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La vieja Fuente (María González
from Hacendera nº7_2018
by editorialmic
LA VIEJA FUENTE
Qué bonito era ver, antes de salir el sol y en los atardeceres de verano, a las mujeres y jovencitas bajar y subir por aquellas pendientes; cuestas llenas de piedras que llegaban hasta ella, con sus cántaros, barrilas y botijos a buscar el agua cristalina que manaba de esa hermosa fuente, para saciar la sed que se traía después de una jornada de trabajo. Era costoso, y sobre todo en invierno, cuando a veces había que hacer una senda entre la nieve; pero aún así era romántico y divertido, sobre todo para las jóvenes cuando se encontraban con los chicos, aunque algunos en mitad de la cuesta se divertían tirándoles el agua del cántaro. Se pasaba un buen rato de parola y donde algunas no tan jóvenes iban a media tarde con sus cántaros y se juntaban dos o tres, y charlando se les pasaba la tarde. Decían: “éstos días de mayo, días del diablo, ni aún tiempo ha’ hablar hay”.
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Volviendo a la fuente... es muy bonita con su cubierta tosca y grisácea. Tenía una boca siempre abierta, con sus tres peldaños que parecían tres lenguas. La fuente, todas las noches, se llenaba de agua para abastecer a sus vecinos. El rebosante de la fuente llenaba un pequeño estanque (o bebedero) donde los vecinos llevaban a los animales para matar la sed. Estaba rodeada de hermosos plantíos llenos de negrillos y álamos, de verMARÍA GONZÁLEZ
des praderas y bellas huertas con muchos cereales y hortalizas. También sus aguas servían para apagar el rescoldo y caldear el hierro de la fragua del tío Antonio “el herrero”, que estaba a unos metros de la fuente. Durante el invierno allí pasaban los hombres largos ratos contemplando el agua, que por un regato salía de la fuente hasta el reguero, y mientras, el “ñaso” que ponían en sus transparentes aguas del reguero, se llenaba de sardas, que luego comían en la bodega del tío Tomás “el pellejero”, junto a un revuelto de huevos. También había dos señoras que disfrutaban tirando el agua a las que se descuidaban mirando para el sol. Una de ellas vive todavía, siendo ya mayorcita, 96 años.
¡Qué pena! Con lo bien que se pasaba allí a pesar del trabajo que costaba subir con los cacharros llenos. Todos querían ir a la fuente al atardecer, pues más de uno se enamoró ayudando a las chicas con los pesados cántaros, y como dice el refrán “cántaro que mucho va a la fuente, alguna vez llega a perder el asa”.
No sé desde cuando existe la fuente, pero cuando yo tenía 6 años en el año 1936, recuerdo subir los botijos con mi abuela, que ya era mayor, pues en 1860 vino a este pueblo, y la fuente ya era vieja. Es una pena que se haya dejado tan abandonada, pues siendo el agua potable o no, todo el pueblo se abastecía de ella para el consumo de la casa.
Ha llegado a mis oídos que ahora, gracias a los nuevos gobernantes del pueblo, se va a recuperar ¡Pues gracias, que el pueblo y la vieja fuente se lo merecen!