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EL GRUMETE DEL RAYO
/ Concha Gorostiza Dapena / EL GRUMETE DEL RAYO
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Ilustración. ZKIN WILD
He nacido en la Habana, en un bohío en el ingenio
de uno de tantos esclavistas de la preciosa Cuba. Mis ojos vieron la luz allá por la década de 1740… exactamente no sé cuándo, y la verdad es que poco importa.
Al sonar las sirenas para dar comienzo a la zafra; que es la recolección de la caña de azúcar, yo veloz como el rayo (y de ahí me viene el nombre) corro y, sin mirar atrás, no paro hasta que dejo de oír las sirenas. Ya más sosegado, me tumbo a la sombra de una palma de apellido real, símbolo de nuestra tierra, donde poco a poco voy recobrando el aliento.
No me detengo por mucho tiempo, mi destino es otro. Mis ansias y anhelos se fijan en el astillero de la Real Compañía de la Habana.
He de confesar que los barcos son la materialización de mis delirios y sueños. No me voy a quedar aquí para siempre. Amo mi Cuba, pero voy más y más lejos; no le pongo freno a mis pensamientos. Y sé, aún a mi corta edad, que para ir por esos mundos desconocidos para mis ojos, pero; vivos en mi mente, la única manera conocida me la puede proporcionar uno de aquellos inmensos bajeles que, en aquel lugar mágico, de simples tablones, que ha poco han sido árboles, van naciendo como setas en los humedales … Y son con nobles maderas de roble, de cauca, quiebrahacha, capá y ceiba las destinadas a la construcción de aquellos magníficos navíos.
He llegado por fin a mi paraíso. Oigo, escondido entre un montón de troncos apilados, que se ha comenzado la construcción de un navío especial de primera línea; no todos los navíos podían ser considerados de línea, (había de llevar al menos 64 cañones) y a este en cuestión van a llamar Rayo... como yo, Rayo. Me estremezco al escucharlos. Siento que mi destino está marcado en ese preciso instante. Oigo poseído por mis emociones: que es el año corriente de 1747, 1 de julio y que la construcción del ya denominado Rayo sería de dos años hasta su botadura. Dos años. Mi mente infantil no controla el tiempo; dos años significan poco, o nada. Pero, ya sé que tendría, a partir de esos momentos, que ingeniármelas para no aparecer por el Ingenio azucarero y no escuchar las sirenas, anunciando el comienzo de las zafras.
Yo, Rayo, no veía problemas; siempre hay almas nobles dispuestas a dar un poco de comida y cobijo a un niño humilde y simpático como yo.
Rayo el otro, mi barco, como ya le consideraba, íbamos creciendo.
Iba a ser grande, veloz y aterrador. Le dotarían con más de 80 cañones y quizá llegase a portar 100.
Los dos Rayos íbamos creciendo, cada uno según su naturaleza. Yo, Rayo niño, ya sabía qué haría desde el primer momento de su botadura, prevista para junio de 1749. Aún pasarían varios meses hasta su entrega definitiva a la Armada, el 15 de agosto de 1750. Aunque a mediados de octubre de ese año ya estaba botado y entregado, se encontraba en el arsenal sin gente ni tropa de Marina. Voy a ser el grumete del Rayo.
Ha izado su insignia el teniente general don Antonio Barceló. Somos famosos y hermosos. Seguimos aguantando. Siempre en Primera Línea.
Él, Navío de Primera Línea, RAYO: 57 metros de eslora y 14.50 de manga, desplazas 3.000 t; y yo, pobre esclavo cubanito de las Españas. Serás mi hogar, mi cobijo y amigo desde el mismo momento en que tu quilla se sumerja en las aguas, mansas y acogedoras como madre amante, pero que, en momentos de huracanes y tormentas, tendrías que demostrar tu calidad, categoría y firmeza.
Ya eres mi casa, me escondo, descanso y duermo entre tus cuadernas, cuando los carpinteros e ingenieros se toman su descanso.
Hoy he conseguido ropa nueva y hasta zapatos. No preguntéis cómo; hay cosas que es mejor no conocer. La ocasión lo merece y no he reparado en esfuerzos. Voy a estar en primera línea cuando la botella del extraño vino con burbujas doradas se estrelle contra tu orgullosa proa. Mi amado Rayo, padre, madre, compañero en mil batallas… estamos juntos ahora y hasta el final, el tuyo o el mío.
Navegamos rumbo a lejanas tierras, los marineros dicen que nuestro destino es Cádiz; ¿España? Quizá lo sea, poco importa el lugar. He tenido que colarme de polizón. 453 marineros. Tabaco, azúcar y maderas, nuestra carga. No ha sido difícil, conozco tus más recónditos escondrijos. Me he asegurado de que estábamos en alta mar cuando me he dejado “encontrar”. El capitán, cuyo nombre no recuerdo, decide no tirarme por la borda. Y felizmente empiezan nuestras singladuras por los mares del Reino. Hemos transportado princesas; sufrido carenados, reparaciones y huracanes, con riesgo de perder el velamen. Nuevo carenado, nuevo forro de cobre. Lo habitual en naves de tus características, amado Rayo.
Estamos en guerra contra Inglaterra, 1799. Nos incorporamos a la escuadra de Luís de Córdova y Córdova.
Hemos cruzado el cabo de San Vicente. Nos van saliendo achaques; a ti te carenan, cambian los mástiles, hasta los tres, también el bauprés; pero para mí, compañero, no hay carenado que alivie mis dolores y corrija mis arrugas y haga salir de nuevo mis dientes, caídos por el incipiente escorbuto de algunas largas travesías.Hemos capturado buques ingleses, hemos protegido y ayudado a tantos… que he perdido la cuenta.
Trafalgar, final de nuestro destino
27 de agosto de 1805 / 21 de octubre de 1805
Restos de navío. Superposición de planos.
Cruenta batalla, la armada española sale mal parada. Las extrañas alianzas y las tempestades no han ayudado nada. Y cerca del cabo de Trafalgar, en los Caños de Meca, en Cádiz, llega el triste final. Un almirante ingles llamado Nelson nos gana la partida. Es el fin. Hemos llegado a
Cádiz ayudados por otros buques. Pero, los temporales, los peores enemigos de todos los navíos. Y aunque el 23 de octubre logramos zarpar, la fuerza de los vientos nos arrastra hasta las costas gaditanas y onubenses.
Resistimos; pero, ese Atlántico que tantas veces nos ha sido propicio, ahora nos empuja con fuerza y llega lo inevitable. Naufragamos en una playa conocida como ARENAS GORDAS, entre Mazagón y Almonte, comenzando en el paraje de ‘Chozas de la Morla’ (entre El Picacho y la Torre del Oro) y la Punta de Malandar, en la margen derecha del estuario del río Guadalquivir, frente a Sanlúcar de Barrameda, incluyendo la zona de Matalascañas. Cerca, muy cerca del Coto Doñana. Amado Rayo, te separan de mí tan solo 300 metros de la orilla, y has quedado entre esas gordas arenas a tan solo 7 metros de profundidad. No estas lejos de este intrépido grumete del Rayo, tu amigo, tu compañero, hasta que la muerte nos ha separado. Siento hasta lo infinito que hayas sido tú el sacrificado por ese océano al que tanto hemos amado.
Yo, pobre de mí, también he quedado varado en estos hermosos parajes, en tierra, y cobijado y arropado por unos humildes pescadores, que, compadecidos por mi desesperanza y consternación, me permiten compartir con ellos su humilde condumio y “bohío”, que aquí llaman chozo. Salgo a pescar con ellos cada día, pero no hay ninguno en que no pueda robar un tiempo, e ir a verte, hermano, compañero, padre, madre…Rayo. No has muerto.
Ahora otros hombres y mujeres con distintos ropajes e intereses se acercan hasta ti y te aman, te observan, aunque no comprenden por qué la mar océana no te arrastra hasta sus profundidades.
No saben que el vínculo entre tú, Navío Especial de Primera Línea, y yo Rayo, grumete por amor a ti, estaremos por siempre unidos, tanto en lo bueno como en lo malo. Maridaje especial y quizá incomprensible a los ojos escépticos de las gentes.
Cuando se cumplan mis días, les he pedido a mis amables y hospitalarios amigos, que caben mi fosa lo más posible a la orilla, para que, en las noches de plenilunio, con la marea baja, el crujido de tu maderamen llegue a mis oídos y mis suspiros lastimeros de amor, lleguen a tus depauperados y otrora altivos mástiles.