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Tu Pasión… bajo otra mirada
Con la mirada perdida en el horizonte, el paso del tiempo me hace contemplarte con los ojos de la nostalgia, y pone ante mi presencia, tu semblante dulce y majestuoso.
Aún mi alma tiembla gozosa ante el anuncio de tu presencia en Jericó. En mis oídos aún resuena la noticia de aquella multitud expectante, movilizada por la curiosidad. La misma curiosidad que me hizo subirme a aquel sicómoro pues mi vista no alcanzaba a verte. Aún guardo el recuerdo que hizo temblar toda mi alma al contemplarte bajo aquella mirada curiosa y escuchar tu invitación a bajar para que pudieras hospedarte en mi casa.
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Esa sensación no fue muy distinta de aquella otra, no muy lejana en el tiempo, al ver llegar tus discípulo a Betfagué.
Expectante esperaba una buena noticia y esta llegó mezclada con tintes de tristeza. Tuve que despedirme de mi madre, pero la alegría saltaba en mi corazón, horas más tarde, al sentirte sobre mi lomo y ver como la gente te aclamaba al grito de ¡¡Hossana!! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Mi corazón latía henchido de orgullo y mi mirada alegre contemplaba cómo tendían ante ti sus mantos por el camino y cortaban ramas de los árboles para tenderlas ante tu paso. Pero la vida no está llena solo de noticias alegres. Tu caminar por la vida se asemeja a aquel jardín de rosas. Nadie se fijaba en que bajo su belleza se extendía un mar de espinas. Y en mitad de la tempestad, como en el ojo del huracán, aparece la calma que no es calma, el pequeño sosiego que precede a la tortura del final. En los pasos de la comitiva desde la Torre Antonia hacia el Gólgota, tus pasos no aguantan más el sufrimiento infringido y tu cuerpo cae a plomo en el suelo.
Tras tu tercera caída buscas una mirada que te ayude en el sufrimiento, encontrando la mía que volvía de las tareas del campo. Como cirineo tuyo compartes conmigo tu sufrimiento y mi mirada de asombro por ser elegido, al principio sin ganas, se va tornando en mirada cómplice donde descargar el peso de la redención del ser humano. Mi corazón se convierte; mi renuncia a ser quien te ayude se transforma, al verte y caminar contigo, en un proceso de descubrir quién eres, por qué me elegiste y qué me ofreces.
Las mismas espinas que se clavaron en tu corazón la noche de aquel jueves de Pascua. Aquellas que infundieron temor en tu alma e hicieron levantar tu mirada temblorosa al cielo, mientras un ángel te ofrecía su mirada limpia y serena invitándote a beber el cáliz de la agonía. La noche se hizo aún más oscura. En ella afloraron la envidia de aquellos corazones que no supieron entender tu mensaje de amor, y el odio de aquellos otros movidos por el miedo y hasta por la traición, tasada en treinta monedas de plata. Y tras tu prendimiento, pocos te ofrecieron una mirada de aliento, más bien todo lo contrario. Palabras vejatorias hirieron tus oídos, salivazos e insultos, cruzaron tu cara, ojos encendidos por la cólera te ofrecieron miradas de odio y de desprecio al compás de azotes y latigazos. Y al fondo, en el proceso de tu sentencia, tras el paso de la flagelación, la silla del escriba ausente habla de la humillación sufrida y de la mirada cabizbaja de quien no quiso ser cómplice ni pudo contemplar tanto dolor y escarnio a tu ser humano.
Ya más tranquilo, aún tienes el poder y la autoridad de realizar un último gesto por la humanidad antes de abrir tus brazos al amor de Dios en la Cruz. Tu mirada tranquila se posa en quien, conmovida, se acerca a enjugar tu rostro desfigurado,
casi irreconocible y sin rasgos humanos por las anteriores caídas y las heridas de las espinas que entronizan tu frente. Ante su mirada piadosa y clemente, plasmas tu efigie en un paño, digno de veneración, mientras te incorporas aceptando tu suerte.
Cual cordero llevado al matadero, abrazando tu cruz, en un último aliento, entregas tu vida como gesto de redención y eterna alianza. Tu cruz se convierte en símbolo que une lo terreno y lo divino. Y al pié de ella, vuelvo a contemplarte mientras cruzo mi mirada con tu Madre recordando mi doloroso caminar junto a Ella bajo el palio de este cielo, ahora nublado y ceniciento en la víspera de tu entrega. Quise insuflarle esperanza, quise acomodarla en mi pecho, quise trasmitirle una mirada de sosiego en su vía dolorosa. Y de lo inerte y reseco, brotará la resurrección y la vida, Mirarán al que traspasaron, de la misma forma en la que te miré al sangrar tu herida, mientras de tu costado, sangre y agua emanaba, con mirada conversa que no niega y afirma eres Dios y esperanza de Vida.
Quizá te preguntes el nombre de quien narra lo que a su mirada se ofrecía. Figuras secundarias, quizá así nos nombran o llaman, de lo que si estoy seguro es que fuimos testigos de Dios, Cristo y hombre que cada Semana Santa a su encuentro te invita.