Jesús Hombre Salvador Ginés González de la Bandera Romero Director Espiritual del Consejo
Con este artículo pretendemos presentar a Jesús, el Hijo de Dios, como modelo de entrega de su propia vida por todos los hombres regalándonos así la Salvación. El Verbo de Dios que existía antes de la creación de mundo junto al Padre ha plantado su tienda entre nosotros, se ha hecho hombre, se ha encarnado para anunciar al mundo la salvación predicando la cercanía del Reino de Dios con signos y palabras y finalmente, ha muerto en una cruz para liberarnos a todos del pecado, abriéndonos la puertas a la vida eterna. Surge entonces la siguiente pregunta ¿cómo nos salva Jesús?, ¿somos redimidos por la cruz o es su vida entera la que nos salva?, ¿habría sido suficiente la encarnación para salvarnos o era necesaria la muerte de Cristo? La patrística griega y en especial San Ireneo postulan que la redención del hombre se alcanza por la recapitulación de la humanidad de Cristo, haciendo especial hincapié en la Encarnación del Verbo. Al hacerse hombre, encarnándose en nuestra propia carne y sangre, afirma Ireneo, el Hijo de Dios recapituló en sí mismo a toda la humanidad, dándonos la salvación en su carne a fin de que pudiéramos recuperar en él lo que habíamos perdido en Adán: la imagen y semejanza de Dios. Pero esto sólo fue posible porque era el Hijo de Dios, enviado por el Padre al mundo para rescatar al hombre del pecado1. La doctrina de Ireneo nos sirve como punto de partida, pero no es suficiente para nosotros, pues olvida o no da suficiente importancia a la muerte y resurrección del Señor, acontecimientos fundamentales para entender la salvación. La muerte de Cristo en la cruz no puede ser olvidada o quedar relegada a segundo plano, pero tampoco debe ser absolutizada. La salvación no acontece sólo por la muerte de Cristo. Por ello, ni la doctrina de la “satisfacción” propia de Tertuliano y los padres latinos, en la que la justicia divina sólo se puede satisfacer con la muerte de Cristo, ni la anselmiana de la “compensación”, en la que Dios debe ser compensado por su honor manchado, lo que sólo se consigue con la entrega de su Hijo en la cruz2, responden a la cuestión de la salvación satisfactoriamente a nuestro modo de ver. Nos centramos entonces ahora en la vida de Jesús. Veremos como Él en su vida fue 10
Pasión y Glorias
Estepa 2017
fiel a su opción, como optó por el Padre para traer la salvación a los hombres, renunciando a sus propios intereses al aceptar la cruz. Él sabía que esa fidelidad terminaría costándole la vida y a pesar de ello no la rechazó, la acepta y la reafirma en cada uno de sus actos. La opción fundamental que las personas toman en la vida debe ser ratificada en cada momento de ésta, es decir, hay que decidirla continuamente durante el transcurso de la misma en las distintas y nuevas situaciones a las que el hombre se va enfrentando a lo largo de su existencia. Karl Rahner postula: “Sólo de manera inadecuada puede ser objeto de una reflexión capaz de fijarla en un momento puntual en el curso de la vida”3. Jesús, como cualquier hombre, se encontró en su vida con multitud de situaciones en las que tuvo que optar, con un sin fin de momentos en los que necesitó elegir un camino determinado dejando otros. Él, como nosotros, decidió libremente la opción fundamental que quería vivir: cumplir la voluntad de su Padre y la fue ratificando con cada una de sus palabras y acciones en todas las situaciones que le tocó afrontar y que terminaron llevándole, por la coherencia y radicalidad con la que las vivió a la muerte en la cruz. Fue Él, quien tuvo que ir construyéndola día a día con sus decisiones a medida que iba adquiriendo conciencia de quien era e iba asumiendo la
misión para la que había venido al mundo, optando desde su libertad por un camino de obediencia frente al Padre y de servicio a los hombres, un camino que le llevaría hasta la muerte4. Su vida fue, por tanto, una auténtica y verdadera historia de libertad, no estaba predestinada o decidida de antemano por ser quien era. Por eso, podemos afirmar que Él es: “la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en obediencia a la voluntad del Padre” (VS 87). Cuándo tomó Jesús su opción fundamental es algo que no sabemos y que no podemos determinar. Pero se puede afirmar que probablemente no sería una decisión tomada en un momento concreto a modo de acto aislado, sino más bien algo que ocurrió procesualmente. Un primer indicio, todavía no firme, lo podríamos ver en el pasaje de su primera pascua en Jerusalem (Lc 2,41-52), cuando dice “debo atender los asuntos de mi Padre”5. Pero será en el pasaje de las tentaciones en el desierto que nos narran los sinópticos al comienzo de su vida pública donde podemos afirmar que Jesús ya ha tomado su opción fundamental de manera firme6 y que ha dicho sí a su misión7. En él nos encontramos con un momento decisivo en el que Jesús debe elegir, y lo hace escogiendo al Padre en un acto de soberana libertad, prefiriendo negarse a sí mismo antes que negar a Dios8. A partir de ese instante muchos serán los