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Pregón de las Fiestas Patronales 2016

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Programación

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Pregón de las Fiestas Patronales

en honor de laVirgen de la Purísima Concepción

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Ilustrísima señora Alcaldesa, señores concejales, autoridades, señores párrocos y coadjutores, señor pregonero de las Fiestas del pasado año, queridos vecinos de Mazarrón, señoras y señores, muy buenas noches a todos.

Comenzaré por lo fundamental: agradecer de todo corazón a todos los vecinos de Mazarrón haberme confiado el honor de formar parte de los actos de celebración de sus fiestas.

Y continuaré con lo evidente: me siento abrumado por el privilegio de ser pregonero de estas Fiestas.

En primer lugar, por la lista de ilustres pregoneros que me han precedido en el tiempo: Pedro Guerrero, Fernando Navarro, Encarna Zamora, Mariano Guillén, Tomás Raja o Luis Marino, entre otros.

Muchos vecinos de Mazarrón, otros murcianos como yo, o personas nacidas en otras tierras, cuentan con seguridad con más méritos que quien les habla para haber sido designados pregoneros; méritos mucho más importantes que haber representado a los vecinos de Mazarrón en el Congreso de los Diputados en pasadas legislaturas o haber trabajado durante los últimos cinco años como Secretario de Estado de Comercio del Gobierno de España.

De lo que no estoy tan seguro es de que todos ellos me ganen en la ilusión que trae consigo ser propuesto para tan alto honor.

Agradezco muy particularmente a mi amiga Alicia Jiménez, extraordinaria alcaldesa, y a José Antonio Román, también amigo y excelente servidor público, su confianza, y prometo devolverle al pueblo de Mazarrón todo el cariño que me ha manifestado con su generosidad encomendándome la tarea de pregonar estas maravillosas fiestas.

La mayoría de los pregoneros que me han precedido en esta tradición han recurrido a rememorar sus vivencias en nuestro pueblo, con más o menos nostalgia, pero haciéndonos partícipes siempre de sus más sinceros sentimientos. Me temo que, en esta ocasión, no voy a ser yo una excepción a la hora de intentarlo, con referencias imprescindibles a personas cuya vida ha estado íntimamente ligada a esta villa. Algunas de esas personas nos acompañan en el día de hoy. Otras, como enseguida constatarán, ya no están entre nosotros.

Queridos vecinos de Mazarrón,

me van a permitir que inicie este pregón con unas palabras de recuerdo de José Antonio Muñoz y de reconocimiento a su labor.

José Antonio Muñoz Imbernón, vecino de Mazarrón, nos dejó hace unos días. Hoy nos acompaña su hija. José Antonio fue durante muchos años alcalde pedáneo de Cañadas del Romero, una pedanía de Mazarrón que linda con los Cantareros, en el límite geográfico con los municipios vecinos de Totana y Alhama. La conozco bien, porque allí viví buena parte de mi infancia y porque en ella están mis raíces familiares.

José Antonio no fue una persona cualquiera. Fue un buen servidor público. Trabajador, honrado, generoso y entregado a sus vecinos. Una buena persona y un buen mazarronero que trabajó para los demás sin pedir jamás nada a cambio.

Lo conocí en 2008, hace algo más de ocho años. Yo me había instalado ya en mi casa del Puerto de Mazarrón, en El Alamillo, como candidato al Congreso de los Diputados, y se me acercó después de un acto público en el que participé celebrado en el Centro Social Juan Muñoz Martínez, allí, en Cañadas del Romero. El centro había sido inaugurado en 2006.

Me preguntó: “¿Tú eres nieto de Ignacio García-Legaz?”. Le contesté: “¿De Ignacio “el Postero”? Naturalmente, y a mucha honra”.

Su pregunta había sido retórica. Él ya lo sabía. Llevaba en su mano un libro antiguo. Me lo entregó. Y me dijo: “Este libro era de tu abuelo. Quédatelo. Seguro que te hace ilusión”.

Le di las gracias y le pedí volver a vernos y tomar un café. Accedió. Concretamos la cita e iniciamos una grata conversación que se remontó cuatro décadas en el tiempo.

Mi abuelo había nacido en Cañadas del Romero en el seno de una familia numerosa. Uno de sus tíos, sacerdote y persona de vasta cultura, había acumulado una pequeña biblioteca que tuve la oportunidad de disfrutar en mi infancia. El libro que me había entregado José Antonio en nuestro primer encuentro formaba parte de esa biblioteca.

Recordamos entonces los años setenta del siglo pasado.

La conversación con José Antonio se inició con unas palabras suyas de elogio de mi abuelo. Padre de ocho hijos, e ingeniero técnico de la Confederación Hidrográfica del Segura, procedía de una familia humilde y devota, marcada por la Guerra Civil. Yo le record, desde entonces los murcianos ede la ro tuelo. Padre de ocho hijos, hbsentir más orgulloso que de representar a los murcianos eé que fue mi abuelo quien me explicó que fue precisamente tras la Guerra cuando se cambió la advocación de la pequeña ermita de Cañadas del Romero. Antes dedicada a la Virgen del Rosario, desde entonces tiene su advocación es en honor de San Juan. El cementerio, por el contrario, sí mantiene su advocación a la Virgen del Rosario.

Por entonces, en los tiempos del advenimiento de la democracia y de un régimen de libertades, Mazarrón era un municipio objetivamente pobre. Aislado, sin apenas comunicaciones terrestres con Murcia, con carencias elementales. Tan elementales como la falta de alfabetización de muchos de sus habitantes. Algo que conviene recordar, especialmente a los mazarroneros más jóvenes.

En efecto, el renacimiento económico de Mazarrón ocurrido en el siglo XIX de la mano del auge y esplendor de la actividad minera, metalúrgica, salinera o espartera, evidente en el centro histórico de la villa, no había desplegado sus efectos en buena parte del territorio del municipio. A lo anterior se añade la relativa brevedad de ese renacimiento productivo, que se apagaría a principios del siglo XX con el agotamiento de las explotaciones mineras.

En los años setenta, poco tiempo después del cierre definitivo de la actividad minera, que data de 1963, en un buen número de las viviendas ubicadas en las pedanías de Mazarrón no se disponía –no disponíamos, debería decir- de acceso al agua corriente en las viviendas. El suministro de agua procedía de los aljibes, una de las herencias de la etapa musulmana, junto a la denominación del pueblo, por entonces “Almazarron”, y que todavía hoy nos recuerdan esas vidas azarosas no tan lejanas en el tiempo.

Por entonces, el propio trasvase Tajo-Segura era aún un proyecto en fase de ejecución.

En buena parte de las viviendas del entorno rural, de la que nuestra casa familiar no era una excepción, tampoco existía suministro eléctrico. Recuerdo como si fuera hoy la fiesta que celebró toda la familia cuando la electricidad llegó a casa.

Y qué decir de las comunicaciones telefónicas. Existía una sola línea de teléfono para toda la pedanía de Cañadas del Romero: la de la casa de los Muñoz. Su propietario tenía la amabilidad de avisarnos cuando recibíamos alguna llamada, generalmente de algún familiar de Murcia. Llamadas poco frecuentes, que me hacen recordar que la vida transcurría por entonces con placidez y armonía sin necesidad de estar permanentemente pendientes de las comunicaciones.

Y es que, por entonces, apenas cuarenta años atrás, los vecinos de Mazarrón vivían de una agricultura de cuasisubsistencia, de la actividad pesquera y de un incipiente pero subdesarrollado sector turístico, limitado en actividad a apenas dos meses del año.

”¿Te das cuenta?”, le dije a José Antonio. “Si no fuera por esa línea de teléfono, y por el hecho de que por entonces ya circulaban algunos automóviles (algún SEAT 600, algún SEAT 124 y los primeros R12), bien se podría decir que en una parte del municipio de Mazarrón la vida de principios de los setenta no distaba mucho de la que existía hace veinticuatro siglos”.

“En algunos ámbitos”, añadí, “como en el de la explotación minera, incluso se podría decir que se había ido para atrás”.

Porque, en efecto, de los gloriosos tiempos del esplendor minero hoy solo resta un paisaje mágico, cautivador, por momentos extraterrestre, pero, desgraciadamente, improductivo.

José Antonio transmitía confianza, y me atreví a confesarle que fue en aquellos años heredé y aprendí las cosas realmente importantes de la vida.

En primer lugar, a apreciar y disfrutar la familia, esa institución imprescindible en cualquier sociedad.

En segundo lugar, aunque no menos importante, la importancia de la fe. Toda la familia, liderada por mis abuelos, acompañados por dos docenas de nietos, acudía a la misa dominical en la ermita de Cañadas del Romero, sencilla y humilde, pero en la que la presencia de Dios se hacía sentir con extraordinaria intensidad. El rezo del rosario al anochecer, en el porche de la casa familiar, sobre un cielo estrellado, y refrescados por el relente, era también un momento mágico.

Y aprendí también de sus vecinos la importancia de valores tan importantes como el esfuerzo, la abnegación, la austeridad o la capacidad de ser feliz con poco, con muy poco, en el sentido material, naturalmente.

José Antonio me animó a leer sobre el pasado del municipio, del que yo, sinceramente, no conocía mucho. Y así lo hice.

Más adelante pude aprender que la actividad minera se inició en Mazarrón en el siglo IV a.c., tal y como acreditó Luis Siret tras las excavaciones realizadas en la Cueva de La Teresa, del Cabezo del Plomo.

O que la reconquista cristiana, proveniente de Castilla, databa del siglo XIII, de 1243. Y que a partir de ese momento Mazarrón pasó a depender del concejo de Lorca. Por entonces, la vida del pueblo era dirigida por el Marqués de los Vélez y de Villafranca. El castillo, cuyas ruinas aún se conservan, data de aquella época.

También aprendí que la producción del alumbre fue adjudicada en el siglo XV a los genoveses, a pesar de que los derechos de la explotación minera fueran otorgados en 1462 por el rey Enrique IV de Castilla al marquesado de Villena y compartidos con el Adelantado del Reino de Murcia, Pedro Fajardo, y corroborados por la reina Isabel de Castilla en 1480. La importancia de la producción de alumbre o almagra en aquella época venía dada por su utilización generalizada en Europa para la fabricación de curtidos, velas, vidrios e incluso medicamentos.

Estas reflexiones con José Antonio Muñoz acerca de la dureza y las carencias de la vida diaria de muchos vecinos de Mazarrón allá por los años setenta, sobre las que él aportaba toda suerte de detalles, se producían en 2008, en un momento en el que la crisis económica, la peor crisis que España ha vivido desde entonces, llamaba a nuestras puertas.

Y es que, apreciados vecinos de Mazarrón, por entonces, y en apenas cuatro décadas, este pueblo había dado un espectacular salto hacia adelante en términos de progreso.

Ninguno de los dos contertulios habría imaginado en aquel momento al que se remontaban nuestros recuerdos el desarrollo que nuestros ojos han constatado en Mazarrón desde entonces, a pesar, incluso, de la durísima crisis económica y social que ya hemos empezado a superar.

Si José Antonio y yo nos hubiéramos puesto manos al volante en Cañadas del Romero de ese 2CV de los años sesenta que, allá por 2008, él todavía conservaba, y hubiéramos tomado la carretera hacia Mazarrón y continuado hacia el Puerto, no habríamos concebido circular por la magnífica autovía Totana-Mazarrón hasta el pueblo, o habríamos pensado que alguien pretendía tomarnos el pelo si hubiera concebido la existencia de las urbanizaciones de Camposol o del “Country Club”.

Por descontado, el desarrollo de las empresas agroalimentarias que, con sus tecnologías de vanguardia, hoy protagonizan la actividad económica del municipio nos habrían parecido parte de un relato de ciencia ficción.

Y qué decir si alguien nos hubiera aventurado que sería en las aguas de la Bahía de Mazarrón, de la mano de científicos de primer nivel mundial, en el Instituto Español de Oceanografía, donde se materializaría con éxito la técnica de cría en cautividad del atún rojo, uno de los ejemplares más demandados en los mejores restaurantes del mundo.

Y, sin embargo, ahí está. Aquí estamos.

Avanzando. Mirando hacia el futuro. Intentando dejar a nuestros hijos un pueblo mejor. Labran-

do nuestro presente y nuestro futuro con el esfuerzo de cada día y convencidos de que el día mañana será mejor que el día de hoy. Siempre confiados en la ayuda e intercesión de nuestra Patrona, la Virgen de la Purísima Concepción.

Visto en perspectiva, Mazarrón, con el empuje e iniciativa de sus empresarios y de sus trabajadores, y con el esfuerzo e ilusión de todos los equipos de la corporación municipal, se ha convertido en un gran motor de actividad de toda la Región.

En primer lugar, en el sector agroalimentario. Un sector que no mira ya solamente hacia España, ni siquiera hacia Europa; hablamos ya de un sector que considera que considera que su mercado es el mundo.

He tenido el privilegio de trabajar con muchos empresarios de Mazarrón durante los últimos años. Hemos hablado de llegar lejos, cada vez más lejos. A los Estados Unidos. A Oriente Medio. A China.

“En el fondo,”, les decía a varios de ellos en un almuerzo de trabajo que mantuvimos hace un par de años en Los Porches de La Meseguera, ese magnífico lugar en el que Nati permanece como memoria viva del Puerto de Mazarrón, “lo que nos pasa es que somos fenicios. Llevamos el comercio en la sangre”.

La historia de Mazarrón, o Almazarrón, como rezan los textos históricos, explica buena parte de nuestro presente. Los tripulantes de los barcos que un día cruzaron el Mar Mediterráneo y abrazaron nuestro litoral sembraron estas tierras de espíritu emprendedor y de coraje frente a la adversidad. Una combinación que, siglos más tarde, y a pesar de las dificultades extremas que nuestros antepasados debieron afrontar, produce abundante cosecha.

Porque este es un pueblo valiente. Herederos de la sangre fenicia, la civilización púnica, la tradición romana y el coraje de los cristianos viejos reconquistadores y repobladores provenientes del norte de Castilla, de Navarra y de Aragón, es decir, nuestros antepasados, hicieron frente a los embates berberiscos, de los que dan fe las torres defensivas del litoral, como la de Santa Elena en La Azohía, a las epidemias de peste y cólera, a la pertinaz sequía y al aislamiento en las comunicaciones. Nuestros antepasados no solo lucharon frente a los elementos y el enemigo exterior. También hubieron de luchar por su propia libertad. La emancipación de Lorca se produce en 1572, más de tres siglos después de la reconquista, mediante concesión de privilegio concesional a la villa de Mazarrón por el rey Felipe II. De aquella época data la parroquia de San Andrés.

Si desde tiempos prerromanos los fenicios se convirtieron en los primeros visitantes de Mazarrón, muchos han sido los pueblos que después decidieron visitarnos, algunos de forma pacífica y otros no tanto.

Lo cierto es que el pueblo de Mazarrón ha decidido no recrearse en el pasado y mirar hacia el futuro.

De la mano de su alcaldesa, un gran empresario de Alhama pero que tiene un gran corazón mazarronero, Tomás Fuertes, abrirá en primavera uno de los mejores hoteles del litoral mediterráneo, el Hotel Dos Playas. Un gran revulsivo para todo el pueblo de Mazarrón. Un gran activo que hará que, a buen seguro, en un día como hoy dentro de un año, a estas fiestas se sumen muchos nuevos visitantes que querrán compartir con nosotros estos días de felicidad y festividad.

Señoras y señores,

el progreso de Mazarrón ha tenido otro ámbito sobresaliente: el cultural. Buena prueba de ello son los espacios y las iniciativas desarrollados para disfrutar la creatividad de muchas personas ilustres nacidas o vinculadas a Mazarrón.

Almagra, que nació en San Andrés allá por 1985, es un buen ejemplo de este progreso cultural, vinculado a personalidades extraordinarias como José María López Ballesta.

Creo que es motivo de alegría que se haya consolidado la tradición de que, con motivo de estas fiestas, se celebren todos los años magníficas exposiciones de pintura, como la del maestro Coronado, vecino de Águilas e íntimamente ligado a Mazarrón, que será inaugurada mañana en la sede de la Universidad Popular de Mazarrón.

“Hoy Mazarrón tampoco se puede entender sin el mar, querido José Antonio. Tan cerca y tan lejos”. “¿Te puedes creer que muchos de los vecinos de los Cantareros, aquí, al lado, me decían por entonces, que nunca habían visto el mar?”. “Me lo creo”, me respondió. “De hecho, la conexión de Mazarrón con el mar es relativamente reciente. Lo que hoy es la población del Puerto de Mazarrón no existió hasta el siglo XIX.

Y, sin embargo, a mí me parece imposible entender el pueblo de Mazarrón sin el mar.

Este sentimiento es muy subjetivo, lo admito. Aunque después he podido comprobar que son muchos los historiadores que han subrayado la inseparable conexión de Mazarrón con el mar, frecuentemente asociada a la denominación “Susaña”. Susaña es el nombre antiguo de un territorio abierto al mar mucho antes de iniciarse la explotación de los alumbres en el siglo XV.

Queridos vecinos de Mazarrón,

La providencia quiso que yo echara a andar, literalmente hablando, en los apartamentos La Florida, allá por 1969, en la carretera hacia El Mojón, en una ubicación privilegiada que se asoma literalmente al Mediterráneo.

A mi querencia por este mar que acaricia la costa mazarronera también ayuda que, por ascendencia materna, soy un gran aficionado a la pesca. De segundo apellido soy Ponce, una familia muy vinculada al Puerto de Mazarrón desde los años treinta del año pasado. Los Durán pueden dar fe de ello. Eran sus vecinos en la Playa de la Isla.

Quién les iba a decir a todos ellos que estuvieron años y años nadando sobre los pecios fenicios, que sólo serían descubiertos en 1988 y 1994, respectivamente, y que hoy constituyen joyas únicas del patrimonio subacuático nacional.

Los Ponce éramos, somos, ante todo, pescadores. Y fabricantes de cañas de pescar y de artículos de pesca, incluidos los sedales. Seguro que más de uno de los aquí presentes habrá tenido en sus manos una caña Palmyre, fabricada o distribuida por “Ponce, S.L.”, con sede en el Paseo del Malecón, 3, en Murcia. Se comercializaban en casi todas las tiendas de artículos de pesca del Puerto de Mazarrón. Aquella fábrica familiar está hoy tristemente desaparecida.

De mi abuelo, otro José Antonio, José Antonio Ponce, aprendí, en las jornadas de pesca frente a la antigua Lonja, ubicada entonces en lo que hoy es el puerto deportivo, que la palabra “sedal” tiene su origen en la época preindustrial. Antes de que se inventara el nylon, el material

utilizado en las líneas de pesca era el obtenido de los gusanos de seda, que, tras un proceso industrial que consumía literalmente millones de gusanos al año, producían justamente el “sedal”.

La nutrición de los gusanos de seda exige disponer de hojas de morera, un árbol que no crece en todos los lugares. La huerta de Murcia, sin embargo, fue un lugar donde abundaba la morera, y eso fue lo que justamente permitió el desarrollo de la industria de producción de “sedal”.

No es tampoco por casualidad que aquí, en Mazarrón, un municipio con importante actividad pesquera, se encuentre, camino de Bolnuevo, un núcleo de población, Las Moreras, que da nombre a la célebre Sierra que mira al Mediterráneo y a cuyos pies se encuentra uno de los parajes naturales más privilegiados del levante español.

La revolución de las fibras sintéticas acabó con esa industria.

En aquellos tiempos, le recordaba yo a José Antonio, durante el mes de septiembre y hasta que empezaba el colegio finales de mes, me instalaba yo en el Puerto de Mazarrón y, puntualmente, todas las mañanas, salía a pescar con mi tío abuelo, Ramón, nacido en 1916 y que hoy vive todavía y es, por tanto, centenario, a las 7.30 de la mañana. Previo desayuno en el entonces existente Hostal Madrid, hoy también desaparecido.

Raro era el día en que no regresábamos a casa con una cesta repleta de mújoles, salpas, magres, raspallones, palometas o, con suerte, alguna lecha.

Pero no siempre. También aprendí por entonces que la paciencia es una virtud importante en la vida. Y que ésta alterna los días de éxito con los días de fracaso. Y que de los fracasos se aprende mucho más que de los éxitos.

Queridos vecinos de Mazarrón,

Estos son días de fiesta. Unas fiestas que no son paganas, sino religiosas. Unas fiestas que tienen unas raíces espirituales profundas.

Hoy nos reunimos para celebrar un milagro, acontecido el 17 de noviembre de 1585.

Y es que si hay algo que es imposible de romper es el vínculo de Mazarrón con su Virgen. Un vínculo que forma parte de la identidad de todo el pueblo mazarronero y que hoy, un año más, proclamamos con orgullo.

Una Virgen, la Virgen de la Purísima Concepción, por cuya intercesión Nuestro Señor Jesucristo bendice con su bondad y misericordia a todos los fieles mazarroneros, sea aquellos que visitan su casa, aquí, en Mazarrón, en este Centro Parroquial, en el Santuario de la Purísima Concepción, en la Parroquia de San Andrés o en la de Santiago Apóstol; en el Puerto, en la parroquia de San José o en la iglesia de Bahía; o en la ermita de Bolnuevo.

Queridos vecinos,

estas fiestas tiene que servir para dejar de lado aquello que nos pueda dividir y para festejar todo los que nos une, que es mucho y, desde luego, mucho más que lo que nos separa. Estoy seguro de que es lo que la Purísima desea para todo el pueblo en estos días.

Vivid y disfrutad las fiestas que van a comenzar. Gracias de corazón, por haberme concedido este honor.

Que la Virgen María, Purísima, Santa Madre de Dios, nos ampare y nos ayude en estos días de fiestas, y en el año que ya se aproxima.

Que su manto de Gracia despliegue salud y trabajo a todos los vecinos de Mazarrón, cualesquiera que sean sus creencias, y, especialmente, a los que más necesidades tienen, a los que lo peor lo pasan, a los que más sufren.

¡Viva la Virgen Purísima!

¡Viva Mazarrón!

Mazarrón, 1 de diciembre de 2016

Jaime García-Legaz Ponce

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