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Crónicas de un pueblo (1969-2018). (Felipe de la Fuente
from Hacendera nº7_2018
by editorialmic
CRÓNICAS DE UN PUEBLO
(1969-2018)
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FELIPE DE LA FUENTE
En las postrimerías de la década de 1960 empezaron a cobrar vida, en mí, las imágenes, hechos y semblanzas que ahora quiero contar.
Eran tiempos en los que cosas había, que ahora ya no están, pero ahora están otras que entonces no había.
En aquellos años había médico residente en el pueblo, Don Noé y su esposa y secretaria la Señora Carmen; ahora tenemos médico que hace solo la visita del idem y se va, de modo que para las Urgencias tenemos que desplazarnos. En cuestiones médicas hemos involucionado o lo que es lo mismo, hemos hecho la carrera del cangrejo. Siempre me fascinó el aparato de Rayos X que tenía en su consulta para mirarte el esqueleto y lo poca cosa que parecíamos a la luz de ese rayo.
En asuntos académicos y docentes se nos viene a la memoria Don Isidro y Doña Rosalía, que con su “santa” paciencia, la ayuda de un buen palo de los negrillos y unos cuántos kilos de galletas ingeridas cada día (solo Isidro), intentaron siempre sacar lo mejor de cada cual, aunque a veces lo que salía no era lo esperado. En cierta ocasión nos visitó un fraile, captor de nuevos alumnos para su colegio y ante la algarabía de la escuela en una hora normal de estudio, inquirió a “nuestro” Isidro sobre el motivo de que estudiáramos leyendo en alto. La sorpresa fue general puesto que ninguno de nosotros sabía que se podía “leer en bajo”, para uno mismo, sin necesidad de verbalizar. El asunto es que éramos muchos niños para tan pocos maestros y en estos días ocurre justo lo contrario, de tal modo que casi el número de profesores supera al del alumnado. Los profesores, cómo el médico hoy, hacen la visita a la escuela, sientan cátedra y se van.
Y nos falta la tercera pata del banco, aunque no por ello la menos importante. ¡Con la Iglesia hemos topado!. El cura vivía también en Valcabado para completar el trío de las fuerzas vivas del pueblo. Don Olegario primero y Don Juan después fueron los curas residentes en aquellos años. La misa era obligatoria, el rosario más discrecional y la catequesis, requisito “sine qua non” para tener un peluco marca “Justina” en tu muñeca después de hacer la primera comunión, que en algún caso también fue la última. Las cosas eran de ese modo, pero el tiempo pasa y los curas se van y la casa del cura sigue en el mismo lugar. Gracias a la proximidad del Colegio de La Nora, los curas siguen viniendo a cumplir con los ofi cios y sigue habiendo misas y rosarios, pecados y penitencias. Sin embargo, no es lo mismo que tener al cura siempre dispuesto para reconciliarte con el Altísimo si has tenido pensamientos impuros, o has pecado de palabra, obra u omisión. Qué difícil era entender lo que había que hacer para ser buen cristiano, sobre todo porque el ejemplo del cura no siempre era una referencia certera.
La vida en aquellos pueblos de caminos de tierra, de calles de tierra, de barro y de piedras, de casas sin agua y casi sin luz, nada tiene que ver con las calles y las plazas de hoy en día, tanto hemos cambiado. Qué decir de los bares de entonces, el Bar el Cruce, más conocido por el bar de la carretera, que no se podía cruzar sin el auxilio de un mayor y el Bar de la media villa o lo que es lo mismo el Bar de Pepe y Lola (no es un dúo musical) y el de Ubaldo y Cesia. Eran dos y son dos los que ahora hay, en cuestión de bares nunca he de ganar. En aquellos bares se mantenía la férrea disciplina de la escuela, de modo que al más mínimo
Valcabado siempre contigo, siempre conmigo, amigo La vida en aquellos pueblos de caminos de tierra, de calles de tierra, de barro y de piedras, de casas sin agua y casi sin luz, nada tiene que ver con las calles y las plazas de hoy en día, tanto hemos cambiado
alboroto la calle era nuestro destino. En verano no importaba mucho, en invierno era peor. Recuerdo especialmente “el butano” y la “Mirinda” que siempre me pareció más sofisticada, elegante y sabrosa que el “Kas”, pero en esto, cómo en tantas cosas, el tiempo no me ha dado la razón.
Y cómo no quiero seguir con las crónicas del “Abuelo Cebolleta”, queda solo referirse a las cosas nuevas y buenas que ahora tenemos y antes no. Y a modo de ejemplo relevante e importante, cómo no hablar de la Farmacia, que tantos viajes evita y tanto bien nos hace. Por cierto, que casi en el mismo sitio dónde ahora está la farmacia antes había un Estanco, El estanco de la prima ( ) que incluso fue Fonda para carreteros y arrieros.
Y cómo no citar las maravillosas instalaciones deportivas que dan lustre al pueblo y que tanto aprecian nuestros “turistas deportivos”. Esa pista polideportiva, ese campo de fútbol, orgullo de un pueblo, el gran frontón, solo ligeramente más pequeño que los de otras regiones donde son más grandes y que vale para todo, todo. Por no hablar de la nueva (dos veces nueva) pista de padel, símbolo de nuestro progreso social, unidad y permanencia. Bien es cierto que casi todo eso se suplía de modo artesanal y en Valcabado se ha jugado a todo y en cualquier sitio. Era cuestión de mucha imaginación y éramos muy buenos en eso. Imaginar que un balón “curtis” era un balón “de reglamento”, que dos palos con una cuerda arriba eran una portería, que un camino de piedras era un campo de fútbol y que a pesar de que las líneas no estaban pintadas, de piedra a piedra había una línea recta infranqueable. Pero lo mejor de todo era la figura del “delantero estorbo” cuya misión consistía en estar siempre al lado del portero rival para ir minándole la moral y en el momento decisivo meter el pie para tocar el balón y meter gol. Por supuesto no había árbitros, ni fuera de juego, ni casi fuera de banda, salvo que te fueras con el balón al pueblo de al lado.
Y estas son, aunque quedan muchas más, las crónicas de mi pueblo, del tuyo y del nuestro. Valcabado siempre contigo, siempre conmigo, amigo.