7 minute read

Capítulo 18

Next Article
El autor

El autor

Amador Moya

A las ocho de la tarde y en víspera de fiesta, Piedad recibió un WhatsApp de Mari que le decía: «Quiero saber quién es el agente de la póliza de seguros de la comunidad. Si no lo sabes, investígalo. Si es el señor Alonso, quiero saber cuánto se lleva de comisión».

Advertisement

Piedad asoció este mensaje con su solicitud de la mañana en referencia a gasóleos Lino. Se dio cuenta de que sus sospechas no habían sido acertadas. Ahora todo comenzaba a tener sentido. Otro sentido diferente al que le había dado solo horas antes.

«Esta tía no para. ¡Vaya actividad!, ahora el seguro de la comunidad. Esto se pone interesante. Pero todo esto no tiene nada que ver con el perro, ¿o sí? En cualquier caso, pinta bien», pensó al leer el mensaje.

El jueves, a primera hora, Piedad pulsó su contacto en la compañía de seguros. —El agente lo tienes en la póliza, ya lo sabes de siempre, no hay ningún secreto en eso —le dijo Santiago. —No es lo que te estoy pidiendo. Me interesa conocer quién cobra la comisión de esa póliza y, si el agente la comparte, quiero saber con quién.

El Administrador de Fincas

Ése era, precisamente, el punto que Santiago trataba de evitar. —No te puedo dar ese dato, Piedad, es información confidencial. —Mira, Santiago, no quiero que transgredas todas las normas de la protección de datos por mi culpa. En la comunidad tenemos la sospecha de que un vecino llamado José Luis Alonso García está cobrando la comisión de esa póliza. Solo quiero que me digas «Sí» «No». Cuando lo hagas, piensa en una cosa: esa póliza lleva muchos años con vosotros, puede que siga o puede que cambie, y dependerá de tu respuesta.

El tono contundente de Piedad no le dejó lugar a dudas a Santiago. A ella le hubiera gustado ser más sutil pero, en esas circunstancias, no le quedaba otra opción.

Por supuesto que su respuesta fue «Sí», aunque se negó rotundamente a desvelar la cuantía de la comisión del último recibo. A ella no le importó lo más mínimo porque, este extremo, era ya secundario.

Cuando la secretaria del comisario la llamó para decirle que el gran jefe quería verla, no le sorprendió en absoluto.

Los periódicos del martes y las fotos de la comisaría en primera página, en las que aparecía un grupo de cincuenta manifestantes como si se tratara de quinientos, eran suficiente argumento para que todos los estamentos políticos se pusieran en marcha. Si no la había llamado antes era porque el miércoles fue festivo, pero hoy jueves, a primera hora, tocaba ir a dar explicaciones.

Amador Moya

«Supongo que antes habrá pasado Román y me habrá puesto de inútil para arriba, así se justifica él. Es el juego, ¡qué le vamos a hacer!», pensó resignada. —Vamos a ver Mariana, ¿qué hace la jefa de violencia de género investigando un caso de delincuencia urbana? —Macario hablaba en un tono cortante dejando ver su irritación. —Soy la presidenta de la comunidad y tengo mucho interés en lo que pasa en ella. Además, Basilio me pidió ayuda. —¿Basilio, ayuda? No es eso lo que a mí me han contado. —No sé lo que a usted le habrán dicho, jefe, pero ésa es la verdad. Basilio y yo somos amigos desde hace tiempo y nos ayudamos si podemos. —¿No me estará usted descuidando sus tareas?, porque la violencia de género es una materia muy sensible. A ver si vamos a salir todos los día en el periódico. —En absoluto, en mi grupo lo llevamos todo al día. No obstante, si tenemos que salir en los periódicos, no hay ningún problema. La publicidad es buena. —Bueno, eso depende… —En absoluto, jefe. La publicidad siempre es buena; es más, la gente paga por ella —Macario se quedó en silencio observándola y cambió de tema. —Y lo del perro, ¿cómo va? —Pues no lo sé muy bien. En realidad no sabría qué decirle. —Osea, que no tenemos nada. —Efectivamente. Hemos averiguado cosas, pero aún no sabemos quién mató al perro —concluyó Mari tratando de no profundizar demasiado. —Ahí estaba la administradora implicada ¿no?

El Administrador de Fincas —Eso dice el propietario del perro, pero no hay nada definitivo sobre ella. Es una sospechosa más. —Oye, ¿es verdad que ese tipo es abogado?, porque me está montando unos «pollos» en la comisaría de mucho cuidado. —Eso es lo que pone en su placa, no le he preguntado al Colegio de Abogados por su colegiación. —Pues debería hacerlo, no sea que… Por cierto, ¿ya sabemos quién montó el «tinglao» del martes? —Sí, jefe, ya lo sabemos —dijo Mari con resignación. —No me diga que ha sido él… —Pues claro que ha sido él. —«¡La madre que lo parió!». Quiero que lo empapeles, Mariana, ¿me has oído?, ¡que lo empapeles! —Todo a su tiempo, jefe —contestó ella en un tono pausado y hasta resignado. —Nada de a su tiempo. No quiero que me vuelva a montar otro «sarao» delante de la puerta de la comisaría. —No lo hará. —Más te vale, porque te hago responsable de ello. Me tiene la Oficina de Denuncias inundada de quejas sobre desapariciones de perros. Vienen de todas partes de León. Nunca me hubiera imaginado que desaparecían tantos perros. Voy a tener que destinar a un policía solamente para explicar a la gente que ése no es un hecho denunciable. —Ésa es una buena idea, aunque lo mejor sería que los mandaran a los municipales. Es mejor que perderse en explicaciones. —El jefe la miró sin saber muy bien qué decir. Le había sorprendido cambiando de tema, pero debía reconocer que la idea era buena. —Quiero resultados, Mariana, ¿me has entendido? Resultados. Quiero cerrar ese caso cuanto antes y, sobre 178

Amador Moya todo, nada de manifestaciones ni periódicos ni alarmas sociales. Esta mañana me ha llamado el Jefe Superior y me temo que el asunto haya llegado mucho más arriba. No sé por qué, estas tonterías son las que más interesan a la gente, y nosotros tenemos que mantener una imagen. —Lo he entendido perfectamente, jefe, perfectamente. —Me alegro mucho —dijo Macario a modo de despedida.

Mari no había estado parada. El mismo día de la declaración de Campillo, después de la aventura con Lino, había ido a ver a Aníbal. El hombre estaba en casa y le abrió la puerta, pero la recibió con un tono brusco y poco amigable, por lo que su primera intención fue citarlo en la comisaría para tomarle declaración. Sin embargo, la sorprendió invitándola a pasar al interior.

Su actitud cambió de puertas adentro, tornándose colaborador y amable. No solo reconoció lo que había declarado Campillo, sino que se mostró dispuesto a confirmarlo en una declaración formal. —Esta mañana necesito que uno de los dos me eche una mano. —Estaban tomando café en la cafetería de siempre. —Claro, Mari. Tú dirás. —Para las doce tengo citado a Aníbal. Hay que recogerle la declaración. —Yo mismo —dijo Carlos. —Tengo hecho un boceto. Es sencilla. Ya hablé el martes con él y está dispuesto a declarar y a confirmar lo que dijo Campillo. —Vale, me das el esquema y la preparo.

El Administrador de Fincas —Yo no quiero estar presente todo el tiempo. Pasaré al principio, para que se sienta tranquilo y al final para acompañarlo a la salida. —Ok, jefa —fue la respuesta de Carlos.

—¿Cómo lo llevas? —preguntó Francisco. —Fatal. Menuda semana. Ha sido de locos: el lunes la «manifa», el martes Campillo y hoy el comisario metiendo caña. Menos mal que el quince fue festivo — contestó ella—. Para colmo, Basilio se ha «pirao» de vacaciones y me ha dejado con todo «el marrón». —Bueno, mañana ya es viernes y viene el fin de semana, si quieres nos vamos a la playa. —Es una buena idea, a ver si me da tiempo a pensar. —¿Habéis descubierto algo? —Pues no lo sé, la verdad. No sé si voy para adelante o para atrás. Mañana tengo a Rodri, que no veas lo que me ha costado quedar con él. Una semana llevo detrás y, cuando no es el curso de electricista es que tiene que llevar a su abuela al médico. Menudo tipo. —Mari se interrumpió un instante—. A ver lo que me cuenta mañana. —¿Sabes algo de él? —Tiene antecedentes, nada importante. Un par de detenciones. Una por droga, poca cosa, y la otra por resistencia. Estaría puesto hasta arriba y se hizo el valiente con la patrulla. Son de hace tiempo. La más reciente es de hace cuatro años, pero seguro que sigue fumando porque tiene una pinta de «fumeta» que no veas. —Bueno, eso no quiere decir nada —dijo Francisco un poco molesto—. Los policías sois increíbles, enseguida clasificáis a las personas. Con solo mirarlas, ya creéis conocer toda su vida.

Amador Moya —«¡Qué va!, ¡qué va!». Los policías investigamos antes de clasificaros; o, ¿tú qué te crees, que no te he investigado a ti? —¿A eso te dedicas en el trabajo? —Bueno, también cuando estoy fuera. —Los dos rieron. —Espero que no hayas encontrado nada comprometido —dijo Francisco siguiendo la broma. —El que está resultando una joya es el señor Alonso. A lo que te conté ayer sobre sus planes con el gasóleo hay que añadir la póliza del seguro.

Mariana contó a su marido la información que, esa misma mañana, le había facilitado la administradora. —Vaya con el aspirante a administrador…, si lo saben los vecinos lo «pelan». —Pues lo sabrán. Algún día lo sabrán todo.

El Administrador de Fincas

This article is from: