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EL RESCOLDO DE LA HOGUERA
José Antonio Hernández Osa
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Unos hilos de humo, entrelazándose, se elevan entre las ramas secas de los altos árboles. Culebreando caprichosos sobresalen por encima del bosque. Allá en lo alto, libres, se dejan llevar por la brisa, se acunan en ella y navegan sutiles, leves, ingrávidos, esparciendo su cálido tufillo. Abajo, las cenizas, barridas por las corrientes aéreas, dejan ver unas pocas brasas que muestran sus calvas rojas. Bailando algunas hojas caen en zigzag, y suben y vuelven a caer para aterrizar sobre las brasas y transformarse en ligera y grácil llama. Por unos instantes se ilumina la escena y el vaquero advierte que aquello sigue vivo.
Con un par de arrastrones de sus botas echa tierra en las ascuas y ahoga el iluso intento de revivir de la hoguera. Monta su caballo y abandona el bosque camino del arroyo, pero los cielos encapotados están cargados de sorpresas asombrosas y con estrépito estalla un aterrador trueno.
¡Qué colofón tan inesperado y acertado por una aparición tan escueta de los Americanos! No había mejor reconocimiento que el premio “Charraícas del paseo” a un artículo que pretendía poner el punto y final a nuestra la participación en las Fiestas.
Y es que todo se ha encadenado caprichosamente. En principio sólo iban a salir un par de Americanos, como lo hicieron los Árabes, documentando en la Cabalgata los orígenes de la Compasa de Ballesteros. Posteriormente y animados por Juan Navarro, “Querrecle” y con la ayuda de Lorenzo, “Magrillas”, fuimos reclutando vaqueros y vaqueras que tenían todavía los trajes de sus padres o abuelos y completamos dieciocho, que coincidía en número con los que desfilaron por primera vez en 1928. Este vaquero entendió que el pueblo de Villena debía saber que apareceríamos la noche del día 6. Para ello escribí un par de artículos enviados a la prensa local comunicando que un ‘sheriff’ y sus gregarios, vaqueros de anchos sombreros y espuelas, volverían a pisar la Corredera.
El comunicado creó expectación y otros medios de mayor tirada también esparcieron la noticia. Así pues, la curiosidad era patente y el desfile fue un éxito.
Parecía que ya habíamos cumplido e íbamos a regresar a lomos de nuestros caballos a pastorear ganado en ranchos y praderas como siempre, pero el hecho de que la JCF se olvidara de nosotros, después de cincuenta y siete años lejos de las fiestas, en su extensa acta de premios y agradecimientos, espoleó mis sentimientos y escribí otro artículo “Con una flecha en el trasero” que tuvo mucho reconocimiento de los lectores y a mí me permitió soltar la adrenalina acumulada.
Pretendí que, siendo una noticia menor, fuera atractiva para el lector y para ello creé mi personaje, un vaquero que seguiría usando en textos posteriores. Misión cumplida y a otra cosa, pero no. Parece que el Gran Espíritu de mi amigo indio Ojibwa, nos tenía reservada una agradable sorpresa y ésta vino en forma de premio. El 8º Concurso “Katakí la bajoca” seleccionó como ganadora a una fotografía de los Americanos desfilando por una Corredera luminosa. Ya me tienes a mí de nuevo enfundando la pistola para coger de nuevo el ordenador y en esta ocasión escribo “El relincho de mi caballo” en el que queda de manifiesto la alegría de nuestro colectivo por quedar en la memoria y en los documentos gráficos por nuestra aparición.
Para dejar constancia y poner punto final a nuestra breve aparición, pienso debíamos aparecer en la revista festera por excelencia, “Día 4 que fuera”, con un texto que documente nuestro desfile, y envié el artículo de despedida “Adiós de un americano” y, he aquí que Gitchi Manitú debe de haber oído nuestras quejas y con un trueno final ha abierto los cielos de las praderas y ha dejado caer este prestigioso galardón “Charraícas del paseo” que rememora a unas figuras preclaras y amantes de nuestra cultura como son Alfredo Rojas y Vicente Prats .
Me siento muy complacido con esta distinción, pero insignificante ante un premio que hace referencia a tan notables personajes. Por todo ello haré lo posible por dignificarlo. Y con este presente y postrero texto, “El rescoldo de la hoguera”, queda la memoria recuperada, el reconocimiento restablecido y la hoguera apagada, y hasta que en otro evento se vuelvan a desempolvar zahones, camisas y pistolas, que seguro se producirá, aunque espero no tarden otros 57 años, están las cuentas saldadas. Agradecido, pues todo lo nuestro cabe en las Fiestas, convenientemente tratado.
Atrás dejé humeantes, pero apagadas ya, las cenizas de la hoguera, aunque para los buenos rastreadores siempre quedan indicios y otros vendrán, que escudriñando, sabrán sacar información y recuperar los hechos vividos anteriormente y mantendrán frescas en la memoria las actuaciones de sus antepasados.