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Malditafaena, Encarna Monje
from Hacendera nº11
by editorialmic
Maldita Faena
Todoempezabaesemesidílico paracualquierartistaquese precie:pintores,poetas“…que pormayo era pormayo,cuando hacelacalor,cuando los trigos encañanyestán los camposen flor,cuandocantalacalandriay le respondeelruiseñor,cuando los enamorados van aserviral amor…”. Para mielpeordetodo elañosindudaalguna;incluso, muchosaños,afinalesdeabril ya sevislumbrabaelcalvario. Las mañanitas del mes de mayo, tan dulcesdedormirse tornaban amargas en cuanto oías“¡arriba,queeshora!”. Elprimertoquesolíasersuave pero,sialguiensequedaba rezagado,alsegundotoquede diana,que ya solíacoincidir con ungritopotente,quedabaclarito quenohabríamásllamaday nadieenlacasaseresistía. Una vez enpietocabadareldesayunoa los animales,normalmentecerdos,vacas,gallinas, pollos…enlagranmayoríade lasfamiliashabíaunaspocas cabezasdetodaslasvariedadesparaconsumopropioylas másdelasvecestodosteníamos, de alguna en concreto, unacantidadimportantequese dedicabaalaventa, lo cualsuponíaunbeneficioextraaldela agricultura,principalfuentede ingresos. Finalizada esta faenadesayunábamosnosotrossinmucha dilación,cogíamoslabolsa con untentempiéparamediamañana,quegeneralmentetenía ya preparadamamá,lasazadas, azadones… cada uno lo queprefirierao con lo quemás cómodotrabajara,siesquealgunoreuníadichascaracterísticas,esosí,cadacualsiempre utilizabalamisma,y ya comenzabalaexcursiónalcampo.A veceselmediodelocomoción era labiciomotosilafincano distabamuchodelpueblo,otras elcoche,aunquenotodaslas casasdisponíamosdeél. Este además, siempre llevaba en-
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Mª ENCARNACIÓN MONJE ALIJA
ganchado algún apero, dependiendo de la faena que tocase en el momento, agrada, sembradora, alicador, tareas de las que se encargaba el padre, una vez nos habría apeado en la fi nca de remolacha. Y aquí empezaba el duro periplo ¿difícil?, no, no, era muy sencillo. La remolacha nacía en cantidad a lo largo del surco y había que dejar solamente una cada 15 ó 20 cm, la más frondosa claro está, todas las demás y las hierbas que las acompañaban tenían que desaparecer con ayuda de la azada y las propias manos. El primer surco de la mañana se hacía llevadero, porque llegabas descansado, pero con el transcurso de ella el dolor de espalda, justo donde toca doblarla para agacharse, era insufrible. Cada uno solventaba tanto sufrimiento como buenamente podía, mucho gracias en mi caso, a mi madre. Yo no encontraba, ni aún hoy, explicación a aquella manera de manejar la herramienta. Pareciese que no tuviera espalda, o quizá lo que no tenía era sensación de dolor. Lo que sí sé es que si no fuera por ella, habrían quedado las fi ncas a medias de entresacar todos los años. Cuando levantaba la cabeza y la veía llegando al fi nal, me entraba un subidón de adrenalina que me inducía a continuar, porque ella empezaría a ayudarme a la inversa hasta toparse conmigo. Hacía lo propio con cada uno de mis hermanos de manera que no empezábamos surco nuevo hasta no haber concluido todos el anterior. Y así uno, otro y otro; aquello se presentaba eterno. Entre tanta desolación buscábamos fórmulas que lo hicieran más llevadero, por ejemplo hacer algún trozo de rodillas, lo cual permitía descansar mínimamente la espalda y fastidiar la rótula. A veces te animabas incluso a cantar para distraer un poco la atención, algún año tenías la suerte de contar con un vecino, en la fi nca de al lado, que hacía lo mismo, y lo hacía tan mal que todos mis deseos se tornaban en que empezara a llover ya, lo que permitiría abandonar el trabajo. Mis hermanos hacían un símil con “la vuelta ciclista a España”, que solía coincidir con estas fechas, de forma que cada uno, convertido en un ciclista, iba radiando tal que así: ”Marino Lejarreta se dispone a adelantar a Álvaro Pino, pero se aproximan por detrás Arroyo y Perico Delgado…”que parecía algo baladí, pero todo ayudaba. No hace falta que diga quién llevaba siempre el mallot amarillo. Y entre pitos y fl autas, llegaban las once de la mañana, hora de comer el tan preciado tentempié y descansar un poco, pero poco. Unos optábamos por sentarnos y otros por coger el pan con el chorizo, o lo que viniera en el fardel, y contar los surcos. Es curioso, unos contaban los que habíamos hecho y otros los que faltaban; seguro que en psicología tendrá algo que ver con ser más o menos optimista. Terminado el piscolabis tocaba doblarse de nuevo. Tampoco la temperatura ayudaba nunca, o hacía un calor agotador o un frío que te aterecía los dedos y arrancabas las plantas que no debías e incluso todas. La única alegría era que se aproximara alguna nube fea o tormenta y… todos a cobijo. Solo había dos excusas para pedir reducción de jornada, que después de un rato resguardados la tormenta no cesara o, el festival de Eurovisión, este día había que recogerse a buena hora sí o sí. Cuando han pasado la friolera de 40 años, ya no se vive, ni mucho menos, con igual intensidad. Con sus más y sus menos esto se reproducía día a día hasta acabar con todas las fi ncas y cuando lo creías todo hecho, caías en la cuenta que no era sino un espejismo, una ilusión, pues había que empezar de nuevo, ahora en lugar de a entresacar, a repasar, por si había habido algún descuido en el primer pase o habían nacido hierbas nuevas. En todos estos ratos que tenía yo para pensar, ya pronosticaba si no podrían inventar alguna máquina que sembrara la semilla de una en una. Pues bien, hoy, unos cuantos años después, tengo que dar las gracias a tanta mente prodigiosa que ha creado la tan ansiada máquina, a los estudios genéticos con los que han conseguido una semilla de mucha más calidad, e incluso al producto milagroso, el herbicida, del que no conviene abusar pero nos ha proporcionado mucha calidad de vida. Gracias, así mismo, a mis padres, abuelos y todos nuestros antecesores, porque en siete vidas que viviéramos no trabajaremos tanto y tan duro como ellos lo hicieron. Y para quienes opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, será quizá porque no pasaron por tan solo una primavera de las que describo. Que ya allá por el Año 500 antes de Cristo decía Tales de Mileto, haciendo una oda al esfuerzo mental y manual: “El trabajo aumenta la virtud. El que no sabe cultivar las artes, trabaje con la azada”.