia desde su fundación han sido documentadas en las numerosas intervenciones arqueológicas realizadas, como se observa en las distintas plantas reconstructivas publicadas en los últimos años, siendo las más importantes las llevadas a cabo en época de Tiberio, durante el período flavio y en época tardorromana y tardoantigua (Mateos 2011: 127-144). Todas estas reformas, documentadas fundamentalmente en los espacios públicos y en las infraestructuras, afectan a su trama viaria sobre todo en la zona intramuros que sufre una serie de modificaciones a lo largo de los siglos. La fundación de la colonia llevó aparejada unas obras de acondicionamiento para adaptar el terreno existente en la confluencia del río Anas y el Barraeca como espacio urbanizable por parte de los veteranos de las legiones que llevaron a cabo las primeras obras de infraestructuras de la ciudad. Frente a esa visión de una Augusta Emerita absolutamente plana, situada en un valle en el que todas las estructuras urbanas y su red viaria se planteaban en plano horizontal que se observa en numerosas publicaciones plasmadas en el plano de Golvin, la realidad arqueológica fruto de las intervenciones realizadas en los últimos veinte años y la documentación topográfica indican un urbanismo más complejo con pendientes, aterrazamientos y adaptaciones del terreno que definen una trama urbana más sinuosa. El ondulante recorrido de la muralla, sobre todo en su lado oriental obedece, sin duda, a la búsqueda de los puntos más altos de la topografía del terreno coincidiendo con las curvas de nivel máximas. Los decumani procedentes de este lado circulan en dirección Este-Oeste buzando hacia al río, en el que desaguan 1 La publicación de los informes de las excavaciones arqueológicas en Mérida por parte del Consorcio de la Ciudad Monumental en la Serie Memoria, actualiza los datos de la planta de la ciudad que ha sido recogida en numerosos estudios donde se analiza pormenorizadamente sus características (Alba 2001: 397-424, Ayerbe et al. 2009, Barrientos et al. 2007: 551-575 y Mateos 2011: 127-144).
las cloacas que corren bajo su trazado. Perpendicularmente, los cardines van buscando el recorrido de los decumani y para contactar con ellos necesitan salvar las diferencias de cotas con pendientes más o menos pronunciadas. Las cotas tomadas por el departamento de Documentación del Consorcio de la Ciudad Monumental de Mérida en los tramos registrados en las excavaciones realizadas en los treinta últimos años evidencian esa diferencia de nivel, que en ocasiones alcanza los veinte metros entre los distintos tramos, y permiten definir las características topográficas de la trama viaria emeritense. El plano más antiguo que se conserva en el que se representan las curvas de nivel, fechado en 1923, muestra aún esos puntos altos de la topografía de la ciudad coincidentes con el trazado de la muralla romana y permite hacernos una idea, antes de que las máquinas excavadoras transformaran el perfil de la ciudad de manera definitiva, de la sinuosidad de su relieve (Mateos 2011: 128-129) (Fig. 1). La conexión de esta red urbana con los espacios públicos se realiza mediante aterrazamientos antrópicos y plataformas superpuestas, como en el caso del foro de la Colonia (Ayerbe et al. 2009) que solventan la diferencia de cotas entre el temenos del templo “de Diana” y el decumanus maximus con un criptopórtico a doble altura. Como consecuencia de las transformaciones posteriores, los espacios públicos crean plazas sobreelevadas con respecto a las vías. Así podemos observar el Conjunto Provincial de Culto Imperial (Mateos et al. 2006), realizado mediante la amortización de cuatro manzanas de viviendas augusteas que, tras su derribo, se dispone como una plataforma aterrazada en altura respecto a las calles circundantes, separando el complejo público de las vías por un muro construido con contrafuertes, al menos en sus lados septentrional, occidental y oriental. El mismo fenómeno se observa en la plataforma oriental construida en época flavia en el foro de la Colonia (Ayerbe et al. 2009), ocupando dos manzanas preexistentes de viviendas de época augustea y realizada sobreelevada con respecto a la plataforma central. El paisaje resultante dista mucho, como señalábamos, de ser un urbanismo plano y horizontal, conformando una topografía mucho más compleja de la que se ha representado hasta ahora (Mateos 2011: 128-129).
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Figura 1: Plano de Mérida de 1923, con las curvas de nivel en el que se han incorporado las principales estructuras públicas de época romana (según Mateos 2011) .
LA TRAMA VIARIA EN ÉPOCA AUGUSTEA El viario de Augusta Emerita (Fig. 2) posee un diseño ortogonal definido por el trazado del decumanus maximus y el cardo maximus. En general, la distancia entre decumani oscilan entre los 80 y 90 m. mientras que los cardines fluctúan entre los 40 y 50 m. de separación. Este planteamiento posee excepcionalidades en la zona central de la ciudad con manzanas de menor tamaño, como la documentada coincidiendo con la schola iuvenum del foro de la colonia que posee unas dimensiones aproximadas de 50 por 45 m. en todo su recorrido de este a oeste. Del mismo modo, las manzanas coincidentes con la plataforma oriental del foro de la colonia poseen unas dimensiones mayores con una distancia entre cardines de 70 m. Las vías, por lo general, poseen una anchura de 5 a 6 m. y se encuentran flanqueadas por pórticos generalmente de 1.50 m a cada lado, aunque a veces
pueden alcanzar los 2.5 m. El cardo maximus guarda una anchura total de 9 m. y, en los tramos documentados no tiene pórticos en sus límites. Esta diferencia se debe, sin duda, a que en algunos tramos se documentan una serie de estructuras monumentales (fuentes, edificios públicos, etc) realizados para ser contemplados desde la propia vía. La pavimentación de las calles se realizaba mediante lastras de diorita de diferentes dimensiones y morfología que guardan una cierta convexidad en el centro de cara a recoger las aguas de lluvia en sus márgenes. En la fundación de la ciudad algunas vías no fueron empedradas de inmediato, sino que se realizaron provisionalmente como caminos de tierra batida o roca machacada hasta su pavimentación definitiva que coincidiría con la construcción de las cloacas bajo su estructura. (Alba 2001: 403). Estas vías no empedradas han sido documentadas en diversas excavaciones realizadas por toda la ciudad (Alba 2001: 403; Ayerbe 1999: 181 y Barrientos 2000: 68). Los
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Figura 2: Planta de Augusta Emerita en época augustea (plano elaborado por T. Barrientos y P. Mateos a partir de los datos del Departamento de Documentación del Consorcio de la ciudad monumental de Mérida).
tramos viarios más céntricos fueron configurados totalmente en época de Augusto, mientras que en las zonas más periféricas esta disposición no se finalizó hasta mediados del siglo I d.C. Algunas, incluso, quedaron sin alcantarillado (Acero 2018: 350).
do paralelo al río Anas. Esta desviación se prolonga hasta la puerta coincidente con el decumanus maximus. La sinuosidad del trazado de la muralla en el lado oriental obliga a soluciones diversas e incorpora manzanas no ocupadas para uso doméstico.
Las cloacas se situaban bajo el eje de la vía y poseían una altura entre 1.18 m y 1.30 m y una anchura que oscilaría entre los 0.70 y los 0. 75 m. aproximadamente. En su diseño se busca dotarlas de gran solidez para que pudieran soportar la carga del tráfico de las vías, construyéndose en el sustrato geológico, levantadas con opus incertum (Acero 2018: 352-353).
En la zona de los edificios de espectáculos, en el ángulo suroriental, el trazado de las vías posee una complejidad mayor ante la ausencia de documentación en algunos de ellas y su relación con las puertas documentadas en la muralla. Los problemas de interpretación de los tramos de muralla documentados en este sector plantean numerosos interrogantes. Uno de ellos es la fecha de construcción de este lienzo de muralla. La aparición de enterramientos ligados al teatro (bajo los pórticos de acceso) (Mateos-Márquez 1999: 301-320) y anfiteatro (bajo la cávea media) (Marcos 1961: 90-103) y la diferente técnica constructiva en relación con el resto del trazado de la muralla (Mateos-Pizzo 2018: 13-38) son algunos de los argumentos planteados para retrasar
En las zonas limítrofes con el trazado de la muralla, las manzanas poseen diferentes medidas adaptándose al recorrido del recinto, aplicando distintas soluciones según cada caso. En el lado occidental el último cardo coincide con el trazado de la muralla a excepción de la zona de Morería, en el lado occidental, que avanza hacia el dique de contención situa-
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su construcción en este tramo a lo largo del siglo I d.C., teniendo en cuenta que el anfiteatro, construido según la fisonomía conservada en época flavia, se adosa a la muralla, por lo que ésta debió ser anterior. Por otro lado, se debe señalar que las puertas existentes en el muro en esta zona coinciden con el recorrido de los decumani, que se interrumpen al coincidir con el trazado del teatro y el anfiteatro, lo que presupone una coetaneidad de la muralla con el diseño de la retícula viaria. Ante estos argumentos, es posible plantear una prolongación en el tiempo de los trabajos de construcción de la muralla en ese tramo que, a pesar de ser diseñada desde el inicio no se desarrolló hasta unos años después, cuando el primer teatro y anfiteatro de época augustea ya estaban construidos y antes de las reformas de época flavia. Esta nueva reforma conllevó la monumentalización de la scaenae frons, la reconstrucción del anfiteatro y la realización de la porticus postscaenae, definiendo un nuevo esquema para el conjunto de edificios de espectáculos que comportó otro planteamiento de la trama viaria en esa área (Mateos 2018). La localización del foro de la colonia desde época augustea en el centro de la ciudad plantea una relación directa con las principales vías urbanas. Al norte, se encuentra delimitado por el decumanus máximus, mientras que de norte a sur se halla dividido por el cardo maximus, separando la plataforma central del foro de la occidental. La terraza central estaba presidida por el llamado templo “de Diana” situado en alzado con respecto a la plaza y delimitado por un criptopórtico con sus dos naves exteriores realizadas a doble altura, salvando así la diferencia de cota entre el temenos del templo y el decumanus maximus. Este espacio ocupaba seis manzanas y se encontraba delimitado por un cardo minor a oriente y por el cardo maximus en el lado occidental. Esta vía principal se ha documentado en este tramo y posee elementos diferenciadores con respecto al resto de calles de la ciudad. Además de su anchura de 9 m y la ausencia de pórticos, destaca su pavimentación realizada con losas de granito de forma rectangular a diferencia del resto de calzadas que poseen lastras de diorita de distinto color y dimensiones. Al este de la calle y monumentalizando la fachada del foro, se han documentado una serie de fuentes que corren en paralelo a la vía a lo largo de toda la fachada occidental del
foro. Al oeste del cardo maximus se establece la plataforma occidental de la que se conservan los restos del templo “de la calle Viñeros”, cuya planta se asemeja al templo del divo Iulio del foro de Roma y, en la siguiente manzana, hacia el norte, el edificio interpretado con una schola iuvenum que, como ya indicamos anteriormente, condiciona sin duda la anchura de la manzana, mucho menor que las documentadas en el resto de la ciudad (Ayerbe et al. 2009). Todas las vías van a confluir en las numerosas puertas que se abren en la muralla, encontrando diferencias entre las de doble vano que posibilitan un tráfico fluido en dos direcciones o diferencian entre tráfico rodado y peatonal, o las de vano simple, menos centrales, que no merecen el calificativo de portillo que podrían tener otras de menor calado (Mateos 2011: 136). Entre las primeras destaca la llamada “puerta del puente”, que da acceso a la ciudad a través del decumanus maximus en su lado occidental (Álvarez 2006: 221-251). Construida con doble vano, se encuentra flanqueada por torres de planta de cuarto de círculo. En el tramo comprendido entre el puente y la puerta se ha documentado un tramo de vía que conserva una superposición de pavimentaciones con lastras de dioritas que sugieren una reforma posterior. En lo referente a la Puerta “de la Villa”, donde finaliza su recorrido intramuros el decumanus maximus en su lado oriental, los restos hallados en las excavaciones pertenecen a una reforma tardía por lo que desconocemos si los tres vanos en los que se articula la puerta corresponden a la etapa inicial o a otras posteriores (Sánchez Barrero 2004: 433-440). El resto de puertas documentadas se corresponden con accesos de un solo vano y de diferente anchura con evidencias arqueológicas fundamentalmente en el lado occidental y en el tramo al que se adosa el anfiteatro en el ángulo suroriental de la ciudad.
LA REFORMA DEL VIARIO EN ÉPOCA TIBERIANA La construcción del Conjunto Provincial de Culto Imperial en época del emperador Tiberio (25-30 d. C) provocó una serie de cambios en la trama viaria augustea (Fig. 3). El complejo público se edificó en el centro de la mitad norte de la ciudad, amortizando 4 manzanas de viviendas fundacionales e interrum-
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Figura 3: Planta de Augusta Emerita en época tiberiana (plano elaborado por T. Barrientos y P. Mateos a partir de los datos del Departamento de Documentación del Consorcio de la ciudad monumental de Mérida).
piendo el recorrido del cardo maximus en esa zona. Su acceso se efectuaría a través del llamado arco “de Trajano”, cuyo vano central coincidiría con los 9 m. de anchura de la vía principal de la ciudad. Los laterales, de menor grosor, permitían el acceso, junto con el central, a una gran plaza de 110 por 70 m presidida por un templo, hexástilo, a cella barlonga, parcialmente documentado (Mateos 2004: 129-147). La plaza, pavimentada con lastras de mármol, estaría delimitada por una porticus a doble nave, de 9 m de anchura, rematada con dos exedras en los extremos noroccidental y nororiental del conjunto (Mateos 2006). El complejo monumental, el primero realizado íntegramente en mármol de la ciudad, ocupaba 4 manzanas de viviendas que fueron amortizadas para su construcción, que se realizó mediante un aterrazamiento sobreelevado en relación con el viario perimetral. Para su edificación se obliteraron también el cardo maximus y un decumanus documentados durante las excavaciones realizadas en ese sector. Esta
transformación ocasionó cambios en el recorrido viario, sobre todo en el trazado del cardo maximus que, interrumpido en ese tramo, obligaba a bordear el Conjunto Provincial de Culto Imperial.
LAS TRANSFORMACIONES DE LA TRAMA URBANA DURANTE EL PERIODO FLAVIO La monumentalización del espacio público emeritense iniciada ya en época tiberiana con la construcción del Conjunto Provincial de Culto Imperial, adquiere una mayor presencia en la ciudad con las transformaciones llevadas a cabo en época flavia, que fundamentalmente han sido documentadas en el foro de la colonia y en los edificios de espectáculos (Fig. 4). En el foro de la colonia se produce la reforma de la plataforma central con la construcción de la basílica en el lado sur, la construcción completa de los nue-
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Figura 4: Planta de Augusta Emerita en época flavia (según Mateos 2011).
vos pórticos y el cambio en la pavimentación de la plaza que pasaría a ser marmórea. Del mismo modo se amortizan las dos manzanas situadas al este de dicha terraza ocupadas desde época augustea por diversas viviendas y en su lugar se construye la plataforma oriental conformada por un pórtico en U perpendicular a la plataforma central y sobreelevada con respecto a esta. En su interior se edificó un templo en época de Domiciano que presidiría el nuevo espacio público. Al sur de dicho espacio se situaron posiblemente las termas públicas que estaban a cota con las vías que lo delimitaban y, por tanto, por debajo del recinto sacro (Ayerbe et al. 2009). La amortización de las dos manzanas de viviendas necesarias para la construcción de la plataforma oriental y las modificaciones llevadas a cabo en la central, ocasionaron una gran transformación en la trama viaria de esa zona. El decumanus que delimitaba el foro en su lado oriental, que corría paralelo a la basílica, ve modificada su pavimentación susti-
tuyéndose las lastras de diorita por un solado de lajas de granito similar a la documentada en el cardo maximus. Por otro lado, se amortizan el decumanus que delimitaba la plataforma central en su lado occidental y dos cardines, que vieron interrumpido su recorrido con la construcción de la plataforma oriental. Algunos tramos de estas vías se han documentado bajo las estructuras del complejo de carácter público. Con la construcción de este nuevo espacio, el cardo maximus abandona la posición central con respecto al foro de la colonia, que poseía desde época augustea y que había cobrado aún más protagonismo con la construcción del Conjunto Provincial de Culto Imperial en el eje de la propia vía. La superposición de las tres plataformas resultantes creará un tráfico interior que provocará la pérdida de la centralidad del cardo maximus en la circulación interna del foro. Otra zona del viario que sufrirá transformaciones en este período es la de los edificios de espectáculos. Ex-
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tramuros, la inauguración del circo, según los datos con los que se cuentan, ejecutada en este momento, conllevaría un mayor tráfico en la vía de acceso a la ciudad en su lado oriental y daría lugar a caminos secundarios alrededor del edificio para facilitar el acceso a las instalaciones en las actividades cotidianas relacionadas con la realización de los ludi circenses y las labores comerciales vinculadas al circo. Ya intramuros, el área circundante del teatro y anfiteatro sería objeto de reformas en el viario tras la reestructuración del conjunto. En este momento, se produce la monumentalización de la scaenae frons del teatro, que coincidiría con la reconstrucción del anfiteatro y la construcción de la porticus postscaenae lo que supondría cambios estructurales en el tejido urbano preexistente (Mateos 2018). Por ejemplo, para facilitar la fluidez del tránsito desde la ciudad al teatro, se construyen unos pórticos exteriores, que corren paralelos a los lados oriental y occidental de la porticus, realizados en dos naves; la interior facilitaría el acceso a la versura, mientras que la exterior comunicaría, a través de una escalera, a una vía radial a la fachada de la cavea desde la que se accedería al interior (Mateos-Márquez 1999: 301-320). Con esta nueva disposición, es lógico pensar que los caminos originales de acceso serían sustituidos por otros perimetrales acordes a la nueva disposición y dimensiones de los nuevos edificios. De otro lado, la reconstrucción del anfiteatro y su adosamiento a la muralla cerrando dos de las puertas de acceso a la ciudad conllevaría, además de nuevas entradas al edificio, otras interrupciones y reformas en el viario que solucionarán con calles circundantes rodeando el teatro y anfiteatro. Estas vías serán reformadas en época tardorromana, como posteriormente analizaremos, mediante una subida en altura para solventar los problemas de cotas con las nuevas entradas creadas en ese momento.
NUEVAS REFORMAS DOCUMENTADAS EN EL VIARIO A LO LARGO DE LOS SIGLOS III Y IV Tras las transformaciones provocadas por los cambios urbanísticos de época flavia, tenemos constancia de algunas novedades que afectan a la trama
urbana a lo largo de los siglos posteriores gracias a las excavaciones arqueológicas realizadas en la ciudad. Un fenómeno que ya se empieza a vislumbrar en la ciudad desde el siglo II es el inicio de la amortización de los pórticos que delimitaban las vías intramuros. Este hecho ha sido documentado en algunas intervenciones arqueológicas puntuales en este momento como, por ejemplo, en la Zona Arqueológica de Morería donde se aprecia el uso privado de estos espacios, incorporándolos a las viviendas y adelantando su fachada hasta el límite de la calle (Alba 2002: 371-396). La privatización de los pórticos se generalizará a lo largo de los siglos III y IV con un uso diverso, fundamentalmente relacionado con el ámbito privado, comercial (tabernae) e industrial. Este fenómeno llevará aparejado en el tiempo el adelanto de las fachadas de los edificios hasta la línea de la vía convirtiendo los originales pórticos en espacios que, a lo largo de los siglos, irán modificando su uso como está atestiguado en diversas excavaciones llevadas a cabo en la ciudad2, por ejemplo, en la C/ Adriano, donde se documenta de manera evidente esa variación de espacio transitable en época romana a estancia industrial en el período tardoantiguo (Ayerbe 2007: 206) (Fig. 5). Otra de las modificaciones que se documentan en la ciudad en este período es la reparación de la pavimentación de las vías antiguas mediante la colocación de parches de tierra batida en las zonas libres de las lastras de diorita que caracterizan los suelos de las calles en época altoimperial. Los ejemplos documentados son muy variados a lo largo de la ciudad, como se observa en la bibliografía anteriormente citada en la nota 2. Con el tiempo, estos parcheados de tierra colmatarán el nivel de uso de las vías que transformarán su fisonomía anterior con lastras de diorita en caminos de tierra (pongamos como ejemplo la documentada en la 2 Así está atestiguada en numerosas intervenciones arqueológicas cuyos informes se encuentran publicados en la Serie Memoria del Consorcio de Mérida. Por citar algunas donde se observa el fenómeno con mayor claridad indiquemos (Alba 2000: 277-303, Ayerbe 1999: 169-196, Barrientos 1998: 103-133, Palma 2001: 225-241 y Sánchez 2000: 115-136), como ejemplos de este tipo de evolución en las calles.
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Figura 5: Vista general de las Excavaciones realizadas en la C/ Adriano ( fotografía R. Ayerbe).
calle Adriano que ilustra la figura 5). Este hecho conllevará consecuencias urbanísticas importantes en la ciudad a partir de época tardorromana. Por ejemplo, la colocación de capas sucesivas de tierra sobre el pavimento empedrado aumentará el nivel de uso de las propias vías que deben ser paliados con umbrales en las puertas de las viviendas e incluso cambios de cota en las puertas de acceso a la ciudad como puede apreciarse en la zona arqueológica de Morería en la que el portillo de entrada de la muralla ve ampliada su altura con respecto a la de época altoimperial. Este aumento paulatino en el nivel de uso de las vías comportará una suavización en el buzamiento de los decumani documentada en la zona más cercana al río en la que se observaba una pendiente del 15% que será aminorada con estas reformas.
Otra de las consecuencias que ocasiona esta nueva pavimentación es la pérdida de referencias de la situación de las bocas de registro de las cloacas que, a partir de este momento, comenzarán a perder su capacidad de mantenimiento y limpieza, lo que conllevará, con el tiempo, su saturación y abandono a partir del siglo V como más tarde analizaremos (Acero 2018: 360). Este aumento en el nivel de uso de las calles se observa también en las vías que circundan el teatro y el anfiteatro. A lo largo del siglo IV, probablemente relacionado con la restauración de ambos edificios en época de Constantino, se produce un cambio en la cota de uso de las vías documentada en algunos tramos a partir de las excavaciones que, con motivo de la realización del proyecto de investigación sobre
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ambos edificios, se han llevado a cabo en esa zona (Mateos-Pizzo 2018: 13-18). Junto a la puerta de entrada a la ciudad cercana al lado norte del anfiteatro se documentaron dos vías superpuestas. La inferior, realizada con piedras de pequeño tamaño y cantos de río, fue amortizada por otra de lastras de diorita de diferente tamaño y color. Los materiales arqueológicos hallados en el rudus de la calle superior fechan el momento de obliteración en pleno siglo IV (Mateos-Pizzo 2018: 18). Estas vías estaban delimitadas en vez de por pórticos por un acerado formado por losas de granito rectangulares colocadas transversalmente a la vía y que pertenecerían a esa restauración tardía de la calle. Este fenómeno de superposición de viales ampliando la cota de altura se ha observado también en la puerta “del puente” coincidente con el acceso del decumanus maximus a la ciudad desde el puente sobre el río Anas, lo que provocó reformas en la puerta de acceso. En este caso, las excavaciones no han podido documentar el momento de realización de dicha reforma, aunque es probable que se realizara en un momento avanzado, quizás coincidiendo con un momento tardío. Como ya hemos indicado anteriormente, también en época tardorromana se han fechado las estructuras ligadas a la puerta de acceso del decumanus maximus en su lado oriental, en la llamada puerta “de la Villa”. Durante un seguimiento de obras se identificaron los restos de una puerta de triple vano y del decumanus maximus que delimitaba el recorrido de la muralla de la ciudad en ese lado y que modificaba su estructura anterior cuyas características desconocemos. (Sánchez Barrero 2004: 433-440). En algunos inmuebles observamos también en este período transformaciones en su arquitectura. Ciertas estancias verán modificadas su estructura, se monumentalizarán sus espacios públicos con ábsides y se pavimentarán los suelos con mosaicos o placas de mármol. En algunos casos, las reformas en las antiguas habitaciones darán lugar a nuevas construcciones que, en ocasiones, se realizarán invadiendo las calles. Esta ocupación de la vía pública se ha documentado, por ejemplo, en la casa “de los mármoles” en la Zona Arqueológica de Morería, donde la construcción de unas nuevas termas en
época tardorromana sobrepasa la línea de fachada de la vivienda, interrumpiendo el viario (Alba 2001: 413). Del mismo modo, en la casa de la alcazaba, en la fachada que linda con el cardo paralelo a la muralla, se produce una refracción de la vía de 1 metro aproximadamente por la construcción en este momento de otras termas que recortará la anchura de la calle. El mismo caso podemos observar en el teatro, donde la superposición de vías da lugar a la construcción de nuevas estructuras transversales a la calle y a la fachada del edificio tanto en su extremo oriental como en el occidental, incluyendo en su recorrido unas nuevas escaleras de acceso a los vomitoria. En el anfiteatro, en la fachada norte, la realización de unas letrinas públicas interrumpe de nuevo el trazado de la calle, estrechando su recorrido (Mateos-Pizzo 2011: 173-194). A pesar de todas estas transformaciones documentadas en el viario de la ciudad podemos señalar que la trama urbana continua inalterable a lo largo de las cuatro primeras centurias, con reformas en su pavimentación y diversas modificaciones que no variaron la configuración del área intramuros de la ciudad.
TRANSFORMACIONES EN EL VIARIO EMERITENSE EN ÉPOCA TARDOANTIGUA Como ya hemos señalado, a pesar de las transformaciones en la fisonomía de la trama urbana de Augusta Emerita a lo largo de los primeros cuatro siglos, su trazado presenta una continuidad que comienza a truncarse a partir de época tardoantigua, en un momento en que el urbanismo de la ciudad sufre modificaciones importantes. Este período se configura como un momento de transición en que las estructuras definitorias de la ciudad romana van a ser poco a poco suprimidas y sustituidas por un nuevo concepto de ciudad relacionada con una renovada realidad política, cultural, económica y social diferente, donde el poder de Roma es suplido por el que ejercen otros pueblos que se asentaran en esta quinta centuria en Emerita. La ciudad no perderá sus funciones como elemento vertebrador de un territorio, aunque evoluciona-
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rá hacia otras formas de entender tanto el espacio público como el ámbito privado con respecto a la ciudad clásica. Los edificios de ocio y representación, la arquitectura de poder y el resto de estructuras públicas urbanas de época romana perderán progresivamente su función y serán abandonados y sustituidos por una nueva arquitectura donde se manifiesta el dominio de la iglesia a partir de este período. En síntesis, las principales modificaciones observadas en este período en el urbanismo emeritense son (Mateos 2018: 127-153): ¡ Amortización a partir del siglo V de los principales espacios públicos de la ciudad romana. Complejos públicos como el foro de la Colonia y el Conjunto Provincial de Culto Imperial sufrirán un proceso de abandono de sus funciones, lo que conllevará una amortización de sus principales edificios, su expolio y la reutilización de estos espacios con fines fundamentalmente de carácter privado, en los que se construyen nuevas viviendas de pequeñas dimensiones. En el lado sur de la plataforma oriental se documenta la construcción de un edificio público de carácter civil relacionado con la nueva arquitectura de poder que gobierna la ciudad en ese momento (Ayerbe y Mateos 2015: 179-191). ¡ Abandono de los edificios de espectáculos a lo largo de la quinta centuria ocupando su espacio con viviendas, documentadas hasta ahora en la porticus postscaenae del teatro, e instalaciones industriales que se mantendrán en uso a lo largo de todo el período tardoantiguo. ¡ A lo largo del siglo V, nacen los primeros edificios cristianos litúrgicos que se extenderán por toda la ciudad a lo largo de los siglos. En las zonas extramuros, aglutinando todo el significado cultual de las áreas funerarias presididas, hasta ahora, por un edificio martirial, se construirán basílicas funerarias y martiriales que se convertirán, ya en los siglos VI y VII, en verdaderos conjuntos arquitectónicos con una compleja estructura de la que, según las fuentes de la época, formarán parte escuelas, monasterios, hospitales, etc. como en el caso del complejo funerario, monástico y martirial de Sta. Eulalia. ¡ Amortización de las principales conducciones hidráulicas que abastecían de agua a la ciudad y sustitución por pozos construidos en las viviendas.
¡ Otra de las estructuras protagonistas de la ciudad romana, la muralla, sufre una transformación en su concepción arquitectónica, aunque no en su trazado. En efecto, la cerca muraria que definió el perímetro intramuros de la colonia Augusta Emerita hasta este momento, continúa invariable desde época romana. Morfológicamente, el refuerzo de sillares que forra la muralla en este momento, poseería una anchura variable de entre 2 y 3 metros y está conformado por diversas hiladas de material granítico reaprovechado de edificios anteriores. Además de sillares, se han documentado un buen número de columnas y material procedente de ambientes funerarios como cupae y pulvinos (Beltrán y Baena 1996: 110) hecho que demuestra la destrucción previa de estos espacios funerarios paganos antes de la realización del refuerzo (Mateos 2018). ¡ Uno de los elementos más documentados en lo que se refiere a la transformación urbana que sufre la ciudad en pleno siglo V y a la nueva realidad que surge como consecuencia, es la que se relaciona con el ámbito doméstico. Existen numerosos datos de nuevos espacios domésticos originados, por ejemplo, por el abandono de los espacios públicos a partir del siglo V. Este es el caso de las viviendas documentadas en el interior del foro provincial (Alba y Mateos 2006: 355-380), en el foro de la Colonia (Ayerbe et al. 2009: 828-831), en el peristilo del teatro o en el anfiteatro (Mateos y Pizzo 2011: 173-193), por citar algunos ejemplos, ya señalados anteriormente. Paralelamente se produce, a partir de esta centuria, un proceso de fragmentación de las viviendas señoriales romanas que verán sus peristilos convertidos en verdaderos patios de vecinos y las estancias compartidas como residencia de una unidad familiar. ¡ También debemos destacar la ocupación de diversos espacios intramuros con uso productivo; espacios públicos que son abandonados, como sucede como ya hemos señalado en el foro de la colonia, y en otros lugares que en este momento son privatizados, como se observa en algunos pórticos de las vías donde se documenta la construcción de diversas fraguas o talleres de fundición de metales, ocupando los márgenes de las vías en distintos puntos de la ciudad (Ayerbe 2007: 206).
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En este contexto de transformaciones urbanísticas que sufre Augusta Emerita en época tardoantigua debemos situar las modificaciones observadas en la trama viaria de la ciudad en este período. La nueva fisonomía observada a partir del siglo IV en las calles emeritenses pavimentadas algunas con capas de tierra batida y cascotes van a ser una constante en este momento, perdida ya su imagen de lastras de dioritas que caracterizaban los caminos en época altoimperial. Este hecho, como ya se apreciaba en época tardorromana conllevará diversas alteraciones de cotas de los decumani y cardines que conllevará una “horizontalidad” no apreciable con anterioridad. Las pavimentaciones pueden presentar vertidos domésticos como cenizas, carbones y desechos de la actividad industrial. Este nuevo solado alterará la pendiente de algunos decumani entre los 20 cm en las zonas altas a 1.50 m donde las vías buzan en mayor medida, es decir, en los tramos más cercanos al lado occidental de la muralla, cercano al río (Alba 2001: 409). La tendencia a ocupar tramos de las vías por parte de estancias de viviendas que ya se observaba en el siglo anterior, continuó en este período. El ejemplo mejor conocido se documenta en las excavaciones de la Zona Arqueológica de Morería en la que una vivienda ocupa parcialmente una vía, desplazando el eje viario a un lado, lo que permitió mantener el ancho de la calle en 4.5 m. (Alba 1999: 395). Este desplazamiento de la vía ocasionando cambios en el entramado se observa en este período en otros lugares de la ciudad. Por ejemplo, se ha documentado un tramo de un cardo minor en las excavaciones llevadas a cabo en el interior de la plataforma oriental, en su lado sur. Ya hemos indicado anteriormente la construcción de un edificio público de carácter civil fechado en pleno siglo V. El edificio se retranquea de la línea de fachada original de época romana en el lado oriental. Para adaptarse a esta nueva línea de fachada se construye un nueva vía realizada con cascotes machacados y tierra que se desvía del recorrido del cardo minor romano al menos 1 metro. Esta nueva calle había recrecido el nivel de tránsito del cardo que circulaba bajo ella en 1 m. (Ayerbe y Mateos 2015: 179). La nueva estructuración del foro de la colonia, tras su amortización a lo largo del siglo V conllevará
otras reformas en el viario urbano. Durante el expolio que se produce en la plataforma central en este momento se van creando nuevos caminos utilizados para la recogida del material de saqueo. Este es el caso de un pasaje que se establece entre el acceso suroccidental de la plataforma central del foro y la puerta situada en el ángulo nororiental. Este nuevo tramo viario realizado en diagonal en relación con el trazado romano, es el primer cambio drástico documentado en el recorrido de este momento ya que, este tramo que en un primer momento se estableció con un uso puntual para la extracción del material expoliado, se mantiene en el tiempo como vía secundaria, rompiendo la ortogonalidad que había presidido desde su fundación la trama viaria emeritense. Como hemos podido apreciar, la configuración urbanística de la trama viaria de Augusta Emerita se mantiene prácticamente inalterable a lo largo de los siete primeros siglos de nuestra era. Efectivamente, surgen transformaciones puntuales motivadas por las reestructuraciones de los espacios públicos en las dos primeras centurias. Del mismo modo, la privatización de los pórticos y la posterior reforma en sus pavimentaciones preludian cambios más profundos en su fisonomía, pero no alteran su concepción ortogonal ni su recorrido. Con la llegada de la tardoantigüedad estos cambios se acentúan, se generaliza la construcción de vías terreras aumentando su altura y transformando su imagen con la irrupción de nuevas estructuras domésticas en su recorrido. Esto provocará cambios en el trazado que se van adaptando a nuevas líneas de fachadas de edificios y nuevas realidades urbanísticas originadas por los cambios estructurales que sufre la antigua colonia. El nuevo concepto de ciudad surgida de una diferente realidad cultural y política afecta también al urbanismo. Sin embargo, los edificios que funcionarán como nuevos polos de atracción, se incorporarán en buena medida al entramado de calles establecido. A pesar de estas modificaciones, la retícula viaria heredada del período romano ofrece una continuidad en su trazado que solo se verá destruida en plena época islámica con la contracción que sufre el recinto amurallado y la creación de nuevos ejes de circulación ligados a un urbanismo con diferente planificación.
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L A O C U PA C I Ó N , P R I VA T I Z A C I Ó N Y MODIFICACIÓN DEL ENTRAMADO VIARIO EN LA BARCINO TA R D OA N T I G UA Julia Beltrán de Heredia Bercero
Facultat Antoni Gaudí d’Història de l’Església, Arqueologia i Arts Cristianes de Barcelona (AUSP) jbeltran@facultatantonigaudi.cat
Resumen
Abstract
Barcino dispone de numerosas evidencias materiales para definir una realidad urbana cambiante, cuyos primeros pasos se han de buscar durante el alto imperio, pero que se hace muy evidente durante la antigüedad tardía. La colonia romana presenta una desviación y privatización del viario y una subida de los niveles de circulación, al tiempo que se mantiene la red de alcantarillado, aunque no sin dificultades. Los edificios públicos altoimperiales más emblemáticos son abandonados y desmontados, o bien reformados para acoger otros usos. La cristianización influye en la creación de un nuevo paisaje, con la aparición de los primeros edificios religiosos y el desplazamiento del centro de poder del fórum al ángulo norte de la ciudad. Se define un nuevo modelo de ciudad, que contrariamente a la visión clásica, es una ciudad dinámica y comercialmente muy activa, sede de la corte real visigoda y que, en el siglo VI, actuaba como receptora de impuestos de un vasto territorio.
Barcino has numerous material evidence to define a changing urban reality, whose first steps must be sought during the high empire, but which becomes very evident during late antiquity. The Roman colony presents a deviation and privatization of the road and a rise in circulation levels, while maintaining the sewerage network, although not without difficulties. The most emblematic high imperial public buildings are abandoned and dismantled or refurbished to accommodate other uses. Christianization influences the creation of a new landscape, with the appearance of the first religious buildings and the displacement of the power center of the forum to the north corner of the city. A new city model is defined, which contrary to the classical vision, is a dynamic and commercially very active city, seat of the Visigoth royal court and that, in the 6th century, acted as a tax recipient of a vast territory.
Palabras clave
Key Words
Callejero, Ocupación, Cristianización, Saneamiento, Estrechamiento, Spolia.
Streets, Occupation, Christianization, Sanitation, Narrowing, Spolia.
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a Barcino romana era una ciudad de nueva planta construida por el emperador Augusto (Fig. 1). La colonia romana se levantó sobre dos colinas que sirvieron para elevar de escala los edificios de culto. En
una, se situó un templo dedicado al culto imperial, en la otra, un edificio público, seguramente un templo ligado a un castellum aquae/ninfeo (Beltrán de Heredia 2019: 179-185). El urbanismo de la colonia era ortogonal, el decumanus y cardo maximus tie-
Figura 1: Planta de Barcino en época alto imperial con indicación de las primeras alteraciones del callejero augusteo. Hipótesis: J. Beltrán de Heredia (dibujo E. Revilla-I. Camps).
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nen 42 pedes de anchura, mientras que el resto de las calles paralelas a las principales, se proyectaron con 30 pedes. La modulación de las 25 insulae es variable y se adapta a la topografía del terreno, aunque se empleó el actus como medida reguladora1. La Vía Augusta, cuya prolongación en el interior de la ciudad se convierte en el decumanus maximus, funciona como elemento articulador de la ciudad; la vía principal, la única que al llegar y salir de la ciudad fue monumentalizada con torres en la muralla augustea (Ravotto 2017). El fórum, que no se localizaba en posición central, sino un poco desplazado hacia el noroeste, era una plaza alargada porticada, organizada en dos terrazas de idénticas dimensiones y separadas por el decumanus maximus, que formaban una superficie foral total de 581 x 201 (Beltrán de Heredia 2015).
LOS PRIMEROS PASOS HACIA LA DESESTRUCTURACIÓN URBANA EN EL ALTO IMPERIO Barcino era una ciudad pequeña, de apenas 10 hectáreas, en la que pronto faltó el espacio urbano. La ocupación de los espacios públicos y la transformación de los viales -que se manifiesta de una manera clara durante la antigüedad tardía- es un fenómeno que comenzó muy pronto y que estuvo regulado por la legislación alto imperial (Ruiz Bueno 2018). Las privatizaciones se hicieron por tramos, en función del propietario colindante. La del intervallum, se inició en una fecha muy temprano; hay datos para el siglo I d.C., es frecuente en el siglo II y se da con fuerza en el siglo III. Por ejemplo, junto a la domus del Arxiu Administratiu (Fig. 1. insula IV-5) se ocupó el intervallum con una zona industrial en época flavia; en la Pia Almoina (Fig. 1. insula II-2) la ocupación se documenta en el siglo II (Beltrán de Heredia, 2001); las estructuras junto a la domus d’Avinyó (Fig. 1. insula III-3) indican una datación del siglo III (Vilardell 2008); también en la segun1 La propuesta de 25 insulae se ha hecho a partir de los datos arqueológicos disponibles, pero es posible que la insula IV-1 pudiera haber sido planificada diferente, quizás en dos alargadas (como la III-1); la localización en ella de una de las colinas y el trazado documentado del aquae ductus en dirección al fórum, podrían indicarlo. Aun así, mientras no haya datos más concretos hemos preferido no modificar la propuesta actual.
da mitad del siglo III-inicios del IV, la instalación vinícola de Plaza del Rey (Fig. 1. insula II-4) ocupó -el tramo de intervallum contiguo- con una serie de depósitos y una prensa (Beltrán de Heredia 2009). Entre los siglos III y IV se da una privatización parcial de los pórticos peatonales que, en Barcino, solo los tenemos documentados en uno de los lados. Esta actuación comportó una circulación por calles más estrechas y, al tiempo, el inicio de los retranqueos y trazados oblicuos que se acabaran fosilizando en la alta edad media. En el siglo III, la cetaria de Plaza del Rey (Fig. 1. insula II-4) ocupó el pórtico de un cardo, pasando el tramo de calle de 9,5 m a 7 m (Beltrán de Heredia 2007). También cerca del fórum se ocupó otro cardo con la construcción de un cuerpo avanzado de funcionalidad indeterminada (Fig. 1. insula III-5; Fig. 3). En la misma época, se da una invasión total y anulación de un tramo de vial entre dos insulae; nos referimos a la actual Plaza de Sant Miquel. En un momento que no podemos situar con precisión, pero si emplazar entre los siglos III y IV, se levantaron toda una serie de edificios de carácter industrial y una batería de tabernae en la fachada noroeste de dos insulae (Fig. 1. insulae III-4 y III-5). Su construcción privatizó el tramo del decumanus minor colindante y avanzó las fachadas de las mencionadas insulae hasta la mitad del cardo minor transversal (Beltrán de Heredia 2013: 21-23, Fig.4).
LAS DOMUS Y LA OCUPACIÓN DE LOS VIALES EN EL SIGLO IV En el IV, la arqueología muestra ya una modificación importante del parcelario urbano, detectándose un aumento de la ocupación de calles. Las reformas y ampliaciones de las domus, que se llevarían a cabo en esta centuria, repercutirían en los viales contiguos. Las casas se proyectan hacia el exterior: se cierran y ocupan los pórticos por particulares para ampliar la vivienda y se avanzan las fachadas hasta la mitad de la calle. En algunos casos, una nueva construcción domestica ciega y anula totalmente parte de un vial. La domus de Sant Miquel (Fig. 2. insula III-4) incorpora un sector del decumanus contiguo para construir unas termas de carácter privado; lo mismo sucede con la domus del Pati Llimona (Fig. 2. insula
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Figura 2: Planta de Barcino a finales del siglo III: 1. Baptisterio; 2. Basílica paleocristiana; 3. Domus de sant Honorat construida en el forum. Hipótesis: J. Beltrán de Heredia (dibujo E. Revilla-I. Camps).
IV-6). La reforma de la domus del Arxiu Administratiu (Fig. 2. insula IV-5) conllevan una actuación más contundente; la casa en la segunda mitad del siglo IV se amplía avanzando las fachadas noroeste y sudeste hasta la mitad de los respectivos cardines (García, Miró y Revilla 2002). En la fachada noroeste, se construyen unas termas privadas (Miró 2011) y en la sudeste, una gran sala de recepción con
ábside, datada entre los años 320 y 440, que supone la privatización del tramo final de la calle (Beltrán de Heredia 2013: 20, Fig.3). Más significativo es el caso de la domus de Sant Honorat (Fig. 2. 3), que indican unos cambios urbanísticos importantes que afectaron directamente al foro, ocupando -esta nueva vivienda- parte de la terraza baja del fórum, concretamente el espacio co-
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rrespondiente a una insula, hecho que nos indican la pérdida de papel y relevancia de la plaza pública romana ya en el siglo IV2.
EL DESMANTELAMIENTO Y OCUPACIÓN DEL FORUM Paralelamente a la aparición del cristianismo, y con él, el nuevo centro administrativo y de poder -tema que a abordaremos después-, se dio la desaparición y perdida de función de la gran plaza pública romana: el fórum, que estaba ya totalmente desmantelado en el siglo VI, aunque este proceso de desbaratamiento arrancaría en el siglo IV y se haría muy patente a inicios del V. La superficie de plaza romana -que como hemos dicho estaba organizada en dos terrazas con una diferencia de 6 metros de altura entre ambas- es invadida por nuevas construcciones. Las primeras modificaciones son ya del siglo IV, le seguirán otras a inicios del siglo V y continuarán dándose en los siglos VI y VII. En un momento impreciso del siglo IV, se construyó la domus de Sant Honorat (Cortes 2011). Esta residencia ocupó parte de la terraza baja del fórum, la equivalente a una insula (Fig. 2. 3). Nos preguntamos, a quien pertenecería la casa, y si su propietario pudo tener algún papel significativo en el gobierno de la ciudad. La ocupación en este caso es doblemente simbólica, ya que se privatizaba una superficie aproximada de 1.750 m2 de la plaza pública más emblemática, el fórum, y con ella desparecía un edificio público allí ubicado, la curia3 (Beltrán de Heredia 2015: 135-138). No podemos pasar por alto el hecho de que solamente los grupos de poder, el poder municipal y los grandes propietarios, podrían decidir cuáles eran las modificaciones urbanas que llevar a cabo. 2 La mima fecha se constata en Tarraco, en la segunda mitad del siglo IV, la parte baja del foro se había convertido en un despoblado que servía de cantera para las construcciones cristianas del suburbium: los pedestales eran transportados y aprovechados para las tumbas y mausoleos del conjunto cristiano del Francolí (López Vilar 2006). También en Segóbriga, la ocupación del fórum por viviendas se documenta en la segunda mitad del siglo IV (Abascal et al. 2009). 3 Se conocen otros casos: en Cartagena, la curia se abandona a inicios del IV (Noguera et al., 2009); en Valencia, el edificio de la curia pierde su función hacia finales del IV-inicios del V (Morín de Pablos y Ribera 2015: 21)
Figura 3: Muro que invade un cardo minor y se levanta sobre el colector de la calle ( fotografía A. Lajusticia).
A inicios de siglo V, entre los años 400-420, se estaba construyendo la nueva residencia del obispo, y en la obra de fábrica podemos ver una recuperación masiva de bases y pedestales epigráficos que vienen del fórum (Beltrán de Heredia 2014). Otros pedestales, se desplazaron hasta el suburbium, en la basílica de Santa María del Pi se localizaron tres empleados como pies de altares (IRCIV 1997: núm. 90 y 102 y Beltrán de Heredia 2019: 81, Fig. 1.44). Entre los siglos V-VI, situamos la construcción de otro edificio que ocupó de nuevo parte del fórum (Fig. 4. 1). Las excavaciones pusieron de relieve suelos de opus signinum y estructuras de una gran entidad, que podrían responder a una residencia noble, cuya planta recuerda a la del palacio episcopal de Barcino del siglo VI. Con esta construcción, quedó ocupada la totalidad de la terraza baja; la diferencia de nivel entre ambas terrazas (6 metros) habría facilitado la segregación de una parte del fórum y su incorporación a la dinámica urbana de la ciudad tardoantigua.
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Figura 4: Planta de Barcino en el siglo VI. 1. Residencia construida en el forum; 2-5. Pervivencia del callejero romano en el barrio episcopal y centro de poder de la ciudad visigoda. Hipótesis: J. Beltrán de Heredia (dibujo E. Revilla-I. Camps).
Con relación a la terraza alta, los datos arqueológicos disponibles son mucho menores, pero podría haber continuado en uso algo más de tiempo4. El
4 El pedestal honorífico, al que siempre se alude como elemento indicativo de la continuidad del fórum, dedicado a Nummio Emiliano Dextre, procónsul de Asia entre el 379 y el 385 (IRCIV 1997: 36), puedo estar colocado en la terraza alta.
templo de Augusto se mantuvo en pie pese a la pérdida de su función original, pero desconocemos su destino. Será en el siglo VII cuando se documenta la ocupación de los pórticos de la terraza alta5,
5 Este dato se plantea a partir de una sola intervención, la realizada en la calle Freneria, por lo que se ha de coger con cautela; la ocupación y desbaratamiento de la arquitectura de la terraza alta, podría ser anterior.
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posiblemente para viviendas6, aunque sin descartar otros usos (Beltrán de Heredia 2016: 65).
VIALES Y RED DE SANEAMIENTO La ciudad romana dispuso de una red de saneamiento que discurría bajo los ejes de las calles y se adaptaba al relieve natural, optimizando así la evacuación de residuos (Beltrán de Heredia y Carreras 2011), calles por las que también se documenta el trazado del aquae ductus (Beltrán de Heredia 2019: 187-194, Fig.3.24)7. La red viaria y la red de saneamiento se encuentran fuertemente vinculadas, pero también la distribución de agua, ya que para que las cloacas funcionen debidamente es necesario que corra el agua en los desagües. La llegada de un acueducto supone habitualmente la construcción de un sistema para evacuar el agua sobrante. En el caso de Barcino, sabemos que la ciudad recibía un caudal importante que debió de permitir derivar agua a la red de saneamiento cuando fuera necesario (Miró y Orengo 2010). En el siglo IV, la red de saneamiento continuaba activa, dándose un mantenimiento de la red de alcantarillado, construyéndose tramos nuevos y reparándose otros. Es el caso de la construcción de un tramo de la cloaca del cardo minor contiguo a la cetaria y a la fullonica y tinctoria de Plaza del Rey (Beltrán de Heredia 2001: 101-102). En el siglo V, se detectan igualmente nuevos ramales y también operaciones de mantenimiento, aunque seguramente no sin dificultades. Se localizan conducciones superpuestas y el desarrollo de alguna presenta una pendiente muy forzada, para ir a buscar el colector general que quedaba a cotas muy bajas. También se emplean conductos verticales (tubos cerámicos) para llevar las aguas generadas en los niveles de circulación de la calle a la cloaca que se localizaba en un nivel inferior (Beltrán de Heredia 2001:105, Fig. 21 y Beltrán
6 Quizás el nuevo uso de este espacio asociado podría ser un indicativo de lo que pasó en templo contiguo. 7 Véase también el trazado en el cuadrante IV de la figura 1 (letras de la A a la H) y el cuadrante II (letra I) de este artículo.
de Heredia y Carreras 2011: Figs. 8 y 9). El nivel de circulación había subido considerablemente. La situación cambió sustancialmente durante el siglo VI, cuando se constata un cierto abandono, aunque por tramos, no de una manera total. Por ejemplo, las termas que se levantaron en el grupo episcopal en el siglo VI conllevaron la construcción de un nuevo ramal de evacuación de las aguas que fue a parar al colector principal del cardo maximus que seguía funcionando. No debió de pasar lo mismo con las cloacas contiguas del intervallum que parecen estar totalmente colmatadas y se encuentran a cotas muy bajas. También en el siglo VI, se ha de situar la construcción de un colector sobre los niveles de amortización de la cetaria de Plaza del Rey, aunque dada la diferencia de cota entre este y el colector principal, bien pudo ir a parar a un pozo ciego (Beltrán de Heredia y Carreras 2011: Fig. 10). Toda apunta que en los siglos VI y VII, debieron funcionar algunos tramos de cloacas, al tiempo que otros colectores (los situados a cotas más altas) iban a parar a pozos ciegos, como también se puso de manifestó en las excavaciones de la Plaza de Sant Miquel8. La superficie en pendiente de las calles de la ciudad también debió facilitar la evacuación de las aguas de lluvia, al tiempo que algunos tramos de cloacas debieron de funcionar por gravedad. Con relación a la eliminación de los residuos sólidos en el interior de la urbe, nada más apuntar la aparición de fosas, seguramente estructuras específicas para la eliminación de residuos domésticos, y silos amortizados como basureros. Este fenómeno se documenta durante la antigüedad tardía y aumenta considerablemente durante la alta edad media. Dichas estructuras negativas, se localizan en el interior de las casas y talleres, pero también en los viales9.
8 En las excavaciones de la Plaza de Sant Miquel, se documentó la construcción de desagües y pozos ciegos en el siglo VI (Raya, M.; Miro, B. 1989-90, Memòria de la intervenció arqueológica a la plaça de Sant Miquel. Generalitat de Catalunya) 9 En el suburbium y con relación a los vertidos domésticos, se han localizado rellenando fosos, algunos pegados a la muralla, otros más alejados (Beltrán de Heredia y Carreras 2011), tema en el que no entraremos porque se escapa de la temática del artículo.
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EL RECRECIMIENTO DE LAS VÍAS En general, podemos decir que la ocupación de las calles, el recrecimiento de las vías y el abandono o perdida de la red de alcantarillado, son fenómenos coetáneos que van de la mano. Nos hemos referido al entramado viario y a la red de alcantarillado, es necesario presentar algunos datos sobre la secuencia estratigráfica viaria y sus niveles de circulación. El abandono de las calles paraliza el crecimiento, mientras que el uso de estas lo favorece. La secuencia arqueológica en Barcino indica que la subida de los niveles de circulación tiene su origen en tres acciones distintas. Constatamos este recrecimiento como consecuencia de: ¡ Reparaciones de suelos y cloacas. ¡ Vertidos a las calles de residuos; los vertidos ocultaban los suelos y elevaban el nivel de circulación ¡ Y una tercera con relación a las obras, es decir a la actividad constructiva urbana. La estratigrafía documentada en uno de los viales romanos conservados en el yacimiento de Plaza del Rey presenta una subida de 2,75 metros, en los que se constatan niveles de pavimentos que van del siglo I d.C. a los siglos VI-VII, pavimentos sustituidos y numerosas veces reparados, con acciones como rellenar agujeros o desgastes y también zanjas abiertas para reparar las cloacas. Las deposiciones tienden a la horizontalidad, aunque se detectan cuñas, que va siendo corregidas. Esta actuación, podría ser el resultado de la nueva legislación que se puso en marcha en el siglo III, que obligaba a allanar la calle y prohibía que se hicieran agujeros en el firme o que se arrojase tierra a la vía (Romaní 2008: 160-161). Los ediles de la ciudad, pero también los propietarios eran responsables de las vías, estos últimos estaban obligados a mantener el tramo frente a su propiedad, evitando que se hiciera intransitable. Hay mucha legislación republicana y altoimperial sobre el manteniendo de las calles y la prohibición de arrojar residuos (Romaní 2008) pero en Barcino, como en otros lugares, los vertidos fueron ocultando los suelos -que siempre fueron de tierra- y elevando los niveles de circulación.
Con relación a las aportaciones que se relacionan con obras, en los siglos V y VI, la secuencia crece un metro, lo que denota una fuerte dinámica urbana, consecuencia de una etapa activa de la ciudad, mientras que, por ejemplo, en el siglo VIII, nada más se detectan niveles de uso y circulación de escasa potencia, lo que indica un estancamiento o una actividad limitada. En los puntos de cota más alta, como es el caso de las cimas de las dos colinas sobre las que se asienta la ciudad, se constata una menor potencia estratigráfica debido a un desplazamiento de los escombros procedentes de los derribos de edificios hacia cotas más bajas para igualar, en lo posible, los desniveles. El aporte como un medio para suavizar la pendiente es algo habitual, así se ha puesto de manifiesto en las excavaciones de Sant Just i Pastor (Beltrán de Heredia 2019), traduciéndose en un ritmo de crecimiento diferente en función del relieve del terreno10. La topografía antigua se mantiene en la Barcelona actual y se puede comprobar caminando por el casco histórico de la ciudad, en donde la mayoría de las calles son de trazado romano. La secuencia de crecimiento en un vial de la Plaza del Rey -muestra significativa de lo que está pasando en la ciudad- se puede concretar en más de 30 pavimentos de tierra apisonada11, un tipo de pavimento que no se repara por sustitución, como pasa con el de losas, lo que siempre comporta una elevación de la cota. La secuencia se puede resumir de la siguiente manera12: ¡ Primera mitad del siglo I d.C.: se documentaros cinco suelos. En los niveles del siglo I d.C. se pudieron documentar las huellas de las roderas que dejo el tráfico rodado en el interior de la ciudad (Fig. 5). 10 El ritmo de crecimiento en vertical de la ciudad es un dato bastante claro y un tema muy importante para el análisis arqueológico. Varía en función de la topografía y también de las etapas históricas y el papel que tuvo la ciudad, lo que muestra que en arqueología los procesos de crecimiento no se hacen de una manera “continuista”, visión que a veces se encuentra en la bibliografía especializada. 11 Ya hemos expuesto que Barcino, levantada sobre dos colinas y con calles en pendiente, nunca dispuso de viales enlosados. La pavimentación de estos estuvo siempre formada por tierra, piedras y fragmentos de cerámica fuertemente compactados, hasta conseguir una superficie dura por la que poder transitar (Véase Fig.5). 12 La secuencia detallada se puede consultar en la memoria preceptiva: (Beltrán, Revilla y Cubero 1997-1998).
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Figura 5: Pavimento del intervallum que conserva las huellas que dejo el tráfico rodado ( fotografía P. Vivas).
¡ Segunda mitad del siglo I d.C.: se individualizaron siete suelos más, de los cuales cuatro están relacionados con reparaciones de la red de saneamiento. ¡ Primera mitad del siglo II: se suceden seis nuevos pavimentos y cuatro vinculados a reparaciones de la red de saneamiento ¡ Segunda mitad del siglo II: cuatro suelos relacionados con procesos de vertidos a la calle de los talleres contiguos, una fullonica y una tinctoria. Se localizaron analíticamente todo tipo de residuos: cal, tintes, púas de cardo (de los peines), lavanda,
alumbre y otros mordientes para fijar los colores, etc. (Beltrán de Heredia y Juan Tresserras 2000) ¡ Primera mitad del siglo III: cuatro suelos más, relacionados igualmente con los vertidos de los mencionados talleres. ¡ A finales del siglo III: se constatan nuevas reparaciones de las cloacas ¡ De finales del siglo III a mediados del siglo VI: se documentaros siete niveles de circulación más. La mayoría de la secuencia, cerca del metro y medio
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metro, corresponde a elevaciones de nivel de circulación por obras realizadas en los siglos V y VI.
EL TEJIDO URBANO Y LA CRISTIANIZACIÓN, OTRO FACTOR DEL CAMBIO El siglo IV, marcado por la aparición de los primeros edificios cristianos “oficiales”, será el inicio de la creación de un nuevo paisaje urbano. El desplazamiento del centro de poder, del fórum al ángulo norte de la ciudad, como consecuencia de la implantación del cristianismo y la creación de un grupo episcopal a inicios del siglo IV, acabará por definir una nueva organización urbana. Entre los grupos de poder, la iglesia ya se alza con fuerza en el siglo IV. En Barcino, la basílica paleocristiana (Fig. 2. 1), con el baptisterio a los pies (Fig. 2. 2), se desarrolló transversalmente a un vial público, hecho que supuso el corte de la habitual circulación a lo largo del cardo minor (Fig. 2. insulae II-2 y II-4). Es el inicio de la privatización, por parte de la iglesia de este tramo de vial, que pervivirá fosilizado en un pórtico, uno de los pasajes importantes del núcleo episcopal que permitía al obispo pasar desde su residencia a la catedral (Fig. 4. 2). En el siglo VI, el desarrollo del grupo episcopal llevará a una nueva organización y la alteración total del parcelario urbano en el cuadrante norte de la ciudad. La cuadrícula reticular romana desaparecerá totalmente, dándose una reorganización interna de la circulación, con pasajes privados, pero también públicos, en función de los distintos edificios: privados, litúrgicos o de representación. En su lugar, tomará cuerpo el entramado denso y complicado, como una red, del grupo episcopal y centro de poder de la ciudad cristiana y visigoda. Una organización urbana que ya nada tenía que ver con la topografía reticular, abierta y bien delimitada de época romana, sobre todo con relación a los centros de culto y de poder altoimperiales. Al tiempo que se produce este cambio y ocupación, se constata cierta fosilización de la retícula romana, con relación a un pórtico (Fig. 4. 2), como ya hemos apuntado antes. Otro caso para destacar es el del cardo minor de la cetaria que -en el siglo VI- presenta un estrechamiento importante y un quiebro acusado-
pero que pervive en el vial que se desarrolla junto a la iglesia cruciforme y su necrópolis, permitiendo llegar al pie de la muralla y al cuerpo de guardia (Fig. 4. 3), vial que pervive en la actual “Baixada de Santa Clara”. El intervalum, convertido ahora en un pasaje más estrecho, se mantiene en el tramo que se desarrolla en el cuadrante norte de la ciudad, donde se ubica el grupo episcopal. Junto al cuerpo de guardia y a la residencia del comes civitatis, pudo continuar teniendo un carácter militar (Fig. 4. 4), mientras que, frente a la catedral, las áreas funerarias cristianas mantienen la antigua alineación (Fig. 4. 5). Continuidad y cambio parece ser la tónica dominante en toda la ciudad. El conjunto cristiano que se levantó en Sant Just i Pastor comportará modificaciones importantes en tres insulae (Fig. 4, insulae, IV-1, IV-3 y IV-4). Se invade totalmente un tramo del cardo y parcialmente un decumanus, al tiempo que se inicia un desplazamiento del vial hacia el este, para dar salida a las nuevas construcciones. Este desplazamiento es seguramente el origen de la actual calle de la Palma de Sant Just, que presenta una orientación inclinada que rompe con la cuadrícula romana pero que se muestra acorde con las nuevas alineaciones del siglo VI.
SPOLIA: UNA NUEVA SOLUCIÓN PARA UNA NUEVA ÉPOCA Si abordamos el tema de las transformaciones urbanas durante la antigüedad tardía, no podemos dejar de hablar de la spolia. Durante los siglos V-VII, Barcino, como el resto de las ciudades, se convirtió en una cantera permanente. Los capiteles, las columnas y las bases de estas, ya sean de pórticos o de edificios; las piezas que formaban los umbrales o lugares de paso, seguramente del foro -a juzgar por su dimensiones- (Garrido 2011: 346), las jambas de las puertas, los pedestales y bases del foro, etc. todos ellos se encuentran en las nuevas edificaciones que se levantaron en los siglos V y VI. Destaca en este sentido la iglesia cruciforme de Plaza del Rey, con una obra de fábrica muy robusta y bien ejecutada y repleta de elementos altoimperiales. Los aplacados de mármol, se usan para pavimentar espacios de prestigio en las nuevas edificaciones: el baptisterio presenta alrededor de la pila octogonal
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un pavimento de opus sectile de placas aprovechadas; igual sucede en el aula o sala de recepción del obispo, donde el espacio de representación destinado al obispo presenta un pavimento elevado de mármol de las mismas características. Los pedestales honoríficos del foro y sus bases van a parar en masa a las esquinas y cimientos de las arquitecturas residenciales de los siglos V y VI (Beltrán de Heredia 2014); otros se convierten en pies de altares cristianos, como ya hemos expuesto antes. No faltan tampoco casos más llamativos, como la incorporación de togados y estatuas vestidas (Claveria 2018)13. Se aprovechan los elementos más singulares, los materiales nobles, como el mármol, o de gran formato, pero también los mampuestos, sillares y sillarejos. Significativa es el desmontaje de un tramo de la escalera que subía al paso de ronda de la muralla en la segunda mitad del siglo VI, una actuación sin duda ligada a las nuevas construcciones que se estaban levantando en ese momento en el grupo episcopal y centro de poder, ya que un proyecto de estas características solo puedo estar promovido por el poder político-religioso del momento.14 Esto pone sobre la mesa, el tema de quien desmontaba y reutilizaba estas “arquitecturas abandonadas”, recurso que no estaba al alcance de todo el mundo y para el que se requería autorización. En Barcino no se conocen casos de incorporación de la arquitectura pública en estructuras domésticas de particulares15, ninguna de las viviendas tardoantiguas, resultado de la compartimentación de las domus (Beltrán de Heredia 2013: 49-52), presentan este tipo de elementos. Estas actuaciones de spolia -como ya han expuesto otros autores- no han de comportar una valoración peyorativa, es una nueva solución para una nueva época. Al tiempo que sucedía todo esto, la Barcino de los siglos V-VII, da muestras de una importante actividad económica y portuaria (Carreras 2012). 13 Tres son las estatuas localizadas en el interior de la ciudad, las tres relacionadas con el fórum y sus edificios públicos. 14 Para acometer esta obra se construyó una gran rampa de acarreo de las piedras, que se ha conservado perfectamente (Beltrán de Heredia 2001: 103, Fig. 12). 15 Y en otros lugares hay escasos ejemplos.
UN PAISAJE CAMBIADO Y CAMBIANTE Con los cambios que de una manera paulatina se fueron produciendo en la pequeña colonia romana de fundación augustea, la ciudad alcanzaría una nueva identidad urbana. Se pasa de un callejero ortogonal con calles anchas, rectas y con un sistema de alcantarillado que aseguraba la recogida de las aguas sucias, a un entramado de calles muchas más estrechas donde los tramos de ortogonalidad se combinan con otros totalmente oblicuos, resultados de la necesidad de dar salida a las nuevas edificaciones construidas fuera de la cuadrícula original, ocupación que se rige por un marco legal. No menos significativo es el desmantelamiento de los edificios públicos altoimperiales y la ocupación de la plaza publica foral con distintos edificios, al tiempo que el nuevo centro de poder -con el obispo al frentese alzaba junto a la muralla y al ángulo norte. El cristianismo había modificado el paisaje urbano. La antigua colonia romana de Barcino, entonces llamada Barcinona, presentaba una nueva silueta más cercana a la ciudad medieval que a la ciudad romana. Convivían los talleres y los espacios de hábitat, al tiempo que algunas zonas parecen desocupadas. Los edificios más grandes y que sobresalían en el skyline de la ciudad eran los cristianos, esbozando ya la imagen de la ciudad medieval. Fuera de la urbs, amplias zonas de necrópolis se extendían a lo largo de los caminos. Las basílicas martiriales actuaban como punto de referencia y rodeaban, como en un segundo cinturón de defensa espiritual, la ciudad amurallada.
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DE LOS DECURIONES BAETULONENSES A SANCTE MARIE BITILUNA. RETÍCULA E ITINERARIOS EN LA CIUDAD ROMANA DE BAETULO Josep M. a Gurt Esparraguera Universitat de Barcelona jmgurt@ub.edu
Pepita Padrós Martí
Museu de Badalona ppadros@museudebadalona.cat
Jacinto Sánchez Gil de Montes Arqueólogo jacintosangil@yahoo.es
Resumen
Abstract
La ciudad tardo-republicana de Baetulo, fundación ex novo, se configuró con un urbanismo ortogonal. Aproximadamente, a principios del siglo II, se documentan importantes transformaciones en espacios de uso público y privado que alteran ese diseño inicial. La vitalidad del gobierno municipal de Baetulo queda constatada hasta la segunda mitad del siglo III, por la existencia de contextos arqueológicos y elementos epigráficos, aunque también hay evidencias de la desaparición del urbanismo original en la ladera meridional. Este hecho puede significar una contracción de la ciudad, posiblemente hacia el área del foro. A partir del siglo IV hay un proceso de destrucción natural del frente marítimo de la ciudad y se vuelven a ocupar algunas áreas de la ladera meridional. La nueva configuración de la ciudad estaría articulada en torno a un nuevo itinerario que se ha podido determinar por la distribución espacial de diversos sectores de enterramientos y que coincidiría con dos grandes ejes urbanísticos anteriores.
The late-republican town of Baetulo, an ex novo foundation, was configured with an orthogonal urbanism. At the beginning of the second century, significant transformations are documented in public and private spaces that altered its initial design. The vitality of the municipal government of Baetulo is documented until the second half of the third century, because the existence of archaeological contexts and epigraphic elements, although there is also evidence of the disappearance of the original urbanism on the southern slope of the hillside. This fact can mean a contraction of the town, maybe towards the forum area. From the fourth century, there is a process of natural destruction of the city’s waterfront and there are some areas of the southern slope that are reoccupied. The new configuration of the city would be articulated around a new itinerary that has been determined by the spatial distribution of burial sectors and that would coincide with two previous major urban axes.
Palabras clave
Key Words
Ciudad romana, Urbanismo, Trama ortogonal, Distribución espacial, Itinerarios.
Roman town, Urban planning, Orthogonal grids, Spatial distribution, Itineraries.
DE LOS DECURIONES BAETULONENSES A SANCTE MARIE BITILUNA
LA CIUDAD FUNDACIONAL
L
a ciudad de Baetulo (Hispania Tarraconensis) está situada en el subsuelo de la actual ciudad de Badalona, 10 kilómetros al norte de Barcelona. Fue una fundación romana ex novo que formaría parte del programa de fundaciones urbanas que impulsó Roma a finales del siglo II, inicios del siglo I a.C. Su ubicación respondía a una finalidad muy concreta: ser uno de los elementos vertebradores de la nueva ordenación territorial de la Laietania. Respecto de su categoría jurídica, Plinio la califica como un oppidum civium romanorum, es decir, un asentamiento urbano fortificado con presencia consolidada de ciudadanos romanos. En cuanto a su cronología fundacional, los primeros niveles estratigráficos intramuros localizados hasta el presente se fechan en el decenio 80-70 a.C. Tuvo una pervivencia de hábitat hasta el siglo VII. La ciudad se localiza al Norte de la desembocadura del río Besós, en las estribaciones de la Serra de Marina, prácticamente en la línea de costa. Estaba situada en la pendiente de un pequeño promontorio amesetado, limitado por dos ramblas y el mar, con un importante desnivel tanto hacia la vertiente sur como a las vertientes que daban a las ramblas, lo que obligó a realizar un sistema de terrazas para salvar el fuerte desnivel del terreno, aunque la parte alta se configura como una planicie donde se ubicaría la mayor parte de la ciudad. Desde el inicio de su fundación la ciudad fue rodeada por una muralla que configuraba un recinto próximo a las 11 hectáreas (413x261m) (Fig. 1). Su ordenación urbanística respondía a un sistema ortogonal con una orientación noroeste-sureste y con sus ejes transversales paralelos a la costa. En base a diversos tramos de colectores localizados y a la modulación que de ellos se extrajo, se planteó una hipótesis urbanística con siete insulae en ancho por nueve de largo y con un sistema de aterrazamiento para poder salvar los desniveles originales (Guitart, Padrós y Fonollà 1994: 188-191)1. En el extremo SE
1 Más de 25 años después de esta propuesta de distribución urbanística, el ingente volumen de datos proporcionados por las intervenciones arqueológicas realizadas durante este período, que entre otros hallazgos ha documentado un incremento en el número de insulae y por tanto una mayor extensión de la ciudad, permite revisar esta hipótesis, con el fin de confirmar o modificar el planteamiento vigente hasta el presente.
de la planicie, donde comienza el desnivel hacia la costa, se levantó el foro, creando un marco escenográfico monumental visible desde el mar. Baetulo tiene una clara filiación romana no tan solo en su urbanismo sino también en la tipología de los edificios públicos y privados documentados, en los que se demuestra una total influencia itálica. Inicialmente, desde el siglo I a.C. hasta la primera mitad del I d.C., se trazaron y pavimentaron las calles, aunque no se creó un sistema de colectores. Este primer modelo de eliminación consistiría por tanto en el drenaje de las aguas pluviales y residuales domésticas e industriales a través de la superficie pavimentada de las calles. A partir de Augusto, la evacuación de las aguas residuales de Baetulo, tanto el agua residual de la lluvia como las aguas fecales e industriales de ámbito doméstico, se organizó a partir de una red de colectores principales que se construyeron en los ejes norte-sur -cardines- de la ciudad, que drenarían la parte alta y la pendiente del promontorio hacia el mar atravesando toda la ciudad (Padrós y Sánchez 2011: 218).
PRIMERAS TRANSFORMACIONES DE LA CIUDAD FUNDACIONAL A partir de finales del siglo I d.C. la arqueología documenta en Baetulo evidencias de amortización de diversas construcciones de tipo público y privado (Padrós y Sánchez 2014: 92-95)2. Entre las de tipo público, destaca la amortización de un conducto de agua situado en el ángulo noreste de la ciudad, que circularía bajo uno de los cardines de la trama viaria. Se trata de una canalización abovedada realizada en mampostería, pavimentada en opus signinum de 1,50 m de altura máxima, de la que se localizó un tramo de 92 m. (Padrós 1985a: 20-22). También se abandona el colector del cardo maximus en el tramo situado entre la Domus dels Dofins y la Domus de l’Heura (actuales calles de Sant Felip y Lladó). Otra canalización de tipo público amortizada en esta época es un colector localizado en un tramo del cardo minor II (actual calle Fluvià 12-16)
2 Ver contextos materiales y cronologías en este artículo.
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J o s e p M .a G u r t E s pa r r a g u e r a / P e p i ta Pa d ró s M a r t í / J a c i n t o S á n c h e z G i l d e M o n t e s
Figura 1: Planta general de Baetulo con la localización de las distintas intervenciones arqueológicas mencionadas en el texto. 1: conducto de agua, calle Pujol.- 2: domus y Cardo Maximus, calle Lladó.- 3: colector del Cardo Minor II, calle Fluvià 12-16.- 4: área arqueológica de la plaza Font i Cussó.- 5: conjunto termal privado, rectoría de la iglesia de Santa María.- 6: teatro, calle de Les Eres 13-17.- 7: domus de Quinto Licinio, calle Termes Romanes 2.- 8: Via Augusta y puerta de entrada a la ciudad, Clos de la Torre.- 9: colector del Decumanus I, calle Vía Augusta, Escuela Jungfrau.- 10: conexión plaza Font i Cussó con termas del Museu de Badalona (Termes Romanes, 3).- 11: Vía Augusta esquina calle Jaume Borràs (edificio de Hacienda).- 12: Calle Jaume Borràs, 15 (Bapark).- 13: Viver Municipal.- 14: Vía Augusta, 12 (planta Museo de Badalona).
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DE LOS DECURIONES BAETULONENSES A SANCTE MARIE BITILUNA
(Comas, Padrós y Puerta 1986). Finalmente, también se abandonó un edificio público compuesto por cinco tabernae, cada una de ellas dividida en dos ámbitos, situado en la terraza inmediatamente inferior al foro, en la esquina del cardo maximus con el decumanus maximus, al cual abren (subsuelo arqueológico actual plaza Font i Cussó). El edificio fue construido en época de Augusto y las tabernae se amortizaron en época flavia, durante el reinado de Domiciano (Aquilué 1987: 16-71). En cuanto al ámbito privado, en este período se abandonaron dos domus de atrio -Domus dels Dofins y Domus de l’Heura- situadas en la parte alta de la ciudad a lado y lado del cardo maximus (actual calle Lladó 45), que fueron construidas en época de Augusto y cuyos niveles de amortización sitúan su abandono a finales del siglo I d.C. También, detrás de la zona del foro, se localizaron una serie de estructuras, construidas como las anteriores en época augustea y amortizadas en época flavia, que fueron interpretadas como parte de unas pequeñas termas pertenecientes a una domus (actual patio de la casa rectoral de la iglesia de Santa María) (Guitart 1976: 89-112). A partir de la primera mitad del siglo II se produce la primera gran transformación urbana que altera el trazado de la ciudad republicana, documentándose un nuevo impulso edilicio tanto en el ámbito público como en el privado, evidenciado en diversos puntos de la ciudad (Padrós y Sánchez 2014: 96-98)3. Dentro de este nuevo impulso edilicio, destaca la construcción de un teatro que ocupó un decumanus (III), un cardo (V) y tal vez parte de otro decumanus (II). El teatro se sitúa en una insula al S-O del foro, en la que en la primera mitad del siglo II se amortizaron diversas estructuras pertenecientes a una domus. Por encima de los niveles de amortización se documentaron diversos restos que confirmaron la existencia de un edificio teatral en esta zona de la ciudad: un muro semicircular, un pavimento de opus signinum a más de 3,50 m. de altura, y diversos tramos de muros radiales adosados al muro semicircular, que conformaban un edificio de 44 m. de diámetro. Su situación, cerca del foro, lo haría 3 Ver contextos materiales y cronologías en este artículo.
visible tanto desde la Via Augusta, como desde las afueras de la ciudad y también desde el mar (Padrós y Moranta 2001: 15-31; 2006: 205-222). Es importante señalar que la estructura teatral mantiene la misma orientación que la trama urbana de la ciudad, lo cual demostraría una voluntad de integración en el espacio urbano preexistente, con una actuación urbanística importante, que implicó la ocupación de unos espacios de ámbito doméstico ya edificados y parte de la trama urbana con la ocupación total, como hemos dicho, de un decumanus y de un cardo, anulándolos. En cuanto a su cronología, el teatro se fecha en la primera mitad del siglo II por los materiales cerámicos documentados en las trincheras de cimentación de los muros radiales, así como en los niveles constructivos de regularización. En cuanto a la edilicia privada, en este momento se construye en el ángulo SE de la ciudad, una gran domus articulada en torno a un peristilo de más de 1000 m2 (solamente el área central) (Padrós y Sánchez 2014: 103-104). Diversas estructuras de esta construcción se localizaron en las excavaciones arqueológicas de los años 30 y 50 del siglo pasado (Serra Ràfols 1939: 268-289; Cuyàs 1977: 281-293). En los años 70, Guitart propuso un esquema compositivo de la casa (Guitart 1976: 139-142), que se extendía hacia el sur teniendo como límite la Via Augusta. Esta domus se construyó ocupando parte del intervallum de la muralla y la propia muralla republicana, muy cerca de la puerta de salida oriental de la ciudad que da a la Via Augusta. En total, podría tratarse de un edificio de unos 80 m de longitud y más de 3000 m2 de extensión. El pórtico del peristilo, de casi 5 m de anchura estaba elevado con respecto al jardín, en el centro del cual se sitúa un estanque rectangular con dos ábsides en los laterales de 13 m de longitud. En el eje del lateral occidental, se abre a este espacio central de la casa, una gran estancia de más de 9 m de anchura que posiblemente sea un oecus. En una de las habitaciones de la mitad meridional del complejo se encontró la Tabula Hospitalis (Serra Ràfols 1934: 334 y ss y Font i Cussó 1980: 58-67), placa de bronce fechada el 9 de junio del 98 d.C. con una inscripción que documenta el pacto de hospitalidad establecido entre Quinto Licinio Silvano Graniano y los baetulonenses que lo acogen como patrono de la ciudad (IRC 139). La importancia del personaje, el lugar donde se
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encontró la placa de bronce y la monumentalidad del edificio, hace pensar que esta domus podría pertenecer a modo de hipótesis a esta persona o a su familia (Guitart 1976: 141). El hecho de que Quinto Licinio fuera el patrono de la ciudad no implica automáticamente acciones de evergetismo en la ciudad, aunque sería muy probable que se produjeran. También en este momento se construyó un ámbito privado de funcionalidad desconocida, que ocupó la acera porticada oriental del cardo maximus. Paralelamente a este proceso constructivo de superación del trazado original de la ciudad, se llevaron a cabo otras acciones de mejoras urbanísticas que, sin embargo, no alteraron la trama urbana fundacional. Entre ellas destaca la repavimentación de la Via Augusta. Se localizó un as de Nerva incrustado en la repavimentación de la Via, extramuros pero junto a la puerta de entrada N-E a la ciudad4. La moneda fechada en el 97 d.C., está poco desgastada, hecho que evidencia que habría circulado poco tiempo y, por tanto, podemos pensar que la refacción se habría producido en un momento no muy alejado de esta fecha (Padrós y Sánchez 2014: 102). Otros ejemplos de remodelación en la edilicia pública se documentaron en diferentes puntos de la trama urbana. En primer lugar, se actuó en el cardo maximus en su trazado Norte, entre la domus dels Dofins y la domus de l’Heura (actual calle Lladó 45), con la construcción de un nuevo colector en substitución de la canalización original, y con una orientación y recorrido diferentes (Bosch de Doria y Padrós 1999). A este nuevo colector verterían las aguas residuales de la calle a través de un posible imbornal que surge de uno de los pilares del pórtico oriental de esta vía principal (Padrós y Sánchez 2014: 100). En segundo lugar, otro ejemplo se documenta en el cardo minor II (actual plaza Font i Cussó) cuyo colector sufrió a mediados del siglo II una reforma consistente en la construcción de un imbornal, en el cruce entre este cardo y el decumanus maximus, imbornal que drenaría el agua de lluvia procedente de la parte más alta del cardo y del decumanus el 4 La moneda se localizó en las excavaciones realizadas por l’Agrupació Excursionista de Badalona en los años 1934-1936, dirigidas por Joaquim Font i Cussó, y supervisadas por el profesor Serra Ràfols.
cual carece de sistema de evacuación de aguas. Se trata de un doble sillar de piedra arenisca con un agujero de 30 cm de diámetro que apoya directamente sobre las paredes del colector (Padrós y Sánchez 2014: 99). Por último, se llevó a cabo una remodelación en el decumanus I (actual calle Gaietà Soler), en el extremo occidental del trazado urbano de la Via Augusta, que recorre la ciudad por la parte sur de la misma, paralela a la línea de costa y la muralla. Cortando los niveles inferiores de pavimentación de la calle se construyó un colector de paredes de mampostería, fondo y cubierta de tegulae, que tenía 0,23m de anchura y 0,23m de profundidad. En su extremo S-O apareció, en el centro de la canalización, y apoyándose en sus paredes, un imbornal construido en un sillar de grandes dimensiones, en cuyo centro se realizó un agujero de 0,20m de diámetro (Padrós y Sánchez 2014: 99-100). Finalmente, también existen evidencias epigráficas, concretamente una inscripción honorífica sobre pedestal dedicada al emperador Antonino Pío y fecha entre el 140-144 d.C. (IRC 134). En ella aparece la fórmula Decreto Decurionum. Es el primer testimonio de la existencia de organización municipal en la ciudad. Da testimonio de la vitalidad del poder público municipal y confirmaría que detrás de estas transformaciones urbanísticas están los poderes públicos de Baetulo.
EVIDENCIAS DE ABANDONO Y CONTINUIDAD DE LA CIUDAD A finales del siglo II e inicios del siglo III se detectan amortizaciones y abandonos en diversos puntos de la ciudad, tanto en la trama urbana como en el ámbito privado, especialmente en la zona cercana al foro y en la parte baja de la ciudad, la más próxima a la línea de costa (Padrós y Sánchez 2014: 108-109)5. En el extremo norte de la acera porticada oriental del cardo maximus (actual plaza Font i Cussó), en el tramo situado en la ladera sur de la ciudad y cercano al foro, se documentó un gran basurero que fue datado a inicios del siglo III Se trata de una serie de vertidos de carácter doméstico en el que abundaban 5 Ver contextos materiales y cronologías en este artículo.
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las cerámicas de cocina africana, huesos de macrofauna, malacología marina y escombros, dispuestos en capas de diferente potencia. Por la homogeneidad en el tipo de material y la similitud de los estratos que componían dicho vertedero, se podría hipotetizar que se trata de un punto de eliminación de basura doméstica que se utiliza en un período relativamente corto de tiempo. Se trata, por tanto, de un ejemplo claro de ocupación de un espacio público a principios del siglo III, como es la acera del cardo maximus. Por lo tanto, en esta fecha se elimina la funcionalidad del pórtico del cardo maximus (Padrós y Sánchez 2011: 229). Este proceso de abandono del espacio público, documentado especialmente en la ladera meridional de la meseta donde se asienta la mayor parte de la ciudad, se ha podido detectar en el cardo minor II, calle paralela, hacia el este del cardo maximus. En esta vía, que conecta la parte baja con la superior, se excavaron una serie de niveles de escombros y el derrumbe de los muros de las fachadas de las casas, depositados directamente sobre el pavimento de la calle. Estos niveles de derrumbe fueron cubiertos por una serie de estratos de colmatación que indicarían, junto a la ausencia de evidencias constructivas en las casas de alrededor de esta vía, que este sector de la ciudad fue totalmente abandonado a partir del siglo III, desapareciendo totalmente la ordenación urbana altoimperial (Fernández y Sánchez 2012: 126-130). A partir de mediados de la segunda mitad del siglo III hay evidencias de actividad de edilicia pública como muestra el recrecimiento en más de 80 cm de la Via Augusta a consecuencia de su repavimentación. Dentro del ripio de esta última pavimentación, intramuros, justo a la entrada de la ciudad, se localizó un antoniniano de Galieno (RIC 157), fechado en el 266 d.C., justo en el punto en el que esta reforma amortizó los quicios de bronce de la puerta de entrada a la ciudad, cubriéndolos (Padrós y Sánchez 2014: 112). Por tanto, esta moneda nos da una fecha ante quem para la inutilización de estos quicios, y por lo tanto una fecha en la que la puerta ha dejado de tener un uso práctico como tal, pero mantiene su simbolismo como entrada a la ciudad. La presencia de esta moneda nos proporciona otro dato de mayor importancia, ya que prueba que a mediados del siglo III, se continúa utilizando la Via, ya sin puerta, pero
con la suficiente intensidad como para pavimentarla de nuevo. Esta repavimentación no se documenta en el tramo intramuros del extremo occidental de la Via Augusta. Hasta mediados del siglo III la epigrafía documenta la continuidad de la actividad política del gobierno municipal por la presencia de bases dedicadas a Gordiano III (238-244 d.C.) (IRC 135), Sabina Tranquilina (241244 d.C.) (IRC 136) y Filipo I (244-249 d.C.) (IRC 137). Aparecen las fórmulas: ordo baetulonensium y ordo decurionum baetulonensium. Estas inscripciones dan testimonio de que la imagen imperial sigue viva y presente en la ciudad, sobre todo en el foro, espacio público que a mediados del siglo III d.C. todavía seguiría funcionando con la misma actividad por la que fue concebido, lugar de representación del poder político de la ciudad. La continuidad de la labor gestora de la institución municipal a mediados del siglo III, indica que la parte alta de la ciudad sigue funcionando en detrimento de la ladera meridional que se desocupa, esto indicaría, posiblemente una contracción de la ciudad hacia el entorno del foro. No se tienen evidencias arqueológicas de este fenómeno urbanístico quizás porque los procesos post-deposicionales en la parte alta fueron muy importantes, borrando toda huella de esta concentración edilicia en los alrededores de la plaza foral.
LA ¿CIUDAD? EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA A partir, posiblemente, del siglo IV esta dinámica urbana cambia, se reactiva la ocupación de la ladera meridional de la urbe, aunque continúan actuando los procesos de abandono y destrucción del espacio urbano en otros sectores de la ciudad. La parte de la planicie litoral, la que se extiende al sur de la Via Augusta y conforma el frente marítimo, donde se ubicaría el posible barrio portuario de Baetulo, comienza a ser despoblada, probablemente a partir del siglo III6. A esta despoblación se une, a partir del siglo IV, un fenómeno de transgresión marina que destruye gran parte de este sector de la ciudad (Fig. 2). Se trata probablemente de la des-
6 Hay pocos datos arqueológicos al respecto.
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Figura 2: Hipótesis situación de la transgresión marina. 1.- Destrucción conjunto termal en el Viver Municipal ( fotografía F. Antequera) 2.- Escollera documentada en Bapark ( fotografía P. Padrós; planimetría J. Sánchez).
trucción de una barra de arena por parte de los embates del mar, ocasionados por un fenómeno litoral indeterminado. Evidencias de este fenómeno se han encontrado en tres puntos concretos, por un lado, en el solar de Hacienda (Via Augusta nº 22) (Padrós 1985b; Jiménez 2002: 45-56) y su continuidad arqueológica hacia el sur, como es el solar de Bapark (Jaume Borràs, nº 15) (Comas et al. 1989), por otro lado, en la intervención arqueológica del Viver Municipal (Plaça Assemblea de Catalunya) (Antequera y Caballero 2007) y, por último, en Via Augusta, nº 12 (Padrós y Sánchez 2007). El primero de los tres correspondería con un espacio intramuros, el segundo coindidiría con una zona extraurbana, situada muy cerca de la puerta de entrada oriental de la ciudad, y el último, pertenecería a un sector del suburbio suroccidental, muy cercano a la puerta de acceso oeste a la urbe, por tanto, este fenómeno se produce en todo el frente litoral de la ciudad. En los tres casos estudiados se ha documentado un gran corte que afectaba tanto a las construcciones de este sector marítimo y sus contextos constructivos, como a los niveles de abandono y amortización. Asociado a
esta destrucción se han excavado grandes depósitos de arenas con fauna marina que corroboran este proceso de transgresión marina en esta parte de la ciudad. No se han documentado estructuras contemporáneas que fueran destruidas por éste, aunque sí se evidenció un intento de parar este fenómeno natural destructivo. En los tres solares se hallaron potentes depósitos de grandes bloques de piedra sin desbastar, colocados de una manera irregular, que han sido interpretados como parte de una gran escollera cuyo objetivo fue frenar este proceso erosivo. La finalidad de esta acción de protección de la ciudad no sabemos si corresponde a un intento de preservación de la Via Augusta, que todavía continuaba funcionando, o de un sector habitado entorno a esta vía que se vería amenazado por la transgresión marina. Paralelamente a estos procesos de destrucción de la fachada marítima de Baetulo, se ha documentado una reactivación de la ocupación en la pendiente meridional, al norte de la Via Augusta, en un espacio localizado entre el cardo maximus y el cardo minor II (Fig. 3). Esta nueva fase constructiva en el solar de
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Figura 3: Planta general de la ocupación de la ladera meridional de la ciudad a partir del siglo IV (planimetría J. Sánchez).
la ciudad no tiene nada que ver con el urbanismo fundacional de la misma, reformado parcialmente en época altoimperial. Se trata de una ocupación más irregular en cuanto a la distribución espacial y funcional, y no sigue los ejes viarios anteriores, ya que, cuando se construyen estos nuevos àmbitos, pràcticamente no quedaban restos de esos espacios urbanos de circulación, exceptuando, posiblemente, los más importantes, como se verá más adelante. Ya no hay un callejero ortogonal, distribuido en insulae, sino que hay ámbitos dispersos sin conexión entre ellos, que evolucionan constructivamente y funcionalmente. En las intervenciones arqueológicas realizadas en la plaza de Font i Cussó y en el sótano del inmueble de Termas Romanas, nº 3 (conexión entre la plaza Font i Cussó y las termas del Museu de Badalona), se ha documentado una serie de estructuras datadas a partir del siglo IV Se trata del conjunto tardoanti-
guo más extenso documentado en Baetulo hasta el momento y que se ha excavado con metodología arqueológica actual. En la plaza Font i Cussó7 las diferentes campañas de excavación llevadas a cabo desde el año 1987 hasta el 2005 (Comas et al. 1988; Padrós, 20012005 y Padrós y Sánchez 2007), han sacado a la luz un complejo edilicio formado por estructuras realizadas en mamposteria de piedras ligadas con arcilla que delimitan unos àmbitos cuya funcionalidad no se ha podido determinar, posiblemente de carácter doméstico. Además de estas estructuras, que forman unidades arquitectónicas bien definidas, se han conservado los cimientos de muros inconexos entre ellos. Esta falta de conexión 7 Las evidencias más importantes de este período en este sector de la ciudad fueron documentadas dentro de la Casa 1, delimitada al norte por el decumanus maximus y al este por el cardo minor II.
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arquitectónica se produjo por la intensidad de los procesos postdeposicionales, que dificultan la reconstrucción general de esta nueva fase de ocupación. Entre estos cimientos destaca uno de ellos realizado con sillares reutilizados, entre los cuales se encontraba la clave moldurada de un arco8. Estos ámbitos, alguno de los cuales se adosan a estructuras anteriores, podrían funcionar contemporáneamente con un horno circular, localizado en el espacio del antiguo cardo minor II del cual sólo se ha conservado el fondo, construido a base de fragmentos de ceràmica, sobre todo tegulae. Este horno fue inutilizado, posteriormente, por la construcción de un ámbito cuadrangular realizado en mampostería de piedras parcialmente trabajadas, ligadas con mortero de cal. Este ámbito que ocupa totalmente la superficie del antiguo cardo, forma parte de una construcción que se extiende hacia el oeste mediante la realización de otra estancia que se adosa al cimiento de los sillares, de la cual solamente queda el muro de cierre norte. Muy cerca del cardo maximus se excavó el relleno de un posible silo que fue colmatado con material del siglo VII. Unos metros al sur de este conjunto de estructuras, en la conexión entre los restos de la plaza de Font i Cussó y las termas del Museu de Badalona (Fernandez y Sánchez 2012), se hallaron los restos de una nueva ocupación, llevada a cabo cuando el urbanismo altoimperial ya había desaparecido y solamente quedaban trazas de las construcciones anteriores. Se trata principalmente de un ámbito cuadrangular constituido por muros realizados con piedras irregulares parcialmente trabajadas y ligadas con arcilla. Este ámbito, localizado en el espacio que anteriormente ocupaba el cardo minor II, estaría relacionado posiblemente con un fondo de horno de las mismas características constructivas que el descrito anteriormente y que podrían ser constemporáneos9. Al sur de este ámbito, po8 Posiblemente este cimiento hacía ángulo con una estructura de sillares que se apoyaban directamente por encima del pavimento de opus signinum del patio de la casa 1. 9 Durante las excavaciones del Clos de la Torre también se encontró una estructura de similares características, en uno de los ámbitos amortizados de una de las tabernae que se abría a la Via Augusta (foto inédita, archivo Cuyàs, Museu de Badalona).
siblemente doméstico, se documentó un depósito rectangular10 cuyo contexto arquitectónico, en el cual se incluiría, no se pudo determinar. No podemos asegurar que formara una unidad arquitectónica con el àmbito anterior, aunque sí está claro que se construyó cuando la calle ya estaba abandonada. Al noroeste de la estancia cuadrangular se excavaron los rellenos de colmatación de cinco recortes de funcionalidad e interpretación indeterminadas que se asociarían a esta fase. Otro recorte del mismo momento se documentó unos metros más al este, en el mismo solar. Al oeste y al norte de este recorte se localizaron otras construcciones que estaban formadas por muros de esta fase constructiva que compartimentaban unos ámbitos anteriores, que habían formado parte de una casa altoimperial situada al este del cardo minor II.
NECRÓPOLIS Y ENTERRAMIENTOS COMO INDICADORES DE UNA NUEVA DINÁMICA URBANA Un fenómeno común entre las dinámicas urbanas para el periodo que nos ocupa es la costumbre de enterrar dentro de lo que había sido el espacio urbano de época alto imperial, intercalando espacios de habitación con espacios de necrópolis o simplemente pequeños conjuntos funerarios o incluso enterramientos aislados (Gurt i Esparraguera, Sánchez Ramos 2011). Baetulo no es una excepción y se conocen distintas zonas en las que se han documentado enterramientos urbanos y que presentamos siguiendo un criterio topográfico desde la parte baja meridional hasta la parte central cercana al foro (Fig. 4a). Se detectan zonas ocupadas por enterramientos en la parte baja de la ciudad, en torno a la Via Augusta; cardo minor II; foro y decumanus III (Serra Ràfols 1939: 287-288; Cuyàs 1977: 250; Font i Cussó 1980: 42 y Padrós 1999: 89-90). En la parte alta de la ciudad, por encima del foro, no se ha detectado ningún tipo de enterramiento. Desconoce10 Es muy posible que este depósito fuera construido en la misma fase cronológica que el encontrado durante la excavación de las termas republicanas del Museu de Badalona.
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Figura 4a: Conjuntos de enterramientos. 1-3: Área arqueológica de Font i Cussó (1: fotografía de A. Cartagena, 2: fotografía de LL. Antigues y 3: fotografía de P. Padrós). 4-6: Clos de la Torre ( fotografías Arxiu Cuyàs, inéditas, AHCB Museu de Badalona).
mos si por su inexistencia o por la desaparición del registro arqueológico, fenómeno repetidamente detectado en esta parte de la ciudad.
bito productivo. Otro tendría una superficie de signinum, lo cual lo haría visible. Por lo tanto, se trata de una zona de necrópolis para ser vista.
En torno a la Via Augusta, en la antigua entrada a la ciudad republicana, aparecen agrupaciones de enterramientos, así como otros de carácter disperso en un tramo de la misma. Las tipologías son con cubierta de tegulae, en caja de piedra y cubierta de losas o simplemente en fosa. Uno de los enterramientos es múltiple. En algún caso, se reutilizan estructuras anteriores, dos de los enterramientos rompen el pavimento de opus signinum de un ám-
Entre los cardines I y II, en torno al decumanus I, correspondiente al tramo urbano de la Via Augusta, y hasta el cruce con el cardo maximus, aparecieron numerosos enterramientos, con cubierta de tegulae a doble vertiente y también con losa de piedra, lo que hace plantear también la existencia de una zona de necrópolis en este sector de la ciudad. En el sector oriental del cardo minor II se localizaron cinco enterramientos dispersos, dos de ellos
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Figura 4b: Mausoleo tardío, área arqueológica de la plaza Font i Cussó ( fotografías J. Ma. Gurt y Museo de Badalona, dibujo J. Miquel).
tipo monumental en el que nos detendremos.
Dentro del conjunto de manifestaciones funerarias tardías documentadas en el solar de la antigua ciudad romana destaca la aparición de una estructura de forma absidada de una cierta monumentalidad (Fig. 4b), en cuyo interior se sitúan dos vasos enlucidos con opus signinum destinados a enterramientos, ubicada en el espacio de la desaparecida casa nº 4 junto al cardo minor II (Padrós 1999: 89-90).
11 El ánfora Africana I cortaba niveles de finales del siglo IV: TSA D Lamb. 51 y un AE2 de Teodosio, ceca de Constantinopla acuñado entre el 378-383.
El acceso al ábside a nivel de cimentación viene marcado por dos bloques esquineros en posición vertical, que parecen reutilizados. Su presencia nos indica que la estructura absidada que vemos en
reutilizan ánforas, de las que se identificó una Africana I y otro aparece con cubierta de tegulae 11
a doble vertiente. Al oeste del cardo minor II se documentaron un enterramiento en forma de cupa que aprovechó para su construcción un muro preexistente y se apoyaba en la cara interna del muro sur de fachada del decumanus II y un mausoleo de
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Figura 5a: Cachas del mango de un cuchillo. Siglo VI ( fotografías J. Ma. Gurt).
planta comportaría en origen también una estructura aérea, igualmente absidada. Los dos bloques esquineros en la base indicarían la presencia de jambas y nos recordarían el gran peso de descarga del arco que debían soportar, arco que cubría el acceso al interior del ábside. Igualmente se observa un bloque de las mismas características en el muro semicircular de cierre del ábside, que sugiere un sistema constructivo en opus africanum. La obra de mampostería de la parte de los cimientos, realizada con mortero de cal y piedras irregulares, es muy sólida. La cimentación en su conjunto parece realizada a saco en los niveles de colmatación fechados en los siglos IV-V de la casa nº 4, lo que nos daría una fecha post quem para la construcción del mausoleo.
En lo que queda de la parte vista del muro del ábside, en su cara interna, se aprecian restos de enlucido, lo que indicaría que los loculi se construyeron en un segundo momento. La robustez de la estructura arquitectónica y el hecho de la existencia de dos fases de uso nos llevan a pensar que el ábside/mausoleo de la segunda fase formaría parte de una estructura arquitectónica más amplia y compleja, que no se ha conservado. En el caso de que fuera así, el ábside/mausoleo podría ser una parte secundaria de un gran edificio. O podría ser parte importante, como ábside mayor, de una fábrica arquitectónica de medidas más reducidas y de funcionalidad diversa, ya sea mausoleo o iglesia funeraria.
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Sea lo que sea, la reflexión la debemos trasladar a su interpretación espacial. Más allá de la arquitectura desarrollada, lo importante es el lugar escogido para levantar el edificio, lugar que sin duda tiene un significado especial que se nos escapa, pero muy probablemente se ubicaría no muy alejado de un centro de culto que estaría situado justo donde permanentemente desde el siglo X hasta la actualidad se ha situado la parroquia del lugar, como veremos más adelante. Cuesta admitir que se trata de una estructura que constara simplemente de un ábside. En tal caso, sería más fácil hacerlo si junto al mausoleo existiera una necrópolis extensa o bien una estructura arquitectónica de funcionalidad litúrgica que enmarcara al edificio en cuestión dentro de un contexto religioso. No es en absoluto normal que en su entorno no se conserve ningún enterramiento más y tan solo y ligeramente alejadas se registraran cuatro unidades funerarias más, una cupa, dos enterramientos en ánfora y finalmente una con cubierta de tegulae. No es tan frecuente la existencia de estructuras exentas que consten simplemente de un ábside y en cualquier caso no aparecen aisladas, siempre cuentan con un contexto funerario o funerario-religioso. El caso más emblemático quizás sea el de Monastirine en Salona (Duval y Marin 2000) y los casos más cercanos los que corresponden al grupo episcopal de Valentia (Ribera 2005) y al de la necrópolis de la carretera de Carmona en Hispalis (Barragán 2010). La robustez de su estructura arquitectónica y la posibilidad de la existencia de dos fases de uso lleva a pensar claramente que el ábside descrito o ábside/ mausoleo de la segunda fase, formarían parte de una estructura arquitectónica de mayor calado que no se ha conservado. En el caso de que esto fuera así, nuestro ábside/mausoleo podría constituir la parte secundaria de una gran fábrica tal como puede observarse en la primera fase de la iglesia de Santa María de Egara (García, Moro y Tuset 2009). Muy cerca del mausoleo aparecieron en niveles fechados en el siglo VI, dos piezas de un mismo artefacto; se trataba con toda seguridad de las cachas del mango de un cuchillo, ya que las dos encajan perfectamente (Fig. 5a). Están trabajadas en hueso con decoración incisa y sus medidas son: largo 135mm., ancho
máximo 25 mm12. Una de las piezas, en el extremo contrario a la hoja presenta una cruz de pedrería o pasta de vidrio, con los cuatro brazos escenificados por espacios triangulares, los laterales equiláteros y los longitudinales tienen tendencia a ser isósceles. En el centro de la cruz de pedrería, existe un pequeño encaje circular para contener otra piedra. En el extremo contrario aparece otra cruz también incisa imitando las cruces de hierro, cuyos brazos acaban en pequeños triángulos. Analizando la pieza con detalle puede apreciarse que esta cruz se labra en un segundo momento. Esta pieza presenta 4 agujeros, el segundo y el tercero de ellos, a contar desde la cabecera de la empuñadura, afectan a la decoración que acompaña a las cruces previamente descritas. Está compuesta en el lomo de la cacha por una línea de dobles círculos grandes con un punto en su interior, todo ello inciso y líneas también incisas en forma de zig-zag en los laterales, creando espacios donde aparecen tres círculos con el correspondiente punto interior a los mismos, también todo inciso, excepto en los espacios ocupados por los brazos cortos de la cruz incisa. La cabeza de la empuñadura contaría con cinco líneas incisas dispuestas transversalmente y con la misma decoración en la parte de la hoja, aunque tan solo se conservan dos líneas incisas. La segunda de las cachas presenta 4 agujeros, los dos de los extremos muestran restos del vástago de hierro. Los dos centrales son mucho más pequeños. Los agujeros no respetan la decoración. Se conserva el remache del vástago en el primero de los agujeros a contar desde la cabecera de la empuñadura. El tercer agujero de vástago afecta a la decoración, al igual que el cuarto que, por su dimensionado, contaría con remache. En lo referente a la decoración, la correspondiente al lomo de la pieza consta de una línea de pequeños círculos con un punto en su interior, todo ello hecho por incisión en la base ósea. Lateralmente aparece una decoración hecha a base de incisiones en forma de zig-zag alternando con un círculo con punto en el interior, todo inciso. En la cabeza de la empuñadura aparecen siete líneas transversales a la pieza todas elles incisas, con la misma decoración en la parte de la hoja, pero en este caso solo aparecen seis incisiones. 12 Número registro Museo de Badalona: 6016
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Figura 5b: Inscripción de Sancte Marie Bitiluna y propuesta de nuevo itinerario con las áreas de enterramiento ( fotografías J. Ma. Gurt y Museu de Badalona; dibujo J. Miquel).
En la cara interna de las dos cachas se aprecia un rebaje practicado en el soporte, asimétrico, de tendencia rectangular, reduciendo su anchura de forma progresiva conforme nos acercamos al extremo donde arrancaría la hoja del cuchillo. El hecho de que la decoración se vea afectada en parte por los vástagos que sujetarían las dos cachas que a su vez harían lo mismo con la espiga, permite pensar que originariamente las dos piezas que cumplen su función como cachas, quizá fueron concebidas para otra función. También reforzaría esta hipótesis el hecho de que
las dos piezas no tengan la misma decoración y por tanto fueron pensada para formar parte de artefactos distintos. Quizás para apliques en algún tipo de mueble. El conjunto de la decoración presente en estas cachas es muy frecuente en piezas similares (Rébé 2014 y Ripoll 2001) pero de uso distinto, algunas de ellas halladas en necrópolis longobardas (Lusuardi Siena e Giostra 2012). La aparición de esta pieza junto al mausoleo previamente descrito refuerza la idea de que nos encontramos frente a una estructura funeraria o funeraria/
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litúrgica vinculada a una comunidad cristiana de la antigua Baetulo. Finalmente, en la parte central de la ciudad, en torno a la zona del foro, también se localizaron enterramientos, cercanos a la actual iglesia de Santa María sobre la que hablaremos a continuación. En este caso se trata de cajas realizadas con tegulae, algunas de ellas con incisiones en crudo que podrían recordar simbologías cristianas, pero con muchas reservas.
UNA NUEVA VIALIDAD URBANA. EL ITINERARIO Los abandonos observados en la parte baja de Baetulo, consecuencia muy probablemente en gran parte por la acción del mar sobre el frontal marítimo de la ciudad y el conjunto de necrópolis y enterramientos aislados hallados en su interior, nos dibujan una circulación Este/Oeste plasmada a través de un itinerario que mantiene parte de la Via Augusta en uso hasta el antiguo cardo maximus y a través de éste, hacia la zona del antiguo foro, así como hacia el cardo minor II, con una circulación restringida, que daría acceso probablemente a una zona de culto secundario, el mausoleo. Desde el antiguo foro, se generaría un itinerario de salida del núcleo habitado hacia el oeste, por un camino que seguiría parte del antiguo decumanus III (Fig. 5b). En torno a este itinerario se asentará la población que mantiene viva la memoria de la antigua Baetulo. Pero nos falta la clave de la justificación de este itinerario, más allá de los argumentos que nos aportan los abandonos de determinadas zonas y la aparición de núcleos de enterramientos. Probablemente, el elemento esencial que lo justifique sea la lápida fechada en torno al siglo X, localizada en el mismo lugar de la iglesia románica consagrada el 1112 así como de la posterior iglesia gótica y de las posteriores iglesias hasta la actual y que originariamente ocupaba el foro de la ciudad romana (Rosàs 1992: 137-141; Santiago 2003: 330). … MAGISTER QUI … OPPERAS. MARIE BITILU… SUPRA NOS LITTERAS ET NOS … RMENGAUDUS SUBDIACHONUS … [C]TO MAGISTER NOS
Traducción: Aquí reposa (nombre) el Maestro que (dirigió la construcción de) la obra de Santa Maria de Badalo (na e infundió) en nosotros las letras. Y nosotros (nombre) y Ermengol, subdiacono (dedicamos esta inscripción a este) maestro nuestro. Esta inscripción que nos habla de Sancte Marie Bitiluna está grabada en un mármol blanco, que reaprovecha la contracara de un relieve decorado que algunos autores relacionan a nivel de hipótesis con un ambón o un cancel de una iglesia cristiana de época tardoantigua. La pieza, independientemente del origen del soporte utilizado, es el testimonio que permite plantear la hipótesis de la existencia de un centro de culto cristiano de época tardoantigua en este punto, al que habría sucedido en el tiempo la Sancte Marie Bitiluna citada en la inscripción. Este centro de culto sería el aglutinador del núcleo habitado y marcaría el recorrido de los itinerarios internos que atravesarían el antiguo núcleo de la ciudad, los cuales sustituirían a la circulación reticular de la Baetulo romana. A la vista de las evidencias, la antigua ciudad de Baetulo se habría convertido en un reducido núcleo habitado en torno a un centro de culto cristiano - ¿una parroquia? - que mantiene su existencia sobre el curso de una via -un itinerario- que conduce a Barcino, la ciudad episcopal.
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CONTINUIDADES Y R U P T U R A S D E L PA I S A J E U R B A N O E N L O S PA R VA OPPIDA DEL NORESTE D E H I S PA N I A C I T E R I O R : E L M U N I C I P I U M I LU RO ( M ATA R Ó ) Joaquim García Roselló Ajuntament de Mataró jgarcia@ajmataro.cat
Víctor Revilla Calvo Universitat de Barcelona vrevillac@ub.edu
Resumen
Abstract
El gran número de intervenciones arqueológicas realizadas en Mataró ha permitido reconstruir los rasgos generales de la evolución de la Iluro romana, desde su fundación ex novo hasta su transformación en una aglomeración rural entre los siglos V-VI. En este proceso, la definición jurídica como municipium a inicios del imperio es una etapa clave que se materializa en el paisaje urbano. El estudio de este c a s o aporta algunos elementos al debate sobre la evolución de la vida urbana en Hispania Citerior. En particular, permite evaluar la posibilidad de identificar dinámicas diferentes de desarrollo del fenómeno urbano en esta zona de la provincia romana, dinámicas que son el resultado de la combinación específica de factores socioeconómicos y políticos.
The large number of archaeological interventions carried out in Mataró has allowed us to reconstruct the general features of the evolution of the Roman Iluro, from its foundation ex novo to its transformation into a rural agglomeration in the 5th-6th centuries. In this process, the legal definition as municipium at the beginning of the empire is a key stage that is reflected in the urban landscape. This case study provides some arguments to the debate on the evolution of urban life in Hispania Citerior. In particular, it allows us to evaluate the possibility of identifying different dynamics of development of the urban phenomenon in this area of the Roman province. These dynamics are the result of the specific combination of socio-economic and political factors.
Palabras clave
Key Words
Urbanismo romano, República, Alto Imperio, Antigüedad Tardía.
Roman urbanism, Republic, Early Empire, Late Antiquity.
C O N T I N U I D A D E S Y R U P T U R A S D E L PA I S A J E U R B A N O E N L O S PA RVA O P P I D A
DEL NÚCLEO REPUBLICANO A LA AGLOMERACIÓN TARDOANTIGUA
I
luro se funda en el contexto de la reorganización del área litoral catalana entre finales del siglo II a.C. e inicios del I a.C. (García Roselló 2017). La ciudad experimentó continuas transformaciones urbanísticas y arquitectónicas entre su fundación y la antigüedad tardía. Estas transformaciones, perceptibles en el registro arqueológico, indican el dinamismo y la capacidad de renovación de una pequeña comunidad provincial. En la etapa inicial se define una trama ortogonal que pronto experimentaría modificaciones.
Hacia finales del siglo I a.C.-inicios del I d.C. se producen algunas actuaciones arquitectónicas importantes que afectan a toda la ciudad. A este momento pertenecen varias construcciones públicas, de las que existe constancia arqueológica o epigráfica, que respondían a las necesidades de una comunidad cívica. A lo largo del siglo I d.C. se detectan algunos cambios, pero no es hasta finales del mismo siglo y durante el siguiente cuando se producen iniciativas que modifican el paisaje urbano (ocupaciones de espacios públicos y del callejero, abandono parcial del alcantarillado) y la arquitectura (reformas, expolios, nuevas construcciones). Esta dinámica es difícil de interpretar, ya que no parece responder a interven-
Figura 1: Planta general de Iluro, con indicación de la trama viaria, las domus y otras estructuras identificadas (plano Muñoz Rufo y Puerta López 2020).
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ciones planificadas e incide de forma diferente en las edificaciones públicas y privadas. Tampoco se dispone de suficiente información sobre edificios o equipamientos públicos concretos de la ciudad. Las evidencias de cambios urbanísticos y arquitectónicos son más escasas en época posterior. Con todo, la ciudad parece mantener su organización a lo largo del siglo IV. La situación es menos definida a partir de mediado el siglo V (Cela y Revilla 2004 y Revilla y Cela 2006). La desaparición del urbanismo original y el trazado viario, el cambio de uso de algunos sectores de la ciudad y la distribución de vertederos relacionados con la vida doméstica muestran la existencia de un nuevo tipo de hábitat de marcado carácter rural. Esta situación caracteriza todo el siglo VI.
LA FUNDACIÓN REPUBLICANA Iluro se fundó hacia el 80-70 a.C. (García Roselló 2017). El asentamiento se sobrepone a uno o más pequeños núcleos dispersos de cronología ligeramente anterior. Este hábitat precedente, de función claramente agrícola, se integra en unas pautas de explotación y ocupación de la zona de la llanura litoral implantadas desde mediados del siglo II a.C. Estas pautas constituyen uno de los rasgos fundamentales del proceso de cambio cultural generado por la conquista romana. La ciudad se alzó sobre un promontorio natural de 35 m. de altura situado en la llanura costera, entre dos rieras, a 600 metros de la línea de costa. Su población integra indígenas con algunos elementos itálicos. La confluencia entre estos y los antiguos grupos dirigente indígenas, que asimilan formas de vida romanas, constituiría una nueva élite. La fundación conllevaría el abandono de los centros de poder político más cercanos que hasta el momento habían organizado y controlado el territorio: el oppidum ibérico de Burriac y el núcleo urbano republicano de Ca l’Arnau (ambos en el actual término municipal de Cabrera de Mar), cuyos habitantes se trasladarían a la nueva ciudad. El espacio urbano se organizaba según una trama ortogonal articulada por dos vías principales, el cardo y el decumanus maximus, y una serie de calles
secundarias paralelas y perpendiculares, de algo menos de 5 m. de anchura. Estas vías delimitaban insulae de unos 35 m. de lado. Pero también se han identificado insulae que seguían otros módulos (Fig. 1). Algunas estaban ocupadas por suntuosas residencias, como la hallada en la Plaça Gran. Esta domus, distribuida en torno a un patio porticado, contaba con ámbitos privados y de representación pavimentados con opus signinum decorados con motivos marinos. La superficie total de la ciudad no se puede precisar, ya que la erosión ha provocado la desaparición de una parte, pero parece situarse entre 10 y 12 ha. Hacia mediados del siglo I a.C. se producen las primeras reformas en algunos espacios públicos de la ciudad, básicamente para dotarla de un servició de alcantarillado público. El trazado de este se situaba en el centro de las vías. Esto obligó a modificar la anchura de algunos cardines minores, que fueron ampliados, y a reducir la superficie de ciertas insulae. A la vez, esta nueva infraestructura condicionó las edificaciones domésticas fundacionales, que se reformaron para incorporar cloacas domésticas. En esta fase o quizá ya en el momento fundacional (este extremo no se puede precisar), la ciudad disponía de un sistema de almacenamiento de aguas. Dicho sistema se basaba en una cisterna de grandes dimensiones situada en la zona más elevada. En esta fase, Iluro controla un territorio importante por sus recursos y posición geográfica, aunque de extensión limitada. Su actividad económica se basa en la producción y la comercialización del vino. Esta función se materializa en importantes edificios e infraestructuras públicas y privadas. En primer lugar, una gran construcción porticada y dotada de criptopórtico, que se situaba en el sector sur del cardo maximus (Fig. 2), Esta construcción se ha interpretado como un mercado, ya que algunos de sus espacios se abrían al cardo como tabernae. En este periodo hay que situar diversos hallazgos arqueológicos que evidencian actividades (artesanales y de transformación) relacionadas con la elaboración del vino en la ciudad: prensas, depósitos de fermentación, almacenes de dolia y vertederos de ánforas (García Roselló 2017).
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Figura 2: Criptopórtico del posible edificio comercial republicano ( fotografía Ajuntament de Mataró).
LA CIUDAD EN ÉPOCA AUGUSTEA Y JULIO-CLAUDIA Entre finales del siglo I a.C. e inicios del I d.C. una serie de actuaciones arquitectónicas, públicas y privadas, afectaron diversas zonas de la ciudad. Las más importantes respondían a las necesidades materiales e ideológicas de una comunidad cívica. Especialmente significativas son las inscripciones relacionadas con la sistematización de un espacio público y sus edificios: IRC I, núm. 214, que menciona un [--FO]RVM o [--HYPAET]RVM, quizá dedicado por [SEVIRI] AVGVST(ales), e IRC I, núm. 216, con una fórmula relacionada con la construcción o reconstrucción de un monumento. La cronología de ambas se sitúa en las primeras décadas del siglo I d.C. Otro texto mencionaría un [BALINEUM PVB]LICVM (IRC I, núm. 215). La inscripción incluye la mención ILVRONENS(ium), que confirma la existencia de un ordo local. Estas inscripciones, junto a las dedicadas por seviri augustales a ciertas divinidades en época poste-
rior proceden de la zona de la actual Basílica de Santa María, que ocupa el punto más elevado de la ciudad, ocupado posteriormente por un campo de silos y un cementerio cristiano. Estos factores sugieren que aquí se situaba el centro de la vida pública: ¿el foro? (Cerdà et al. 1997: 265 ss. y Cela y Revilla 2004). En este mismo contexto, hay que situar la construcción de una fuente pública en la confluencia de cardo y decumanus maximus. Esta localización suponía restringir intencionalmente la circulación en el eje norte-sur. Paralelamente, se levantó otra construcción en el extremo sur del cardo maximus. Sus dimensiones, emplazamiento (ocupando la anchura de la calle) y características (un gran basamento) sugiere la hipótesis de un arco ornamental o conmemorativo. Estas iniciativas supusieron la modificación de la topografía de algunos sectores de la ciudad, especialmente al sur, y el abandono de algunas infraestructuras vitales, como la cisterna septentrional y el edificio con criptopórtico.
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Figura 3: Atrio de la domus de Can Cruzate (inicios de época imperial) ( fotografía Ajuntament de Mataró).
En lo que respecta a la arquitectura privada, se fecha en esta fase la construcción de otras domus (La Palma, Can Cruzate) caracterizadas por una arquitectura que incluye espacios de representación y programas ornamentales muy cuidados (para Can Cruzate, con una cronología de época de Tiberio: Muñoz Rufo y Puerta López 2020). Todas ocupan gran parte de una insula (Fig. 3). Estos factores permiten identificar estos edificios como residencia de la élite local. Hasta el momento las domus se concentran en la zona central de la ciudad, al sur del decumanus maximus y cerca de su confluencia con el cardo maximus. Esta posición separa el posible foro y el área sur de la ciudad, donde se situarían actividades de otra naturaleza (Revilla y Cela 2006). Las transformaciones del paisaje urbano podrían relacionarse con la promoción de la comunidad como Municipium c. Romanorum (cf. Plin. NH 3.4.22), como sugieren las inscripciones que mencionan magistrados (CIL II 4616=IRC I, núm. 101, que alude a un duo vir quinquennalis; discusión del documento: IRC V, suppléments, 23-24). La importancia de los cambios obliga a interrogarse sobre la eventual existencia de un programa urbanístico y, de ser así, hasta qué punto se ejecutó y quienes serían sus promotores. La datación de las
inscripciones y el significado de las nuevas construcciones en la vida de la comunidad parecerían indicar una actuación global. Pero la falta de información epigráfica y arqueológica precisa impide confirmar este extremo. No se puede establecer, por ejemplo, la cronología específica de cada uno de los edificios mencionados; ni tan siquiera se puede afirmar que se completara su construcción o el grado de participación de individuos o familias de la élite. De hecho, la construcción de estos edificios también podría responder a un proceso gradual, resultado de iniciativas individuales y menos coordinadas por el ordo local. También es difícil precisar cómo se integraron estos cambios en el urbanismo republicano original y hasta qué punto lo modificaron. A lo largo del siglo I d.C. se producen reformas en edificios privados y comerciales que no alteran el paisaje urbano. Desde finales del mismo siglo y durante el siglo II se detectan cambios importantes en el registro arqueológico, pero su significado es difícil de interpretar, ya que son de carácter muy diverso. La modestia material de las intervenciones podría hacer pensar en procesos normales de reforma vinculados al mantenimiento de los espacios residenciales y sus infraestructuras. Sin embargo, se detectan procesos de expolio, de amortización de
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Figura 4: Inscripción del siglo I d.C. reutilizada en un porticado de los siglos II-III ( fotografía Ajuntament de Mataró).
estructuras y de modificación del espacio que sugieren cambios más profundos. El más importante parece ser el fin de las domus como forma de residencia para la élite, aunque estos lugares siguen ocupados con posterioridad (una situación similar se aprecia en Baetulo: Padros 1985b: 155 y Padrós y Sánchez 2015: 92-97 y 108-111). Se asocia a ello la desaparición de gran número de alcantarillas domésticas o de tabernae y la reforma de numerosos espacios de pequeñas dimensiones que parecen haber tenido una función doméstica en la etapa anterior. En este contexto se hacen claramente visibles algunas actividades económicas que se pueden definir como de servicios (artesanado) y pequeño comercio. El inventario incluye la metalurgia, la fabricación de material constructivo y el procesado y venta de productos alimentarios. Se trata, por tanto, de actividades orientadas a satisfacer, en sentido amplio, las necesidades generadas por la vida cotidiana de una colectividad. Las instalaciones ocupan siempre pequeños espacios y utilizan una tecnología sencilla. Este fenómeno se aprecia en algunos edificios al sur y al este del cardo maximus. Aquí, en el primer cuarto del siglo II la zona oriental de una insula, ocupada anteriormente por una taberna, se divide en dos pequeñas
unidades artesanales dedicadas, respectivamente, a la fabricación de objetos de hierro y materiales constructivos (Cela y Revilla 1999). Hacia finales del siglo I-inicios del II se reforma un edificio cercano y se construyen dos grandes depósitos en opus signinum que funcionaron hasta los siglos IV-V. La evolución de las actividades parece haber conducido a una intensificación del uso de los espacios disponibles que desdibujaría progresivamente la estructura del antiguo sector comercial, como resultado de la invasión del cardo maximus por algunas instalaciones y la transformación de algunas insulae, con nuevas compartimentaciones y la modificación de algunos límites (cambios similares en Baetulo: Padros 1985a y 1985b: 155 y Aquilué 1987: 19, 80-85, 111 y 205). En un contexto diferente se sitúa la construcción de un posible edificio termal de grandes dimensiones y decorado con un rico programa musivo. Esta iniciativa supuso la reorganización de la trama viaria, modificando el trazado final de uno de los cardines minores y el alcantarillado. La datación de esta iniciativa es difícil (Pera 1992: 30). Se ha propuesto una cronología flavia, pero hay que recordar que una inscripción de época anterior también menciona un balineum (vid. supra).
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Los cambios indicados podrían relacionarse con una progresiva restructuración de la parte alta de la ciudad, donde se levanta una gran construcción, quizá un pórtico, en un momento indeterminado de los siglos II-III (Fig. 4) (Revilla y Cela 2006). Este pórtico reutilizaba elementos de edificios anteriores; en concreto fragmentos de inscripciones pertenecientes a los primeros edificios del forum (IRC I, núms. 214, 216-217). Este hecho indicaría la desaparición temprana de una parte significativa del programa monumental de Iluro. Es posible, incluso, que algunos de los edificios mencionados en estas inscripciones no se hubiesen finalizado nunca y que esto facilitase la recuperación de materiales arquitectónicos. La situación de los siglos II-III parece responder a un proceso lento en el que confluyen iniciativas diversas, en parte privadas, que se ejecutarían a ritmo distinto. Es interesante señalar que ciudades como Baetulo experimentan transformaciones importantes desde época flavia (Guitart 1976; Padros 1985ab y 1999; Padrós y Sánchez 2015 y Aquilué 1987). Esta situación parece apreciarse también en otras ciudades de Cataluña (Guitart 1993; cf. Revilla y Santacana, 2015). En términos generales, la situación parece reflejar el abandono gradual de prácticas ligadas a la vida colectiva que habían necesitado de programas arquitectónicos y decorativos de gran entidad: por un lado, las construcciones para la vida pública; por otro, las domus. La transformación de estas construcciones parece coincidir con cambios en la sociedad local. Es en este contexto, en concreto, cuando los libertos parecen asumir una visibilidad particular en la vida local, como muestra la epigrafía de segunda mitad del siglo I y primera mitad del II (en particular inscripciones votivas a divinidades augusteas dedicadas por libertos como seviros: IRC I, núms. 97-100). Se trata de evidencias de carácter modesto, disociadas de iniciativas arquitectónicas, de las que no hay constancia alguna, exceptuado el edificio con columnas ya mencionado. Es difícil interpretar esa situación. Imaginar un empobrecimiento, o decadencia, de la comunidad por el simple hecho de hallar a otros individuos en la posición de evergetas sería simplificador. Tampoco parece fácil aceptar la hipótesis de una transformación radical de las élites. El protagonismo de ciertos libertos, en
todo caso, parece vinculado a una reorganización de las jerarquías locales motivada por factores diversos (Revilla y Cela 2006). En este contexto, los escenarios y edificios en los que se desarrollaba la actividad pública (política y religiosa) debieron experimentar modificaciones profundas.
UNA CONTINUIDAD COMPLEJA: SIGLOS III-VI Durante la antigüedad tardía el antiguo municipium (o una parte) permaneció ocupado de forma estable. El registro estratigráfico indica que esta ocupación se prolongó hasta un momento impreciso del siglo VI. Este hábitat evoluciona al compás de una profunda transformación de la topografía, el espacio y la arquitectura de la ciudad altoimperial. En este sentido, parece haber una diferencia de naturaleza entre la situación hasta el siglo IV y quizá las primeras décadas del V, que podría definirse como de continuidad del modelo urbano, con unos límites materiales evidentes, y la ocupación de los siglos V-VI (Cela y Revilla 2004: 407 ss., en general: Brogiolo y Ward-Perkins 1999 y Brogiolo, Gauthier y Christie 2000). La cuestión principal no es, en consecuencia, comprobar la continuidad del hábitat en el espacio que correspondía al antiguo municipio, sino definir la naturaleza exacta de unos procesos de ocupación que presentan rasgos particulares y los factores que los determinan. La mayoría de datos disponibles se concentra en el cruce entre cardo maximus y decumanus maximus, así como en la zona norte y oriental, donde se situaban las domus conocidas y el posible forum. En todo este espacio se aprecian cambios materiales y de función que transforman el paisaje y que definen una nueva relación del hábitat con la estructura urbanística anterior. El primer fenómeno destacado es la transformación de la retícula ortogonal y la estructura viaria. Ya se ha indicado que la ciudad fue modificando su urbanismo desde el mismo siglo I a.C. y que este proceso continuó en los siglos I-II, pero sin alterar la organización global. Esta estructura debió de mantener su utilidad hasta un momento impreciso del siglo V (¿mediados?); por lo menos en lo que hace al cardo
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maximus, donde se han identificado reparaciones de la alcantarilla principal durante el siglo IV y un estrato que amortiza un sector de la calle a finales del siglo IV-inicios del V. Muy cerca, en el cruce del cardo con un decumanus secundario, la acera fue reformada, mientras que la calle y el edificio situado a occidente desaparecieron bajo un estrato de destrucción (Cela y Revilla 2004: 50, 74). No se dispone de otras evidencias entre este momento y finales del siglo V-primer tercio del VI. En este periodo se forma una estratigrafía que cubriría diversos tramos del cardo maximus y las construcciones limítrofes (Cela y Revilla 2004: 163 ss.). Su constitución supuso la desaparición absoluta de una parte importante de la trama urbana original. Ello supuso también la elevación de la topografía del hábitat (este fenómeno se detecta en numerosas ciudades: La Rocca Hudson 1986: 70 ss.; Hispania: Fuentes 1999 y Gurt 2000-2001: 449-450). Las aportaciones se concentran al sur del cardo maximus y afectan a un espacio importante, cubriendo todas las estructuras anteriores y cancelando la antigua distinción entre calles y edificios. Por el contrario, no se puede establecer qué sucedía contemporáneamente en otras vías. Es posible que sectores de estas se mantuvieran en uso, mientras que otros tramos desaparecerían. Esta situación parece apreciarse en la Plaza del Ayuntamiento donde algunas construcciones invaden un cardo minor interrumpiendo totalmente la circulación (Cerdà et al. 1997: 256-262). También el antiguo decumanus maximus modificó parte de su trazado. Esta vía se desplazó hacia el norte, aproximadamente a medio camino de su recorrido total, en el punto más cercano al posible forum. La alineación de las actuales calles de Baixada de Sant Simó (que mantiene la orientación original), Beata María y Carrer Nou parece fosilizar el nuevo itinerario. No se puede establecer la cronología de este cambio que, en cualquier caso, debía ser el resultado final de un proceso prolongado desarrollado a partir de los siglos V-VI (Cerdà et al. 1997: 264-265). El fenómeno se podría relacionar con la transformación del espacio actualmente ocupado por la basílica y la Plaza de Santa María, destinado a un nuevo uso (vid. infra).
La modificación del antiguo espacio urbano afectó especialmente a infraestructuras públicas que utilizaban la red viaria, como el alcantarillado. Una parte de este, en la confluencia entre cardo y decumanus maximus, se había abandonado ya a finales del siglo III-inicios del IV (Cerdà et al. 1997: 256 ss.). Por el contrario, el tramo sur de la misma alcantarilla seguía funcionando después de una reforma que se data en el segundo cuarto-mediados del IV. Es importante señalar que la desaparición de estas infraestructuras es un proceso que se inicia muy pronto, durante el siglo II, y que se desarrolla en el contexto de la continuidad, transformada, del antiguo urbanismo hasta el siglo V (otras ciudades de Hispania: Gurt 2000-2001: 445). La constitución del hábitat de los siglos V-VI parece ser independiente de las posibilidades que tales infraestructuras podían ofrecer todavía (cf. La Rocca Hudson 1986: 64-65, 70, Brogiolo 1989: 313 ss. y Gelichi 2000: 16 ss.). La ruptura entre la situación del siglo IV y el nuevo hábitat parece, en este sentido, radical. Este hecho puede responder a la desaparición de algunas de las funciones materiales e ideológicas de la ciudad y a otros factores durante los siglos III y IV, lo que haría inútil y costoso el mantenimiento de algunos de los servicios propios de una ciudad clásica. Otro fenómeno detectado es la reorganización del ciclo de actividades, productivas, sociales e ideológicas, que se asocia a la restructuración del antiguo espacio urbano y la creación de nuevos emplazamientos para la vida colectiva. El desarrollo del proceso y los rasgos que lo caracterizan muestran algunos de los principios materiales e ideológicos que inspiran las nuevas formas de organización de la vida comunitaria. En un momento mal definido, quizá durante el siglo IV, una parte del sector norte de la ciudad fue ocupada por silos. La mala conservación de estas estructuras impide precisar sus dimensiones y la organización del sector y no se puede establecer la posible presencia de instalaciones de transformación. Tampoco se ha podido conocer la dinámica de la ocupación, ya que los escasos rellenos de silos datados aportan cronologías variables, entre segunda mitad de siglo IV y finales del V-inicios del VI, con otras fechas, menos fiables, de los siglos III/IV (Cela y Revilla, 2004: 326-327). Con todo, es evidente que la invasión de un antiguo es-
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Figura 5: Silos y necrópolis de los siglos IV-VI en la Plaça Santa Maria. A izquierda de la imagen uno de los basamentos del porticado de los siglos II-III ( fotografía Ajuntament de Mataró).
pacio de representación por ciertas actividades económicas constituye un fenómeno significativo. La vida económica del municipio del alto imperio se localizaba en espacios periféricos, segregada respecto a la actividad política y social. Pero a la vez, la economía se integraba perfectamente en la trama urbana. La situación se modifica en parte durante la primera mitad del siglo II, como muestran las reformas del sector sur del cardo maximus ya mencionadas. La constitución de una zona de almacenamiento en la zona alta de la ciudad supone una situación nueva. Esta transformación corresponde a una fase avanzada en la desaparición de la forma de vida municipal; si es que no indica el final de este proceso. Un problema importante es el ritmo del fenómeno, ya que, como se ha indicado, existen evidencias de una continuidad parcial de infraestructuras y de la red viaria. La confluencia de estos factores permite calificar el periodo que cubre el siglo IV (quizá desde finales del III) y las primeras décadas del V como un momento clave en la evolución de la ciudad y
demuestra que el proceso no siguió un desarrollo lineal, ya que coexisten iniciativas diversas (reparaciones, expolios, reocupaciones) y estas actuaciones afectaron de forma diversa los espacios y edificios en función de su utilidad para la vida colectiva. El nuevo uso que recibe el centro de la antigua ciudad también es significativo. La constitución de una zona de almacenamiento parece responder a unas necesidades comunitarias de control y redistribución de excedentes agrícolas con fines diversos: consumo local; fiscalidad; inserción en circuitos de intercambio por venta directa o salida como rentas. En esta situación habrían intervenido los poderes locales mediante mecanismos diversos que no se pueden determinar. La concentración de excedentes podría indicar que Iluro todavía mantenía una posición central respecto al territorio, sustituyendo la anterior función administrativa por el control de una fase fundamental del ciclo productivo. La potenciación de la función agrícola, paralela a la desaparición de la rígida organización ortogonal, mues-
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tra también que la antigua distinción entre campo y ciudad (ésta, entendida como centro político y residencia de élites) estaba perdiendo su sentido. Igualmente, importante es la creación de áreas funerarias en el interior del antiguo espacio urbano (Cela y Revilla 2004: 315 ss y Revilla y Cela 2006: 100-101). La más importante se situó al norte, en la misma zona de los silos, ocupando una superficie mí2 nima de 8000 m (Fig. 5). Esta área, entre las actuales plazas de Santa María y del Fossar Xic, mantuvo la función funeraria hasta época moderna. Las escasas cronologías disponibles, relacionadas con estructuras afectadas por las tumbas, se sitúan en el siglo V-inicios del VI; pero es muy probable que algunos sectores de esta zona ya fueran utilizados en un momento anterior, como un conjunto de tumbas de tegula del Fossar Xic, datados en los siglos IV-V. El uso funerario pudo prolongarse hasta finales del VI. Los factores que determinaron la elección de este lugar, como en otras ciudades, podrían explicarse por las facilidades generadas por la existencia de un espacio libre de construcciones y poca densidad residencial y que, por su carácter público original, podía servir para un nuevo uso comunitario. Además, la restructuración de la zona que parece indicar el pórtico ya mencionado podría haber facilitado la transformación parcial o total del espacio. La relación entre silos y necrópolis supone un problema importante. El único caso en que ha sido posible establecer la relación estratigráfica entre silos y enterramientos ha mostrado que estos eran posteriores (Cela y Revilla 2004: 327-328); pero esto sólo se aprecia en un sector del cementerio y es posible que las primeras inhumaciones en el cercano Fossar Xic fuesen contemporáneas con el uso de algunos silos. A pesar de la modestia general, la necrópolis muestra la existencia de diferencias sociales en la comunidad; ejemplos de ello son una tumba cubierta por un revestimiento de opus signinum decorado con un crismón y algunas inhumaciones colectivas de construcción muy sólida. Además, la disposición de las tumbas muestra un orden cuidadoso y una tendencia a la concentración en un sector concreto. Esto sugiere una diferente valoración del espacio disponible. El carácter cristiano de algunas tumbas y la organización del espacio ocupado, así como la importancia de ciertos enterramientos, sugieren un
proceso controlado por una jerarquía. Los posibles mecanismos de control pueden ilustrarse con las referencias a la deposición ad sanctos que aparecen en inscripciones localizadas en una ermita medieval cercana a la ciudad, que podrían corresponder a un centro de culto y un cementerio (IRC I, núms. 123-124, datadas a inicios del siglo VII; quizá relacionadas con una gran necrópolis rural de los siglos VII-VIII: García Roselló y Cerdà 1990). Es posible que en Iluro el espacio funerario también fuera articulado por un centro de culto. Pero no existen evidencias materiales relacionadas con un edificio religioso, con excepción de un fragmento de cancel recuperado en las excavaciones realizadas en la Plaza de Ayuntamiento. Con la disgregación del urbanismo original también desaparecieron las formas arquitectónicas propias de la ciudad republicana y altoimperial. Las nuevas construcciones son raras y no es posible precisar su función y su cronología precisa; más allá de su atribución genérica al siglo VI. Hasta el momento, tan sólo en dos lugares del antiguo espacio urbano se han localizado muros que parecen delimitar ámbitos de planta rectangular, alargada y estrecha. Su cronología es posterior a la formación del estrato de amortización del cardo maximus: inicios del VI. A este reducido conjunto se pueden añadir algunos muros y pavimentos, datados sin demasiada precisión en los siglos IV-V, al oeste de la ciudad (Arxé et al. 1986: 80-81). La información actualmente disponible no permite establecer la función de estas estructuras, quizá residenciales (paralelos en asentamientos rurales de Cataluña (Enrich y Enrich 1995; Morer, Rigo y Barrasetas 1997 y Navarro 1999). Tampoco se dispone de información sobre la situación que presentarían en este momento las termas y las murallas. En el caso de las primeras, el hallazgo de una fosa que contenía fragmentos de una estatua que pudo formar parte del programa decorativo, indica una frecuentación esporádica del lugar, relacionada quizá con procesos de expolio; pero tampoco puede excluirse la existencia de un hábitat estable o una fase de ocupación (Cela y Revilla 2004: 74, Lám. 17; id. 2004: 149. Lám. 59). Pero no se puede precisar el estado general del edificio en ese momento. Por lo que hace a la muralla, una excavación reciente ha aportado evidencias de algún tipo de
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continuidad hasta el siglo V (Cela, García Roselló y Pera 2003: 24). La evolución de la arquitectura y de la cultura material también muestra otro rasgo característico de la dinámica del hábitat en las ciudades tardías: los procesos de expolio y reutilización (La Rocca Hudson 1986: 64-65, Brogiolo 1989: 158 ss. y Gurt 2000-2001: 450 ss.). En Iluro, los ejemplos son relativamente numerosos y parecen indicar una práctica generalizada y consciente encaminada al mantenimiento de algunos servicios. Las actuaciones afectaron particularmente a los edificios públicos, a juzgar por las dimensiones de algunas piezas recuperadas y por la presencia de inscripciones de carácter cívico, así como a la arquitectura funeraria. Se trata de dos ámbitos especialmente ligados a la expresión formal de la vida cívica y social durante el alto imperio y que, en consecuencia, fueron afectados directamente por los cambios socioeconómicos y culturales. Por otro lado, estos procesos de expolio presentan rasgos particulares y responden a una dinámica que no se limita a la antigüedad tardía. La transformación de los espacios y edificios de la ciudad se aprecia ya a finales del siglo I d.C. y será muy intensa durante el siglo II, al igual que en ciudades cercanas (Baetulo). Como se ha indicado, es también en el siglo II cuando se detectan evidencias de abandono de instalaciones domésticas y productivas, al tiempo que se construyen otras, y se inicia el expolio de domus y monumentos funerarios. La relación entre los procesos de abandono y expolio y la restructuración del espacio urbano es difícil de precisar. El expolio, en este contexto, adoptó formas y significados muy diversos, ya que era tanto una solución privada (que explicaría buena parte de las actuaciones del siglo II) como una respuesta a la necesidad de mantener las infraestructuras públicas; caso del alcantarillado entre los siglos III y IV. De hecho, los abandonos y expolios documentados se relacionan básicamente con el hábitat de los siglos II a IV y con la continuidad de unos servicios y una vida colectiva de tipo urbano, a pesar de su modestia, hasta finales del siglo IV-inicios del V. Otro rasgo característico de la organización del espacio y el hábitat, a partir de inicios del siglo VI, es
la proliferación de fosas (Cela y Revilla 2004: 169 ss.). Estas fosas son de dimensiones considerables y perforan la estratigrafía romana hasta alcanzar el terreno natural, afectando indiferentemente antiguos edificios y espacios públicos y privados. Con frecuencia, su perímetro sigue la alineación de las cimentaciones de edificios que ya no eran visibles y las desmontan parcialmente, manteniendo una parte de la estructura como límite de la excavación; otras estructuras profundizan en el terreno natural sin afectar estructuras arquitectónicas. La excavación de estas fosas no parece responder a procesos de expolio ni se relaciona directamente con la configuración de zonas de hábitat o actividad económica. Probablemente, se trata del resultado de actividades de extracción de materia prima para la construcción, dada la naturaleza del suelo geológico sobre el que se asienta la ciudad (un sedimento arenoso y arcilloso), apropiado para la elaboración de estructuras en tapial o adobes (ejemplos cercanos: Morer, Rigo y Barrasetas 1997: 93 y Demians D’archimbaud 1994: 47). Todas ellas fueron reutilizadas como vertederos. Los depósitos que rellenan las fosas y los silos, formados rápidamente, incluían materia orgánica y gran cantidad de residuos de actividades domésticas (Cela y Revilla 2004: 391-420 y Revilla 2011). Esta categoría incluye productos asociados a la manipulación directa y consumo de alimentos (materia orgánica, cerámicas de mesa y de cocina), recipientes de almacenamiento y transporte, objetos de ajuar doméstico (vidrios, lucernas) y elementos constructivos (piedra, fragmentos de opus signinum, estatuaria, tegulae e imbrex). El material residual es abundante; pero también se han recogido recipientes de vajilla y ánforas bien conservados y sin señal de reparación, depositados inmediatamente después de su uso. La limitada presencia de elementos metálicos trabajados sugiere un reciclaje intenso del utillaje doméstico. Se trata, en definitiva, de vertederos mixtos y no especializados que aportan una imagen fiable (pero matizada) del consumo local de productos alimentarios y de vajillas (vertederos tardíos: Gurt 2000-2001: 455 ss., Remolà 2000 y Murialdo y Bonora 2001: 177). La distribución de estas fosas y su probable relación con el hábitat parecen indicar un modelo de ocu-
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pación dispersa y de poca densidad, independiente de la antigua trama ortogonal. Su presencia correspondería a unidades domésticas que organizarían de forma autónoma sus procesos de trabajo y la gestión de sus residuos; a diferencia de la situación que presentaba la ciudad original, que controlaba tanto las actividades económicas como los vertidos, trasladados al exterior. En términos económicos, los vertederos indican la existencia de estrategias de diversificación que combinan agricultura, ganadería y actividades artesanales. La escasa densidad y la distribución irregular de un hábitat formado por la combinación de viviendas, huertos y zonas vacías caracterizan un nuevo paisaje en que el aglomerado de población debía extenderse más allá del antiguo recinto urbano, sin una separación clara respecto a la campiña.
CONTINUIDADES Y RUPTURAS. A MODO DE CONCLUSIÓN Iluro ofrece un buen ejemplo del dinamismo del proceso de urbanización de Hispania, así como de los problemas que supone su interpretación; tanto de su naturaleza (es difícil, efectivamente, definir el sentido de las continuas transformaciones del paisaje de una ciudad romana) como de los factores que intervienen. En la historia de Iluro se detectan algunos momentos clave que suponen la definición de los escenarios generados por una comunidad cívica en consolidación: la reorganización de espacios y la construcción de nuevas infraestructuras a mediados del siglo I a.C., apenas una generación después de la fundación; o el programa, modesto, de monumentalización que abarca las primeras décadas del siglo I d.C. Estos momentos pueden interpretarse, con aparente facilidad, como la materialización, a escala local, de un modelo de urbanización y de unas instituciones jurídicas. La situación de los siglos II al IV es peculiar. Con demasiada frecuencia, las iniciativas de reforma, reconstrucción y expolio identificadas en las ciudades romanas se han valorado como expresión de una continuidad entendida en su acepción menos positiva: como el lento agotamiento de la capacidad de una comunidad para autogestionarse. Tras esta perspectiva subyace el paradigma lineal
que ha condicionado durante décadas la reconstrucción del proceso de urbanización de Hispania, ordenado en una sucesión fija de etapas en sentido ascendente-descendente: fundación, monumentalización, decadencia, extinción. El progreso experimentado por la arqueología urbana en España en las últimas décadas, con todas sus limitaciones, permite valorar de otro modo los fenómenos de continuidad y de mantenimiento, en tanto que muestra que las iniciativas de reparación y reconstrucción implicaban una gestión activa de unos recursos públicos (así deben considerarse tanto el espacio urbano como sus edificios e infraestructuras) y, por tanto, una conciencia clara por parte de las comunidades cívicas; o al menos, de sus élites, que actuarían de acuerdo con unos objetivos que entremezclaban una ideología cívica general y una situación local, unos ideales y unos recursos financieros limitados. En este contexto, es necesario profundizar en el análisis de la evidencia documental generada por estas élites para conocer su sistema de valores; o sistemas, si imaginamos que a escala regional y local pudieron influir tradiciones anteriores de vida urbana. También en este sentido Iluro constituye un caso de estudio importante, en tanto que nos muestra los límites de la documentación, tanto arqueológica como epigráfica, que plantea el estudio de una pequeña ciudad. Es difícil interpretar la situación de los siglos V y VI, definida por una reorganización del antiguo paisaje urbano (a un ritmo que no se puede precisar), nuevos usos del espacio (lugar de almacenamiento en silos y necrópolis) y nuevas formas de hábitat y gestión de los recursos. Los rellenos de los silos y las fosas responden a situaciones cotidianas y muestran estrategias adaptadas a un contexto definido por la autonomía y la diversificación productiva, la regionalización de los intercambios y la transformación de los modelos de comportamiento y los valores. La evidencia arqueológica indica la existencia de un hábitat estable y organizado, vinculado materialmente a la tradición romana, como muestran la tecnología, las herramientas y las cerámicas relacionadas con la vida cotidiana; y también vinculado en lo que respecta a los aspectos ideológicos, ya que algunos espacios de la antigua ciudad siguieron reservándose para funciones comunitarias. En este sentido,
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se puede hablar de continuidad cultural. A la vez, esta continuidad se acompaña de transformaciones profundas del espacio urbano y de la arquitectura. Estas transformaciones no respondían a una planificación global, pero se desarrollaron de forma continuada hasta crear un nuevo paisaje. Este proceso indica la vitalidad de la comunidad, sustentada en unas jerarquías sociales precisas que utilizaron nuevas estrategias y nuevos mecanismos ideológicos. La situación sugiere el interrogante de hasta qué punto percibiría esta comunidad estos cambios.
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Es evidente, en resumen, que los problemas de documentación que presenta Iluro, comunes a muchas ciudades romanas de Hispania, no permiten reconstruir la historia completa de este núcleo urbano; y, mucho menos, convertirla en paradigma. Con todo, algunas de las dinámicas que pueden identificarse en su fundación y evolución pueden ayudar a construir un modelo interpretativo más complejo para conocer mejor un ámbito particular del proceso de urbanización de la Península: los parva oppida.
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LA REDUCCIÓN D E L E S PA C I O AMURALLADO DE C A E S A R AU G U S TA E N LA TRANSICIÓN DEL SIGLO III AL IV* Francisco de A. Escudero Escudero Ayuntamiento de Zaragoza 9762105393@telefonica.net
M. a Pilar Galve Izquierdo Arqueóloga mpgalve@yahoo.es
Resumen
Abstract
Se muestra en este trabajo la reducción del espacio amurallado de la ciudad de Caesaraugusta (Zaragoza) producida durante el cambio del siglo III al IV, reducción que dejó una amplia zona al este de la colonia, entre la c/ Coso y el río Huerva, fuera de la muralla que se construía entonces.
This work shows the reduction of the Caesaraugusta (Zaragoza) walled space produced during the change from the third to the fourth century; a reduction that left inhabited the space to the east, between the Coso and the Huerva River, outside the wall that was being built.
Palabras clave
Key Words
Caesaraugusta, Muralla, Urbanismo, Siglos III-IV.
Caesaraugusta, Wall, Urbanism, 3th- 4th centuries.
* El presente trabajo tiene especialmente en cuenta dos trabajos recientes (Escudero 2020 y Galve 2020).
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E
l trabajo que presentamos quiere mostrar la reducción del espacio amurallado de la ciudad de Caesaraugusta producida durante el cambio del siglo III al IV, reducción que dejó al barrio del costado este de la colonia, entre el Coso y el Huerva, fuera de la muralla que se estaba construyendo, disminuyendo el perímetro y el área amurallada de 3080 m a 2630 m y de 53 ha a 45 ha, respectivamente. El núcleo de la ciudad, ya fuera la versión más extensa de los primeros siglos, o la reducida desde finales del siglo III, estuvo protegido por una muralla desde el tercer tercio del siglo I. Este núcleo se reconoce muy bien arqueológicamente por sus redes de cloacas (cuatro como mínimo) que recorrían el subsuelo vertiendo al Ebro, al Huerva o al Coso. Ahora bien, la ciudad abarca también otras áreas extramuros que resultan aún poco conocidas. Así, la zona sudeste, en la que se reconoce un limitado sistema de vertido, aunque carente de viviendas; en la zona sudoeste hay indicios de una zona urbanizada (Gutiérrez 2006), donde pudo estar el anfiteatro. En la zona occidental hubo un suburbium que en los comienzos del Imperio tuvo alguna casa, pero posteriormente fue ocupada por instalaciones artesanales insalubres y molestas (lavanderías, tintorerías, a las que habrían pertenecido varios depósitos), hornos de cerámica (Aguarod 2014) y la necrópolis de la puerta occidental. Estas dos últimas actividades, alfarera y funeraria, tendrían continuidad e incluso alcanzarían más importancia en la época islámica. Finalmente, al otro lado del río Ebro se han hallado algunos restos de cierta monumentalidad sin catalogar todavía. No obstante, también durante la Antigüedad tardía existió una ocupación fuera de la muralla, aunque más limitada. Concretamente en el sector occidental se siguen encontrando enterramientos, como en las calles de Mosén Pedro Dosset y de San Blas, que son testimonio de una temprana cristianización, aunque también de la perduración funcional citada. Pero hay más, pues las ricas cubiertas de mármol o de mosaico teselado de algunas de las tumbas de ese conjunto indican no sólo la existencia de una necrópolis sino también la presencia de un edificio de culto (Galve 2009). Esta cristianización la veremos expresada en monumentos de mayor entidad
como el conocido de Santa Engracia al sur (Galve y Mostalac 2007: 92-95). El mayor inconveniente de la arqueología zaragozana no es tanto la falta de excavaciones, pues desde la creación en 1982 de la que luego sería la Sección de Arqueología Municipal -en que se empezó a excavar sistemáticamente el Casco Histórico de Zaragozase han realizado en torno al millar de excavaciones, sino la carencia de estudios, por lo que el material disponible se limita a informes sucintos en numerosas ocasiones. Y esto afecta especialmente al tema central de este Congreso. Así, cuando estos estudios existen la visión del problema resulta mucho más segura y menos dependiente de suposiciones. Aludamos de manera escueta a dos casos como prueba de lo dicho antes de entrar en el tema objeto de nuestro trabajo. Uno es el constituido por la red de cloacas que, tras un estudio sistemático (Escudero y Galve 2013), ha invalidado completamente las afirmaciones en el sentido de que la red de cloacas de Caesaraugusta dejara de funcionar en los siglos IV/V, como proceso final de una decadencia iniciada en el siglo III. Estas afirmaciones estaban basadas en prejuicios y lugares comunes sin ninguna base científica o, a lo sumo, en algún caso aislado. De hecho, algunas de esas cloacas antiguas han seguido en uso hasta el siglo XX y, es posible, que más de las que creemos. Otro caso es el teatro romano que, a raíz de los estudios en curso, ha dejado ver que su aspecto cambió radicalmente cuando a finales del siglo III se desmontó la sillería. Entonces desaparecieron el pórtico perimetral y los aditus, y toda la arquitectura escénica dejó de existir, convirtiéndose orchestra y escena en un amplio y único ámbito que enlazaba con el área ocupada por el pórtico septentrional. Desconocemos el uso que se le dio entonces a este espacio. A partir del siglo IV, durante el siglo V y comienzo del VI, se producen sucesivas elevaciones del nivel de la orchestra hasta llegar a igualarse con el de la quinta grada. Cada una de estas elevaciones llevaba aparejada la ampliación del espacio central, que debió ser en realidad la razón de estas elevaciones. Se ha supuesto que esta importante modificación obedeció al cambio de uso del edificio, probablemente convertido en arena donde celebrar juegos circenses y luchas gladiatorias. Tras producirse su abandono total a me-
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F r a n c i s c o d e A . E s c u d e r o E s c u d e r o / M . a P i l a r G a lv e I z q u i e r d o
Figura 1: Vista aérea del tramo de muralla de San Juan de los Panetes, con su parte de piedra delante y la de hormigón detrás (fotografía J. Romeo).
diados del siglo VI, sus muros radiales y su graderío sirvieron de habitación. Posteriormente algunos espacios alojaron basureros, incluso fueron ocupados durante los siglos VIII y IX por un cementerio que posiblemente tuviera próximo un edificio de culto cristiano (Escudero y Galve 2016: 132-133).
LA MURALLA En 1999, el Ayuntamiento comenzó a derribar las casas adosadas a la muralla del monasterio de la Resurrección de Canonesas del Santo Sepulcro para liberarla y proceder a su restauración. En las diferentes campañas arqueológicas que se sucedieron (2000, 2001, 2003 y 2004/2005), se hicieron numerosos e importantes descubrimientos relativos tanto a la muralla como al convento. Entre otros se encontró el arranque de la muralla medieval, que desde la muralla romana iba a enlazar con el tramo monumental de la c/Alonso V, también se halló el cambio de dirección de la muralla de sillería hacia
el Coso Bajo e, igualmente, se encontraron largos tramos intactos de su cimentación que han permitido fijar la fecha en que se levantó. A partir de estas excavaciones hemos llegado al convencimiento de algo que sospechábamos: que el tramo oriental de la muralla romana de Zaragoza se diferencia del resto, y que ello conlleva importantes consecuencias para la evolución del urbanismo antiguo. Una vez acabada la restauración del tramo muralla de San Juan de los Panetes, el arquitecto Francisco Íñiguez Almech publicaba en el V Congreso Nacional de Arqueología sus conocimientos de la estructura interna de la muralla de Zaragoza (Íñiguez 1959). Aquella exposición era sólo un esquema que, con posterioridad, había de ser desarrollado conforme se multiplicaran las excavaciones.1 Dicha exposición venía a decir que había dos fases. Una antigua, de la época de la fundación de la colonia, 1 En líneas generales, hoy esta estructura se puede dar por bien conocida. Véase el apéndice final.
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de hormigón, y otra fase en la que se añadía a la anterior un grueso muro de sillería, en el siglo III/IV. La íntima unión de ambos muros configura la muralla que conocemos: una muralla de 6.7 m de anchura (Fig. 1). Sensu estricto, Íñiguez nunca extrapoló esta estructura a toda la muralla. Entre otras cosas, no podía hacerlo porque entonces solo eran visibles los restos de San Juan de los Panetes y del Santo Sepulcro,2 aunque su recorrido se conociera bien: paseo Echegaray y Caballero al norte, avenida César Augusto al oeste y Coso al sur y este.3 Los numerosos hallazgos han confirmado la idea inicial de las dos murallas. Hoy por hoy podemos aceptar que la muralla de hormigón (opus caementicium) es de finales del siglo I (posiblemente de época flavia o algo posterior), mientras que la de sillería sería de la segunda mitad del siglo III. De todas formas, sobre las fechas aún existen dudas que solventar. Ahora bien, a partir de este esquema afloraba cierta excepcionalidad, al resultar que Caesaraugusta era una de las pocas ciudades de Hispania que al rehacer sus murallas o levantarlas nuevas en el siglo III, no lo hacía disminuyendo la superficie que había tenido en su momento de máximo apogeo. Los lados mejor conocidos eran, y son, el oeste (avenida de César Augusto) y el sur (Coso Alto) donde la hoja de sillares iba pegada a la de hormigón. De la fachada norte solo se conoce con seguridad los restos en la calle Salduba, que también reflejaban una muralla doble, pero, en este caso, de menor grosor, posiblemente por la protección que le otorgaba el río. Se tiene también referencia de otros restos en la basílica del Pilar, igualmente de hormigón y sillería,4 y en la actualidad se investigan otros debajo de un estribo del Puente de Piedra. Muy dudoso es el muro que se encuentra en el mal llamado “Museo del Puerto Fluvial de Caesaraugusta”.5 Del flanco este de la ciudad
2 El monasterio medieval se apoyaba en este tramo, al que da su nombre. En su restauración también había intervenido Íñiguez. Ahora bien, ni su primer restaurador, Luis de La Figuera, ni él mismo, aclararon cómo podía ser su estructura interna, muy posiblemente porque la encontraron muy alterada por 700 años de convivencia con el monasterio (La Figuera 1927 y 1934). 3 Téngase en cuenta que la muralla romana solo se empezó a desmontar a partir del siglo XVI (Galiay 1946: 87ss). 4 AMZ, expdte. 3060/1926, caja 2452. 5 Donde los restos de un supuesto puerto brillan por su ausencia.
solo se ha tenido la oportunidad de excavar dos veces la muralla: en el Coso 101 y en la calle San Jorge, no llegando a verse la muralla de hormigón en ninguna de las dos obras. En estas circunstancias llegamos al año 2000, cuando Jesús Ángel Pérez Casas y M.ª Luisa de Sus excavan el gran solar del p.º Echegaray y Caballero nº 152-154 (actualmente nº 158-160).6 En esta intervención se desenterraron completamente dos torres y la cortina intermedia. Todo resultaba convencional en lo que respecta a las torres, pero no en lo referido al compás. Aunque en un primer momento no se hizo suficiente hincapié, se daba la circunstancia de que la muralla de hormigón no aparecía por ningún lado y que la de sillería, en vez de tener 3.8 m -que es lo que suele tener cuando está respaldada por la anterior de hormigón-, tenía 5 m.7 Era una llamada de atención a considerar que no todo resultaba tan esquemático como se había supuesto, dando pie a replantearse los hallazgos del Coso Bajo. Estas dos torres son las dos primeras de un largo recorrido de muralla que hemos denominado “chaflán nordeste”. Este chaflán es una peculiar configuración del trazado donde van a unirse los frentes norte y este, y que, como su nombre indica, forma un chaflán característico en la esquina mencionada. Son 150 m de longitud donde caben siete torres y sus correspondientes compases. De seis de esas torres quedan restos en menor o mayor medida. Las cinco últimas son las correspondientes al tramo del “Santo Sepulcro”, al formar parte del convento del siglo XIII que le da su nombre. De estas, solo la cuarta y la quinta estuvieron a la vista hasta el siglo XX, descubriéndose la sexta y la séptima, junto con los compases contiguos, en las excavaciones citadas al principio. Como hemos dicho, se conoce muy poco la muralla del frente norte, e incluso se desconoce completamente su recorrido entre el foro y el inicio del chaflán. Es precisamente por la presencia de la muralla de piedra del paseo Echegaray y Caballero 152-154
6 La parte más saliente ya la había explorado Miguel Beltrán en unos sondeos realizados en la calzada del paseo en 1975-1976 (Beltrán et al. 1980: 212 ss). 7 En Escudero y de Sus (2003: 399, 403 ss. y 409) dejamos constancia de esta circunstancia, aunque sin ahondar en sus consecuencias.
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que hay que colegir que esta discurriría por la línea de fachadas de dicho paseo. Así podemos enlazar la fachada norte del complejo foral con el chaflán para suponer que ese sería su recorrido en el siglo III. El razonamiento inverso lo debemos aplicar a la muralla de hormigón, que, dada su ausencia en el extremo del chaflán, no podemos decir con seguridad por dónde iba en su sección más oriental, aunque sospechamos que lo haría más hacia el interior.8 Para justificar las dudas planteadas en esta parte del trazado y la extraña disposición del chaflán hay que explicar las características del terreno del entorno. A diferencia del resto del trayecto, en que la cimentación está abierta en la grava de la primera terraza, en esta parte nordeste, el substrato lo protagonizan las arcillas y limos de la llanura de inundación de la cercana desembocadura del Huerva, y posiblemente sea así desde poco más allá de la calle D. Jaime I, cuando la orilla inundable va ganando terreno frente a la terraza de grava, que se retira hacia el sur (Longares et al. 2018). Arqueológicamente hay hitos muy claros de esto. Así, las obras de ingeniería necesarias para elevar la plaza del nuevo Foro de Tiberio (cubriendo el antiguo “mercado de Augusto”) (Pérez Casas 1991), las grandes infraestructuras de la esquina oriental de mismo foro (Casabona 1992: 189-190 y ff. 1-2 y 4), la posición de lo que seguramente fuera la muralla ibérica de Salduie (Casabona 1992: 189 y Escudero y Galve 2013: 238), los niveles de inundación de la c/ Sepulcro 1-15 (Casabona 1994), las cotas de los hallazgos encontrados en la excavación del paseo Echegaray y Caballero 152-154 (Beltrán et al. 1980: 17-22) o, incluso, en zonas más al interior, donde los restos más antiguos se encuentran a gran profundidad,9 y, por último, los niveles de las diversas excavaciones en el exterior del convento del Sepulcro.10 Y es aquí donde se justifica la extraña geometría en chaflán del conjunto del Sepulcro. Los ingenieros op-
8 Desgraciadamente la modernización de buena parte del caserío de esta zona de la ciudad ofrece pocas esperanzas a la investigación arqueológica, salvo en los casos en que el muro se haya podido conservar bajo algunas de las calles de dirección norte-sur, como las calles Mundir I, San Vicente de Paúl o Boterón, o en la plaza de Nuestra Señora de la Piedad o la calle Sepulcro, de dirección este-oeste. 9 Diversas catas y trabajos sin publicar, como las de c/ Sepulcro 23 esquina con c/ Boterón. 10 Datos de excavación.
taron por acortar el recorrido sobre un terreno poco consistente, alcorzando en diagonal hasta el afloramiento de grava de la terraza, 170 m al sur del río (a la altura del Coso 157). Este punto en que la muralla vuelve a encontrarse con la grava es precisamente el final del quiebro, es la rótula que articula el cambio de dirección de la muralla. Y es también muy ilustrativo porque, de este punto, es desde donde arranca la muralla medieval, que sigue por el contorno de la terraza (calles Alonso V y Asalto), siempre dominando la llanura aluvial del Ebro y del Huerva. Delante y por debajo del chaflán y la terraza, en la zona de Alonso V y al pie del convento del Sepulcro, hace 3000 años (fecha de 14C) existía un terreno pantanoso (Peña et al. 2009: 547-549). Por esa razón, a comienzos de la Era, los propios romanos elevaron este terreno deprimido mediante considerables aportes de tierra y ánforas apoyadas unas en otras dentro de una estructura reticular de muros de hormigón (Cebolla et al. 2004). Aun así, en torno al año 100 (fecha de 14C), una enorme riada dejó depósitos de arena y grava que superaban el metro y enterraron una parte de las ánforas. Fue sobre esos depósitos sobre los que se edificó la muralla de Sepulcro en el siglo III (Fig. 2). Es un testimonio de la precaria situación de esta franja entre la muralla y el río, la existencia de lo que parece ser el gran muro de contención (más que la muralla) del “Museo del Puerto Fluvial de Caesaraugusta”, o el otro muro, este medieval y de calicanto, encontrado delante de la muralla del chaflán nordeste. Podemos añadir más datos. Mientras que la lámina del Ebro tiene una cota media de 188.86 m en la desembocadura del Huerva, a comienzo de la calle San Vicente de Paúl el terreno se encontraba a 190.5 m cuando se funda la colonia (Beltrán et al. 1980: 13-17).11 Terreno que, en el siglo III, a raíz de los trabajos de ingeniería y de los aportes de las riadas se había elevado hasta los 195.2 m al pie de la muralla del Santo Sepulcro12 (estando originariamente en torno a los 192.6 m).13 En Tenerías 3-5,
11 La cota citada no figura en la bibliografía, pero se deduce a partir de ella. 12 Dato de excavación. 13 Sobre estos sedimentos se colocaron en el siglo III los sillares de la torre Ts4, a una cota de 194.66 m.
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Figura 2: Muralla del Santo Sepulcro. De arriba abajo: sillares de la muralla, cimentación, niveles dejados por el río durante la riada del año 100 y ánforas colocadas para elevar el terreno (fotografía F. Escudero).
por donde se prolongaba el campo de ánforas, estas se colocaron sobre un piso anterior de solo 191.4 m de altura (hoy la altura de la calzada se encuentra a 198 m).14 Esto explica, por ejemplo, que el tramo de muralla ibérica al este del foro estuviera 85 m separado del río, y situado sobre el corte de la propia terraza de grava (196.3 m) (Escudero y Galve 2013: 238) y no sobre la franja inundable de la ribera, donde se sitúa parte del propio foro, aunque sobre unas infraestructuras mucho más complejas y costosas.
14 La cota mencionada se la debemos a don Javier Ruíz. En la excavación de SEPULCRO I, entre las torres de la muralla Ts4 y Ts5, la cota por encima de la cual se dispusieron las ánforas para elevar el terreno estaba en torno a los 192.6 m.
La peligrosidad de esta zona ha quedado de manifiesto a lo largo del tiempo. Se pueden citar algunas riadas históricas, como la del año 100 d.C.; la del 827, que provocó tales destrozos que hubo que rehacer buena parte de la muralla norte de Saraqusta (la muralla romana) (Vallvé 1999: XVI, 177 rº); la de 1408, causa por la que Martín I escribía al Concejo de Zaragoza recomendando que se reforzara el muro (la muralla romana) ante el riesgo de que el agua entrara en Santa María la Mayor (El Pilar) (Falcón 1981: 112. ACA, Cancillería, reg. 2185, fol. 29 vº); o la de 1643 que se llevó parte del Puente de Piedra, y a raíz de lo cual se empezaron a construir los pretiles de la margen derecha del río. Con estas características, es una temeridad pretender que delante del foro hubieran existido nunca las instalaciones estables de un puerto, como muestra el espacio expositivo del “Museo del Puerto Fluvial de Caesaraugusta”, sin que, por otra parte, se haga hincapié en las grandes obras de ingeniería del foroque allí se pueden ver. El supuesto puerto de Caesaraugusta, no pasaría de ser un atracadero que, muy posiblemente, se situaría en la amplia zona de las Tenerías, entre el Santo Sepulcro y el río, y al cual debieron vincularse las obras mencionadas anteriormente, que seguramente iban encaminadas a elevar el terreno y crear rampas desde el río hacia el interior para varar, y luego arrastrar hasta tierra protegida, lanchones y almadías.15 Volviendo ahora a la muralla, hemos comprobado recientemente que la anomalía constatada en la excavación de Echegaray y Caballero -es decir la ausencia de la hoja de hormigón y la mayor anchura de la sillería- se prolongaba por todo el chaflán nordeste, como se comprueba en el interior del monasterio del Sepulcro.16 Ya hemos insinuado, a la vista de las excavaciones, que lo más probable es que existiera una única muralla de piedra a lo largo del Coso Bajo. Y recientemente, a los tramos citados hay que añadir los hallazgos de la Porta Romana -la puerta de Valencia de época medieval y moderna- en diversos só15 Actualmente estamos redactando un trabajo sobre esta franja de terreno y sobre la imposibilidad de que en ella hubiera habido estructuras permanentes en época romana. 16 A la altura de la bodega del siglo XIV, debajo del refectorio antiguo. Nuestro agradecimiento por su ayuda y confianza a las comendadoras sor Ana y sor Isabel.
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tanos y plantas bajas de algunas casas aledañas a la plaza de la Magdalena (c/ Coso 147, c/ Mayor 72 y c/ Mayor 70-c/ Pelegrín 6), donde nada hay de hormigón y sí una magnífica sillería en su torre sur. Hay más. Analizando las fuentes sobre la construcción de la Universidad comenzada a levantar por Pedro Cerbuna en 1589, para la que hubo que destruir muchos metros de muralla, se encuentran numerosas referencias a sus sillares, sobre los que se dispone que, una vez desmontados, serán reutilizados íntegramente. Y todo ello sin que se mencione por ninguna parte una supuesta obra de hormigón que, de existir, es seguro que se hubiera citado, dadas las dificultades para derribarla (San Vicente 1981: 13, 15 y 17-19; docs. 44, 48, 50 y 54). Con el paso del tiempo, y a partir de los datos que se han ido acumulando, hemos ido construyendo una hipótesis cada vez con más convencimiento.17 Esta hipótesis parte del supuesto de las dos murallas. De la segunda muralla conocemos perfectamente su trazado, casi sin margen de duda. De la primera muralla sabemos que recorría el mismo camino por los lados oeste y sur, y por más de la mitad occidental del frente del Ebro. Puede que la parte más oriental de ese frente fuera más retranqueada, pero no lo sabemos. De lo que sí estamos seguros es que nunca transcurrió por el chaflán nordeste, y casi seguros de que tampoco cerraba la ciudad por el Coso Bajo. Es decir, que durante los siglos I, II y III, la ciudad se extendía más allá de la vaguada de ese lado, y, posteriormente, a finales del siglo III, la ciudad se contrajo hasta dicha rambla, que a la vez le serviría de foso. El manual clásico de la arqueología romana de Zaragoza fijaba los límites de la colonia a partir del perímetro de su muralla de piedra, cuyos hitos monumentales estaban claros en San Juan de los Panetes al noroeste, en el convento de las Canonesas del Santo Sepulcro al noreste y en el punteado de ruinas que aparecían en los sucesivos derribos a lo largo de la avenida de César Augusto y del Coso durante todo el siglo XX (Beltrán 1976). Nunca se ha olvidado el recorrido de la muralla, que empezó a derribarse solo a partir del siglo XVI, dejando, eso 17 Se empezó a plantear la cuestión en Escudero y de Sus 2003: 411-412. Véase Escudero 2014b: 157.
sí, diferente testimonio en múltiples sitios, e imponiendo su huella indeleble en el urbanismo zaragozano. De esta manera, observando un plano actual, cualquiera puede intuir dónde estaba su núcleo original: una forma rectangular rodeada por una ancha vía a manera de foso, que no es sino la continuidad de las vías de César Augusto y Coso, tantas veces citadas. Ese es el cogollo donde se encuentran los elementos urbanos más representativos de una ciudad tradicional, y en él se halla también el origen de Zaragoza. La imagen anterior es cierta solo en parte, al tener en cuenta únicamente la ciudad que subsistió a partir del siglo III, pero no la más extensa de los siglos anteriores (Fig. 3). La memoria de esa Caesaraugusta parecía haberse perdido, y solo cabe resucitarla a través de la arqueología. Hasta finales del siglo XX los arqueólogos no fueron plenamente conscientes de que hubo un área totalmente urbanizada en época romana que desbordaba los límites de la muralla de piedras, y que era anterior a esta. Hoy sabemos que el semicírculo entre el Coso Bajo y el arco formado por la terraza de grava que domina al meandro del Huerva (actual calle Asalto) se extendían calles, casas con mosaicos y pinturas, un sistema de desagüe completo -con cloacas y canales-, cisternas y un ninfeo monumental. Desgraciadamente la mayor parte de estas excavaciones permanecen sin publicar por lo que la información es muy escasa y provisional. La arqueóloga municipal M.ª Pilar Galve ha trabajado esta parte de la ciudad, a la que viene llamando “vicus oriental”, y cuyo plano de ocupación ilustra la densidad de hallazgos realizados hasta el momento (Galve 2020). El comienzo de la ocupación urbana se produjo algo antes de mediados del siglo I Las casas parecen pervivir hasta la mitad o finales del siglo III, época en la que se abandonan, y algunos hallazgos son testimonio de que su expolio se prolongó hasta el siglo V. Considerando los datos existentes, parece comprobarse que desde el siglo III cambia el paisaje de este barrio, cesando la vida urbana y quedando convertido en un despoblado en el que solo hubo ya escombreras, enterramientos y con cierta probabilidad instalaciones de artesanía. Entre los numerosos restos resulta muy representativo el de la c/ Doctor Palomar 4, donde se descubrió par-
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Figura 3: Esquema de ocupación de la colonia Caesaraugusta. El “emparrillado” muestra un esquema viario que puede darse por seguro. En el punto 2 (calle Asalto) se ha encontrado un muro de hormigón romano que puede pertenecer al trazado de la muralla del siglo I (en algún detalle, este plano se encuentra desfasado) (según Escudero y Galve 2011: 256).
te de la arquitectura de un ninfeo cuya datación sería tardoaugustea o de comienzos de Tiberio; pudo haber estado en uso durante los siglos I y II, y sería abandonado en la primera mitad del siglo IV, cuando el depósito se utilizó como escombrera donde se arrojaron, entre otros elementos, sus restos decorados (cornisas, capitel corintio…) (Galve 2015). Se contabilizan de 20 a 30 restos de arquitectura doméstica en el barrio, desiguales en su conservación, algunas con posibilidad de restituir la planta de la casa romana, que se abandonan en el siglo III. Cabe únicamente cierta duda sobre el nivel y tipo de ocupación al norte, junto a las Tenerías, y al sur, en el cierre del arco sobre la plaza San Miguel, los dos extremos donde el río Huerva podría suponer una mayor amenaza. De todas formas, lo que estamos haciendo no es otra cosa que retrotraer a la primera época romana lo que luego iban a hacer los habitantes de Saraqusta cuan-
do volvieran a extenderse hacia el este, y en lo que se reafirmarían los zaragozanos de mediados del siglo XIII: apoyarse en la defensa natural que supone el curso del Huerva y en el desnivel que el mismo río había creado al cortar la terraza del Ebro. Existe una baza final para mantener esta teoría. Esta es la existencia del muro de opus caementicium que puede observarse bajo la muralla medieval en la calle Asalto, frente a la calle Jorge Cocci (Fig. 4). Dicho muro, que es indudablemente romano,18 adquiere toda su justificación si lo consideramos como una parte de la antigua muralla romana de hormigón. Arqueológicamente, nada hay, en principio, que se oponga a tal atribución. Su localización se corresponde casi con el extremo oriental de la terraza frente al Huerva, y a todas luces está 18 Desgraciadamente este muro resulta desconocido hasta para las instituciones encargadas por velar del patrimonio. No hace muchos años, los socavones que presentaba el paramento exterior fueron tapados con un remedo de calicanto, que ni siquiera era la forma de aparejo original.
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Figura 4: Calle Asalto. Muralla medieval del siglo XIV, y, debajo, el muro de opus caementicium que interpretamos como la muralla antigua que cerraba el barrio oriental hacia Huerva (imagen F. Escudero).
reaprovechado en la obra de la muralla de ladrillo del siglo XIV, de la que pudo ser su inspiración y antecedente. Seguramente una buena parte del trazado de la antigua muralla romana corría por donde posteriormente se iba a elevar la muralla del siglo XIV (y el posible “muro de tierra” musulmán). Es decir, por las calles Alonso V y Asalto, aunque no por la parte más meridional de esta, dado que la muralla romana había de partir del ángulo que forman el Coso Alto y el Coso Bajo -pues allí está el último punto seguro donde se encuentra el muro de hormigón-. Por esto, y por la altura del terreno, es casi seguro que el espacio entre el Huerva y las calles Rincón, Clavos, Viejos o Eras no debía estar incluido en el recinto murado. (Piénsese que en ese terreno se vuelven a encontrar drenajes mediante ánforas, como el de Sepulcro, lo que prueba nue-
vamente el peligro de las inundaciones debidas al Huerva). El proceso habría sido como sigue. Todavía está por concretar cuándo comenzó a poblarse el barrio oriental, aunque puede que fuera unos pocos años después de la fundación, no muchos. Hasta ese momento la ciudad pudo estar limitada al núcleo tradicional de la avenida César Augusto y el Coso. Este espacio viene sugerido por hitos topográficos concretos, como las dos vaguadas existentes a oeste y este, y por algunas alturas destacadas al sur. La vaguada del Coso Bajo era un brazo natural, rambla o derivación del Huerva desde la plaza San Miguel, pudiendo haber sido, incluso, un antiguo cauce del Huerva, entonces seco. El caso es que, el núcleo originario, carente de toda monumenta-
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Figura 5: Esquema de la muralla romana de Zaragoza (según Escudero 2014b).
lidad hasta el segundo decenio del siglo I, debía bastarse para acoger a la población fundadora. En ese momento carecería de una cerca que pudiera llamarse muralla. A partir de dicha fecha (segundo decenio del siglo I) las cosas parecen cambiar en la colonia con la construcción de estructuras monumentales, como la ampliación del foro (antes reducido a donde hoy se sitúa La Seo), el teatro, o el templo de la plaza del Pilar. La disminución del espacio destinado a vivienda, acaparado por la construcción de grandes edificaciones y, posiblemente por una mejora sustancial de la situación sociopolítica de la población, haría plantearse la urbanización hacia el este, rebasando el Coso y alcanzando el Huerva. Posteriormente, en el último cuarto del siglo I (la fecha aún está por aceptar definitivamente) se levantaría la muralla de hormigón que había de abarcar hasta el Huerva, acogiendo
este nuevo hábitat, plenamente consolidado, pero no otras áreas de urbanización discutida, como el entorno de la calle San Miguel, la zona del sudoeste y la salida de la puerta de Toledo. La consolidación del nuevo barrio durante el siglo I, la construcción de la muralla de hormigón a finales de ese siglo, la aparente ausencia de esa muralla a lo largo del Coso Bajo y, por último, la presencia de lo que puede ser un resto de la misma en la calle Asalto, son cuatro piezas de un puzle que encajan a la perfección y parecen avalar la hipótesis mantenida. Frente a las incursiones bárbaras del siglo III, y la inestabilidad que provoca el miedo, las ciudades rehacen sus murallas, generalmente ocupando un espacio menor para facilitar la defensa. Se producen cambios en la función original de algunos edificios públicos, lo que también lleva consigo una
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degradación arquitectónica, incluso el desmantelamiento de algunos monumentos para reutilizar sus materiales, como debió ser el caso del teatro de Zaragoza, para aprovechar sus sillares en la muralla. Existen indicios de una situación similar en el foro, aunque no tan drástica. El nuevo espacio protegido habría de recibir la población de los barrios exteriores -que se iría despoblando paulatinamente-, y la procedente del campo y de los pequeños núcleos de población carentes de defensa. Así, en Caesaraugusta, la disminución de la superficie amurallada, debió conllevar el aumento de la densidad de población y la ocupación de espacios públicos para habitación. Posiblemente, las anchas vías y las extensas viviendas quedaran como cosa del pasado. En Zaragoza, la reducción del perímetro de la ciudad en el siglo III tendrá su trascendencia, pues habrá de marcar la ciudad hasta el siglo XI, en que, de nuevo, se expandió más allá de la muralla de piedra para alcanzar su término primitivo en el Huerva. Será entonces la ciudad de la muralla de tierra y de la muralla de “rejola”.
APÉNDICE SOBRE LA ESTRUCTURA DE LA MURALLA ROMANA DE ZARAGOZA19 Sin entrar en el tema debatido de la cronología, hoy tendemos a pensar que la primera muralla sería de finales del siglo I. No cabe duda que la sillería fue levantada en el siglo III, seguramente en su segunda mitad, dentro de un programa de construcción y reforma de los amurallamientos urbanos del Imperio. Tal como vemos hoy la muralla romana, los tramos norte y sur tienen unos 6.7 m de grosor y es el resultado de una ampliación realizada en el siglo III del muro original del siglo I. El conjunto se compone de dos muros yuxtapuestos, el primero de los cuales da al interior de la ciudad, es del siglo I, y tenía en su estadio original una anchura de 3.5 m, que quedó reducido a 2.85 m después de la reforma del siglo III. El que da al exterior sería añadido en el siglo III, y es de sillería, de unos 3.6/3.8 m de potencia. El resultado es una muralla de unas 19 La descripción que hacemos solo se refiere a las partes inferiores, dado que son las únicas conocidas. (Véase para la estructura Escudero 2014a).
dimensiones fuera de lo normal. El antiguo muro era todo de opus caementicium, tenía una zapata (encofrado perdido con una media de 4.3 m de anchura) sobre la que se levantaban dos muros paralelos levantados con encofrado de madera. Entre ambos muros había otros transversales y un relleno interior de un hormigón más pobre. En el siglo III, la primitiva muralla de hormigón fue doblada con otro muro de sillares. Es en ese momento cuando se decide desmontar el muro delantero de hormigón para calzar una parte (la posterior) de la obra de sillería sobre la cimentación de hormigón liberada, de forma que ambas quedaran mejor trabadas. Estando el resto de los sillares sobre una cimentación diferente. Todas las torres que conocemos -quedan restos de 2220 - corresponden a la fase del siglo III, distribuidas entre compases que van de los 12.7 m a los 13.9 m. Tienen planta semicircular ligeramente peraltada, con peralte recto o muy ligeramente entrante, y radios de entre 3.5 m y 4.6 m.21
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ABREVIATURAS ACA = Archivo de la Corona de Aragón AMZ = Archivo Municipal de Zaragoza
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EL URBANISMO DEL M U N I C I P I U M AU G U S TA BILBILIS: PROBLEMAS R E S U E LT O S , P R O B L E M A S S I N R E S O LV E R Manuel Martín-Bueno Universidad de Zaragoza mmartin@unizar.es
J. Carlos Sáenz Preciado Universidad de Zaragoza casaenz@unizar.es
Elena Martín Cancela Universidade da Coruña elena.martin@udc.es
Resumen
Abstract
Bilbilis, que jerarquizaba un amplio territorio en el valle medio del Jalón, sufrió una amplia transformación urbana en época augustea que afectó a la totalidad de la ciudad. Vinculada a su ascenso al rango municipal, desarrolló una amplia política edilicia que se reflejó en su rápida monumentalización, convirtiéndose en una “ciudad escaparate” de lo que Roma ofrecía a los habitantes de sus nuevos territorios. La investigación desarrollada en los últimos años ha permitido conocer el proceso de transformación de la ciudad, desde el urbanismo indígena hasta la floreciente ciudad de trama e infraestructuras plenamente romanas. En el presente trabajo presentamos también como dicho urbanismo se transformará en los siglos posteriores, especialmente a partir del siglo III en que la ciudad entra en crisis y ve como sus edificios son desmantelados y sus viales alterados.
Bilbilis managed an important territory of the valley of the river Jalón. It suffered an important urban transformation during the Augusto period that affected the whole city. Due to its rise into municipium, it developed important urbanism politics. This could be seen directly in the monuments and public buildings erected, which turned the place into a kind of showcase of what Roma gave to the new inhabitants of its new territories. The research carried out in the last years has reveal the transformation process of the city, from the native urbanism to the flourishing urbanism following and reflecting roman city planning. Hereby we would also like to show how this urbanism would developed in the later centuries, specially from the 3rd century, in which the city underwent through a crisis and therefore its buildings were abandoned and its streets were modified.
Palabras clave
Key Words
Bilbilis, Urbanismo, Antigüedad Tardía.
Bilbilis, Urbanism, Late Antiquity.
E L U R B A N I S M O D E L M U N I C I P I U M A U G U S TA B I L B I L I S : P R O B L E M A S R E S U E LT O S , P R O B L E M A S S I N R E S O LV E R
EL MUNICIPIUM AUGUSTA BILBILIS
L
a Bilbilis romana, heredera de un asentamiento celtibérico1 situada entre los cerros de Bámbola y San Paterno, se vio favorecida por su ubicación en la estratégica confluencia de caminos que se produce en el valle medio del Jalón, siendo esta una de las causas que incentivó su desarrollo posterior llevándola a convertirse en el centro neurálgico de un amplio territorio que jerarquizó hasta el siglo III en que la crisis de las ciudades occidentales marcó su abandono y desaparición. Una limitada ocupación durante el medievo entre los siglos XII y XIV, con una población que se dedicó al expolio de materiales arquitectónicos para su empleo en los edificios de la pujante Calatayud medieval, apenas dejó huellas entre las ruinas de la ciudad romana, más allá de una necrópolis y poco más. En época moderna, se produjo la roturación del solar bilbilitano, transformado el terreno en bancales de cultivo, que posibilitaron su explotación agrícola, hasta la expropiación por parte del Estado en 1976-1980.
EL URBANISMO DE LA BILBILIS CELTIBÉRICA El hecho de que la Bilbilis indígena no aparezca mencionada en las fuentes literarias anteriores a las guerras sertorianas, no significa inexistencia, ni siquiera cuando su territorio se vio envuelto en el conflicto que dejó en la región huellas muy profundas2. 1 Bilbilis era la principal ciudad de los lusones (Estrabón 3.4.13), que ocupaban el valle medio del Jalón y el Jiloca, si bien algunos investigadores la incluyen directamente entre las ciudades de los belos (Burillo 2007: 297 ss.). Estaba la tribu estrechamente emparentada con los titos, que eran sus vecinos más cercanos y Segeda su capital. 2 Sabemos que las ciuitates celtibéricas podían actuar de manera autónoma, interviniendo o no en los acontecimientos a su elección, o hacerlo, como en este caso, bajo la órbita de Segeda, cuyo declive supuso la reafirmación de Bilbilis, como reflejan sus nuevas series monetales que ya alcanzan un claro carácter autónomo.
Sabemos muy poco de la primitiva ciudad indígena 3. Del estudio de las estructuras arquitectónicas descubiertas y de los restos materiales asociados, podemos establecer que la ciudad se extendía desde las cumbres y medias laderas de Bámbola y San Paterno (SP.I), ampliándose ya en época tardorrepublicana hasta el cerro de Santa Bárbara, extendiéndose con posterioridad por la zona central en el momento en que es ocupado por la ciudad romana, pudiendo relacionar esta ampliación con el asentamiento de colonos itálicos 4 . Este precoz contacto con Roma debió facilitar el gradual acomodo a las costumbres, cultura y elementos materiales romanos, en especial entre las elites indígenas, lo que posibilitó que se viese como algo consecuente la gran reforma urbana realizada más tarde en época augustea. La excavación efectuada en el Barrio de las Termas, localizó estructuras de la ciudad celtibérica bajo las viviendas augusteas que fueron amortizadas en el momento de construcción de una serie de tabernas datadas en las últimas décadas del siglo I a.C. (Martín-Bueno y Sáenz 2001-2002, 2003: 355-362 y Martín-Bueno et al. 2004). Del mismo modo hay que valorar las viviendas halladas bajo el denominado Edificio Público C.IV ubicado en la zona central del yacimiento, tal vez un macellum 3 Tradicionalmente, ante la ausencia de materiales del siglo II a.C., se planteó que la ciudad indígena se ubicarse en Valdeherrera, yacimiento distante unos 8 km en línea recta de Bilbilis, relegando Bilbilis a un simple asentamiento menor, explicándose el cognomen ITALICA que exhiben sus acuñaciones como una causa de la llegada de pobladores itálicos, lo que implicaría la rápida adopción del ius italicum y la consiguiente fundación de una nueva ciudad en el Cerro Bámbola. Es difícil pensar en una translatio, ya que se documenta la supervivencia del asentamiento situado en Valdeherrera hasta el siglo I d.C. según se desprende de las excavaciones realizadas (Sáenz y Martín-Bueno 2015). Del mismo modo, no es necesario que el asentamiento perdiese su nombre primitivo en favor de la fundación realizada en el Cerro Bámbola, ya que Bilbilis no era solo el asentamiento urbano, sino que se refería a este y a su territorium. Plinio (3.4.12-13) nos informa que Bilbilis poseía el derecho romano desde época augustea. La explicación lógica que encontramos es que no se produjo una nueva fundación en Bámbola, sino un desplazamiento de la población desde Valdeherrera a un asentamiento ya existente, tal vez como consecuencia del apoyo prestado a la causa sertoriana que supuso su destrucción, y la de la mayoría de las ciudades del territorio. 4 Con toda probabilidad será en estos momentos cuando reciba el apelativo de ITALICA, presente en las acuñaciones monetales fechadas entre el 27/14 a.C. (Ripollés 2010: 233-234 y Amela 2015: 47-56).
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(Sáenz et al. 2009: 52-59). A estos restos hay que añadir las viviendas amortizadas en el momento de construcción del foro, fruto de la gran reforma urbana de la ciudad de época augustea, que si bien eran conocidas desde los años ochenta no habían sido valoradas en su justo término (Martín-Bueno 1991a: 179). Como vemos, la mayor parte de estos restos corresponden a la ciudad celtibérica mencionada por Estrabón vinculada con las campañas de Sertorio. Su cronología coincide perfectamente con las estructuras arquitectónicas descubiertas tanto en el cerro de Bámbola como en Valdeherrera II, sin que la ausencia de estas, causa tradicional de la exclusión de Bámbola como ubicación de la Bilbilis indígena, esté ahora más que justificada, especialmente tras los hallazgos realizados en el Barrio de las Termas y en la Casa del Ninfeo. Ambas ciudades podían convivir perfectamente, ya que similar distancia encontramos entre Valdeherrera II y Bámbola, que entre Segeda II y cualquiera de estas dos. Parece evidente que las tres convivieron, lo mismo que Segeda I lo hizo con Valdeherrera II y con el oppidum de Calatayud, sin que sea necesario descartar la existencia de unas para justificar la existencia de otras para establecer un discurso diacrónico, abriéndose, eso sí, el debate de su sostenibilidad y de los recursos que las hacían viables.
LA PRIMERA REFORMA URBANA TARDORREPUBLICANA Será tras las guerras sertorianas cuando se desarrolle el asentamiento celtibérico ubicado en Bámbola, cuya transformación queda ref lejada en la aparición del apelativo ITALICA, que denota tanto su cambio de estatus, como una más que posible llegada de contingentes de itálicos, o confirmando la presencia de estos ya ubicados en época anterior, si bien debemos considerarla una simple dotación de edificios que adecúan la ciudad indígena al mundo republicano, conservándose parte del recinto amurallo original en
el Cerro Bámbola 5, del que se conservan amplios derrumbes y desplomes de sus paramentos que debieron ser expoliados en parte por la construcción de los muros de aterrazamiento agrícola en época moderna. Será precisamente en época cesariana cuando la ciudad sufra sus primeros cambios urbanos, consecuencia de una privilegiada situación geográfica y del hecho de concentrarse en ella la administración romana, desaparecidas ya otras ciudades de entidad de su entorno, tal es el caso de Sekaiza-Segeda y Valdeherrera, que sucumbieron en las guerras anteriores. De esta primera reforma contamos con pocos indicios, lógico si pensamos en las importantes transformaciones que se producirán en la ciudad décadas más tarde que la afectaron en su totalidad. Así, hay que destacar, una serie de capiteles jónicos fechados en época tardorrepublicana, procedentes de un templo que debió ubicarse en la zona de San Paterno, que sería fácilmente visible desde el valle, a modo de antecedente de lo que los urbanistas augusteos desarrollaron posteriormente con la construcción de foro y su templo sobreelevado en una clara escenografía teatral muy a la moda del momento. En el Barrio de las Termas, se ha localizado la ubicación de otro templo, completamente desmontado, del que únicamente se conserva el pódium moldurado, y varios sillares de caliza almohadillados de gran tamaño reutilizados como zócalos de los muros de las tabernas de esta insula edificada en época augustea. A sus pies, se encuentra una gran cisterna que pudo estar vinculada al templo y sus rituales, sobre la que apoyaba en su exterior una gran escalera de acceso (Martín-Bueno, Sáenz y Uribe 2006: 347 y 2007: 254-256). 5 Carecemos todavía, aunque está en proceso de elaboración, de un estudio exhaustivo del recinto amurallado si bien sus restos se distinguen fácilmente. No podemos dejar pasar por alto el enterramiento ritual hallado en el interior de uno de los cubos de la muralla que, junto a las estratigrafías realizadas, documentan ya la existencia del asentamiento celtibérico en el siglo II a.C. (Martín-Bueno 1975b y 1982), si bien se han localizado restos cerámicos del siglo III a.C. en las laderas de Bámbola, rodados y descontextualizados, pero que señala una presencia poblacional ya en esta época.
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Figura 1: Vista general de Bilbilis desde el sur. Se observa la plataforma del foro visible desde el valle ( fotografía M. Martín-Bueno).
Dentro de estas estructuras pertenecientes a la Bilbilis republicana, hay que añadir una serie de viviendas amortizadas durante la construcción de las terrazas sobre las que se edificaron los pórticos sur y este del foro (Martín-Bueno 1991a: 179), así como una serie de estancias decoradas con pinturas del II estilo pompeyano pertenecientes a un edificio de difícil atribución también amortizado en el momento de la construcción del proscenio hiposcaenium y del muro que sustentaba el scaenae frons del teatro, (Sáenz y Martín-Bueno 2016: 167, fig. 21). Similar cronología presentan las pinturas del denominado Cubiculum H.246 localizado en el Barrio de 6 Su denominación puede generar confusión ya que las pinturas se localizaron como material de escombro para rellenar un semisótano de la Domus 2 de este barrio, desconociendo su procedencia (Martín-Bueno et al. 2007: 235-272). Este conjunto pictórico presenta grades similitudes con las pinturas de la Casa XVIII y del pórtico dórico XXXII de Glanum (Saint-Rémy-en-Provence, Francia), siendo las pinturas más antiguas de cuantas se han localizado en el yacimiento.
las Termas y fechado entre los años 50-30 a.C. La presencia de decoraciones pictóricas, y por lo tanto de talleres, no se generalizará hasta el último cuarto del siglo I a.C., ya bajo los cánones estilísticos de la última fase del II estilo (tablino de la Casa del Ninfeo, cubículos de las Domus 1 y 2 de la Insula de las Termas, etc.) que corren paralela a la presencia de pavimentos de mortero blanco teselado y de opera signina que deben vincularse a los contingentes itálicos que llegan a Bilbilis en la segunda mitad del siglo I a.C. (Guiral e Iñiguez 2017).
LA TRANSFORMACIÓN URBANA EN ÉPOCA AUGUSTEA Según Plinio (NH. 3.3.24), la transformación en municipio con estatuto jurídico de cives romani se produjo en época de Augusto, posiblemente durante el segundo viaje de Augusto en Hispania (27-24 a.C.), quedando adscrita a la tribu Galería, dando como
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resultado una amplia evolución urbana reflejada en su monumentalización, con lo que pretendía hacerse presente en la región que pasaba a administrar, tras convertirse en su capital (Martín-Bueno y Sáenz 2004 y 2016) (Fig. 1). Su recién estrenada promoción se plasmó rápidamente en las nuevas emisiones monetales en las que quedó constancia mediante la leyenda MUNICIPUM AUGUSTA BILBILIS, siendo estas acuñaciones un elemento básico para financiar las costosas obras, solo posibles en parte, por las voluminosas series de ases y semises emitidas durante los reinados de Augusto, Tiberio y Calígula. Esta promoción jurídica trajo consigo un amplio y costoso proceso de monumentalización que se extendió a lo largo de las primeras décadas del siglo I d.C. La ciudad, por lo tanto, como expresión de su nuevo estatus, se encontraba en la obligación de dotarse de edificios e infraestructuras adecuadas a su privilegiado rango, configurándose como una nueva ciudad. Para facilitar esta reforma urbana, que afectó a la mayor parte de la ciudad, quedando al margen la cima del Cerro de Bámbola, fue necesario “desmontar” la vieja ciudad indígena, de cuyo caduco urbanismo era necesario prescindir, adecuándose el solar mediante costosas obras de ingeniería que crearon amplias terrazas escalonadas en las que levantar los nuevos edificios7. Mediante una preconcebida y cuidada planificación, se realizó una ingente obra de reestructuración urbana, edificándose el foro y el teatro, cuyas obras se prolongaron durante el reinado de Tiberio, manteniéndose un cierto vigor a lo largo de todo el siglo, finalizándose con diversas intervenciones en época flavia que afectaron a los principales edificios públicos de la ciudad, y también a algunos barrios privados situados en su zona central. El resultado fue una “ciudad escaparate” que buscaba, en cierta manera, la teatralización, al diseñarse
7 Las necesidades edilicias de la nueva ciudad, en especial de piedra de calidad, supuso la apertura de canteras en la Sierra de Armantes que estuvieron en explotación hasta el s. XIX y en la plana Anchís, distante poco más de un kilómetro de Bilbilis, en donde todavía se conservan algunos frentes de extracción con sillares a medio extraer (Aguilera et al. 1995).
para ser contemplada desde la distancia, de ahí la importancia de la elección del lugar primando su altura, empleándose elementos y un lenguaje heredado del helenismo, integrándose la ciudad en el propio paisaje conformado por las alturas de Bámbola y San Paterno, que ejercían de espectacular telón de fondo sobre el que resaltarlas, que con el revestimiento marmóreo de los edificios públicos los hacía todavía más visibles desde la lejanía. La ciudad indígena pasó a ser un recuerdo, y el recién estrenado urbanismo augusteo desarrollará una finalidad propagandística clara con la que trasmitir a los indígenas la nueva sociedad, refrendado por la vista panorámica que ofrece la ciudad desde la vía Caesaraugusta-Emerita, siendo una consideración que sin duda se tuvo en cuenta. Esta ubicación en altura favoreció una arquitectura dominadora del paisaje y un perfecto escenario para realzar la monumentalidad de sus principales edificios públicos marmorizados, que, en el caso del foro y el teatro, se diseñaron como un unicum, estando unidos mediante pórticos escalonados dotados de fontanas, escaleras y pasillos comunes que tuvieron que adaptarse a la compleja y peculiar orografía del lugar (Martín-Bueno y Sáenz 2016). Las construcciones públicas correrán paralelas a una política edilicia de termas, ninfeos y fontanas con la que embellecer las calles del municipium, en el que mucho tuvieron que ver los notables de la ciudad mediante sus contribuciones económicas, como L. Aemilius, cuya donación ex testamento quedó reflejado en la inscripción aparecida en el foro (Martín-Bueno 1981 y Martín-Bueno y Navarro 1997). Leyendo a Marcial podemos imaginarnos el rasgo principal de la arquitectura bilbilitana. Descripciones como “altam Bilbilim” o “pendula quod patriae visere tecta libet”, “municipes Augusta (…) Bilbilis acri monte creat” (Ep. I.49 y 61, IV.55, X.13, 103 y 104, XII.18), nos muestran algunas de las características del paisaje urbano configurado mediante terrazas de gran envergadura surgidas tras la transformación y adaptación de las laderas de los distintos cerros, formando ese plano escalonado aludido por el poeta y que tan loado será en escritos posteriores. Si bien esta costosa y complicada reforma urbana supuso la alteración, transformación y adecuación
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Figura 2: Plano de Bilbilis con la ubicación de la red de cisternas (en azul) (plano L. Lanteri y C. Vaccarella).
del terreno, paralelamente se efectuó el diseño de una extensa y compleja red hidráulica con la que asegurar el abastecimiento de agua a toda la ciudad, algo que hay que valorar, debido la complicada orografía del lugar8. Para ello se creó una compleja red de cisternas realizadas todas ellas en opus caementicium adaptadas a las curvas del nivel, que supuso, en algunos casos, la necesidad de ajuste de algunas edificaciones, lo que
8 Estas terrazas surgieron, unas veces, mediante el aterrazamiento directo del terreno como en el sector de las termas, retallando la roca (teatro); mediante la realización de un emparrillado de cajones que con posterioridad fueron macizados (viviendas centrales), o como en el caso del foro mediante la construcción de un potente muro perimetral alrededor del afloramiento rocoso que destacaba en el lugar (Santa Bárbara), creando de esta manera un gran cajón reforzado internamente mediante muros perpendiculares y dando lugar a un damero que posteriormente fue rellenado. De esta manera se crearon amplias plataformas sobre las que edificar.
indica un diseño previo de la red hidráulica, y posteriormente del peculiar urbanismo de la ciudad, en el que los edificios no están donde debieran, como en el caso del foro en su parte central, ya que primaban otros condicionamientos, aspecto sobre el que se está trabajando en la actualidad (Fig. 2). Actualmente conocemos 73 cisternas, calculándose que la ciudad pudo superar el centenar, lo que le aseguraba una importante y continua reserva de agua que procedería de algunos acuíferos subterráneos, sin desdeñar la principal aportación que era el agua de lluvia a través de los impluvia de las casas (Martín-Bueno 1975c). De esta manera se contaba con un abastecimiento constante de agua, ya que la ciudad carece de acueducto en esa fecha, si bien en su momento se debió iniciar su construcción para traer agua de calidad desde la Sierra de Armantes pero quedó inconcluso, más allá de la captación del
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agua y de parte del trazado que apenas se conserva en el término de “Los Arcos”, apreciable especialmente en la fotografía aérea9. Paralelamente al problema del abastecimiento de agua, fue necesario planificar los saneamientos de evacuación de residuos, ya que la construcción del teatro supuso cortar la vaguada existente entre Bámbola y San Paterno que era el drenaje natural de toda la zona occidental de la ciudad. La solución adoptada consistió en construir una gran cloaca, en parte tallada en la roca natural, que, ajustada al fondo del barranco, actuó de colector de esta zona de la ciudad10. La segunda gran cloaca discurría en el fondo del denominado Barranco de los Sillares con la que se evacuaba las aguas residuales de las edificaciones situadas en la ladera de San Paterno y en la ladera oriental de Santa Bárbara (Martín-Bueno y Sáenz 2013: 366-368). Tras la construcción de estas infraestructuras, se pasó a crear y monumentalizar el centro religioso y cívico de la ciudad, para lo que fue imprescindible la edificación de un foro con todos sus elementos cívicos y religiosos y un gran teatro como equipamiento lúdico/religioso para aproximadamente 4.500 espectadores. Este teatro dispuso de un sacellum de cavea, cuyo prototipo fue el Teatro de Pompeyo del Campo de Marte (Roma), siendo una edificación pensada como elemento propagandístico, característica que definía a las nuevas ciudades surgidas de esta nueva y novedosa política urbanizadora augustea (Martín-Bueno, Núñez y Sáenz 2006: 236-239).
9 Desconocemos cuales fueron las causas que llevaron a anular su construcción, tal vez una falta de recursos económicos para su mejora, o a su inutilidad, al cubrir las cisternas sobradamente las necesidades de la ciudad y contar esta con agua propia. No obstante, no descartamos que este acueducto sí llegase a llevar agua hasta la misma Bilbilis en el momento en el que se estaban construyendo sus principales edificios, y especialmente su red de cisternas para la que era necesario un volumen de agua muy alto y constante para la realización del hormigón (Martín-Bueno y Albertos 1973), terminadas las cuales fue abandonado debido a su precariedad constructiva (Martín-Bueno y Martín 2020). Un primer estudio virtual sobre estas cisternas en Martín-Bueno, Sáenz Preciado, Lanteri, Vaccarella y Angás & Uribe) (Technitop 2010-2011), permiten en la actualidad elaborar con gran precisión un estudio seguramente definitivo. 10 Esta cloaca se diseñó sobredimensionada, como se desprende de sus medidas: 219 cm de altura y una anchura variable en forma trapezoidal (45 cm en la parte superior, 90 cm en el centro y 120 cm en el fondo). Había sido tallada en su mayor parte en la roca natural.
Las obras del teatro y del foro se prolongaron durante el reinado de Tiberio, inaugurado este último en torno al 27 d.C. según la inscripción citada de L. AEMILIVS colocada en un pedestal en las proximidades de la escalera monumental que daba acceso al templo, quién solo, o con otros, pagó ex testamento las obras del foro (Martín-Bueno 1991 y Martín-Bueno y Navarro 1997: 205-239), contribuyendo con la labor de estos evergetas al embellecimiento y engrandecimiento de la ciudad que la hicieron viable a lo largo del siglo I. Estos edificios públicos se dotaron de los mármoles y repertorios iconográficos ornamentales más lujosos del momento, procedentes principalmente de canteras imperiales, básicamente lunenses, entre otros de origen africano, griego o turco (numidicum, luculleum, chium, phrygium y carystium) (Cisneros y Martín-Bueno 2006), lo que refuerza su oficialidad y vinculación con la Casa Imperial11, o incluso, como en el caso del sacellum teatral, vincularlo al Culto Imperial, según se desprende también del programa escultórico que lo definía y de un retrato capite velato de Augusto hallado en el hiposcaenium teatral, que debió ubicarse en la hornacina central situada encima de la valva regia de la scaena frons (Martín-Bueno et al. 2013). Esta nueva política edilicia se plasmó en edificaciones de termas, algunas de ellas seguramente públicas, de las que conocemos la ubicada en la ladera oriental de Bámbola, siendo un ejemplo de la entidad y nivel de vida alcanzado por la ciudad, que pudo disponer de otros complejos similares todavía por localizar, pero que probablemente se encontrasen en sus inmediaciones para aprovechar las infraestructuras de abastecimiento y evacuación de agua y residuos. Debido a la peculiar orografía de Bilbilis, el desarrollo urbano privado se encontraba muy condicionado, como se desprende de las descripciones de Marcial, según las cuales la ciudad se distribuía
11 Contamos con una escultura de tamaño natural de mármol lunense identificada como Livia y un gran togado, en bastante mal estado de conservación ya que apareció con signos de combustión, que pudo pertenecer al propio Augusto o mejor a Tiberio. Todos ellos formarían parte de un ambicioso programa iconográfico que ha llegado hasta nosotros incompleto (Cancela y Martín-Bueno 2008).
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en terrazas, con viviendas en niveles, lo que facilita su implantación urbana y posibilitaba el aprovechamiento de la mayor parte del espacio que era bastante limitado. Es obvio que esta configuración no fue la más adecuada para las casas con peristilo típicamente itálicas. Por ello, más bien debemos pensar en domus adaptadas al terreno con estancias de atrio central, como las ubicadas en la Insula I del Barrio de las Termas y en el Barrio del Ninfeo, sin que descartemos estructuras más complejas, incluso con presencia de peristilo, como parecen ser las edificaciones situadas en la zona central del yacimiento, que lo fue también de la ciudad. Esta nueva política edilicia se plasmó también en el recinto amurallado, ampliándose las viejas murallas indígenas hasta englobar la zona de Santa Bárbara, y monumentalizarse su puerta principal situada junto al teatro, al ser la primera imagen que recibía el visitante que llegaba a la ciudad tras ascender desde el valle. Finalmente, no podemos obviar que, de manera paralela al desarrollo de la política edilicia, asistimos a una ornamentación lujosa de la ciudad que queda refleja en sus ricos conjuntos pictóricos que nos muestran las capacidades adquisitivas de las élites sociales de la ciudad. Queda fuera de toda dura el origen itálico de algunos de los talleres que trabajaron en Bilbilis y que también se han documentado en otras ciudades del valle medio del Ebro y de la Meseta. Lo que podemos denominar como estar a la última, fue un factor importante de los bilbilitanos en el momento de edificación de la ciudad julio-claudia que se mantuvo a lo largo de todo el siglo I d.C., de ahí la variedad y calidad de las pinturas del III y IV estilo presentes en las domus bilbilitanas. Será en estos momentos en los que asistamos a la segunda fase decorativa pictórica de la ciudad que englobamos dentro del III estilo y que se encuentra presente tanto en los edificios públicos (templo y crypta del teatro, termas)12, como en los privados (Barrio de las Termas, 12 Entre los años 35-45 d.C. llega al municipio un nuevo grupo de pintores, que siguiendo los cánones de la fase tardía del III estilo, decoran distintas estancias de algunas de las domus situadas en el Barrio de las Termas, así como en algunos espacios del teatro (pórtico superior, pulpitum y estancias bajo el sacellum). Unos años más tarde, en la segunda
Casa del Ninfeo, etc.) (Guiral y Martín-Bueno 1996 y Guiral e Íñiguez 2011-2012).
LA CIUDAD FLAVIA Y ANTONINA Pasada la euforia urbanizadora de la primera mitad del siglo I d.C., el advenimiento de la dinastía flavia y la extensión del ius latii a todos los hispanos, supondrá una nueva etapa en la ciudad que perduró durante la dinastía Antonina, como queda reflejado en una nueva política edilicia en época Trajano, cuyo origen hispano algo tuvo que ver con este nuevo impulso urbano peninsular que se apoyó también en la bonanza económica del momento. Posiblemente fueron estas las obras que seguramente pudo contemplar Marcial en los últimos años de su vida, tras su retorno de Roma en el año 98 d.C., momento en el que la ciudad alcanzó su máximo esplendor y su mayor tasa demográfica. Así, se finalizaron las obras del foro y del teatro paralizadas desde décadas anteriores, se transformaron y modificaron algunos de los espacios ya edificados, como sucede con las termas que son ampliadas y modificada su circulación interna, así como se les dota de nuevas estancias (Martín-Bueno y Liz 1999). Del mismo modo, el foro verá la ampliación del templo en la zona del posticum en época flavia y antonina, comenzando su declive en el siglo III, si no a finales del siglo anterior, cuando es despojado de sus mármoles, calcinadas sus esculturas y transformados los edificios en almacenes y viviendas, sin que podamos precisar más, ya que el saqueo que se produce desde la Edad Media de elementos constructivos en el foro es tal que impide conocer sus estructuras más allá de sus cimentaciones. A pesar de este expolio, se documenta la llegada en época trajanea de marmora scyrium, proconnesium, thessalicum y brecha coralina, que complementan o sustituyen los mármoles augusteos.
mitad del siglo I d.C., llegará un nuevo taller, también documentado en Arcobriga y Tiermes, que traerá los programas decorativos del IV estilo y que queda reflejado en las termas, y una serie de domus (Casa del Ninfeo, Casa de las Escaleras, Casa de la Cisternas, etc.) estando estas decoraciones vinculadas a los pavimentos de opus tessellatum blanquinegros que se popularizarán en estos momentos en las ciudades hispanas, moda a la que Bilbilis no fue ajena y cuya realización se prolongaría durante todo el siglo I d.C.
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Figura 3: Sector central de la ciudad. Se observan las superposiciones de muros pertenecientes a las distintas viviendas construidas en la zona ( fotografías y plano Archivo de Excavaciones Bilbilis).
El teatro también sufrió ampliaciones que supusieron la prolongación de la anchura del postcaenium, cuya remodelación hubo de producirse a finales del siglo I d.C. o inicios siglo II, paralela a la actividad constructiva desarrollada en el foro, comenzando también a ser despojado de sus mármoles y otros materiales constructivos a finales del siglo II o inicios del siguiente. Paralelamente, algunas viviendas privadas son reformadas, tal es el caso de la Casa del Larario ubicada en el centro de la ciudad, coincidiendo también con la última fase pictórica de los edificios bilbilitanos que se llevará a cabo entre finales del siglo I d.C. e inicios del siglo II, caracterizada por presentar un repertorio pobre, simple, con el que se decoraron las tabernas orientales del foro que parecen obra de talleres locales, frente al origen itálico de los que trabajaron con anterioridad.
LA CRISIS URBANA DE LA CIUDAD La decadencia del municipio se produjo con relativa prontitud a finales del siglo II y más claramente a inicios del siguiente, sin que pueda explicarse por la presencia de las pestes antoninas, la llegada de pueblos bárbaros, o incluso posteriores acciones de los bagaudas que asolaron el valle del Ebro, como sucedió en las cercanas Caesaraugusta y Turiaso. Hasta el momento, en ninguno de los sectores excavados de la ciudad se han constatado indicios o trazas de destrucción violenta alguna, lo que permite plantear un abandono gradual y pacífico motivado por la crisis económica y social generalizada que se extendía tanto por la Península, como por todo el occidente romano.
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Algunos edificios, especialmente el teatro, ante la imposible de mantener las infraestructuras entraron en desuso, comenzaron a ser despojados de sus mármoles y otros materiales arquitectónicos, lo que parece responder a una pérdida de iniciativa por parte de las elites dirigentes de la ciudad, como se constata en la mayor parte de ciudades provinciales de tipo medio o pequeño de la Península Ibérica. La desaparición de los evergetas locales que hasta entonces se había hecho cargo de la sostenibilidad de la ciudad, también tuvo que ver bastante en ello, ya que estas obras requerían de un mantenimiento continuado y costoso que un pequeño municipio no siempre era capaz de asumir por sí mismo. Baste como ejemplo mencionar, como ya a finales del siglo I se sella la mitad inferior de la cloaca máxima que transcurría bajo el teatro, como un ejemplo de lo sobredimensionado de algunas de las infraestructuras iniciales del viejo municipio augusteo. Esta falta de recursos se observa también en detalles como la ocupación del decumanus maximus por estructuras urbanas en la zona central de la ciudad, y el abandono de las termas en su función original para convertirlas en estancias de almacenaje. La crisis acentuada en el siglo III se refleja en la canibalización y expolio de sus edificios, en especial los públicos que son los de mayor entidad y monumentalidad, cuya edilicia, al ser más potente que la de otros, posibilitaba su perduración mediante transformaciones o reutilizaciones internas que buscaban adecuar su funcionalidad a los nuevos tiempos. No obstante, a pesar de la reocupación y reconversión en viviendas y zonas artesanales de estos espacios públicos, en el caso de Bilbilis serán a la vez desmantelados, de tal manera que sus lujosos revestimientos marmóreos procedentes de las más importantes canteras de mármol mediterráneo, al igual que los capiteles y conjuntos escultóricos, terminaron en caleras, algunas de las cuales conservaban parte de su carga, situadas en el entorno del teatro o en dependencias reutilizadas de Domus del Larario que a pesar de estar en la privilegiada zona central de la ciudad, junto al cardo
máximo en donde se ubicaba su acceso, estaba ya abandonada (García y Sáenz 2015). Otros edificios, como las termas, se convirtieron en almacenes, y el foro, al igual que el teatro, ven como alguno de sus espacios fueron transformados en viviendas. La ciudad de Bilbilis se está consumiendo a sí misma, como sucede con tantas otras ciudades provinciales de pequeño y mediano tamaño. Todo ello supuso la contracción de la ciudad en la zona central, en torno al foro-teatro, entrando en una progresiva y ya inexorable decadencia que se acelerará en los siglos posteriores hasta ser abandonada ya en ruinas, como se desprende de la correspondencia que mantuvieron entre los años 390-394. Ausonio y Paulino de Nola en la que junto a otras ciudades hispanas, como Calagurris e Ilerda, son citadas como inhóspitas, áridas y desoladoras, frente a ciudades como Tarraco y Caesaraugusta que todavía concentraban la actividad administrativa y económica con dignidad (Ausonius, Epistulae 26.50-59 y Paulino de Nola, Carmina 10. 221-227 y 231-236). Ausonio, no nos dice con precisión que el municipio bilbilitano fuese en aquel momento un lugar desértico, pero puede interpretarse que el emplazamiento del Cerro de Bámbola, la zona de la ciudad más poética desde el punto de vista de ambos, sí lo estaba, como así se ha demostrado desde el punto de vista arqueológico. En cambio, no podemos negar que asistimos a una transductio parcial hacia un emplazamiento más cómodo, la actual Calatayud, que no parece ser heredero de la ciudad celtibérica destruida en siglos anteriores, desarrollándose ahora un núcleo poblacional en torno a un gran balneario termal (Cebolla et al. 2015) que con el tiempo llegó a alcanzar aproximadamente 5,5 ha, frente a las 28-30 ha del municipio bilbilitano. No obstante, ese posible establecimiento balneario no se explica sin una villa de explotación agraria y otras instalaciones similares como las existentes en esta zona del Vale del Jalón. Su desarrollo debió ir paralelo a la pérdida de población de Bilbilis desde el siglo III, convirtiéndose en el centro económico de la comarca, posiblemente también administrativo, adoptando también su nombre, y continuando con la labor desarrollada
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Figura 4: Detalle de las aceras oriental del decumano máximo de la ciudad ocupado por estructuras tardías ( fotografías Archivo de Excavaciones Bilbilis y fotografía aérea Aeroyud).
por Bilbilis en los siglos anteriores, pero con menor potencial demográfico13. Son pocas las estructuras localizadas que podamos fechar a partir del siglo IV, así como de contextos muebles que podamos situar en este periodo, siendo inexistentes los hallazgos monetales conocidos, lo que nos habla de una ocupación más que anecdótica, residual, por no denominarla inexistente, destacando una serie de estructuras documentadas en la Domus 3 de la Insula I (o Barrio de las Termas)14.
13 Este asentamiento urbano lo vinculamos con la mansio bilbilitana mencionada en el itinerario Antonino y el Ravennate, e incluso con Platea, barrio artesanal de Bilbilis, mencionada en los epigramas de Marcial (Ep. IV.55.13-15; XII.18.10-12), siendo la predecesora de la Qal´at Ayyud islámica. El asentamiento fue destruido de manera violenta en el siglo V, tal vez durante las incursiones de los bagaudas, que, apoyados por los suevos, asolaron la Tarraconense y en especial el valle del Ebro, llegando en el año 449 a conquistar Turiaso en donde dieron muerte al obispo León que encabezó la defensa de la ciudad del Moncayo. No podemos negar que es tentador pensar que este asentamiento, continuador de la labor política y económica de Bilbilis, llevase también su nombre, al ser un simple traslado administrativo, ya que tras un primer momento en que dependería de ella, pudo alcanzar su autonomía tras el abandono de la ciudad y el más que probable traslado poblacional total o parcial. 14 Corresponde a una serie de espacios que compartimentan las habitaciones de la domus altoimperial, reutilizándose para ello elementos arquitectónicos procedentes de otras edificaciones, siendo los suelos de
Se trata, por lo tanto, de las estructuras más tardías, exceptuando las medievales, de cuantas se han documentado, fruto de la ocupación dispersa y residual que se produjo en el solar de la ciudad abandonada que carecería ya de cualquier tipo de planificación y ordenación urbana, produciéndose lo que podemos denominar una desestructuración del tejido urbano, en especial de los sectores principales de la ciudad situados principalmente en la zona pública. En estos momentos, también documentamos reocupaciones en el aditus, itinera y versura occidental del teatro, mediante tabicados realizados de manera tosca con materiales reutilizados. Igualmente se aprecia como alguna de las cisternas, por ejemplo, la
tierra batida. En ellos se aprecian diversos parcheados y varias superposiciones. Incluso en el caso de los más cuidados, simples niveles de grava y guijarros apelmazados que han llegado hasta nosotros muy alterados (Sáenz et al. 2019: 47-49, figs. 16-18). La aparición de varios fragmentos de cuencos de sigillata tardía (H.37T del segundo estilo), permite fechar estas estructuras en los siglos V-VI. Estas estancias se construyeron sobre un potente nivel de 60/80 cm de potencia fuertemente apelmazado que afectaba a toda la zona occidental de la terraza en la que se ubicaba la Domus 3. Se componía de adobes y numerosos fragmentos de pintura y molduras originarias de las decoraciones de esta vivienda, que se entremezclaba con elementos muebles, etc. con lo que se pretendía nivelar la terraza, cuyas estructuras debían encontrarse arruinadas, al haber sido abandonadas ya a finales del siglo I debido a problemas estructurales.
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Figura 5: Acceso sur de la Domus del Larario. La puerta ha sido tapiada y el espacio de la calle ocupado por estructuras domésticas ( fotografías Archivo de Excavaciones Bilbilis).
denominada CH. A-7, situada en las proximidades de las termas, han sido ocupadas y transformadas a lo largo del siglo V en humildes viviendas, como se deriva de los contextos cerámicos aparecidos en su nivel de ocupación. Las excavaciones realizadas en la Casa del Larario, en donde se documentaron varias caleras y dependencias anexas datadas en los siglos III y IV, permite apreciar como las estructuras tardías ocupan el espacio de la calle, en este caso concreto del decumanus maximus y sus aceras (Fig. 4), que queda a más de un metro por debajo de la nueva cota, lo que permite hacernos una idea bastante aproximada del paisaje urbano de la ciudad en estos momentos. En esta misma vivienda, se observa como el acceso sur, por el que se accedía desde un pequeño cardo a la zona de servicio de la vivienda, se ha tapido y la calle es ocupada con estructuras domesticas (corrales, comederos y abrevaderos, etc.), quedado el vial inservible para la circulación (Fig. 5). Bilbilis mantendrá a lo largo de los siglos IV-V una población muy residual concentrada en torno a la zona de Santa Bárbara, en donde se ubicaron los principales edificios de la ciudad (foro y teatro). La aparición de algunos elementos ornamentales de adscripción visigoda, así como la cronología que aportan los análisis de C14 para algunos enterramientos que aparecen diseminados entre las ruinas
de la ciudad, permiten prolongan esta ocupación hasta el siglo VI (Sáenz et al. 2019: 43-63)15. No podemos hablar de un asentamiento visigodo como tal, ya que lo que nos encontramos en las ruinas de Bilbilis, y por extensión en la comarca, es una población heredera de la desaparecida sociedad hispanorromana que poblaba la Península y pervivía en el territorio tras la descomposición del Imperio en el siglo V, asimilando elementos culturales de los pueblos recién llegados.
EL MEDIEVO MUSULMÁN Y CRISTIANO Carecemos de fuentes escritas que hagan mención a Bilbilis durante el medievo, más allá de una cita en la Crónica de al-Razí, según la cual, cerca de Qal‘at Ayyūb (Calatayud) existían las ruinas de una ciudad antigua abandonada a la que se llama Nonvella, en la que se limita a mencionar su estado de ruina y abandono. La presencia musulmana en Bilbilis es inexistente, exceptuando una labor de expolio con los que se 15 Hay que reseñar que las excavaciones realizadas no han proporcionado restos materiales que vayan más allá del siglo VI, al contar solo con unos pocos fragmentos de vajillas de mesa (TSHT del segundo estilo) encontrándose ausente cualquier elemento tanto de cultura material de esta época como numismático, lo que es bastante significativo.
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recuperó un importante volumen de sillares procedentes de su teatro con el que se edificó el Castillo de Doña Martina y la Sinagoga Mayor de Calatayud (actual Ermita de la Virgen de Consolación). Por otra parte, en las alturas de Bámbola, como en la de San Paterno se situaron atalayas de vigilancia al ser importantes puntos de intervisibilidad, debiendo ser levantadas en el momento en que Muhammad I ordenó ampliar las fortificaciones de Qal‘at Ayyūb, convirtiendo el antiguo hisn en una medina, y ejecutar un cinturón defensivo territorial. Su conquista por Alfonso I el Batallador en 1120 supuso la llegada de nuevos contingentes poblacionales al territorio, quienes se vieron favorecidos por un fuero muy generoso otorgado en 1131, iniciándose una política edilicia de gran envergadura tras la purificación/sacralización de algunas de las mezquitas existentes, la transformación y adecuación de las iglesias mozárabes a las necesidades impuestas por los conquistadores, y así como por la construcción de nuevas iglesias con las que cubrir las necesidades de las gentes de repoblación. Será precisamente en esta política edilicia desarrollada en Calatayud cuando se desarrolle entre los siglos XII-XIV un pequeño poblado entre las ruinas del foro y el teatro, algunas de cuyas estancias serán tapiadas o compartimentadas para crear nuevos espacios de hábitat con los que cubrir las necesidades de los recién llegados, que en algunos casos llegan a reocupar las cisternas dispersas por el yacimiento, surgiendo un paisaje disperso, caótico, desestructurado carente de cualquier tipo de planificación, sin calles ni espacios institucionalizados, sin descartar que algunos de los antiguos viales pudiesen ser empleados como tales, o como simples caminos internos, una vez recuperados y parcialmente desescombrados. Los restos medievales más importantes corresponden a la Iglesia de Santa Bárbara16 construida en uno 16 La Iglesia albergaría la talla de Santa María de Bámbola (siglos XII-XIII) y una pila bautismal, un antiguo labrum procedente con bastante probabilidad de las termas situadas en la ladera de Bámbola, recuperada en el momento de búsqueda y expolio de elementos arquitectónicos para su reaprovechamiento. Ambos se trasladaron a Huérmeda, población ubicada a los pies de Bilbilis, en el momento en el que el poblado es abandonado en el siglo XIV., si bien, la iglesia, convertida ahora en ermita, perduró hasta el siglo XIX, momento en el que ya se encontraba
de los criptopórticos del foro17, y su necrópolis asociada18, de cuyo estudio se desprende que la población nunca debió ser muy numerosa, dedicándose sus pobladores a la extracción y recuperación de piedra destinada a la pujante Calatayud, ya que sus ruinas eran una magnífica cantera para su obtención, realizable además de manera rápida y muy cómoda. Si bien ya nadie viviría en Bilbilis a partir del siglo XIV, el expolio de elementos arquitectónicos continuó durante los siglos siguientes, empleándose en las edificaciones más importantes de Calatayud (conjunto jesuíticos del Colegio de Nuestra Señora del Pilar, cuyas obras se iniciaron en 1584 y el Seminario de Nobles, erigido a partir de 1752, palacios situados en la c/ Gotor -Palacio Sesé y Palacio Pujadas, el Palacio de Erlueta-, o los ubicados en la c/ San Miguel, edificados todos ellos en el siglo XVI, (Sáenz 2018b y 2018c). Es bastante esclarecedor que cuando el cosmógrafo portugués Juan Bautista Labaña visita Bilbilis el 21 de febrero de 1611 (Sáenz 2018c), únicamente menciona algunos restos visibles de la scaenae frons y summa cavea del teatro, del que deja dos pequeños dibujos, meros esbozos, y de la presencia de algunas cisternas, identificadas erróneamente como termas, más allá de la mención de abundantes restos cerámicos, de pintura, etc., que se pueden encontrar en superficie, lo que permite imaginarnos el aspecto de Bilbilis a inicios del siglo XVII, ya desmontados sus edificios y expoliado de sus elementos arquitectónicos y convertido en campos de cultivo19. arruinada y convertida en corral. Es bastante esclarecedor como el Libro del monedaje de 1349, documenta el origen de muchos de los habitantes de Huérmeda: Domingo Barbola, Miguel de Barvola hijo de don Pedro Barvola, Marco de Barvola y Miguel Barvola. 17 La advocación de la iglesia a Santa Bárbara es lógica, si tenemos en cuenta que esta santa es patrona de los canteros y mineros, muy acorde a los trabajos desarrollados por los habitantes de este poblado. Con posterioridad, el nombre de Santa Bárbara se extendería al cerro en donde se situaba la iglesia. 18 Las tumbas se ubicaban directamente sobre la roca, aprovechando también las grietas y concavidades del terreno, o en pleno nivel de derrumbe del foro, apreciándose varios niveles y superposiciones (Sáenz et al. 2019: 77-176). 19 No obstante, los agricultores huermedinos, continuaron realizando abundantes hallazgos, según nos narra Pérez de Nueros (1699-1700), Vicente de La Fuente (1880) y Cos y Eyaralar (1845), principalmente esculturas e inscripciones romanas, la mayor parte de ellas desaparecidas, otras conservadas en los museos de Zaragoza y Calatayud, o en manos de particulares.
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CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
El solar de Bilbilis, como hemos visto, sufrió a lo largo de su historia varias transformaciones que alteraron su fisonomía original. Desde la primera reforma en época postsertoriana, vinculada a la asimilación de las elites indígenas del nuevo orden, hasta la gran reforma augustea estrechamente relacionada con su municipalización que supuso un nuevo urbanismo de monumentalización y marmorización de escaparate vendible en todo el territorio. Lo que vino después, no dejaron de ser simples ampliaciones, adecuaciones, adaptaciones de espacios, cambios decorativos y poco más.
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La breve vida de la ciudad romana, apenas desarrollada a lo largo de dos siglos, ya que a finales del siglo II entró en rápida decadencia que supuso su abandono, imposibilitó una nueva reforma, y el surgimiento de un espacio urbano adecuado a los nuevos tiempos, como se produjo en otras ciudades. La única alteración del vial de importancia será muy tardía, y ajena a la ciudad en sí, ya que se realizó sobre las ruinas de la ciudad altoimperial y que debe vincularse con un periodo tardío de la ocupación del solar, pero ya ajeno a la ciudad en sí. El cardo máximo, que se encontraba cubierto de ruinas fruto del desplome de los edificios de su entorno, fue ocupado por nuevas estructuras que se levantaron sobre un nivel de casi un metro de potencia de escombre, presentando estas nuevas orientaciones, tipo de fábrica y poca entidad que debemos vincular a las fases de expolio de la ciudad ya que la capitalidad del territorio había pasado al asentamiento surgido en Calatayud. La presencia de caleras en las proximidades de los viales, y las estancias de trabajo vinculados a ellas, ocuparon espacios públicos y viales que ya se encontraban fuera de uso, incluso bajo casi un metro de escombros y rellenos erosivos, por lo que no se aprecia una continuidad o transformación del callejero, ya que este había dejado de existir, y a lo sumo, algunas de las calles se convirtieron en caminos internos por los que transitar y poder extraer los materiales constructivos recuperados de los edificios bilbilitanos destinados a Calatayud.
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CUSTODIA VIARVM PVBLICARVM. SIGNOS DE DEBILIDAD URBANA A PA R T I R D E L C A L L E J E R O D E UNA CIUDAD DEL INTERIOR D E L A TA R R A C O N E N S E : L O S BAÑALES DE UNCASTILLO (ZARAGOZA)* Javier Andreu Pintado Universidad de Navarra jandreup@unav.es
Tamara Peñalver Carrascosa Universidad de Valencia tamara.penalver@uv.es
Inmaculada Delage González Universidad de Navarra idelage@alumni.unav.es
RESUMEN
ABSTRACT
En los últimos tres años se han venido realizando excavaciones arqueológicas sistemáticas en el área septentrional de la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo, trabajos que han puesto al descubierto las trazas más evidentes, hasta la fecha, del urbanismo de esta ciudad altoimperial. Los trabajos realizados en el cardo al que da la crujía oriental de una domus aristocrática del primer cuarto del siglo I d.C. han aportado interesante información estratigráfica sobre las transformaciones vividas por el callejero urbano y sobre el momento, temprano, de abandono y crisis del lugar, paradigma de las ciudades en crisis, los oppida labentia, de la Tarraconense septentrional.
Over the past four years, archaeological excavations have taken place in the northern area of the Roman city of Los Bañales de Uncastillo, surveys which have discovered the most evident attestations of the local urbanism of the Roman town. The excavations developed at the cardo leading to the west of a very huge aristocratic domus dated in the first part of the Ist century AD have provided us such interesting estratigraphic information on changes suffered by the street system of the town and about the abandonment and previous crisis of the city a well-known and paradigmatic model of the so-called oppida labentia in the north part of the Tarraconensis province.
Palabras Clave
Key words
Urbanismo, Callejero, Cardines, Vida municipal, Crisis urbana.
Urbanism, Roman road system, Cardines, Municipal life, Urban decline.
* El presente trabajo se desarrolla en el marco del Proyecto I+D del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia (Subprograma General de Generación de Conocimiento) “De municipia Latina a oppida labentia: sobre la sostenibilidad económica e institucional del expediente municipal latino en Hispania (siglos I-III d. C.)” (HAR-2016-74854-P) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España. Además, forma parte de los trabajos de investigación que, por encargo de la Dirección General de Cultura y Patrimonio del Gobierno de Aragón, la Fundación Uncastillo viene desarrollando en la ciudad romana de Los Bañales (www.losbanales.es).
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esde un punto de vista estrictamente histórico, y en parte como confirmación de lo que se intuía antes de comenzar la era actual de trabajos en el lugar (Andreu 2011a: 29-44), las excavaciones arqueológicas que, por espacio de diez años, se vienen desarrollando en la ciudad romana de Los Bañales de Uncastillo (Zaragoza), acaso la Tarraca de las fuentes antiguas (Andreu 2017), han permitido subrayar dos realidades históricas de naturaleza, además, cívica y que aportan mucha información sobre cuál fue el origen, historia y destino final de muchas de las comunidades hispanas que, peregrinas en las primeras décadas del Alto Imperio, se convirtieron en municipios solo como consecuencia de las reformas flavias. En primer lugar, los trabajos en el foro cívico de Los Bañales de Uncastillo y, también, la excavación en el barrio septentrional de la ciudad -que se viene extendiendo de manera monográfica en las últimas tres campañas (Peñalver y Delage 2018)- han puesto de manifiesto de qué modo la época augustea y las primeras décadas del siglo I d.C. constituyeron un momento clave para ciudades que crecieron bien a instancias del poder oficial -en el caso de Los Bañales, muy probablemente, por su posición en relación a la vía Caesar Augusta-Beneharnum, abierta por las legiones de Augusto (Andreu 2011a: 34-35)- bien gracias a la aemulatio e influjo de la capital conventual, Caesar Augusta, fundada en el 15-14 a.C. e iniciando por tanto su equipamiento urbano bastante antes de su maduración jurídica en época flavia (Galve et al. 2005). Además, esos mismos trabajos arqueológicos -como ya se demostró, con otras evidencias relativas a otras partes de la ciudad, en un estudio anterior (Andreu y Delage 2017)- han evidenciado cuán difícil resultó para muchas de estas comunidades -que hemos dado en llamar, recientemente, parua oppida y que, en realidad, acabaron por reunir las características propias de una ciudad romana a fuerza de la implicación e interés oficiales- el mantener su autonomía local activa a partir de los difíciles momentos vividos por Occidente con posterioridad a la muerte de Cómodo y que se han descrito sobradamente en una literatura, además, creciente (Andreu 2020, Andreu y Blanco-Pérez 2019 o Brassous y Quevedo 2015, con bibliografía).
Precisamente, los trabajos que se han desarrollado en el que debió ser el barrio más septentrional de la ciudad -opuesto geográficamente al punto de acceso a la misma desde la vía antes citada- han puesto de relieve de qué modo Roma utilizó uno de los espacios llanos ubicados al pie de la ladera oriental del cerro de El Pueyo para, frente al sistema de la “ciudad escaparate” propio de los tiempos augusteos (Martín-Bueno y Sáenz 2016) y que se habría empleado en el foro cívico (Romero 2016: 98), articular un urbanismo ortogonal nítidamente romano aprovechando las condiciones topográficas del espacio que se abría en la ladera este del citado cerro. Así, ese deseo de equiparse con estructuras arquitectónicas y sistemas urbanísticos al modo romano que convirtieran la ciudad en un auténtico propugnaculum Imperii hizo en este caso, que varias décadas antes de la conversión de la ciudad en municipio de Derecho Latino -anticipándose, por tanto, como se ha dicho, la monumentalización del enclave (Zanker 1990: 20 y Goffaux 2003)- esta se mostrarse como una verdadera ciuitas en un fenómeno bien conocido para el Occidente Latino entre Augusto y los Julio-Claudios (Woolf 1998: 67-76, MacMullen 2000: 50-84 o Wallace-Hadrill 2008: 356) y que subraya el carácter absolutamente irresistible del modo de vida romano para las poblaciones locales de Occidente. Así, en la zona indicada, y que constituiría el límite septentrional de la ciudad, entre 2016 y la actualidad se han recuperado dos grandes espacios partidos por un monumental e impactante decumanus empedrado -una uia silice strata (Poehler 2017: 7982, cfr. CIL XI, 375 de Portus)- de 49,2 m de longitud y 6,35 m de anchura máxima y dotado, además, de hasta tres puntos con crepidines conservados -y acaso dos más en los que no quedan más que las huellas del robo de aquellos para facilitar el paso de los peatones de una a otra acera. El decumanus este-oeste desemboca, además, por el lado oriental, en un igualmente monumental cardo en dirección sur-norte -del que se han excavado 16,5 m y se ha atestiguado una anchura máxima de 3,25 m, también con un paso de peatones- y aquel configura esos dos espacios antes referidos, nítidamente distintos. El ubicado al norte constituye un espacio seguramente de naturaleza pública y acaso productiva
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Figura 1: Vista aérea de la domus del Peristilo y los viales circundantes. A. Perspectiva desde el SE. B. Perspectiva desde el S ( fotografías J. Círez).
y, en cambio, el ubicado al sur de dicho decumanus y al oeste del citado cardo, parece corresponder a un espacio residencial del que se sigue trabajando en la denominada domus del Peristilo cuya excavación inició A. Beltrán Martínez en los años 70, dejándola inconclusa (Uribe et al. 2011: 246-253 y Uribe 2015: 342-343) y cuyos trabajos se han retomado en la actualidad (Peñalver y Delage 2018). El inicio de la excavación de la citada calle perimetral E de la denominada domus del Peristilo (Uribe et al. 2011: 246) nos permite ampliar el conocimiento del contexto de la vivienda mediante la inserción en el urbanismo circundante (Fig. 1). Este vial, orientado N-S, comenzó a excavarse en la campaña de 2017 (junio-julio). Las excavaciones de los años 70 habían dejado al descubierto la acera O y el primer bloque de un posible paso de cebra sobreelevado (1,35 x 0,60 m). A partir de estos indicios, se realizó un sondeo de 3 x 7 m con el fin de avanzar en el conocimiento de dicha área y en sus vicisitudes urbanísticas e históricas. El nivel superficial (UUEE 1029-1030), formado por el manto vegetal y una escasa potencia estratigráfica, apareció asociado a un revuelto de materiales actuales y contemporáneos a la domus con presencia de cerámica, pintura mural y vidrio. Bajo este nivel comenzaron a aparecer los grandes bloques pétreos, crepidines, que conforman el paso de cebra. El paso de cebra estaba formado por grandes bloques de arenisca local, cada uno de ellos enumerado
con una UE diferente (Fig. 2a): el bloque adosado a la acera O (UE 1036) mide 1,35 x 0,60 m; el bloque central (UE 1037) mide un total de 0,84 x 0,65; mientras el bloque adosado al extremo E de la calzada presentaba unas dimensiones considerablemente más anchas, 1,10 x 1,95 m. Durante las posteriores campañas se ha barajado la hipótesis de que se tratara de dos bloques cuyo paso central fuera cegado posteriormente, añadiendo un tercer bloque entre ambos, dando lugar una superficie de casi 2 m de ancho. Este proceso podría indicar la voluntad de impedir el tránsito de carros en el extremo oriental de la calzada. La anchura total de la calle en la zona sondeada es de 3,20 m. Al E del vial, bajo la unidad superficial aumentó la cantidad de material atestiguada, esta UE 1046 se caracteriza por su cerámica abundante y en mejores condiciones de conservación que la encontrada en la UE superior. Bajo la misma aparecieron dos muros en conexión, el denominado UE 1047 orientado N-S y UE 1051, orientado E-O, formados por grandes sillares escuadrados de arenisca local, pero de peor calidad y conservación que los sillares que conforman la domus del Peristilo. Ambos parecían formar una estancia al E de la vía. Podría tratarse de otro espacio doméstico, ubicado frente a la domus del Peristilo, lo que sustentaría la existencia de un posible barrio residencial en este sector del yacimiento en el que, presumiblemente, y como se ha dicho, la disposición de un espacio llano -frente a la topografía compleja y aterrazada del cerro de
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Figura 2: A. Crepidines y enlosado de la calle N-S. B. UE 1063 junto a UE 1062 C. Estructuras que invaden la calzada D. Reparación sobre el enlosado ( fotografías T. Peñalver).
El Pueyo, ubicado al oeste de este conjunto- llevó a Roma a su completa urbanización conforme a un sistema reticular. En la zona de la calzada, bajo la unidad superficial, comenzó a excavarse la UE 1041, relativa al relleno entre los bloques del paso de cebra, donde se atestigua un mayor número de fragmentos de cerámica. Junto a la cerámica aparecieron grandes cantidades de carbón, trozos de vidrio y cal, numerosa escoria y láminas pequeñas de bronce. Los datos de cuantificación cerámica de esta unidad nos remiten a un contexto altoimperial común en el valle medio del Ebro en el que la TSH está presente (6,4 %), pero la cerámica engobada es mayoritaria en la categoría fina (31, 6%). En la campaña de febrero de 2018 se decidió ampliar el sondeo 2 m al N. La UE 1029, superficial, nos permite hablar, a pesar de la heterogeneidad de
sus materiales (cerámica de alta calidad: a veces con claros fallos de cocción o con decoraciones a molde mal ejecutadas) de que a mediados del siglo III esta calle se encontraba totalmente colmatada. La abundancia de la TSH 37a y la TSH 8, nos remite al siglo II y posiblemente a principios del III por la posibilidad de encontrarnos frente a TSH Intermedia y plato de cocina lucense de engobe rojo interno, datación clave para la historia de la ciudad y de la evolución de este espacio viario urbano. El resto de materiales no nos permite por el momento concretar más, ya que se trata de producciones comunes para todo el periodo altoimperial. En este punto, tras la retirada del nivel superficial (1029/1030), se amplía el conocimiento de la estancia descubierta en la anterior campaña. En el interior de la misma aparece una unidad muy compacta con manchas amarillas, procedentes de la
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arenisca (UE 1046). Se interpreta como un posible suelo, bajo el mismo aparece un nivel formado por areniscas de pequeño y mediano tamaño, hincadas en la tierra y cubriendo toda la superficie excavada, por esta razón, y en relación con el estrato que la cubre se piensa que nos encontramos frente a una posible preparación del pavimento. En la excavación del margen E de la calle, bajo el nivel superficial, encontramos la UE 1060, con gran cantidad de cerámica y vidrio. Sobre la misma aparece una estructura construida con 4 bloques de arenisca de menor tamaño que aquellos que conforman los muros de la habitación, formando una estructura (UE 1062) que se adosa al muro E (UE 1047) de la estancia. El interior de este espacio aparece rellenado (1061) con pequeños bloques de arenisca muy endebles y se registra una gran cantidad de material cerámico, piezas prácticamente completas en posición primaria, y trozos de calcitas. Esta estructura se encuentra invadiendo la calzada. En este margen derecho es destacable la ausencia de acera. Bajo la UE 1060 apareció un nivel de abandono (1063), caracterizado por gran cantidad de carbón y adobes, que identificamos como un nivel de incendio (Fig. 2B). En el área de la calzada tras retirar la UE 1029, aparece una nueva unidad (UE 1041) relativa al nivel de abandono situado sobre las losas que conforman el empedrado de la calzada. En este nivel aparecen abundantes carbones y material cerámico, todo ello altoimperial, sin superar el siglo III. Este conjunto de datos nos está aportando una valiosa información sobre la fecha de abandono de este barrio doméstico o al menos, el cese de las tareas de mantenimiento de la calzada. Finalmente, durante la campaña de verano de 2018 (junio-julio), se amplía el sondeo tanto al N y al S. Al S-E del paso de cebra se localiza un derrumbe de pintura que tras el análisis de la misma se identifica como azul egipcio (UE 1070). Las estructuras, presumiblemente domésticas, se amplían al S del paso de cebra y aparecen ocupando el espacio de la calzada. Por lo que parece confirmarse que el margen E de la vía fue invadido por espacios privados, definidos por una serie de estancias (Fig. 2C).
El enlosado de la calzada, al S del paso de cebra, aparece cubierto por una acumulación de cantos rodados trabados con barro, evidencia de una posible reparación (UE 1066). Sobre los mismos se han identificado marcas de carrilada que toman una leve dirección hacia el E con gran cantidad de parches y numeroso material cerámico y óseo, lo que confirmaría el tránsito tras la reparación (Fig. 2D). Podemos concluir que nos encontramos frente a un cardo de la ciudad con una anchura de 3,20 m que contaría con una intersección con un decumanus. El cardo está atravesado por, al menos, un paso de cebra sobreelevado conformado por tres bloques. Al E del vial se observa la pérdida de bloques que conformarían la acera y su sustitución por estructuras que invaden el espacio público generando habitaciones aterrazadas. Sobre la calzada se documenta, también, una potente reparación al sur del citado paso de peatones (Fig. 3). El estudio de la cultura material confirma el abandono altoimperial del mantenimiento del vial con las consecuencias históricas que ello tiene para nuestro conocimiento de la vida municipal en la ciudad, de nombre aun ignoto, de Los Bañales de Uncastillo. Es evidente que, como sucede con otros espacios públicos de las ciudades, el callejero urbano y su evolución constituyen un buen reflejo de la evolución de la vida urbana desde el punto de vista material (Ruiz Bueno 2018) pero, también, del estado de salud de sus instituciones administrativas y decurionales. De igual modo que, en la primera campaña de excavaciones en Los Bañales, en la parte baja de la ciudad, ya se constató la anulación de parte de un cardo ante un frente de tabernae, obra fechable a finales del siglo II (Andreu 2011b), los datos de las excavaciones de este cardo del barrio septentrional vuelven a subrayar el horizonte de debilidad que esta ciudad vivió en esas fechas y que conocíamos ya por otras evidencias relacionadas con los edificios forenses y con las obras hidráulicas (Andreu y Delage 2017: 349-363). Más allá de las transformaciones materiales que exhibe la excavación realizada, y que han sido descritas más arriba, parece especialmente interesante cerrar con alguna reflexión sobre la dimensión jurídica de ese proceso y sobre lo que los elementos atestiguados añaden al perfil, ya inequí-
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Figura 3: Planimetría del sector excavado y de las estructuras aparecidas (dibujo T. Peñalver).
voco, de oppidum labens que exhibiría Los Bañales de Uncastillo entre el último cuarto del siglo II y los primeros años del siglo III. Como sabemos, las calles formaban parte de la competencia explícita de los ediles (Irn. 19) y la propia legislación municipal reservaba (Irn. 82) una rúbrica específica de uiis, itineribus, fluminibus, fossis, clocacis en la que se constituía también a los duunviros como autoridad competente con derecho y potestad de articular o modificar el callejero urbano declarando, incluso ilegal (Vrs. 70), cualquier modificación de la planificación urbanística inicial, expresada en la documentación epigráfica como la acción -muy gráfica en su nombre- de uias derigere (AE 2011, 1703) acción acometida, en este caso, por los ediles pero que, también, podía corresponder a los duunviros (Irn. 82). Tras el establecimiento del
callejero, la custodia uiarum, la tutela y salvaguarda de las calles, debió resultar un asunto de ordinaria administración que exigiría no pocas intervenciones de los citados magistrados locales que debían, manteniendo aquellas comprometerse con la decus, ornatus y commoditas propia de los centros urbanos romanos (Cod. Iust. 8, 12, 6). Así, esta custodia resulta un asunto recurrente en los rescripta recogidos en los Digesta -algunos con títulos tan explícitos como de uia publica et si quid in ea factum ese dicatur (Dig. 43, 10, 5)- y, de hecho, a través de ellos, podemos intuir de qué modo eran perseguidos algunos de los elementos cuya materialidad nos muestra el registro arqueológico en Los Bañales y hasta qué punto la constatación de los mismos nos sitúa ante una ciudad ya sin autonomía municipal o, en cualquier caso, con dificultades para que los magistrados ejercieran su jurisdicción.
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Conforme nos revela la legislación, los ediles son, también, responsables de la adaequatio de las calles obligando a los vecinos cuyas viviendas dan a las calles a restaurarlas y a mantenerlas (Dig. 43, 10, 1) bajo pena de multa. De igual modo, se prohíbe terminante y expresamente la construcción de cualquier tipo de estructura aneja -como algunas que se han atestiguado tanto en el decumanus como, especialmente en el cardo aquí hemos presentado- que se adhiera al viario público (Dig. 43, 10, 2) siendo obligatoria la dissolutio y retirada de ese tipo de obras parasitarias primando siempre, por tanto, la preservación del pristinus status, el “aspecto original”, de esos itinera publica (Dig. 43, 11, 1 y 2) y persiguiendo, incluso, el vertido de basuras o suciedad (Dig. 9, 1, 1), especialmente, de excrementos, cuerpos muertos o pieles (Dig. 43, 10, 5) que pudieran entorpecer el paso de los vehículos (Dig. 43, 10, 3) angostando, de hecho, como a veces se indica, los spatia platearum (Cod. Iust. 8, 12, 14) y el tránsito de los uehicula y los iumenta (Dig. 8, 1, 13). También la documentación epigráfica, por su parte, es generosa en evidencias relativas a la participación del municipio, y de sus magistrados, en la preservación y custodia del callejero urbano exaltando esta actividad como destacada en la munificencia cívica por lo que aquélla tenía de servicio público y de mantenimiento de la commoditas urbana, antes aludida. Así, entre otras evidencias, consta la restauración por la res publica Cuiculitanorum de unas uias torrentibus exhaustas (CIL VIII, 22399), la munificencia del uir clarissimus Hierocles, en Roma (CIL VI, 1223), para devolver una uia uetustate corrupta ad splendorem pristinum, la implicación del emperador Domiciano para el ajustar el trazado del callejero de Carales (AE 1987, 133), o la del gobernador provincial M. Etrilius Lupercus para pavimentar con piedra uias omnis ciuitatis Lepcitanae (AE 1948, 1). De igual modo, algunas inscripciones subrayan la tutela de los duunviros a los trabajos de pavimentación del callejero urbano (AE 1999, 453 de Puteoli) o la preocupación por la duración y portabilidad -duratura et facilitas itineris- de las uiae publicae manifestada por la administración municipal (CIL X, 6892 de Fregellae). Teniendo todo esto en cuenta, los datos aquí presentados ponen de manifiesto de qué modo la ciudad
romana de Los Bañales inició sus dificultades en los últimos años del siglo II, dificultades que incluyeron, también, el abandono de la limpieza y cuidado de las calles previa al definitivo abandono de la ciudad, operado en el siglo III, bastante antes de los convulsos años de la discutida crisis de esa centuria. Qué duda cabe que cuando esas dificultades empezaron a evidenciarse Los Bañales no resistiría ya la vieja definición de ciudad que, por vía negativa, compuso Pausanias (10, 4, 1) y que valoraba la conservación de las obras públicas como indicador de la existencia, o la pérdida, de la autonomía política propia del fenómeno urbano greco-romano.
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VA L E N T I A , L A V Í A AU G US TA Y L A EVOLUCIÓN DEL VIARIO. N U E V O S D A T O S Y N U E VA S REFLEXIONES* Isabel Escrivà Chover
Col·legi San José HHDC, Tavernes de la Valldigna M.Isabel.Escriva@uv.es
Albert Ribera i Lacomba Institut Català d’Arqueologia Clàssica ariberalacomba@gmail.com
Núria Romaní i Sala
Universitat Autònoma de Barcelona. Institut Català d'Arqueologia Clàssica nromani@icac.cat
Resumen
Abstract
Tras 40 años de excavaciones y estudios de Valentia, se conoce su evolución urbana. Se incidirá en el proyecto constructivo de la fase tardoantigua y en su clara relación y encaje con la trama urbana precedente. Recientes hallazgos romanos han permitido reconstruir con aproximación el viario y la trama urbana y calibrar uno de los condicionantes urbanos principales del gran complejo episcopal del siglo VI, que aparece perfectamente encajado y enlazado con la trama anterior romana. Incluso cuando la construcción del baptisterio supuso la anulación de un eje viario importante, se observa su calculado y simétrico encaje con la antigua calle sobre la que se asienta y la reutilización de los muros de un santuario pagano como parte de sus cimientos. A pesar de la desaparición en la ciudad actual de la mayor parte de las calles romanas, los hallazgos están permitiendo su reconstrucción y elaborar una propuesta sobre su evolución, antes de desaparecer engullidas por la urbe musulmana.
After 40 years of excavations and studies of Valentia, its urban evolution is known. This will have an impact on the construction project of the late-antique phase and on its clear relationship and fit with the previous urban fabric. Recent Roman discoveries have allowed us to reconstruct the road and the urban pattern and to gauge one of the main urban conditions of the great 6th century Episcopal complex, which appears to be perfectly fitted in and linked to the previous Roman layout. Even when the construction of the baptistery meant the cancellation of an important road axis, one can see its calculated and symmetrical fit with the old street on which it stands and the reuse of the walls of a pagan sanctuary as part of its foundations. In spite of the disappearance of most of the Roman streets in the present city, the findings are allowing their reconstruction and the elaboration of a proposal on their evolution, before they disappeared swallowed up by the Muslim city.
Palabras clave
Key words
Urbanismo, Viario, Época romana, Época tardoantigua, Vía romana.
City planning, Streets, Roman period, Late Antiquity, Roman road.
* Este estudio se ha realizado dentro del proyecto HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO/FEDER, UE.
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LA VALENTIA REPUBLICANA
V
alentia fue fundada a mediados del siglo II a.C. sobre un espacio deshabitado. Fue organizada con un entramado viario ortogonal orientado de norte a sur. La investigación arqueológica de los últimos 40 años ha permitido reconstruir el proceso de formación de la nueva ciudad. Tras la primera instalación, necesariamente de tipo campamental, que siguió a los ritos propiciatorios (Ribera 2010), se procedería a la preparación del terreno y a la construcción de las primeras estructuras sólidas, asociadas con la primera configuración viaria. Estas construcciones aún fueron de carácter campamental, similares a barracones, con plantas alargadas, formadas por mínimos zócalos de piedra y alzado en adobe, técnica conocida como opus formaceum (Ribera 1998: 318 y Ribera 2009: 53). Estas construcciones iniciales fueron remplazadas por otras más sólidas. La mejor muestra de la arquitectura de la Valentia republicana está en las excavaciones de l’Almoina y corresponde a la parte oriental del foro, con tabernae que abren a la plaza, unas termas públicas y un gran horreum (Escrivà, Ribera y Vioque 2010). Una calle norte-sur delimita estos edificios por el este, configurando unas insulae de 24,5 metros de ancho. Al extremo norte y el sur de este cardo han aparecido los restos de sendas puertas de la ciudad, en las excavaciones de las calles de El Salvador/Viciana y Avellanas, respectivamente (Ribera 2003). La septentrional perduró en época islámica y medieval. Por tanto, es muy probable que este cardo sea el tramo urbano de la Vía Hercúlea. Al este, al otro lado de la calle, estaba un santuario relacionado con emanaciones de agua, sacralizadas en un pozo monumental y en una piscina, probablemente dedicado a Asclepios. Un poco más al norte, entre el horreum y la puerta septentrional de la muralla, al oeste de la calle/vía, se ha identificado otro santuario, probablemente relacionado con la divinidad itálica Bellona (Ribera 2017). Buena parte de esta calle/ vía transcurría, pues, entre santuarios y edificios, característica que se mantendría en el período posterior. Las dimensiones del cardo eran de 8’90 m de ancho y fue pavimentado con niveles sucesivos de gravas y tierras compactadas. La cloaca principal de la calle norte-sur se conoce parcialmente en tres tramos diferenciados, que han permitido bosquejar sus princi-
pales características y establecer su trazado hipotético. El canal, de entre 50 y 65 cm de ancho, 50 cm de profundidad y sección rectangular, estaba formado por dos muros de bloques de caliza de tamaño considerable, sin revestimiento en su parte interna. Su solera era de tierra compactada, mezclada con gravas y restos de cal, y no presentaba ningún rastro de su cubierta, con toda probabilidad adintelada. La canalización de desagüe circulaba por el lateral oriental de la vía, dispuesta prácticamente en paralelo a esta pero con un ligero desplazamiento hacia el este. A partir de los vestigios localizados, no se ha podido restituir el canal más allá del cruce del cardo con el decumanus, por lo que se desconoce dónde se originaba y hacia dónde se dirigía. Por su pendiente, transportaba las aguas sucias de norte a sur. El decumanus maximus estaba entre el horreum y las termas. Su anchura era de 11 m. Se conoce un largo tramo de 30 metros, entre el cruce con el cardo maximus y el foro, alterados por la cloaca central altoimperial. En un pequeño tramo, junto al referido cruce, aflora lo que aparentemente sería una conducción de la fase republicana, formada por losas que supuestamente cubrirían un canal, aunque no se ha excavado en su interior. No obstante, este supuesto canal no continúa hacia el oeste, por lo que habría que poner en duda que se trate de un canal. Por su ubicación estratigráfica, debió tratarse de una estructura asociada con el período de la fundación de la ciudad. El pavimento del decumanus maximus está formado por tierra prensada y gravilla, muy similares a las del cardo maximus, del que se han reconocido varias fases superpuestas, la última de las cuales con una superficie inclinada que se apoyaba en la acera septentrional de la calle. En las excavaciones de l’Almoina, en su sector occidental, los vestigios localizados por debajo del foro julio-claudio indican que, ya desde época republicana, fue ésta la ubicación de la plaza pública de la ciudad. Era un espacio pavimentado con tierra y grava pero que ya disponía de un sistema para eliminar las aguas pluviales, con un canal perimetral formado por dos muretes de mampostería, encajados en la zanja de cimentación y con el suelo de losas regulares, creando una superficie plana (Ribera y Romaní 2011: 326). Los canales seguramente reseguirían los cuatro lados del
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Figura 1: Valentia. Las calles de la época imperial (dibujo N. Romaní).
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recinto de la plaza y dispondrían de un punto de concentración en su parte más baja, de donde surgiría un canal de desagüe para su definitiva eliminación a través del viario. Excepto dos pequeños tramos de dos decumani, en las excavaciones de la Plaza de Cisneros y de Roc Chabàs, al norte del foro, no se conocen más calles de la época republicana (Romaní 2019: 259-265). La ciudad republicana de Valentia terminó bruscamente en el 75 a.C., arrasada por Pompeyo. Tras esta destrucción la ciudad permaneció abandonada durante unos 70 años (Ribera 2013). Con el abandono de la ciudad también se constata el desuso masivo de los sistemas de alcantarillado. El santuario de Asclepios fue el único edificio conocido que no fue destruido (Albiach, Espí y Ribera 2009). El panorama de Valentia tras el 75 a.C. sería el de un santuario rodeado de un paisaje desolador atravesado por la Vía Hercúlea (Knapp 1986) y rodeado de varios canales fluviales. La única actividad de este período fue una pequeña instalación alfarera frente el santuario y sobre los escombros de las termas. Elaboró vasos de paredes finas que serían usados para beber agua del pozo del santuario. La perduración de un centro sacro dotado de agua sería muy apropiada en este contexto, teniendo en cuenta la distancia entre los centros urbanos existentes a lo largo de la Vía, Saguntum al norte y Sucro y Saetabis al sur, entre los que habría más de 60 km, excesiva para recorrerla en un día (Ribera 2013).
LA CIUDAD DURANTE EL IMPERIO ROMANO (SIGLOS I-V) A finales de época de Augusto, relacionado con la deductio colonial, se inició un período de construcción urbana, en principio modesto, pero que concluyó con el gran apogeo flavio (Fig. 1), momento en que se erigieron los grandes edificios públicos y la ciudad se expansionó más allá de los límites republicanos. El programa constructivo también conllevó la creación de una red de saneamiento (Ribera y Jiménez 2014 y Ribera y Romaní 2011). Las calles principales que se han localizado en l’Almoina, siguieron el urbanismo republicano, elevando los niveles de circulación preexistentes, en parte
debido a las potentes acumulaciones de escombros de la destrucción y el posterior abandono de la urbe. Paralelamente a las primeras pavimentaciones, al menos en la antigua Vía Hercúlea/cardo maximus, se introdujo un colector por el centro de la calle. Desafortunadamente, las grandes reformas flavias posteriores, especialmente la introducción de un nuevo alcantarillado, impiden conocer plenamente las características de esta cloaca anterior, de la que solo se ha conservado uno de sus muros, realizado con tegulae, y parte de la solera del canal, una gruesa capa de mortero, ligeramente revestida de cal. Esta primera fase del alcantarillado detectada en el cardo de l’Almoina no se ha encontrado ni en el decumanus maximus ni en el resto de calles localizadas en otros puntos de la ciudad, que se configuraron en este momento, como las de la “Pujada del Toledà”, “Banys de l’Almirall” o Plaza Cisneros. En un pequeño espacio del tramo del decumanus maximus, entre el horreum, al norte, y la insula de las antiguas termas, al sur, se ha identificado un depósito ritual que habría que relacionar con la reconstrucción de la calle. El conjunto estaba formado por varias cerámicas completas, la mayor parte vasos de paredes finas de origen baleárico, y una asta de cérvido. El conjunto se databa en época de Tiberio. Esta peculiar acumulación de material contrastaba con los otros rellenos de la calle, que apenas dieron unos pocos fragmentos de cerámica (Álvarez et al. 2003). En definitiva, la fase julio-claudia representó, a nivel del viario y las infraestructuras de saneamiento, un modesto período transitorio en el que se elevaron y repavimentaron algunas calles y construyeron puntualmente algunas cloacas, en un momento de primer renacimiento urbano y de profundos cambios (Ribera y Romaní 2011 y Romaní 2019: 250).
La época flavio-antonina: la consolidación urbanística de Valentia En l’Almoina, sobre el cardo y el decumanus maximus republicanos y los niveles de pavimentación julio-claudios, se construyeron dos nuevas calles, cuyas dimensiones se redujeron un poco. El cardo, al norte del decumanus, presentaba una anchura,
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Figura 2: Vista aérea de las excavaciones de l’Almoina con el cruce del decumanus maximus y el cardo ( fotografía Archivo de las excavaciones de l’Almoina).
incluida la acera, de 8,90 m, mientras que al sur se estrechaba, y se quedaba en 5,70 m. El decumanus era de 11,30 m, prácticamente la misma que en el período republicano. Sus colectores centrales, de características muy similares, formaron parte de un mismo proyecto constructivo. Todas las aguas residuales del sector eran acopiadas por la alcantarilla del decumanus, que finalmente las conducía hacia los canales fluviales del este. Con excepción del tramo norte del cardo, más ancho, los canales de las cloacas presentan unas características parecidas: una zanja cortaba las pavi-
mentaciones anteriores hasta niveles republicanos, incluido el desmontaje de la canalización. Sobre un lecho de gravas y pequeños cantos mezclados con una matriz arcillosa, se asienta la capa de mortero de cal, la solera y base sobre la que se levantaron los dos muros delimitadores del canal, en mampostería de piedra unida con mortero. A diferencia del resto, la cloaca norte del cardo está íntegramente construida en opus caementicium. Al este de la cloaca, había un pequeño canal paralelo que albergaba una tubería de plomo que conduciría el agua potable. La luz de los canales oscila entre 45-50 cm, en el decumanus, y entre 65 y 71 cm en los dos tramos del
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cardo. Éstos se cubrían con grandes losas rectangulares de piedras calizas, muy planas y regulares, que sobresalían en la superficie, funcionando como enlosado de la calle. En el decumanus maximus, la pavimentación se completaba, a ambos lados de la alcantarilla, con una alineación de losetas menores y niveles de gravas en matriz de tierra, fuertemente compactadas, que funcionaban enrasados con las pequeñas losas laterales del colector. El cardo, por el contrario, era todo de losas de piedra (Ribera y Romaní 2011 y Romaní 2019: 250-253) (Fig. 2). A pesar de tener l’Almoina como fuente esencial de información, para este período los testimonios dentro de la ciudad se multiplican y permiten una lectura más amplia. Al sudoeste, en la excavación de la “Pujada del Toledà”, apareció un decumanus porticado, al menos en uno de sus dos lados, con un colector central. Una situación similar se conoce en la Plaza Cisneros, en la zona norte, cerca del puerto fluvial, donde se detectó una potente reforma urbanística entre finales del siglo I e inicios del II, que conllevó una nueva configuración de su calle y la construcción de nuevos edificios, entre ellos un horreum. A finales del siglo II este decumanus se dotó de un pórtico, en uno de sus laterales, y de un sistema de saneamiento en su eje central. La cloaca era de grandes dimensiones, de 1,20 m de luz y 1,5 m de profundidad. La cubrían piedras calizas rectangulares y cuadrangulares que, junto con refuerzos laterales de piezas más pequeñas y los niveles de gravilla y tierra compactadas funcionaban de enlosado de la calzada, pavimentación similar a la de l’Almoina (Burriel, Ribera y Serrano 2004). En la excavación de Banys de l’Almirall, al sudeste de la ciudad, el área se urbanizó por primera vez con la refundación julio-claudia. En este momento se trazó un pequeño decumanus y los primeros edificios. A finales del siglo I d.C. - inicios del II, se reformó la zona. Un segundo momento, de mediados del siglo II, implicó la construcción de un colector subterráneo en el eje central del decumanus. La cubierta no se conservaba, pero los indicios de las pavimentaciones conservadas de la calle indicarían que el canal funcionó cubierto por capas de zahorras, que constituían los niveles de circulación de la vía.
En conclusión, el gran proceso de transformación de Valentia en época flavia incluyó una red viaria con su alcantarillado vinculado al acueducto y una red de distribución hídrica, presurizada. Las calles, unas recién trazadas y otras continuadoras de las republicanas, fueron dotadas sistemáticamente de colectores centrales, formando una red de saneamiento interconectada, ejecutada progresivamente entre finales del siglo I d.C. y el II (Ribera y Romaní 2011 y Romaní 2019: 250-312). Los canales presentan una luz variable, entre 35 y 70 cm, y técnicas constructivas diversas: algunos, opus caementicium y otros, mampostería, también unida con mortero. Pese a la diversidad constructiva existen también numerosos puntos en común: todos los canales son centrales, de caja rectangular, con cubierta adintelada y en superficie, esto es, funcionando como parte del pavimento de la vía urbana, como se ha visto en l’Almoina y en la Plaza Cisneros, los dos casos en los que las losas aún se conservaban. Las cubiertas también presentan una particularidad técnica muy característica, un refuerzo lateral con una alineación de losas menores en uno o ambos laterales de la tapadera del canal, otro hecho que apunta a un proyecto unitario de obras públicas (Romaní 2019: 309). A primera vista, llamaría la atención el escaso tamaño de las cloacas, especialmente en el área de l’Almoina, que sólo serían capaces de eliminar un escaso caudal. Esta realidad contrasta con el irregular régimen de lluvias de la zona, propenso a las grandes tormentas otoñales, que serían evacuadas en superficie (Ribera y Romaní 2011).
La cuestión de la Vía Augusta La propuesta de situar la Vía Heraclea (Knapp 1986) en el cardo de l’Almoina se basa en que su recorrido está delimitado por sendas puertas urbanas, al norte y al sur (Ribera 2003). Además, pasa por el este del foro. Por esta misma razón, el tramo urbano de la Vía Augusta, en un principio, se situó en el mismo lugar (Escrivá, Ribera y Vioque 2010: 3941). Reflexiones posteriores, sin embargo, nos han hecho pensar en otra posibilidad más ajustada con la realidad arqueológica y topográfica.
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Figura 3: Las excavaciones de l’Almoina en el siglo VII. Se observa el antiguo cardo cortado al sur por el baptisterio y estrechado al norte por un edificio poligonal. El decumanus maximus continua hacia el este en una calle porticada pero no hacia el oeste (planimetría Archivo de las excavaciones de l’Almoina).
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Por una parte, no hay restos de carriladas en los 40 metros de calzada conservada en l’Almoina, ni en el tramo largo que apareció posteriormente en las excavaciones en un edificio anexo a “les Corts Valencianes”, en la calle “Llibertat”, que se ha conservado in situ. Por otra, en la parte sur del cruce entre este cardo y el decumanus maximus, siempre en l’Almoina, aparecen unos escalones en la parte del cardo, que impedirían el paso de carros desde el decumanus maximus y la parte norte del cardo a la continuación del cardo hacia el sur. Es decir, que no hay restos de carriladas porque era físicamente imposible que un carro pudiera transitar por el cardo al sur del decumanus maximus. Además, tampoco las hay hacia el norte. Este cardo, pues, sería peatonal, pero continuaría siendo una calle importante, porque estaba flanqueada por edificios públicos de norte a sur: pequeñas termas, santuario de Bellona, plaza y santuario de Asclepios y scholae. Además, hay que tener en cuenta que el tramo al sur del cardo sufrió un estrechamiento, a fines del siglo I d.C., a causa de la ampliación del Asclepieion hacia el oeste, que ocupó toda la acera oriental de la calle. Un estrechamiento similar se observa en la Vía Marina de Pompeya, cuya acera meridional fue absorbida por la ampliación del templo de Venus. Esta interpretación también cuadraría mejor con la interrupción definitiva de esta calle hacia el sur, que se produjo en el siglo VI, cuando el baptisterio y un mausoleo cruciforme se construyeron sobre esta vía pública (Fig. 3). Hacia el norte, por el contrario, ha perdurado en nuestros días en la calle del Salvador, fenómeno poco común en Valencia. Con seguridad, solo se podría mencionar la continuidad del decumanus maximus en sus extremos oriental (calle de l’Almirall) y occidental (calle dels Cavallers). Descartada esta posibilidad, habría que colocar la Vía Augusta en el cardo occidental al foro, cuya ubicación exacta no se conoce con seguridad y sólo se puede deducir con datos indirectos y posibles, pero no avalados aún por hallazgos, dadas las carencias de información arqueológica de esta zona. A través de la última reconstrucción del trazado urbano (Fig. 4), actualizada con algunos nuevos descubrimientos, siempre de excavaciones de pequeñas dimensiones, la vía seguiría aproximadamente, el itinerario de las actuales calles
Navellos y del Micalet, cruzando la plaza de la Virgen y alcanzando la plaza de la Reina, por donde saldría fuera de la ciudad romana y conectaría directa y automáticamente con la calle de San Vicente Mártir, que es el histórico y reconocido trazado de la Vía Augusta por el sur (Arasa y Rosselló 1995). Más complicado es establecer la conexión con la parte septentrional del recorrido de la Vía Augusta. Los restos arqueológicos que jalonan este trazado, que delimita el foro por el oeste, son menos conocidos que los que rodean el cardo del lado oriental, pero son de otro carácter. Al norte, pasaría junto al puerto fluvial (Burriel, Ribera y Soriano 2004), y hacia el centro, en la actual plaza de la Virgen, lindaría con los antiguos hallazgos de la plaza de la Virgen, donde se podrían reconocer unas tabernae que abrirían a esta calle/vía. Al sur pasaría junto a las probables grandes termas, localizadas al sudoeste de la ciudad, justo por donde se supone que finalizaría el acueducto, en la Porta Sucronensis, tal como informa una inscripción (CIL II2 14,33). Esa puerta se había situado en la calle Avellanas y se había relacionado con los restos de una probable puerta republicana (Ribera 2003). Sin embargo, si en el período imperial se cambió el trazado de la vía, hay que suponer que también se modificaría el emplazamiento de las puertas. Por lo tanto, esa Porta Sucronensis de la inscripción habría que ubicarla más al oeste, más o menos, frente a la actual puerta barroca de la catedral, en la plaza de la Reina. El famoso gran friso con inscripción encontrado en esta área, que hace referencia a una catástrofe, cladem, y otro posible fragmento del mismo (CIL II2, 14, 11 y 56), reutilizado en la base de una columna de la catedral (Corell y Gómez 2009: 5558), podrían formar parte de una puerta o de un arco monumental de acceso a la ciudad. En conclusión, al contrario de lo que sucedía en el cardo oriental al foro, por el que no podían circular carros, se cerró hacia el sur en el siglo VI y estaba flanqueado por edificios públicos, algunos sacros, el cardo occidental atravesaba áreas relacionadas con actividades económicas y lúdicas, como el puerto y unas grandes termas. Además, su itinerario se ha preservado en la actualidad, aunque no del todo linealmente. Esta desviación se explicaría por la ampliación hacia el sur de la catedral actual en la época medieval.
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Figura 4: Trama urbana de la ciudad romana del Alto Imperio con la inserción del grupo episcopal del siglo VI. (planimetría I. Escrivà, A. Ribera y Global Mediterránea).
El colapso urbano del siglo III
En l’Almoina se detectaron todos estos fenómenos:
La segunda mitad del siglo III significó un punto de inflexión en la dinámica de Valentia, testimoniada por los numerosos abandonos, destrucciones e incendios dispersos por la ciudad, acompañados de ocultaciones monetarias, posteriores pero cercanas al 270 (Ribera y Salavert 2005).
la basílica se incendió y ya no se volvió a reconstruir; una de las scholae de un collegium se convirtió en un edificio con patio central, interpretado como un espacio público administrativo, donde el diácono Vicente sufrió el martirio. Posteriormente el lugar fue cristianizado (Ribera 2008 y 2016).
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Las calles y sus servicios también se vieron fuertemente afectados por este momento de retracción urbana, siguiendo las tendencias globales marcadas por el entorno y los edificios que las flanqueaban: en ocasiones se vieron afectadas por las destrucciones y fueron abandonadas, y en cambio, en otros casos, mantuvieron un uso continuado. En general, los sistemas hídricos, tanto de distribución como de saneamiento, a partir de mediados del siglo II empezaron a ser deficientes. Uno más de los aspectos en los que se manifiesta este período de crisis es precisamente en el abandono masivo de buena parte del alcantarillado. Se ha registrado el relleno con sedimentos de algunos tramos de los canales de desagüe, que acabaron inutilizando parte del sistema. En l’Almoina, la colmatación del tramo occidental de la cloaca central del decumanus maximus a partir de mediados del siglo II fue ligeramente anterior a la del tramo norte del cardo, del siglo III. En este período, no solo se abandonaron los canales de desagüe de las vías principales, sino que también entraron en desuso algunas de las tuberías de alimentación del subsuelo del cardo, que discurrían en paralelo a su cloaca central. Todos estos fenómenos no implicaron el abandono de las calles de l’Almoina, que, a pesar de estar rodeadas por construcciones afectadas por incendios y destrucción, siguieron en uso y en continuo mantenimiento, como demuestran las sucesivas repavimentaciones tardoantiguas con gravas, superpuestas al enlosado del cardo y del decumanus. Los espacios periféricos, donde en la fase flavio-antonina también se había extendido la ciudad y su red de saneamiento, sufrieron asimismo un fenómeno masivo de colmatación y abandono, con ciertas excepciones (Ribera y Romaní 2011 y Romaní 2019: 278-279). Durante el siglo III se produjo el abandono de los edificios al sudeste de la ciudad, en los “Banys de l’Almirall”, zona que no retomará la actividad constructiva hasta el siglo VI. Entre los siglos III y VI se detectan distintos niveles de destrucción y acumulación de escombros, principalmente restos de decoración pictórica mural y de placados marmóreos, que obliteraron la calle y el canal central de desagüe. De igual manera, se detecta la búsqueda y
recuperación de material constructivo, expolio que sufrió también la alcantarilla del decumanus maximus, con el robo de sus losas de cubierta (Romaní 2019: 278). En la Plaza Cisneros se vivió más una transformación que un abandono. A partir de finales del siglo III la zona combinaba el hábitat, la estabulación de animales y las tareas productivas de fabricación de vidrio (Sánchez de Prado y Ramón 2014), en espacios muy subdivididos y de condición modesta. La calle adyacente se mantendría en uso hasta la segunda mitad del siglo IV, tanto su superficie de circulación como el sistema de saneamiento, tal y como indicaría la construcción de dos nuevas acometidas conectadas al canal central, procedentes de las estancias reformadas en este momento. El proceso detectado en la “Pujada del Toledà” constataría una situación similar: desde la constitución del decumanus minor no se detecta un cambio en el funcionamiento del espacio hasta el siglo IV, con el abandono definitivo del sector, cubierto por niveles de residuos. Las cloacas, en cambio, se colmataron a finales del siglo III (Ribera y Romaní 2011).
La reforma del siglo IV En el siglo IV, Valentia recuperó rápidamente su entidad urbana, combinando el abandono de ciertas zonas y edificios con el mantenimiento y reconstrucción de otros, como el edificio administrativo de l’Almoina, que se reformó a finales del siglo III, o el santuario de Asclepios, que se repavimentó en esta época (Ribera 2016). Del período crítico de la segunda mitad del siglo III, Valencia emergió como el principal núcleo urbano de una amplia región, incluso antes de la importancia que asumió como centro cristiano y de peregrinación martirial entorno a la figura de San Vicente, quien sufrió la pasión en la ciudad el 304 (Ribera 2008: 303). Sin embargo, esta recuperación de finales del siglo III - inicios del IV estuvo a tono con su época y no alcanzó ni la extensión urbana ni la calidad constructiva de la fase anterior. Determinados barrios fueron abandonados como espacio de hábitat, especialmente los septentrionales, cercanos al río, ocupados de una for-
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ma dispersa como centros de actividad artesanal y productiva. La evolución de las calles y su red de alcantarillado durante esta fase es un claro reflejo de esta dicotomía continuidad/recuperación-ruptura: muchas de las cloacas implantadas dejaron de funcionar durante el siglo III, en muchos casos por su mantenimiento negligente, aunque en otros, el sistema de saneamiento se mantuvo y siguió en uso hasta bien entrado el siglo IV, V o VI (Ribera y Romaní 2011 y Romaní 2019: 293-294). Las calles, no siempre en consonancia con sus alcantarillas subterráneas, siguieron también estos mismos principios, combinando el mantenimiento o refacción de sus pavimentaciones con el abandono, colmatadas por niveles de destrucción. La mayoría de los datos vienen de l’Almoina. Tanto en el cardo como en el decumanus maximus se localizan nuevas repavimentaciones globales del viario que cubrían el enlosado parcial anterior, hechas con niveles de gravillas compactadas con una presencia ligeramente más elevada de material residual: restos faunísticos, carboncillos, fragmentos de ánfora y otros recipientes y, sobre todo, de material constructivo cerámico reaprovechado. La superposición de diversas pavimentaciones, hasta 12 en la zona del cardo, genera recrecimientos importantes de la cota de circulación de algunas de las calles, con repercusiones en el funcionamiento urbano y del sistema de alcantarillado. Por lo que se refiere a este, en l’Almoina se combinan tanto el mantenimiento continuado de ciertos canales, caso del tramo sur del cardo o el tramo este del decumanus, con la construcción de nuevas alcantarillas, que sustituyen las inutilizadas en la fase anterior. No se recuperaron algunos canales colmatados, como el tramo del decumanus maximus que procedía del foro. En su lugar se construyó un nuevo canal que discurría en paralelo, pero más al norte que el antiguo, por debajo de la acera. Está realizado en opus caementicium y cubierto de losas de piedra caliza, en buena parte recuperadas del antiguo colector y reaprovechadas, reutilizando también elementos arquitectónicos diversos. Justo cuando alcanzaba el cruce con el cardo, giraba 45 grados hacia el sur, cortando su alcantarilla, ya en desuso desde finales del siglo III y no recuperada
posteriormente. La nueva cloaca buscaba el tramo oriental de la alcantarilla del decumanus, aún en funcionamiento, donde acometía. Del Bajo Imperio también se conocen algunas acometidas secundarias. Dos en el cardo y otra en el decumanus. La primera procede de un posible thermopolium construido a fines del siglo III en las dependencias de la antigua sede (schola) de un collegium. El canal, que discurría en dirección sudoeste-noreste, cruzaba la tienda y se adentraba a la vía urbana a través del umbral de la estancia. La segunda procede del oeste, del edificio administrativo de fines del siglo III. Este canal, realizado íntegramente en opus caementicium, discurría en sentido oeste-este hasta encontrar el tramo del colector central del cardo, construido en época flavia y aún en uso. La tercera, al noreste del cruce entre cardo y decumanus, acometía al nuevo tramo del colector del decumanus, al cual ya nos hemos referido. Las nuevas infraestructuras de saneamiento alteraron el cruce entre las dos calles, provocando una remodelación general de la pavimentación del viario. En el tramo norte del cardo, la cloaca estaba colmatada por niveles de sedimento de finales del siglo III. La remoción que provocó la inserción del nuevo canal de desagüe en el decumanus también generó cambios en sus losas de cubierta, tapadas por las sucesivas repavimentaciones de tierra de la calle: estas fueron recolocadas como parte del nuevo suelo de la vía, en una posición similar, pero a una cota ligeramente superior y ya sin su función de sellado del canal de evacuación. De hecho, aún se observa el resultado deficitario de esta recolocación, que creó una superficie de circulación bastante irregular. En conclusión, las dinámicas detectadas en las calles y cloacas de la Valentia del siglo IV son un claro reflejo de las dinámicas urbanísticas de la ciudad de este período. A pesar del momento de revitalización urbana, esta no fue ni masiva ni generalizada, muy desigual en las distintas áreas de la ciudad. En ese sentido, las evidencias arqueológicas nos demuestran que existe una voluntad expresa de conservar en uso las calles de las zonas neurálgicas de la ciudad y, en cambio, una negligencia de las áreas más periféricas, donde se detecta una combinación fortuita de continuidad y abandono.
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Figura 5: La calle de época visigoda sobre las losas del cardo romano, adosándose al muro septentrional del baptisterio ( fotografía Archivo de las excavaciones de l’Almoina).
Las repavimentaciones recurrentes en el decumanus maximus y, especialmente en el cardo de l’Almoina, combinadas con la continuidad de uso de determinados canales del siglo I-II y la construcción de nuevos para llenar los vacíos dejados por los antiguos tramos abandonados durante el siglo III evidencian esfuerzos importantes por mantener operativas las vías y servicios alrededor del antiguo foro y del centro de peregrinación cristiana vinculado a San Vicente Mártir, donde se concentraría la mayor parte de la vida urbana. Esta reconstrucción se ha localizado exclusivamente en l’Almoina, lo que contrasta con el resto de ciudad, que, a pesar de recuperarse como zonas habitadas o frecuentadas, sus calles no se rehicieron con nuevos niveles de circulación y tampoco se dotaron de una nueva red de evacuación de las aguas residuales. La continuidad de uso, en cambio, es más dispersa y no exclusiva del centro de la ciudad. En ciertos puntos, como la Plaza Cis-
neros, su calle y colector se mantuvieron en uso, pero sin nuevas refacciones de la pavimentación, y su abandono acaecerá entre finales del siglo IV y el V (Romaní 2019: 279-283).
Las destrucciones del siglo V y la afectación al viario y al sistema de saneamiento El siglo V supuso un segundo momento de destrucción generalizada de la ciudad, con afectaciones en numerosos edificios públicos (el pórtico y el edificio administrativo del foro, un edificio de la calle Avellanas, entre otros) y privados (Ribera y Rosselló 2007). El viario se vio seriamente afectado por este episodio, con abandonos definitivos de calles que habían pervivido durante el siglo IV, como los decumanus de Cisneros y de “Pujada del Toledà”, abandonados definitivamente y convertidos en zonas de recuperación de material constructivo, re-
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cortadas por silos y fosas de extracción de áridos. La zona céntrica de l’Almoina, a pesar de la recuperación que vivirá posteriormente, no quedó exenta de la destrucción. Aunque el cardo y el decumanus maximus perviven, se detectan zanjas de recuperación de material constructivo en sus alrededores (Romaní 2019: 283). De igual manera, el siglo V también supuso el abandono definitivo del sistema de saneamiento recuperado parcialmente a inicios del siglo IV. Todos los canales de la ciudad, tanto de l’Almoina como del resto de Valentia, aún en uso después del siglo III (Plaza Cisneros), presentaban una colmatación con cerámicas del siglo V. Un buen ejemplo de los procesos de abandono y relleno de las cloacas valentinas lo encontramos en el tramo de la nueva cloaca del decumanus construida en el siglo IV. Sus niveles de relleno presentaban unas características propias del abandono de la limpieza de los canales. En su interior se localizan tres estratos; el más profundo, de tierra muy depurada y con ausencia de materiales, creado por un proceso de sedimentación en un momento en que aún se limpiaban las alcantarillas, cubierto por dos niveles más, de arenas gruesas mezcladas con material arqueológico variado, que corresponderían ya a la fase de limpieza negligente de la cloaca, de un momento en la que el poder urbano ya no es capaz de mantener la continuidad de uso de los servicios urbanos (Ribera y Romaní 2011: 340 y Romaní 2019: 294).
EL PERÍODO TARDOANTIGUO, OTRA ÉPOCA, OTRO CONCEPTO DEL VIARIO A partir del siglo V, coincidiendo con el colapso del Imperio romano de Occidente, el mundo urbano que había sobrevivido se iría transformando paulatina pero inexorablemente en otro tipo de ciudad, regido por los próceres religiosos, que se convirtieron en los representantes de las ciudades frente a los distantes poderes políticos. Sobre la perduración del viario romano, la escasa evidencia enseña casos de pervivencia junto a otros bien flagrantes de ruptura de la trama urbana anterior. En todo caso, las calles romanas que se mantuvieron como tales, sufrieron los típicos procesos
de estrechamiento, tan comunes, de un lado a otro del Mediterráneo, durante la Antigüedad Tardía y que, básicamente, consisten en la privatización de pórticos y aceras, quedando reducidas las calles a estrechos pasillos que acabarán dando lugar a las angostas calles medievales, tanto del ámbito cristiano como musulmán (Potter 1995). En Valencia conocemos al menos dos claros casos de este fenómeno: en la calle romana de la excavación “Banys de l’Almirall” y en el cardo de l’Almoina a su paso por la zona episcopal. En el primer lugar, la mitad de un pequeño decumanus, y toda su acera septentrional, fueron invadidos por habitaciones que formarían una línea de fachada, justo al medio de la antigua línea de la calle. Al sur, sobre los restos de un edificio público romano, se extendió un área ocupada por fosas, que seguramente cumplirían la función de silos, y que fueron amortizados con escombros en un momento cercano a fines del siglo VI o ya en el siglo VII (Pascual et al. 1997). Habría que pensar en la anulación de este pequeño eje viario y en su integración en un espacio de viviendas y de actividades económicas, fenómeno detectado también en Mérida (Alba 2005). En el cardo de l’Almoina la situación es bien distinta, ya que la calle se mantuvo como tal, aunque experimentó una considerable reducción, al ser invadido el porticado occidental, el único existente, por muros que sustraen este espacio a la circulación. El firme fue objeto de reparaciones y repavimentaciones que, a partir del siglo IV y a lo largo de todo el siglo VI, ocultaron las grandes losas de la etapa romana, al subirse el nivel con sucesivas capas de pisos de gravas puntualmente consolidados con mortero de cal, que ponen de manifiesto la continuidad del uso de este espacio como vía pública, función que tuvo desde la fundación de la ciudad. De hecho, al norte, el trazado de esta calle de origen romano aún perdura en la actual calle de El Salvador. Pero por el sur, el baptisterio de la catedral, de la primera mitad del siglo VI, se instaló sobre esta importante vía, bloqueando su continuidad hacia el sur (Ribera y Rosselló 2019). Como el último pavimento tardío sobre el cardo se adosó a la cara norte del baptisterio (Fig. 5), hay que datarlo a partir de ese momento.
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Figura 6: Pórtico tardoantiguo con elementos reutilizados en el decumanus maximus en las excavaciones de l’Almoina ( fotografía Archivo de las excavaciones de l’Almoina).
El decumanus maximus, en el tramo a ambos lados del cardo, también sufrió modificaciones de consideración. El sector al este del cardo, que se extendía entre el Asklepieion, al sur, y una gran plaza, al norte, también fue repavimentado con nivelaciones de gravas y tierras compactadas con presencia de material residual y, además, fue porticado con cierta monumentalidad con elementos arquitectónicos reutilizados (Figs. 3 y 6), creando una columnata de grandes sillares y basas de columna procedentes de diferentes construcciones romanas. En esta dirección, la línea de esta calle, más o menos, se ha mantenido en la actual calle del Almodí y no deja de ser significativo que la fachada norte de la iglesia medieval de San Esteve, situada un poco más hacia el este, y erigida sobre el lugar de una antigua mezquita, esté perfectamente alineada con la cara septentrional del Asklepieion, es decir, que la iglesia medieval encaja perfectamente con el viario romano y testimonia la perduración del decumanus hasta la línea de la muralla islámica. Hacia el oeste, el panorama del decumanus maximus es paradójico. Por una parte, el tapiado del pórtico del foro, acaecido en estos momentos (Ribera 2008: 395),
cerró el paso a esta calle. De hecho, no se han observado claros indicios de repavimentación y, a mayor abundamiento, en el cruce del cardo y el decumanus, a fines del siglo VI o inicios del siglo VII, se construyó un extraño y deteriorado edificio de planta poligonal, tal vez heptagonal (Fig. 3), que anuló claramente la comunicación hacia el oeste (Ribera 2008: 412). No obstante, en nuestros días sí que ha perdurado hacia el oeste la proyección del decumanus maximus en la calle de Cavallers/Quart, que fue la ruta principal de comunicación con las tierras del interior. Esta vía occidental ya debió de estar lo suficientemente asentada en época romana y tardoantigua como para no verse afectada por los cambios en el interior de la ciudad. De hecho, y como prueba palpable, aunque indirecta, de la antigüedad de esta calle, junto a ella, por el norte, se ha localizado el cementerio occidental de la ciudad romana desde la época republicana (Ribera 1996). La puerta occidental en la etapa visigoda debió de estar situada o sobre la antigua entrada occidental del foro, o en el mismo lugar donde ya se encontraría la de la ciudad romana, en ambos casos, siempre sobre este decumanus maximus.
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Habría que suponer la perduración del tramo urbano de la Vía Augusta al oeste del foro, aún por localizar con exactitud. Las calles romanas de Mérida sufrieron fenómenos semejantes por esta misma época, como la típica invasión y reducción de los viales, y la repavimentación con tierra de las zonas aún abiertas a la circulación (Alba 2000 y 2005), sucediendo lo mismo en el norte de Italia, en Pavía, Brescia y Verona, donde las losas de las antiguas vías romanas se cubrieron, pero la calle se mantuvo (Potter 1995: 92-93).
ros de fachada de un santuario pagano como parte de los cimientos del nuevo y gran anexo de la catedral. A pesar de la desaparición en la trama de la ciudad actual de la mayor parte de las calles romanas, los hallazgos arqueológicos están permitiendo no solo su reconstrucción sino elaborar una propuesta sobre su continuidad en la fase tardoantigua, antes de desaparecer en el entramado irregular de la urbe musulmana.
BIBLIOGRAFÍA CONCLUSIONES Tras décadas de excavaciones y estudios, más o menos sistemáticos, sobre la arqueología de la ciudad de Valencia, promovidos desde la Sección de Investigación Arqueológica Municipal del Ayuntamiento de Valencia, se empieza a tener una base segura de su evolución urbana. Se ha presentado el último estado de la cuestión de la misma, especialmente centrado en la interpretación de lo que sería el proyecto constructivo de la fase tardoantigua y en su cada vez más clara relación y encaje con el viario y la trama urbana romana. Algunos recientes e importantes hallazgos del período romano imperial han permitido reconstruir con mucha aproximación el viario de la ciudad. Esta información está permitiendo una nueva propuesta para situar el trazado de la urbanística principal y reconstruir con bases sólidas la mayor parte de la trama urbana. Al mismo tiempo, se está evidenciando que el urbanismo romano prexistente fue uno de los condicionantes urbanos principales a la hora de planificar el proyecto de distribución espacial y funcional del gran complejo episcopal de la primera mitad del siglo VI. Este complejo arquitectónico aparece, en los casos más importantes, como perfectamente encajado, derivado y enlazado con la trama anterior del período romano imperial (Ribera y Escrivá 2018). Incluso cuando la construcción de algunos de los principales nuevos elementos edilicios, como el gran baptisterio, supuso la anulación o el cierre de un eje viario importante, como el cardo de l’Almoina, se observa su calculado y simétrico encaje con la antigua calle sobre la que se asienta y la reutilización “in situ” de los mu-
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EVOLUCIÓN DEL VIARIO DE LU C E N T U M ( A L I C A N T E )* Manuel Olcina Doménech MARQ molcina@diputacionalicante.es
Antonio Guilabert Mas MARQ aguilabert@diputacionalicante.es
Eva Tendero Porras
MARQ etendero@diputacionalicante.es
Resumen
Abstract
Se presenta de modo sintético la evolución del viario del proyecto urbano romano identificado en el Tossal de Manises entre finales del siglo I a.C. y comienzos de la tercera centuria de la era, mostrando una evolución diacrónica del fenómeno urbanizador en este yacimiento costero del sudeste peninsular a lo largo de poco más de dos siglos.
The evolution of the road of the Roman urban project identified in the Tossal de Manises between the end of the first century BC and the beginning of the third century is presented in a synthetic way, showing the diachronic evolution of the urbanization phenomenon in this coastal area of the peninsular Southeast over a little over two centuries.
Palabras clave
Key words
Romano, Urbanismo, Callejero, Ciudad, Alto Imperio.
Roman, Urbanism, Street map, City, Early Empire.
* El presente trabajo ha sido realizado en el marco del proyecto «Exemplum et spolia. El legado monumental de las capitales provinciales romanas de Hispania. Perduración, reutilización y transformación en Carthago Nova, Valentia y Lucentum (HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO, UE)», del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España.
EVOLUCIÓN DEL VIARIO DE LUCENTUM (ALICANTE)
LOS CONDICIONANTES TOPOGRÁFICOS
E
l Tossal de Manises es un promontorio amesetado, a 3’5 km al N del centro urbano de Alicante, con planta de tendencia triangular que, mostrando su cantil más
abrupto hacia el NO, desciende suavemente hacia el mar en sus vertientes S, SE y E, haciéndolo a modo de terrazas escalonadas hacia el NO, en dirección al Cabo de las Huertas. Los 38 msnm de altitud de su extremo septentrional le permiten el control visual de unos 50 km de costa, elevándose en su extremo SE una segunda cima de menores dimensiones, con 30
msnm, que desde los momentos iniciales del asentamiento quedó incluida en su perímetro amurallado (Olcina, Guilabert y Tendero 2010: 235). Por la vaguada que separa ambas cimas, dispuesta de NNE a SSO, se desarrollaron vías principales en los dos asentamientos urbanos documentados sobre el cerro -de época bárquida y altoimperial-, identificándose también como zona de tránsito preferente en las fases tardorrepublicana y romana medio y bajoimperial, perpetuándose en época emiral como posible zona de acceso a la maqbara dispuesta en la parte oriental del yacimiento. Se configura así como el eje vertebrador del enclave a lo largo de toda su historia, al comunicar la playa y bahía de La Albufereta con
Figura 1: Vaguada en la parte superior del Tossal de Manises (marcada con una flecha) por donde discurrirá el eje viario principal NNE-SSO tanto en la ciudad prerromana como en el municipio latino. El círculo señala la situación de la maqbara islámica emiral (sobre plano de 1926 digitalizado).
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M a n u e l O l c i n a D o m é n e c h / A n to n i o G u i l a b e r t M a s / E va T e n d e ro P o r r a s
Figura 2: Estructura tardorrepublicana aislada sobre la Calle I, de fase bárquida, ocupando el punto central del posterior Foro I, de cronología temprano-augustea ( fotografía Archivo MARQ).
La Condomina, ambos polos económicos del poblamiento histórico de la zona, sin necesidad de bordear el accidente geográfico (Fig. 1).
LA FUNDACIÓN DE LA CIVITAS Y LA DEFINICIÓN DE UNA NUEVA FORMA URBIS Según desvelan las estratigrafías conocidas del yacimiento, a día de hoy es insostenible la defensa de un asentamiento previo al arranque del último tercio/cuarto del siglo III a.C., momento en el que se erigirá el primer proyecto urbano atestiguado sobre el cerro, vinculado a los intereses cartagineses derivados de su conquista territorial de Iberia (Olcina 2005 y Olcina, Guilabert y Tendero 2010, 2017 y e.p. a) y cuyo análisis queda fuera del marco de esta reunión. Este primer proyecto urbano vio su final ca. 209 a.C., en el contexto de las operaciones de conquista de la capital bárquida de Iberia por par–
te de Roma, momento en el que se ha datado una potente destrucción que afectó a amplias zonas del enclave (Olcina, Guilabert y Tendero 2012: 8, 2017: 313 y e.p. a). A los niveles de incendio se les suman los derrumbes identificados tanto en el episodio destructivo como en una larga fase post-abandono que se extenderá hasta inicios del siglo I a.C., cuando el yacimiento volverá a ser ocupado por un enclave militar de tipo castellum (Olcina, Guilabert y Tendero 2014b y e.p. a), produciéndose a lo largo de este episodio de abandono la disolución del tejido urbano de fase bárquida (Olcina, Guilabert y Tendero 2018: 112-115 y fig. 4). La reocupación militar del yacimiento, coincidiendo con las guerras sertorianas, lejos de paliar esta situación la agravó, al no llevar parejo un proyecto urbanístico integral, limitándose a la restauración de las defensas del enclave y al desarrollo de un hábitat desestructurado a su interior (Olcina, Guilabert y Tendero 2014b), conformado por estructuras 217 –
EVOLUCIÓN DEL VIARIO DE LUCENTUM (ALICANTE)
precarias aisladas (Fig. 2), que ahondarán en la desarticulación del viario del primer proyecto urbano. Esta situación revertirá a comienzos del Principado de Augusto cuando, fruto de la concesión del estatuto municipal, asistiremos a la creación del primer foro documentado, germen del paisaje urbano de Lucentum, marcando una clara ruptura con la retícula urbana previa. La posición de este primer complejo -compuesto por una plaza con forma de «L» invertida (27,3 x 18,8 m), con piso de tierra batida y dos accesos asimétricos al ONO, delimitado por sus flancos ENE y OSO por sendas baterías de tabernæ cuyo acceso no se realizaba por el foro, cerrando su flanco ESE con un edificio de planta trapezoidal, de 9,62 x 3,94 m (Guilabert et al. 2010, Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 169, 2014a, 2014d, 2015: 257258 y 2018: 117-118 y Olcina, Tendero y Guilabert 2007: 86-88)-, determinó el trazado de las calles de Popilio y del Foro que, de facto, se constituyeron a modo de decumano y cardo principales de la ciudad, estableciéndose así las líneas maestras de la forma urbis lucentina, que arrancará hacia la década de los años 30-20 a.C. (Olcina, Guilabert y Tendero 2012: 6-7, 2013: 179, 2014c: 205-206, 2015: 257 y e.p. a). La disposición del complejo forense, en la depresión entre las dos cumbres, posibilitó la recuperación de la vaguada central ya referida como vía principal del municipio romano, siendo el único punto donde las calles de ambos proyectos urbanos coinciden. Esta volverá a convertirse ahora, con la construcción del Foro I, en vía urbana (Olcina, Guilabert y Tendero 2015: 257), solapándose con solución de continuidad con el trazado de la Calle II de época bárquida, mediando entre ambas el episodio de abandono y desarticulación urbana referido. La Calle del Foro, al ONO del Foro I, se dispone como una auténtica platea (Kaiser 2011b: 116-117 y table 8.1 y Dey 2016) que, a modo de cardo principal, atraviesa toda la urbs en sentido NNE-SSO, comunicando el exterior de la misma, por la Puerta Oriental -hacia La Condominay la Puerta Marina -hacia la bahía adyacente-, cuyo vano se abrirá en época augustea (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. b), con el locus celeberrimus del municipio. Esta presenta una anchura promediada de 5,1 m (17 pies romanos) y una disposición bastante llana, regularizada en esta fase por pavimentos terreros por –
los que discurría el tráfico rodado, apuntando su conectividad, su profundidad, su anchura, su relación con el centro neurálgico de la urbs y su trazado, a su carácter principal a lo largo de toda la vida de la ciudad, incluso cuando tras el Alto Imperio se verá colapsar el proyecto urbano lucentino. Junto al ángulo OSO del conjunto compuesto por el Foro I y sus tabernas asociadas, discurre la Calle de Popilio. A diferencia de la Calle del Foro, la que de facto actúa como decumano máximo de la ciudad se dispone como un clivus (Kaiser 2011b: 116 y table 8.1), cuyas pendientes determinarán, en las proximidades de su intersección con la Calle de la Chambilla -una fundula (Kaiser 2011b: 116 y table 8.1)-, su constitución como via strata silicea (Olcina y Pérez 1998: 64 y Olcina 2009: 78-79), con el fin de facilitar la evacuación de las aguas de escorrentía pluvial por la intersección de los tramos III y IV de la muralla -el mismo punto por el que drenaba sus aguas la ciudad bárquida-. En sus proximidades, en la escotadura formada por el ángulo SSE del complejo forense, se documentan los primeros albañales conocidos al interior de la ciudad, vinculados, aunque no podamos precisar de qué modo, con la evacuación de las aguas pluviales del Foro I y del edificio que lo cierra por el ESE, drenando por el mismo punto que la Calle de Popilio, tras cruzar por cota bajo el decumanus, hacia donde se dirigen sus pendientes. Este es el vial que mayor desarrollo longitudinal presenta en todo el yacimiento, 163 m, si bien su anchura original, 2,3-2,4 m (en torno a los 8 pies romanos), se muestra claramente inferior a la de la Calle del Foro, que la duplica en amplitud, subordinándose a esta jerárquicamente. En ello abunda además su orientación funcional, pues en ella, a diferencia de la platea, se concentrarán desde este momento buena parte de las tabernæ conocidas del yacimiento, mostrándose como el principal eje comercial del municipium a lo largo de su historia, abriéndose en su extremo ESE un vano en la muralla en época indeterminada, que facilitó su conectividad con la zona periurbana. Inmediatamente después, asociada a un horizonte material posterior al 20-15 a.C., asistimos a la urbanización de la parte mejor conocida del enclave -su cuadrante oriental-, que se adosará contra el foro primigenio y contra la cara interior de las murallas, dibujando el resto del viario que, con escasas 218 –
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modificaciones, perdurará hasta el abandono de la ciudad ca. 200. Los datos obtenidos en los sectores excavados se muestran coincidentes en señalar este proceso urbanístico que completó el entramado urbano intramoenium, como muy tarde, en época tardoaugustea o inicios de Tiberio (Olcina, Guilabert y Tendero 2014c: 206, 2015: 257 y e.p. a), fechándose en fase medioaugustea una modificación de la trama de las tabernæ situadas al ENE de la primera plaza forense con la obliteración, detectada en planta, de al menos dos de ellas, mediante la construcción de un muro que discurre paralelo al nuevo y definitivo trazado de la Calle de los Umbrales, que se dispondrá a su vez equidistante al tramo V de la muralla. Este es el horizonte probable en el que se construirá la domus identificada en la cima del cerro, decorada con un mosaico de opus signinum (Abad 1989), así como la Domus del Peristilo, dispuesta junto a la Puerta Marina, en el tramo final de la Calle del Foro. Esta última (Olcina y Pérez 1998: 80-81 y 2003: 100 y fig. 20; Olcina 2007 y 2009: 106-109; Sarabia 2013 y Peñalver 2014: 123 y ss. y 2018), de distribución no canónica presenta, sin embargo, evidentes paralelos formales con la Domus de Pinarius Cerialis (Pompeya, III 4, b), algo más moderna (Hanoune 1984 y Richardson 1988), evidenciando un temprano reflejo de la multiplicidad de modelos edilicios itálicos en el ámbito privado lucentino. Pese a su descontextualización, producto de su excavación en 1931, tres hechos nos permiten proponer su datación en estos momentos: en primer lugar, no se documenta proceso urbanizador alguno previo a época augustea que justifique una cronología más antigua para su edificación; en segundo lugar, su construcción se realizó obliterando la muralla que definía los límites urbanos, cabalgando sobre ella, existiendo pruebas de que el encintado estaba siendo desmantelado puntualmente en el extremo oriental del yacimiento hacia el cambio de Era (Olcina, Guilabert y Tendero 2014c: 207 y 2015: 258); y, finalmente, sí pudimos excavar el drenaje del peristilo y el tramo final de la cloaca de la fundula desde la que se accede a la domus, identificando un paquete que sitúa a inicios del segundo cuarto del siglo I d.C. su colmatación (Olcina, Guilabert y Tendero 2015: 258 y Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a), por lo que, necesariamente, la domus y sus infraestructuras estaban plenamente en uso –
entonces, evidenciando el uso de cloacas imbricadas con la retícula viaria al menos desde el cambio de era. Para entonces también veremos incrementarse la tipología de las soluciones técnicas empleadas en la articulación del callejero de la urbs, puesto que a la platea y clivus principales se le sumarán ahora una serie de angiporti, vici, clivi y viæ, de anchura similar a la de la Calle de Popilio, así como fundulæ (vid. Kaiser 2011b: 116, table 8.1 y Dey 2016: 919 ss.), todavía más estrechas, que completarán la retícula urbana municipal. Junto a ellas se identifica la existencia de un apartadero en el cruce de las calles de los Umbrales y Necrópolis, arrojando luz sobre la ordenación del tráfico rodado al interior de la urbe, atestiguado por la existencia de carriladas y cantoneras en varios puntos del enclave (vid. Poehler 2006). La anchura de los vehículos de rueda identificada en las puertas Oriental y Marina, por las que accedían de forma individual, sugiere que en su tránsito por la Calle del Foro podían cruzarse con vehículos similares simultáneamente, pues la anchura de la vía posibilitaba esta acción; en el resto del viario conocido esta opción era inviable, pues el ancho de las calles impedía el tránsito de más de un vehículo a la vez, razón que explicaría el diseño de estos espacios a modo de apartaderos, que posibilitaron la ordenación del tránsito rodado al interior de la ciudad mediante el uso alternativo de las vías en ambos sentidos. Finalmente, en ninguna de las fundulæ documentadas -calles de la Chambilla, de la Domus del Peristilo y la que une la Calle de los Umbrales con el tramo V de la muralla a la altura de la Torre IX- es posible la entrada de carruajes, pues presentan anchuras manifiestamente inferiores a las del resto de los viales. Ello, esclareciendo un aspecto relevante sobre la ordenación del tráfico de la ciudad, abriría otros interrogantes que no estamos en disposición de resolver, como el de la gestión de las herramientas de transporte (vid. Poehler 2011), pues solo conocemos un espacio excavado al interior de la ciudad, la cercaba Habitación 4-25-26, donde pudo acomodarse este tipo de vehículos.
MONUMENTALIZACIÓN URBANA En los últimos años del Principado de Augusto y durante el gobierno de Tiberio asistiremos a la monumentalización del espacio urbano original romano 219 –
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en dos fases sucesivas y correlativas (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a). La primera de ellas se data en época tardoaugustea y se concentró en el núcleo de la ciudad, el Foro, que ahora se verá desmantelado para dejar lugar a una nueva plaza porticada y enlosada (Foro II). Esta mantuvo sus lindes con el viario público adyacente, definiendo ahora un acceso monumental en el tránsito entre los dos ámbitos, dotándose de un enlosado que también ocupará la Calle del Foro a su paso por la plaza y del mayor sistema de colectores atestiguado hasta ahora en el yacimiento (vid. Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a).
por la Calle del Foro más allá del límite septentrional del mismo, pero sin cubrir toda la superficie de la vía hacia la Puerta Oriental. Hacia el S llegó al cruce con la Calle de Polipio, prolongándose por esta tanto hacia la cima como hacia el punto más bajo del enclave, evacuando las aguas de escorrentía por la Calle de la Chambilla, reproduciendo el recorrido más efectivo para tal menester desde la primera fundación urbana conocida, la de fase bárquida. En su parte baja posibilitó la construcción de las Termas de Popilio, conectadas desde su origen a este sistema de drenaje, al tiempo que fue la causante de la obliteración de las antiguas viæ stratæ siliceæ referidas, pues con la construcción del colector, las superficies de tránsito
Su diseño obedeció a la intención de evacuar las aguas pluviales del nuevo espacio forense, prolongándose
Figura 3: Forma urbis de Lucentum (plano Archivo MARQ).
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fueron elevadas cerca de dos pies romanos, suavizadas y repavimentadas con firmes de tierra batida y compactada que ocultaban totalmente los sistemas de desagüe y los antiguos pavimentos lapídeos (Olcina y Pérez 1998: 68-69 y Olcina 2009: 84-85). Ya en época tiberiana, el foro tardoaugusteo verá incrementar su superficie con la edificación de una nueva area sacra asociada al nuevo culto imperial, que se adosará al Foro II a modo de forum adiectum (Olcina, Guilabert y Tendero 2015: 258-259, 2018 y e.p. a y Olcina et al. e.p. a). Con esta operación edilicia el tramo de la Calle del Foro que durante el Foro II era ajeno al conjunto cívico, quedará ahora integrado al interior del espacio forense, viéndose delimitado a efectos prácticos con la construcción de dos puertas de doble hoja que permitían controlar su acceso (Olcina, Guilabert y Tendero 2007: 88), redefiniendo el complejo arquitectónico que se perpetuará, con añadidos puntuales, hasta el final del proyecto urbano lucentino (Foro III). Con la incorporación de este tramo de vía al espacio forense, donde alcanzará su anchura máxima (5,4 m), se detectan a su alrededor una serie de cambios puntuales que incorporaron nuevas soluciones técnicas al desarrollo del callejero, como la construcción de una semita (Kaiser 2011b: 116, table 8.1) junto a la Puerta Noreste del Foro -que plantearía el problema de los lindes entre el espacio público y privado (Hartnett 2008 y 2017: 198 ss.)- o la de una scala en la parte trasera del Edificio 1 de la nueva area sacra, habilitando facilidades para el tránsito alrededor de un espacio que ahora podía segregarse del itinerario urbano, limitándose entonces el tramo más septentrional de la cloaca a la parte exterior de la Puerta Noreste del Foro, donde se colocará un registro. En este momento también se produjo la definición de las dos puertas urbanas conectadas por la Calle del Foro (Fig. 3). En el caso de la Puerta Marina, se detecta la monumentalización del vano abierto en época augustea mediante el forro con sillares de la apertura en la muralla, posiblemente dotada entonces con un arco cerrado con una doble hoja, que llevó pareja la construcción de una via silicea -al menos extramuros- y un nuevo albañal -que evacuará hacia el mar las aguas pluviales que confluían en este punto, por el camino de acceso hacia la bahía y el embarcadero situado al final del Barranquet, construido en estos mismos momentos (Ortega et al. 2017)-, dando –
también servicio a un posible conjunto termal aledaño erigido fuera de los límites de la ciudad (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a, b y c). Por su parte, en la Puerta Oriental, en el extremo opuesto de la Calle del Foro, el antiguo acceso militar tardorrepublicano será desmantelado para la construcción de un ingreso monumental mediante un arco cerrado por una puerta de doble hoja, idéntica a la Puerta Marina, transformándose ahora en una verdadera puerta urbana. Su datación fue señalada entre época medioaugustea -por la aparición de las primeras cerámicas africanas de cocina (Guilabert et al. 2010: 356)- y la llegada de las primeras sigilatas gálicas al yacimiento, en tiempos de Tiberio-Calígula (Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 175 y 2015: 258), que hoy podemos precisar durante época tiberiana (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a), apuntando por tanto a esta fase en la que el municipio mejoró ostensiblemente sus dotaciones urbanas y arquitectónicas. De este mismo proceso pudieron participar las Termas de la Muralla, excavadas en los años 30 del siglo XX y sin contextos estratigráficos fiables, que comportaron el desmantelamiento del extremo SE de la ciudad, incluida la muralla, para su construcción, que respetará escrupulosamente el pomœrium urbano mientras invadía el solar de la Calle de Popilio, angostándola en algún punto hasta los 1’93 m de anchura. Pese a carecer de datos estratigráficos, los recursos constructivos empleados, las soluciones técnicas utilizadas, el respeto hacia el trazado urbano original, la apropiación del espacio viario por parte de una obra que creemos de carácter público y el posterior desarrollo del yacimiento, señalan a su posible construcción entonces (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. c), participando del momento de máximo esplendor del municipio, al igual que las Termas de Popilio. Estas verán ahora remodelarse sus fachadas hacia las calles de Popilio y Necrópolis con la ampliación sufragada por el liberto del que reciben su nombre (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. c), operación con la que se iniciaba la corrección del trazado de la Calle de la Necrópolis, en origen paralela a los límites del Foro I, que desde estos momentos comenzará a disponerse en función del trazado de los foros II y III, incorporándose inmediatamente después una taberna que amplia hacia el N el eje económico principal del municipio. 221 –
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Figura 4: Sección de la Calle de Popilio, con la evolución del viario altoimperial en su clivus principal. A partir del piso U.E. 1075 ( final del siglo I d.C.), no se realizaron más labores de mantenimiento de la cloaca. Véase que los rellenos de U.E. 1087, U.E. 1086 y U.E. 1080, están seccionados para descubrir el albañal y proceder a su limpieza (dibujo Archivo MARQ).
RALENTIZACIÓN Y PRIMERAS DIFICULTADES Tras el Principado de Tiberio se observa una notable ralentización de las actividades edilicias y urbanísticas en el yacimiento, restringiéndose notablemente las huellas estratigráficas que las evidencian. Salvo algún caso concreto, como la construcción del tribunal de la basílica forense y sede del ordo decurionum local (vid. Olcina, Guilabert y Tendero 2013), estas se limitarán a actuaciones puntuales en el mantenimiento de las principales calles (Guilabert, Olcina y Tendero 2019: 149). Conocido es el hecho que la red viaria, de carácter público, estaba sometida a un mantenimiento mixto, en el que los vecinos y magistrados debían velar por su correcto uso y sostenimiento (Panciera 2000: 98, Romaní 2008: 159-163 y Kaiser 2011a: 16 y 21), siendo reconocibles arqueológicamente, en buena parte de los casos, las respectivas autorías de las intervenciones por sus dimensiones y calados, dominando en las estratigrafías del yacimiento para estos momentos las actuaciones de pequeña extensión, atribuibles en principio a la obligación de los vecinos por el cuidado de sus respectivos tramos (Dig. XLIII, 10, 1). Esta sensación de estancamiento se acentúa al comprobar la incapacidad o desinterés de las instituciones locales en el mantenimiento de las infraestruc–
turas básicas, caso de la vía empedrada que abría la ciudad hacia su bahía por la Puerta Marina o de la cloaca que drenaba el foro municipal (Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 147-148), dado que era competencia de los gobiernos municipales la construcción y conservación de la red de alcantarillado público, como sancionan las leges Iulia municipalis, irnitanæ, ursonensis y tarentinæ (Carreras 2011: 22 y Rodríguez Neila 2011: 43 y n. 169). Ambos episodios se materializaron al inicio del gobierno de la dinastía flavia, cuando la via strata de la Puerta Marina fue obliterada por pavimentos terreros (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. b) y se produjo la colmatación de la parte final del sistema de cloacas que drenaba el Foro municipal (García, Olcina y Ramón 2010: 354 y Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a). Cierto es que las fechas proporcionadas por el inicio de la obturación del albañal, durante el gobierno de Vespasiano-Tito, nos indican solo cuándo se produjo la situación de bloqueo que determinó el inicio del proceso de colmatación de la alcantarilla, no pudiendo precisar, por tanto, cuándo se inició el abandono de las labores de su mantenimiento y su dilación (Dupré y Remolà 2002: 50), pero sí sus consecuencias: el foro y la plaza que lo flanquea por el ONO, así como la Calle del Foro y las construcciones domésticas que vertían en la conducción de la 222 –
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Calle de Popilio, vieron mermada su capacidad de drenaje al verse desposeídos de un albañal en pleno uso, substituido por un simple drenaje cegado en su extremo y mantenido en el foro hasta la primera mitad del siglo II (Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 148) -que, llegado a la calle de Popilio, emergería anegando su tramo final y la confluencia con las calles de la Chambilla y de la Necrópolis-; por otro lado, las Termas de Popilio se vieron abocadas a su fin, dada la imposibilidad por cota de evacuar sus residuos líquidos una vez colmatado el albañal que la drenaba, restringiendo por tanto los equipamientos urbanos del municipio (Fig. 4). Estos fenómenos se enmarcan dentro de un proceso de atonía urbana que creemos consecuencia directa de la descapitalización del municipio. Su tamaño, y el de su ordo, determinaron que en solo un par de generaciones se habrían copado plenamente las expectativas de obtención de la ciudadanía romana del segmento de la población que, por patrimonio, podía aspirar a la misma. En este intervalo veríamos fijarse el ordo decurional y el ordo augustal del municipio, limitando entonces los alicientes para ostentar los ornamenta decurionalia de unas élites que por el ius adipiscendæ civitatis Romanæ per magistratum habrían cumplido plenamente los requisitos para obtener la ciudadanía romana. A ello se le sumaría una coyuntura económica desfavorable, con el hundimiento del comercio durante el Principado de Nerón (Chic 2017: 139 y n. 35), que afectó a la principal fuente de riqueza de la ciudad: su puerto. Ambos procesos concurrieron en época neroniana, traduciéndose directamente en una merma de la acción evergética de las élites locales, reflejada directamente en la ralentización de las inversiones en los equipamientos urbanos evidenciados por la arqueología (Guilabert, Olcina y Tendero 2019: 149 y Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a).
DE UNA LIGERA RECUPERACIÓN AL COLAPSO URBANO El Edicto de Latinidad de Vespasiano supuso, con carácter general, una reactivación del pulso urbano hispano que, sin embargo, está plagado de matices. En la práctica supuso la definición de una «segunda Hispania», en la que se atestiguan fricciones moti–
vadas por la búsqueda de acomodo en sus escenarios regionales de las viejas y nuevas ciudades (Guichard 1993: 68 ss.), en un verdadero proceso de isostasia urbana (Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 160), en el que la política municipalizadora flavia mermó la vitalidad de los antiguos enclaves privilegiados de época cesariana y augustea (Guichard 1993: 76-77 y 83-84). En el caso de Lucentum, esta relativa recuperación tuvo su reflejo inmediato en las secuencias estratigráficas, observándose la superación de la fase de lasitud directamente en el viario urbano, detectándose una serie de actuaciones atribuibles a la administración local. Una de ellas tuvo lugar en los tramos viarios de las calles de Popilio, Necrópolis y Chambilla, donde para paliar los efectos de la colmatación del tramo final de su cloaca asistiremos a la elevación de las cotas de tránsito mediante la creación de potentes pavimentos terreros que suavizaron las pendientes para paliar los daños de la escorrentía pluvial, derivados del cese de actividad del tramo final del albañal (Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 177 y 2014a: 259-260). Se constata también entonces la creación de la Calle de la Puerta Oriental, urbanizándose ahora el espacio comprendido entre el trazado de la muralla de época sertoriana y la ampliación cesariana, definiendo una nueva via paralela al eje longitudinal del Foro, flanqueada al N por una nueva domus, una nueva taberna y una serie de estancias excavadas en los años 60 del pasado siglo, cuya función no podemos precisar. Esta efervescencia constructiva es visible en todo el flanco septentrional del enclave, identificándose la construcción de otras dos domus que cabalgarán sobre la muralla, respetando escrupulosamente el trazado de la Calle de los Umbrales. Este impulso revitalizador parece detenerse a nivel general antes de mediados del siglo II, quebrándose entonces la tendencia de crecimiento continuo atestiguada desde época flavia y surgiendo en Hispania un doble modelo urbano en el que, por un lado, se constatará cierta vitalidad ciudadana y, por otro, definirá un modelo regresivo caracterizado por mostrar precozmente los síntomas de degradación urbana que se generalizarán décadas más tarde en el resto del panorama peninsular. Lucentum, desde luego, se insertaría en este «modelo urbano regresivo», compartiendo con otras civitates una serie 223 –
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de rasgos comunes sintetizados en su marginalidad económica y su parálisis institucional (Romero Vera 2016: 372-383). En nuestro caso concreto, esta marginalidad económica parece obedecer a una triple causa a diversas escalas; por un lado, la promoción urbana de Allon, 25 km al norte, le privó de su situación como puerto urbano privilegiado más cercano en la costa peninsular al S del Canal de Ibiza, al tiempo que la distancia entre este y el Portus Ilicitanus hacía superflua una escala intermedia en el tránsito de la costa (Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 158-160 y 2019: 153). Por otro, a nivel provincial, el yacimiento, como el resto de la fachada costera de la Citerior, padeció una significativa disminución en la recepción de mercancías foráneas a lo largo del siglo II, evidenciando una pérdida del pulso comercial regional. En tercer y último lugar, a escala imperial, se observa desde los tiempos de Augusto una paulatina injerencia de los sucesivos emperadores en el comercio libre y una progresiva política de aumento de beneficios, inmunidades y privilegios a los negotiatores, mercatores y navicularii vinculados con los productos annonarios que parece afectar de forma directa al yacimiento (Olcina, Guilabert y Tendero e.p. a). Por ello, el registro arqueológico muestra una retracción notoria trascurridas las primeras décadas de la centuria, que no hará sino agravarse conforme avance el siglo. En época trajano-adrianea el impulso revitalizador comenzó a remitir, evidenciándose una serie de muestras tempranas de ralentización que se traducirán, antes del ecuador de la centuria, en claros síntomas de degradación urbana, agravándose a medida que trascurra el siglo II. Estos arrancarán con la aparición de los vertederos de recesión intramœnia y el desmantelamiento del enlosado del foro y de la via strata que lo cruzaba derivando, ya en la segunda mitad de la centuria, hacia un proceso imparable que abocará a la urbs hacia su colapso arquitectónico y urbanístico ca. 200. Entonces se pondrá en evidencia un acusado desvanecimiento de la retícula urbana, una pérdida de la funcionalidad original de los edificios que seguían en pie y la aparición de construcciones oportunistas, definiéndose un espacio materialmente desestructurado que muestra con nitidez el desarrollo de un proceso de paulatina “desurbanización” que finalizará abocando al abandono el pro–
yecto urbano lucentino (Olcina, Guilabert y Tendero 2014c: 212-214 y e.p. a y Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 149 ss. y 2019: 155 ss.). Durante la primera mitad del siglo II se observan una serie de modificaciones en el Foro que denotan la reducción efectiva de su parte útil a la zona de la calle y el area sacra, siendo el hito fundamental el desmantelamiento de su enlosado poco antes del ecuador de la centuria (Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 177 y Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 148-149). En la segunda mitad del siglo II, se incrementarán los signos de decadencia por buena parte del complejo forense, en el que si ya en la primera mitad de siglo se detectaban fosas de expolio y derrumbes puntuales en el área «civil», en el período comprendido entre la segunda mitad del siglo II y el arranque del III estas se incrementarán, siendo frecuente su uso como vertederos, multiplicándose los derrumbes y la pérdida puntual de contorno del foro. En el area sacra, en fechas ligeramente más avanzadas se atestigua la aparición de pavimentos de gravas y niveles de tránsito intercalados con arenas procedentes de la erosión del podium que la preside, vinculando estas superficies, muy a finales del siglo II o comienzos del III, al expolio del frontal del edificio más septentrional del area sacra, su lateral meridional y la escalinata de acceso al templo axial (Olcina y Pérez 2003: 111, Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 177 y Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 148-149). Datos similares aporta el resto del viario urbano, conocido con detalle alrededor de las insulæ ocupadas por el Foro. Ya en la primera mitad del siglo II se documentan expolios puntuales en las calles de los Umbrales y del Foro, en este último caso asociados a la retirada del enlosado, que rápidamente fue compensado con la construcción de pavimentos terreros que elevaron el nivel de tránsito de la Calle del Foro a su paso por el mismo, colocándose un vado en la Puerta Noreste del complejo para posibilitar la circulación del tráfico rodado por el tramo afectado, fenómeno detectado también al interior de la plaza forense. Estas evidencias se prolongarán y agudizarán en la segunda mitad de la centuria, cuando, al igual que ocurría con el centro administrativo y religioso de la ciudad, se produce una proliferación sin parangón de las muestras de decadencia urbana, traducidas en la aparición de fosas de expolio en las 224 –
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calles de la Necrópolis, Umbrales y de la Peña. En la calle de Popilio, en su tramo paralelo al Foro, distintos pavimentos y superficies de tránsito que irán incrementando ostensiblemente sus espesores, entre cuyos materiales no aparece forma alguna cuya fecha de inicio de producción se sitúe en el siglo III, invadirán el espacio ocupado por el Edificio 5, en varios puntos (Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 177-178 y e.p. a y Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 148 ss.), observándose entonces el inicio del proceso de disolución de la retícula urbana. Dichos niveles de tránsito obliteran, entre otros, a una gran regularización que acondicionó este tramo de la vía tras un episodio erosivo que arrasó los estratos asociados a la suavización de las pendientes de la calle detectadas tras el cegamiento de la cloaca. Este episodio, fechado ya en un momento avanzado de la segunda mitad de la segunda centuria de la era, es contemporáneo al recrecimiento de los accesos a las tabernae 1 y 2, motivado por el aumento del nivel de tránsito de la vía, por lo que la invasión del solar del Edificio 5 tuvo que producirse a finales del siglo II o comienzos de la centuria siguiente, reflejando ya la incapacidad de la administración local por solventar unos problemas que pocos años antes había podido atajar. Las mismas fechas parecen señalar el expolio de la mitad meridional de la línea de fachada de la insula oriental del Sector B-C, desdibujando el recorrido de la calle de la Necrópolis, y la construcción de un lienzo de muro que invade parcialmente la Calle de los Umbrales, por lo que en la totalidad del viario documentado que delimita o atraviesa el espacio forense se aprecia, en el tránsito del siglo II al III, un acusado desvanecimiento de la forma urbis (vid. Olcina, Guilabert y Tendero 2013 y e.p. a y Guilabert, Olcina y Tendero 2015). En los dos extremos de la Calle del Foro, tanto en la Puerta Oriental como en la Puerta Marina, las excavaciones recientes realizadas desde 2015 han aportado datos similares. Por lo que respecta a la Puerta Oriental, en 2018 fue exhumada la construcción de un muro datado en el siglo III que atravesaba en perpendicular la prolongación de la Calle de la Puerta Oriental hacia la cima del yacimiento, interrumpiendo necesariamente su tránsito, construyéndose sobre un estrato de abandono datado en momentos avanzados del siglo II e inicios del III. –
En la Puerta Marítima, con una estratigrafía más compleja para estas fases, se detecta la transformación de los pavimentos viarios urbanos en caminos terreros en un momento temprano del siglo III. Tras su aparición asistimos al momento en el que el municipium perderá su materialidad urbana y pasará a convertirse en un hábitat destinado a actividades marginales y cantera de materiales de construcción para el poblamiento disperso detectado en sus alrededores (Olcina 2009: 57; Olcina, Guilabert y Tendero 2013: 178 y 2014c: 210 y Guilabert, Olcina y Tendero 2015: 149-152). Dichos caminos alcanzarán en esta zona, por los escasos materiales que los datan, al menos hasta mediados del siglo IV, coincidiendo con los datos disponibles para la misma calle en su paso por el área forense -que aparece ocupada por actividades privadas desde el segundo cuarto del siglo III, al igual que el resto del antiguo corazón urbano municipal-, alcanzando el siglo V en el área de la Puerta Oriental (Olcina, Guilabert y Tendero 2012, 2013, 2014c y e.p. a). Más tarde, ya en época islámica, se localizará en este eje el único expolio atribuible sin duda a esta fase, sugiriendo que el eje de comunicación seguía activo en la fase de maqbara. Pese al estado que presentaba el complejo forense del municipium desde mediados del siglo II, fue en el tránsito hacia el siglo III cuando se documenta por vez primera la instalación de actividades ajenas a su uso primigenio. La ocupación de espacios públicos como factor de transformación de las ciudades ha sido señalada como indicador de un proceso en el que los centros urbanos se enfrentaron a una nueva valoración del espacio, que traía consigo un modelo de ciudad nuevo y diferente, diluyéndose su concepción clásica (Diarte 2009: 81 y 2013: 38). Sin embargo, el uso del espacio forense lucentino en estos momentos se asemeja más al de las áreas periféricas de otras ciudades coetáneas con tempranos signos de desurbanización, abocados al abandono y el expolio, como los circos (Diarte 2012: 287-290), que a los centros urbanos coetáneos y todavía frecuentados. En estos, la pervivencia de la funcionalidad de los espacios forenses se documenta pese a la aparición de estructuras parasitarias, de la apropiación del espacio público por privados, de las nuevas compartimentaciones que atomizaron las viejas construcciones, de la cons225 –
EVOLUCIÓN DEL VIARIO DE LUCENTUM (ALICANTE)
tatación de espacios abandonados e, incluso, de la proliferación de vertederos (Malavé 2018: 51 ss.). Tales vicisitudes no impidieron que su condición como espacios sociales, económicos y religiosos referentes de la comunidad se mantuviese de algún modo, perpetuándose y adaptándose a una nueva realidad urbana, tolerando las agresiones a su, hasta entonces, situación exclusiva de espacio público (Diarte 2015: 291-292 y 306). Para el caso de Lucentum, esto sería aplicable durante la segunda mitad del siglo II, cuando vemos aparecer los síntomas descritos, salvo las construcciones parasitarias -mejor oportunistas-, y asistimos al inicio del colapso de su marco arquitectónico; pero con las evidencias que muestra el registro traspasado el umbral entre la segunda y la tercera centuria, cuando los restos del foro parcialmente en pie parecen abandonados, hacen absolutamente insostenible la defensa de que este escenario continuara iniciado el siglo III, reflejando los datos un nuevo contexto en el que la desestructuración de su urbanidad será la nota predominante. En este sentido, el caso lucentino parece funcionar exactamente al revés de la tónica general que rige la evolución de los fora hispanos, pues en ellos la invasión del espacio forense por actividades ajenas a su uso primigenio antecede a su extinción funcional (Diarte 2018: 36), mientras que en Lucentum este orden parece ser el inverso, al igual que ocurrió con el abandono de la plaza, que suele ser el último espacio en uso en los espacios forenses hispanos (Boube 2012: 368).
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LA ESTRUCTURA URBANA D E I L I C I . R E TA Z O S D E UNA CIUDAD VELADA Mercedes Tendero Porras
Fundación Universitaria La Alcudia de Investigación Arqueológica. Universidad de Alicante mercedes.tendero@ua.es
Ana M. a Ronda Femenia
Fundación Universitaria La Alcudia de Investigación Arqueológica. Universidad de Alicante ana.ronda@ua.es
RESUMEN
ABSTRACT
Para abordar el análisis de la evolución del callejero de la ciudad de Ilici y su transformación hacia la urbe tardía, resulta necesario partir de una metodología de trabajo heterodoxa adaptada a los procesos de investigación del propio yacimiento. Contamos con datos arqueológicos que, en el mejor de los casos, tienen un soporte documental actualizado pero que, de forma inexorable, deben conjugarse con documentos escritos y gráficos procedentes de otras intervenciones arqueológicas más antiguas. El resultado de todos estos elementos de estudio es el que ahora presentamos, con algunos inconvenientes que mantienen a día de hoy velado el urbanismo de la antigua ciudad y, por tanto, dificultan no solo la visión global de sus arterias viales sino la evolución de las mismas.
To address the analysis of the evolution of the street map of the city of Ilici and its transformation towards the late city, it is necessary to start from a heterodox working methodology adapted to the research processes of the site itself. We have archaeological data that, in the best of cases, have an updated documentary support but that must inexorably be combined with written and graphic documents from other older archaeological interventions. The result of all these study elements are those that we now present, with some drawbacks that keep the urbanism of the old city hidden today and, therefore, hinder not only the global vision of its road arteries but the evolution of the same.
Palabras clave
Key words
Topografía, Calles, Proyecto urbanístico, Alcantarillado, Evolución urbana.
Topography, Streets, Urban project, Sewerage, Urban evolution.
L A E S T RUC T URA URB A NA DE I LIC I . RE TA ZO S DE UNA C I UDA D V EL A DA
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a evolución de los viales en Ilici presenta una serie de inconvenientes que abundan en la carencia de excavaciones en extensión; en la dispersión espacial de los sondeos; en la diversidad metodológica empleada; en la escasez de secuencias estratigráficas y, por último, en que el espacio arqueológico acotado tradicionalmente como yacimiento es solo una parte de la ciudad colonial. Todas estas trabas obligan a tomar ciertas cautelas con las conclusiones obtenidas pero, sin duda, también deben ser el punto de partida para profundizar en futuras investigaciones.
APROXIMACIÓN A LA TOPOGRAFÍA ORIGINAL DE ILICI Conocer la topografía original sobre la que se emplazó la colonia ilicitana es un fundamento imprescindible para comprender la planificación del viario urbano, un espacio físico que hoy se muestra en Ilici completamente desdibujado debido a las reiteradas acciones agrícolas que transformaron, sobre todo desde las últimas décadas del siglo XIX, la fisonomía de una ciudad abandonada, expoliada y colmatada por el paso del tiempo1. El efecto postrero determinó un altozano denominado desde hace siglos como L’Alcúdia2, de cerca de 11 hectáreas, compartimentado en grandes planicies abancaladas delimitadas por canales de irrigación y con suave pendiente N-S que se eleva respecto a las tierras llanas circundantes, configuradas por constantes rellenos y aportes de naturaleza fluvial y antrópica (Fig. 1).
1 La conversión de la finca en superficie de cultivo tuvo lugar en el tercer cuarto del siglo XIX por su propietario, el doctor Campello Antón. A inicios del siglo XX su sobrino, López Campello, continuó con los aportes de tierras y el abancalamiento del terreno y, durante las primeras décadas del siglo, por Consuelo Folqués, que destinó la tierra a la plantación de frutales (Ronda 2018: 54-55). Estos cambios en la fisonomía de la finca quedaron testimoniados en las cartografías que hiciera Pedro Ibarra a partir de 1890. Durante estos años se aportaron toneladas de tierras y se delimitaron los bancales de cultivo, lo que desdibujó por completo el relieve original de la elevación que quedó definida finalmente por las nivelaciones posteriores y la reja del arado, cuya huella se detecta de facto al principiar a excavar. 2 El topónimo del lugar donde se encuentra el yacimiento deriva de un antiguo término árabe al-kudîa, la colina, en clara referencia a su situación sobreelevada en una llanura de origen aluvial (Tendero 2016: 111 y 2017: 52).
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Los límites urbanos Tenemos varias referencias documentales que nos aproximan a la realidad topográfica de Ilici. En los límites N y E «…para mejor aprovechamiento agrícola del suelo, fué [sic] desmontada a fines del siglo pasado [se refiere al siglo XIX], y que, formando una veleta, rodea el promontorio…» (Ramos Folqués 1955: 113). Esta “veleta”, entendida como un paseo de ronda periférico, construido a partir de la regularización de los depósitos de tierra existentes en el yacimiento después de siglos de abandono y procesos de colmatación, fue dibujada por P. Ibarra en un plano iniciado en 1890 -que completó en contenido a lo largo de los años- donde resaltaba en color rojo los perfiles NO, N y E de L’Alcúdia, con la indicación de «nuevo límite». Este contorno nuevo debió añadirlo probablemente después de 1899, año en el que el entonces propietario de los terrenos, López Campello, «…gastando un dineral, ha variado la alineación de los bancales de la loma, [y] corregido sus laderas» (Ibarra Efemérides nº 159-5, fechada el 5 de enero de 1899), completando además la construcción de un potente muro agrícola para contener las tierras, iniciado una década antes, y que actualmente se conserva de forma desigual en los sectores 3B, 4B, 7A, 8A, 9A y 10A (fig. 1). Suponemos, por tanto, que el contorno elevado de L’Alcúdia a finales del siglo XIX mostraba unos límites ligeramente distintos, según aparecen perfilados con tinta azul en el mencionado plano (Ronda 2018: 77, notas 44 y 45). La comparativa entre las referencias documentales antiguas y los datos arqueológicos actuales permiten corregir el contorno de la ciudad. En el sector 7F (Fig. 1), por ejemplo, se ha observado durante varias campañas arqueológicas la dimensión real de esta “veleta” que, además, oculta el escalonamiento progresivo hacia el E de las estructuras urbanas, con un desnivel cercano a los 2 m de altura3, así como la continuación de las mismas más allá del vallado
3 Siguiendo las excavaciones de Ramos Folqués en el sector 6F y 7F (1952 y 1963) se comprueba que los restos que él denominó muralla púnica son paramentos que se escalonan en la vertiente E del terreno (Ronda 2016: 1163), de igual modo que las actuales excavaciones del proyecto ASTERO -Universidad de Alicante bajo la dirección del Dr. Jaime Molina- en las denominadas termas orientales del sector 7F, verifican la adaptación del edifico al repecho original descendente hacia el E.
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Mercedes Tendero Porras / Ana M.ª Ronda Femenia
Figura 1: Planta general de L’Alcúdia con la retícula sectorizada (planimetría E. Moreno). Fotografía aérea (cortesía MARQ ): el contorno especifica los terrenos gestionados por la Fundación L’Alcúdia; 1: Via Augusta y 2. Área donde se realizaron las excavaciones de emergencia.
tradicionalmente identificado con el final del asentamiento arqueológico. Este hecho quedó registrado en las excavaciones practicadas en 1954 en el sector 6F, hoy sepultadas bajo tierra, donde se descubrieron estructuras adosadas al paramento E de un potente muro que A. Ramos identificó como un tramo de la muralla: «…un enlucido de pared y piso de una alberca romana construida junto a la muralla y aprovechando esta como pared» (Ronda 2016: 14821487). Estas construcciones confirman de nuevo la continuación hacia el E de los elementos urbanos, así como la ampliación de la ciudad en un momento de su historia, al sortear y aprovechar estos antiguos lienzos murarios, que definieron un perímetro más reducido como elementos de apoyo. Un poco más al N, Ramos apunta que adosado al paramento exterior de la muralla encuentra un «antemural» compuesto por grandes piedras, sillares, un fragmento de naiskos -elemento posiblemente reutilizado de la cercana necrópolis localizada en el camino del Borrocat, identificado con la Via Augusta a su paso por Ilici4-
4 El kardo maximus de la Vía Augusta a su paso por Ilici se identifica ahora con el camino del Borrocat a oriente de L’Alcúdia (Arasa 2018: 69), ya que la aparición de más de un centenar de tumbas y monumentos funerarios en las excavaciones de urgencia al borde de dicho camino, así parecen confirmarlo.
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y una cornisa (Ronda 2018: 241), construcción que podría asociarse al escalonamiento y refuerzo de las estructuras que descienden hacia el E. La prueba definitiva de esta prolongación oriental del tejido urbano se resolvió durante las excavaciones de salvamento de 2003 en la finca colindante con L’Alcúdia5. En estos terrenos se realizaron largas catas que ofrecieron una horquilla temporal comprendida entre la fase romana y los últimos momentos de plena ocupación de la ciudad, fechados durante la Antigüedad Tardía. Además de vestigios arquitectónicos de gran envergadura -como el basamento de un podium compuesto por sillares trabados con grapas de colas de milano o sólidos muros de entre 60 cm a 1 m de anchura- se exhumaron retazos de calles empedradas, pavimentadas con gravas o con tierra apisonada. Acentuando esta visión más compleja y ampliada de la ciudad altoimperial, contamos con una referencia de mediados del siglo XIX -anterior por tanto a las grandes alteraciones agrícolas que transformarían la topografía original-: «…la Alcudia, no contenía toda la población,
5 Nuestro agradecimiento a Eduardo López Seguí, director de estos trabajos realizados en la finca de El Borrocat, al este de L’Alcúdia, por facilitarnos los resultados de estas intervenciones.
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sino una parte de ella, y el resto, se extendia [sic] por el Oriente, Mediodía y Occidente […] En nuestra opinión, la Alcudia, es muy posible que no fuera otra cosa, sino el Arx, fortaleza ó [sic] ciudadela de la población. Esta parte de las ciudades antiguas, se situaba en el punto más elevado…» (Ibarra Manzoni 1879: 175). Al SO -sectores 9A y 10A- (Fig. 1), según el plano que aparece en el diario de excavación de A. Ramos de 23 de diciembre de 1954 (Ronda 2016: 1489), las estructuras edilicias aparecen seccionadas verticalmente en el límite actual de acceso al yacimiento, enmascaradas por el muro de contención agrícola proyectado en 1899 (Ronda 2018: 182-183), lo que nos induce a considerar que la ciudad continuaba al menos un poco más hacia el O. Este dato pudo contrastarse en las tareas de limpieza y de adecuación del yacimiento para su musealización de 2003, momento en el que se reactivó el perfil arqueológico del sector 9A aprovechando el desprendimiento de algunas de las piedras del citado muro agrícola. El perfil mostró una secuencia compleja de varios estratos y suelos superpuestos, uno de ellos de opus cæmencium sobre un rudus de cantos rodados. Otro de los factores referidos en los documentos apunta a erosiones por «desprendimientos de tierra, como en la ladera (…) sudeste», que condicionaron las posteriores excavaciones en el sector 11D en el año 1945 (Ramos Folqués 1955: 126) o las interfaces erosivas localizadas en 6B durante las excavaciones de 2006-20086, que arrastraron consigo importantes tramos de la muralla augustea y alteraron incluso sus niveles de relleno y cimentación. En otras ocasiones, el desmonte de la secuencia de colmatación periférica original ha sido intencional, como en los dos trabajos agrícolas en el frente occidental desde 18897 (Ibarra 1926: 187) o su posterior musealización como foso asociado a la «muralla» colindante a principios de los 70 del siglo XX, en el tramo correspondiente al sector 5B. 6 Esta intervención arqueológica se realizó dentro de un proyecto marco financiado por la Fundación CV MARQ. Las interfaces erosivas en el límite amurallado del sector 6B, provocadas por intensas lluvias, se datan durante las riadas de los años 80 del siglo XX. 7 «…desmontadas las tierras que constituyen la vertiente occidental de La Alcudia (…) para destinar aquellos bancales a nuevos cultivos…».
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De igual modo, la comparativa entre el mencionado plano de Ibarra y los dibujados por Ramos entre los años 40 y 70 del siglo XX, muestra ligeras diferencias en el delineado del perímetro exterior o en los desniveles de los bancales de compartimentación interna, provistos a partir de la década de los 50 de canales de irrigación. Además, hay que añadir también intervenciones arqueológicas, como las de E. Albertini (1905), Vives Escudero (1923) y el propio A. Ramos (Ronda 2018: 105). No obstante, existen noticias de otras remociones intencionales o de excavaciones arqueológicas practicadas desde 1401 hasta el mismo siglo XIX, por lo que suele ser habitual reconocer interfaces negativas durante las intervenciones arqueológicas recientes, fruto de búsqueda o expolios para la recuperación de elementos arquitectónicos reutilizables a lo largo del tiempo.
Vaguada central: espacio de drenaje natural Además de algunos documentos -fundamentalmente diarios de campo de A. Ramos- y de fotografías de excavaciones antiguas, la arqueología permite desvelar otros indicios de la topografía prístina relacionados con una depresión en el eje central del terreno en sentido N-S, con una ligera desviación en su tramo final hacia el SE. En la línea descendente que abarca desde el sector 3D al 8D, los restos arqueológicos suelen aparecer a cotas bastante más profundas que los registrados en las vertientes O y E -sectores 9 y 10A, 5 y 6B, 3 y 4C y 3 a 7F-, espacios en los que los niveles agrícolas superficiales coinciden en la mayoría de los sondeos con los últimos momentos de ocupación. Estableciendo una referencia aproximada a partir de las cotas superficiales del yacimiento y su comparativa con los niveles de circulación de la ciudad romana de esta sección central del yacimiento extraídos habitualmente en los diarios de campo, se puede valorar la ingente cantidad de metros cúbicos de tierra aportados o removidos para acondicionar la superficie a las tareas agrícolas. Así, en el sector 3D, los niveles de uso se localizan a una profundidad media de 90 cm (Ronda 2018: 60-61); en 4D, a cota -1,50 m (Ronda 234 –
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Figura 2: 1. Lidar con la imagen global de L’Alcúdia (cortesía de J. Navarro); 2. Sección transversal desde el sector 5B al 5F, con la indicación de la vaguada generada en 5D (según J. A. Cañadilla); 3. Sección sentido NO/SE, desde el cauce del río Vinalopó hasta llegar al altozano de L’Alcúdia, con indicación de la depresión central del yacimiento (cortesía de E. Vicedo).
2018: 128); en 5D, a poco más de 1,60 m; en 7D8, «… a una profundidad de 6 o 7 palmos» (Ibarra Ruiz, Efemérides nº 2022, fechada el 17 de julio de 1926); en el sector 8D9, a 1,80 m de profundidad y en 10D, a una cota inferior a 1 m, dato curioso este último porque denota que en estos sectores meridionales los aportes agrícolas fueron inferiores. Frente a es8 En 1926, con motivo de las nivelaciones del terreno, P. Ibarra menciona el descubrimiento de varias estructuras, así como un aljibe en cuyo interior se encontró la Venus de mármol que hoy se exhibe en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche, Alejandro Ramos Folqués. 9 Excavación realizada por A. Ramos en 1933 (Ronda 2018: 51 ss.), hoy en día sepultada por la tierra.
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tas mediciones centrales, en 5B, 6B, 10A, 6F o 7F los restos arqueológicos se encuentran en el mismo nivel agrícola o a tan solo 15 cm del superficial, valores muy escasos -sobre todo en el frente occidentalque demuestran que los aportes de tierra agrícola ocultan por completo la depresión central original, suavizando las pendientes y creando una falsa meseta que buza ligeramente hacia el S. Por otro lado, al contrastar las cotas absolutas de los sondeos que hoy son visibles en los sectores centrales, se observa una pendiente promediada N-S/SSE que oscila entre 1,5% y 1,7%, valores que se repiten grosso modo en los desniveles entre los sectores 235 –
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E y O respecto a los centrales. La imagen del Lidar no deja la menor duda en este sentido, mostrando las cotas más altas en el sector septentrional frente a las más deprimidas al S, así como el reflejo de la depresión central, más evidenciada hoy en día en el tramo meridional de los terrenos que conforman el yacimiento arqueológico (Fig. 2. 1). Profundizando en este estudio, se analizaron algunos de los tramos del alcantarillado (Tendero y Ronda 2014a: 238-239 y 2014b: 279-286). Uno de estos colectores se ubica en el sector 7F y fue excavado en 1963 por A. Ramos (Ronda 2018: 303 y ss.). El segundo, se localizó durante la campaña de 2008 y discurre en paralelo a un tramo de la cara interna de la muralla augustea recuperada en el sector 6B. En ambos casos, los drenajes realizan el vertido de sus aguas no hacia las áreas periféricas -buscando el E para el sector 7F y el O para el 6B- donde la loma sobre la que se asientan los restos arqueológicos baja de cota y, al menos en el frente occidental hubiese permitido evacuar fácilmente los vertidos directamente extramuros. Muy al contrario, estos colectores presentan una ligera pendiente a la inversa de lo que la lógica topográfica actual aconseja, así como requiebros en su trazado que hacían converger las aguas evacuadas hacia el eje central de la planicie elevada de L’Alcúdia y, desde allí, buscando las zonas meridionales más deprimidas. Para obtener una visión más completa, se realizó una sección transversal con sentido E-O desde el sector 5F hasta el 5B, pasando por el espacio central 5D y teniendo en cuenta las cotas asociadas a los niveles de uso de época romana. El resultado ofrece una clara hondonada central que justifica el vertido de aguas propuesto (Fig. 2. 2). En resumen, la topografía original sería la de una elevación respecto a las tierras circundantes, más contundente en el N y en el O hasta casi enrasar con los terrenos adyacentes por el S, con una adaptación topográfica en pendiente y la consiguiente ampliación hacia estas áreas de la ciudad -zonas E y SO-. Además, en otros puntos existirían hitos de delimitación urbana, como así ocurre en el frente occidental (sectores 4B, 5B y 6B) y en parte del oriental (sector 11D), donde se han localizado tramos de –
lienzos fragmentados de las antiguas murallas10. El altozano estaría atravesado por una vaguada central que podría favorecer el drenaje por dos o más calles longitudinales hacia las cotas bajas del S y del SE. El trazado de una sección desde el cercano río Vinalopó hasta el yacimiento arqueológico, muestra la elevación progresiva del terreno y la tendencia a establecer una vaguada central que a su vez bascula gradualmente hacia el S (Fig. 2. 3). La conclusión de este análisis nos aproxima a una nueva visión de la ciudad que va más allá de las casi 11 hectáreas tradicionalmente adscritas, para pasar a otra próxima a las 18 hectáreas.
LOS PROYECTOS URBANÍSTICOS DE ILICI Esta será la topografía sobre la que en época tardorrepublicana, en un momento por ahora indeterminado comprendido entre finales del siglo II a.C. o principios del I a.C., se proyecta una nueva ciudad sobre las ruinas de un asentamiento previo de época ibérica, prácticamente invisible, con paredes disueltas por efecto probablemente de una inundación por desbordamiento del cauce del cercano río Vinalopó (Ferrer 1994 y Ferrer y Blázquez 1999), que ocasiona la descomposición de sus paredes de tapial y adobe después de un siglo en el que el registro arqueológico parece indicar la existencia de un hiato poblacional (Tendero y Ronda 2014c: 223). El diseño de esta nueva ciudad difiere en su orientación respecto a los restos ibéricos precedentes, y marcará la dinámica constructiva durante las siguientes fases e incluso pervivirá dentro del espacio urbano por el mantenimiento de varios edificios que seguirá en uso, tras varias reformas y refacciones, hasta la Antigüedad Tardía. Los datos arqueológicos apuntan a una ocupación de todo el altiplano y a un urbanismo ortogonal, organizado a partir de calles que deben converger hacia una o dos vías centrales de evacuación en dirección S que coincidirían con la vaguada propuesta y con dos 10 Desde 2017 está trabajando en este sector el “Proyecto Damas y Héroes” de la Universidad de Alicante, que dirige en la actualidad el Dr. Alberto Lorrio. Aunque todavía en proceso de estudio, se han hecho visibles varios lienzos de muralla en esta zona perimetral del SE del yacimiento.
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Figura 3: Plano general donde se observa la inscripción de Ilici dentro de una de sus centurias. El primer trazo por la derecha con sentido N-S corresponde a la Via Augusta. Las líneas verdes indican la orientación de las estructuras de la ampliación E de la urbs, coincidentes con la alineación de los ejes centuriados, mientras que con líneas amarillas se han trazado las orientaciones previas de la ciudad (cortesía de E. Vicedo).
posibles espacios de drenaje final: uno centrado en el S y otro hacia el SE. Sobre las ruinas de la ciudad tardorrepublicana, devastada por un notable incendio que se registra en todos los sondeos practicados11, se construye otra
11 La interpretación que actualmente barajamos para comprender estos niveles de incendio asociados, como hemos visto, a un importante conjunto armamentístico que se dispersa por todos los espacios sondeados de la ciudad, nos induce a relacionarlos con los capítulos derivados de las guerras civiles romanas en territorio peninsular y, de forma más concreta, con los enfrentamientos cesariano-pompeyanos de mediados del
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nueva asociada a la promoción jurídica colonial, sin poder precisar por ahora si se trata de la fechada en el 42 a.C. o la del 26 a.C. (Alföldy 2003: 45) que le completó su nombre oficial como Colonia Iulia Ilici Augusta. Tres acontecimientos ineludibles debieron influir en el urbanismo de este momento, aunque del primero de ellos no se tiene a día de hoy constancia siglo I a.C. (Tendero y Ronda 2014c: 227, Tendero 2015: 124, Tendero 2017: 56 y ss., Ronda 2018: 350-352 y Ronda, Tendero y Cañadilla e.p.: 450). La consecuencia indefectible de estos episodios pudo ser el detonante de la implantación de la primera fundación colonial, fechada por G. Alföldy (2003: 38-40) en el año 42 a.C.
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arqueológica: la construcción de un foro, la de una muralla y la parcelación de los terrenos inmediatos a ella. Obviando la primera de estas construcciones, de la que por ahora el registro arqueológico permanece mudo, de la muralla se excavaron dos tramos en el sector 6B adaptados a la topografía, con un diseño en cremallera y separados por una interfaz erosiva de gran calado que la desmontó hasta los cimientos. Respecto a la parcelación territorial, ampliamente fosilizada en el territorio circundante, se proyectó a partir de unos ejes que nada tienen que ver con las orientaciones urbanísticas de la ciudad, quedando el espacio intramoenia inscrito en una de las cuadrículas de la centuria (Olcina 2011: 7, fig. 9). Si bien es cierto que los sondeos practicados en la finca colindante por el E ofrecieron niveles altoimperiales, la escasez de documentación recuperada en esta intervención de salvamento imposibilita conocer el momento concreto en el que la ciudad sobrepasó los límites del altozano y comenzó a ocupar estos terrenos que, de forma escalonada y adaptada a una suave pendiente, la prolongan y rellenan el espacio hasta la cercana Via Augusta y sus necrópolis. No obstante, esta ampliación urbana debió realizarse después de la centuriación del territorio ya que la orientación de las estructuras y viales exhumados en los sondeos están ordenados con la parcelación del ager y no con la antigua ciudad (Fig. 3). Ilici se sumaría así al elenco de ciudades que sufren una ampliación de su pomoerium pero siguiendo unas directrices de alineación urbanística distinta a las anteriores12. Además, otro hecho que refuerza la datación augustea como un ante quem de la expansión de la ciudad, podría derivarse de las necesidades de espacio cívico ante la llegada masiva de colonos a partir de estas últimas décadas del siglo I a.C.13, como así lo demuestra la datación propuesta para la conocida como Tabula de Ilici, posterior a la segunda deductio. Así, desde la Via Agusta, distante de
12 Un ejemplo significativo lo tenemos en Corduba, donde se constata la ampliación de la ciudad hacia el S a partir de unos ejes de orientación diferentes (Carrillo et al. 1999). 13 Los cálculos sobre las dimensiones reales del espacio dedicado a la deductio a partir de los datos epigráficos de la tabula de bronce de Ilici se calcularon en 30 veteranos por cada 10 centurias, a 15 centurias por cuatro regio, el número de veteranos instalados sería alrededor de 900, unas 1,5 cohortes más sus familias (Mayer y Olesti 2001: 129-130).
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L’Alcúdia aproximadamente unos 100 m lineales, y una vez atravesada la puerta principal de acceso a la ciudad que, sin duda, estaría ubicada junto a la Via, comenzaría un urbanismo en suave pendiente ascendente hasta alcanzar el altozano, con un desnivel próximo a los 5 m de altura14. En la relectura de los diarios de excavación de A. Ramos (Ronda 2018), se observa que sobre la interfaz destructiva de la ciudad tardorrepublicana comienzan a ser habituales, sobre todo en algunos sectores como 10A, importantes aportes intencionales de tierra que suelen contener abundantísimos fragmentos de cerámica pintada del estilo ilicitano «…cajones de tiestos en la artesa…» (f. 4r. diario nº 10/1949), mezclados con algunos fragmentos de estatuaria ibérica, formando un sólido estrato compuesto probablemente por la remoción de los niveles tardorrepublicanos y por la amortización de un cercano espacio sacro, necrópolis y/o heroon (Sala 2007: 73) del que aprovechan los fragmentos de esculturas como parte del material de relleno15. Este potente estrato sirvió para la nivelación y asiento tanto de las calles como de algunas de las casas de la nueva ciudad colonial16, por lo que es posible que se estén realizando readaptaciones de cotas generalizadas para mejorar la evacuación de las aguas, tal vez supeditadas a la implantación de un sistema de alcantarillado que, a partir de este momento, circulará por el subsuelo de las principales calles y obligará a suavizar las pendientes urbanas. Hacia el último tercio del siglo I d.n.e., la ciudad inicia una etapa de dinamismo urbanístico. En el 14 Estas referencias están tomadas a partir de las cotas de los sondeos de salvamento realizados en este sector limítrofe por el este con el yacimiento arqueológico. 15 La reutilización de las esculturas ibéricas también como materiales de aparejo en muros o cimentaciones es una tónica generalizada en esta época. 16 «Salen tan fragmentadas las cerámicas y tan dispersos sus trozos en la zona, que pienso si al ser invadido el pueblo, los indígenas destrozaron sus ajuares para que los invasores no se pudieran aprovechar de ellos y además, que al reedificar la ciudad, para nivelar el suelo, acabaron de destruir y esparcir los restos de la escultura anterior, y así lo parece demostrar el hecho de encontrar fragmentos escultóricos y arquitectónicos ibéricos, que sirven luego como materiales de construcción» (nota del diario de excavación de 1949 de A. Ramos, recogido en Ronda 2016: 966).
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Figura 4: Planta general del sector 5D en 1995 según Ramos Fernández y Ramos Molina (Memoria general inédita 19892003. Fondos FLA), sobre el que indicamos: 1. Trazado de la cloaca central; 2. Alcantarillas transversales; 3. Drenajes domésticos; 4. Acera; 5. Drenajes domésticos tardíos; 6. Horno construido en la calle central.
sector 5B, la construcción de un nuevo complejo termal de grandes dimensiones rebasa los límites de la muralla colonial, ampliando el espacio urbano hacia el O. Para tal fin, se proyecta un lienzo de casi 60 m lineales extramuros provisto de contrafuertes simulando torres que cabalga sobre el alzado de la muralla precedente (Tendero y Ronda e.p.: 449). La orientación, tanto del muro exterior como de las estructuras internas del complejo termal, presenta una ligera desviación hacia el O respecto a los ejes constructivos coloniales. Esta misma alineación –
será la empleada para proyectar la fase flavia de la domus 5F, el tramo meridional de la domus 3F y, posiblemente, las estructuras de 6F17. En el estado 17 Esta asociación se realiza a partir del análisis de los croquis de campo, de las fotografías originales y de los planos presentados en publicaciones de A. Ramos sobre sus trabajos arqueológicos en la década de los años 50 del siglo pasado, ya que los restos arqueológicos de 6F fueron cubiertos de nuevo por tierra y hoy no son visibles. En muchos de estos documentos, se toma como referencia un camino que por el este conecta con el paso de la Via Augusta, conocido como Camino al Borrocat o Borrocat respectivamente.
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actual de la investigación, no podemos asegurar si esta corrección en los ejes -que curiosamente se ciñen a la parte septentrional del altozano pero que tampoco siguen las orientaciones de la deductio ni por tanto los de la ampliación oriental de la ciudad-, está sujeta o bien a un proyecto edilicio monumental que afectó a la zona N de la ciudad, o bien es una simple readaptación topográfica o corrección de los trayectos de drenaje, como así ocurre en otras ciudades (Olcina, Guilabert y Tendero e.p.). Estas modificaciones también afectan al sector 5D, donde se localiza una de las calles principales que, con sentido N-S, sirvieron de drenaje y se dotaron de albañales, con una corrección en la orientación de los edificios que la delimitan que forman, en ocasiones, espacios trapezoidales internos. Sin embargo, las calles transversales más importantes que convergen en la central, dotadas también de cloacas, continuaron con la proyección colonial de sus ejes (Fig. 4). En una fecha por ahora imprecisa, pero posterior a estas reformas flavias, el desagüe de la gran natatio de las termas del sector 5B -que conectaba con la alcantarilla de 6B, paralela a la cara interna de la muralla y que gira en su trayecto buscando los ejes principales de evacuación por la vaguada centraldeja de utilizarse18. Para solucionar la limpieza de la natatio, se realizan reformas que modifican el escalón corrido de su base y abren un desagüe lateral, por el ángulo SO, hasta verter extramuros. Esta misma solución se ha documentado en sendas atarjeas que se proyectan sobre el muro occidental, tanto en el S del edificio como en el N. Finalmente, junto al cierre septentrional de las termas de 5B, se constató la salida de una boca de alcantarillado que de nuevo desagua extramuros y que estará en uso hasta el siglo V. Estas son las primeras evidencias arqueológicas que demuestran el empleo del foso al O de la muralla como zona de vertido de aguas, espacio que a partir del siglo II será profusamente empleado también como vertedero de la ciudad19.
18 Es muy probable que estos hechos tengan como punto de inflexión movimientos estructurales, quizás como consecuencia de la deficiente cimentación o de un seísmo -según las líneas de fractura resultantes(Tendero y Ronda e.p.: 456, nota 28), que agrietaron la natatio y parte del pavimento del frigidarium, lo que obligó a reparar con varias refacciones que alteraron las pendientes de evacuación. 19 En las excavaciones practicadas en el sector 6B, los estratos identifica-
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La nueva orientación de la calle del sector 5D -con una ligera inclinación de los vertidos que conducen hacia el SE de la ciudad-, así como las atarjeas y desagües extramuros del O, debieron provocar una serie de reajustes en la topografía que llevaron aparejada la construcción de cloacas adaptadas a los nuevos trazados, e interfaces erosivas y depósitos de rambla en las zonas periféricas por las que, a partir de ahora, discurrían las aguas. Quizás una huella de estos procesos de vertidos post-flavios quedó reflejada en el paisaje que rodea a la colonia, como se observa en el plano geomorfológico del entorno de L’Alcúdia, en el que sendos paleocauces parten desde la zona meridional de la ciudad, uno desde el SE y otro desde el SO (Ferrer y Blázquez 1999: 350, fig. 2). Si bien es cierto que a partir del siglo III muchas ciudades de la zona occidental del Imperio experimentan importantes cambios que en el lenguaje arqueológico se traducen en la reducción de sus áreas de ocupación, en la construcción o reparación de murallas defensivas, en niveles de destrucción por conflicto bélico o incluso en el abandono de los espacios públicos, sobre todo de representación de la civitas (Quevedo 2012: 64-65), en Ilici, por el momento, no se ha podido confirmar ninguno de estos fenómenos (Tendero y Ronda 2014b: 310). Al contrario, el registro muestra la perduración del urbanismo altoimperial así como el mantenimiento de las importaciones; una continuidad con más o menos altibajos que será rápidamente resuelta y enfocada a un siglo IV pujante, donde la ciudad será un fiel reflejo del despegue de un territorio en efervescencia en el que aparecerán numerosas y esplendidas villæ (Tendero y Ronda 2014b: 311 e Ibarra Manzoni 1879) que deben ser interpretadas como consecuencia de su dinamismo urbano (Chavarría 2004 y 2005, Bendala y Abad 2008 y Arce 2006) y del posible incremento de su territorio (Olcina, Guilabert y Tendero e.p., Tendero y Lorenzo 2019 y Guilabert, Ronda y Tendero 2019).
dos como vertedero que se apoyan con fuerte inclinación en el paramento exterior de la muralla augustea, ofrecen una potencia considerable a partir del siglo II. La colmatación definitiva de este espacio deprimido del antiguo foso, arroja unas fechas comprendidas entre el V y el VI (Tendero y Ronda 2014c: 298-302) y, por encima, la interfaz erosiva provocada por el acondicionamiento agrícola de estos terrenos.
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Sin embargo, a partir de finales del siglo IV y esencialmente durante los primeros decenios de la siguiente centuria, las excavaciones más recientes dibujan un cambio radical en este panorama continuista y la quiebra definitiva del modelo clásico. En el frente occidental se abandonan y expolian sus estructuras urbanas, incluyendo el cese de su red de alcantarillado, cuestiones que permiten argumentar un amplio espacio marginal, o en todo caso deshabitado, dentro de los límites del pomoerium, con la transformación de la forma urbis altoimperial durante las décadas iniciales del siglo V. En el estado actual de la investigación, no es posible aseverar si estos hechos derivan en la contracción del espacio intramoenia, pero sí se constata la reducción del área habitada, así como el rápido relleno de las fosas de expolio (Tendero, Ronda y Moreno 2019: 445-446), premisa que podría revelar el mantenimiento de las antiguas murallas como límite de la nueva urbs pero con acciones dirigidas a acondicionar estos espacios deshabitados para futuras actividades. El registro de materiales arqueológicos de las estancias saqueadas en el frente occidental evidencia además la sustracción selectiva de elementos arquitectónicos latericios, e incluso suelos de opus cæmenticium troceados de forma cuadrangular simulando ladrillos (Tendero et al. e.p.), quizás por la necesidad de reparar construcciones aún vigentes en otros puntos de la ciudad más que por un programa generalizado de obras de nueva planta (Tendero, Ronda y Moreno 2019: 445). Estas fechas coinciden en el tiempo con una de las ocultaciones más destacadas de las descubiertas en Ilici, el «tesorillo del orfebre» (Ronda 2016 y 2018: 129-131; Abascal y Alberola 2007: 233 y Tendero, Ronda y Moreno 2019: 446), con el abandono de las villæ y con el fin del Portus Ilicitanus (Sánchez et al. 1989; Márquez 1999; Molina 2005 y Frías y Llidó 2005), procesos similares a otras ciudades tras un largo período de inestabilidad que concluye con la desaparición de las antiguas estructuras políticas romanas. A partir del siglo VI se reactiva la vida en la ciudad que, por otro lado, pudo erigir entonces su complejo episcopal (Lorenzo 2016a y 2016b), por ahora desconocido arqueológicamente. Vuelve a ocuparse parcialmente el frente occidental con la –
readaptación de algunas estancias que aún quedaban en pie y con la construcción de nuevos muros. Recientes excavaciones han puesto de manifiesto la regularización de amplias áreas a partir del aporte de tierras que recrecen los niveles de uso. En casi todos los puntos sondeados o en aquellos pertenecientes a antiguas excavaciones, son comunes los silos que incluso perforan por debajo de los suelos de opus cæmenticium altoimperiales. Por primera vez en la vida de la ciudad, proliferan las fosas o el vertido de desperdicios urbanos en las calles. El alcantarillado ha dejado de funcionar y la presencia de áreas cementeriales ocupa indistintamente sectores otrora residenciales y viales públicos. Las antiguas construcciones romanas continúan en uso, pero perdiendo su esencia a partir de compartimentaciones, pavimentos funcionales, o más austeros, así como refacciones acondicionadas a usos domésticos y artesanales, diluyéndose la segregación entre los ambientes domésticos y productivos. Los elementos arquitectónicos romanos -como sillares, umbrales pétreos, cornisas, capiteles, tambores de columnas- son ahora embutidos en los muros. Algunas de las calles se invaden de construcciones que desdibujan sus trazados. Con el siglo VII, una gran necrópolis urbana se concentra sobre las ruinas de la ciudad -sectores 6 y 7F-. Durante estos siglos, junto a este nuevo urbanismo se detectan solares desiertos, con ruinas expoliadas hasta sus cimientos, así como tramos de la muralla colonial totalmente desmantelados (García Heras et al. 2007: 65-66 y Tendero 2016: 136, nota 41) que conviven en la idiosincrasia y en el paisaje de la civitas tardía.
EJEMPLOS DEL VIARIO Y SU EVOLUCIÓN En datos absolutos, en Ilici conocemos alrededor de diez calles -algunas inéditas por su reciente localización y por tanto al margen de este estudio-, de las cuales solo tres, en el sector 5D (Fig. 4), se dotaron de albañales, aunque son conocidas las conducciones que o bien partiendo de casas particulares o bien asociadas al drenaje de los conjuntos termales de 5B y 7F, debieron converger en otras hasta proyectar una red de evacuación efectiva. Dos de estos 241 –
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viales quedaron soterrados después de su excavación, en 10A y 6F, pero en ambos casos se realizaron sondeos exhaustivos que completaron la secuencia estratigráfica desde los niveles prerromanos hasta la llegada del Islam20. Además, desde los niveles la calle de 4C es la única en la que se practicaron excavaciones con metodología actualizada sobre un pequeño testigo dejado en reserva21. Todas las calles que tratamos en esta síntesis tienen un sentido E-O y presentan sus ejes siguiendo la orientación colonial, excepto la calle central de 5D que, con sentido N-S, reajusta su trazado a partir de la fase flavia como vimos líneas arriba. Esta última vía es la única de las conocidas hasta ahora con una anchura de 7 m. El resto oscila, dependiendo de las fases, entre los 2,70 m y los 3,30 m e incluso algunas terminarán convertidas en callejones sin salida, por lo que se observa una clara jerarquización del trazado viario de la ciudad (Kaiser 2011: 52 y Romaní 2012: 34 y 885 ss.). En dos de ellas se localizaron tramos de aceras -en 10A y en la más meridional de las trasversales de 5D (Fig. 4)-, adosas a las fachadas septentrionales de ambas calles y compuestas por grandes bloques pétreos trabados con amasados de arena y cal. En 10A, además, su excavador identifica piedras pasaderas que interpretamos como pertenecientes a la fase colonial, y poyetes laterales o bancos adosados en los niveles tardíos. En cuanto a la secuencia estratigráfica, por debajo de la fase tardorrepublicana se localizaron en 10A diferentes suelos de arcillas gris-verdosas y rojizas o pavimentaciones de cerámicas machacadas -posiblemente vinculados también a una vía-, mientras que en 6F, tres muros construidos con zócalos de piedra y alzados de adobe ocupan el espacio central de su posterior trazado como calle. A partir de la construcción de la ciudad tardorrepublicana, los 20 Con una profundidad en la secuencia de entre 1,75 y 1,80 m para la calle de 10A, y cercana a los 2 m en 6F. 21 Estas excavaciones docentes de la Fundación L'Alcúdia fueron subvencionadas por la Generalitat Valenciana, de 2005-2007, y participaron como codirectores Feliciana Sala y Jesús Moratalla, del Departamento de Prehistoria, Arqueología, Historia Antigua, Filología Griega y Filología Latina de la Universidad de Alicante, a los que agradecemos desde estas líneas su inestimable colaboración.
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nuevos viales evidencian la plasmación de un proyecto urbanístico original. Además de suelos de tierra apisonada, se hace extensivo el uso de guijarros en los niveles de circulación, pavimentos silíceos que junto al incremento de tierras aportadas para su cimentación podrían reflejar correcciones en la nivelación y su idoneidad para facilitar la evacuación de las aguas pluviales o domésticas superficiales, reflejo de un programa urbanístico y de saneamiento planificado. Después de la promoción colonial de la ciudad, suele ser común la localización de un potente estrato compuesto por gravas y arenas que contiene abundantes piedras de mayor volumen, entre las que se distinguen en algunos sectores, como 10A, numerosos fragmentos escultóricos ibéricos o, como en 4C, fosas rellenas de estos mismos materiales. Si bien es cierto que según la normativa romana el vertido de desperdicios intramoenia estaba penado, es muy probable que estemos ante un caso similar al bien conocido del foro de Ampurias (Carreras 2011 y Rodríguez 2011), donde sobre un solar planeado y dejado en reserva para la posterior construcción forense se realizaron en su primera fase silos provisionales que finalmente fueron amortizados por vertidos. Por todo ello, es posible que la planificación de la vía de 4C y de los solarii colindantes estuviesen diseñados (Camacho de los Ríos 2011), aunque el urbanismo se completase en diferentes etapas constructivas (Olcina, Guilabert y Tendero e.p.). Este enorme paquete estratigráfico, en algunos puntos superior a los 40 cm de potencia, forma parte de la planificación colonial para reajustar las pendientes después de la introducción en las arterias principales de evacuación del alcantarillado, lo que obliga, como se trató más arriba, a suavizar las pendientes y a acondicionar, a partir del uso de empedrados, el drenaje de otras: «…recogimos varios fragmentos de tierra con evidentes señales de haber discurrido el agua sobre ellos [se refiere a los fragmentos de esculturas]… lo que parece indicar que corrían las aguas de lluvias por aquel lugar» (Ramos 1956: 105). En diferentes escritos, A. Ramos identificará este empedrado como el preparado del suelo superpuesto e incluso como «piedras pasaderas» de la calle (f. 16r. relato Autobiografía en Ronda 2018: 166, nota 266). Estas calles enlosadas debieron estar en uso durante bastante tiempo, hasta que ya adentrada la fase altoimperial se realizan 242 –
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los primeros arreglos de cierta envergadura a partir de suelos heterogéneos compuestos por gravas mezcladas con arenas y fragmentos cerámicos que corrigen los desperfectos de los empedrados anteriores y los obliteran por completo. Es ahora cuando se modifica la orientación de los ejes de la vía N-S de 5D, empresa que debió conllevar la readaptación de su alcantarillado -de una anchura cercana a los 2 m-. A partir de estas fechas comienzan a incrementarse los niveles de circulación de las calles por las continuas refacciones y aportes para reparar desperfectos ocasionados por el uso y las escorrentías, acciones que tendrán su reflejo en la modificación de los accesos a las casas limítrofes, en la construcción de bancos corridos o en aceras que, en definitiva, provocan el estrechamiento paulatino de los viales. A partir del siglo V proliferan los primeros expolios en la fachada que la delimita por el S la calle de 4C, acciones que se enmarcan en un proceso generalizado en el que este sector de la ciudad pasa a ser un espacio deshabitado donde, sin embargo, la calle se sigue utilizando como zona de paso. Con el VI, este espacio marginal se reactiva. En los registros de las calles se localizan vertidos de escombros y basuras urbanas que regularizan el firme y sobre el que se practican las primeras fosas rellenas de desechos domésticos. La red de alcantarillado ha dejado ya de funcionar. En otros sectores, como 10A, los viales son invadidos por enterramientos (González-Villaescusa 2001 y Lorenzo de San Román 2007) que utilizan esta superficie como nivel de tránsito y sobre la que se practican las interfaces negativas de las fosas mortuorias. La vida de las calles continúa en las fases posteriores, con suelos poco cuidados y compuestos fundamentalmente por tierra apisonada y gravillas, contemporáneos en los sectores 6F y 7F a una gran necrópolis del siglo VII que invade la vía y reutiliza las ruinas de las antiguas construcciones romanas como parte del área cementerial22, o a las nuevas construcciones de los siglos VII y VIII localizadas en la manzana S de la calle de 4C, donde se sigue respetando el trazado original de esta arteria y a la que incluso se evacúan líquidos domésti-
22 En total se documentaron veinte enterramientos, según los croquis de los diarios de excavación de 1952-1954 (Lorenzo 2016: 264, fig. II.41 y Ronda 2018: 218 y ss.).
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cos a partir de tuberías plúmbeas23. En el sector 5D, conviven manzanas habitadas con otras ruinosas o expoliadas, y donde se construyó en el siglo VII un horno que invade parte de la vía principal, prueba palpable de la modificación del concepto urbano original y claro ejemplo de la ocupación de las calles para el desarrollo de actividades artesanales, lo que implica un proceso de privatización de los espacios públicos (Fig. 4). Los últimos niveles documentados en las calles alcanzan el siglo IX. En los sectores 10A y 4C, se localizaron sendos enterramientos en decúbito lateral, muy alterados por las acciones agrícolas, el primero de ellos junto a los restos de un murete de arcilla (Ronda: 2018, 147). Quizás este hecho redunda en la perduración de algunos de los viales que ahora, desarticulada la ciudad tardoantigua tras la conquista islámica, se utilizarán como caminos de paso, zonas de tránsito para favorecer la evacuación de los expolios o espacios marginales donde sepultar a los muertos.
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23 Tuberías idénticas a las exhumadas por A. Ramos en la década de los 60 en la manzana al N de esta calle.
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Q A R T H A D A Š T/ C A R T H A G O N O VA : C O N T I N U I D A D Y RUPTURA DEL VIARIO URBANO ENTRE LOS SIGLOS III A.C. Y VII D.C.* María Victoria García-Aboal Universidad de Murcia mvga2@um.es
José Miguel Noguera Celdrán Universidad de Murcia noguera@um.es
Juan Antonio Antolinos Marín
Universidad de Murcia. Institut Català d'Arqueologia Clàssica antolino@um.es
María José Madrid Balanza
Parque Arqueológico del Molinete, Cartagena mariajosemadridbalanza@gmail.com
Resumen
Abstract
En la colonia romana de Carthago Nova, la trama viaria implantada tras la fundación bárquida perduró, al menos parcialmente, hasta la segunda mitad del siglo I a.C., momento en que fue dotada de nuevas calles con pavimentos pétreos y complejos sistemas de alcantarillado en el marco de una nueva planificación urbana desarrollada a finales de dicha centuria y durante el siglo I d.C. A partir del siglo II buena parte del callejero fue abandonado, en consonancia con la crisis que experimentó la ciudad. Sin embargo, recientes hallazgos evidencian en algunas zonas el mantenimiento y continuidad de uso de algunas calles hasta finales del siglo III. El renacer urbano del siglo V tuvo efectos desiguales en el viario altoimperial, dándose el mantenimiento (incluso monumentalización) de algunas calles con episodios de privatización de otras. La conquista bizantina de la ciudad en la segunda mitad del siglo VI supuso un cambio más acentuado en la retícula urbana, caracterizada por un trazado más irregular y sinuoso.
In the Roman colony of Carthago Nova, the road network established after the barque foundation lasted, at least partially, until the second half of the 1st century B.C., when it was provided with new streets with stone pavements and complex sewage systems as part of a new urban planning developed at the end of that century and during the 1st century A.D. From the 2nd century onwards, a large part of the street layout was abandoned, in line with the acute crisis experienced by the city. However, recent findings show that in some areas some streets were maintained and used until the end of the 3rd century. The urban revival of the 5th century had unequal effects on the upper-imperial road network, with the maintenance (even monumentalisation) of some streets surviving with episodes of privatisation of others. The Byzantine conquest of the city in the second half of the 6th century brought about a more accentuated change in the urban grid, characterised by a more irregular and sinuous layout.
Palabras clave
Key words
Alto Imperio, Antingüedad Tardía, Spania bizantina calles, cloacas viae terrarie, privatización.
High Empire, Late Antiquity, Byzantine Spania, streets, sewers, viae terrarie, privatization.
* Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación HAR2015-64386-C4-2-P, MINECO/FEDER, UE.
Q A RT H A D A Š T / C A RT H A G O N O VA : C O N T I N U I D A D Y R U P T U R A D E L V I A R I O U R B A N O. . .
E
l carácter resiliente de la ciudad de Qart Hadašt/Carthago Nova1 se observa en diversos elementos que se perpetuaron de manera indefinida, o bien con altibajos, entre finales del siglo III a.C. y el siglo VII d.C. Uno de estos elementos significativos es el callejero de la ciudad que, aunque experimentó cambios y transformaciones de trazado y orientación -por ejemplo, en el sector oriental en el tránsito del periodo romano republicano al altoimperial-, en algunas zonas y calles concretas se fosilizó y perpetuó durante más de ocho siglos, naturalmente con cambios estructurales y morfológicos emanados de la idiosincrasia de cada época. El registro arqueológico constatado en la ciudad en los últimos cuarenta años ofrece una nutrida información al respecto. Las investigaciones en el Parque Arqueológico del Molinete (en adelante Molinete) han permitido documentar nuevos datos sobre el trazado y evolución del callejero en esta zona de la ciudad en un lapso que abarca toda la Antigüedad. Estos datos son los que se van a presentar en el presente trabajo y aunque debemos ser cautelosos a la hora de extrapolar los datos obtenidos en un área concreta de la ciudad al resto, es cierto que aquellos evidencian ciertas dinámicas que ahora comenzamos a entender de forma diacrónica.
FINES SIGLO III A.C. EL DISEÑO DE LA CIUDAD PÚNICA Y SUS PRIMEROS EJES VIARIOS La Historia de Polibio refiere la planificación y concreción de la forma urbana de la Qart Hadašt púnica2, fundada por Asdrúbal hacia 229-228 a.C., al modo de una urbe helenística dotada de una intensa actividad económica, adaptada a una orografía desigual del terreno (para la topografía de la ciudad púnico-romana (Mas 1979: 32-47, Ramallo 1989: 1926 y Martínez 2004: 11-30) y equipada de murallas imponentes, una acrópolis (arx Hasdrubalis-Molinete) con el palacio o cuartel general del fundador
1 Sobre la Cartagena antigua: Noguera 2002: 49-87, 2003a, 2003b: 1374, Ramallo 2003: 289-318, 2006: 91-104, Ramallo y Ruiz 2010: 95-110, Ramallo 2011, Soler y Noguera 2011: 1095-1105, Noguera 2012: 121-190, Noguera y Madrid 2014 a y b y Noguera et al. 2016. 2 Sobre la ciudad púnica (Ramallo y Ruiz 2009, Noguera 2013, Noguera y Madrid 2014a: 15-24 y 2014b: 61-67).
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(del que no queda resto alguno), templos y santuarios, un ágora (quizá comercial), calles y viviendas, instalaciones artesanales e industriales con talleres y almacenes, así como infraestructuras hidráulicas, de almacenaje, distribución y drenaje (Polibio, X, 8, 5, Martín y Roldán 1992, Martín 1996, 70, Ramallo 2003: 297-298, Egea 2004: 527-538 y Madrid 2004: 31-40). La magnitud histórica y urbana de la ciudad bárquida adquiere nueva dimensión a la luz de las novedades del registro arqueológico en las tres últimas décadas. Dicho registro proporciona cuantiosa información sobre el programa urbano que conllevó una especialización de espacios y la introducción de nuevas técnicas constructivas, en concreto potentes aparejos en damero, en opus quadratum y opus africanum de tradición centro-mediterránea (Fernández y Antolinos 1999: 249-257 y Antolinos 2003: 119-124, 142 y 148). Para vertebrar el espacio urbano se construyeron en las laderas de los cerros que delimitaban la península grandes muros de contención y sus correspondientes sistemas de aterrazamientos escalonados -orientados de suroeste a noreste-, ocupados por viviendas, talleres y ejes viarios a distintas cotas (Martín 1995-1996: 205-213, Martín y Roldán 1997: 128 y Noguera 2013: 148-150). El diseño del primer viario urbano de la ciudad corresponde a esta época, y en algunas zonas se tradujo en calles pavimentadas con piedras y guijarros -como la constata en la plaza de San Ginés, 1 (Martín y Roldán 1997: 127-128, Roldán y De Miquel 1999: 60 y Roldán y De Miquel 2002: 267)3-, o bien de tierra batida para facilitar el tránsito de personas y vehículos. A este segundo tipo corresponde un hallazgo producido en 2014 bajo el decumano cesariano-augusteo que delimitó por el norte la insula I del Molinete; se trata de un nivel de tierra apisonada marrón (UE 33868), con esquistos, pequeños cantos rodados en superficie y fragmentos cerámicos (entre otros, de ánforas norteafricanas -Ramón T.7.4.2.1.- y grecoitálicas -Lattara,
3 Se documentó un tramo de calle púnica en dirección este-oeste, de 4,50 m de anchura, con una cloaca en el centro de la misma y delimitada por un muro de aterrazamiento. Sobre la calle se identificó un estrato, inmediatamente anterior (UE 33867), compuesto por tierra compacta y apisonada grisácea y de tono violeta, sin piedras y con bastante cerámica (kalathos, jarra de cerámica ibérica pintada, fragmentos informes de Campaniense A) que podría fecharlo a finales del siglo III o inicios del II a.C., que puede interpretarse como un nivel de arrastre vinculado al nivel de circulación precedente.
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Figura 1: Molinete, Cartagena. Detalle de la calle de tierra orientada este-oeste en la ladera sureste del cerro, construida a finales del siglo III a.C. y con diversos niveles de frecuentación superpuestos durante los siglos II-I a.C. ( fotografía Equipo Molinete).
2001, tipo Bd2-) de finales del siglo III o inicios del II a.C.4 (Fig. 1). Este nivel puede interpretarse como una calle de tierra que vertebraría la parte baja de la ladera sureste de la acrópolis, siendo sus caracteres formales iguales al del mencionado camino documentado en la plaza San Ginés. Como veremos más adelante, su trazado quedó fosilizado, con iguales dimensiones y 4 La excavación de este estrato permitió identificar otro, de caracteres similares (UE 33886), que pudo servir de relleno constructivo al camino anterior y que ha aportado un repertorio cerámico escaso aunque significativo dado que tenemos un borde de ánfora de Campamentos Numantinos (Ramón T.9.1.1.1), junto con fragmentos informes identificados con contenedores procedentes del área del sur de Italia-Sicilia; norte de África, Ibiza y área del Estrecho, lo que sugiere igualmente una datación de finales del siglo III-inicios del II a.C.
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orientación, en la fisonomía urbana hasta época tardoantigua-bizantina, a través de sucesivas calles de fines del siglo II-inicios del I a.C., siglo I d.C. y posteriores reparaciones y reocupaciones.
SIGLOS II-I A.C. URBANISMO Y VIARIO DE LA CIUDAD ROMANO REPUBLICANA: CONTINUIDAD DEL DISEÑO DE LA CIUDAD PÚNICA Tras la conquista de Escipión el Africano, la Qart Hadašt púnica se transformó en la Carthago Nova romana y pudo obtener el status de oppidum sti249 –
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pendiarium (Abascal y Ramallo 1997: 157; recientemente se ha sugerido que ya desde este temprano momento alcanzó el rango de colonia latina; De la Escosura, 2018: 427-462)5. Convertida en campamento y base de operaciones de la flota y los ejércitos romanos en Hispania, sin embargo, la ciudad estuvo al margen de los conflictos bélicos que afectaron otras regiones peninsulares y disfrutó de un período de bonanza económica. El registro arqueológico es parco en datos sobre el urbanismo y la arquitectura de la ciudad bajo el primer dominio romano, dando la sensación de perduración del diseño de la urbe bárquida durante varias generaciones. Esta aparente inactividad se observa, por ejemplo, en el hecho de que en las primeras décadas del siglo II a.C. sobre la mencionada calle de tierra púnica identificada en 2014 en el Molinete solo se constatan deposiciones de varios niveles de uso o reparación (vide supra Fig. 1), lo que sugiere la perduración sin grandes alteraciones del trazado urbano de la ciudad púnica6. Esta situación cambió a finales del siglo II a.C. e inicios del siguiente, momento en que fraguó un primer programa de renovación urbana y de afianzamiento de técnicas constructivas, modas decorativas, órdenes y modelos arquitectónicos romanos, en consonancia con un fenómeno bien conocido en otras ciudades hispanas (Bendala 1990: 25-42 y Bendala y Roldán 1999: 105 ss.). En el diseño y ejecución del proyecto intervino de forma decisiva el evergetismo
5 Para la ciudad romana republicana (Ramallo et al. 2008: 573-604, Noguera 2012: 124-137, Noguera y Madrid 2014a: 24-32 y 2014b: 61-67). 6 El referido nivel de arrastre (UE 33867), de fines del siglo III-inicios del II a.C., fue apisonado para crear otro nivel de suelo (UE 33866) de tierra apisonada y endurecida grisácea, con bastantes fragmentos de cerámica ibérica (urnita, kalathos) junto a barniz negro de Cales y ánforas fenicio-púnicas que prueban su formación a inicios del siglo II a.C. A un momento anterior corresponde otro nivel de uso (UE 33822) compuesto por un estrato de arcilla muy endurecida, de superficie lisa donde, hacia su zona central, se marca una pequeña vaguada o depresión de sección curva que lo recorre longitudinalmente y que pudo actuar como canal de evacuación de las aguas de escorrentía; su excavación ha aportado ánforas republicanas itálicas, lo que unido al resto de datos aportados por la secuencia estratigráfica, sugiere tenerlo como un nivel de calle de inicios del siglo II a.C. Sobre este nivel de circulación se constató otro de abandono (UE 33819), con tierra de textura limosa gris, con carboncillos, en este caso contaminado por varias fosas de época tardoantigua, pues junto a las habituales cerámicas republicanas (barniz negro de Nápoles, ánforas ibicencas del tipo T.8.1.3.1 junto a otras de producción norteafricana T.7.3 y producciones de cocina itálica) había un fragmento de cerámica tosca y una olla de cocina africana.
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privado de itálicos con fuertes intereses en la ciudad (Pena 2009: 9-23 y Díaz 2009: 144, n. 132), que actuaron por mediación de siervos y libertos. El programa aunó elementos púnicos, romanos y helenísticos que fraguaron en una etnicidad urbana caracterizadora entre los siglos II y I a.C. y evidencian el cosmopolitismo de la ciudad. Esta “cultura arquitectónica” y su vocabulario formal identificaba a sus promotores y sus componentes etnoculturales como variantes inherentes a la ciudad. En esta “cultura arquitectónica” se constatan rasgos diferenciadores potenciados por la latencia del sustrato etnocultural púnico originario. Uno de estos rasgos es la persistencia del diseño urbanístico de la ciudad bárquida, basado en la construcción de grandes aterrazamientos que solventaban la difícil orografía natural. Ello se observa de nuevo en los contextos documentados en el Molinete. Por encima de los diferentes niveles de calles de finales del siglo III-inicios del II a.C. hallados bajo el decumano que delimitaba al norte la insula I, se han identificado los restos de otra calle fechable a finales del siglo II o inicios del I a.C. por sus contextos cerámicos asociados (vide supra Fig. 1)7. Sus rellenos constructivos y el nivel de circulación están asociados, por el norte a un potente paramento de sillares de arenisca (UE 33024), con dos hiladas de cimentación conservadas en algunas partes, que sustentaba un posible porticado y servía de contención de la terraza subsiguiente, y por el sur a los restos de un muro, conservado en la parte baja del muro norte del peristilo de las Termas del Puerto, de inicios del siglo I d.C., del que solo queda un sillar de arenisca dispuesto de forma vertical8. La 7 Sobre los niveles de abandono de la calle de tierra de inicios del siglo II a.C., ya mencionada más arriba, se construyó otra calle con sus correspondientes rellenos constructivos. Integraba este nivel de circulación un estrato compacto de tierra apisonada, sin argamasa, con abundantes gravas de calibre pequeño, cantos rodados, muchos fragmentos de cerámica machacada, nódulos de arenisca y esquistos, cuyo contexto cerámico asociado (barniz negro de Nápoles, ánforas púnicas y de producción itálica) se data a finales del siglo II a.C. Este nivel de uso se dispuso sobre dos niveles de relleno, el superior una capa potente de láguena, con pequeños nódulos de arenisca y muy poca arena, de tono grisáceo y oxidado, cuyos materiales cerámicos asociados (Lamb. 36 de barniz negro de Nápoles y ánforas republicanas de producción itálica) datan del siglo II a.C., y el inferior con tierra compacta marrón, de tonalidad rojiza, con esquistos, algunas piedras, carbones, láguenas y sin material cerámico (UE 33818). 8 Sobre el nivel de circulación de la calle se documentaron varios estratos, cuyo contexto material y cerámico muy homogéneo se fecha a
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calle fue construida en paralelo a los grandes muros de contención de las terrazas de la ladera sureste de la acrópolis en el marco del programa urbanizador tardorrepublicano. Esta vertebración del solar urbano inspirada en el precedente púnico marcó el desarrollo posterior de la colonia romana, pues sobre la calle tardorrepublicana (a su vez superpuesta a la púnica) se construyó un decumano con alcantarillado y suelo de losas poligonales.
SEGUNDA MITAD SIGLO I A.C.SIGLO I D.C. EL PROYECTO URBANÍSTICO DE LA COLONIA ROMANA Y EL VIARIO DE ÉPOCA ALTOIMPERIAL La concesión del rango colonial hacia el 54 a.C. (si aceptamos la propuesta de Abascal 2002: 21-44) supuso para Carthago Nova la gestación de un nuevo plan de ordenación urbana que se consolidó a partir de época de Augusto, desarrollándose a lo largo del siglo I d.C.9. Acorde con la categoría jurídica alcanzada, la ciudad fue dotada de grandes espacios, monumentos y edificios públicos de carácter religioso, administrativo, comercial, de ocio y reunión, aunque las primeras obras se centraron en la construcción,
finales del siglo II y en la primera mitad del I a.C., que podrían corresponder a su abandono y colmatación. En concreto, sobre el nivel de uso de la mencionada calle había, al menos, cinco niveles/rellenos con abundante material cerámico: 1) un estrato de tierra compacta gris (UE 33807), tonalidad verdosa, con carboncillos y con repertorio cerámico de barniz negro de Nápoles, Cales y Sicilia; ánforas púnicas y republicanas itálicas (grecoitálicas, Lamb. 2 de producción apula y Dressel 1a), jarras y cerámica común; 2) un relleno (UE 33804), de similares caracteres pero con abundantes gravas, cantos rodados, láguenas, arcillas y mucha cerámica entre la que destacan producciones de barniz negro de Cales y Nápoles (Lamb. 5), ánforas republicanas itálicas (grecoitálicas y apulas [Lamb. 2]), ungüentarios y cerámica de cocina itálica (forma Aguarod 4, Vegas 14); 3) un relleno (UE 33803) de aspecto granuloso y compacto, compuesto por tierra grisácea, sin piedras ni gravas, con material cerámico significativo integrado por barniz negro de Nápoles (Lamb. 31), ánforas fenicio-púnicas y otras de producción itálica (grecoitálicas y Dressel 1a), jarras y morteros; 4) un relleno (UE 33802) de tierra fina y suelta, marrón y de tonalidad grisácea, limosa y con abundante cerámica entre la que figuran fragmentos informes de Barniz negro de Nápoles, ánforas púnicas, republicanas itálicas, grecoitálicas, y ollas de cocina reductora, jarras y material constructivo; 5) un estrato de tierra marrón, limosa, con piedras, láguenas, carbones y fragmentos cerámicos donde destacan Barniz negro de Nápoles (Lamb. 28 y 36), ánforas republicanas itálicas -grecoitálicas, Dressel 1a y producciones apulas (Lamb. 2)-, cerámica común, jarras y cerámicas reutilizadas. 9 Para la ciudad romana altoimperial (Noguera y Madrid 2014a: 32-49).
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consolidación y restauración de sus muri, turres y portae, la reordenación del entramado viario y la zonificación del parcelario, las mejoras de las redes de abastecimiento hídrico, así como en los sistemas de evacuación de las aguas residuales. El proyecto urbanístico de la colonia romana, con una superficie mínima de 51 ha de superficie y unos 3 km de perímetro, quedó sustanciado en dos ejes viarios principales más o menos perpendiculares, cuyos extremos enlazarían con las puertas de la urbs y éstas con las uiae terrestres interurbanas, es decir, la vía Augusta que flanqueaba en buena parte las necrópolis suburbanas (un estudio en profundidad sobre el callejero de la ciudad altoimperial en Antolinos 2009: 59-67). A partir de dichos ejes principales el agrimensor, mensor o gromaticus continuó con sus trabajos mediante el replanteo de una serie de calles que permitía la planificación de las parcelas o insulae y, por consiguiente, la distribución y organización de los distintos espacios y edificios públicos y privados. Este nuevo diseño fue más práctico y funcional que teórico, esencialmente debido a la topografía irregular que configuraban sus cinco colinas, al espacio restringido de expansión urbana -limitatio- al que quedaba sujeto por la península en la que se ubicaba, esto es, de poco más de 800 m de longitud y 700 m de anchura, y porque se trataba de una superficie ya planificada y urbanizada tras la fundación cartaginesa del 229-228 a.C., si bien evolucionada después de la conquista romana. Parece que fue a partir de época cesariana cuando se comenzó a ejecutar esta nueva retícula urbana, dotada de calles con pavimentos de losas poligonales de caliza micrítica10, y dotadas de complejos sistemas de alcantarillado y evacuación de aguas pluviales y residuales. La cronología triunviral y augustea temprana propuesta en ocasiones para estas calles enlosadas puede matizarse gracias a los resultados de excavaciones recientes; así, los materiales del relleno constructivo de una calle hallada en el barrio Universitario sugieren una fecha entre 50 y 30/20 a.C., en coincidencia con otros contextos similares
10 Cabe destacar que no todas las vías de la ciudad fueron construidas con losas poligonales, tal y como sucede en el barrio artesanal hallado en la ladera occidental del Molinete (Egea et al. 2006), donde se ha documentado un decumanus enlosado en cuyo trayecto se disponen algunas calles perpendiculares o angiportus pavimentados con tierra apisonada.
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Figura 2: Molinete, Cartagena. Infografía con sección constructiva del decumanus I al noroeste de la insula I. Sobre sucesivas calles de tierra de época púnica y siglos II-I a.C., se construyó a finales del siglo I a.C. una calle enlosada con alcantarillado (infografía Balawat.com; edición científica J. M. Noguera y M.ª J. Madrid).
caracterizados siempre por la ausencia de TSI (Ramallo et al. 2010: 301). Estas calles con pavimentos de losas poligonales de formato grande y alcantarillados centrales con amplias atarjeas de mampostería y tapaderas de lajas pétreas, en ocasiones están superpuestas y sobre-elevadas con respecto a las púnico-republicanas, reaprovechando parte de estructuras preexistentes o fosilizando espacios desarrollados con anterioridad. Calles de época púnica y romano republicana reaprovechadas en su trazado por los nuevos viales enlosados correspondientes a la transformación urbanística de época augustea se constatan, además de en el Molinete, en otros tra–
mos, como los documentados en la plaza San Ginés 1, o en la calle Serreta. En el primero, a una cota superior se constató un tramo de unos 3 m de anchura superpuesto al púnico, datado en la primera mitad del siglo I d.C., realizado con grandes losas poligonales de caliza y con la misma dirección que el precedente; la calle, que incluía también una cloaca central, quedaba delimitada por una acera construida por medio de un encintado de bloques de arenisca (Martín y Roldán 1997: 127-128). En la calle Serreta 3-7, esquina San Vicente 10-18, se descubrió una calle augustea -construida con grandes losas de calizas- de 2,50 m de anchura que fosilizaba un vial 252 –
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anterior de época republicana -de dimensiones y orientación idénticas (norte-sur) a la superpuesta-, si bien pavimentado con cantos rodados y guijarros de pequeño tamaño, que alternaban con losas de caliza (Fernández, López y Berrocal 2003: 64). Según Ramallo et al. (2008: 581-582), la calle más antigua sería de finales del siglo III a.C. (¿púnica?), aunque con una restauración de época republicana, es decir, el lecho de cantos rodados y guijarros conformaría la primera fase constructiva de la calzada, mientras que la segunda pertenecería a dicha restauración (el añadido de algunas placas de caliza). En efecto, podría ser una calle púnica restaurada en el siglo II a.C., ya que existe una gran similitud constructiva con la hallada en la plaza San Ginés 1; en cualquier caso, destacaría la continuidad del trazado viario y de la parcelación en este sector de la ciudad. Esta misma orientación de las calles y superposición de estructuras ha sido constatada en otros tramos hallados en las calles Duque 2 y Cuatro Santos 40, así como en el decumanus I y kardo I documentados en torno a la insula I del Molinete, dotados de pavimentos de losas poligonales de caliza y con alcantarillados apoyados, a aproximadamente 1 m de profundidad, directamente sobre las calles de tierra batida de época tardorrepublicana (Noguera et al. 2009: 78) (Fig. 2). La cronología de los rellenos constructivos asociados a estas calles está pendiente de la conclusión de los correspondientes inventarios de material cerámico, aunque se sitúa en torno a finales del siglo I a.C.
SIGLOS II-III. AMORTIZACIÓN Y MANTENIMIENTO DEL VIARIO ALTOIMPERIAL. PRIVATIZACIÓN DE ESPACIOS La evolución del viario de Carthago Nova a partir de entrado el siglo I d.C. y el siguiente no ha sido objeto de un estudio específico hasta el momento11. La información disponible, bastante escasa en general, procede en su mayoría de actuaciones de urgencia realizadas en distintos puntos de la ciudad. Actualmente, la excavación de varias calzadas en el
11 Para la ciudad de esta época véase Noguera y Madrid 2014a: 42-49, Quevedo 2015 y Noguera et al. 2017: 151-174).
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Molinete ha permitido recabar nuevos datos sobre las transformaciones acontecidas en los ejes viarios urbanos a lo largo de los siglos12. Los datos obtenidos contribuyen a matizar la hipótesis ampliamente aceptada por la historiografía tradicional, que dibujaba Carthago Nova como una ciudad ruinosa y vacía en torno a mediados del siglo II (Alföldy 2012: 282 y Noguera et al. 2017: 151-174). Aunque esta imagen ha empezado a cambiar en los últimos años, es innegable la existencia de un período de recesión que a partir del último cuarto del siglo II conllevó la reducción del perímetro urbano a la mitad de la extensión que conoció en época altoimperial (Noguera y Madrid 2014a: 43-44 y Quevedo 2015: 320). Parece claro que la red viaria de la parte oriental quedó abandonada al compás del proceso de despoblamiento que experimentaron los edificios situados en este sector (Madrid 2005: 266), iniciado ya desde finales del siglo I d.C. (Fernández, Murcia y García 2005: 143). Estudios más recientes señalan que la vitalidad pudo mantenerse, al menos en la zona más cercana al área habitada hasta inicios del siglo III, como en el caso del cardo oeste junto a la domus de la Fortuna (Quevedo 2015: 217) o en la calle Beatas/Ciprés/San Cristóbal la Corta, donde un nivel de circulación de gravilla fosiliza un antiguo cardo (Murcia 2004: 58). Para la zona occidental de la ciudad, la bibliografía existente sostiene en líneas generales el abandono de las calles en un lapso impreciso entre los siglos II y III, en consonancia con la visión tradicional de su evolución histórica ya comentada13. Pero también se han documentado otras situaciones que muestran un panorama algo más diverso. En determinadas áreas, como el Molinete, parece que tanto edificaciones como vías continúan en uso (Noguera, Abascal
12 Este tema de investigación se encuadra en el marco de la Tesis Doctoral de uno de nosotros (M. V. García-Aboal) titulada “Evolución urbana y resiliencia en Cartagena: pervivencia y cambio de la ciudad entre las épocas altoimperial y altomedieval. El paradigma del Parque Arqueológico del Molinete”; dicho estudio cuenta con el soporte de un contrato predoctoral asociado al proyecto de investigación referido en n. 1. 13 La información procede de breves publicaciones sobre los resultados más inmediatos de intervenciones arqueológicas de urgencia. En su mayoría, los textos aportan escasos datos sobre los hallazgos realizados, sin mucha información sobre la secuencia estratigráfica y los contextos materiales asociados.
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Figura 3: Molinete, Cartagena. Reparación de mortero de cal sobre el área peatonal en el kardo I ( fotografía Equipo Molinete).
y Madrid 2017). En este sector, concretamente en el kardo I, se han identificado una serie de reparaciones que demuestran cierta preocupación por mantener su transitabilidad. Consisten en nivelaciones de la superficie, en ocasiones para regularizar el espacio entre losas que el intenso tránsito y los factores climáticos habían ido desnivelando; otras veces, para rellenar el hueco dejado por la falta de alguna de ellas. Se trata en general de niveles formados por piedras o gravas, nódulos de cal o fragmentos de signinum y también pequeños nódulos de adobe, todo –
ello aglomerado con tierra muy compactada14. Es posible que a finales del siglo I d.C. ya se estuviesen realizando este tipo de intervenciones como apunta la presencia en una de ellas de sigillata gálica y un cuenco Hayes 6. Algo más tarde, ya en el siglo II, puede fecharse otra en la que se ha recuperado
14 Otra característica de estos niveles es la escasez de material arqueológico. En algunos de ellos no se ha recuperado ninguno; en los que sí, suele tratarse de escasos fragmentos de reducido tamaño, cuya identificación resulta en ocasiones complicada.
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una forma Hayes 9A. A un momento más avanzado corresponde una nueva reparación, asociada a la cual se halló un cuenco Hayes 14A que permite datarla a finales del siglo II e inicios del III (Bonifay 2004: 159). Naturaleza muy diferente muestra otra refacción hallada en esta misma calzada elaborada con mortero de cal mezclado con cantos rodados; no ha proporcionado material, por lo que solo se puede deducir que debió llevarse a cabo en un momento indeterminado entre finales del siglo I y el IV (Fig. 3).
143), quizá enmarcada dentro del proceso de desintegración y abandono del área. En la zona occidental, en la calle San Antonio el Pobre 5 un muro se interpone en el decumanus; la cronología se sitúa entre finales del siglo II y principios del III (Florido, Trojan y Sánchez 2007: 138).
En definitiva, estos hallazgos sugieren una preocupación por el mantenimiento del viario público al menos hasta la tercera centuria. Sin embargo, teniendo en cuenta los medios empleados y la localización de buena parte de ellos junto a los umbrales de acceso al Edificio del Atrio resultaría interesante reflexionar acerca de quienes se hicieron cargo de este mantenimiento: si el erario público o los propietarios de los edificios privados15.
Como ya se ha comentado, la falta de mantenimiento y el abandono de las vías de Carthago Nova se ha fechado generalmente entre los siglos II-III, coincidiendo con la conocida recesión que sufre la ciudad. Sin embargo, ciertos datos obtenidos en el Molinete permiten dilatar en el tiempo estos episodios de abandono, especialmente a través del estudio de los niveles de colmatación documentados sobre el decumanus I16. Aunque el primero de los estratos que se deposita sobre la calzada no ha aportado materiales, la unidad estratigráfica que se le superpone sí ha proporcionado un contexto cerámico que permite hacer una aproximación cronológica al proceso de desuso y abandono.
Reparaciones de los niveles de circulación también se conocen en otros puntos del sector occidental de la ciudad. En la calle San Francisco 16-22, sucesivos pavimentos de tierra apisonada sobre el decumanus, cada vez más estrechos pero con huellas de tránsito rodado, muestran la prolongación de su uso hasta el siglo III (Moro y Gómez 2007: 102). Para este periodo, en otras ciudades de Hispania se han documentado fenómenos de ocupación del entramado viario con fines y características diversas. En el caso de Asturica Augusta, el decumanus de la calle Alonso Garrote 7, tras un recrecido con niveles terrarios, fue ocupado a mitad del siglo II por construcciones de carácter endeble (Burón 2006: 295). En Clunia, un balneum privado invade por completo un kardo a mediados del siglo II (García-Entero 2010: 64, nt. 15). En Cartagena también hay algunas evidencias de este fenómeno. Se han atestiguado ejemplos de ocupación por parte de privados en la zona oriental, concretamente en la calle Beatas/Ciprés/San Cristóbal la Corta (Fernández, Murcia y García 2005: 15 Según ciertas disposiciones legales romanas, son los privados lo que deben ocuparse del mantenimiento de las vías urbanas, como por ejemplo en la Lex Iulia municipalis, vv. 20-23 (Ponte 2010: 114).
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FINALES SIGLO III-INICIOS IV. EPISODIOS DE ABANDONO Y FALTA DE MANTENIMIENTO
El material cerámico recuperado17 permite situar el intervalo de formación del estrato entre un momento avanzado del siglo III y el siglo IV d.C., el mismo lapso cronológico que indica el estudio del contexto de obliteración de la cloaca que discurre bajo dicha calle (Noguera y Madrid 2014a: 44, n. 38). Esta cronología, además, coincide con un proceso general de abandono documentado en este área de la ciudad. Para esa fecha, el santuario ubicado en la insula II (García-Aboal y Velasco 2019: 115-121) ya estaría abandonado. Asimismo, en ese momento se produ-
16 Tras una revisión crítica de la documentación de excavación, el estudio de este proceso se ha realizado en el extremo oriental del decumanus I, donde la estratigrafía está más completa y no se encuentra afectada por intrusismos de época moderna. 17 En el cual puede referirse la presencia de las formas Hayes 3C, Hayes 6 y H 9B en TSAA. La cocina africana está representada por los tipos Hayes 23B, Hayes 181 variante B (Bonifay 2004: 213), Hayes 197 y Hayes 196. Entre la cerámica común destaca el tipo africano commune type 23 (Bonifay 2004: 265). En la producción anfórica están presentes las formas hispanas Dressel 23 (Fantuzzi, Mateo, Berni 2017) y Keay 41 (Bernal 1998: 260).
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ce el violento colapso del Edificio del Atrio a causa de un incendio (Noguera et al. 2016). Los hallazgos del Molinete van en línea con la dinámica documentada en Hispania, en la que, grosso modo, el mantenimiento de vías y cloacas se prolongó hasta bien entrado el siglo III (Ruiz Bueno 2018: 147). Sin embargo, para el resto de Carthago Nova los datos conocidos sobre el viario urbano en esta etapa son escasos. En la zona oriental, ahora deshabitada, se han documentado una serie de niveles de tierra compactada que van recreciendo la cota de circulación del decumanus de la calle Don Roque/Ciprés durante los siglos III-IV (Quevedo 2015: 218 ss.) y que ponen de manifiesto la continuidad de la vida en la ciudad. Esta carencia de información concuerda con el escaso conocimiento de la configuración urbana de Carthago Nova entre los siglos III y IV (Soler 2009 y Murcia 2009). La arqueología sugiere que el nombramiento de la ciudad como capital de la provincia Carthaginiensis en tiempos de Diocleciano no parece tener un efecto dinamizador en el núcleo urbano y su territorio hasta bien entrado el siglo IV (Murcia 2010: 146). Aparte del Molinete (Noguera et al. 2019), el único testimonio claro de ocupación doméstica a mediados del siglo III lo constituyen los hallazgos de la calle Cuatro Santos 40 (Quevedo 2015: 162-178). Entre los siglos III y IV se datan los estratos de abandono localizados en el corte C de la calle San Francisco 8 (Bahamonde 2009: 18). Quizá podrían remontarse hasta la cuarta centuria los contextos de la calle Cuatro Santos 17 y calle del Aire 30 (Marín 1998: 226, Andreu y Vidal 2005: 127 y Murcia 2009: 223).
SIGLO V. EL VIARIO DE LA CIUDAD TARDORROMANA: CALLES MONUMENTALIZADAS, PRIVATIZACIONES Y VIAE TERRARIAS El conocimiento del viario de Carthago Spartaria en esta fase es también limitado y presenta un panorama variopinto que combina actuaciones de muy diversa naturaleza: mientras algunas calles se enlosan y monumentalizan, otras serán objeto de importantes procesos de privatización. La heteroge–
neidad de las trasformaciones de la red viaria es una característica que se manifiesta constantemente en todas las ciudades en esta época, dando lugar incluso a diferentes soluciones a lo largo del trazado de una misma vía (Diarte 2012: 297). A los pies de la ladera del Molinete se localiza un destacado ejemplo de reconstrucción y embellecimiento de un eje viario18. En la Plaza de los Tres Reyes, un decumanus del siglo I a.C. se repavimenta en esta fase con una técnica constructiva diferente en la que las lajas poligonales de piedra se sustituyen por material de reutilización compuesto por placas rectangulares de distintas dimensiones (Ramallo 2000: 590); al mismo tiempo se reconstruye la galería porticada que discurría al norte de la calle, también con elementos arquitectónicos reutilizados (Murcia y Madrid 2003: 257 ss.). Un proceso parecido ocurre en la calle Palas 5-7, en la que se traza un nuevo eje viario construido con un enlosado de características similares a las descritas (Antolinos 2009: 66). Este fenómeno convive con procesos de privatización documentados en otros puntos de la ciudad bastante cercanos a este. Así, en la calle del Aire 34-36 se ha constatado una reocupación del espacio viario con estancias de carácter artesanal en los siglos IV-V (Antolinos y Soler 2010: 410-413). En el Molinete se han atestiguado para este momento varios procesos de privatización del entramado viario. En la intersección entre el decumanus I y el kardo I se construyó un edificio que impidió el acceso de tráfico rodado a ambas calles. La construcción supone una importante operación constructiva, ya que se desmontó parte del enlosado de la calzada para encajar sus cimientos. Los rellenos sobre los que se asienta el nuevo edificio han proporcionado unos materiales que permiten fechar su construcción al menos a partir de la mitad del siglo V.19 En el 18 Ejemplos similares se han atestiguado en Corduba y Valentia (Ruiz 2018: 152). 19 Junto a otros materiales de carácter residual, el contexto viene marcado por la presencia de las formas Hayes 61B var 3 tardía y Hayes 61 C en TSAD (Bonifay 2004: 167-171); en cocina africana destaca la presencia de una variante tardía de la tapadera Hayes 195/culinaire 12 (Bonifay 2004: 227); y entre las producciones toscas de cocina de fabricación local, el tipo 2.1 (Láiz y Ruiz 1988: 276-277).
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Figura 4: Molinete, Cartagena. Fase de ocupación del siglo V d.C. A. Planta arqueológica. Se observa la privatización de espacios y la superposición de las calles de esta fase (área rayada) sobre el trazado viario anterior. B. Nivel de circulación sobre el decumanus I, amortizado por el derrumbe del pórtico adyacente. C. Via terraria y estructura de arenisca que se superponen al enlosado del kardo I ( fotografías Equipo Molinete; dibujo J. G. Gómez; edición científica M.ª V. GarcíaAboal).
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kardo II también se han identificado varias estructuras correspondientes a esta fase constructiva que anulan el trazado de la vía; el único tránsito posible sería de carácter peatonal, para proporcionar el acceso a las distintas estancias.
550-625. LA CIUDAD BIZANTINA. “CALLES” NUEVAS, PRIVATIZACIÓN DE ESPACIOS Y RECRECIDO DE NIVELES DE CIRCULACIÓN
Este período coindice con una activa fase de reocupación documentada en el Molinete. En este momento, sobre los niveles de derrumbe del Edificio del Atrio, se construyeron nuevas estructuras que marcan una nueva distribución y uso del espacio. En la insula II, sobre los niveles de amortización de un taller artesanal vidriero-metalúrgico, se levantaron también diversas compartimentaciones (García-Aboal et al. 2016). Esta etapa en torno a mediados del siglo V (Murcia et al. 2005: 6) corresponde con un momento de gran auge en la ciudad (Vizcaíno 2018).
Es en este momento cuando la ciudad va a conocer un verdadero cambio en el planteamiento de sus ejes viarios20. La información conocida se limita a dos áreas concretas donde se observan dinámicas similares.
Pero, además, la secuencia estratigráfica del Molinete ha permitido documentar un fenómeno hasta ahora desconocido para este momento. Junto a la intersección decumanus I/kardo I se ha identificado un nivel de tierra compacta con carboncillos, piedras, esquistos, gravas, pintas de cal y argamasa, que se asocia a las estructuras de esta fase y que viene a constituir un nuevo nivel de circulación sobre el antiguo y abandonado decumanus. En el kardo I se ha localizado un paquete de similares características asociado también a esta etapa. En dicha calle, este nuevo pavimento lleva asociada la construcción de una estructura elaborada con tierra apisonada y cubierta con arenisca triturada que sustituye a la antigua zona peatonal. En este caso, el nivel de circulación se dispone directamente sobre las losas de la calzada y las reparaciones ya señaladas del siglo I y II d.C. La ausencia de estratigrafía entre ambas indica una elección deliberada de sustituir el maltrecho pavimento pétreo por niveles de circulación de tierra. Los posibles beneficios de este cambio se han planteado para el caso de Mérida (Alba 2001: 407-410), ejemplo paradigmático que destaca entre los casos similares documentados en el ámbito peninsular, en su mayoría con una cronología algo anterior, en torno al siglo IV d.C. (Ruiz Bueno 2018: 148-149) (Fig. 4).
El barrio bizantino que se asienta sobre el antiguo teatro romano se construye adaptándose a las construcciones precedentes, pero adquiriendo una fisonomía muy diferente a la anterior, con estructuras que acaban definiendo habitaciones triangulares o trapezoidales. Su disposición urbana, con zonas de paso estrechas e irregulares entre las viviendas parece acercarse más al urbanismo islámico que a la configuración urbana altoimperial (Ramallo y Ruiz 2005: 21-23 y Vizcaíno 2009: 370). Su construcción supone la definitiva privatización de un espacio hasta ahora de uso público, con la construcción de calles de nuevo trazado elaboradas con superficies de tierra. En el Molinete, la información disponible es mucho más fragmentaria debido a las importantes lagunas en el registro causadas por las remociones de época contemporánea. Igualmente, se intuye este urbanismo irregular y sinuoso que va acompañado por un fenómeno casi generalizado de ocupación del espacio de las antiguas calles altoimperiales. Los recorridos de los kardines I y II quedaron desdibujados e invadidos por diversas construcciones. Solo se ha identificado con claridad una zona de tránsito, que se superpone muy parcialmente al antiguo trazado del decumanus I, pero a una cota más elevada (Fig. 5). Ambas dinámicas (la elevación de las cotas de circulación y la privatización de espacios viarios) se han identificado en diversos puntos de la geografía hispana como Valentia o Baelo Claudia (Ruiz 2018: 153-155).
20 Para la ciudad bizantina: Vizcaíno 2009 y 2018: 75-104.
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Figura 5: Molinete, Cartagena. Barrio bizantino. El área de tránsito identificada (zona rayada) se superpone parcialmente con el trazado de la vía altoimperial (color amarillo) (dibujo J. G. Gómez; edición científica M.ª V. García-Aboal).
ALGUNAS OBSERVACIONES PARA EL DEBATE El primer trazado viario de la antigua Cartagena remonta a la fundación de época púnica, y en líneas generales se fosilizó en diversos puntos de la ciudad durante un amplio periodo de varias centurias. Un claro ejemplo de esta dinámica se observa en la continuidad de uso de dicho viario tras el momento de la conquista romana, así como en la reutilización de muros de contención que conforman superficies aterrazadas y delimitan tramos de calles que son amortizadas y restauradas en época romana tardorrepublicana. Con posterioridad, a estas calles se les superpusieron a su vez -en algunas ocasiones- los nuevos viarios enlosados con calizas micríticas correspondientes a la profunda transformación urbanística de época cesariano-augustea, tal y como se documenta en los tramos hallados en la plaza San Ginés o en la calle Serreta. Este fenómeno se advierte en toda su magnitud e intensidad en el área del Molinete, en el viario que delimita las insulae I y II de edad augustea, que a su vez experimentó proce–
sos de reutilización entre los siglos II y V d.C., lo que permite esbozar algunas consideraciones al respecto de su perduración en el tiempo. A grandes rasgos, la trama viaria altoimperial se mantuvo, aunque con algunas modificaciones, hasta el siglo V. La crisis que sufrió Carthago Nova en el siglo II implicó una dualidad urbana en diferentes zonas de la ciudad. A partir de finales de dicha centuria el área oriental quedó casi abandonada. En el núcleo habitado de la zona occidental más cercana al puerto, parece -a falta de una profunda revisión de los datos, aún pendiente de realizar- que parte de las calles también experimentó procesos de degradación en este momento. Frente a ello, en áreas centrales que ahora comenzamos a conocer en extensión, como el barrio desarrollado al pie de la antigua acrópolis (el actual Molinete), se observa una continuidad de uso del callejero sin solución de continuidad durante los siglos III y IV. Cambios de mayor profundidad y calado se constatan en el siglo V, puestos de manifiesto a través de 259 –
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una serie de actuaciones destinadas a revitalizar algunos ejes viarios y a anular totalmente otros. Aunque diferente en muchos aspectos, el urbanismo de este momento mantiene en líneas generales la orientación de las estructuras precedentes y cierto grado de ortogonalidad en la retícula viaria. Es posible, por tanto, que tales actuaciones correspondan con un plan organizado y cuidado donde las soluciones se adoptaran dependiendo de la funcionalidad y representatividad de los espacios. Así pues, el siglo V supuso para Carthago Nova la activación de un nuevo trazado o planificación urbana, acorde con el momento de esplendor que atravesaba en connivencia con su capitalidad de la provincia Carthaginiensis. Una metamorfosis verdaderamente significativa aconteció a partir del periodo de dominación bizantina (segunda mitad del siglo VI-primer cuarto del VII), momento en que se implantó un entramado urbano mucho más sinuoso e irregular, que amortizó y ya apenas continuó teniendo vínculo con el precedente callejero romano altoimperial. Esta profunda transformación, que diluyó drásticamente el anterior trazado, dejó su huella en tiempos posteriores. Así, el diseño de la ciudad del siglo XX (y en particular en cuanto concierne al barrio desarrollado en el cerro del Molinete y su entorno inmediato), heredero en buena medida del urbanismo de los siglos XVIII y XIX, no parece mostrar pervivencia alguna de la retícula viaria de la urbe antigua púnico-romana.
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ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO AL ENTRAMADO V I A R I O TA R D OA N T I G U O D E LU C U S AU G U S T I (LUGO) Enrique González Fernández Ayuntamiento de Lugo enrique.gonzalez@lugo.gal
RESUMEN
Abstract
La ciudad de Lucus Augusti conocerá, durante los tres primeros siglos de su existencia, un próspero y amplio desarrollo con la implantación de una trama urbana que parece responder a un trazado ortogonal, aunque este non se aplicará de forma rígida. La construcción de un recinto defensivo a finales del siglo III introducirá importantes cambios en la fisonomía de la ciudad, derivados de la nueva traza impuesta por la muralla. Las consecuencias urbanísticas más inmediatas de dicha transformación se aprecian en su callejero, debido a la alteración del perímetro urbano, con el recrecimiento de los niveles de circulación y la privatización de los margines, reformas en las estructuras de saneamiento, por no olvidar la ocupación de los espacios públicos. En el transcurso de la sexta centuria, la ciudad experimenta una paulatina desarticulación del entramado viario.
The city of Lucus Augusti will know, during the first three centuries of its existence, a prosperous and broad development with the implantation of an urban plot that seems to respond to an orthogonal layout, although this will not be applied rigidly. The construction of a defensive enclosure at the end of the 3rd century. will introduce important changes in the physiognomy of the city, derived from the new trace imposed by the wall. The most immediate urban consequences of this transformation can be seen in the street, due to the alteration of the urban perimeter, with the increase in circulation levels and the privatization of the margines, reforms in sanitation structures, not to forget the occupation of public spaces. During the sixth century, the city experiences a gradual dismantling of the road network.
Palabras clave
Key words
Lucus Augusti, Antigüedad Tardía, Muralla, Callejero, Transformación.
Lucus Augusti, Late Antiquity, Roman wall, Street plan, Transformation.
A L G U N A S C O N S I D E R A C I O N E S E N T O R N O A L E N T R A M A D O V I A R I O TA R D O A N T I G U O D E L U C U S A U G U S T I ( L U G O )
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l objetivo de nuestro trabajo es realizar, a modo de síntesis, un análisis actualizado de los procesos de transformación que experimenta la ciudad de Lucus Augusti durante el período de la Antigüedad Tardía, y que vienen determinados por un hecho que marcará el devenir histórico de la ciudad en los siglos venideros: la construcción de una imponente muralla a finales del siglo III. Centraremos nuestra atención en los cambios urbanísticos que introduce la construcción de este regio bastión defensivo, a través de las transformaciones experimentadas principalmente en su callejero y en la infraestructura asociada. Dichos cambios nos permiten advertir la existencia de una ciudad viva, que mantendrá una importante pujanza económica a lo largo del siglo IV-V, pero que en el transcurso de la sexta centuria experimenta una paulatina desarticulación de la trama urbana. Para ello deberemos de establecer necesariamente un marco de referencia que nos ayude a comprender estas dinámicas de transformación, para lo cual resulta necesario conocer la situación anterior de la ciudad a la construcción de la muralla. Conocemos bastante bien la evolución urbanística de la ciudad altoimperial, gracias a los numerosos vestigios conservados de esta etapa que hemos podido estudiar debido al avance de la arqueología urbana en Lugo durante los últimos treinta años. No ocurre lo mismo con su etapa tardoantigua, ya que el conocimiento que tenemos sobre la misma es parco en resultados, sobre todo en lo que a vestigios estructurales se refiere, siendo los materiales característicos de esta época los que suplen en parte esta falta de información.
LA CIUDAD ALTOIMPERIAL, COMO MARCO DE REFERENCIA (SIGLOS I-III D.C.) La condición de ciudad abierta de la que disfrutó Lucus Augusti durante los tres primeros siglos de su existencia, le permitió un próspero y amplio desarrollo a lo largo del espolón casi aplanado, al que delimitan los cursos confluentes de los ríos Miño y Rato, sobre el que se fundó la ciudad entre los años 15-13 de la mano del legado imperial Paulo Fabio Máximo (Rodríguez y Carreño 1992: 245-389), como parte de un amplio y bien pensado proyecto de urbanización, que el emperador –
Augusto puso en marcha tras la finalización de las guerras cántabro-astures. La embrionaria ciudad de Lucus Augusti del siglo I de la era fue evolucionando en los siglos siguientes hasta convertirse en una urbe importante, siendo un epicentro de referencia para la administración romana del Alto Imperio, ya que la ciudad, en sí misma, puede ser considerada, según las épocas y las exigencias administrativas, como una simple fundación urbana municipal, como capital del convento jurídico, como centro financiero del extremo noroeste y, episódicamente, incluso como posible capital de la efímera provincia de Hispania Superior Gallaecia en la primera mitad del siglo III (Rodríguez Colmenero 2011: 61). De su etapa altoimperial conocemos bien algunos de los elementos que definen el urbanismo de Lucus Augusti1. La ciudad ofrece una urbanística bien planificada, pero adaptada, aparentemente de un modo casi intuitivo, a la naturaleza del terreno que la acoge, marcado por una plataforma suavemente descendiente hacia el SO. La implantación de su trama viaria, parece responder a un trazado ortogonal, aunque este no se aplicará de una forma rígida, ya que se verá determinado por las especiales condiciones de su emplazamiento. Dicho trazado se verá condicionado por la creación, probablemente ya desde época augustea de un área foral de notable extensión (aproximadamente 20.776 m2) en la cual faltan por descubrir los edificios más emblemáticos (templo, curia…) (Carreño 2017: 437-465). El foro se sitúa en la zona topográfica más elevada de la ciudad, aunque desplazado de su centro geográfico. Del mismo partirán los dos ejes viarios principales, el kardo maximus (N-S), cuyo decurso parece coincidir en parte con la actual calle de la Reina, y el decumanus maximus (E-O) que, partiendo del interior del foro, recorre longitudinalmente hacia poniente la suave pendiente sobre la que se desarrolla gran parte de la urbe. Gracias a la intensa labor arqueológica realizada en la ciudad en las últimas décadas, se han podido exhumar 1 Sobre el urbanismo de Lucus Augusti y algunos de los aspectos generales relacionados con el mismo, véase: AA.VV. 1995, Carreño y Rodríguez Colmenero 1991, Carreño y Rodríguez Colmenero 2012, Carreño y González Fernández 2006, González Fernández 1997, González Fernández y Carreño 1999, Rodríguez Colmenero 1996, Rodríguez Colmenero 2011, Rodríguez Colmenero y Carreño 1999.
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Figura 1: Topografía urbana de Lucus Augusti, con indicación de los principales elementos de su etapa tardoantigua (planimetría Servicio Municipal de Arqueología).
cerca de una veintena de retazos viarios, bien conservados, cuya excavación nos ha permitido conocer mejor su traza y composición. Son calles con o sin pórticos, bien pavimentadas y adaptadas a la topografía de la ciudad: kardines, que se disponen en un plano horizontal, y decumani, adaptados a las pendientes. En el transcurso de los siglos I d.C. al III, Lucus Augusti cuenta con calles espaciosas, las más de las veces porticadas y sólidamente pavimentadas, si bien las calles trazadas en la etapa augustea no fueron empedradas de inmediato. –
Las principales vías, como el kardo y decumanus maximus (que hemos podido documentar en gran parte de su recorrido), se dotan de espacios porticados a ambos lados de la calzada, subrayando la importancia de las mismas.2 Las calzadas ofrecen un ancho de entre 4 y 8 metros (aunque, como veremos, no se mantiene inalterable a lo largo del tiempo), firmemente pavimentadas mediante pequeñas cuarcitas o cantos 2 Los pórticos que flanquean las vías se muestran con toda claridad, gracias a la conservación de las bases de columna in situ.
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rodados, la glarea vitrubiana. Las zonas porticadas3, pavimentadas de tierra batida, presentan un ancho de entre 3 y 4 metros, contando con los canales que, a ambos lados de la calzada, discurren en superficie a lo largo de la vía, actuando como colectores principales o sumideros, recogiendo los sobrantes de agua4. Con ello se da respuesta a las demandas derivadas del creciente proceso urbanizador, ya que la ciudad cuenta también con un importante sistema de abastecimiento de agua, mediante la construcción de un acueducto, con la captación de los manantiales acuíferos que se hallan a unos dos kilómetros al norte de la ciudad.
DE CIUDAD ABIERTA A CIUDAD AMURALLADA (SIGLOS IV-VI) En las postrimerías del siglo III, Lucus Augusti, la otrora espléndida y abierta ciudad, a la sazón, la más importante estratégicamente hablando, del Finisterre ibérico, devendrá en una ciudad fortificada y cerrada sobre sí misma, motivada por los profundos y trascendentales cambios que se están a producir en el Imperio en estas convulsas datas, en un ambiente general de inseguridad. La construcción de una robusta y monumental muralla de poco más de dos kilómetros de perímetro, introducirá importantes cambios en la fisonomía de la ciudad derivados de la nueva traza impuesta por este bastión defensivo. Su planta, de forma curva, ligeramente rectangular, con esquinas redondeadas, obedece a la necesidad de adaptarse a la topografía del lugar (Fig. 1). La ciudad altoimperial se había ido extendiendo por el aplanado espinazo que delimitaban a oriente y poniente, las vertientes contrapuestas de los ríos Miño y Rato, laderas ambas a las que correspondían los más acentuados declives, resultando, por ello, más factible ar-
3 La creación de un espacio específicamente peatonal para la seguridad y comodidad de los transeúntes y con pórticos para resguardarse de la lluvia, es un proyecto exclusivo del urbanismo flavio, etapa en la que la ciudad conocerá un ambicioso programa de renovación y expansión urbana. Al mismo tiempo asistimos a un notable recrecimiento de las calzadas, con pavimentos perfectamente estratificados, ajustándose a la norma clásica vitrubiana (rudus, nucleus y statumen). Así pues, al igual que ocurre en otras muchas ciudades, el fenómeno de recrecimiento de pavimentos no es exclusivo de la etapa tardoantigua, sino que se manifiesta en fechas cada vez más tempranas. 4 Los canales laterales poseen un ancho de unos 0,50 m y una altura de entre 0,80 y 1 m.
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ticular la defensa de estos dos costados de la urbe. La defensa de la muralla se completaba con 85 torres de planta semicircular dispuestas a corta distancia unas de otras y la excavación de un potente foso de hasta 24 metros de ancho por 4 de profundidad, como el descubierto en diferentes solares de la Ronda Este. Su construcción se concibe como un auténtico proyecto de ingeniería militar rigurosamente planificado, tanto en lo que atañe a su trazado como en lo referente a las técnicas constructivas y a los diferentes elementos que conforman su estructura, convirtiéndose en un auténtico paradigma de los recintos defensivos urbanos de época romana, marcando la imagen de la ciudad en el futuro (AA.VV. 2004). Estas exigencias de orden topográfico suponen una sensible modificación del urbanismo anterior ya que, bien por razones de índole constructiva o por la prioridad dada a su edificación sobre cualquier otra necesidad que tuviese la ciudad, algunos quedaron cortados en su decurso5, dejando de lado amplias zonas edificadas en el sector SO de la urbe (cuyas condiciones topográficas hacían difícil articular su defensa) y ganando, por el contrario, una estrecha franja situada a septentrión, incluida en el antiguo suburbium, cuyas condiciones defensivas resultaban más favorables, dado que los declives topográficos no resultaban tan acentuados. En ese contexto, zonas que durante el Alto Imperio eran necrópolis y ámbitos dedicados a la actividad industrial, sobre todo alfarera6, se convirtieron en áreas habitadas tras la construcción de la muralla y, por el contrario, las zonas abandonadas del ámbito suroeste pasaron a ser lugar de enterramiento en algunos de sus sectores.
5 Tal y como se puede comprobar en la denominada Domus del Mitreo, donde la muralla destruyó una gran parte de la casa a la cual se hallaba vinculada el Mitreo, aunque este permanecerá en activo hasta el 350 (Rodríguez Cao 2011: 20-31). Como aconteció con otros edificios de este sector, los materiales de demolición serán aprovechados para la construcción de la gran cerca que se estaba a proyectar. 6 En toda la banda norte de la ciudad, se constituye un amplio suburbium, donde se ubicarán toda una serie de talleres alfareros, junto a los ámbitos funerarios, dedicados a la producción de una característica cerámica común (de engobe rojo), que hará de Lucus un importante centro productor y redistribuidor, desde inicios de la segunda centuria hasta los lustros centrales de la quinta, que generan la principal actividad económica de la ciudad (Alcorta, Bartolomé y Folgueira 2015: 77-78).
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Figura 2: Alteraciones en el viario urbano como consecuencia de la construcción de la muralla: intra moenia (Carril das Estantiguas) y extra moenia (Recatelo) (planimetrías Servicio Municipal de Arqueología).
Así pues, como resultado de este proceso de fortificación, el siglo IV se postula como un período de importantes cambios para la ciudad. La integración de los nuevos espacios se adapta, de forma genérica, al esquema altoimperial, pero sin que por eso dejen de producirse algunas variaciones en el mismo. Las consecuencias urbanísticas y topográficas más inmediatas de dicha transformación se aprecian en el viario, debido a la alteración del perímetro urbano, y en la circulación, con el recrecimiento de los niveles y la privatización o anulación de los espacios porticados, así como en las infraestructuras a ellos asociadas, como es el caso de los sistemas de saneamiento y gestión de los residuos, por no olvidar la ocupación de los espacios públicos. Expondremos a continuación, algunos de estos cambios significativos en el callejero urbano, aunque sin entrar en un análisis detallado de los mismos, y sobre los cuales convendrá seguir profundizando, en la medida en que la investigación lo permita.
VARIACIONES EN EL VIARIO URBANO Las variaciones que se producen en el viario urbano, como consecuencia de la construcción de la muralla y la consiguiente traslación del espacio urbano, son el resultado de un proceso de destrucción, abando–
no y reocupación del espacio con una nueva función, bien como ámbitos de habitación, cuando se trata de espacios intramuros, bien como necrópolis, en el caso de las zonas extra moenia. Aunque persisten los principales ejes, una importante parte del callejero urbano sufrirá inevitables alteraciones, ya que la muralla constituirá una importante barrera física a la circulación, originando el cierre de algunas calles, que de este modo pierden su funcionalidad viaria (Fig. 2). El abandono de los antiguos espacios habitacionales al SO de la urbe, a partir de la cuarta centuria, con la consecuente amortización de los ejes viarios y las estructuras domésticas a ellos asociadas (como se ha podido comprobar en las excavaciones realizadas extramuros en el barrio de Recatelo, afectando a un conjunto de insulae articuladas en torno a varios ejes viarios) (Pereira 2004), genera un nuevo suburbium, cuyos espacios libres son ahora ocupados por los enterramientos que comienzan a establecerse próximos a las murallas, aunque se perpetua, en algún caso, el uso funerario de las antiguas necrópolis altoimperiales. De igual modo, la integración intramuros de nuevos espacios al NNO de la ciudad, tendrá también importantes repercusiones a nivel de la estructura interna, como es posible testimoniar en las excavaciones de Carril das Estantigas, donde la salida de 269 –
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Figura 3: Superposición de los pavimentos de calzada correspondientes a la fase flavia (canto grueso con summa crustae) y tardoantigua, documentados en el kardo maximus ( fotografía E. González Fernández).
la via per loca maritima cara a Brigantium, flanqueada por una necrópolis de incineración en este sector, quedaría anulada por la construcción de la muralla, mientras que se conservaría la vía que discurre más al oeste, ya que siguió siendo necesaria para articular los accesos desde el norte a través de la nueva puerta abierta en la muralla (Porta Nova). De este modo, el nuevo espacio generado será ocupado por ámbitos de habitación o reservado al funcionamiento del sistema defensivo (intervallum), pasando de este modo a constituir una nueva zona de circulación interior.
RECRECIMIENTO DE LOS NIVELES DE CIRCULACIÓN Con la construcción del nuevo recinto amurallado, se produce un recrecido, no solo de los espacios situados a pie de muralla,7 sino también en los niveles de circula-
7 Se manifiesta de forma especial en las zonas al SSE de la urbe, coincidente con las partes más bajas de la ciudad, donde los rellenos pueden
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ción de las calles, fenómeno este que, como ya sabemos, es característico de la etapa tardoantigua (Ruiz Bueno 2018: 48). No obstante, dicho recrecimiento no es tan ostensible en las calles, donde la repavimentación implica una sobrelevación de unos 20/30 cm, mucho menos manifiesta si la comparamos con el aumento que experimentaron los viales durante la etapa flavia, con algo más de 50 cm8 (vid. supra). Este hecho es extensible a todo el callejero urbano9 y se documenta de forma fehaciente en los tramos excavados del kardo maximus, en los aledaños del alcanzar algo más de tres metros, como ocurre en el espacio ocupado por la Domus del Mitreo, donde se utilizaron los escombros del propio derrumbe de la casa, para crear un nuevo espacio de circulación o ronda interior (intervallum) (González Fernández 2011: 309-311). 8 Como término medio, podemos decir que en el caso de Lucus Augusti, la red viaria se elevó aproximadamente unos 0,70 m entre época julio-claudia y el siglo IV. 9 Lo cual nos hace pensar que puede ser producto de un plan urbanístico pensado, en consonancia con las reformas que se producen en la ciudad en este periodo en relación con la erección del recinto defensivo.
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foro. Las excavaciones del kardo descubierto en el solar de la calle de la Reina, 21, dejan ver una secuencia de superposición de calzadas, cuya diferencia entre unas y otras reside fundamentalmente en la composición y grosor de la piedra utilizada (canto rodado), así como su proporción (Fig. 3). En este sentido, las repavimentaciones tardoantiguas presentan una proporción de piedra menor, con el uso generalizado de pequeños cuarzos, junto con pizarras y algún que otro fragmento de ladrillo o teja y con un mayor aporte de tierra, sin que por ello dejen de perder su tradicional consistencia. En relación a este aspecto, debemos señalar que el recrecimiento de los pavimentos en las calles de Lucus Augusti, parece obedecer a una intención deliberada de regularizar las superficies de circulación. De igual manera, “el recrecimiento de las vías urbanas a partir de época bajoimperial fue coetáneo a su estrechamiento” (Ruiz Bueno 2018: 45), aunque en este caso dicho fenómeno no es extensible a todo el callejero. El registro arqueológico nos permite atestiguar una importante reducción de la anchura del kardo maximus, al menos por uno de sus lados, de algo más de 60 cm, lo cual motivó la necesidad de construir un murete de contención al empedrado de la calzada, con el consiguiente abandono de los espacios porticados y los canales que discurren paralelos a la vía. El espacio resultante entre la nueva línea de fachada y la calzada, será el resultado de una acumulación progresiva de todo tipo de basuras o desechos, entre los que se documenta abundante cerámica común de engobe rojo (de producción lucense), ejemplares de TSHT de las formas 15/17 y 37t del primer estilo decorativo y numismas de época constantiniana (341-354), lo cual refleja el desmantelamiento del espacio porticado desde, al menos, los años centrales del siglo IV.
PRIVATIZACIÓN DE LOS ESPACIOS PORTICADOS Coetáneamente al proceso de recrecimiento y estrechamiento de los niveles de circulación, se produce la ocupación y privatización de los espacios porticados, que serán anexionados por las viviendas adyacentes, tapiando con un muro de piedra los intercolumnios del pórtico. La incorporación de los pórticos –
es igualmente extensible a todo el callejero urbano y, hasta donde el registro arqueológico nos ha permitido constatar, parece producirse de forma generalizada, al igual que las repavimentaciones de vía, a mediados del siglo IV (vid. supra), desconociendo si dicho proceso obedece a una iniciativa pública o privada. En algún caso, la ocupación debemos ponerla en relación con algunas obras de ampliación o reforma en los edificios anexos. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con las reformas llevadas a cabo por estas fechas, en las termas públicas situadas en el espacio comprendido por las calles Armanyá, Catedral y Obispo Basulto (González Soutelo y Carreño 2008: 233-252), en las cuales se produce una importante reestructuración del espacio termal, con la amortización de algunas de las zonas de baño, que son sustituidas por nuevos ámbitos repavimentados en opus signinum. Es por ello que, en este momento, se aprovecha para anexionarse la zona porticada del kardo que discurre por el lateral de una de las fachadas, aunque desconocemos la función que se le asigna al mismo. La estrechez del muro de cierre apunta a un escaso desarrollo en alzado, lo cual puede sugiere su construcción a modo de pretil o pluteus (como los documentados en algunos patios de peristilo), por lo que se puede intuir la creación de un espacio de tránsito o complementario al propio edificio.
REFORMAS EN LAS INFRAESTRUCTURAS DE SANEAMIENTO Una de las grandes transformaciones que va a experimentar la urbe en esta etapa, se producirá en el ámbito de las infraestructuras de saneamiento, con la construcción, en los años centrales de la cuarta centuria, de cloacas o canales abovedados que ahora discurren bajo el eje de los decumani principales (Fig. 4), sustituyendo a los antiguos colectores que transitaban en superficie, a ambos lados de la calzada, con el consecuente desmantelamiento de la calzada y la posterior refacción de la misma. La presencia de estos colectores abovedados, se constata solamente bajo dos de los decumani principales, cuya disposición se adapta a las suaves pendientes de la vertiente oeste, lo cual facilita su dre271 –
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Figura 4: Cloaca abovedada bajo el pavimento del decumanus maximus ( fotografía F. Herves Raigoso).
naje por simple gravitación10 (González Fernández 2011: 301-306) (vid. supra Fig. 1).
inicial y buscar la salida en la muralla por la Puerta de Santiago.
La primera de estas cloacas (y la mejor documentada) discurre bajo el pavimento del decumanus maximus. Parte de la zona central del foro y siguiendo la vertiente oeste, sobre una distancia de aproximadamente 380 m y una pendiente de 5,35%, busca su salida en la muralla por la Puerta Miñá, prolongando su trazado más allá de esta.
Ambas cloacas poseen una gran uniformidad morfológica, de fábrica y tamaño. Su construcción, en pizarra del país ligada con mortero de arcilla y cubierta abovedada con lajas de pizarra en cuña, se encaja en el sustrato geológico. Sus medidas oscilan entre 1,50 /1,80 m de altura y unos 0,60/0,80 m de ancho, lo cual sería suficiente para permitir el acceso del personal encargado de su limpieza periódica. No obstante, se ha podido constatar la existencia de registros que se abren sobre la bóveda (con una abertura de 0,42 x 0,25 cm) y que imaginamos situados a intervalos regulares, aunque también pudieron funcionar como aberturas de aireación para los gases.
El trazado de la segunda de las cloacas, parte del pórtico sur del foro (rúa San Pedro) y recorre hacia poniente el lateral norte de la Plaza Mayor y la Plaza de Santa María, adoptando en este punto un marcado trazado en bayoneta, ya que gira 90º en dirección sur, dirigiéndose hacia la torre del reloj de la catedral, para después retomar de nuevo su traza
10 La efectividad de este sistema de cloacas es tal, que gran parte de las construcciones decimonónicas de la ciudad construyeron sus acometidas buscando las cloacas romanas, permaneciendo en uso prácticamente hasta nuestros días.
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Nada sabemos sobre la existencia de otros colectores de estas características (si bien las referencias orales a “túneles subterráneos” son abundantes). No obstante, estos dos colectores tal vez pudieran ser suficientes para recoger todas las aguas que discu272 –
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rren por esta vertiente (la más adecuada, por otra parte, para este fin) donde se implanta gran parte de la ciudad. Faltaría quizás por localizar algún colector que diese solución a la vertiente este donde el desarrollo urbano es menor. La ejecución de este nuevo sistema de alcantarillado se lleva a cabo a mediados del siglo IV, si nos atenemos a criterios estrictamente arqueológicos, gracias a la excavación de numerosos tramos de cloaca exhumados en la ciudad, la buena conservación de los mismos y los pavimentos viarios que se le superponen. La primera datación de apoyo nos la ofrece el hallazgo de una moneda de Constans (341-346) en la zanja de construcción de la cloaca bajo el decumanus maximus, así como la presencia de TSHT en las capas de relleno que conforman la nueva pavimentación (Carreño 2010: 124). De igual modo, la propia erección de la muralla ofrece un poco preciso pero indicativo terminus post quem, ya que, en relación con las dos cloacas documentadas, ambas coinciden en su salida por sendas puertas de la muralla, ajustando su construcción al pie de la cimentación de las puertas, lo cual nos permite concluir que la construcción de las mismas se realizó con posterioridad a la erección del recinto amurallado (González Fernández y Carreño 2007). En este sentido, Lucus no parece haber escapado a la dinámica de otras ciudades hispanas, donde el cambio en la red de saneamiento será un fenómeno tardío (Gurt 2002: 449), ya que desde mediados del siglo III y a lo largo de todo el siglo IV, resulta frecuente el mantenimiento, reforma o restitución parcial de los sistemas de evacuación (Ruiz Bueno 2018: 42)11. Los casos a referir son numerosos, como Barcino, con continuos arreglos durante el siglo IV y manteniéndose en algún caso de forma ininterrumpida hasta al menos el siglo V (Beltrán de Heredia y Carreras 2011: 236-238); Corduba, con varias conducciones reparadas, reformadas o construidas parcialmente a lo largo de los siglos III y IV (Ruiz Bueno 2016: 194-203 y 275-288), y Valentia, con la construcción de una nueva alcantarilla que sustituye al antiguo tramo oeste inutilizado del decumanus
11 Aunque desde los siglos II y III, son muchas más las ciudades en las que puede documentarse una inutilización progresiva de las redes de alcantarillado (Romaní y Acero 2014: 1802)
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maximus, con un sistema constructivo totalmente diverso (Ribera y Romaní 2011: 338-340). Al contrario que en otras muchas ciudades de la época, la implantación de una red de alcantarillado subterráneo bajo el eje de las calles de Lucus Augusti, no formó parte de la concepción inicial de la ciudad. En su lugar, se optó por colectores en superficie que discurren encajados entre la zona porticada y la calzada, y a ambos lados de la misma. Tras la construcción del nuevo recinto defensivo, es muy probable que dichos colectores quedaran colapsados, ya que la propia muralla se convertiría en una barrera infranqueable para los mismos, teniendo en cuenta, por otra parte, que la salida más viable serían las puertas de la muralla12, encajadas sobre las vías preexistentes. Pero el acceso de estas (con una anchura media de 3,55 m) resultaba mucho más exiguo que el ancho de calzada y canales (aproximadamente de 6 m), imposibilitando su salida, por lo que, ante la eventual amortización de dichos canales, fue necesario buscar otra solución a la gestión de las aguas residuales. Estamos pues ante un proceso de refacción total del sistema de saneamiento, si bien la obra afecta a los dos decumani principales, y consecuentemente a la propia estructura de la vía, ya que fue necesario desmantelar, previamente, toda la calzada para encajar la cloaca en el sustrato geológico, con la consiguiente restitución de su pavimentación. En este proceso, los pavimentos altoimperiales fueron desmontados o parcialmente destruidos, procediéndose a un nuevo relleno, aprovechando parte del material anterior y otro nuevo, para conformar un nuevo pavimento, que como suele ser característico se realiza con aportes de canto rodado de pequeño tamaño y tierra. La ejecución de esta empresa, obligaría a las autoridades municipales a una gran inversión económica, lo cual por otra parte, refleja la posición privilegiada y de pujanza económica de la que debió disponer la ciudad a lo largo del siglo IV, en un momento evi-
12 Bien es verdad que también se puede prever la colocación de embocaduras en las murallas tardías que dieran salida a las aguas residuales urbanas, como ocurre en Barcino (Beltrán de Heredia y Carreras 2011: 239-240).
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dente de revitalización urbana13. Por no mencionar el gran trastorno que ello debió suponer para el normal desarrollo de la actividad diaria, al tratarse de los principales viales de la urbe (solo cabe imaginarnos lo que significa una obra de estas características para una ciudad de hoy en día). Ello obligaría a adoptar una estrategia de organización de la obra en la vía pública, para poder llevar a cabo su ejecución con el menor perjuicio para comerciantes y viandantes. Sobre la forma de organizar la obra en la vía pública, bastaría “con desviar el tráfico a las margines, interrumpir eventualmente el paso o cortar longitudinalmente sólo media calle intervenida mientras una margine sirve para acarreo de material y, preparada esta y restablecido el tránsito, pasar a la parte pendiente”, tal y como refiere M. Alba (2002: 382) en relación con las calles emeritenses. En este sentido, no cabe duda, de que los margines desempeñarían un papel fundamental, por lo que parece razonable deducir que la ocupación o los episodios de privatización de los mismos (al menos para el caso de los decumani objeto de la reparación) difícilmente debieron de producirse hasta que la obra fuese ejecutada, esto es, con posterioridad a mediados del siglo IV.
OCUPACIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO Desde, al menos, los siglos IV y V, se registran también episodios puntuales de ocupación, que afectan no solo a los principales viales del callejero, sino también a otros espacios de circulación secundarios, como el intervallum14. Durante esta etapa algunas de las vías principales son ocupadas total o parcialmente, como prolongación o anexión por parte de los edificios adyacentes o de estructuras ligadas a instalaciones de carácter artesanal, y sufren cambios tan profundos que hasta llegan a per-
13 Que se traduce en las remodelaciones llevadas a cabo en algunas de las grandes domus, muchas de las cuales se dotan de estancias decoradas con mosaicos, pinturas murales y la dotación de zonas de baños (González Fernández 2005). 14 Es este un fenómeno que, como hemos podido observar en muchos de los callejeros urbanos de Hispania, se generaliza desde el siglo III y, especialmente, a partir del IV (Ruiz Bueno 2018: 46).
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der su función viaria original. Un ejemplo de ello es el kardo minor exhumado en las excavaciones del antiguo Pazo de la Maza o Pazo Lomas, cuya calzada, de apenas 4 m de ancho, carente de espacios porticados, será parcialmente ocupada por una estructura de planta rectangular que se proyecta hacia la vía interrumpiendo su decurso natural y convirtiéndola en un callejón sin salida, en un momento que podemos datar grosso modo a mediados del siglo IV (González Fernández y Carreño 1999: 1181). Esta estructura se desarrolla sin solución de continuidad hacia el interior del edificio anexo, con una pequeña división a la altura de la calzada, mientras que el resto del ámbito presenta un pavimento de losas de pizarra, lo cual podría ser indicativo de su función como zona de tránsito, a modo de pasillo. La ocupación de la vía coincide probablemente con una reestructuración que se lleva a cabo en el edificio adyacente y que afecta a diferentes ámbitos del mismo. La misma dinámica es extensible a algunos tramos del intervallum, ya que, en los espacios contiguos a la muralla, una serie de hornos cerámicos y de fundición se adosan al paramento interior a lo largo del siglo V, lo que obliga a la obliteración de dos de las escaleras de acceso a la muralla que se localizan en esta zona15. Las excavaciones de la denominada UI7C (Herves 2008), donde se pudieron documentar al menos dos hornos cerámicos adosados a la fortificación, y un número indefinido de varios hornos de fundición, que ocupan todo el intervallum amortizando las estructuras bajoimperiales, proporcionaron un voluminoso conjunto de materiales que remiten a una cronología a partir del siglo V y que, incluso, podría extenderse hasta principios del VI.16
15 Las escaleras de acceso a la muralla, son uno de los elementos más originales que conserva el monumento. Se trata de escaleras embutidas en el macizado de la muralla, en frente de cada una de las torres (85), proporcionándole una entrada directa. Arrancan a media altura del paramento interior, por lo que están colgadas, acentuando la función defensiva del bastión, y presentan una planta con dos ramales enfrontados y una plataforma de acceso (Alcorta 2007). En el transcurso del siglo V, la muralla parece reducir un buen número de sus accesos, tapiando muchas de las escaleras. 16 Desde las características producciones lucenses de cerámicas grises tardías (GT), con cronología a partir del siglo V (Alcorta 2001: 382-383; Bartolomé 2015; Alcorta, Bartolomé y Folgueira 2015: 92; Fernández y Bartolomé 2016: 81-96), pasando por diferentes imitaciones de sigillata en cerámica común y que se generalizan a partir del siglo IV (I8T, I15-17, I27T, I35 o I59, Alcorta 2001: 365-382), diversas formas de TSHT como la Palol 2, con cronología que abarca desde finales del siglo IV hasta los comienzos del VI (Juan Tovar2000: 55-56).
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También resultó de gran relevancia, para la datación de estos contextos, la excavación de otro horno cerámico adosado a la muralla documentado en el Carril do Moucho (González Fernández y Rodríguez 2003: 247-251), en cuyas proximidades se localizó asimismo un pozo que fue utilizado como basurero, con abundantes desechos de producción provenientes del horno. Entre los abundantes hallazgos cerámicos que colmatan el horno y el pozo, hallamos muy bien representada una producción de índole local, las denominadas cerámicas grises finas (GT), cuya producción es característica en contextos de la primera mitad del siglo V, pudiendo ampliar su continuidad posiblemente hasta los inicios del siglo VI (Fernández y Bartolomé 2015: 8896 y Bartolomé 2015), junto a los cuales también destacamos varios fragmentos de TSHT17 y TSA-D. Próximo al mismo, en el espacio que ocupaba la denominada Domus del Mitreo, en un momento de finales del siglo IV-principios del siglo V, con el intervallum ya en proceso de abandono, sobre los rellenos que lo cubrían, se erigieron algunas construcciones adosadas a la muralla, de funcionalidad indefinida18. La tendencia de este proceso de ocupación se acentuará a lo largo del siglo VI, etapa en la cual ya podemos hablar de una significativa desestructuración del entramado viario romano. Aun cuando el registro arqueológico es muy limitado, la información disponible permite atestiguar algunos episodios de ocupación parcial o total de la vía pública, entre los cuales los más significativos son aquellos que se llevan a cabo en dos de las arterias principales de la ciudad: el kardo y decumanus maximus. Para explicar este proceso nos apoyaremos especialmente en algunas de las intervenciones que han aportado información abundante.
17 Concretamente de las formas 37T (Primer y Segundo Estilo Decorativo), Forma 77- Palol 5 - Paz 83-A o 8.6, Palol 1 - Paz 10.12-14 que nos aportan una cronología en torno al siglo V (Paz Peralta 2008). 18 En esta zona, durante los años 2000-2003, se realizó un hallazgo de gran transcendencia, las estructuras de una gran domus altoimperial, con un templo dedicado a Mitra. La casa sería sacrificada a la construcción de la muralla, a partir del último tercio del siglo III, tirando algunos de sus muros y cubriciones, para rellenar a continuación su espacio hasta la nueva cota de uso de la muralla, recreciendo el nivel de suelo más de tres metros, construyendo sobre todo este relleno el nuevo intervallum,
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En las excavaciones realizadas en la calle de la Reina, nº 21, documentamos la ocupación del kardo maximus, en un momento impreciso del siglo VI, por una construcción cuyos exiguos restos pretendemos relacionar con un inmueble cultual cristiano, ya que en su entorno se registró el hallazgo de al menos dos sepulturas de lajas de pizarra, con orientación E-O19 (Fig. 5). Una de ellas, la más próxima, apareció insertada en un lateral de la calzada tardía, sobre los niveles de abandono y los rellenos que amortizan los canales laterales de la zona porticada (en cuya composición advertíamos abundante material de desecho, con cerámicas y numismas de filiación tardía - 2ª mitad del siglo IV. -, lo cual nos aporta un terminus post quem bastante preciso)20. La tumba, con orientación E-O, ofreció los restos de un esqueleto en posición decúbito supino y el hallazgo de un pequeño anillo signatario, decorado con monograma cruciforme, el cual por su afinidad con monedas visigodas y con otros monogramas esculpidos, puede fecharse a partir de la segunda mitad del siglo VI (Gutiérrez Cuenca 2009: 155). Por otra parte, dada su proximidad al foro, la anulación o cierre de este espacio de circulación, es un poco preciso pero significativo indicio del posible desmontaje del propio foro en estas mismas fechas. Este fenómeno también se puede documentar en el decumanus maximus, que había sido objeto de una profunda transformación a mediados del siglo IV (vid. supra). Por ello, los episodios de ocupación de la calzada se registran en una fecha algo más tardía, como se pudo comprobar en la intervención llevada a cabo en la calle Miño, nº 27. A tenor de las excavaciones realizadas en dicho inmueble, el decumanus seguramente se mantuvo en uso hasta los años cen-
19 Lucus Augusti tampoco será ajena a un fenómeno repetido en la misma época en otras ciudades, pero que poco siglo antes habría sido inadmisible: la aparición de enterramientos in urbe (Ruiz Bueno 2013). En el caso lucense se trata de tumbas, en algún caso aisladas, que se instalan en los niveles de abandono y colmatación de construcciones y espacios públicos. Se han registrado inhumaciones intramuros, en los solares excavados de las calles Armanyá, Progreso, Nóreas, Reina y Plaza de Sto Domingo (AA.VV. 1997: 187-218). 20 La otra sepultura se descubrió, en las excavaciones llevadas a cabo en el inmueble nº 21-22 de la Plaza de Santo Domingo, situado a pocos metros al sur, sobre los restos de un edificio que fue abandonado en la segunda mitad del siglo IV - inicios del siglo V. Agradecemos a Roberto Bartolomé Abraira, director de la misma, la información facilitada.
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Figura 5: Ocupación del kardo maximus por un posible edificio de carácter cultual cristiano, al cual cabe asociar un enterramiento in urbe en lajas de pizarra. En la sección se pueden observar las sucesivas variaciones en los pavimentos de circulación (recrecido) y el estrechamiento del viario tardoantiguo (dibujos E. González Fernández).
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trales del siglo VI, momento en el que se registra la ocupación de la vía y de los espacios contiguos, por varios muros, de construcción muy precaria, con los cuales cabe asociar una serie de pequeños hornos de fundición, ya que la abundancia de escoria sugiere la presencia de un taller metalúrgico.
A MODO DE CONCLUSIÓN El proceso de fortificación que experimenta la ciudad de Lucus Augusti en el último tercio del siglo III, será la base de todos los procesos de cambio y transformación que caracterizan el período tardoantiguo; cuyo panorama, por otra parte, no es muy diferente al vivido por otros núcleos urbanos. El resultado será una nueva configuración del espacio urbano, como consecuencia de los nuevos planteamientos urbanísticos introducidos por la erección del recinto defensivo. El siglo IV será el inicio de las grandes transformaciones que afectan de forma especial al callejero urbano (alguna de las cuales ya se dan en la ciudad altoimperial), como las variaciones en el viario, la reducción y recrecido del nivel de circulación, la anexión de los espacios públicos y, fundamentalmente, la construcción de una nueva red de saneamiento. Todas estas reformas, lejos de considerarse como pruebas de decadencia, reflejan una gran vitalidad constructiva, impulsada sin duda por el gran momento económico que vive la ciudad en este período. El panorama será totalmente diferente en el espacio de tiempo que transcurre entre el último tercio del siglo V y a lo largo del VI, mucho menos conocido debido a las pocas evidencias arqueológicas. La imagen de la urbs clásica parece difuminarse para dar paso a una realidad urbanística, política, económica y social totalmente nueva. No sabemos muy bien la influencia que pudo haber tenido en todo este proceso, la ocupación sueva de la ciudad el día de Pascua del año 460, como muy bien nos relata un testimonio excepcional de aquellos acontecimientos, Hidacio de Chaves (Cronich. CCC-VIII, XXXI,199). A pesar del relato de Hidacio, no se evidencian consecuencias catastróficas para la ciudad tras la instalación de los suevos, pero sí se –
constata una progresiva desarticulación de la ciudad clásica, con la ocupación y abandono de los principales espacios públicos o la aparición de los enterramientos in urbe. Ahora tendrá lugar una readaptación y reformulación de los espacios, quizás derivados de la presencia del cristianismo “como catalizador y elemento vehicular de los cambios y transformaciones de los que serán objetos los enclaves urbanos” (López Quiroga y Martínez Tejera 2017: 233). La ciudad adaptará su fisonomía a la función que será predominante a partir de ahora, la de sede episcopal, cuya ubicación tan solo podemos intuir por la situación de la actual catedral, convirtiéndose en el nuevo centro de poder y del paisaje urbano, aunque presentando una situación periférica (prácticamente pegada a la muralla) respecto al forum de la ciudad romana. Si bien durante el período suevo independiente y visigodo, la ciudad sigue subsistiendo, pero ya con un urbanismo muy disminuido, tras la invasión árabe desaparecerá totalmente. Cuando en la mitad del siglo VIII resurja el Lucus de la repoblación, de la mano del obispo Odoario (Rodríguez Colmenero 2011: 253-264), lo hará siguiendo un esquema urbano totalmente diferente y desconectado de la planificación urbana de época romana.
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C O M P LU T U M (ALCALÁ DE HENARES, M A D R I D , E S PA Ñ A ) : L A S C A L L E S Y E L PA I S A J E URBANO DEL SIGLO I AL V D.C. Sebastián Rascón Marqués
Ayuntamiento de Alcalá de Henares srascon@ayto-alcaladehenares.es; sebasrascon@gmail.com
Ana Lucía Sánchez Montes Arqueóloga aluciasmontes@gmail.com
Resumen
Abstract
Se presentan los datos arqueológicos sobre las calles de la ciudad romana de Complutum. Se ponen de manifiesto su estructura general, calles porticadas de 12 m. Su red de saneamiento. La cronología -y su problemática- augustea, reforzada a mediados del siglo I d.C., una importante rehabilitación general en el III, el fin del mantenimiento urbano en torno a 400. La ocupación parcial de los pórticos, su diferenciación de la calle. La conservación general del trazado urbano original, con la salvedad de dos edificios singulares que lo rompen.
This paper shows archaeological data on Complutum Roman city streets: its general structure, streets of 12 m, with porticoes, the web of sewes, tha augustean cronology, reinforced in the middle of the 1st century AD, a major general rehabilitation in the III, the end of urban maintenance around 400. The partial occupation of porticoes, and their differentiation from the street. The general conservation of the original urban layout, with the exception of two unique buildings that break it.
Palabras clave Urbanismo, Ciudad romana, Trama urbana.
Key Words Urbanism, Roman city, Urban network.
C O M P L U T U M ( A L C A L Á D E H E N A R E S , M A D R I D, E S PA Ñ A ) : L A S C A L L E S Y E L PA I S A J E U R B A N O D E L S I G L O I A L V D. C .
INTRODUCCIÓN
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omplutum es una ciudad romana, origen de la actual Alcalá de Henares, ciudad Patrimonio de la Humanidad a 30 km de Madrid. Objeto de excavaciones desde el siglo XVI, sin embargo, ha sido sólo después de importantes expolios en la década de 1970 cuando se han desarrollado programas de investigación, valorización y difusión, disponiendo desde 1999 de varios espacios restaurados y habilitados para la visita del público, que además han ido aumentándose a partir de esa fecha. El objetivo de este trabajo es presentar los datos extraídos en distintas campañas de intervención arqueológica realizadas desde 2003 hasta la actualidad, así como la revisión de intervenciones más antiguas que en ambos casos permitían acercarnos al conocimiento de las calles de la ciudad romana de Complutum. No es este un trabajo sobre el diseño urbano complutense, asunto que ya se ha presentado en otros foros (Sánchez Montes 2017: 154 ss. y Rascón Marqués y Sánchez Montes 2015: 128 ss. y Carreras et al. 2017) pero se hace imprescindible
desarrollar un mínimo estado de la cuestión sobre el diseño urbano complutenses. Después, ordenadamente pretendemos presentar los aspectos relativos a la estructura general de las calles, sus características constructivas y decorativas, sus infraestructuras -saneamientos, pozos y fuentes-, sus alteraciones o la ausencia de ellas a lo largo de la vida de la ciudad, y los problemas relativos a la cronología.
EL DISEÑO URBANO Desde el año 2003 se han venido generando sucesivas hipótesis sobre el urbanismo de Complutum, modificadas a medida que los nuevos datos se incorporaban a la lectura arqueológica. El análisis de las calles que vamos a presentar está enmarcado en un contexto general que ha posibilitado el conocimiento del urbanismo de la ciudad con relativa precisión, fruto de la revisión de datos de intervenciones de los años 70 y 80, de nuevas excavaciones arqueológicas, en especial desde 2003, y de diversas campañas de prospección geofísica. Fruto de todo ello, resulta la hipótesis siguiente:
Figura 1: Modelo con la localización del Complutum y las áreas suburbanas más relevantes en relación con el río Henares (imagen de S. Rascón Marqués y A. L. Sánchez Montes).
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Existe un emplazamiento urbano romano en el cerro de San Juan del Viso, dominando la margen izquierda del río Henares. En general sus características arqueológicas son muy poco conocidas, aunque está identificado por todos los anticuarios y eruditos que centraron su atención en Complutum antes del siglo XX, y ha sido objeto de estudios más recientemente por Fernández-Galiano (1984: 21 ss.) y Azcárraga y Ruiz Taboada (2013). Desconocemos aún su cronología precisa, pero en general se viene insistiendo en que se tratase de un Complutum “antiguo”, algo anterior al pleno desarrollo de la ciudad en la llanura de la margen derecha del Henares: construido en el cambio de Era para Fernández-Galiano, (1984: 55), en época tardorepublicana para Azcárraga y Ruiz Taboada (2013: 112). Sea como sea, sí que se detecta -principalmente mediante fotointerpretación- un trazado ortogonal que futuras excavaciones deberán precisar. Probablemente este emplazamiento actuaría a modo de acrópolis, según el modelo de ciudad en altura-ciudad en llano relativamente frecuente en la Antigüedad, y el gran desarrollo urbano de Complutum tuvo lugar a los pies de este cerro (Fig. 1), en la gran llanura de la vega del Henares, y se produjo a partir de una fundación de época augustea -que podría fecharse hacia el cambio de Era-, aunque después hay importantes obras que deben fecharse a mediados del siglo I d.C. Esta trama urbana es la que nos ha desvelado la arqueología a partir de una combinación de datos, y ha sido objeto de estudio en otras publicaciones ya referidas. Así, la ciudad de la vega ha sido estructurada a efectos descriptivos en seis grandes espacios, regiones o barrios, numerados del I al VI. Ocupando todo ello una superficie algo superior a las 54 h, y siendo esta la superficie “intramuros”, término que conservaremos pese a que no se ha constatado, hasta la fecha, la existencia de muralla, pero sí parece haber un límite urbano equiparable a un pomoerium. A estas 54 h habría que añadir unos muy amplios suburbios, y la ya mencionada acrópolis del cerro del Viso. La estructura urbana complutense general que hemos constatado en la vega se articula por medio de manzanas de 30 x 30 m. Si a estas les añadimos los pórticos, en general con longitudes máximas entre 2’80 y 2’95 m- resulta una estructura racional leve–
mente inferior a 36 x 36 m por manzana, es decir cuadrados de 1 actus. Este formato parece mantenerse en la totalidad de la ciudad de la vega, pero se ha constatado arqueológicamente de manera bastante precisa sobre todo en las regiones II, III y IV. Ciertamente sobre esto se perciben algunas anomalías: en la propia regio II, el problema viene dado por el encaje en la trama general de los edificios públicos, basílica, dos edificios termales no coetáneos y un cuadripórtico. En el extremo occidental de la ciudad, determinadas manzanas presentan una anómala superficie de 20 x 20 m. En general, y adelantándonos a la exposición que vamos a desarrollar, se observa que el diseño urbano augusteo (Fig. 2) es persistente a lo largo del tiempo: sus características básicas se conservan, las modificaciones realizadas, sobre todo en el siglo III, se ajustan al diseño preexistente -aunque sí alteran el paisaje urbano-, y solo algunos espacios muy singulares -dos en concreto, las termas sur y el así llamado “edificio de Occidente”-, el primero obra pública, el segundo aparentemente también, se construyen a expensas de amortizar puntualmente la trama urbana establecida.
CALLES INVOLUCRADAS EN LA INVESTIGACIÓN Las calles que principalmente hemos podido documentar mediante excavación arqueológica, y en las que por tanto se sustenta el trabajo que aquí presentamos, son las siguientes: El decumano III, en los sectores correspondientes a la manzana VII -sector Manzana VII- y cuadripórtico-termas norte-basílica más auguraculum -sector edificios públicos. El decumano IV, en los sectores correspondientes a las manzanas VII -sector Manzana VII-, edificios públicos y casa de los Grifos. El decumano V, en el sector correspondiente a la casa de los Grifos. El decumano Máximo, en el sector de entrada occidental de la ciudad. Los cardos VI y VII, en la manzana VII. El cardo IV, en los sectores que corresponden a la casa de los Grifos y los edificios públicos. Son también del mayor interés, y por tanto vamos a referirnos a ellos, los datos procedentes de los cardos V y VII y los decumanos IV y VI, incluso en espacios 283 –
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Figura 2: Hipótesis de restitución del diseño urbano complutense, indicando las calles y las principales áreas referidas en el texto -arriba-, y planta diacrónica del área de los edificios públicos -abajo- (imagen Ayuntamiento Alcalá de Henares, S. Rascón Marqués y A. L. Sánchez Montes).
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no excavados, dado que albergan a un gran edificio -el así llamado edificio de Occidente- que aparentemente rompe la trama normalizada de calles y manzanas, e incluso altera las orientaciones establecidas. En este caso, nuestro conocimiento se reduce a los datos aportados por la prospección geofísica y a un sondeo de comprobación.
ESTRUCTURA GENERAL DE LAS CALLES El decumano III es la calle en la que mejor se percibe la estructura general que se documenta también en otras vías (Fig. 3). Este decumano ha sido objeto de excavaciones principalmente en las proximidades del área del foro, concretamente frente al llamado “Paredón del Milagro”: en las campañas de la década de 1980, y más recientemente en la campaña de 2009; también en los sectores 1, 2 y 3 de las campañas de 2010 y 2011. En 2018 se desarrolló una nueva campa-
ña, que en el momento de redactar estas líneas está en fase de estudio. También se ha excavado en 2010-2012 en un sector más occidental, concretamente frente a la llamada manzana VII. La abundancia de datos permite que utilicemos esta calle para describir el patrón general de diseño que siguen las calles conocidas. El decumano III muestra una sección porticada, con pórticos a ambos lados de la vía, en una proporción con respecto a la calle de 1-2-1; un pavimento de piedra caliza triturada y aglutinada con árido; y una cloaca ocupando el eje longitudinal. Esta, en el decumano III es de opus caementicium, con sección en “U”, y cerrada mediante un sistema de grandes bloques paralelepipédicos de caliza, aunque hay otros tipos de canalizaciones de superior o inferior calidad en otras calles. La anchura de la calle es de 12 m con pequeñas oscilaciones según el punto en que se mida. Esta sección ideal, que principalmente distinguimos en el sector de calle junto a la confluencia con el cardo IV, resulta de un patrón con sendos pórticos de anchura de
Figura 3: Decumano III, indicando su estructura. Vista aérea de la intervención de 2012 más plantas de los dos sectores principales (imágenes Ayuntamiento Alcalá de Henares, S. Rascón Marqués y A. L. Sánchez Montes).
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ca. 3 m cada uno, y entre ambos la calle propiamente dicha, de ca. 6 m. Este patrón básico parece estar bastante generalizado, porque se constata también en los decumanos IV, V y Máximo, y en los cardos VI y VII. Existen ciertas anomalías en los sectores del decumano III correspondientes a los edificios públicos, especialmente relativas a los espacios porticados. Aquí también se definen dos pórticos, pero el del sur tiene un ancho superior, de 3’90 m (incluido el elemento arquitectónico que conforma el porticado), lo que sobrepasa la dimensión comprobada en otros puntos. E igualmente, en el decumano IV, la distancia entre la fachada sur del cuadripórtico y la norte de la casa de los Grifos es de 8’90 m. Ya que aquella está ocupando el alineamiento que se correspondería con el pórtico septentrional de la vía. De hecho, si añadiésemos la anchura que correspondería a este pórtico completo -es decir, incluyendo los pilares con sus plintos-, equivalente a ca. 2’90 m, resultan 11’80 m, lo que nos lleva a la sección de calle general de Complutum. Por tanto, y en el estado actual de conocimientos, parece que, aun respetando el esquema general con calles de 12 m, en la obra pública los gestores urbanos permiten ciertas libertades urbanísticas en lo que se refiere a la ocupación del pórtico por parte del edificio público, lo que no está claro que ocurra con la misma claridad en la construcción privada, aunque, como veremos, en este caso se permite también, en calles determinadas, una cierta ocupación del espacio público, concretamente los pórticos. Pero al margen de esta estructura general, existían excepciones. Hasta la fecha solo se ha constatado una que sea realmente estructural: el cardo IV se configura como un formato de calle “secundaria”, de sólo 8 m de anchura, pero también porticada. Quizá el hecho de que esta calle cierre por el lado oeste al cuadripórtico motive la necesidad de recortar su anchura, en favor del edificio público, de modo semejante a como hemos visto que ocurría en el decumano IV.
PAVIMENTOS, PRETILES Y ESCALERAS Diseñadas las calles, consideramos a los pavimentos como su principal elemento estructural. En todas las que se han excavado, el pavimento original se construye mediante una capa apisonada que con–
tiene cantos cuarcíticos de muy pequeño tamaño junto con pequeños fragmentos de caliza triturada y restos de material latericio, utilizando como aglutinante una pequeña cantidad de sedimento arcilloso. Este pavimento puede fecharse a mediados del siglo I d.C., aunque en algún punto podría ser anterior. Sobre este pavimento se detectan algunas lagunas y reparaciones, caracterizadas por un distinto grosor del material, o un menor porcentaje del material conglomerado, y que no ha sido posible fechar. En todo caso, parece evidente que se trata de pequeñas acciones de mantenimiento urbano. De mucha mayor envergadura, hasta el punto en que la consideraremos una segunda fase de pavimentación, es una obra de solado bastante generalizada, que se ha constatado al menos en los decumanos III y IV y en los cardos IV y VII, ocupando grandes superficies, y desarrollado sobre el pavimento más antiguo. Se caracteriza por una menor presencia de cuarcitas y calizas, mientras que se incrementa el volumen de arcilla apisonada como aglutinante. Esta rehabilitación se lleva a cabo mediante el depósito de la nueva capa de material sobre la antigua, lo que supone una sobreelevación de la cota de la calle, que es diferente dependiendo en el punto en que la midamos, pero que en el decumano III, en varios puntos, llega hasta los 50 cm respecto al nivel del primer pavimento. Esta segunda fase se ha localizado en las calles propiamente dichas, pero no se ha detectado en los pavimentos de los pórticos. También en el pavimento de esta segunda fase encontramos pequeñas y numerosas reparaciones, resueltas con parches que imitan la obra original. La pavimentación de los pórticos es claramente distinta. Por desgracia, de entre aquellos que han sido excavados en muy pocas ocasiones hemos encontrado suelos en buen estado de conservación. En general, las soluciones que se aprecian son, a diferencia de las calles, bastante heterogéneas. Para mayor complejidad, en algunos casos los pórticos han sido ocupados por edificaciones más o menos humildes, cada una de las cuales ha empleado sus propias soluciones constructivas. En vista de todo ello, el primer hecho que podemos constatar es que no parece haber existido una solución constructiva 286 –
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Figura 4: Hipótesis de sección de uno de los cardos, incorporando el pilar a partir de 5/1/1/CDIII/10/19/2 y de la cloaca del cardo IV (imagen R. Quirosa sobre hipótesis de S. Rascón Marqués y A. L. Sánchez Montes).
única para los pavimentos de los pórticos, sino que cada manzana, e incluso a veces cada edificio, reflejan soluciones diferentes. Las principales que se han constatado son las siguientes: En la casa de los Grifos los datos recuperados muestran un suelo muy semejante al de la calle, una capa con pequeños cantos cuarcíticos, fragmentos de caliza triturada y restos de material latericio, aglutinados con arcilla. Así lo encontramos en el cardo IV, y también ante la fachada septentrional, donde existe una ocupación del pórtico con una construcción, la llamada estancia A, bajo cuyo suelo de signinum aparece el suelo anterior del pórtico. E igualmente ante la fachada occidental se aprecia la misma solución, aunque fragmentos de piedra y baldosa cerámica muy mal conservados indican que puntualmente debió existir un suelo más formal, tal vez vinculado a una de las puertas de la casa por el oeste, la que da acceso a la estancia N. En la manzana –
VII parece haber existido un pavimento semejante. En la misma calle, delante del edificio del auguraculum (Sánchez Montes y Rascón Marqués 2016), aparecen restos de un pavimento de opus testaceum, constituido por baldosas cerámicas, pero especialmente protegiendo las salidas de las canalizaciones hacia la cloaca que discurría en el eje de la calle: ¿afectaba a todo el tramo de pórtico ante este edificio o se ceñía a la zona de la entrada? En los edificios públicos, el decumano III, el pórtico norte, frente a la basílica-termas norte-cuadripórtico, ha permitido recuperar claramente restos de un suelo de opus signinum muy deteriorado, principalmente ante la fachada de las termas norte. Este pavimento debía recorrer también la fachada occidental, pues se ha recuperado, casi completamente meteorizado, en el cardo IV. La segunda fase de pavimentación, al levantar la cota de la calle -pero no de los pórticos- obligó a 287 –
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que se “cerrasen” estos con pretiles o muretes de contención que actúan a modo de bordillos, destinados a soportar el nuevo pavimento sobreelevado. Muretes de mampostería, de una, dos o tres hiladas de piedra, que alternan cantos cuarcíticos con piedra caliza o arenisca, en general sin carear. Por consiguiente, en las calles estudiadas se genera un paisaje donde el pórtico queda a una cota inferior a la de la calle, al menos a partir de esta segunda fase. Aunque no podemos descartar que alguno de estos pretiles se construyese ya en la primera fase de pavimentación. A su vez, esta diferencia de cotas conllevó la necesidad de que se practicasen pasos mediante escaleras más o menos elaboradas -en general de dos peldaños- en diversos puntos de la línea de pórtico. Algunos son magníficos, así la escalera de sillares de piedra en el decumano III para acceder al pórtico norte junto al auguraculum. En el mismo decumano III hay al menos dos escaleras más de gran tamaño, inmediatamente al este de la referida, la primera de buena construcción, empleando material de piedra escuadrado, pero que no llegan a ser sillares ni sillarejos, y ladrillos cerámicos, y la segunda con prácticamente todo su material expoliado. Esto contrasta con otras escaleras más humildes, las más frecuentes, de material de ripio, incorporando cantos cuarcíticos y piedra de caliza sin escuadrar en la construcción, que debía rematarse con baldosa cerámica, pues algunas de ellas han sido recuperadas. Parece pues que es el acceso a edificios más o menos nobles, favoreciéndose a los públicos, los que cuentan con escaleras de mejor calidad.
PÓRTICOS: FACHADAS Y ELEMENTOS SUSTENTANTES Los pórticos están constituidos por un sistema de pilares de piedra de caliza, de arenisca o de arenisca yesífera1, con una estructura caracterizada por 1 La identificación de los principales materiales pétreos de Complutum fue realizada por la consultora GEA, mediante un encargo del Ayuntamiento de Alcalá. Ver especialmente GEA 2008. En la actualidad se está desarrollando un programa de identificación de materiales pétreos y canteras de procedencia, mediante un convenio del Ayuntamiento de Alcalá con el Instituto de Geociencias del CSIC, con una investigación dirigida por el Dr. Rafael Fort, actualmente en curso.
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plinto, fuste y capitel, no habiéndose documentado ninguna basa en el transcurso de las investigaciones desarrolladas (Fig. 4). Por desgracia ningún pilar ha aparecido completo, pero contamos con numerosos elementos arquitectónicos in situ -principalmente, los plintos-, in situ desplazados, derrumbados de la que sería su posición original, o cercanos a las mismas y recuperados tanto en excavaciones arqueológicas como en superficie, estos recogidos a lo largo de las últimas décadas en los campos del Juncal, sobre todo, los fustes de mayor tamaño. Los fustes ofrecen algunas diferencias en sus secciones. Los de mayor tamaño son los de sección cuadrada de 0’60 m, con tambores de distintas longitudes, entre 0’70 y 0’90 m. Contamos con un capitel para este formato, de arenisca yesífera, número 5/1/1/ CDIII/10/19/2, que apareció en la intervención arqueológica de 2010-2012 derrumbado en el pórtico que se ofrece al cardo VI, delante de la fachada de la casa del Atrio en la manzana VII. Pero existen igualmente fustes más estrechos, con sección cuadrada de 0’40 m de lado, o de 0’30 x 0’45 m. Para los de 0’40 m de lado contamos igualmente con un capitel conservado, más arranque de fuste. Los pórticos están en general revocados y pintados. Es así en lo que se refiere a los pilares, tal y como se comprueba en el ya citado capitel 5/1/1/CDIII/10/19/2. Pero lo mismo ocurre con las paredes, habiéndose recuperado una gran cantidad de pintura mural polícroma derrumbada ante las fachadas que revestía. Especialmente, varias planchas de pintura en el pórtico en el decumano IV ante la casa de la Lucerna de la Máscara Teatral, de color blanco, pero también amarillas, rojas o negras, distinguiéndose las bandas que conformarían los campos decorativos, y en algún caso las marcas en forma de espina de pescado en su reverso, fruto de los sistemas de adhesión al muro. No se ha abordado el estudio de las pinturas de la manzana VII, con lo que se desconocen sus características concretas. Igualmente, existe una interesantísima pintura mural en la fachada del auguraculum, en el decumano III, con representación figurada, y donde se distingue en la parte alta la cabeza de una Tyché, enmarcada por guirnaldas y acompañada por un texto ilegible. Respecto a los edificios públicos, sobre todo basílica-termas norte, ante el decumano III, debemos reseñar la existencia 288 –
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de grandes superficies de revocos blancos que se han recuperado en los niveles arqueológicos, procediendo del derrumbe de las paredes. Y que en la decoración original se complementarían con mármoles. Una vez más, encontramos soluciones específicas en los edificios públicos. Así, nuevamente en el decumano III, esta vez el pórtico sur, discurriendo ante la fachada norte de basílica-termas norte, el pórtico es diferente a los descritos: se trata de un pórtico cerrado, donde las columnas se asentarían no directamente al suelo, sino sobre un pretil o muro de baja altura de sillares construido mediante la técnica de emplecton, y revocado al interior, pues aun habiendo sido expoliado el muro, se han encontrado restos de revoco blanco in situ. Probablemente, también estaba revocado al exterior. El elemento sustentante en este caso no son pilares sino columnas y pilares de sección cuadrada de arenisca, de menor tamaño que los restantes elementos recuperados. Sin embargo, en el mismo edifico el pórtico que se corresponde con el cardo IV, el oeste, responde a las características generales documentadas en el resto de las calles. Con todo, este pórtico parece responder a las importantísimas modificaciones que este grupo de edificios públicos conoció en el siglo III y que modificó sustancialmente sus funciones. En algunos casos la decoración pictórica se refuerza con la marmorización. En el decumano IV, en la casa de la Lucerna de la Máscara Teatral, los mármora2 parecen vinculables a los elementos arquitectónicos principales, probablemente, y a falta de un estudio de detalle, vanos de puertas y zócalos de la fachada, habiéndose recuperado una importante cantidad de placas lisas y molduradas de mármol blanco -las más abundantes-, gris indeterminado y amarillo/morado de tipo Espejón. Es en los edificios públicos, basílica-termas norte-cuadripórtico donde se han hallado mayores evidencias de revestimientos marmóreos. Estos proceden del decumano III y del cardo IV, y parecen corresponder a zócalos y otros elementos arquitectónicos de las fachadas. 2 El estudio de los mármora se ha abordado mediante un programa de colaboración entre el Ayuntamiento de Alcalá y la UNED, bajo dirección de la Dra. Virginia García-Entero.
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POZOS Y FUENTES Los pozos o fuentes son elementos arquitectónicos muy característicos de las calles complutenses y de su paisaje urbano, congruentemente con la construcción de la ciudad sobre un gran lago subterráneo. Todas estas estructuras están recuperándose a una cota inferior a la de calle, de forma que se conservan in situ los revestimientos de piedra de sus paredes, pero los brocales o las estructuras aéreas están ausentes casi por completo. Sin incluir aquellos que estaban dentro de las edificaciones, se han constatado hasta ahora siete pozos, todos ellos en los pórticos de las siguientes calles (Sánchez Montes 2017: 318 ss.): en el cardo VI, ante la fachada de la casa del Atrio, los números 2556 y 2369. En el decumano IV, ante la fachada de la casa de la Lucerna de la Máscara Teatral, los pozos 2607 y 2553, localizados respectivamente en el extremo oriental y occidental del pórtico. En el decumano III, ante el edificio del auguraculum, el pozo 399/616. En el cardo IV, el pozo ante la fachada del cuadripórtico. En el decumano Máximo, el pozo junto a los edificios en la entrada occidental de la ciudad. En algunos casos, podemos suponer que sobre los pozos existía un cierto levantamiento arquitectónico, y que más allá de un brocal había una construcción más o menos elaborada. Así ocurre con el pozo 2369, delante de la puerta de la casa del Atrio, del que se han conservado restos de muretes de mampostería y sillería, desgraciadamente muy mutilados.
INFRAESTRUCTURAS DE SANEAMIENTO Conocemos un catálogo detallado de los sistemas de saneamiento de la ciudad. Existe una red expresamente planificada que circula bajo la casi totalidad de las calles, y que ya ha sido publicada, por lo que ahora solo ofreceremos los detalles más relevantes (Sánchez Montes y Rascón Marqués 2013). Se trataba de una red general diseñada para verter hacia el sur y el oeste, buscando el río Henares. Es de trazado ortogonal ajustado al diseño urbano general, lo que ha llevado a fecharlo entre el cambio de Era y las primeras pavimentaciones, a mediados del siglo I d.C. Sin considerar las conducciones menores, 289 –
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construidas en general por particulares y que son de diversos momentos y difícilmente fechables. La tipología de las cloacas es variada: las de mayor calidad o las que deben evacuar grandes caudales, en concreto las termas, circulan principalmente norte-sur, y se conocen en el cardo IV y en el decumano IV. Y las podemos suponer, por lo menos, en el cardo VII -debido a la existencia de ramales desde los lados de esa calle-. Es una construcción de opus caementicium con las paredes interiores de opus quadratum y cerrada por una bóveda, con una altura interior de 104 cm, incluyendo la bóveda. Tiene registros o putei de 99 cm de largo, espaciados en la cumbre de la bóveda. Probablemente, la cumbre de la bóveda y los registros estaban a la vista en el eje de la calle. El segundo escalón en lo que a la calidad se refiere se corresponde con una obra de opus caementicium de sección rectangular, que, aunque hoy día discurre a cielo abierto en su día estaría cerrada por grandes bloques de caliza paralelepipédicos, expoliados en su mayor parte. Tiene sección de 62 cm máximos de altura y 59 cm de anchura. La documentamos en el decumano III, así como en el cardo máximo. A continuación, existe una tipología de cloacas menores, de características constructivas diversas, y que parecen corresponderse no con la obra pública de saneamiento sino con la acometida por los privados para evacuar las aguas residuales de sus propios edificios: de tejas curvas que se ensamblan conformando un canal -en el decumano V, para evacuar la casa de los Grifos, o en la casa del Atrio. Con sección de artesa, de opus caementicium - en el decumano III ante la casa de Marte- o de baldosas cerámicas -por ejemplo, ante el auguraculum.
MODIFICACIONES SOBRE LA RED DE CALLES ORIGINAL En general, la red de calles del siglo I d.C. se conserva en uso y con su función original hasta ca. 400. Aun así, hay modificaciones sobre ella, que afectan al modo en que se desarrollan en las calles unas u otras funciones. –
La conservación y el decoro urbano La principal modificación reseñable tiene relación con la manifestación de un decoro urbano. La acción más importante que arqueológicamente hemos documentado es la repavimentación generalizada sobre la mayor parte de las vías -todas las excavadas con metodología moderna-, y que implica una renovación de hecho de los pórticos. La pavimentación, que parece producirse en algún momento del siglo III, conlleva un crecimiento de la cota de la calle entre los 30 y los 50 cm de potencia, con una solución técnica muy semejante a la original, o de calidad levemente inferior, pues el nuevo pavimento va a tener un mayor volumen de arcillas en detrimento de los elementos de piedra y arcilla cocida. Como esta repavimentación solo se ejecuta sobre la calle propiamente dicha, esto obliga a construir entre esta y el pórtico el sistema generalizado de pretiles que ya hemos descrito, así como a que existan varios puntos con escaleras para bajar de la cota de calle al pórtico. Un sistema que dentro de su generalización recurre a soluciones arquitectónicas distintas, de mayor calidad cuando estamos ante edificios públicos o monumentales. A esta política general de decoro urbano se debe atribuir el mantenimiento, o en algún caso la construcción, de pozos/fuentes. Concretamente, los números 2556 y 2369 en el cardo VI están en relación con los pavimentos de la calle más tardía, luego la estructura que conocemos debe atribuirse a la segunda fase, o bien han sido reformados en esta.
La ocupación de los pórticos Coetáneamente, asistimos a un fenómeno hasta cierto punto contradictorio con el anterior: la ocupación de los pórticos con estructuras constructivas adosadas al edificio principal. Sin embargo, la ocupación no es generalizada, se circunscribe al pórtico, nunca a la calle, y se documenta solo en tramos concretos. En el decumano III, en la fachada de las casas del Atrio y de Marte, aparecen varias estructuras, en general muretes de una o dos hiladas de cantos 290 –
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cuarcíticos, de difícil interpretación. Siendo la más reseñable una estancia que se apoya contra el muro que cierra la habitación 11 de la casa del Atrio, con la que no presenta ningún tipo de paso. Consiste en un solado de cantos cuarcíticos de gran tamaño, limitado por muros de mampostería conservados a nivel de zócalo, y que define lo que podría ser una sola estancia ocupando toda la anchura del pórtico a lo largo de unos 6 m de longitud. También el decumano VII, ante la fachada de la casa de Marte, presenta varias estructuras ocupando el pórtico, siendo esta vez muy difícil su interpretación. Es muy difícil interpretar la función de estas construcciones, para las que tradicionalmente se propone que se trate de infraviviendas, o de explotaciones artesanales-comerciales, incluso de la combinación de ambas. En el decumano IV ante la casa de los Grifos existe una ocupación del pórtico de mejor calidad, y/o mejor conservada que las de la manzana VII. Se trata de la construcción de una estancia, la A, donde se imita cuidadosamente la técnica constructiva del resto del edificio, con zócalo de mampostería de gran tamaño y alzados de tapial, es decir, una obra de cierta calidad. Al menos en la casa de los Grifos, parece que la reocupación serviría para una función económica, creemos que una especie de taberna adelantada respecto a la que de hecho existe ocupando la esquina noroeste de la casa -estancia C. Pero, por otro lado, en otras localizaciones los pórticos han permanecido completamente despejados, tal y como estuvieron en el diseño urbano original: el decumano IV ante la fachada de la manzana VII, casa de la Lucerna de la Máscara Teatral, y también el cardo VI ante la manzana VII, son muy significativos, especialmente porque la misma manzana VII muestra una intensa ocupación en su fachada norte. Tampoco el decumano III ante el auguraculum ni ante basílica-termas-cuadripórtico muestra reocupación alguna, ni el cardo IV ante el cuadripórtico. Nos permitimos apuntar una explicación a esto: no se permitiría por decoro urbano la ocupación de los pórticos junto a los edificios públicos, ni tampoco en las zonas comerciales más o menos consolidadas, como sería el caso de la fachada de la casa de la Máscara Teatral, en el decumano IV. –
MONUMENTALIZACIÓN La trama de calles se monumentaliza mediante la construcción de un monumento marcando la entrada occidental de la ciudad, un tetrapylon. El arco, recuperado en las intervenciones de 2010-2012, y espacialmente vinculado a otro monumento romano cercano, la Fuente del Juncal, está en el mismo inicio del decumano máximo. Se conservan sus cimientos, concretamente cuatro pilares de opus caementicium con caementa heterogéneos y de gran tamaño; cada pilar tiene planta tendente al cuadrado, con unas dimensiones de lado de entre 2,80 y 3,20 m por pilar. Existe un quinto pilar, situado al norte del arco, con orientación levemente desviada con respecto a la del arco, y que formaría parte de un monumento complementario, quizá una estatua o una columna honorífica.
ALTERACIÓN DE LA TRAMA URBANA: LAS TERMAS SUR Y EL ASÍ LLAMADO EDIFICIO DE OCCIDENTE Las termas sur son el ejemplo más claro de alteración de la trama urbana. Se trata de unas termas públicas, de estructura estrictamente lineal y tamaño relativamente reducido -24,40 x 7,70 m- construidas de forma que se invade y amortiza el decumano IV en su tránsito al sur de la basílica (Fig. 5). En la interpretación que hemos venido dando a este hecho, estos baños públicos, construidos después de mediados del siglo III, servirían para sustituir a las termas norte, amortizadas en fechas semejantes, y responderían tal vez a la demanda de conservar un edificio de estas características en el centro de la ciudad. Eso explicaría su posición totalmente forzada y ajena a la planificación urbana: se busca la proximidad de las antiguas termas, y se aprovecha el acueducto de estas para abastecer a la nueva construcción. Aunque solo es conocido a partir de la prospección geofísica (Kermorvant y González 2000) y un sondeo de comprobación en 2004, es un hecho probado la existencia de un gran edificio público construido en opus caementicium y forrado con revestimientos de mármol y ladrillo, instalado en la regio II, a unos 70 m al suroeste del cuadripórtico. Sobrepasa las dimensio291 –
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Figura 5: Vista aérea mostrando el decumano IV, invadido por las termas sur (imagen Ayuntamiento Alcalá de Henares).
nes de una manzana ordinaria, por tanto, superior a los 900 m2, y tenemos mínimos datos sobre su planta y su función. La implantación, cuya fecha exacta desconocemos, rompe con el urbanismo previo, afecta a cuatro manzanas, parece que, ocupándolas, y desvía levemente los ejes de la obra con respecto a los originales, motivando una alteración de los decumanos V y VI y del cardo VI.
BASUREROS EN LOS PÓRTICOS La excavación en 2019 de un tramo del decumano III en el sector ante los edificios basílica-termas norte-cuadripórtico, ha constatado la existencia de un gran vertedero en su pórtico septentrional, colmatado por materiales diversos3. A diferencia de otras alteraciones sobre el viario, esta obra solo deja una lectura posible: el desinterés hacia el modo de entender la ciudad con unos parámetros clásicos y hasta cierto punto 3 La intervención, bajo dirección de S. Rascón Marqués y J. Vega Miguel, está aún en fase de estudio en el momento de redactar estas líneas.
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semejantes a los actuales. Se ha practicado una gran cubeta, afectando a toda la anchura del pórtico, y progresivamente se ha rellenado con basura. En la hipótesis que se baraja en este momento, este hecho sería coetáneo del desmonte de las estructuras colindantes, concretamente el edificio al norte del decumano III. Por suerte, en este caso tenemos relativamente clara la cronología, pues las fechas aportadas por el basurero, con abundante cerámica TSH tardía de varios tipos, nos remite a unas fechas en torno al 400.
EL PROBLEMA DE LA CRONOLOGÍA Existe un problema arqueológico para fechar con claridad todas y cada una de las acciones constructivas que hemos relatado hasta ahora. La fecha del diseño urbano en época de Augusto, y hacia el cambio de Era, viene propuesta a partir de la excavación de la casa de los Grifos, concretamente en 2016, en la que se intervino en la fachada norte 292 –
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del edificio, recuperándose, colocada voluntariamente entre el cimiento y el zócalo de piedra de mampostería del muro de la fachada, la moneda 5/1/19/16/ CG/ZPT4/1552/1581, un as de Augusto acuñado en la Colonia Victrix Iulia Celsa, entre los años 5-3 a.C. (Sánchez Montes 2017: 454). Por su parte, los niveles previos a la construcción de la casa de Marte, en la excavación de 2010-2012, concretamente las UUEE 62, 127 y 186, se caracterizan por la presencia de cerámica TSG, incluyendo un vaso del alfarero Paternus y una marmorata. Materiales similares caracterizan los pavimentos en el decumano III junto a los edificios públicos, remitiéndonos a unas fechas de mediados del siglo I d.C. La datación de la segunda fase de pavimentación es posible sobre todo gracias al análisis de las repavimentaciones en determinadas zonas, así el decumano III ante la manzana VII: las UUEE 2368 y 2367 y los materiales que forman parte de estas estructuras, así como los que están en los niveles de uso inmediatamente anteriores, y que presentan unos y otros características comunes. El catálogo de materiales de esos niveles arqueológicos presenta exclusivamente TSH de transición, con presencia de formas lisas que nos permiten datarlos de forma amplia hacia la segunda mitad del siglo III, pero sin permitir mayores precisiones (Sánchez Montes et al. 2013). Panorama que se reproduce en otras áreas del decumano III. Lamentablemente, no hay ningún dato estratigráfico que nos permita fechar de manera directa cada una de las reocupaciones de los pórticos. Como los pretiles se integran con el pavimento del siglo III, parece razonable suponer que estas estructuras deben ser también del III o posteriores. Y es seductor pensar que las ocupaciones de pórticos se produjesen también a partir de ese momento. Sin embargo, los datos más directos no apuntan en esa dirección, pues en el caso del decumano IV y la casa de los Grifos, la casa ya está amortizada hacia 210-220, lo que indica que en este caso la ocupación del pórtico mediante la estancia A, ha de ser necesariamente anterior a esos primeros años del III. Posiblemente, hay que pensar en una tensión constante y a lo largo de toda la historia de la ciudad, entre las autoridades locales para mantener los espacios de los pórticos libres y los particulares para ocuparlos con comercios. –
Con respecto a los pozos/fuente parece necesario considerar que probablemente existieron y se mantuvieron a lo largo de toda la historia de la ciudad, pero claramente los dos existentes en el cardo VI se construyen en el siglo III o con posterioridad dada su relación con el pavimento del III. Mención especial merece la construcción del tetrapylon, edificio para monumentalizar el viario y el acceso a la ciudad. No existen datos estratigráficos que permitan proponer una fecha directa para esta edificación. Pero un análisis comparativo con otros edificios romanos de estas características muestra que estamos ante un monumento de fechas relativamente tardías: prolifera en Oriente a partir de épocas relativamente avanzadas, el final de los antoninos y las décadas siguientes: el de Palmira, del siglo III; el de Lepcis Magna, ca. 193; el de Afrodisias, ca. 200; los dos de Gerasa, del siglo II o comienzos del III; los dos de Constantinopla, el milion de Constantino y el Anemodoulion, de Teodosio. En Occidente, aun siendo más raro, también existe, pero es también de fechas avanzadas, así el de Jano en Roma, probablemente del siglo IV. Hay casos atípicos y lo es el más cercano geográficamente, el de Caparra, para el que se propone tradicionalmente una fecha de la segunda mitad del siglo I d.C., suponiendo una desviación notable con respecto a la generalidad de los conocidos. En el caso del tetrapylon complutense, las fechas del siglo III coinciden en general con las de otros importantes edificios de la ciudad. La gran rehabilitación de los edificios públicos tuvo lugar en el siglo III en un momento de difícil precisión. Las termas sur se construyen en la segunda mitad del III o comienzos del IV. Y la arquitectura doméstica nos ha proporcionado varios ejemplos de grandes casas de patio o de peristilo al final del siglo III y durante todo el siglo IV -casas de Baco, Peces, Cupidos o Cupidos 2- (Rascón Marqués y Sánchez Montes 2015).
CONCLUSIONES: COMPLUTUM Y LA IMAGEN URBANA DE UNA CIUDAD DEL BAJO IMPERIO El paisaje urbano complutense está marcado en origen por un diseño de urbanismo romano de buena calidad, que probablemente es el original augusteo mejorado, o ejecutado en una gran parte en época de Claudio y/o Nerón: calles porticadas, con una 293 –
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anchura total de 12 m, y que albergan una compleja red de saneamiento público. Probablemente desde fechas muy tempranas se produce la ocupación de algunos pórticos con edificaciones de menor entidad. Y a partir de un momento que no somos capaces de precisar del siglo III, se aborda un programa que persigue el decoro urbano: una repavimentación generalizada que provoca un paisaje con las calles a una cota superior a los pórticos, quedando en una posición inferior estos y los accesos a los edificios. Resultando los pórticos como espacios específicos para peatones, ocupándose algunos por construcciones de uso a veces comercial -en la casa de los Grifos, estancia A-, a veces incierto. Otros pórticos, cuando son de edificios públicos, o parecen zonas comerciales consolidadas, no se ocupan y siguen en uso. Las fachadas se decoran exteriormente -ya lo estaban seguramente con anterioridad- con pinturas murales polícromas, a veces muy elaboradas, o en ocasiones combinando revocos pintados con mármoles. Las fachadas de los edificios públicos responden al decoro que les es habitual, con pórticos claramente diferenciados mediante un programa arquitectónico específico, y decoraciones que alternan los zócalos de mármol con las partes medias revocadas y pintadas en blanco. Existe también la construcción de un monumento específico, el tetrapylum, presidiendo el acceso a la ciudad por el oeste y la entrada al decumano máximo. Pero este interés por mantener el “modo de vida a la romana” debió colapsar hacia 400, por causas que ahora no analizaremos. Desde entonces, y quizá aún durante muchas décadas, convivirán grandes basureros en los pórticos con calles por las que aún se circula, en un paisaje urbano cada vez más deconstruido, con edificios desmontados junto a otros aún en uso, y en el marco de una ciudad cada vez más dispersa. Hacia 393, el paisaje urbano de Complutum debía ser aún lo bastante digno para que uno de sus vecinos, el ilustre miembro de la clase senatorial Poncio Meropio Paulino -Paulino de Nola-, paseara por un entorno arquitectónico en sintonía con los que era posible vivir en otras ciudades todavía importantes del Imperio.
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AMPLIANDO LOS NEGOCIOS HALIÉUTICOS: REFORMAS DEL VIARIO PÚBLICO EN IULIA T R A D U C TA Y B A E L O CLAUDIA Darío Bernal-Casasola Universidad de Cádiz dario.bernal@uca.es
José A. Expósito
Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia. Junta de Andalucía josea.exposito@juntadeandalucia.es
Rafael Jiménez-Camino Álvarez Ayuntamiento de Algeciras cultura.arqueologia@algeciras.es
José J. Díaz
Universidad de Cádiz josejuan.diaz@uca.es
Resumen
Abstract
En el litoral de Hispania muchas ciudades contaron con barrios pesquero-conserveros urbanos, construidos dentro de sus murallas. En ellos las factorías o cetariae instaladas en sus insulae debieron adecuarse a la normativa municipal (adquisición de agua, pago de cánones, respeto del viario…). Por ello, la mayor parte de reformas acontecieron en el interior de los inmuebles haliéuticos, siendo habituales los cambios de uso en los saladeros, la reducción del tamaño de las estructuras de producción o las compartimentaciones interiores como en otros tantos espacios fabriles. En el área del Fretum Gaditanum contamos con dos ejemplos que permiten analizar con detalle la relación de estas fábricas pesquero-conserveras con el viario de la ciudad en clave diacrónica (entre aproximadamente época augustea y el s. V): Baelo Claudia (ensenada de Bolonia, Tarifa) e Iulia Traducta (Algeciras), cuya problemática se presenta en este trabajo.
On the coast of Hispania many cities had urban fishing-canning quarters, built within their walls. In them the factories or cetariae installed in their insulae had to adapt to the municipal regulations (acquisition of water, payment of fees, respect for the roads...). For this reason, most of the reforms took place inside the halieutic buildings, with changes in the use of the fish-salting vats, the reduction of the size of the production structures or the compartments of the working spaces, as in many other man Fretum Gaditanum ufacturing spaces. In the area of the we have two examples that allow us to check in detail the relationship between these fishing and canning factories with the city road system in a diachronic way (between approximately Augustus and the 5th century): Baelo Claudia (Bolonia, Tarifa) and Iulia Traducta (Algeciras), whose analysis is presented in this paper.
Palabras clave
Key words
Garum, Fretum Gaditanum, Baelo Claudia, Iulia Traducta, Industria pesquero-conservera.
Garum, Fretum Gaditanum, Baelo Claudia, Iulia Traducta, Fishing-canning industry.
A M P LI A N D O LO S N EG O C IO S H A LI É U T IC O S : RE FORM A S DE L V I A RIO P ÚB LIC O E N I ULI A T RA DUC TA Y B A ELO C L AUDI A
CETARIAE INTRA MOENIA, ARTESANÍAS INTRAURBANAS1
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a elaboración de salsamentum (pescado en salazón) y salsas resultado de la fermentación piscícola (garum y derivados) fue una de las señas de identidad de las costas de Hispania, herederas de una intensa tradición fenicio-púnica. Varios fueron los modelos a los cuales se adecuaron estos establecimientos pesquero- conserveros. En primer lugar, rurales (o litorales si queremos), aislados de cualquier otra instalación, como por ejemplo los de la Ilha do Pessegueiro en la Lusitania atlántica o los conocidos de Mazarrón. A veces la importancia de estos polos conserveros y su progresivo crecimiento generó la aparición de otros inmuebles como complejos termales o incluso edificios de planta basilical en las inmediaciones, como por ejemplo sucede en el Castillo de Manilva en el litoral malacitano o en Troia en la desembocadura del Sado, auténticos vici artesanales. El segundo modelo productivo es el de los barrios conserveros periurbanos o suburbanos, que cuentan con ejemplos paradigmáticos en Carteia, adosados a las murallas urbanas y cerca del río (Expósito 2018); o en al menos parte de las cetariae de Malaca o de El Majuelo en Sexi; y el tercer modelo, que es el que analizamos aquí, es el de las industrias haliéuticas urbanas2.
Efectivamente, los estudios sobre la industria conservera hispanorromana han demostrado hace años que algunas ciudades contaron desde su fundación con barrios pesquero-conserveros integrados plenamente en la trama urbana. Este fenómeno es espe1 Este trabajo se inserta en el marco de desarrollo de los proyectos de investigación GARUM III (PID2019-108948RB-I00/ AEI 10.13039/501100011033 del Plan Estatal de I+D+i del Gobierno de España/FEDER), ARQUEOSTRA (FEDER-UCA18-104415) del Programa Operativo FEDER Andalucía 2014‑2020, ARQUEOFISH (P18-FR-1483) del Programa de Ayudas a la I+D+i del Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e Innovación (PAIDI 2020) y SACEIMAR del Campus de Excelencia Internacional del Mar CEIMAR y de los PGI “Economía marítima y actividades haliéuticas en Baelo Claudia” y “De Iulia Traducta a al-Bunayya”, autorizados por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. 2 La información individualizada y actualizada sobre las cetariae del Mediterráneo occidental citadas en estas páginas puede consultarse en el Laboratorio Virtual de la RAMPPA -Red Atlántico-Mediterránea de Patrimonio Pesquero en la Antigüedad-, que cuenta en la fecha de consulta -septiembre de 2019- con 287 fábricas (http://ramppa.uca.es/cetariae), al cual remitimos para descargar de referencias este trabajo.
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cialmente bien conocido en el Fretum Gaditanum, donde estas temáticas haliéuticas llevan muchos años de desarrollo historiográfico, desde la época de M. Ponsich (1988) a la actualidad (Bernal-Casasola et al. 2016). El paradigma o caso mejor conocido y documentado es el de Baelo Claudia, municipium romano en el cual las fábricas de salazón (cetariae) alternaron con otros edificios en una extensión de unas dos hectáreas, entre el decumanus maximus y el puerto. Estas industrias haliéuticas, destinadas a la elaboración de salazones y salsas de pescado, estuvieron plenamente integradas en el viario y en los islotes urbanos, conviviendo con otros edificios -públicos y privados-, y sometidas a los mismos preceptos y vicisitudes que cualquier otro inmueble situado intra moenia, como se demostró en su momento (Bernal-Casasola et al. 2007a). El análisis arqueo-arquitectónico y los estudios topográficos sobre estas cetariae urbanas revelan multitud de reformas internas a lo largo de su normalmente dilatado periodo de vida, que suele coincidir con aproximadamente medio milenio, entre Augusto y la primera mitad del siglo V, con múltiples variantes y particularidades. Entre ellas las más frecuentes son la reconversión de antiguos saladeros en áreas de trabajo, mediante su relleno y repavimentación; la reducción o ampliación del tamaño de las cubetas; o el cambio de uso de las instalaciones a lo largo del tiempo; una dinámica normal y constante en el artesanado urbano, sometido a los cánones de las leyes municipales y confinado al espacio interior definido por los muros perimetrales de los inmuebles, como sucede en otros tantos ambientes artesanales como en la propia Pompeya o en Herculano, donde los pistrina, las officinae infectoriae/offectoriae o las fullonicae, entre tantos otros inmuebles de uso artesanal, conviven con las domus, con cauponae, thermopolia y edificios de otras funcionalidades, públicos y privados (Monteix 2010). Avanzada la época imperial se ha podido constatar cómo algunas de estas fábricas conserveras invaden el viario cívico, amortizándolo, en una dinámica bien conocida en el urbanismo tardorromano. En este trabajo se reflexionará sobre los ejemplos gaditanos de Baelo Claudia (ensenada de Bolonia, Tarifa) e Iulia Traducta (Algeciras). En Bolonia estos fenómenos son especialmente visibles en el caso de 298 –
Da r ío B e r n a l- C a s a s ol a / J o s é A . E x p ó s i to / Ra fa el J i m é n e z- C a m i n o Á lva r e z / J o s é J . Dí a z
Figura 1: Vista aérea del barrio meridional de la ciudad de Baelo Claudia, con los ejes viarios (en amarillo), la muralla (en azul oscuro), las cetariae (en azul), las domus (en verde), los edificios de atribución indeterminada (en rosa) y los dos proyectos urbanísticos de amortización del viario (en amarillo) (retocada sobre Expósito, Bernal-Casasola y Díaz 2018: fig. 4).
la fábrica denominada Cetaria V, que amortiza en momentos medio-imperiales el antiguo cardo central de la ciudad, cegando el posible acceso al puerto que en su momento debió existir en esta zona, y provocando la reorganización interna de la circulación del barrio meridional; y en Traducta, se verifica cómo desde el siglo IV una serie de espacios vinculados a las factorías salazoneras, posiblemente dependientes del Conjunto Industrial I, amortizan parte del eje viario urbano que articulaba el tránsito en esta zona de la ciudad romana. Ejemplos de la activa dinámica de estos enclaves productivos y –
reflejo indirecto de la progresiva pérdida de efectividad de las políticas urbanas hispanorromanas conforme avanzaba el Imperio.
BAELO CLAUDIA: REORGANIZACIÓN DEL VIARIO DESDE ÉPOCA MEDIO IMPERIAL Es muy difícil valorar con seguridad la distribución interna del barrio conservero de Baelo Claudia, situado entre el decumanus maximus y la costa, ya 299 –
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que menos de una cuarta parte del mismo ha sido excavada, como pasa en prácticamente todas las ciudades con vocación haliéutica de las provincias occidentales del Imperio (como Olisipo, Onoba, Gades o Malaca como principales ejemplos). Estudios de los últimos años han permitido realizar una propuesta general basada en el conocimiento de los edificios en la parte exhumada del mismo (porcentaje de cetariae e inmuebles destinados a otros usos) extrapolando estos parámetros al global de su superficie (Expósito et al. 2018), que sintetizamos en la figura 1. En el estado actual de la investigación conocemos ocho fábricas conserveras (los Conjuntos Industriales o Cetariae I, IV, V, VI, VII, conocidos de antiguo; y los X, XI y XII excavados en la última década por la Universidad de Cádiz), dos domus seguras (Casa del Cuadrante y del Oeste) y otras dos probables (Edificio Meridional o E.M. VIII y IX), y dos inmuebles de funcionalidad indeterminada (E.M. II y III). Todo ello dividido por siete ejes viarios en dirección norte-sur, de los cuales cuatro se conocían tradicionalmente (Cardo Meri-
dional o CM 1, 2, 3, 4), otro ha sido documentado en excavaciones recientes (CM5) y otros dos, los más occidentales, son probables; y un segundo decumanus, al sur del maximus, que ha sido verificado en las excavaciones arqueológicas de la denominada Cetaria XI (Bernal-Casasola et al. 2017). Conscientes de la superficie total del barrio meridional (12.379 m2) y de la destinada a saladeros del total de la excavada (1088 sobre 2646 m2), una simple regla de tres permite proponer una estimación de unos 37 posibles edificios conserveros de medianas dimensiones en esta zona de la ciudad, los cuales habrían cubierto el 40% aproximado de la superficie del barrio, siendo la capacidad productiva total de unos 2531 m3 (Expósito, Bernal-Casasola y Díaz 2018: 294); lo cual da una idea de la entidad de las plantas conserveras en esta ciudad hispanorromana, reflejo de una realidad a la cual se debieron acomodar casi todas las ciudades del litoral, al menos en el área del Círculo del Estrecho. En este complejo entramado de edificios integrados en insulae, la imagen del viario actual responde, en
Figura 2: Fachada de la Cetaria V desde el norte, con la amortización del CM 3 ( fotografía Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
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su mayor parte, a la época posterior al terremoto que asoló la ciudad a mediados del siglo I d.C., en época de Claudio, siendo más que probable que el mismo fosilice, con algunos cambios, la trama viaria de época augustea (Sillières 1997)3. Y responde al que se mantuvo en la ciudad hasta básicamente momentos muy avanzados del siglo V al menos, o del VI en algunas zonas, hasta los cuales la ciudad mantuvo su fisonomía urbana plenamente (Brassous et al. 2017). Un reciente trabajo ha analizado el viario de la ciudad de Baelo Claudia, al cual remitimos para el análisis general de todos estos datos, si bien su concepción era tratar de presentar la trama viaria de la ciudad para reajustarla al nuevo itinerario visitable, con múltiples y convincentes propuestas (Bravo, Expósito y Muñoz 2011); si bien entre sus objetivos no se situaba la reestructuración diacrónica del mismo, que es la problemática que analizamos en estas páginas con dos ejemplos, centrados exclusivamente en el barrio- pesquero conservero urbano4.
LA CETARIA V Y LA AMORTIZACIÓN DEL CARDO MERIDIONAL 3 El denominado Cardo Meridional III o Cardo central ha sido considerado por algunos autores como el antiguo Cardo Maximus por su situación centralizada, interconectando la parte central del foro con la zona baja de la ciudad y por la presencia de restos de un notable enlosado en su parte meridional afín al presente en el decumanus maximus (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: Fig. 18). Aunque a tenor de sus mayores dimensiones, de 30 pies (9,10 m) te3 No obstante, remitimos al único trabajo monográfico realizado sobre el viario hasta la fecha para advertir la complicación de estas generalizaciones, como por ejemplo la propuesta del inicio de la función viaria del espacio meridional de la actual Calle de las Columnas solo a partir de época flavia; o la tardía generalización de enlosados en las vías, como en el decumanus del Teatro a partir de los flavios, o en la citada Calle de las Columnas solo desde los años 30-40 d.C. (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: 139-140). 4 Desgraciadamente, el mejor indicador para el análisis de este aspecto de la Baelo tardorromana, las excavaciones arqueológicas efectuadas entre el 2009-2010 en el decumanus maximus, siguen inéditas, habiéndose hasta la fecha aportado únicamente algunas referencias, como se ha manifestado explícitamente (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: 124, 131 ss.).
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niendo en cuenta ambos pórticos laterales, quizás la Calle de las Columnas o CM IV puede ser el candidato más propicio al respecto. En el tramo más meridional de este viario, se advierte una reforma de notable envergadura, consistente en la total amortización del mismo, ya que se construyó sobre él parte de la fachada de la cetaria denominada Conjunto Industrial V (Fig. 2). No es fácil saber cuándo se produjo este cegamiento, pues esta zona de la ciudad fue excavada a mediados de los años setenta del siglo pasado, y no disponemos de registros estratigráficos o documentales que permitan verificarlo empíricamente (Bernal-Casasola 2017a). No obstante, la técnica constructiva utilizada que es mixta -con el empleo de sillares reutilizados de biocalcarenita fosilífera- y especialmente la reutilización en los ripios de la parte interior de la fachada de un pivote de ánfora africana permitieron en su momento situar la construcción a partir del siglo IV (Bernal-Casasola et al. 2007a: 149). Un atento examen a esta pieza reutilizada, aún integrada en el paramento interior del muro perimetral norte de la Cetaria V permite relacionarla tipológicamente con la familia de las ánforas de la forma Africana II o III, atendiendo a su carácter macizo y al diferencial engrosamiento de su pared, estrangulada, por lo que podríamos encontrarnos desde finales del siglo II en adelante hasta el siglo IV, que es cuando se datan estos tipos (Bonifay 2004: 111-122). Si a ello le unimos la localización durante la excavación de un ánfora bética completa del tipo Keay XVIA fechada entre el 1754505, que se advierte en las fotos de los años sesenta (Bernal-Casasola 2017a), y que posiblemente estuvo asociada a los niveles de construcción del inmueble, podríamos plantear un terminus post quem para la datación de esta reforma en época tardo-antoniniana o primo-severiana, pues la variante A identificada responde a los momentos más antiguos dentro de este intervalo cronológico. En estos mismos momentos de finales del siglo II o inicios del siglo III se documentan abandonos de algunos espacios dentro del barrio meridional, como sucede con el denominado Edificio Meridional II (Bernal-Casasola et al. 2007b), e incluso se ha constatado la definitiva 5 Según la ficha catalográfica del Laboratorio Virtual Amphorae ex Hispania (http://amphorae.icac.cat/amphorae?t=ac6f5600-2b1e-11e6b81b-a1f03507e445).
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amortización de parte del viario de la ciudad a lo largo de la segunda mitad del siglo II, como parece suceder en el decumanus del teatro (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: 139). La construcción de la fachada de acceso a la Cetaria V sobre el antiguo cardo provocó un cambio importante en el circuito viario de la ciudad, ya que a partir de este momento no era posible acceder desde el antiguo cardo al puerto, lo que obligaba a un giro hacia el oeste (en dirección al Arroyo de las Villas) o hacia la ya citada calle de las Columnas. Constituye esta, que sepamos, la única amortización de gran entidad en el Barrio Meridional (=clausura de una calle), debiendo atribuir la misma, o al menos su autorización, al ordo decurionum, por las notables implicaciones que ello debió haber provocado al viario del municipium baelonense, descartando que se tratase de una decisión ejecutada directamente por particulares.
REESTRUCTURACIONES DE CALLES AL SUR DE LA PUERTA DE CARTEIA Entre los años 2014 y 2019 se procedió a la documentación y excavación integral de la Cetaria XI, una fábrica conservera situada en el entorno del sur de la puerta de Carteia (Bernal-Casasola et al. 2017 y 2018). A ella se suma la Cetaria X, adyacente por el norte y excavada solo parcialmente (Bernal-Casasola et al. 2016). El análisis arqueo-arquitectónico en detalle de los suelos y muros de estos inmuebles nos ofrece algunas pistas sobre cómo evolucionó urbanísticamente este espacio tras las reformas acaecidas como resultado del terremoto de los años 50 de la era y sucesos posteriores, gracias a lo cual podemos ofrecer algunas hipótesis sobre ello. En un primer momento con la construcción augustea, las fábricas XI y XII pudieron ser erigidas apoyándose en el muro del intervallum. Posibles evidencias de ello se observan tanto en la batería oriental de la Cetaria XI como en las piletas P-1 y pileta de limpieza de la Cetaria IX; todas ellas apoyándose en ese muro posterior del intervallum. Especialmente significativa es la presencia de una moldura de cuarto de bocel en la conexión entre la pileta de limpieza de la Cetaria X y el muro trasero, de semejantes –
características al que tiene el pavimento del pasillo longitudinal de esta fábrica en su conexión con el cierre septentrional de la misma. Tras el suceso sísmico de mediados del siglo I d.C. el pasillo de ronda paralelo a la muralla tuvo que ser eliminado en el barrio meridional, cuestión ésta desarrollada por el ordo decurional -que entendemos de gran calado no sólo político sino también religioso por lo que conllevaba modificar el ambitus intrapomerial-. La construcción del Edificio Meridional IX, apoyándose directamente en la muralla, o el adosamiento a la torre norte de la puerta de Carteia son dos muestras evidentes de que en esos momentos ese espacio entre la muralla y las edificaciones se había parcialmente amortizado. De estos momentos podría ser también la ampliación de la Cetaria X hacia el este, hasta alcanzar la muralla. Para ello, se debió arrasar el muro del intervallum sólo en la zona del pasillo y así facilitar el tránsito hasta alcanzar la muralla, debiéndose tabicar el acceso a la torre (denominada “T” en el conocido plano de la ciudad de Sillières). Con ello se generarían varios espacios más de trabajo. El suelo de opus signinum de esas nuevas estancias pudo ser datado en época claudio-neroniana gracias a una cata realizada sobre dicho pavimento (Bernal et al. 2007b: 450), lo que viene a reforzar esta hipótesis. Su diferencia macroscópica en cuanto a su aspecto superficial con respecto al pavimento del pasillo de la cetaria, nos permitiría profundizar en esta hipótesis de considerar el uso de estos espacios traseros como una ampliación posterior de la Cetaria X tras el terremoto. Las dos fábricas salazoneras estuvieron funcionando, con sus respectivas remodelaciones y reestructuraciones internas, mucho más tiempo. Así la Cetaria X se mantuvo en uso hasta finales del siglo II. Por su parte, el Conjunto Industrial XI siguió elaborando productos haliéuticos hasta inicios del siglo V, como verifican los abandonos de las piletas salazoneras y la zona central de trabajo de este inmueble (Bernal-Casasola et al. 2018). En lo que respecta al acceso a la torre, tras las reformas urbanísticas ejecutadas a mediados del siglo I d.C., existió un tramo del intervallum que fue respetado entre la torre “T” y el decumanus meridional, el cual quedó fosilizado en el callejón lateral de la Cetaria XI (Fig. 3). Como hemos comentado anteriormen302 –
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Figura 3: Fotocomposición aérea del E.M. IX y de las Cetariae X y XI, en la cual se aprecia el callejón situado frente a la Torre T, y su conexión con el denominado decumanus meridional (línea azul), así como la amortización del antiguo intervallum (en amarillo) ( fotografía Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
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Figura 4: Mutaciones urbanísticas en el interior de las cetariae baelonenses: cambio en el tamaño de las piletas (A.- Cetaria V); en el uso de los espacios, de cubetas a salas de trabajo (B.- Cetaria IX) o viceversa (C.- Cetaria IV); e invasión de edificaciones adyacentes (D.- C.I. VI) ( fotografía Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
te, este espacio diáfano delante de la muralla debió dejar de existir en época claudio-neroniana, que es la única datación estratigráfica fiable de la que disponemos, pues las excavaciones se han limitado a la exhumación de la secuencia de colmatación y abandono de los inmuebles conserveros adyacentes. Este fenómeno de sucesivos adosamientos a la muralla también fue observado más al norte cerca de la puerta que se abre al decumanus del teatro, con estancias adosadas a la muralla. Sin embargo, no podemos afirmar que se ejecutase en toda la cinta muraria oriental, pues las excavaciones realizadas justo al norte del bastión septentrional de la citada Puerta de Carteia permitieron en su momento verificar la existencia de este intervallum, que tenía algo más de 9 pies de anchura (2,75 m exactamente), actualmente musealizado y visible. Quizás la necesidad –
de espacio para las instalaciones fabriles en la zona baja de la ciudad es la que explique este adosamiento y “parasitación” de la muralla, impropio en unas fechas tan tempranas de época tardo julio-claudia. El citado callejón lateral de la Cetaria XI era de reducidas dimensiones, y su razón de ser tras la amortización del intervallum no fue otra que permitir el acceso a la puerta de la Torre T, para lo cual era necesario el ingreso desde el sur por el citado decumanus meridional para, a la altura de la muralla, hacer un quiebro hacia el norte, al final del cual se encontraba, hacia el este, la puerta de la citada torre defensiva (Fig. 3, línea celeste). A falta de un estudio definitivo sobre los momentos de abandono de la Torre T y el callejón, podemos advertir la existencia de algunas tabicaciones ya en época medioimperial que dificultarían el acceso desde el callejón a la to304 –
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rre. Por su parte, los niveles superficiales de colmatación de esta estrecha vía evidencian un abandono definitivo de la misma entre la segunda mitad del siglo III y primera mitad del siglo IV6. Estos datos permiten también plantear que el acceso a la Torre T debió realizarse a partir de entonces desde otro lugar, o bien que la misma estructura defensiva quedó inutilizada desde estas fechas en adelante. Importante es, asimismo, verificar que la excavación integral de esta zona ha permitido detectar dos patrones urbanísticos. El primero, la convivencia en Baelo Claudia desde al menos finales del siglo II de espacios a pleno rendimiento urbanístico colindantes con otros totalmente abandonados, usados como vertederos, y totalmente colmatados de sedimento. En la zona oriental del barrio contamos con dos ejemplos: el E.M. III, abandonado completamente en época tardo-antoniniana, como fue puesto en evidencia en su momento (Bernal-Casasola et al. 2007b); y la Cetaria X, amortizada también en estas fechas de finales del siglo II, momentos en los cuales la única pileta excavada estaba totalmente colmatada, así como la sala de trabajo con solería de opus signinum, habiéndose construido a posteriori en esta zona una rampa trasera de servicio auxiliar a dicha Cetaria XI (Bernal-Casasola et al. 2016). Asimismo, en el proceso de abandono de la Cetaria XI podemos observar este patrón. La fábrica fue abandonada en los inicios del siglo V, momento en el que el inmueble fue usado como área de vertido de otra fábrica del entorno, desmantelada. Así lo demuestra la presencia en los niveles de abandono de gran cantidad de fragmentos de opus signinum de notables dimensiones pertenecientes tanto a suelos como a piletas -aparentemente troncocónicas-. Pero, además, tras dicho vertido el inmueble fue clausurado, taponándose la entrada. Esto nos lleva a pensar en que el decumanus meridional en esos momentos seguía estando en uso; es decir, una imagen del barrio me6 Concretamente la secuencia estratigráfica permitió definir varios niveles deposicionales de colmatación (UU.EE. 2806, 2807, 3002), en los que además de contener residuos ictio-faunísticos, aparecieron algunos materiales datantes, es como muchos otros términos técnicos que tampoco lo están: sigilata, tégula, que posibilitan su datación y se sitúan en este momento, concretamente ánforas africanas del tipo Keay V y VII, además de galbos de un plato en ARSW C.
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ridional baelonense en los primeros años del siglo V permitiría observar cómo parte del viario seguía vigente y en uso, mientras que algunos edificios sí estarían en ruinas, usándose incluso como vertederos de los escombros generados en procesos de reforma de otros solares. Y el segundo es el concepto de “insulae fabriles dinámicas”, según el cual estas fábricas conserveras fueron objeto de múltiples reformas a lo largo de su dilatado periodo de vida, si bien las mismas afectaron siempre a la superficie interna de estos edificios no invadiendo, hasta donde sabemos hoy en día, el viario público, más allá del citado caso de la fábrica V. Las citadas reformas son generalizadas en la mayor parte de las fábricas baelonenses, y en anteriores trabajos ya se ha insistido sobre esta dinámica (Bernal-Casasola et al. 2007a), la cual además es generalizable a la mayor parte de ciudades conserveras hispanorromanas. Por una parte, asistimos a la reducción o ampliación del tamaño de las cubetas salazoneras, de lo cual tenemos ejemplos en el edificio conservero I, en el IV o en el V (Fig. 4 A), resultado de las cambiantes necesidades de disponer de ambientes para la fermentación o maceración de pescado; los cambios de uso de las zonas de trabajo, siendo el ejemplo más expresivo la pavimentación de antiguas piletas para generar ambientes diáfanos superiores, como tenemos constatado en el X (Fig. 4 B) o en el XII, cuya parte central en la fase tardorromana estuvo destinada al tránsito, si bien en origen albergaba diversas piletas de una fase precedente; o al contrario: pavimentos sobre los cuales se construyen cubetas, como las dos existentes sobre la zona de trabajo central de la Cetaria IV (Fig. 4 C); y, por último, la invasión de otras construcciones, como por ejemplo quedó fosilizado en el ángulo sureste de la fábrica VI, que amortizó una parte del peristilo de la denominada Casa del Oeste (Fig. 4 D).
IULIA TRADUCTA: INVASIÓN PARCIAL DE LAS CALLES EN ÉPOCA TARDORROMANA La ciudad romana de Iulia Traducta se sitúa en la denominada Villa Vieja de Algeciras, y su conocimiento arqueológico es bastante reciente, resultado de las investigaciones realizadas al hilo de la 305 –
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Figura 5: Propuesta del perímetro de la ciudad romana de Traducta (beige), con indicación de las parcelas con evidencias de fábricas conserveras: c/ San Nicolás 7 (nº 1), 3-5 (2), 1 (3), Paseo de la Conferencia, nº 9D (4), Parque de las Acacias (5) y muralla meriní (6), con la propuesta del viario (en azul) (planimetría Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
arqueología preventiva (Jiménez-Camino y Bernal-Casasola 2007). Diversas actividades arqueológicas realizadas en el entorno del Parque Smith o de las Acacias han sacado a la luz una parte significativa de su zona artesanal, habiendo sido posible excavar varios edificios pesquero-conserveros: concretamente tres cetariae (C.I. A, B y C/D) en la c/ San Nicolás 1 y otras dos en la c/ San Nicolás 3-5 (C.I. I y II), cuyo buen estado de conservación ha permitido además conectar–
las con parte del viario de la ciudad romana, como veremos a continuación (Bernal-Casasola y Jiménez-Camino 2018, eds.). En esta ocasión no resulta posible aún realizar una propuesta de restitución completa del barrio haliéutico de la ciudad, al desconocer los límites físicos de la ciudad -murallas-, si bien la superficie de esta colonia romana se ha estimado en unas 9 hectáreas. A pesar de ello la entidad de la zona intervenida, con más de una hectárea, y los hallazgos en diversos solares de las inmediacio306 –
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nes han permitido establecer una superficie mínima para el mismo de 16.585 m2, dato que permite considerar que posiblemente fue algo mayor que el de su gemela Baelo Claudia (Fig. 5). La cronología general de funcionamiento de estas instalaciones arranca en época de Augusto, que es el momento más antiguo documentado en la secuencia estratigráfica exhumada, que coincide con las conocidas emisiones del taller monetal de la ciudad romana de Traducta; y la cronología de abandono difiere entre sí en las diversas zonas excavadas, situándose siempre en época tardorromana. Parece que los primeros edificios conserveros se abandonaron en el 350-375 (C.I. C/D), si bien todos los demás perduraron hasta época vándala, como demuestran las estratigrafías de abandono del C.I. B (425 - 500/525) o las de los C.I. A y II, fechadas a finales del siglo V/ inicios del siglo VI. La cronología de funcionamiento más moderna de las cetariae traductenses se ha determinado en el segundo cuarto del siglo VI (525/550), como se ha podido demostrar en el caso del C.I. I, gracias a los contextos cerámicos aparecidos en los niveles basales de colmatación de las piletas salazoneras (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Expósito 2018). En el barrio artesanal de la Algeciras romana se han detectado dos patrones urbanísticos muy similares a los ya comentados al analizar el caso de Baelo Claudia. Por un lado, un mantenimiento de la orientación básica de los principales edificios y calles excavadas entre época augustea y finales del siglo V o inicios del VI, como demuestra la ausencia de cambios de orientación hasta época bizantina, en momentos posteriores al 550. A partir de dicha fecha los edificios conserveros son reocupados, y las trazas de cimentaciones de estructuras excavadas no respetan el trazado de época romana; aunque es cierto que no se han localizado estructuras sobre las antiguas calles, lo que posiblemente ha de interpretarse como una evidencia indirecta del mantenimiento de las mismas en uso hasta el abandono definitivo de esta zona a finales del siglo VII o inicios del siglo VIII (Bernal-Casasola, Expósito y Lorenzo 2018). En segundo término, la dinámica de progresivas reformas en el interior de las insulae conserveras es, en –
Algeciras, especialmente activa. Así lo demuestra, por ejemplo, el abandono en el tercer cuarto del siglo II de las dos piletas excavadas en el Parque de las Acacias (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Retamosa 2018); o las sucesivas reformas similares -colmataciones de cubetas- de las fábricas de la c/ San Nicolás, que se producen, de manera paulatina, a lo largo de la totalidad de su periodo de vida: desde momentos avanzados del siglo I (60-80 d.C., caso de la pileta P-6 del C.I. B), en el siglo II (100-125 del C/D; mediados de la centuria, P-15 del C.I. I; 175-225, P-3 y P-5 de la cetaria B), a lo largo del siglo III (P-9 del C.I. A) o en el siglo IV (P-3 del C.I. A; P-1 del ala norte del C/D), antes del inicio de los abandonos definitivos desde el siglo V en adelante (Bernal-Casasola y Jiménez-Camino, 2018). Todo ello trae a colación de nuevo la idea expresada en los párrafos precedentes de las “insulae dinámicas”, unos espacios fabriles que son sucesivamente reformados a lo largo del tiempo y en función de las fluctuaciones de las necesidades de los negocios haliéuticos. De ahí que hay que tener cuidado con la interpretación de las secuencias de abandonos puntuales en recintos artesanales, pues al menos en los casos analizados responden al citado dinamismo, y no pueden ser interpretados, como ha pasado en muchas ocasiones, como reflejo del declive de la industria o de la productividad en la ciudad, como esta percepción global de Iulia Traducta permite verificar.
CAMBIOS EN EL CALLEJERO DE TRADUCTA A LO LARGO DE ÉPOCA IMPERIAL En el estado actual de la investigación ha sido posible verificar la existencia de cuatro ejes viarios de la trama urbana romana de Iulia Traducta (Figs. 5 y 6). El primero de ellos es el mejor documentado: un gran decumanus, de unos 9 m de anchura, del cual se han excavado los extremos de un tramo de unos 75 m, y que aparece delimitado en la c/ San Nicolás 1 por las cetariae A al sur y B y C/D al norte, habiendo sido descubierta la parte meridional del mismo junto al muro perimetral norte del C.I. I en el nº 3-5 de la misma arteria viaria (Fig. 6). El segundo ha sido identificado parcialmente en la parcela excavada en la calle San Nicolás 7, a partir de un espacio interpretado como viario gracias a los restos de 307 –
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Figura 6: Propuesta reconstructiva del barrio conservero romano de Iulia Traducta, con los dos ejes viarios documentados en la calle San Nicolás en función de las evidencias arqueológicas (decumanus septentrional; cardo central) y los propuestos (decumanus meridional; cardo occidental), y esquema del mismo con las cinco cetariae excavadas (A, B y C/D en la C/ San Nicolás, nº 1; I y II en la C/ San Nicolás, n 3-5) (imagen Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
una canalización principal, en la que vertía otra secundaria, que vertebraba un espacio alejado de los edificios documentados al sur, unos cuatro metros, quedando el resto de la calle fuera del área de excavación. Su orientación la hace corresponder con el decumanus dispuesto al sur del anterior. El tercero, el denominado cardo central, ha podido ser localizado gracias a los muros perimetrales orientales de la fábrica A. A ellos hay que sumar una cuarta arteria viaria en dirección N-S identificada en la excavación del Parque de Las Acacias (Jiménez-Camino et al. 2019). La otra calle, el llamado cardo occidental, deriva de la necesaria existencia de una zona de acceso a los edificios conserveros y de las dimensiones medias de las insulae en las cuales se integran, como ha sido argumentado con detalle en otros trabajos, –
a los cuales remitimos para la ampliación de los datos (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Expósito 2018: 246). Aunque se trate de los primeros datos sobre el viario de la ciudad de Traducta son de gran interés por las numerosas inferencias urbanísticas y topográficas que permiten realizar. La primera observación de interés es la verificación de que el gran decumanus, además de estar porticado en la zona occidental, estuvo en su primera fase totalmente pavimentado con losas calizas de medianas y grandes dimensiones, como se puede apreciar en la parte central de su trazado (Fig. 7). Estas crustae solamente se han identificado en una zona (el llamado Pav-2, situado al suroeste del Conjunto B) porque no se ha procedido a la excavación integral de toda la calle, ha308 –
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Figura 7: Vistas aéreas del tramo de decumanus exhumado en la c/ San Nicolás 1 de Algeciras, con las crustae de la fase primigenia, la canalización (C II/III) y la pavimentación final a base de tierra apisonada ( fotografías Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
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biendo finalizado la excavación a techo de muro de las canalizaciones identificadas; siendo probable que se localice en la totalidad del trazado de esta arteria viaria, propuesta que habrá que intentar verificar en futuras actuaciones arqueológicas. El proceso de excavación y la dinámica histórica de la ciudad ha permitido proponer como fecha más probable de esta primera pavimentación de losas la época augustea; aspecto que no ha podido ser verificado estratigráficamente, pues para ello habría sido necesario desmontar el citado tramo de summae crustae. De gran interés ha sido poder determinar que bastante pronto, desde época hasta finales del siglo I d.C. se detectan “parches” o rellenos sedimentarios sobre la propia calle, los cuales provocan la progresiva elevación del nivel de uso de esta arteria viaria y, especialmente, su conversión en una vía terraria. Este proceso está bien fechado estratigráficamente por los rellenos de la canalización (denominada C-II en un tramo y C-III en otro) que discurre de manera algo serpenteante por la zona septentrional y central del tramo excavado en la c/ San Nicolás 1 (Figs. 7 y 8), y cuya amortización ha podido ser datada en la primera mitad del siglo II (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Expósito 2018: 224). Es decir, que la calle pavimentada con losas en época augustea duró pocas décadas en activo, siendo pronto recrecida y convertida en una vía terraria, dotada de infraestructura hidráulica en su parte central. Estas canalizaciones de evacuación, orientadas con una sensible pendiente descendente hacia el mar fueron cegadas en época antoniniana, continuando en activo como calles pavimentadas con tierra hasta el siglo V con seguridad, y posiblemente también durante los siglos VI y VII (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Expósito 2018: 222-235). La cota de pavimentación de este decumanus fue creciendo gracias a diversos aportes sedimentarios, aunque sin exceder nunca los 20-30 cm sobre la tapadera de las atarjeas de mampostería. Este tipo de calles de tierra apisonada parece que caracterizó la Algeciras de época medio imperial y tardorromana, pues encontramos un sistema similar en otras excavaciones cercanas como en la c/ Méndez Núñez, donde el sistema de acceso a los embarcaderos fluviales del cercano Río de la Miel se efectuaba a través de una rampa portuaria pavimentada con 309 –
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Figura 8: Planimetría de las estructuras de la c/ San Nicolás 1 de Algeciras, con el tramo del decumanus flanqueado por los edificios conserveros (imagen Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
tierra apisonada y guijarros y fragmentos cerámicos de regularización (Bernal-Casasola, Iglesias y Lorenzo 2018).
ESTRUCTURAS TARDORROMANAS ESTABLES AL OESTE DEL DECUMANUS Destacamos que no se han detectado en los tramos viarios excavados en la c/ San Nicolás 1 de Traducta síntomas de ocupación de la calle por reformas de los edificios haliéuticos o de cualquier otra naturaleza, lo que de nuevo hace pen–
sar en un efectivo control y mantenimiento de los ejes viarios de la ciudad por parte de las autoridades gestoras de la colonia. Únicamente en la zona adyacente al muro perimetral norte del Conjunto Industrial I se ha detectado una dinámica diversa. Se trata del sector más occidental excavado de la calle, en el cual se ha documentado un ambiente porticado que solamente se detecta en esta zona, y que se caracteriza por cuatro fases constructivas: el pórtico habría contado en una primera fase (A) con columnas de casi 2 pies (56 cm) de diámetro separadas unos 7 m del edificio, posiblemente fechadas en época 310 –
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Figura 9: Planimetría de los Conjuntos Industriales I y II de Traducta, con el decumanus septentrional (imagen Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
augustea o, con seguridad, en el siglo I d.C.; en una segunda fase (B) las columnas habrían sido sustituidas por pilares rectangulares de mampostería, más cercanos a las fábricas conocidas (2,5 m), que serían posiblemente la base de sustentación de pies derechos en madera, y que por su cuidada técnica constructiva se sitúan posiblemente aún en época altoimperial; en un tercer momento (C), fechado posiblemente en el siglo IV, se asiste a una reforma sustancial: un incremento de la cota de uso de aproximadamente un metro respecto a la fase primigenia y un macizado de los pilares cuadrangulares, que de nuevo actúan como elementos sustentantes. En el último momento o Fase D, fechada en época tardorromana imprecisa, se detecta la existencia sobre la calle de cerramientos entre los pilares y la compartimentación de los espacios a través de estructuras de mampostería, que denuncian, con claridad, la apropiación de espacios públicos, pavimentados ahora con tierra y piedras de pequeñas dimensiones (Bernal-Casasola, Jiménez-Camino y Expósito 2018: 235-243). De especial interés ha sido –
la documentación en toda esta zona de multitud de monedas tardoimperiales, que alcanzan más de medio millar, fechadas mayoritariamente en la segunda mitad del siglo IV -numerario en circulación residual, práctica bien conocida en estas fechas de la Antigüedad Tardía-, la más moderna de las cuales se fecha en época de Teodosio II o Valentiniano III (425/435 - 440/455; Arévalo y Mora 2018: 662-663, nº 663), lo cual aporta un terminus post quem para el abandono de estas estructuras del segundo cuarto del siglo V. Se han localizado en esta zona restos de algunas pavimentaciones horizontales realizadas con tégulas y con fragmentos latericios y anfóricos, definiendo espacios de dimensiones reducidas, posiblemente pertenecientes a ambientes diferenciados (Figs. 9 y 10). La elevada frecuencia de monedas y otros artefactos ha llevado a interpretar estos restos como posibles tabernae, puestos de cambistas o tiendas de enseres de diversa naturaleza. Su importancia es que se sitúan todos ellos sobre el antiguo decumanus maximus en la zona de confluencia con el Conjunto Industrial I, eviden311 –
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Figura 10: Pavimentaciones con material constructivo latericio, pétreo y ánforas sobre el decumanus, frente al Conjunto Industrial I, posibles evidencias de tabernae o puestos de cambista y de venta de mercancías ( fotografía Grupo de Investigación HUM 440 - Universidad de Cádiz).
ciando con claridad que una parte significativa del mismo sí había sido invadida en la Antigüedad Tardía, con una finalidad totalmente diversa a la primigenia, e imposibilitando el tránsito. Como indicamos, posiblemente el ambiente porticado hubiera sido tabicado para albergar en su interior ámbitos de compra-venta en una dinámica de invasión del espacio público que conocemos muy bien en otras ciudades tardoantiguas atlántico-mediterráneas. –
CETARIAE URBANAS Y AMORTIZACIÓN DEL VIARIO EN EL FRETUM GADITANUM Como se ha podido advertir en los párrafos precedentes, la invasión del viario público de la ciudad de Baelo Claudia parece inexistente, al menos en el barrio meridional de la ciudad, dando la impresión de que, a grandes rasgos, las restantes partes de la ciudad presentan una problemática similar: solamente en al312 –
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gunas zonas, como en determinados puntos del decumanus maximus se habrían producido reocupaciones (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: 124). Otro ejemplo de interés lo podríamos advertir en las termas urbanas, donde la estancia absidada que contenía un baño frío fue construida adentrándose en el denominado Cardo 1 que asciende hacia el teatro, reduciendo éste su anchura en dicho punto, pero no inutilizándolo (Sillières 1997). En cierta, forma, resta para futuros estudios un análisis de detalle de este aspecto en la dinámica diacrónica de la ciudad, aún no acometido. Este aparente respeto por el viario interno de la ciudad, al menos en el barrio industrial contrasta, como hemos indicado, con las intensas reformas internas de que fueron objeto las instalaciones artesanales a lo largo de sus diversos siglos de vida, las cuales se realizaron siempre de los muros perimetrales de estos inmuebles hacia adentro. Asimismo, difiere con las reocupaciones de otros espacios públicos, como por ejemplo el macellum o el templo de Isis donde en el siglo IV fueron objeto de múltiples reocupaciones y reformas, insertándose en ambos ambientes estructuras habitacionales privadas. Eso sí, se ha podido verificar la existencia de al menos dos operaciones urbanísticas de notable envergadura que afectaron al viario baelonense: como sucedió con el cierre del antiguo cardo central de la ciudad en su tramo meridional, impidiendo el acceso desde aquí hacia las instalaciones portuarias, ya que se construyó sobre esta antigua vía el frontal de acceso a una de las fábricas conserveras, cuya fachada se conserva íntegramente; y con el “proyecto urbanístico” de anulación del intervallum en la zona al sur de la Puerta de Carteia tras el seísmo de los años 50, permitiendo la construcción de varios edificios (al menos la casa identificada como E.M. IX y las cetariae X y XI). Estas constataciones permiten verificar que el control del ordo decurionum municipal estuvo muy activo hasta al menos inicios del siglo V, lo que permite explicar la escasa ocupación del viario público, frente a lo que conocemos en muchos otros casos hispanorromanos. Quizás el interés municipal al optar por remodelaciones planificadas del viario (los citados “proyectos urbanísticos”) habría, al mismo tiempo, velado por evitar la invasión de las calles, en un entorno urbano, no lo olvidemos, de dimensiones reducidas; salvo en caso concretos como en las termas urbanas o el propio decumanus maximus. –
El otro aspecto importante sobre el viario de Baelo Claudia es la convivencia de vías terrarias y otras pavimentadas con crustae a inicios de época imperial. Así lo verifica la existencia, por ejemplo, del conocido decumanus maximus, cuyas losas de “jabaluna” o “losa de Tarifa” parece que se instalaron en época augustea (Sillières 1997: 84); otras arterias viarias importantes, como la denominada Calle de las Columnas, no estuvo petrificada en ningún momento, como se colige de las pioneras excavaciones de P. Paris (Bernal-Casasola 2017b) y han verificado los estudios estratigráficos de los últimos años en la zona intermedia de la calle, frente a la Cetaria IV, que además atribuyen su construcción a los años 30-40 d.C. (Bravo, Expósito y Muñoz 2011: 135-136 y 140); quizás la justificación de una pavimentación de tierra en la Calle de las Columnas, cuya importancia es incontestable -recordamos que podría haber sido el cardo maximus de la ciudad-, pudo haber sido práctica: ya que era la conexión de la ciudad con el mar y posiblemente la tierra apisonada facilitara el tránsito de pescado y mercancías, evitando resbalones y mimetizando la suciedad. Lo que también está demostrado es que conforme avanzó la época imperial, las antiguas losas dejaron de existir, y las calles de Baelo Claudia parece que fueron todas de tierra, a partir de un momento difícil de verificar estratigráficamente pero que quizás coincida con la época de los Antoninos o los Severos, momentos de grandes reformas en esta ciudad gaditana. La red viaria baelonense parece que se mantuvo con pocas alteraciones entre su génesis en época augustea y su definitivo abandono en el siglo VI, identificándose modificaciones puntuales como estrechamientos de algunos tramos del decumanus maximus o del citado cardo de las termas urbanas, que no implicaron su cese como ejes viarios, sino más bien su consolidación integrada en la nueva trama tardoantigua (Didierjean et al. 1978: 453, pl. XVI). Por el momento no podemos cotejar esta realidad con datos estratigráficos relacionados con el abandono del sistema de distribución interno de aguas, cuya amortización suele ser muy reveladora, pues no existe información clara al respecto (Expósito y Bernal-Casasola 2018), salvo la constatación general del abandono parcial de la conexión de esta red de distribución y desagües urbanos 313 –
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con los edificios, que fueron abandonados de forma generalizada en torno al siglo III, al menos para el caso de las conducciones de suministro y desagües del templo de Isis, el teatro o el macellum (Sillières 1997), siendo esta una de las líneas de desarrollo para investigaciones futuras, como también lo es la necesidad de unificar la nomenclatura de las calles según los diversos autores. En el caso de Traducta, la mayor parcialidad de la zona excavada limita las apreciaciones. No obstante, en el tramo de decumanus intervenido se han podido documentar dos situaciones diversas. Por un lado se detecta un respeto notable del viario en la zona excavada en la c/ San Nicolás 1, pues desde su construcción en época augustea hasta el siglo V con seguridad y posiblemente momentos bizantinos da la impresión de que se mantuvo inalterado el viario. Por el contrario, en la zona más occidental, y posiblemente aprovechando el porticado meridional de la calle, se instalaron en la Antigüedad Tardía, a partir del siglo IV, una serie de ambientes pavimentados y cerrados perimetralmente, relacionados con actividades comerciales y quizás productivas. Pequeñas tiendas o “tenderetes” y quizás puestos de cambistas (teniendo en cuenta la cantidad de moneda fraccionaria aparecida), que se habrían “fosilizado” sobre parte del viario público primigenio, amortizándolo. También se ha podido documentar en Algeciras la existencia de una fase julio-claudia con calles con crustae pétreas, bien aparejadas y escuadradas, a la manera vitrubiana. Destaca el rápido reemplazo de las mismas por vías terreras, cuyos sistemas de evacuación de residuos líquidos se amortizan también muy pronto, a lo largo de la primera mitad del siglo II. La información aportada en estas páginas permite concluir que el estudio arqueo-arquitectónico de las cetariae constituye un excelente indicador para determinar las fluctuaciones urbanas en clave diacrónica; y por ello también la evolución del viario. Los ejemplos indicados en Traducta y Baelo Claudia permiten inferir que no parece existir un modelo de urbanismo estanco, rígido y extrapolable a las diversas comunidades urbanas del –
ámbito del Fretum Gaditanum, sino que en cada caso se arbitraron soluciones diversas, motivadas por las necesidades de la comunidad cívica que las habitaba. Por un lado, se ha podido demostrar la existencia de cambios importantes en el trazado del viario urbano, decretados e impulsados por el propio poder municipal, como se puede inferir de la clausura en época medioimperial del antiguo cardo central de la ciudad de Baelo Claudia, con el consecuente cambio de itinerario de la circulación de la parte baja de la ciudad en la Antigüedad Tardía; o con la amortización del intervallum del ángulo noreste del barrio meridional, plasmado en el adosamiento de los edificios (tres al menos) al paramento interior de la muralla oriental de la ciudad. Proyectos urbanísticos haliéuticos de notable importancia tras los cuales, sin lugar a dudas, estaba el órgano rector de la ciudad. Asimismo, se ha demostrado en ambos casos la existencia primigenia de unas calles pavimentadas con grandes losas, al modo vitrubiano, como sucede en los decumani de Baelo y de Traducta; los cuales convivieron, desde el principio, con calles pavimentadas con tierra apisonada, como verifica la Calle de las Columnas en Bolonia; la tendencia en ambas ciudades es que las viae stratae fueron dando paso a partir de momentos avanzados del siglo I y del siglo II a calles pavimentadas con tierra en ambas ciudades, que fueron las que caracterizaron a las fases medioimperiales y tardoantiguas. En ocasiones “embellecidas” con pavimentaciones superficiales de guijarros y cerámica machacada, destinadas a evitar ambientes pulverulentos resultado del tránsito cotidiano y a generar un firme más estable. Una “pérdida de calidad” en la maestría viaria que conocemos muy bien en muchos otros lugares del Mare Nostrum. Ello llevaba aparejado el consecuente recrecimiento de los niveles de circulación que son asimismo consustanciales a las ciudades antiguas, fenómeno que también se constata en el Círculo del Estrecho. Por último, respecto a la invasión del espacio asistimos a dos modelos: un aparente mantenimiento de las calles sin notables alteraciones 314 –
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perceptibles, como parece acontecer en el barrio meridional baelonense; y una convivencia de calles respetadas a lo largo de toda la época imperial con otros ejemplos de invasión manifiesta y privatización del espacio público, como ilustra la zona occidental del decumanus septentrional de Iulia Traducta y la central del de Baelo Claudia, frente a la plaza meridional, así como la ampliación de las termas urbanas. Concluimos indicando que los cambios detectados en estas dos ciudades del conventus Gaditanus acontecen en momentos anteriores a lo inicialmente pensado: muy avanzado el siglo I d.C. o a lo largo del siglo II, en una dinámica consustancial a otros ambientes hispanorromanos (Brassous y Quevedo 2015, eds., con múltiples ejemplos), fechas en las cuales conviven en la ciudad espacios edificados con otros abandonados, como se ha podido demostrar con claridad en Baelo Claudia. Ruptura y continuidad del callejero, el leitmotiv de este coloquio, es la dualidad que también ha sido posible verificar en las comunidades urbanas del estrecho de Gibraltar, en constante transformación desde su erección adaptada a los cánones hipodámicos y vitrubianos en época julio-claudia a su completa transformación en momentos avanzados de la Antigüedad Tardía, fechas en las cuales la reutilización, readaptación y modificación de los espacios urbanos eran las claves cotidianas.
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Esta edición se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2020 en Editorial MIC, España
RUPTURA Y CONTINUIDAD EL CALLEJERO DE LA CIUDAD CLÁSICA EN EL TRÁNSITO DEL ALTO IMPERIO A LA ANTIGÜEDAD TARDÍA