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Crónicas de la Ferrera. “Preparando la San Silvestre`17”

PREPARANDO LA SAN SILVESTRE

De un tiempo a esta parte, el personal no para. La tradicional rebeldía celtibérica se canaliza en la actualidad, a través del movimiento. No está muy claro si se trata de huir de la parca o de mantener el mayor número de años posibles, una vez jubilado, la paga de papa estado que para eso, piensan, se partieron el lomo en vida. En este contexto de supervivencia hay verdaderos tratados de nutriología y salud donde se concentran centenares de fórmulas mágicas que, en teoría, nos permitirán alcanzar techos de longevidad desconocidos hasta ahora. Dentro de esta huida hacia adelante se observa una tendencia natural que casi monopoliza el deseo de continuo movimiento por parte de los aspirantes a Nabucos y este no es otro que calzarse las zapatillas y salir a ver como está el tiempo más allá del recibidor de casa. Hoy es impensable visitar un lugar, por minúsculo que sea, donde no nos encontremos con andarines, tuercebotas o auténticos caballeros de la zancada deambulando por sus calles, parques o aceras con las esquinas llenas de garrafas para evitar la competencia, levantamiento de pata mediante, canina.

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Desde que resurgió, de las cenizas unionistas, el pajarraco asociativo. Aquí en el Poblao tenemos poco que envidiar a núcleos de población más numerosos o urbes de relumbrón. Hace ya unos años, vamos por la séptima edición, las cabezas pensantes del núcleo duro asociativo se sacaron de la chistera un recorrido urbano que posibilitara al personal activo dar rienda suelta al dorsal y lucirlo en el barrio para envidia de los vecinos. Dicho recorrido consiste, para los más juiciosos, en dar dos vueltas a un circuito urbano que, prácticamente, recorre todas las calles y plazas, y para los más acelerados tres, vueltas, a otro un pelín más estirado. A esta afi ción por los sudores se le denominó, como en el resto del mundo: la carrera de San Silvestre. A través de ella desde hace varias temporadas, una enorme mancha roja se pone en movimiento por estas fechas. La concentración de casacas rojas una vez puesta en marcha no deja indiferente a nadie y la explosión de color es tal que en su día llegó a confundir a los mismísimos satélites de la NASA (1).

Esta fi esta de la marcha no deja de ser un escaparate de la salubridad municipal y acostumbra a refl ejar con bastante exactitud la vitalidad de la población autóctona. Los participantes, dada la repercusión de la prueba, ponen casi tanto empeño en quedar bien, como si de adornarse se tratara en la misa dominical, del día de la fi esta. El nivel de auto exigencia desafía la solidez del rímel, la horma de las zapatillas y los tirantes del refajo, pero es mucho lo que hay en juego para acabar de cualquier manera y si por quedar bien te acaba doliendo el juanete del pie izquierdo pues, aprietas los dientes y tiras

PACO PINES

“palante” que el ocio siempre fue muy sacrifi cado. No vas a tirar por la borda la presentación en sociedad de las nikes amarillas que son las más apañadas, para no derrapar en la cerrada curva del viejo trinquete. Lo del rímel confunde, crea dudas, pero lo de estrenar bambas y lucirlas como si, expresamente, llegaras tarde a misa el domingo es defi nitivo. La peña se prepara para dar la vuelta igual que cuando íbamos a entresacar remolacha, pero doblando menos el reñón.

La peña se prepara para dar la vuelta igual que cuando íbamos a entresacar remolacha, pero doblando menos el reñón

Tanta expectación se contagia y obliga a la organización, para no defraudar expectativas, a realizar un esfuerzo organizativo que se concreta en varias reuniones preparatorias. Por esas casualidades de la vida, el azar es muy caprichoso, tuve la suerte de ser invitado a la que un grupo de notables celebró la noche antes de la carrera con el fin de cerrar todos los flecos y garantizar el éxito del evento. El acto congregó andarines, patrocinadores, corredores en activo, ex campeones con record provincial incluido, spikers varios y para darle categoría internacional, un señor de Braganza (Tras os Montes) muy puesto en temas de catering. La gala arrancó agasajando a los comparecientes con unos platos de marisco del Páramo, queso de los alrededores y dos botellas de vino de la ribera de un río cercano. La primera botella apenas dio para una ronda y la segunda duró otro tanto, o sea nada. A partir de aquí se echó mano de los caldos locales. La reunión se enconó y el tema deportivo, incomprensiblemente, derivó en una disputa entre Pozacos y San Bernardino como zonas de futura denominación de origen vitivinícola. La supuesta charla técnica en honor del santo Silvestre quedó un tanto desvirtuada por las probaturas de los brebajes en litigio. La reunión, no obstante, empezaba a animarse y al no haber unanimidad en el veredicto del alpiste ganador, se inició una nueva cata para la que la organización dispuso encima de la mesa unas ensaladas que ríete de las que ponen en Grecia. Tres a tres y dos abstenciones: tocaba nueva ronda y ante la ausencia de marisco, ensalada aún quedaba algo, la organización nos sorprende con una novedosa tapa de moluscos, esta vez Gallegos, hecho directamente en la plancha sin condimentos, grasas ni otras zarandajas. Como corresponde a deportistas de élite que al día siguiente tienen que competir. Los mejillones estaban de Lujo o de Ourense que como uno ya no oye muy bien, algunas cosas se le escapan. La unanimidad mostrada por la cuadrilla, en torno a la manduca, se rompía de nuevo a la hora de elegir el pimple ganador. Así que se hizo necesario acometer una nueva ronda que no aclaró mucho las cosas, pero si dejó claro que la bodega había cogido temperatura y al personal empezaba a estorbarle la ropa. Con la temperatura ambiental subiendo, a algunos nos dio por arreglar el país y enzarzados en la diatriba de si eran galgos o podencos, no consigo acordarme que nos pusieron de tapa en la cuarta ronda, pero el tintorro no paraba de dar vueltas en la mesa y los que estaban a la cosa de la cocina eran de los más aplicados en las probaturas. Parecía la cosa hecha a favor de Valdepozacos cuando apareció la lubina saltando de la plancha al plato y, ante la insistencia de los chefs que no nos la dejaron probar hasta que la rociaron con un vinagre de nivel, el personal mató el tiempo afinando el paladar, soplando largos tragos, para tener mejor conocimiento de causa a la hora de opinar. Total que cuando le metimos el diente al pescado estaba tan bueno que un embalado comentó la posibilidad, nada desdeñable, de tener que acudir en breve a la cueva con esmoquin. El desvarío del lujo cesante puso punto y final a la reunión, quedando el asunto de la bebida en el aire: habrá que volver otro día. Sin consultar a dios ni al diablo se dio por hecho que el carro aún no estaba cargado con pernillas y para encalcar un poco el bálago se derivó a las tabernas que aquí, aunque diferente, también hay rivalidad y por ese motivo hubo que visitar las dos y de paso intentar mover las cartas que ahora estiran más las barajas que el gran Chiquito, los chistes. Jugando la partida cambiamos el vino por la tónica, un pelín rebajada, y después de acabada la partida visitamos el otro garito, solo por comparar quien la rebajaba más. A las tantas de la mañana nos fuimos para casa con la satisfación por bandera. El Poblao podía dormir tranquilo, la organización continuaba velando, y de que manera, por la buena salud de los eventos. No se lo van a creer, pero la habitación estaba llena de moscas y me pasé toda la noche cazándolas. Aunque no me preocupé demasiado porque hasta las cinco de la tarde no empezaba la carrera y el entrenamiento, como he intentado reflejar en este panfleto, había sido intenso.

Sean buenos.

(1). Ver las cronicas de la Ferrera en la rev. Hacendera del año 2015.

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