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Capítulo 6
Amador Moya
Basilio se dejó caer en su silla y contempló la pantalla negra del ordenador con tanta intensidad como si estuviera leyendo en ella una de esas novelas de misterio que tanto le gustaban. En realidad no veía nada, no escuchaba los ruidos de los otros tres compañeros de la sala que compartía. Solo pensaba.
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«No hay duda; la ley de Murphy existe y funciona. La “chorradita” del perro va a traer cola. Y en el centro de la operación se ha colocado Mari que, de paso, me arrastrará a mí. No tengo salida posible. Por si fuera poco, está el abogaducho ese, la administradora y casi cien vecinos. Espero que de todo ese “ganao” se encargue ella. En este belén solo falta alguna protectora de animales. ¡Con lo que tengo pendiente! Bueno, recapitulemos.»
Sus últimos pensamientos provocaron que su mirada reparase en el aspecto general de su mesa. Tres montones de carpetas y otras dos con todos los papeles esparcidos.
«¡Qué desastre! Tengo que organizar esto de alguna manera. Agruparé en un montón todos los casos que tengo parados, pendientes de una respuesta de las
El Administrador de Fincas operadoras, bancos, etc.; los otros ya veré cómo los ordeno».
Cuando Basilio hubo terminado la primera criba, su estado de ánimo mejoró sensiblemente. Solo le habían quedado siete carpetas que indicaban el número de casos pendientes y operativos.
«Apartaré los relacionados con telefonía móvil. Son “una castaña” insufrible. A ver si con este rollo del perro, consigo endosárselos a otro y quitarlos de mi vista. Odio estos hurtos. La mitad son falsos y solo sirven para estafar al seguro, pero a nosotros nos sumergen en un mar de papeles, continuos requerimientos a las compañías telefónicas e interminables listados de datos para analizar. Lo peor es que el teléfono no vale ni cien euros. ¡Qué pérdida de tiempo y de recursos!»
«Dos denuncias por estafa bancaria a través de tarjeta de crédito. Esto es para el seguro. Aquí no hay nada que rascar. Le diré a Román que las mandamos al archivo. Que lo investigue el banco, si quiere, que es el perjudicado y tiene todos los medios. ¿Solo tres temas me quedan? ¡Qué maravilla! Vayamos a ver al jefe, aunque antes comprobaré en qué consiste esto del maltrato animal».
—Lo del archivo me parece bien, pero pasar lo de los teléfono a los demás del grupo, en absoluto. —Lo del perro me va a llevar tiempo y no me puedo dedicar a estas chorradas. —¿Chorradas? ¡Lo del perro es una chorrada! ¡Que es un chucho, Basilio, no es el asesinato de La Carrasco! —Román empezaba a levantar la voz, aquel asunto le ponía malo.
Amador Moya —Ya sé que es un perro, pero su investigación puede ser tan complicada como la de cualquier homicidio, con la agravante de que aquí no hay informe forense… —¿Informe forense? ¡Lo que me faltaba! Creo que no me he explicado bien. —Román resoplaba y trataba de controlarse, pero se le veía que, de un momento a otro, iba a estallar—. Es un perro, ¿me entiendes? Tomas cuatro declaraciones. Cuatro, no más. Una diligencia de Mari en la que te cuente lo que ha hablado con los vecinos, que será nada; tú haces otra diligencia, no más de media docena de líneas, donde digas que has entrado en vía muerta y que la investigación no tiene salida, y lo mandamos al archivo. ¿Ves que fácil? ¡Caso cerrado!
Román había ido explicando todo eso a Basilio despacio, en tono excesivamente bajo y alargando las palabras, en un gesto condescendiente. —No podemos, jefe. —¿Que no podemos? ¿Por qué no podemos? —En un principio, hay una acusada y posible autora de los hechos. El denunciante acusa a la administradora. —¿La administradora? Menuda «gilipollez». ¡Ese tío está completamente loco! —No lo dudo, pero eso nos impide mandarlo al archivo. —Román se quedó pensando un instante. —No hay problema, se lo mandamos al juez y que él lo archive. Así solucionamos dos problemas juntos y nos quitamos de en medio al abogado ese. Que vaya al juzgado a protestar por el archivo y meta allí los escritos que quiera. —Imagino que Mari no estará de acuerdo con esto… —Mari no tiene que estar de acuerdo con nada. Ella que se dedique a sus mujeres y a sus maridos. Si quiere 63
El Administrador de Fincas investigar lo del perro, que lo haga fuera de horario laboral. —Se lo dirás tú, supongo. —Yo no tengo nada que decirle —dijo en tono cortante—. Además, aún no me han subido las diligencias y no he decidido quién es el que se va a encargar del caso. Quizá sea mejor que lo lleve otro. —Como tú digas —respondió levantándose de la silla—. Puede que sea lo mejor. —¿Lo mejor? ¿A qué te refieres? —A que lo lleve otro, a eso me refiero —remató ya de pie y dispuesto para salir.
Basilio no quiso seguir con la discusión. Dejaría que los acontecimientos fueran surgiendo. Conocía de sobra a su jefe y sabía lo que podía dar de sí.
«A medida que la situación se vaya complicando irá cambiando de opinión. Es lo de siempre. Cuando llegan los problemas de verdad, me los deja sobre mi mesa y él desaparece», iba pensando mientras se dirigía a la puerta y, a su espalda, escuchaba a su jefe murmurar: «Maltrato animal, asesinato de un perro… ¿A dónde hemos llegado? ¡Dios!»
De vuelta a su oficina y sin llegar a sentarse, descolgó el teléfono. Aquella mañana había sido intensa y no quería trabajar más. Estaba mentalmente agotado, así es que un pequeño relax le vendría bien. —Hola Mari. Tenemos que hablar. ¿Te apetece una cerveza?
Ella miró su reloj. Eran casi las dos. —¿Te refieres a una de esas salidas sin retorno? —Eso mismo había pensado yo. —De acuerdo. Dame cinco minutos.
Amador Moya
Con Mariana era un placer conversar. Podía hablar de cualquier tema con total naturalidad. De todos menos de uno: de su estado físico. De sobra sabía él que tenía que bajar veinte kilos, por lo menos. Pero una cosa era decirlo y otra muy diferente hacerlo. —El jefe quiere que le demos carpetazo al asunto cuanto antes. —Me lo imaginaba, conociendo a Román… —Tampoco quiere quitarme la «purrela» de hurtos y estafas telefónicas que tengo pendientes. Ni siquiera estoy seguro de que me lo asigne a mí. —Ya. Y tú, ¿qué opinas? —Que los acontecimientos irán marcando la pauta a seguir. Siempre es así. Lo que diga Román no es más que un punto de partida. A veces ni eso. —¿Me ayudarás con todo este lío? Ya sabes que a mí lo de la investigación… —Claro; y no te preocupes por tus dotes investigadoras, en las mujeres vienen de serie. Lo que te ocurre a ti es que has practicado poco —apuntó él.
Mari rio la broma y continuó. —Tengo que saber lo que está pasando en la comunidad. Este señor Alonso es un bicho.
Mari le contó a su amigo el incidente de los aspersores y cómo lo había cazado infraganti. —¡Menudo tipo!
La exclamación de Basilio en tono reflexivo indicaba que estaba tomando conciencia de que el personaje al que se enfrentaba era más complejo de lo que parecía a simple vista. —Si no lo hago ahora nunca nos dejará en paz. Es mi oportunidad para investigar a fondo.
El Administrador de Fincas —Lo entiendo, Mari. Para ti el perro es secundario, y tienes razón, a simple vista es un tema menor, pero puede complicarse. —De hecho ya se está complicando porque si no te asigna a ti el caso, yo me puedo quedar fuera. —Ese no es el mayor problema, créeme. —Bien, no nos adelantemos. Como tú dices, esperemos a lo que nos deparen los acontecimientos. —¡Ah!, mírate el artículo 337 del Código Penal. Es muy importante que lo estudies antes de empezar, te ayudará. —Lo que a ti no te ayuda son las cervezas y las tapas que te metes. ¡Estás tú bueno! —No empieces, Mari. —Trescientos ¿qué? Espera que me lo apunte —dijo ella abriendo su bolso y sacando una libreta.