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NADOR
A aquellos que entretuvo la muerte.
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I
Yo no te espero ya, porque tú estás aquí, entre todas las cosas, y fluyes transparente, como las aguas que blancas serpentean la orilla en la distancia y abrazan la marea.
Como el viento incesante que pregona la vida y balancea la tarde por los párpados ágiles de la luz amarilla en la distancia, naranja entre las olas.
Yo no te espero, vibración emergente que alcanzas la frecuencia donde vibra mi alma y levantas la sombra de mi pecho encendido en la miel de la vida que me besan los labios, con el pálpito urgente de la luz que atraviesa.
Donde no existe el nombre, la palabra se crece y germina la vida, y el extenso fluido permite la existencia, y abre sus alas, y el espacio se torna con lúcida consciencia para vibrar en otra forma nueva que inicia su viaje.
Yo no te espero ya, porque tú estás conmigo, y soy feliz abriendo la mañana de luz azul delante de mis ojos, frente a la mar preciosa que me mira distante y entregada, y me ofrece la más amplia belleza de las horas.
Qué extraño desenfreno este equilibrio de paz que levanta mis venas por el peregrinaje de los astros que son tus manos libres, aferradas al extenso universo que te nombra, vida y muerte a la vez, descanso y luna llena reparando las sombras que se alejan para dejar pasar la luz sobre tu rostro.
No me hagas preguntas, la tierra se te impuso como un lecho presente y olvidado, reposo del ínfimo esperpento de la vida sumida en sus vaivenes descalzos y formales, hábitos de los tiempos, crepúsculo del aire que fermenta los flujos de tu cuerpo en la sombra. Pero tú no te has ido, estás aquí, entre todas las cosas, jugando entre mis dedos con la música amable de la vida que no tiene retorno, vibración de las aguas que te han elegido.