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Capítulo 7

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El autor

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Amador Moya

1 DÍA DESPUÉS

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Capítulo 7

Mariana solía tomar café con los compañeros de Delincuencia Urbana.

Sus compañeras de Violencia de Género no tomaban café. Una porque estaba a dieta y se traía una manzana; otra, porque el café no le gustaba y llevaba un sándwich; y una tercera, desaparecía a esa hora y no se sabía a dónde iba. Total, que aquellos policías eran su mejor opción.

Además, conocía a Basilio de hacía mucho tiempo y tenía una buena amistad con él, incluso fuera del ámbito laboral. El resto de compañeros le caían bien, eran jóvenes, le aportaban aíre fresco con sus chistes y sus ocurrencias, y formaban una buena tertulia todas las mañanas. Allí se hablaba de todo.

El Administrador de Fincas —Como era de esperar, Román le ha asignado el tema a Carlos —le comunicó Basilio a Mari sin más preámbulos. —Menudo «marrón» —respondió éste con fastidio. —Ya. ¿En qué cambia esto las cosas? —preguntó ella un poco decepcionada. —En realidad, en nada —concluyó Basilio. —A mí, lo que me gustaría saber es cómo vamos a organizarlo entre nosotros porque ha llegado a mi mesa y me ha soltado las diligencias sin más. Con un simple: «Toma, esto llévalo tú», se ha quedado tan tranquilo —dijo Carlos. —Lo llevaremos entre los cuatro. Mari es la presidenta de la comunidad y tiene un claro interés en todo esto. Aunque no es del grupo, para este caso es como si lo fuera y contaremos con ella para todo lo que se haga. ¿Todos de acuerdo? —preguntó Basilio.

Todos fueron asintiendo a medida que éste iba recorriendo con la vista a sus tres interlocutores. —¿Quién le va a contar esto a Román? —preguntó Luis. —Nadie. Román no tiene por qué saber nada de esto —Basilio lo tenía claro. —Es lo mejor —asintió Carlos. —Veamos, pues. En la investigación, el trabajo de campo es fundamental. De eso te vas a encargar tú — dijo Basilio señalando a Mari—. En este caso, partes con una ventaja muy grande porque eres la presidenta de la comunidad y los vecinos confían en ti. No te van a ver como un tercero ajeno que llega allí sospechando de todo el mundo. Si se abren y te cuentan, tienes mucho camino recorrido. Luego hay que analizar los resultados; es decir, contrastar contradicciones,

Amador Moya mentiras, etc. Preguntando se averigua casi todo y tú eres la persona ideal: aprovéchalo. —Espero que tengas razón, porque no soy muy conocida entre mis vecinos, siempre he permanecido al margen de la vida comunal —respondió ella. —No importa, ahora para ellos eres la presidenta, además eres policía y esperan que les resuelvas el problema. Todo está a tu favor, créeme. —Haces que las cosas parezcan fáciles. —Empezaremos con la declaración de la administradora. Es un mero trámite, pero es necesario, y cuanto antes nos lo quitemos de en medio, mejor. Habla con ella y si puede venir ahora, la recibiremos encantados. —La llamaré en cuanto llegue a la oficina. —Esta mañana yo no puedo. Tengo que ir al juzgado —apuntó Carlos. —No importa. Yo la atenderé —continuó Basilio—. Lo importante es que los cuatro sepamos en qué punto se encuentra el caso en cada momento. ¡Ah!, y si tenéis alguna duda, preguntadme. —Menos mal que me echáis una mano con esto — resopló Carlos encogiéndose de hombros— porque a mí los perros no me van lo más mínimo.

Todos sonrieron aliviados. Tras un breve silencio, continuó Basilio. —¿Se llevó ayer el perro el dueño? —Sí, a Dios gracias. Jose me ha dicho que no tenía ninguna marca de golpes u otro signo de violencia, lo que confirma su teoría de que fue colgado después de muerto. —Pues solo nos quedan dos opciones: o murió envenenado o de muerte natural. La segunda es muy

El Administrador de Fincas improbable habiendo acabado colgado en ese árbol — aventuró Carlos. —Improbable sí, pero no la descartes —puntualizó Basilio. —Y menos con ese personaje de por medio —asintió Carlos. —Una inyección letal —afirmó rotundo Luis.

Los tres pares de ojos se volvieron hacia él sin que ninguno de sus propietarios se atreviera a hacer ningún comentario. —Lo he visto en las películas —continuó él como disculpándose.

Los otros se miraron sin saber qué decir. —¿Leísteis la denuncia? —preguntó Mari dando un giro. —Sí, nada nuevo. Un montón de majaderías e incoherencias. Cuando lea el juez lo del final, se va a partir de risa. Además, si es abogado, igual lo conoce —contestó Carlos. —Oye Mari, ¿de verdad es abogado ese tío? — preguntó Luis. —Eso pone en la placa. —Pues, ¡vaya tela! —Supongo que los abogados son como los policías, los hay de todos los colores; los habrá buenos, malos y… peores —respondió Mari sonriendo. —Anda que, por aquí también hay cada fichaje… —Todos asintieron ante el comentario de Carlos y luego se aplicaron al café. —Pues a ver qué nos dice la administradora… — Basilio interrumpió el silencio. —Sí, se ha puesto muy pesado acusándola a ella, así es que, debemos tomarle declaración con todos los sacramentos.

Amador Moya —Es difícil ese oficio de administrador. Te pueden acusar hasta de matar un perro —dijo Luis sonriendo. —¡Ya te digo! —contestó Carlos asintiendo con la cabeza—. Ya conoces el dicho: «Porque maté un perro me llaman “mataperros”» —Las carcajadas resonaron en toda la cafetería. —Yo, si vuelvo a nacer, no pienso ser administrador —remató Luis sin dejar de reír. —Bueno, chicos, dejadlo ya. Bastante tiene ella con aguantar a ese tío y las misivas de seis o siete páginas que le manda. —¿Escribe cartas de seis y siete página? ¡Vaya fenómeno! Ahora entiendo por qué se murió el perro. Seguro que fue muerte natural o, incluso puede que haya sido un suicidio. —Las carcajadas volvieron a sonar con fuerza en el local ante la broma de Carlos. —Seguro que se las leía al perro —asintió Luis. —Oye, ahora que lo dices, Carlos, ahí tenemos una buena reflexión: ¿es posible que un perro pueda suicidarse?

Mientras caminaban de regreso, disparatadas respuestas se fueron sucediendo como contestación a la pregunta de Basilio; de esta forma, las risas y las bromas continuaron hasta que llegaron a la comisaría y cada uno fue a sumergirse en sus papeles.

Mari se sentó en una silla ante la mesa de Basilio con gesto de preocupación. —La administradora está avisada. Vendrá en un rato. Le tomarás tú la declaración, ¿no? —trató de confirmar Mari. —Claro. ¿Estarás presente? —Supongo, aunque no lo sé porque tengo un asunto pendiente con Román. Ahora no está en su despacho, 71

El Administrador de Fincas pero quiero zanjarlo esta mañana —contestó ella con determinación. —Déjalo estar. No merece la pena. No lo vas a cambiar. —No lo pretendo. Con que me escuche lo que tengo que decirle, para mí es suficiente.

Basilio puso en su cara una media sonrisa de resignación. Conocía a Mari y entendía que no se quedara quieta ante lo que era, a todas luces, una jugada sucia de Román. Tras una breve pausa, cambió de tema.

—¿Sabemos algo más de ese chucho asqueroso? —fue la pregunta de Piedad cuando llegó a la oficina. —De momento, nada nuevo. Si hay noticias frescas, te informo —respondió Carmen.

Piedad miró su reloj: las diez y media. Aquella mañana se había retrasado en llegara a la oficina porque tenía una cita a primera hora con un presidente de un edificio con problemas de limpieza.

Su teléfono comenzó a vibrar en el mismo momento en que lo dejó sobre la mesa. «Aún no me he sentado en la silla y ya empieza el jaleo», pensó mientras miraba quién llamaba. Al ver que era Mari, descolgó de inmediato intrigada por saber si los acontecimientos habían dado algún giro. —Dime Mari, ¿cómo va todo? —Perdona que ayer no pudiera hablar contigo. En el momento en que me llamaste me fue imposible y luego se me olvidó devolverte la llamada. Supongo que ya te habrás enterado de los pormenores, ¿no? —Sí hija, de esas cosas se entera una rápido. Lo que no me cabe en la cabeza es cómo pudo ocurrir. Ya

Amador Moya sabes, mucho ruido, pero, en realidad, los vecinos parecen tan desconcertados como yo. —Lo comprendo. Nosotros estamos igual: llenos de incógnitas. Por eso te llamaba, precisamente. Estamos tomando declaración a la gente que puede tener algo que ver con el asunto y... —¿Necesitas algo de mí? —Sí, debes pasar por aquí para prestar declaración. —Pero yo… ¿qué tengo yo que ver con todo esto? Yo no sé nada más que lo que me han contado los vecinos. —Bueno, eso también nos vale. Es un trámite necesario, de veras, si no, no te lo pediría. —Está bien, ¿Cuándo quieres que vaya? —Ahora si puedes. —¿Ahora? —preguntó Piedad tratando de ganar tiempo ante la inminencia de la propuesta. —Bueno, no sé…, a lo largo de la mañana si es posible. —Creo que en una hora pueda estar ahí. Igual me retraso un poco. Para las doce más bien —concluyó Piedad tras una breve pausa. —Por mí perfecto. Ven primero a mi despacho. No tiene pérdida, solo tienes que seguir las indicaciones de Violencia de Género.

Piedad colgó el teléfono y se quedó pensativa. «Es por la acusación de ese “cabrón”, seguro. Larga a los cuatro vientos que ha sido la administradora y, ¡pam!, a por la administradora la primera. ¡No hay como tener un chivo expiatorio siempre a mano!»

Miró su mesa llena de papeles. Respiró hondo mientras cerraba los ojos. Un nudo en su estómago le advertía que su estado de ánimo había cambiado desde la llamada telefónica.

El Administrador de Fincas

Aquella decisión de la policía la pillaba por sorpresa. Mucho más cuando venía de la propia presidenta de la comunidad. No sabía cómo digerirlo. No podía pensar con claridad. En realidad, Mari, ¿era amiga o enemiga?

Había sido un error quedar aquella mañana para declarar. Debió dar una disculpa y tener un poco de tiempo para reflexionar. Podía llamar de nuevo para cancelar la cita. No, ahora ya era tarde, no podía dar marcha atrás.

De nuevo reparó en los papeles de la mesa. No podía trabajar. En aquel estado sería incapaz de concentrarse. «Si no puedo cancelar la cita, la adelantaré. En este estado de nerviosismo y de ofuscación, cuanto más tiempo transcurra, peor», concluyó mientras se levantaba de la silla, cogía el móvil y anunciaba a su secretaria que no estaría en la oficina en toda la mañana.

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