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Capítulo 13

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El autor

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Amador Moya

3 DÍAS DESPUÉS

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Capítulo 13

Mari fue a ver a Basilio para comentar con él los acontecimientos del día anterior. Su compañero estaba poco hablador y simplemente la escuchaba con una sonrisa en los labios, mientras ella le hablaba sobre lo interesantes y peculiares que eran sus vecinos. Cuando le contó lo sucedido con Campillo, los dos rieron; no obstante, Mari no estaba satisfecha. —De todas formas, lo que he observado en mis vecinos es que muestran interés por sus problemas vecinales, pero el perro no interesa a nadie. Les hablas de él y te contestan con un monosílabo o con un «pudo ser cualquiera». —Es lo mismo que yo pienso —respondió Basilio impasible.

El Administrador de Fincas —Pero ellos tienen que saber algo… —Pues pregúntaselo. Tú, ¿qué les estás preguntando? —Que si saben quién pudo hacerlo. —Pues eso es lo que te responden, que pudo hacerlo cualquiera. —Entonces, ¿qué debería preguntarles? —En la investigación de un delito hay muchas preguntas que resolver antes de llegar al «quién». El quién es lo que todos queremos saber, pero nunca aparece de inicio salvo que el culpable confiese. —Lo que no suele ocurrir… —dijo ella. —Efectivamente. Salvo en ese caso —continuó él—, hay otras cuestiones que debemos preguntarnos antes. Lo primero es el «qué»: «¿Qué ha ocurrido?» es la primera pregunta. Suele ser la más fácil, aunque no siempre. Luego viene el «dónde», «cuándo», «cómo» y, la más importante de todas: «Por qué» o «para qué». Nunca se comete un delito sin que exista un móvil. —Creo que me voy a volver a mis violencias de género; allí no tenemos estos problemas —rio ella. —Vayamos al caso del perro que nos trae de cabeza. Si cuando llegamos al jardín, preguntamos: «¿Quién ha sido?» —dijo Basilio con voz ahuecada e inquisidora—, y uno de los presentes levanta la mano y da un paso al frente diciendo: «yo maté al perro»; acto seguido lo cogemos, lo traemos a la comisaría, escribimos y todo para el juez. Conclusión: la investigación habría acabado antes de empezar. —No hubiera estado mal, me habría evitado muchos problemas ese vecino que hubiera levantado la mano. —¿Vecino? ¿Quién ha dicho que fuera un vecino? — Mari lo miró sorprendida. —Tú dijiste…

Amador Moya —Yo no he dicho nada —concluyó Basilio riéndose —. Ése es otro de los errores muy comunes en los investigadores principiantes: convertís la suposición en hecho cierto y eso os lleva inevitablemente al error. Yo he hablado de uno de los presente y tú has interpretado que me refería a un vecino. —Es que allí solo había vecinos de la comunidad, creo… —¿Creo? Esto no es un acto de fe. El investigador solo edifica sobre hechos contrastados. La hipótesis es válida para trabajar, pero solo cuando se tiene muy presente que no es más que una hipótesis. —Y aquí, ¿cuál es tu hipótesis? —Tú ocúpate de aclarar las preguntas para las que no conocemos respuesta y después hablaremos de hipótesis si es necesario. ¡Ah!, no te olvides del «por qué».

Mariana y Francisco se disponían a iniciar su paseo nocturno. El ascensor descendía parsimonioso mientras ellos charlaban de los incidentes ocurridos en aquellos días cuando el aparato disminuyó la marcha y se paró. Los dos pensaron que habían llegado a la planta baja, pero cuando las puertas se abrieron, se quedaron atónitos con el cuadro que se presentó ante sus ojos.

Aurora, con dos bolsas de basura en una mano y la correa de un perrito nuevo, en la otra se disponía a entrar en la cabina.

Tanto la una como los otros, tardaron un instante en reaccionar. Francisco fue el primero. —Hola, Aurora. Pasa, pasa, te hacemos un sitio. Estos ascensores son grandes y cabemos todos, hasta la basura —dijo con buen humor. Ella dudó un instante, pero no tenía escapatoria y subió.

El Administrador de Fincas —Hola. Sí, vamos un poco apretados —fue su respuesta. —¿Quieres que te coja las bolsas? —preguntó Francisco. —No, no. No hace falta —contestó ella recelosa. —¿Perrito nuevo? —intervino Mariana. —Sí, sí. Lo hemos traído hoy. La niña y yo no nos hallamos sin un perrito en casa. Luisito está muy afectado, no ha querido siquiera ir a elegirlo. Es tan mono…, y muy buenín.

Mariana, que viajaba recostada contra la pared del fondo del ascensor, bajó la mirada hacia las bolsas de basura que tenía justo delante de ella. Dos bolsas: una negra y más pequeña, y otra azul, más grande y alta.

Se veía perfectamente que la grande estaba llena de envases, tanto que, a pesar de estar cerrada, quedaba fuera la mitad de un recipiente de plástico de color rojo. Resultaba evidente que se trataba de un cuenco para comer los perros.

«Es el del perro muerto, lo ha comprado en un chino, seguro. A perro muerto vajilla nueva», pensó. Su mirada se deslizó hacia la correa del perrito. «También es nueva y también de los chinos».

Mientras ella observaba, Francisco seguía la conversación con Aurora.

Ya estaban saliendo del edificio y, al llegar a la acera, cada uno siguió una dirección opuesta. —No parece que el duelo haya sido grave, solo han tardado tres días en reponerlo —dijo Francisco. —A «Luisito» le darán un par de días más para superarlo y, luego, a pasear al «monín» —fue su sarcástica respuesta.

Amador Moya

Él asintió con una sonrisa y siguieron haciendo bromas y comentarios mientras se alejaban de su vecina.

A su regreso, Mariana vio cómo el camión que recoge los contenedores de envases finalizaba su tarea en los de delante de su casa y emprendía la marcha. «Ahí va la vajilla del ahorcado», pensó con sorna.

Pero Mariana se equivocaba porque, al pasar por delante de los contenedores, reparó en un bulto rojo que había en el suelo, justo al lado del contenedor amarillo.

«Vaya, como estaba medio fuera de la bolsa, se habrá salido». «No ha sido posible en este viaje, tendrás que esperar al siguiente», murmuró mientras se desplazaba hasta donde estaba el cuenco.

«No hay duda, es el de Aurora», pensó mientras lo contemplaba sin saber qué hacer. Instintivamente se agachó, lo cogió y se dispuso a dejarlo en el interior del contenedor que le correspondía.

En ese momento, la imagen de su hijo cenando apareció en su mente, luego la frase de su marido: «Me parece que ves muchas películas…». «Paco no se desharía del cuenco», pensó, «seguro que sospecharía que tiene alguna relación con el asesino. Ya sé que suena muy a C.S.I y yo no soy Grissom, pero es el único objeto que tiene relación con el animal muerto; al menos que yo conozca».

Mariana continuaba contemplando el objeto de plástico en sus manos frente al contenedor amarillo, cuando oyó la voz de su marido que le llamaba a su espalda. «Para tirar siempre hay tiempo», dijo en un susurro, «nunca se sabe para lo que puede servir este trozo de plástico» continuó murmurando mientras se dirigía hacia la entrada del edificio con él en la mano. 133

El Administrador de Fincas —Veo que has recuperado el cuenco —dijo su marido cuando llegó a su altura. —Sí, parece ser que se le cayó de la bolsa a Aurora y se salvó del camión de la basura. —¡Qué casualidad!, ¿no? —Ya ves —respondió ella encogiéndose de hombros. —¿Te servirá para algo? —Nunca se sabe; de momento, lo guardaré. Para tirar siempre hay tiempo.

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