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MICRORELATOS INÉDITOS
from Mazagon Revista 2021
by editorialmic
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INCÓGNITO
Foto: JAVIER CARÓ javiercaro_fotografo (Instagram)
Vienen siempre juntos, envalentonados por la superioridad numérica. Yo los veo venir y sé que no tengo que correr. Si te concentras y piensas en cosas buenas, las patadas parecen golpear a otro, a un niño en una película, por ejemplo. Tú sólo oyes los efectos de sonido.
En casa ya ni te acuerdas. Sólo una ligera molestia en el tobillo me recuerda que podría ganarles si quisiera, dejarlos en ridículo, pero el anonimato forma parte del código ético de los superhéroes, y prefiero seguir pasando por un chico de cuarto, cobarde y bajito, para que no se sepa quién soy en realidad.
SENSACIÓN
Quizás si no se quejara constantemente del tiempo que pasa en la sala de espera, si no contara con todo detalle a los demás pacientes sus achaques, si no conociera a cada uno por su nombre, si no tuviera cada día un chisme al que dar curso, si no suspirara cada vez que mira el reloj, si no dejara pasar todos los números sin entrar en la consulta, doña Elvira volvería a casa cada día con la sensación de que la vida es soledad y nada más.
FILOSOFÍAS DE DIARIO
Don Pascual Williamson Martínez, anestesista jubilado y filósofo del nuevo siglo, disfrutaba su cálido lavapiés matutino en el balcón, releyendo parrafadas de un ajado ejemplar del Enchiridion Militiis Christiani de Erasmo. Cavilaba una vez más sobre si el Maligno se esconde tras el consumo y el corporativismo, epizootias tan actuales que inundan telediarios y conversaciones de pollería, pensaba, cuando le sobresaltó un chasquido. El buzón había sido abierto. Imaginando una carta, quizás un talón de la Tesorería de la Seguridad Social, se puso en pie, calzándose descuidadamente, sin secado previo, tan indolente es la urgencia de los números a final de mes. Llegó al portón con paso entrecortado. En el suelo, un pobre catálogo del centro comercial. No había más. Resignado, volvió al lavatorio, donde sustituyó los complicados enigmas renacentistas por otros más a su alcance en vistosas ofertas de tres por dos.
Siente un calor viejo en los nudillos y un hueco en el corazón. Siente que hace fluir la vida en dirección equivocada cada vez que actúa de manera apasionada, sin pensar con la cabeza. Esta vez Pepa no le perdonará. Han sido demasiados golpes, demasiadas veces, demasiados perdones. Siempre promete no hacerlo más. Absolución, por favor. Cambiará, promete. Pero cuántas veces ha cambiado, cuántas volvió a ser aquel marido ideal. Alguna vez tiene que ser. Marcelino levanta los ojos y mira al presidente del Congreso, instando a votar a todos los diputados. Cierra los párpados, suspira y traga saliva. Luego, acata la disciplina del partido y pulsa el botón para que salga por fin aprobada la ley contra los malos tratos.
VIERNES OTRA VEZ
–Creo que vivo demasiado aprisa. No sé. Es una sensación extraña, como que apenas respiro y suceden las cosas unas detrás de otras como si yo no las manejara. Las semanas se pasan todas seguidas sin vivirlas y ¡pam! ¡viernes otra vez! –A lo mejor sé de qué hablas… –Quizás debería parar. No puedo cambiar de trabajo: tengo la jodida hipoteca y quiero cambiar de coche y… Debería pasar más tiempo con Eva, pararme a hablar con ella, hacer un viaje sin prisas, quizás planear tener un hijo, no sólo tenerlo, pensar cómo educarlo, cómo disfrutarlo, pero mi vida es un vértigo, tanto horario, tanto atasco, tantas reuniones. Llego a casa y el día es como un recuerdo tenue, como si fuera la vida de otro. ¿Es esto normal? –Es normal cuando estás muerto. –¿Muerto hasta qué punto? –Hasta ese punto en que entiendes la importancia de resucitar.
ELENA EN EL TREN
Elena acaba de subir al tren. Sube cada día en este apeadero, y así llena mi vida, bueno, esa vida intermedia entre las siete cuarenta y las siete cincuenta y seis de cada mañana. Desde la distancia, mis ojos acarician su pelo, repasan el perfil de su rostro, mapa de un mundo imaginario, porque, ciertamente, Elena es un mundo imaginado. Ni siquiera sé su nombre real. La llamo así, Elena. Y en esos dieciséis minutos diarios que comparte involuntariamente conmigo imagino vidas que complementen el resto de las horas del día, el resto de los días. Sigo esperando. Un día mirará hacia mi asiento, y ese día os contaré una nueva historia.
REVOLUCIÓN PERSONAL
Arrizabalaga fue siempre la voz. Comenzaba temprano, lanzando al aire consignas de luchas y barricadas entre las chispas de la fundición, mensajes fragmentarios. ¡Obreros! ¡Derechos! ¡Lucha! Algunos decían que jamás lo habían visto al lado del horno. Yo nunca supe qué trabajo hacía. Arrizabalaga gritaba. Eso hacía. Un día lo ascendieron. Marchó a la báscula de los camiones como encargado. La fundición quedó sorda de consignas y revoluciones. Yo fui el primero que dijo que Arrizabalaga se había vendido. Después, tomé el mástil de sus arengas y grité hasta que un día me callaron con un puesto en Administración.
DOBLECES
En el precipicio del silencio, junto a un hombre que duerme, una mujer ordena sus pensamientos en los dobleces de las camisas que plancha y luego arruga y luego plancha y luego duda si arrugar de nuevo, como Penélope, haciendo y deshaciendo su propio destino. Aguanta la respiración y se une al silencio porque es más fácil caer al vacío que volver a subir.