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Un vestigio de tráfico rodado. Enrique R.Arroyo Berrones

Un vestigio del tráfico rodado

El establecimiento de un código de señales para orientar a los viajeros en el tráfico por las calzadas data de la época de los romanos que fueron pioneros en fijar unas primeras señales de tráfico, los miliarios, unas columnas de piedra en las que se labraba a cincel los destinos y las distancias en millas romanas desde un punto a los diferentes destinos que comunicaba la vía en que se encontraban. Aquellas señales de tráfico fueron convertidas con el paso del tiempo en los mojones de piedra que aún hoy se pueden observar en algunas carreteras secundarias por las que circulamos; luego, sería el incremento del número de vehículos lo que aconsejó el tenerse que concretar una serie de normas y de señales de tráfico que fueran aceptadas internacionalmente tanto para su establecimiento en las carreteras como para la circulación por el interior de las ciudades.

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Bastaría cerrar los ojos por un momento y dejarse llevar por la imaginación para recrear una etapa de nuestra historia local en la que con unas señales ya en desuso, como la que más abajo se muestra -sobre el rótulo de la calle San Diego-, se conseguía orientar a los arrieros con sus carruajes y a los primeros conductores de vehículos a motor para seguir el itinerario recomendado. La señal SALIDA DE CARRUAJES, diseñada con chapa de hierro esmaltada, que personalmente he procurado preservar desde años haciéndole recomendaciones de los pintores de esa fachada, es un vestigio del tráfico rodado para los carros con ruedas herradas o sin herrar, para las berlinas tiradas por caballos u otras bestias y, finalmente, para los conductores de los primeros vehículos a motor que, procedentes del muelle situado al norte del embarcadero del Pasaje, tenían la necesidad de encaminarse hacia otras poblaciones para transportar la producción de las industrias conserveras.

Era ésta una señal que indicaba cuál había de ser el sentido correcto de la conducción a través del casco urbano de la ciudad en una época en la que, obligatoriamente, todos los carruajes tenían la necesidad de pasar por el centro de la población ya que la existencia de la batería baja del Baluarte de las Angustias impedía el tráfico a través del muelle. Y es que el Baluarte disponía de dos plataformas, una alta, de la que se conservan las cuatro almenas orientadas hacia el sur en las que estaba instalada la artillería que defendía la desembocadura del río para evitar los ataques piráticos, y una plataforma baja, sobre un terraplén y explanada, hoy inexistente, en la que se encontraban montados doce cañones de grueso calibre, un cuerpo de guardia, el repuesto para pólvora y otro cuarto más para los artilleros.

La existencia de la citada batería baja (señalada con una flecha amarilla en la porción del plano levantado por Cecilio Díaz González, en agosto de 1857, que se muestra a continuación) que se adentraba en el río suponía un serio inconveniente para el tráfico de las industrias establecidas en la orilla del Guadiana ya

que interrumpía el tránsito entre los dos muelles, el de Trafalgar que le quedaba hacia el sur y el del Pasaje que se prolongaba hacia el norte, quedando así cortada la comunicación entre ambos tramos de muelle, razón por la cual el Ayuntamiento, considerando el avanzado deterioro del Baluarte, la nula necesidad de fortalecer esta frontera y, desde luego, la decidida carrera emprendida por los industriales conserveros ayamontinos que necesitaban ocupar en su plenitud la orilla del río, pidió al Gobierno de España la cesión del Baluarte de las Angustias, consiguiéndose ésta de manera provisional en el año 1911 y de manera definitiva en el año 1922. Entonces, teniendo nuestro Consistorio el dominio pleno del Baluarte, al estimar la inoperancia militar de aquel edificio y particularmente el de aquella plataforma, no dudó en eliminar el obstáculo que ofrecía la mencionada batería baja, procediéndose al desmonte del macizo de tierras que aquella plataforma suponía, acometiendo inmediatamente la obra del ensanche del puerto, con el que se dejaba, por lo tanto, abierto el paso por todo el muelle de Poniente.

Pero, mientras existió la aludida batería baja, el tráfico procedente del tramo norte del Pasaje siempre se vio obligado a introducirse por las calles céntricas de la ciudad (quedando señalado en el mencionado plano -con una línea roja- el itinerario que debían seguir los carruajes) con el consiguiente peligro para los viandantes y la incomodidad consecuente para los propios arrieros que necesariamente tenían que conducir sus cargas por las calles de mayor movimiento ciudadano para salir de la población, es decir: por la c/ Del Pasaje que luego se llamó Del Sol y hoy Isla Cristina, por la Plaza de La Laguna, que antes se había denominado De la Constitución y luego de José Antonio Primo de Rivera, para más tarde recuperar su primitivo nombre de La Laguna, por la c/ Paz, por la c/ Chaves que posteriormente se rotuló como Cervantes, por la c/ Mesones, hoy denominada Lusitania y por la c/ San Diego para alcanzar el Paseo de Tetuán que luego fue Queipo de Llano y en la actualidad de La Ribera.

En las esquinas de aquellas calles en las que se hacía necesario cambiar la dirección del carruaje, esto es: en el inicio de la c/ Paz, en la c/ Lusitania (en la fachada de la casa marcada con el nº 9, que hace esquina con la c/ Cervantes) y en la c/ San Diego, se colocaron estas señales, estando ya desaparecidas las dos primeras y quedando inamovible la última reseñada, que llama la atención de las personas más observadoras que pasan por el lugar y se preguntan por el significado de la misma.

ENRIQUE R. ARROYO BERRONES

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