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Pregón

Como viene siendo tradicional, la revista de Ferias la abre un texto del escritor/a premiado en la última edición del Premio de Relatos González Castell. En su XXI edición, el premiado fue Fulgencio Valares Garrote, hombre de teatro natural de San Sebastián, pero con raíces familiares en Miajadas. Valares fue un reconocido dramaturgo que estudió dirección teatral en la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura (ESAD) desarrollando posteriormente diferentes actividades relacionadas con las artes escénicas, desde la escritura teatral a la interpretación, pasando por la dirección y la docencia.

En esta ocasión, el texto ha sido elegido por María, su compañera de vida, ya que cuatro meses antes del fallo del premio, Fulgen fallecía y Extremadura perdía a uno de sus dramaturgos más prometedores y uno de los protagonistas más reconocidos y queridos de las artes escénicas regionales de los últimos años. Y a un prometedor escritor.

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Fulgen Valares publicó diferentes obras como las novelas ‘La Mancha de la mora’ o ‘La hora de los despojos’, además de las obras teatrales ‘Las meninas duermen en la rúa ‘, ‘El reto de Zeus’ o ‘Cartas para Extremadura’, entre otras. Asimismo, Valares, fue reconocido con diferentes galardones como el premio Carolina Coronado, el premio Escena amateur o el premio Luís Barahona de Soto, otorgado por el Ayuntamiento de Lucena en el 2018.

El texto elegido, de la obra de teatro “Cartas para Extremadura”, llevada a escena en teatros de Extremadura, basada en un hecho real y que lleva pareja la sensibilidad y el amor por su tierra con la mirada crítica.

Siempre Fulgen.

Luz en el ámbito del viaje de Josefa. Sentada sobre la maleta. El abrigo puesto. Escribe.

JOSEFA: Llega la necesidad y se come a mordiscos la voluntad de todos. Y la voluntad, que es lo único que tenemos únicamente nuestro, desaparece. Y nadie sabe quién es cuando la necesidad le come. Ya solo queda la necesidad. Y entonces se puede matar, se puede forzar, engañar, mentir. Se puede golpear a una hija. Se puede traicionar a una amiga. Y nadie es culpable. Es sólo que está mandando la necesidad. ¿Me hubiera querido

usted sabiendo que no era yo quien aceptaba, sino que es la necesidad de los míos la que me obligaba? ¿Sería amable conmigo sabiendo que sólo obedecía a la necesidad de los otros? ¿Me aceptaría sabiendo que es sólo la necesidad la que me empujaba, que no le quiero, que nunca voy a quererle? ¿No le daría asco? ¿No me lo daría a mí ya para siempre? Y ese asco es el que hace que tenga que irme. También a mí me rige una necesidad. Usted, desde su América, pensará que para mí es fácil. Que renuncio a poco. Que donde yo vivo todo es pobreza. Usted abrió las páginas de una revista, vio unas fotos y ya cree saber cómo es mi pueblo. Pero lo que usted sabe no es conocer. Las fotografías no tienen olor. No tienen viento. Ni calor ni frío. Y así no se puede conocer un pueblo. Quizá, usted, deslumbrado por la grandeza de América, no pueda comprender cómo se puede querer la pequeñez de mi tierra. Usted no puede saber cómo, cuándo te has asomado a la sierra antes del amanecer, los montes al principio son negros, y luego azules, y luego grises. Y que las nubes suben y bajan por los montes, hasta que una lluvia fina las va deshaciendo. Y que a la nariz se te pega la humedad y es como tener hielinos chicos en la punta de la nariz, y los hielinos huelen entonces a oveja y a ladrido de perro. Porque en invierno, por la mañana, los ladridos de los perros huelen a campo, a jara, a picón. Y suenan esquilas, y llantas de carro, y el motor ronco de un tractor. Y van los hombres al campo. Usted no los ha visto pasar, ni ha levantado una mano para despedirles para siempre, ni ha sentido que no son más que hombres iguales a todos los hombres del mundo, pero que son tuyos porque los conociste desde niña y eso los hace únicos. A usted no se le ha puesto un peso en la garganta, casi como un vómito pequeño que se retiene, cuando ha sabido que nunca más volverá a ver, y a escuchar, y a oler cómo suben a la sierra camino del trabajo. Usted no ha tenido que despedirse de los suyos. No sabe qué es tener un último recuerdo prendido en el pensamiento…

Fulgen Valares

(Fragmento de la obra de teatro “Cartas para Extremadura”)

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