Pregón de las Fiestas Patronales en honor de laVirgen de la Purísima Concepción
I
lustrísima señora Alcaldesa, señores concejales, autoridades, señores párrocos y coadjutores, señor pregonero de las Fiestas del pasado año, queridos vecinos de Mazarrón, señoras y señores, muy buenas noches a todos. Comenzaré por lo fundamental: agradecer de todo corazón a todos los vecinos de Mazarrón haberme confiado el honor de formar parte de los actos de celebración de sus fiestas. Y continuaré con lo evidente: me siento abrumado por el privilegio de ser pregonero de estas Fiestas. En primer lugar, por la lista de ilustres pregoneros que me han precedido en el tiempo: Pedro Guerrero, Fernando Navarro, Encarna Zamora, Mariano Guillén, Tomás Raja o Luis Marino, entre otros. Muchos vecinos de Mazarrón, otros murcianos como yo, o personas nacidas en otras tierras, cuentan con seguridad con más méritos que quien les habla para haber sido designados pregoneros; méritos mucho más importantes que haber representado a los vecinos de Mazarrón en el Congreso de los Diputados en pasadas legislaturas o haber trabajado durante los últimos cinco años como Secretario de Estado de Comercio del Gobierno de España. De lo que no estoy tan seguro es de que todos ellos me ganen en la ilusión que trae consigo ser propuesto para tan alto honor. Agradezco muy particularmente a mi amiga Alicia Jiménez, extraordinaria alcaldesa, y a José Antonio Román, también amigo y excelente servidor público, su confianza, y prometo devolverle al pueblo de Mazarrón todo el cariño que me ha manifestado con su generosidad encomendándome la tarea de pregonar estas maravillosas fiestas. La mayoría de los pregoneros que me han precedido en esta tradición han recurrido a rememorar sus vivencias en nuestro pueblo, con más o menos nostalgia, pero haciéndonos partícipes siempre de sus más sinceros sentimientos. Me temo que, en esta ocasión, no voy a ser yo
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una excepción a la hora de intentarlo, con referencias imprescindibles a personas cuya vida ha estado íntimamente ligada a esta villa. Algunas de esas personas nos acompañan en el día de hoy. Otras, como enseguida constatarán, ya no están entre nosotros. Queridos vecinos de Mazarrón, me van a permitir que inicie este pregón con unas palabras de recuerdo de José Antonio Muñoz y de reconocimiento a su labor. José Antonio Muñoz Imbernón, vecino de Mazarrón, nos dejó hace unos días. Hoy nos acompaña su hija. José Antonio fue durante muchos años alcalde pedáneo de Cañadas del Romero, una pedanía de Mazarrón que linda con los Cantareros, en el límite geográfico con los municipios vecinos de Totana y Alhama. La conozco bien, porque allí viví buena parte de mi infancia y porque en ella están mis raíces familiares. José Antonio no fue una persona cualquiera. Fue un buen servidor público. Trabajador, honrado, generoso y entregado a sus vecinos. Una buena persona y un buen mazarronero que trabajó para los demás sin pedir jamás nada a cambio. Lo conocí en 2008, hace algo más de ocho años. Yo me había instalado ya en mi casa del Puerto de Mazarrón, en El Alamillo, como candidato al Congreso de los Diputados, y se me acercó después de un acto público en el que participé celebrado en el Centro Social Juan Muñoz Martínez, allí, en Cañadas del Romero. El centro había sido inaugurado en 2006. Me preguntó: “¿Tú eres nieto de Ignacio García-Legaz?”. Le contesté: “¿De Ignacio “el Postero”? Naturalmente, y a mucha honra”. Su pregunta había sido retórica. Él ya lo sabía. Llevaba en su mano un libro antiguo. Me lo entregó. Y me dijo: “Este libro era de tu abuelo. Quédatelo. Seguro que te hace ilusión”. Le di las gracias y le pedí volver a vernos y tomar un café. Accedió. Concretamos la cita e iniciamos una grata con-
versación que se remontó cuatro décadas en el tiempo. Mi abuelo había nacido en Cañadas del Romero en el seno de una familia numerosa. Uno de sus tíos, sacerdote y persona de vasta cultura, había acumulado una pequeña biblioteca que tuve la oportunidad de disfrutar en mi infancia. El libro que me había entregado José Antonio en nuestro primer encuentro formaba parte de esa biblioteca. Recordamos entonces los años setenta del siglo pasado. La conversación con José Antonio se inició con unas palabras suyas de elogio de mi abuelo. Padre de ocho hijos, e ingeniero técnico de la Confederación Hidrográfica del Segura, procedía de una familia humilde y devota, marcada por la Guerra Civil. Yo le record, desde entonces los murcianos ede la ro tuelo. Padre de ocho hijos, hbsentir más orgulloso que de representar a los murcianos eé que fue mi abuelo quien me explicó que fue precisamente tras la Guerra cuando se cambió la advocación de la pequeña ermita de Cañadas del Romero. Antes dedicada a la Virgen del Rosario, desde entonces tiene su advocación es en honor de San Juan. El cementerio, por el contrario, sí mantiene su advocación a la Virgen del Rosario. Por entonces, en los tiempos del advenimiento de la democracia y de un régimen de libertades, Mazarrón era un municipio objetivamente pobre. Aislado, sin apenas comunicaciones terrestres con Murcia, con carencias elementales. Tan elementales como la falta de alfabetización de muchos de sus habitantes. Algo que conviene recordar, especialmente a los mazarroneros más jóvenes. En efecto, el renacimiento económico de Mazarrón ocurrido en el siglo XIX de la mano del auge y esplendor de la actividad minera, metalúrgica, salinera o espartera, evidente en el centro histórico de la villa, no había desplegado sus efectos en buena parte del territorio del municipio. A lo anterior se añade la relativa brevedad de ese renacimiento productivo, que se apagaría a principios del siglo XX con el agotamiento de las explotaciones mineras.