3 minute read

Liturgia del Sábado Santo

Hoy recordamos la muerte de nuestro Salvador en la Cruz; gesto extremo de amor en el que Dios abraza a todos los hombres y los libera de sus pecados. Contemplamos a los apóstoles que huyen de la ignominia temerosos de ser arrastrados por la suerte de su Maestro, pero también vemos a María la Madre, permanecer fiel junto a la Cruz de su Hijo. Allí recibió a Juan como hijo y junto al discípulo amado, nos recibió a todos nosotros. Mañana, Sábado Santo se presenta como una jornada de silencio y recogimiento. Los altares estarán desnudos, no hay ninguna ceremonia litúrgica. En la liturgia y en la piedad cristiana el Sábado Santo está dedicado especialmente al acompañamiento espiritual de María en su dolor o pérdida del Hijo Triste pues va a recibir en sus brazos el cuerpo maltratado de su Hijo. Cuantas veces lavaría con cuidado ese cuerpo cuando era sólo un bebé, curaría sus heridas de sus juegos infantiles y le había visto crecer en edad y sabiduría. Y ahora ese cuerpo, llagado por nuestros pecados descansa inerte en sus brazos. Dolor que traspasa su alma, no hay dolor como su muerte. Triste, pues en cada herida de su Hijo descubre la huella de nuestros pecados, a los que acaba de admitir como hijos. Tanta rebeldía tanto odio, tanto olvido de Aquel que nos rescató de las tinieblas y la muerte. Desde las heridas de la corona de espinas en la cabeza hasta las heridas de sus pies atravesados en el leño, no queda parte ilesa en su Padre. Y como Madre nos acoge a todos, sin tener en cuenta el daño que le estamos haciendo. Nos muestra en sus brazos el cuerpo de su Hijo y sólo nos pide que tratemos con el mismo amor cada vez que recibimos el Cuerpo de su Hijo en la Eucaristía. Miro tu cuerpo. Eres Jesús de Nazaret, el hijo de José el carpintero… eres Dios hecho todo él: Varón de dolores, eres el más bello de todos los hombres. No, no es el canon de belleza humano. Pero el amor que refleja te hace el más bello de todos los hombres. El mundo de hoy también se ha empeñado en matarte. Predican que no existe Dios, que el amor es algo irrealizable porque no hay amor incondicional, se empeñan en que Tú desaparezcas de los ambientes, de las escuelas, de la formación de las personas. Y nos dan a un Cristo muerto. A una Europa que nos ha matado una vez más. Quiero aprender de nuestra Madre; si nos dan Tu cuerpo muerto, debemos entregárselo a ellos también, debemos defender Tu Reino, debemos confiar en Ti. Dame Señor fuerza para saber defenderte, para que el mundo no acabe por deshacerse de Ti una vez más, para que mantengamos la esperanza mientras abrazamos tu Cuerpo muerto, tu ser inerte. En el Sábado Santo, la Iglesia vela en compañía de la Virgen María. Jesús ha sido depositado en el sepulcro. Unas personas piadosas, José de Arimatea y Nicodemo, han pedido el cuerpo a Pilato y lo han sepultado en una tumba nueva. Podemos imaginar la situación de los discípulos, contrariados, y también a la Virgen, traspasada por el dolor, ya que su Hijo ha muerto verdaderamente y lo ha hecho sufriendo en su propio cuerpo todas las consecuencias de la maldad humana. A la soledad y frialdad del sepulcro se une la de los corazones, mucho más terrible y dolorosa, por lo que comporta de desamor. Hay silencio, pero es expectante. Algo ha de suceder. Los signos que han acompañado la muerte del Señor así lo indican. Lo que se nos va a dar es mucho mayor de lo que podíamos imaginar, pero ahora nos toca esperar. “¡Qué silencio más denso! ¡Qué soledad más abrumadora! Has sido enterrado y cada uno vuelve a su casa. El mundo queda huérfano y culpable. ¡Qué infinita la soledad de María! Ella, infinitamente más sensible a Dios que nadie en el mundo, sola sin su Hijo. Y María Magdalena, a quien le fue devuelta la dignidad por el Señor con una sola mirada. Y los apóstoles, aterrados por la persecución y viviendo como ovejas sin su pastor. Pero nosotros podemos entrar en el corazón de la Virgen y con ella esperar el gran acontecimiento de mañana: la resurrección.

Advertisement

This article is from: