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NOSTOS: REGRESO A VILLENA

Andrés Montoya Egido cronista de la Comparsa de Ballesteros

La alarma del teléfono sonó puntual. A los pies de mi cama tenía preparada la cartera con el portátil y la copia del dossier de latín lista para dejarla en conserjería. Era una mañana fresca en sus primeras horas, el andén de la estación de Vilafranca estaba irrespirable por culpa de quienes ya de buena mañana le tiran a la maría y el tren de rodalies de la línea R4 salió con algo de retraso. La rutina se repetía, como durante toda aquella semana llena de reuniones y de exámenes de recuperación. Pero había algo que la hacía diferente… Era día 8 de septiembre y después de salir del instituto por fin regresaba a Villena. Por fin volvía con mi familia en unos días tan señalados en la patria chica, por fin dejaría de conectarme a Intercomarcal para seguir nuestros festejos. Y si lograba llegar a tiempo, tenía el cometido de hacer de escolta de la Virgen durante su tradicional paseo.

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Llegué a Gelida a las nueve menos veinte, un pequeño municipio de la comarca del Alt Penedès situado sobre una montaña. Allí está mi instituto, desde donde se puede ver la serralada de Montserrat, patrona de Cataluña bajo el lema de nigra sum y el apelativo de la Moreneta, una onomástica análoga a la de nuestra Morenica. La mañana fue intensa, cargada de reuniones, y a las dos menos cinco, sin margen de error para posibles retrasos de los tres trenes que tenía que coger, empecé mi viaje de regreso, mi pequeño nostos. Hacía mucho calor y el traqueteo de la línea R4 no acompañaba, pero al menos, cosa nada habitual, llegué a tiempo al enlace que tenía que hacer en la estación de Sant Vicenç de Calders, ya en la provincia de Tarragona. Allí hice el cambio de vía y de tren y a las tres menos diez ya estaba en marcha en un R15 un tanto más acogedor. En este segundo trayecto intercambié unos cuantos mensajes con mi hermano, ya que si no llegaba a tiempo, él debía relevarme como acompañante de la Virgen. También con Frutos, que me resuelve las dudas de la indumentaria que debía llevar en la procesión y me informa de la hora habitual de salida de la comparsa el día y de la Virgen. Por fin a las tres y cuarto llego a la estación de Tarragona. Ya sólo quedaba esperar al Talgo procedente de Barcelona con el que tenía que llegar a Villena. Y de nuevo se produce algo inusual: el tren arriba puntual a las cuatro menos cinco. Entro a mi vagón, dejo mi mochila en el suelo junto a la butaca y tomo asiento. Cuarto y último tren del día, “sólo” quedaban cuatro horas para llegar a la meta y muy mal se tenía que poner el trayecto para no lograrlo. Con tanto tiempo pude poner en orden las redes sociales de la comparsa de Ballesteros y publicar las fotos que muchos socios y amigos me hacían llegar para seguir manteniendo actualizada nuestra página de Facebook, esa que dos días atrás fue escenario de una intensa, descabellada, poco fundamentada y bastante ilógica disputa.

A las ocho menos diez, ahora ya con unos quince minutos de retraso (pero para lo que nos tiene habituados el Talgo, eso es gloria), pongo los pies en Villena. Lo noté. Algo me chocaba. ¡En el andén ya vi gente vestida de festera! Llevaba toda la semana fuera y aún no era consciente del todo, a pesar de seguirlas por internet, de que mi ciudad estaba en fiestas. Diez minutos más tarde ya asomaba por la calle Nueva y me pude abrazar a mis padres. Siempre es bonito reencontrarme con mi familia, aunque sólo haya pasado una semana sin verla, pero el sentimiento se torna todavía más intenso en estos días, días en que no pude compartir la salida de la banda el día 5 y que tanto le emociona a mi madre. Al menos, los ya tradicionales gazpachos del día ocho, este año mi madre los pasó al nueve para poder degustarlos yo.

A eso de las nueve y cuarto, mi hermano y yo nos dirigimos a la plaza de Santiago, donde me pude reencontrar con amigos de la comparsa. Hablamos de fiestas, pero sobre todo, de Cataluña, tierra acogedora donde las haya que aquella semana vio aprobada por su Parlament la ley del referéndum.

Se sumergió la comparsa por la puerta lateral de Santiago y en la plaza quedé haciendo tiempo. Gracias a Adrián, delegado de la Junta de la Virgen, pude tener más información sobre cómo estaban organizados el alumbrado y

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la escolta. Al rato llegó mi pareja, la encargada de hacer las fotos de rigor para poder ilustrar este artículo. Cámara en mano, inmortalizó esos momentos en que la Morenica se asomaba a la plaza para comenzar su paseo, esa andadura en que tantos fieles la acompañan, en que tantas plegarias y deseos le son encomendados. Antes de salir, viene el amigo Antonio Martínez. “Al final has llegado, al final ha acabado bien tu odisea”. “Sí, ya tenemos tema para el boletín”.

Bando moro a la derecha y bando cristiano a la izquierda, compases de la banda municipal, pasos irregulares al principio por el gentío y, sobre todo, miradas del alumbrado hacia la patrona, que se abría hueco poco a poco a lomos de sus portadores. Suena la banda, avanza la Virgen. Paramos, la estrechez de la calle Ramón y Cajal nos impide pasar a todos. Poco a poco, avanzamos. Al salir mi nombre el día 15 de agosto para desempeñar este cometido, pensé que simplemente sería hacer la procesión, como siempre, pero más tarde. Sin embargo, es totalmente distinto. Cuando vas con tu comparsa, una gran mayoría de gente sigue el desfile, pero enfrascada en conversaciones, muchas veces casi al margen del acto salvo cuando atienden para ver alguna escuadra o algún familiar o amigo que saben que va en un bloque o carroza concretos. En cambio, aquí todas las miradas están concentradas en la patrona. Alumbrado, escolta, portadores y comitiva: todos pasamos desapercibidos, todos pasamos a un segundo plano, todo el protagonismo es de Ella.

Ella es la que recibe esas lágrimas suplicantes de alguien que quizá ha pasado un año francamente malo, ella la que recibe las gracias por esa buena noticia, por esa causa ganada. Portadores que acaban en pocos minutos cansados, unos con mirada nostálgica, otros felices, otros con los ojos inundados de lágrimas por la emoción. Las respiraciones se entrecortan y quedan ahogadas por el redoble de tambor.

Llegamos a la calle Nueva, donde esperan, como siempre, mis padres. Un poco más adelante está la casa de Patro, la que antaño con su hermano el Orejicas lanzaba alábega a la patrona. Este año no ha sido el mismo, pero tú has esperado fiel en tu puerta, y sabemos que él también estaba allí. Las calles del Rabal nos obligaron a los escoltas a adelantarnos y, la verdad, no nos terminábamos de coordinar. Unos se adelantaban, otras veces nos quedábamos rezagados los de detrás y todo lo intentábamos arreglar con algún susurro, con algún pequeño grito o con alguna acelerada carrera.

El camino llegó a la iglesia de Santa María, donde toma el relevo de los portadores la comparsa de Moros Realistas. Dentro del templo nos abrasa el calor, pero somos testigos de unos momentos hasta ahora inéditos para mí. Es difícil de explicar todo lo que pasa allí dentro, pero creo que el mejor resumen de aquello lo daba el rostro de María José Sanz, “la Morena”, quien encabezaba el grupo de portadores Realistas con un sufrido semblante lleno de cariño y fervor hacia su Morenica.

Quedaba ya poco, y justo antes de llegar a Santiago nos dice un señor de la Junta de la Virgen: “si no lleváis tapones para los oídos…”. Todos a mi alrededor empezaron a ponérselos… menos yo, claro, que me había olvidado totalmente del tema con tanto avatar ferroviario ese día. Entramos a la plaza, que de momento esperaba callada. La banda ya se había ido a la iglesia y sólo rompían el silencio nuestros pasos y el tocar de las maderas de los portadores. Hasta que irrumpieron los arcabuces, que por suerte para mí, esta vez fueron pocos dados los reveses de la normativa. La escena era digna de Casa Austera. Las banderas de los alféreces nos acariciaban las mejillas y a pesar de los disparos, nuestros pasos seguían el ritmo de la patrona, siempre a su lado.

Al fin entramos en Santiago y las paredes del templo me amortiguaron los disparos. Vuelta a la iglesia mientras el calor nos vuelve a ahogar y fin del acto con foto de familia de escoltas incluida. ¿Y qué hice yo? Pues lo normal hubiera sido irme de fiesta a quemar los cartuchos que entre Vilafranca y Gelida fui acumulando a lo largo de la semana, pero la realidad es que acabé tan muerto…, que me fui a dormir.

En general, fue una grata experiencia, un nuevo prisma. Representas a tu comparsa, y, a la par, puedes leer entre las más sentidas expresiones de tus paisanos. Al grupo de escoltas le envío un caluroso abrazo. La única pega que le veo es que apenas te da tiempo a conocer a los compañeros que van justo delante de ti, detrás y en algún tramo, al lado. Al fin y al cabo estamos en una causa común de todo un pueblo.

Fue un día magnífico. Pocas veces cuadran tan bien los trenes, generalmente una vez al año, dos a lo sumo. No creo en las casualidades, pero tampoco en los milagros. Siempre le buscó una explicación razonable y razonada a todo, o al menos, lo intento. Pero he aquí la casualidad: al llegar a mi casa, mis padres me preguntaron que qué tal fue el viaje. Les dije que era la primera vez que todos los trenes de regreso los cogí a su hora, a lo cual no dudaron en responder “la Morenica, que ha querido que llegaras a tiempo”.

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