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EL MISTERIO DEL RELOJ DE CUCO

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CRISTINA FONT BRIONES

Como todos los veranos, Miguel pasaba el mes de agosto con sus padres en la bonita playa de Mazagón.

Nada más salir de Huelva ya estaba impaciente por llegar, coger su bicicleta e ir a casa de su amigo Luis, al cual no veía desde el año pasado.

Luis vivía en una casa cerca del mar donde su extenso jardín contaba con varios árboles de gran tamaño. Desde pequeño soñaba con tener una casa en un árbol, como había visto en algunas películas, y ese año por su cumpleaños se cumplió su deseo: su padre le construyó una pequeña cabaña entre dos árboles, a unos tres metros del suelo. Anda, sube despacio por las escaleras.

Miguel subió con cuidado. Al llegar arriba, Luis y Tomás lo estaban esperando.

—¡Menuda casa te ha construido tu padre! ¡Parece que estamos en la selva! ¡Qué suerte tienes!

—Estaba deseando enseñártela —comentó Luis—. Por fin estamos otra vez los tres juntos: esta cabaña será nuestro centro de reunión.

El interior era pequeño, contaba con una mesa y algunas sillas. Sobre una caja de madera había varios libros de misterio y aventuras.

—Luis, veo que sigues leyendo libros de misterio — le dijo Miguel, tomando uno entre sus manos.

—Hablando de misterios; tengo que enseñaros algo —dijo Luis, abriendo una caja de cartón y sacando un reloj de cuco de su interior.

—Es un reloj de cuco muy antiguo —observó Tomás—. ¿Te lo han regalado?

—Lo encontré cerca de la Casa del Vigía. Hace unos días iba paseando con mi perro por la zona. De pronto, como si hubiera olisqueado algo apetecible, Lulo —como se llama mi perro— se puso a escarbar en la arena, justo

Cuando Miguel llegó a casa de Luis, sus padres le indicaron que se encontraba en la casa del árbol con Tomás. A Tomás lo conoció el verano anterior y, como él, pasaba el mes de agosto en Mazagón. Los tres amigos se llevaban muy bien, les gustaban las aventuras, los misterios y desentrañar secretos que ellos mismos se inventaban.

El padre de Luis acompañó a Miguel hasta la cabaña.

—¡Qué chulada! ¿Quién ha construido esta casa?

delante de la Casa del Vigía. Después de hacer un buen hoyo, comenzó a ladrar y, al acercarme para ver si había algo, encontré este reloj y me lo llevé.

—¿Qué haría allí enterrado? —se preguntó Miguel, observando el reloj de cuco de madera tallada con un péndulo en forma de arce y pesos con forma de piñas. me dice que este reloj esconde algo... Es muy antiguo, del siglo XIX y todavía funciona, bueno en parte.

Los tres amigos se quedaron observando el reloj y tuvieron la sensación de que les quería decir algo. Durante toda la semana estuvieron reuniéndose en la casa del árbol examinando el reloj; inexplicablemente, había algo en él que les atraía como un imán.

—Lo curioso es que debe de llevar mucho tiempo enterrado, pues en la parte posterior está escrita la fecha 1881, y lo más extraño es que todavía funciona bien. Bueno, no del todo. El característico sonido tictac sigue funcionando, pero ni sale el pajarito ni se escucha el sonido cada hora —explicó Luis, tocando suavemente el reloj como si fuera un tesoro.

—Parece que el reloj va bien, quizás la caja musical está averiada y por ello no sale el cuco —opinó Tomás.

—Podrías pedirle a tu padre que lo arregle —sugirió Miguel.

—Ya se lo he pedido, pero dice que no puede abrir la abertura para ver lo que hay dentro. Además, se salta las doce.

—No te entiendo, explícate mejor —le pidió Tomás.

Una tarde, cuando Miguel llegó a su casa, su madre le comunicó que Lucía —su amiga y compañera del colegio— lo había ido a buscar. Había ido a pasar unos días a Mazagón a casa de su tía y le había dejado el recado de que la fuera a buscar.

Lucía era muy imaginativa, inteligente, observadora, y en cuanto Miguel le contó el descubrimiento del reloj de cuco, le pidió que se lo enseñara.

Una vez en la cabaña, Lucía también sintió la atracción que sobre ella ejercía ese antiguo reloj. Con cuidado lo tomó entre sus manos e intentó abrir la cajita de música.

—Estoy segura de que dentro de la caja de música se esconde un secreto: tenemos que abrirla —dijo tocando una y otra vez la zona.

—Pues, que la aguja del reloj después de las once se sitúa en la una; es como si el doce no existiera. Llevo días observando el reloj y no le encuentro ninguna explicación.

—Con lo que te gustan a ti los misterios no me extraña que quieras sacarle un secreto oculto a este reloj —comentó Tomás sonriendo.

—Es verdad que me gusta sacarle la parte misteriosa a las cosas, pero os aseguro que mi instinto —Es imposible —dijo Luis—. Mi padre, que es un manitas, me ha construido esta casa de madera y ha sido incapaz de abrir la abertura.

—Y dices que al llegar las doce se salta a la una... Es curioso. Creo que ahí está la clave. Debemos de reunirnos a las doce del mediodía e intentar abrir la caja de música a esa hora —propuso Lucía.

A todos les pareció una buena idea y durante tres días seguidos se reunieron a esa hora sin conseguir

Ilustración/Autor. AGÜ.

ningún resultado: las doce no existía para ese reloj.

Los días pasaban y, aunque también se distraían jugando a otras cosas, no dejaban de estar pendientes de ‘Cuco’, como llamaban al reloj.

Una tarde, Lucía propuso observar el reloj en vez de a las doce del mediodía a las doce de la noche en el mismo lugar donde Luis lo encontró. El problema era que a ninguno les permitían llegar tan tarde a casa, pero se las ingeniaron para quedar una noche en la Casa del Vigía.

Esa noche, Luis, con una linterna entre sus manos, buscó por la arena el lugar aproximado donde encontró el reloj. Los cuatro amigos se sentaron sobre la arena a esperar que dieran las doce sin dejar de mirar a Cuco.

Las doce. Por primera vez en el reloj eran las doce. La caja de música se abrió. Todos esperaban que saliera el típico pajarito; sin embargo, emocionados contemplaron cómo de la abertura salía un pequeño barco en color azul. Una alegre melodía comenzó a sonar. Los cuatro amigos estaban tan impresionados que no podían ni hablar.

—Para este reloj solo existe las doce en el lugar donde nos encontramos... Qué interesante, creo que él nos ha traído hasta aquí —comentó Lucía cautivada por la magia del reloj. tan intenso que provocó que dejaran de mirar el reloj. Ante sus ojos apareció un barco, era de color azul. En ese momento escucharon una melodía que provenía del barco y que sonaba igual que la del reloj. Los sonidos de la música se mezclaron; uno era suave y el del barco era tan fuerte que parecía que buscaba el sonido del reloj. Era como si un padre buscara con el sonido de una canción a su hijo. Pasados unos minutos la música que emitía el reloj dejó de escucharse. Luis —que tenía entre sus manos a Cuco—sintió una especie de calambre recorriendo sus dedos. Al instante el reloj de cuco desapareció.

La música que procedía del barco dejó de sonar. Los cuatro amigos se miraron preguntándose qué era lo que estaba ocurriendo. El resplandor sobre el mar se esfumó, al igual que el barco. Todo quedó en silencio, la única luz que iluminaba la zona era la linterna de Luis. De repente, la alegre melodía que emitió el reloj de cuco comenzó a sonar alejándose entre el suave vaivén de las olas del mar.

Lucía, Miguel, Luis y Tomás estaban tan asombrados como maravillados por lo ocurrido. Sabían que, aunque contaran lo sucedido, nadie los iba a creer y decidieron que sería su gran secreto o, al menos, el primero de los que pensaban descubrir.

En honor al reloj de cuco se pusieron el nombre de la pandilla de Cuco, y dedicarían parte de su tiempo a descubrir los secretos que ocultaba la maravillosa y misteriosa playa de Mazagón.

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