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Gracejo andaluz
Gra� jo � dal uz
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Es de sobra conocido que los andaluces tenemos, en términos generales, una gracia especial, una alegría y una manera de vivir que, en muchos casos, nos hace diferentes. Diferentes por la manera en que nos tomamos la vida y nos echamos los problemas a la espalda, quizá para huir, para no enfrentarnos a la negatividad que con tanta frecuencia nos acecha. Hacemos mofa hasta de nuestras desgracias.
Los hay que culpan de esta característica nuestra al clima, es posible. Sin embargo, es evidente que en este concepto somos educados, principalmente en el entorno familiar, porque de lo contrario, nos dicen, podemos convertirnos en esaboríos y de eso nanai de la China. A toda costa hay que caer en gracia por obligación aunque resulte agotador.
A veces nos hemos visto en ambientes en los que se nos ha preguntado si nos encontrábamos bien o nos pasaba algo. Nos han dicho que estábamos raros por el simple hecho de permanecer callados escuchando, o participando de algún tema con total normalidad. Sin darse cuenta, sin procurarlo, han hecho que nos sintiéramos mal.
Por ser andaluces nos han exigido, quizá de manera subliminal, ser los animadores de turno y en ese momento sorpresivo hemos dudado de nosotros mismos. Nos hemos cuestionado si nuestra persona, como buenos embajadores del sur, estaba dando la talla que le corresponde a nuestra preciosa sangre andaluza.
Ante la expresión positiva que ofrecemos, investigo si debemos ser graciosos en todo época, en todo momento y en todo lugar. Mi respuesta es no. Por otro lado están los que opinan que sí. Por poner un ejemplo aún más visible, me refiero ahora a los que cuando aparecen en televisión, ya sea participando en un programa de debate, en una entrevista, o en lo que sea, se hacen los graciosos, en alguna ocasión sin discreción alguna, pues pretenden llamar la atención de manera exagerada. Por la costumbre consolidada de siglos, se sienten forzados a ello. No se dan cuenta de que en esos momentos, con su intento, se están exponiendo al fracaso. No provocan la sonrisa que buscan o el impacto que se proponen, sino más bien causan pesadez y distracción del tema principal que los ha convocado.
Querer ser graciosos sin lograr transmitirlo se convierte en un enemigo mortal que nos ridiculiza y nos causa desprestigio.
El dramaturgo francés de origen rumano Eugene Ionesco opina que donde no hay humor no hay humanidad. Donde no hay humor existe el campo de concentración. Sé que es cierto y que, además, sin perder nuestra idiosincrasia, ser andaluz no consiste en ser el payaso, siempre presente, en cualquier escenario donde nos encontremos. El sentido del humor encaja justo en su momento y ese momento es genuino, nunca forzado. Surge de manera espontánea.
A esta exigencia con la que solemos encontrarnos no le veo la gracia, pero, si alguien desea divertirse exigiendo más de nosotros, que pague su entrada y vaya al circo.
Isabel Pavón