Aso.c Española Puzzles nº2 ene 2020

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AMANDO SALMOR Por Alejandro Darias Mateos

L

os huecos libres ya se podían contar por pocas decenas. Nadie había cantado «tiempo» aún. Pese a que mil veces le habían recomendado que mantuviese la visión túnel solamente hacia su puzzle, había espiado al resto de vecinos con ladeos de cuello peligrosos para su tortícolis crónica. Todos sus rivales atrás, apenas distinguibles por el retrovisor. Todos, menos su vecino. El italiano Gennaro Scintilla. Al que la afición internacional llamaba «The Magician», los tifosi transalpinos «Il Capo» y la hinchada española, «El de siempre». El que siempre ganaba. Y Amando Salmor, el más grande velocista puzzlero español de todos los tiempos, campeón del Nacional de Madrid en las quince ediciones en las que había participado, era el que siempre finalizaba segundo en cada Mundial. El primero de los perdedores, como no paraba de proclamar el corredor Ayrton Senna. Las 5500 personas que atestaban el Pabellón Laugardalshöll de Reikiavik se habrían intercambiado por él sin dudarlo un segundo, pero Amando sólo tenía una obsesión en su cabeza. Intercambiar puestos con Gennaro Scintilla. Sí, que el italiano finalizase segundo. Ni tercero, ni quinto, ni décimo, ni último. Segundo. Que el de Trieste sufriese en sus carnes lo que padeció Buzz Aldrin cuando todos los libros de historia eran invariablemente dedicados a Neil Armstrong en aquel lejano verano de 1969.

Por todo ello Amando, inmerso en los automatismos de las últimas decenas de piezas, en los que todo se resuelve como un maestro billarista que ejecuta una serie americana de carambolas, observaba que el hueco faltante de Gennaro era más grande. Después de diez Mundiales a rebufo, humillado en la semialtura del cajón, la piscina de su enconado rival iba a quedarse a medio llenar. 54

Treinta piezas restantes. Amando sonrió. Todo lo colocaba al toque, movido por la excitación del ya cada vez más cercano triunfo. La lesión crónica del cuello había sido doblegada por las pomadas y analgésicos recetados por su fisio durante los tres días de eliminatorias, tras varios mundiales torturado por los dolores musculares que siempre esquivaban al más joven «The Magician». Noventa segundos separaban al español del éxtasis. Quizás menos, si no enloquecía ni se «llenaba» de piezas. El insolente Scintilla en esta ocasión tendría que permanecer una cabeza por debajo en la entrega de medallas. Amando miró de nuevo de reojo al vecino. El transalpino parecía tener problemas. Movía la cabeza hacia todos los lados, palpando el puzzle repetidas veces. Miraba alternativamente al suelo y a su silla. Se levantaba, se volvía a sentar. Era evidente que Gennaro buscaba algo. Parecía desesperado por algo.

Veinte piezas para el final. El mar de cámaras se agolpaba en torno a la mesa número 1, que compartían el Mozart y el Salieri de los puzzles. Amando consideraba que Gennaro era Salieri elevado a la categoría de vendehumos. Gennaro desdeñaba a Amando como otro Salieri cualquiera, un robot sin talento alguno para improvisar. Ambos se proclamaban autores del Requiem. Amando aún no había bebido de la copa del campeón con la música de la Pequeña Serenata Nocturna, en el banquete de clausura. Gennaro, diez veces. La organización había cambiado las últimas veces la sintonía del triunfo a La Marcha Turca para no aburrir al italiano. Amando seguía siendo llevado en volandas por las piezas. Esta vez sería Don Giovanni y mataría al Comendattore. Entre tanto, Gennaro propinaba un puñetazo en la mesa. Parecía sufrir un severo atasco. En las últimas piezas. Algo insólito para el mejor velocista de todos los tiempos…o no. Diez piezas restantes. La piscina de Gennaro continuaba llena. Nunca se vaciaría del todo. El español palpó el bolsillo de su camisa blanca. Normalmente llevaba encima todo tipo de


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