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Carlos Forte Flor cronistas de la Comparsa de Cristianos
Mi primera vez
Carlos Forte Flor. Cronista Comparsa de Cristianos Fotografías de: Jesús Redondo y José Peluquero
Me encontraba prácticamente desnuda en aquella calurosa habitación con aroma a albahaca, la cual terminó llamándose distinto en aquella ciudad. Mi ropa esparcida por el suelo formaba un caótico manto dispuesto a alfombrar este primer paso del que tanto había escuchado hablar. Me senté en la cama con las piernas temblorosas y el espíritu acicalado de domingo. Había llegado la hora, lo iba a hacer. Iba a vestirme de Cristiana por primera vez con la ilusión de exprimir al máximo esa tan escuchada semana del 5 al 9 de septiembre con licencia, año tras año, para empezar un jueves y culminar un lunes, si al calendario le place. Era día 5 de septiembre por la mañana y el entusiasmo se palpaba por toda la Corredera. Una calle con apellido de pasillo dispuesta en cuerpo y alma para el disfrute de sus viandantes. “Ponte el traje que después del Pregón y la Fiesta del Pasodoble nos vamos pitando a comer que si no no vemos arrancar la banda”, me dijo mi amiga Flor, instigadora y anfitriona de las Fiestas. A mí me sonaba todo un poco a chino pero su energía era tal que simplemente era cuestión de levantar los pies del suelo y dejarse remolcar por el torrente de energía que lo envolvía todo.
El hervidero de sol y cabelleras que era la Plaza de Santiago me recordó a los grandes conciertos donde el público se agolpa a los pies del escenario esperando ver salir a la estrella de rock que desanude el subidón de adrenalina y lo haga incendiar todo. La comida aquel día recuerdo que ni fu ni fa, pero allí a todo el mundo parecía importarle bien poco. Lo importante era hacer masica en el estómago y llegar a las 15:55 a la Calle Nueva para escuchar un tal pom pom de bombo.
Aquello sí me emocionó de veras. No sabía muy bien que hacíamos tantísima gente congregados en la calle a la hora del tiramisú -que me quedé sin probar- hasta que de pronto… ese mágico sonido de bombo prendió algo que nunca antes Cristina (cabo) y bloque femenino
había vivido. Con los primeros acordes de aquella pegadiza melodía pareció encenderse la Aurora Boreal. Todo el mundo comenzó a cantar y tararear La Entrada mientras una atronadora ovación de aplausos acompañaba a la Banda Municipal a recorrer la ciudad. El desfile que le siguió fue sublime y al paso del segundo bloque de Moros Nuevos pregunté: “¿nos falta mucho para desfilar?” a lo que el grupo de amigos que me acompañaba soltó una risotada. Mis ganas se hicieron de rogar y las fui ahogando con viajes a la heladería a por agualimón con unas gotitas de bendición.
Embajada en el Castillo
Con la luna ya como testigo, asomando tímida entre aquellos arcos de luces, formamos la fila. Había gente por todas partes. Un speaker sobre una tarima organizaba el cotarro en la misma medida que animaba a sus tropas, las cuales ya entonaban algo así como “salid niñas al balcón porque vais a ver pasar de Villena lo mejor”. No sé si sería lo mejor de Villena, o no, ya que Marruecos, Nazaríes, Corsarios o Andaluces entre otros, me habían fascinado aquella tarde entre agualimón y agualimón. La fila de cortesanas de alta alcurnia que me acompañaba me hizo sentir especial y nuestra cabo Cristina recibía una ovación constante a su paso mientras saludaba al público con la gracia y confianza que sólo ella parecía tener a aquellas horas. Cuando terminó nuestro desfile no vi ningún Portón, como me habían anunciado, pero me dio igual. Las sensaciones y el erizar de piel que aquella multitud y esta ciudad me acababan de provocar no recordaba haberlas vivido nunca antes. Exhaustas por el desfile y el terciopelo de nuestra indumentaria, fuimos a liberar aparejos y el sofá pareció hacerme un guiño. Fue solo un espejismo ya que mi amiga pronto volvió a cargar la agenda de actividades.
Recuerdo que cenamos al aire libre en la comparsa, en una Plaza Mayor a la que muchos había escuchado mentar como Plaza de los Cristianos. La verdad es que era lo que más abundaba por metro cuadrado allí... Tras la cena, el necesitado y merecido tiempo de sentarme se esfumó y pronto me vi cantando canciones pop de los 90 al abrigo de una orquesta que parecía tener tantas ganas de fiesta como el resto de la plaza. Muy muy cerca de las tres de la madrugada mi amiga Flor se dignó a decirme que nos íbamos ya a casa. Comenzaba a sospechar si a toda esta gente se le habían olvidado las ganas de dormir en casa junto a los pantalones vaqueros y las zapatillas.
La coletilla que siguió a la frase de mi amiga fue “ya es buena hora y mañana tenemos la diana a las siete y media”. Se refería a mañana como ese momento que llega tras una pequeña siesta de poco más de tres horas. Y así fue, a las siete el despertador nos volvió a citar con nuestras botas y nuestro traje de terciopelo para asistir a esto que llamaban Escuadra especial Mercenarios
Diana. Mi cuerpo se encontraba entre los ardores de la cena y el recuerdo del agualimón bendecido cuando llegó hasta mí una botella de Cantueso (sin tapón) que rodaba de mano en mano como el aroma a café y alábega.
Después vino el almuerzo y lo que pensaba yo sería una agradable sobremesa, terminaron siendo prisas para coger sitio en la Misa Infantil para ver la Conversión al Cristianismo. He de decir que aquel acto me impactó, así como ver una iglesia tan repleta de niños. Por un momento olvidé que aquellos dos actores que recreaban hechos históricos ataviados de época no tenían más de diez años de edad. Fue espectacular, al igual que ver rodar las banderas a tantos niños alrededor de la Plaza de Santiago. Del buen hacer y la chulería de las cabos infantiles en el desfile de La Esperanza ya os hablaré otro día, que eso es un caso aparte.
Cerca de mediodía repusimos fuerzas en la comparsa junto a los niños y niñas en un acto de hermandad junto a un buen aperitivo y una sombra que se agradecía a esas horas. Aquello sirvió de lanzadera para una comida express antes de lo que pensaba sería una siesta de pedigree. Me volví a equivocar.
Después de comer el Día 6 había que acompañar al Embajador y al grupo de arcabucería al Castillo de la Atalaya. Aquel impresionante escenario recreado para la ocasión me hizo olvidar que en Villena durante Fiestas no se duerme y a nadie parece importarle. Ya de vuelta pareció pasar desapercibida la rivalidad mostrada con los moros por la disputa del Castillo minutos antes cuando uno de ellos nos invitó a acompañarles a la Casa del Bolo.
Entre risas y música que parecía surgir de todas las casas y locales que encontré abiertos a mi paso volvimos a la Plaza Mayor. “Ahora vas a poder comprobar porqué las Fiestas de Villena son las mejores” me confesó mi amiga al oído mientras nos preparábamos para La Cabalgata. Aquel desfile nocturno que nos tocó abrir me transportó en el tiempo gracias a las marchas cristianas, las antorchas y los caballos que nos acompañaban. Fue un momento único que duró toda la noche. El primero de muchos, espero.
Al terminar nos fuimos a buscar nuestra silla para poder disfrutar de un espectáculo en el cual cada escuadra especial y comparsa ponía todo de su parte para hacer brotar los aplausos de entre la muchedumbre. Una noche increíble de alegrías y asombros que finalizó cuando ya asomaba un nuevo sol en el horizonte.
Fue sin duda un oasis dentro del calendario que prometo volver a buscar en años sucesivos para poner la guinda al verano. No pude disfrutar del resto de días de Fiestas, pero prometo volver para quedarme hasta el final del día 9. Espero, por mi salud, que en esta ocasión busquemos alguna excusa por el camino para poder descansar, aunque visto lo visto, en Villena se descansa una vez que llega el día 10 de septiembre, que pa’ dormir siempre hay tiempo.