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Pananegra,zurcidosdebarroyoscuridad, Roberto Carro

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Pana negra, zurcidos de barro y oscuridad

ROBERTO CARRO FERNÁNDEZ

La señora Maximina levanta el farol de aceite a intervalos, dirigiéndolo de un lado a otro hasta que consigue quebrar, mínimamente, el velo oscuro de la noche cerrada. Su llama, guarecida entre cristales, proyecta haces que se lanzan al vacío hasta llegar a besar el lomo de las piedras húmedas, reverberando remiendos de luz en la lámina terrosa de los charcos. El aire húmedo es una bocanada que se remansa en la calle embarrada. Los sonidos de las galochas advierten de la presencia difusa y ajena de una mujer que se camufl a en la oscuridad vistiendo mantón negro con fl ecos. El pañuelo a la cabeza y la bufanda de lana en torno al cuello, le confi eren cierto porte tétrico. Un perro ladra desde la distancia cuando advierte su rastro de humanidad avanzando con paso prudente. Hoy, como casi todas las noches de invierno, vuelven a velar en la casa de señor Jeromo. Pero la de hoy será distinta. Esta noche vendrá la luz.

La fachada de la casa es de tapial revestido de barro y paja. Las ventanas enrejadas se enmarcan con mortero de cal. La puerta es de madera de negrillo, y las enteras que la sostienen están bordeadas por un sencillo lazo de color azulete. La de la izquierda tiene incrustada una herradura para atar la mula. La planta de arriba está compuesta por un único ventanuco que da a la panera. El alero del tejado deja ver el durmiente de adobes, las cabezuelas y alguna traza de cañizo antes de llegar a las tejas de barro. Frente a la puerta, Maximina eleva el farol de aceite, lanza la mirada arriba y, entre los jirones de luz, escruta las jícaras que sujetan el cable que esa noche obrará el milagro en el interior de la casa. Adentro ya se escucha el murmullo de gentes entregadas a sus quehaceres. El sonido quejumbroso y grave de la bisagra delata la presencia de la mujer. – ¡Hasta la cocina, Maximina…! –Le grita la señora Trinidad desde el cuartón. Esa noche han venido a velar la señora Rosalía, Fidela, Valentina, Luisa, Rosaura y su hijo Floro, Maximina, el señor Manolo y el dueño de la casa, Jeromo. Ningún vecino quiere perderse la efeméride. A una hora por concretar, los faroles de aceite, las roscas de cera y las velas con palmatoria se apagarán para siempre. Por contra, una extraña fuerza venida del más allá recorrerá el cable trenzado hasta llegar a la llave hecha de loza y madera. Y de ahí, liberada y vertiginosa, llegará hasta el interior de una pelota de cristal cuyas fi nas hebras se infl amarán de súbito, irradiando una luz amarillenta, al principio taquicárdica, que inundará la estancia y las vidas de aquellas gentes hechas de pana negra, zurcidos de barro y oscuridad. ¡Que ya viene, que ya viene! -decía el señor Jeromo.

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