1 minute read
Reflexión del Domingo de Ramos
Despierta un nuevo día de esta recién estrenada primavera. Las hojas del almanaque descontaron los días. Cada día de Cuaresma se convirtió en una cuenta de ese rosario particular que va desgranando los Misterios de la Pasión hasta desembocar en este deseado día. El primero. Sí, el día en el que para alguno se convirtió en el primero. Quién no echa la mirada atrás y recuerda la primera vez que, de la mano de su padre o su madre, fue testigo de la elaborada liturgia de la Procesión de palmas en la Jerusalén celeste de una capilla con olor a salesianidad y juventud. Quién no recuerda el estreno de su primer traje; los nervios en el estómago, desde el amanecer, expectante a la entrega de tu papeleta de sitio para realizar su primera Estación de Penitencia.
Es el día del primer aldabonazo; de la primera Cruz de Guía; del primer tramo de nazarenos, bajo el antifaz de la inocencia y la juventud; de los primeros sones de corneta; de la primera salida, la de un Cristo de ojos verdes que junto a su madre derrama Triunfo, Alegría y Auxilio en la tarde del Domingo de Ramos, tornándose Estrella en las noches de nuestros días cuando el Flagelo de nuestras preocupaciones atormenta nuestras vidas.
Advertisement