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Capítulo 26
Amador Moya
EPÍLOGO
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Capítulo 26
Mari no sabía qué hacer con el tema de los aspersores. Lo había comentado con Basilio y éste le había dicho que, salvo que fuera una cantidad importante de dinero, no tenía demasiado interés. El tipo iba bien servido con dos delitos de coacciones y otro de simulación de delito; todo ello aderezado con la alarma social que podía agravar la situación. Si a esa «fiesta» se unía la administradora con una demanda civil, tenía asegurada su presencia en los juzgados durante varios años. —¿Tú qué me aconsejas, Piedad?
Mari quería conocer la opinión de la administradora, ya que se trataba de un dinero comunitario y desconfiaba de la reacción de los vecinos.
El Administrador de Fincas —En principio, estoy de acuerdo con tu compañero Basilio, aunque… —¿Dejamos, entonces, el dinero de los aspersores a repartir entre todos? —la interrumpió la presidenta. —No hay por qué. Sabemos quién causó el daño. El coste de esos tres aspersores se lo asignamos a él y que los pague. —También puede servir de ejemplo para otros vecinos que puedan sufrir malos pensamientos en el futuro. —Claro, cuando pagamos todos no valoramos las cosas como cuando las pagas tú solo. —¿Y qué hacemos con el resto de aspersores? —Ahora sabemos que ha sido él el causante de esos daños desde hace tiempo, pero no sé si ante un juez sería suficiente para reclamárselos todos. —Entiendo. —La factura que me ha hecho el jardinero es por cuatrocientos cinco euros, suficiente para denunciarlo por delito. Si fuéramos a pedirle los gastos anteriores a esta última reparación, recomendaría poner la denuncia y que se incluyeran, al menos, los últimos cinco años. Ya puestos…, que el juez decida. ¿No te parece?. —Totalmente —convino Mariana—. Yo no soy partidaria de dejar pasar este asunto. Le ha dado muchos quebraderos de cabeza a la comunidad. —Por supuesto; no obstante, esta decisión no deberíamos tomarla ni tú ni yo. Es conveniente someterla a la junta en una reunión donde les informes de todo lo ocurrido y que ellos tomen el acuerdo pertinente. Tendría más credibilidad ante el juez. —Estoy de acuerdo. Avisa a Sergio para que vaya, ya lo hablé con él.
Amador Moya —Es una buena idea. —Prepara la convocatoria para dentro de quince días, pero comunícala pronto, así daremos tiempo a las especulaciones.
Mariana rio abiertamente. Pasados los malos momentos, estaba disfrutando de su triunfo. La breve pausa en la conversación le dio tiempo suficiente para reflexionar: «Los vecinos van a querer sangre, y mucho más si yo los animo». « Les diré que “la espera” de aquel día la hizo uno de los compañeros del grupo de Delincuencia Urbana. Luis o Carlos estarán dispuestos, seguro. Lo hablaré con ellos mañana y lo “tunearemos”, como dice Basilio. Diremos que yo le pedí un favor y él lo hizo durante una semana, hasta que cayó. No, una semana es poco, mejor dos. Si están de acuerdo, se lo comentaré a la administradora para que sepa lo que debe decir y no “meta la pata”». —Debería poner unos carteles informativos.
La sugerencia de Piedad la trajo a la realidad. —¿Unos carteles, dices? ¿Para qué? —Está bien que los vecinos especulen, pero no quiero que lo hagan conmigo. —Olvídate. Cuando el rumor comience a circular correrá como la pólvora. Nadie leerá tus carteles, créeme. —Puede…
La administradora dudó un instante, luego las dos rieron. —Por cierto —continuó Mari—, ¿tú que piensas hacer? —¿Hacer? ¿Con qué? —preguntó Piedad fingiendo no comprender de lo que le hablaba. —Con la demanda al señor Alonso.
El Administrador de Fincas —Seguir adelante. El mes de agosto que me ha hecho pasar no se lo voy a perdonar en la vida, eso lo tengo muy claro. —Me parece bien. De ésta, va a tener que afeitarse el bigote —dijo la presidenta. —¿Y eso? — Piedad puso cara de extrañeza sin «pillar» la broma. —Sí, para pasar desapercibido.
Las dos mujeres rieron con ganas, el vendaval había pasado y ellas sobrevivían.
Tan solo habían transcurrido unos días desde la puesta a disposición judicial de los dos acusado, cuando volvió a coincidir con Aurora en el portal. Mari se interesó por ella. —¿Cómo estás, Aurora? —Bien —dijo ella tímidamente y tratando de escabullirse, pero la presidenta no estaba dispuesta a desaprovechar la oportunidad. —Siento mucho lo del otro día, créeme. —Bueno, ya pasó. Ahora, lo peor es la vergüenza con los vecinos. —No te lo tomes así. Todos podemos cometer errores y tenemos derecho a rectificar. —Por otro lado, este lío ha resultado positivo para mí. —Claro, mujer. Ésa es la actitud. —Mari trató de animarla. —Por fin he dado el paso, al que nunca me atreví, y me he separado. Ahora él se ha ido y mi hija y yo nos hemos quedado solas. Por fin hemos conseguido liberarnos las dos de ese yugo agobiante que no nos dejaba vivir.
Amador Moya —Pues me alegro. Espero que tengas suerte en el juzgado. —Mi abogado me ha animado mucho, porque el delito de maltrato animal tiene una pena pequeña y el otro, el de simulación o algo así, no me va a afectar ya que no llegué a firmar la denuncia. —¡Ah!, ¿no la firmaste? —No, el chico que nos la recogió nos dijo que firmáramos y él se levantó rápidamente y firmó, pero empezó a hablar y el policía retiró los papeles sin darse cuenta de que yo no había firmado.
Mari sonrió mientras pensaba en el joven e inexperto policía que solo quería que terminara aquella pesadilla. Luego, analizó el panorama que se abría ante de la comunidad. La separación solucionaba muchas cuestiones pendientes y muchos conflictos internos que el señor Alonso se llevaba consigo en su maleta; el mismo lugar donde viajaría su querido y coloreado reglamento de régimen interno. Por fin, sería una comunidad normal.
El Administrador de Fincas