5 minute read
El Mató de Pedralbes
PATRIMONIO HISTÓRICO DE LA CIUDAD DE BARCELONA
L’antic caseriu de Pedralbes, aquell Pedralbes de la infantesa dels que comencem a tirar per vells, serà restaurada en les preferències barcelonines; car si un temps va ésser un lloc d’esbargiment dominical, eminentment popular, el Pedralbes dels clàssics matons de ca la Serafina i de ca la Rosa, el Pedralbes de la Font del Lleó i de la de la Magnésia, porta aires de fer-se un defora eminentment senyorívol o aristocràtic, refent la seva tradició primitiva de sojorn reial, de la qual n’és testimoni viu encara el Monestir de Santa Maria”. (Revista El Patufet, novembre, 1923) ALICIA IANNUZZO
Advertisement
Miembro de la Junta Directiva de la AVP
El 12 de febrero, cuando asistimos al Real Monasterio de Santa María de Pedralbes para la festividad de Santa Eulàlia, las clarisas nos convidan con el tradicional mató que ellas mismas preparan siguiendo una receta que forma parte de su patrimonio y que solo se transmite dentro de las altas paredes del convento.
La AVP propuso a la Abadesa de la Comunidad y a la dirección del Museu del Monestir documentar la receta y elaboración del Mató de Pedralbes como patrimonio de nuestra ciudad.
El proyecto, financiado por la AVP, fue confiado de común acuerdo a la Fundación Alícia, especializada en innovación tecnológica en cocina, mejora de los hábitos alimentarios y valoración del patrimonio agroalimentario. Ha contado con la inestimable colaboración de Anna Castellano, directora y conservadora del
Museu del Reial Monestir que ha trabajado la contextualización històrica de la receta y con el decidido entusiasmo de la Abadesa Sor Montserrat Casas, que ha abierto las puertas de la cocina del monasterio y ha preparado la exclusiva receta con sus propias manos, mezclando leche, huevos, azúcar y una gran dosis de amor, como viene haciendo desde hace más de veinte años.
Pero, ¿cuál es la historia del mató?
Según la tradición, la receta del mató de Pedralbes se remonta a la Edad Media, aunque entre la documentación de esta época que posee el monasterio no se ha encontrado ninguna referencia a este alimento. Recién a principios del siglo XVIII, en los manuales notariales y libros de la contabilidad de la comunidad se mencionan los matons y otros postres que se le parecen. De un trabajo titulado “Notas extractadas del llibre de cuynar”, cuya fecha se desconoce pero que podría haber sido redactado por diversas religiosas de la comunidad a lo largo del siglo XX, existe la anotación de una receta del mató, que no es la misma que elabora Sor Montserrat, probablemente porque la receta ha ido pasando entre las Hermanas y, si bien siempre han intentado que la fórmula y la preparación fueran la misma, la encargada de hacerlo lo enseñaba a una ayudante y cada religiosa ha ido adaptando a su gusto o ha variado ligeramente algún ingrediente. Por los productos que la Comunidad adquiría en el exterior principalmente entre mayo y junio, en el periodo anual en que la Orden de las Clarisas se concedía mayor permisividad en los alimentos, conocemos la compra de queso que podría servirse como postre especial, quizás para obsequiar a las visitas importantes al monasterio o para celebrar alguna festividad. Las primeras compras se remontan a comienzos del siglo XV, concretamente existe una nota del 17 de mayo de 1410 que refiere una “despesa de 16 lliures i 10 sous barcelonesos per adquirir tres quintars de formatge de Mallorca.” Y, el 19 de mayo de 1541,” una càrrega de formatges de Mallorca que va costar 15 lliures i 15
La Fundación Alicia durante la investigación en sus instalaciones
sous”, destinados a la pequeña comunidad de monjes que vivían en el complejo adjunto al monasterio y estaban al servicio de la comunidad femenina. En aquella época, además del queso, en el monasterio se degustaba un producto denominado flaons, que generalmente se preparaba con pasta de harina rellena de brossat, queso o crema. Las referencias más antiguas se encuentran en el Costumari de Sant Cugat del Vallès, escrito entre 1221 y 1223 y en la obra Blanquerna, de Ramon Llull, quien menciona los flaons en su realista visión de la vida medieval escrita en mallorquín entre 1276 y 1283. Así llegamos al año 1711, cuando por primera vez encontramos la palabra mató en la documentación que se conserva en el monasterio, refiriéndose a un producto que podría coincidir en su fórmula y preparación con el dulce de las religiosas, aunque no necesariamente, ya que aquél se vendía en el exterior del convento, generalmente en los meses de mayo, junio y julio y también para algunas fiestas. El dulce se servía en unos recipientes de tierra cocida, de forma cónica, que el alfarero Miquel Brossa fabricaba expresamente por encargo de la abadesa, en su obrador de Sarriá. Posteriormente, el mató desaparece del listado de compras y no volveremos a tener referencias hasta finales del siglo XIX, cuando se hace popular y se menciona en diversas noticias aparecidas en la prensa de la época. Antes de que el barrio de Pedralbes comenzara a urbanizarse, alrededor de 1910, la zona era eminentemente popular. Los matons eran uno de los motivos que atraía a la gente que los domingos subía a pasear por los alrededores de monasterio. Así lo certifica una nota que publicaba el “Diario de Barcelona”, el 16 de marzo de 1855:
Requesones de Pedralbes (vulgo matons de monja)
“En la chocolatería de la Constancia, calle de la Unión, enfrente de la de Sta. Margarita, se hallarán trabajados por la misma dueña de la panadería de Pedralbes, que es de las más acreditadas de dicho punto; y para que quede confundido el anuncio de su contraria, todos los días bajan frescos de dicho Pedralbes.” De esta noticia se desprenden dos informaciones interesantes, que los matons de Pedralbes se asocian a los matons de monja y que no eran vendidos por las clarisas, sino en los merenderos de la zona, el más popular de los cuales era la Ca la Serafina. Joan Amades, en su Costumari Català, nos dice que la creadora de este dulce fue Sor Antonia Carrió, monja clarisa, que tenía fama de preparar unos matones excepcionales. Se desconoce cómo pasó la receta secreta al hortelano del convento, quien poco tiempo después dejó su trabajo y comenzó a prepararlos en un establecimiento que abrió con el nombre de su mujer en una torre cercana. Cuentan que los barceloneses convirtieron Ca la Serafina en un lugar de peregrinación el día de San José, debido a la calidad del requesón de monja que se servía. Pero esa es otra historia... ■