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RD JUNIO 2019
PALABRAS MAYORES
cuarta esclusa del canal de Castilla y, de niño, se afanaba con sus amigos abriendo las compuertas ayudados de mulas que tiraban de cuerdas enganchadas a estas planchas, en ausencia de motores eléctricos. “Cuando pasaba el barco, que solía ser de transporte de mercancías, las volvíamos a cerrar”, relata entre retazos de recuerdos. De esa etapa rescata su primer encuentro con una radio. “Cerca de la esclusa había una central eléctrica, y allí la vi”, precisa sobre un artilugio que no le sorprendió tanto, acostumbrado a la tecnología ferroviaria. “Teníamos teléfono y manejábamos el lenguaje Morse”. José en el centro municipal de mayores Concepción Arenal, donde acude cada día. P.C.
José Santos González, vecino centenario Historia de uno de los cinco ripenses que cumplen 100 años en 2019 Texto: Patricia Campelo
res medios de transporte han marcado la vida de José Santos González, uno de los cinco vecinos centenarios de la ciudad y, además, usuario del centro de día Concepción Arenal. El primero, el metro de Madrid, un transporte que nació el mismo día que él: 17 de octubre de 1919. Esa jornada, a eso de las nueve de la mañana, José Santos asomaba al mundo en la pedanía burgalesa de Villela. Y a poco más de 300 kilómetros, en el corazón de Madrid, el rey Alfonso XIII inauguraba el primer trayecto del subterráneo: de Sol a Cuatro Caminos.
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El segundo medio que ha dejado huella en José es el tren. Hijo de un ferroviario, pasó su infancia en la casa del paso a nivel de la localidad de Alar del Rey, en Palencia. Allí soñaba con ser factor, el personal que despachaba billetes y valoraba las mercancías, profesión para la
que se preparó durante tres años. Pero aún hoy lamenta no haber tenido suerte. “Nunca me contrataron. Cuando faltaban dos meses para la guerra me dijeron que no volviera más”, deplora sobre una carrera truncada por la contienda, episodio en el que participó desde la retaguardia, en la compañía de transmisiones. A partir de ese momento, y pese a que lo intentó, sus pasos profesionales se alejaron de la vida ferroviaria. En Tarragona, donde una de sus hermanas trabajaba en este sector, abordó el último intento. Tampoco pudo porque le requerían seis meses viviendo en la región. Sin embargo, le ofrecieron un puesto en la empresa Entrecanales y Távora, donde terminó jubilándose como encargado de almacén. El tercer transporte de la vida de José es el fluvial: su hogar familiar estaba enclavado a la altura de la
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Eran los albores de los años 30 del pasado siglo y, por entonces, la vida de este vecino transcurría entre sus paseos de dos kilómetros y medio hasta la escuela del pueblo, donde “era el primero de la clase”, a las tardes espigando con su madre o cuidando del huerto familiar. 150 VUELTAS DIARIAS A LA MESA Hoy, José roza el centenario, y sus rutinas diarias se articulan desde el centro de mayores de la zona de Santa Mónica. Allí realiza ejercicios físicos cada día y, los miércoles, acude al taller de audiolibros con otras personas mayores que, como él, están aquejadas de glaucoma (ceguera). “Sobre todo son novelas, policíacas o de amor”, describe. Pero la rutina que le mantiene con la agilidad física y mental que destila comienza a las 6.15 de la siguiente manera: “Me ducho, me visto y doy 150 vueltas a la mesa del salón. Cada vuelta tiene ocho metros. Tardo casi una hora. Luego tomo un poco de leche, las pastillas, y espero a que se levante mi hijo y me traiga al centro”. Sus problemas de visión, ocasionados según explica por un diagnóstico que no llegó a tiempo, son su única dolencia, algo que le provoca “miedo al andar”, práctica que realiza ayudado de un bastón, hoy, su más íntimo medio de transporte.