6 minute read

Capítulo 19 SEMANA DEL 20 DE AGOSTO

Next Article
El autor

El autor

Amador Moya

Capítulo 19

Advertisement

—Hombre, Rodri. Al fin has venido. Cuidado que es difícil quedar contigo, ¿no? —Verá, señora comisaria, es que estoy muy «liao». Todo el día de acá para allá. Si no son las lecturas, es el curso y, si no, las cargas familiares. —Entiendo, entiendo —le dijo Mari indicándole la silla que había ante su mesa.

Rodri hablaba un poco de nariz y como masticando las palabras. Un estilo muy característico de los jóvenes de su edad en los ambientes que se le suponían. Mari había decidido que aquella declaración la recogería ella; así es que, tras una breve pausa, continuó. —No es necesario que me llames comisaria, no me asciendas así de golpe. Soy subinspectora y puedes llamarme policía. También soy la presidenta de la comunidad de la calle la Industria en Eras, donde colgaron al perro. No sé si te has enterado… —Claro, claro. ¡Vaya movida! Además, dicen que hay alguien que se dedica a matar perros por la zona. Esto ya parece El Bronx. —¿El qué? —Rodri la miró con los ojos muy abiertos. No podía ser que aquella «poli» no hubiera oído hablar de aquel barrio que salía en todas las películas.

El Administrador de Fincas —El Bronx, ese barrio de Nueva York que sale en todas las películas —aclaró él con una sonrisa. —¡Ah, ya! El Bronx. ¡Qué va!, ¡qué va!. León es muy diferente, aquí hablamos castellano. Anda, dame tu DNI.

Rodri sacó su cartera y cogió con cuidado su carnet de identidad para dárselo a la policía, que lo asió con su mano derecha, lo inspeccionó por ambos lados y se puso a escribir en el ordenador. Mari observaba al chico de reojo por si veía algún gesto de nerviosismo, pero no observó ninguno; es más, se dio cuenta de que él también la observaba. —Dime, Rodri, ¿qué sabes tú del perro? —Yooo —dijo él con un gesto de extrañeza—, yo no sé nada más que lo que he oído por ahí. —¿Y qué es lo que has oído? —quiso saber ella. —En los últimos días no se habla de otra cosa. Los vecinos de mi comunidad que tienen perro, están «acojonaos». Otros dicen que ojalá llegue alguien y acabe con todos porque, de esa forma, se pondría fin a los ladridos nocturnos, al que mea en el portal, al que caga en la acera… Pero ¿de verdad existe ese paisano?

Rodri acercó mucho su cabeza por encima de la mesa y dijo esas últimas palabras en un susurro, como si tuviera miedo de que alguien lo pudiera oír desde el pasillo. —No hagas caso, eso son todo invenciones de la prensa —contestó ella sonriendo. —Ya, vaya movida, con la comisaría en primera página —Ahora Rodri rio abiertamente y simuló con las dos manos los titulares del periódico. —Tú tienes un perro, ¿entre cuáles te encuentras, entre los que se alegran o los otros?

Amador Moya —No, no, yo no tengo perro. A mí los perros me molestan, sobre todo cuando piso una mierda en la calle —dijo ahora muy serio. —Pero, si a mí me han dicho… —La han informado mal, señora comisaria, perdón, señora policía; yo no tengo perro. —¿Sabes quién era el dueño del perro? —Claro, el señor ese del bigotito que vive en el tercero de su portal. Es un señor muy gracioso. Somos buenos amigos. Nada más que llego a la comunidad, allí está como un clavo con su «pedazo agenda del siete». No sé cómo lo hace, pero siempre aparece. Mire que he probado a empezar por otros portales diferentes al suyo, pues se entera y, ¡allí aparece! Algún día le tengo que preguntar cómo lo descubre. Seguro que tiene superpoderes o algo de eso. —Rodri rio su propia gracia. —¿Dices que te llevas bien con él? —Estupendamente. Me ayuda mucho a tomar las lecturas. Él me dice, «No, así no, Rodri», y yo le digo, «Hágalo usted, señor Alonso, que lo hace mejor», y todo va como la seda: él va leyendo y yo solo tengo que apuntar lo que él me dice.

Mari se quedó mirándolo mientras se preguntaba si aquel chaval casi imberbe, le estaba tomando el pelo o era un superdotado en realidad. «El primero que me habla bien del señor Alonso», se dijo. «Algunos piensan que es tonto, pero me parece el más cuerdo de todos. ¡A ver si Rodri es el que nos está dando la solución para que nos deje en paz ese trastornado!» —¿Le pasa algo, señora comisaria? —dijo Rodri sacándola de su ensimismamiento. Ella lo miró con ternura y sonrió.

El Administrador de Fincas —¿No me estarás engañando con lo del perro? — insistió ella jugando la única baza que tenía. —En absoluto, señora comisaria, perdón, señora policía. —El chico hizo una pausa y continuó—: Le voy a ser sincero, tuve uno hace tiempo. Ya sabe, ahora todo el mundo tiene perro y yo compré uno. Menudo lío que preparé. Me tenía loco: la comida, las cacas, el paseo… me lo destrozaba todo. Un caos, se lo digo yo. No me aguantó ni tres meses, así es que lo cogí un día y lo llevé para el pueblo. Le dije a mi abuelo: «”Abu” aquí te dejo a Chupi». «¿Para qué quiero yo un perro?», me dijo mi abuelo, pero yo no le hice ni caso y ahora son superamigos. —¿Cuánto hace de eso? —No sé, hace más de medio año, desde entonces odio los perros. Mi casa aún huele al entrar, y el sofá lo tengo lleno de pelos y de rotos que me hizo con los dientes. Es que los cachorros son muy juguetones y lo destrozan todo, dice mi abuelo, pero yo no lo sabía y… —¿Tienes algo más que contarme sobre perros, Rodri? —Nada, señora comisaria. Cuando quiera puede venir a mi casa para ver cómo me lo ha dejado todo ese «desgraciao» de Chupi. ¡No se me vuelve a ocurrir comprar otro perro en la vida!

La conversación del café de ese día, inevitablemente giró en torno al Rodri. En realidad era un personaje entretenido y podía amenizar varios días de tertulia. Mari quiso aprovechar la ocasión. —Chicos, necesito que me hagáis un favor. —Claro, tú dirás —respondió Luis. —Hay que comprobar su versión porque no me extrañaría que nos estuviera tomando el pelo.

Amador Moya —Menudo tipo el Rodri. —Los dos rieron. —Hay que ir a su domicilio y preguntar a los vecinos si tiene perro. Si lo tiene, seguro que ellos lo saben. —Seguro, un perro siempre deja huella. —Volvieron a reír la gracia, ahora los tres. —Esta mañana no puedo, pero el lunes, voy sin falta. Si te vale… —era Luis el que hablaba. —Yo estoy igual. Hasta el lunes no puedo —apuntó Carlos. —El lunes me vale y me da igual quien vaya. El que lo haga, debe leer antes la declaración y tenerlo en cuenta. No me sirve que os digan si tiene o no tiene, sino desde cuándo no lo ven con él. —Ok, recibido, jefa. Eso de charlar con los vecinos se le da muy bien a Luis, será pan comido.

El Administrador de Fincas

This article is from: