4 minute read
Raquel López Hernández. Cronista de la Comparsa de Moros Nazaríes
EL VELO Y SU LETARGO
Raquel López Hernández Cronista de la Comparsa de Moros Nazaríes
Advertisement
Yallá arriba, en la parte más alta de la Alhambra me hallaba yo, donde ya tan solo hay sombras, y la única luz que se refleja es aquella que me devuelve el destello involuntario de mis metales ya exhaustos, esos que se niegan a apagar su luz, una luz vibrante, imponente y cegadora en otros tiempos, hoy ya cansada y parpadeante.
Logré deslizarme entre los diferentes restos festeros que habían quedado reducidos al olvido en aquel rincón, y estirándome con cuidado volví a sonreír al escuchar el tintineo de los metales que todavía conservaba en mí. Logré acercarme al ventanal donde pude comprobar que todavía tenía fuerza suficiente para que ese cristal, postrado delante mía, me devolviese aquel reflejo en parte desconocido. Inevitablemente, la nostalgia acudió a mi sin ser llamada y no pude evitar la tentación, lo volví hacer, como tantas otras veces en un pasado, y cerrando los ojos mientras giraba, giraba y giraba, mi reflejo rejuvenecía, y en mi mente, los recuerdos como el ave fénix, resurgían de sus cenizas para hacerme sentir aquello que anidaba en mi y por un momento pensé olvidado.
Asome suavemente mis sedas traslucidas por el ventanal observando la Plaza de la Tercia, como tantas veces hice antes, pero la imagen que recordaba desde la ultima vez no se asemejaba en nada a lo que mis medias lunas ahora contemplaban. Había tanta vida en ella ahora, los colores y movimientos que en el aire se zarandeaban, al son de una danza invisible que regalaba instantes llenos de nostalgia y sonrisas, daba vida a todo aquel que por allí pasara. El rojo carmesí de aquellas fachadas resquebrajadas de las antiguas escuelas, allí donde tantos niños aprendieron sus primeras lecciones, allí donde tantas historias comenzaron a escribir sus primeras hojas en blanco, ahora había cambiado por una bonita fachada cuyo brillo cegaba y volvía a oler a nuevo, cubriendo las heridas de antiguas guerras para poder seguir construyendo y contando nuevas historias, las historias de todas esas personas que ahora a diario daban vida a nuestra plaza.
Y mientras mis medias lunas chocaban contra el cristal, su dulce tintineo remueve en mi todas esas historias de las que estoy formado, porque cada uno de mis desperfectos, cada pespunte descosido, cada metal descolgado y a punto de caer, cada pequeño roto en mi suave y delicada tela es un recuerdo, un momento...el cigarro que marcó mi piel aquel día 5 a las 15:59h mientras en la losilla esperaba la salida de la banda y aquella señora pretendía quitarme el sitio en primera fila, o esa ocasión en que salí disparada en busca de papá dejando una hilera de mis medias lunas por el camino y , como no recordar esa vez que una niña muy “maja” pensó que podría ser divertido encender un petardo de carretilla tras de mi, viendo a mis medias lunas correr como nunca antes lo habían hecho y dejando en ellas marcas con olor a pólvora.
Todos y cada uno de ellos marcan un camino que he recorrido y vivido con ilusión y amor, ilusión de cada desfile, como si todos fuesen una primera vez y amor a la fiesta, a Villena y mis colores , la emoción con cada nota que te eleva y te hace levitar en un mundo que solo hay cabida para la música que nos da vida, esos desfiles en los que cerrando los ojos, me siento vibrar, me embriago de los olores (alabega y pólvora) y engancho mis medias lunas en el suave cabello trenzado que me porta, me aferro como si ambos fuésemos una sola cosa, y su emoción ahora también es la mía, abrazo el mentón de la doncella nazarí que me porta, desplegando por toda su piel mi esencia, esencia puramente Nazarí, esencia festera.
¿Y cómo pude acabar yo, portador de la delicada esencia de la mujer Nazarí, oculto en la oscuridad, relegado a observar en otros el brillo que antes anidaba en mí? ¿Qué ocurrió?
EL TIEMPO. El que nos acaricia como la suave brisa matutina y nos abraza entre su rutina haciéndonos pensar que por un momento se detuvo, que el sonoro tic-tac de nuestro reloj nos concedió una pausa y es que en ciertas ocasiones estas son muy necesarias, pararse, reflexionar, conceder la oportunidad a las nuevas generaciones y su ilusión, observara a veces desde el banquillo como avanzan, como crean y se lanzan sin miedo a sentir, a dejarse llevar por la música adentrándose a través de ella y sin apensas darse cuenta en los lugares más recónditos del corazón, allá donde alberga la emoción y los pelos de punta, allá donde nadie puede quedar relegado en un rincón por capricho del tiempo, pues aún cuando nuestro cuerpo quede sumido en un prolongado letargo, nuestro corazón seguirá latiendo, y emocionándose en cada paso, recordando a golpe de marcha mora y pasodoble sus desfiles de antaño disfrutando del bonito espectáculo que comenzó a disfrutar desde la barrera, sin dejar nunca de ser participe de ella, nuestra fiesta.
Y cuan de importante disfrutar del camino, sus olores y colores, su esencia, poder echar la vista atrás y saber que mereció la pena.