Benedicto XVI

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Giovan Battista Brunori

BENEDICTO XVI Fe y profecía del primer Papa emérito de la historia


Presentación El 16 de abril de 2017 Benedicto xvi cumplió noventa años. Aún no ha acabado el itinerario de su larga vida, pero podemos afirmar que el de su actividad y su ministerio público ya se ha completado. Es, pues, justo que repasemos y revivamos este camino con una mirada panorámica, dándonos cuenta de su riqueza y variedad, pero constatando también su coherencia y consistencia interior. El pontificado es ciertamente la etapa más conocida e importante pero, en cuanto a su duración, constituye tan solo una décima parte de todo este recorrido, y puede entenderse y valorarse mejor cuando se lee dentro del marco global del desarrollo de una larga vida dedicada, toda ella, a responder a una vocación de servicio a Dios y a su Iglesia, desde su infancia en la católica Baviera, hasta la tranquilidad y el sosiego espiritual del monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano. Giovan Battista Brunori nos acompaña en esta relectura, rápida y ágil aunque en modo alguno superficial, apoyándose, en lo que respecta a la primera parte de la vida de Joseph Ratzinger, en las fuentes totalmente fidedignas y, podemos casi decir que «canónicas», de las memorias del propio Papa emérito y de su hermano Georg. Para la etapa más comprometida y laboriosa –y también más próxima a nosotros– de su pontificado, además de los documentos públicos y oficiales, Brunori se 5


sirve de algunas entrevistas que él mismo ha llevado a cabo con testigos relevantes. Naturalmente, esto confiere a su libro un valor particular como contribución original a la lectura de algunos asuntos del pontificado, aunque al mismo tiempo se trata evidentemente de una lectura con algunas valoraciones personales, que no pueden ni pretenden excluir otros puntos de vista. El dinamismo del pontificado del papa Francisco ocupa hoy –como, por otra parte, es lógico– la mayor parte de la atención y, por tanto, no resulta fácil tomar aquella «distancia» necesaria para una reflexión del todo serena y equilibrada sobre el pontificado de su predecesor. Probablemente, para entender mejor el significado del largo periodo de la vida y el servicio petrino de Benedicto xvi, hará falta mucho tiempo, pero es justo que empecemos a intentarlo, con respeto y simpatía, tratando de identificar, al margen de las historias que han ocupado durante un tiempo y de manera estrepitosa las crónicas de los últimos años, los rasgos característicos de un gobierno y de un magisterio que han dejado en herencia a la Iglesia una aportación más profunda, sólida y duradera que la que muchos han entendido hasta la fecha. Brunori lo ha intentado y ha puesto en nuestras manos un trabajo que se lee con facilidad y de manera provechosa. No es el «texto definitivo», pero hoy nadie puede pretender decir la última palabra en este tema. Es una palabra, eso sí, que agradecemos porque nos ayuda a recordar el itinerario de una larga vida de fe, de un pensamiento profundo, de un testimonio cristiano, de un amor tremendamente fiel a la Iglesia y de un servicio cada vez más amplio, a los fieles y a la humanidad. Finalmente nos ayuda a entender el espíritu de total entrega con el 6


que Benedicto xvi asumió la onerosa misión de pastor universal y que lo ha llevado a través de no pocas dificultades hasta el gesto culminante de la renuncia, un valiente testimonio de humildad y una gran responsabilidad ante Dios, ante la Iglesia y ante el mundo.

P. Federico Lombardi sj Presidente de la Fundación Vaticana Joseph Ratzinger - Benedicto xvi

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Introducción Escribir un libro sobre Benedicto xvi es tanto como responder esta pregunta: ¿Quién es realmente Joseph Ratzinger? ¿Quién es este hombre que ha dejado el pontificado después de haber guiado la Iglesia durante ocho años a través de terribles crisis? La idea que cada uno de nosotros tenía de Joseph Ratzinger-Benedicto xvi saltó en pedazos el 11 de febrero de 2013. La renuncia al ejercicio del pontificado, uno de los gestos más sorprendentes que se recuerdan en la historia de la Iglesia, proyecta hacia la modernidad lo que hay quien define como «la última monarquía absoluta del planeta»: un gesto revolucionario, un gesto de reforma que lleva a cabo un Papa al que se consideraba «el abanderado de la tradición» o al que incluso se llamaba Panzer-kardinal; un gesto que sumía en la confusión tanto a sus adversarios «progresistas», como a los mismos «ratzingerianos». No es tarea sencilla escribir la biografía de un Papa que todavía está vivo y, además, como es el caso, la biografía del primer Papa emérito de la historia de la Iglesia, aún activo en su retiro en el antiguo monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano, que se ha convertido de este modo en residencia papal. Nunca se había visto a un Papa reinante y a otro emérito abrazarse ante el mundo, entrevistarse para hacer una consulta, igual que hace un padre de familia con el «abuelo» sabio, y manifestar 9


muestras recíprocas de aprecio y cariño. Empresa nada fácil la de dar cuentas de manera adecuada de un gran teólogo que ha escrito un centenar de libros, más de seiscientos artículos, y del que se han ocupado muchísimas y reputadas plumas. Sobre todo he querido dejar que hablara él, el protagonista, escuchando de su propia voz lo que tenga que decir: ante todo, por medio de su autobiografía, y también por medio del relato que, de Joseph y su querida familia, hace su hermano Georg en su libro-entrevista autobiográfico; también «habla» en los discursos fundamentales, las encíclicas, las homilías; mediante los testimonios de quienes lo han conocido personalmente, las entrevistas en las que Ratzinger se expresa con el corazón en la mano y también esas auténticas perlas que son las homilías de Pentling, el pueblecito bávaro en el que el cardenal ha predicado durante años en las vacaciones de verano y donde pensaba acabar sus días. Por tanto, he tratado de releer con atención su vida y sus obras, hablando también con personajes que lo han conocido más de cerca y que han colaborado con él, ordenando las numerosas teselas de un mosaico que se va componiendo poco a poco, tratando de esbozar el rostro de un hombre que durante décadas ha suscitado ‒y sigue suscitando‒ un vivo debate, amado y apreciado por muchos fieles, pero que también ha tenido muchos enemigos, un brillante intelectual europeo que ha facilitado el flujo de ideas y que ha indicado el camino del futuro bebiendo de las fuentes en las que descansa la identidad católica, las sagradas Escrituras principalmente, pero también los Padres de la Iglesia y muy en particular san Agustín. Con su vasta cultura bíblica y teológica, con la proverbial 10


claridad que le caracteriza, en ocasiones ha sido «signo de contradicción» desvelando «el pensamiento de muchos corazones», induciendo a todos a pronunciarse y tomar postura, animando a cuestionarse, a ponerse en camino por el bien de la Iglesia. Ratzinger ha buscado el diálogo con el mundo laico, al que ha pedido que viviera «como si Dios existiera», ha puesto en guardia contra el «relativismo, esto es, dejarse llevar a un lado y a otro por cualquier viento de doctrina», frente a la «nueva religión de la ciencia» que lleva al hombre a prescindir de Dios y que ha incrementado extraordinariamente sus posibilidades técnicas, pero ha debilitado su fuerza moral; ha invocado una «moral pública» mientras que la sociedad actual tiende a relegar la religión a «la esfera de lo privado»; ha indicado la necesidad de salvaguardar algunos «principios no negociables», ha defendido la libertad de pensamiento y la autonomía de la Iglesia en el mundo contemporáneo; ha clamado por el fin de la persecución de los cristianos en el mundo; ha emprendido una dura lucha contra los «teólogos rebeldes» de la Teología de la Liberación, una batalla dura, ambigua, complicada –como afirma Andrea Riccardi en estas páginas–, pero que «después ha permitido una nueva síntesis», dejando espacio a nuevas figuras como Jorge Mario Bergoglio y Óscar Rodríguez Maradiaga. A un mundo cada vez más incierto y asustado, en crisis de identidad por los movimientos migratorios, enfurecido y obligado a defenderse del odio y las amenazas de los terroristas que confunden el «deber de creer» con el «deber de matar», Ratzinger responde presentando a todos la «diferencia cristiana»: el amor es el verdadero 11


rostro del cristianismo; Dios es amor, afirma en su primera encíclica Deus caritas est. Ha buscado el diálogo con las demás religiones, pero sin poner entre paréntesis las diferencias, sin renunciar a la propia identidad y a «la pretensión de la fe cristiana de haber recibido de Dios en Cristo el don de la revelación definitiva y completa del misterio de la salvación»1. Pero sobre todo ha señalado lo que vale, que es el horizonte y el futuro de la Iglesia: el quaerere Deum, «buscar a Dios», esta búsqueda que movía interiormente a los monjes benedictinos que, en los tiempos difíciles de la Edad Media, con la oración y el trabajo en el campo, con las legendarias bibliotecas de los monasterios, eran un punto de luz, transmitiendo el amor por la cultura, por el estudio de las Escrituras y de los clásicos, el amor por el canto y por la música, promoviendo el espíritu de acogida del forastero y la colaboración de todos y con todos, sentando las bases de una cultura que está en las raíces de Europa, hoy –por desgracia– cada vez más frágil. Un hombre que ha cambiado y renovado la Iglesia invocando la vuelta a lo esencial de la fe, para barrer las cenizas que se han ido depositando con el tiempo sobre la experiencia cristiana volviéndola más opaca, sofocando el fuego original que, a su vez, la había vuelto irresistible. Tanta claridad y coherencia en la doctrina se ha difundido por todo el mundo desde una sede apostólica que, sin embargo, se ha presentado como un gigante con 1 J. Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Intervención durante la presentación de la Declaración «Dominus Iesus», sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de su Iglesia (5 de septiembre de 2000).

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los pies de barro cuando la Curia, crisis tras crisis, se ha mostrado frágil e inadecuada para la misión de asistir al Papa en el gobierno de la Iglesia. Así pues, he tratado de encontrar y destacar un hilo conductor que pueda unir todos estos hechos y documentos de un Papa más de pensamiento que de acción, de un «Papa teólogo» y un «Papa profesor», más que un «Papa de gobierno»: una figura compleja y, al mismo tiempo, clara y sencilla, expresión de esa sencillez evangélica que es lo contrario de la superficialidad y que es fruto de una espiritualidad auténtica. La biografía de un hombre que sabe que no es un Papa «carismático», que no tiene el impacto mediático ni las habilidades escénicas de su predecesor, pero que se sabe capaz de movilizar el pensamiento y el corazón de sus interlocutores con la profundidad de su pensamiento, su fe cristalina, sus discursos rebosantes de espiritualidad que proponen ideas y valores que se difunden con la fuerza de la sensatez, sin arrogancia ni timidez. Así pues, una biografía de los hechos, de los encuentros que han marcado la historia personal de Joseph Ratzinger-Benedicto xvi, pero también la narración del pensamiento de este hombre, de sus reflexiones sobre la Iglesia y el mundo de hoy, las profecías sobre el futuro; la narración de sus estudios, a los que se entregó con pasión desde muy joven y que he tratado de «perseguir» en su veloz y apasionante sucederse a lo largo de los años, desde sus orígenes bávaros, a la vertiginosa sucesión de sus prestigiosos cargos a nivel eclesial, pasando antes por una meteórica carrera académica. Muy querido por innumerables admiradores, autor de best sellers sobre la fe que han tenido éxito a escala 13


planetaria, impulsor de una «restauración innovadora», como la ha definido acertadamente el historiador Regoli y, por esto mismo, también temido, criticado, difamado, falseado, incomprendido, Ratzinger ha sido «signo de contradicción», que incluso en las «contradicciones» humanas de su breve y difícil pontificado ha arrojado una semilla destinada a germinar, como se verá más claramente cuando el tiempo haya disipado la niebla de las polémicas que a menudo han envuelto su ministerio. Un Papa, para algunos, destinado a ser «Doctor de la Iglesia»: un hombre que ha mantenido firme el timón de la Iglesia incluso con mar de fondo, cuando era obispo, cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, después, siendo el romano pontífice, guiando la barca de la Iglesia por la ruta de la transparencia, de la reforma del IOR, el Instituto para las Obras de la Religión, de la lucha contra los abusos, iniciando un duro proceso de limpieza de toda esa «suciedad» que él mismo había denunciado a todo el mundo, comentando el último Vía crucis antes de la muerte de Juan Pablo ii. Quiero dar las gracias por sus valiosos consejos al biblista y sacerdote Giuseppe Sorani, al profesor Pierluca Azzaro, a monseñor Antonio Interguglielmi, al profesor Gianluca Brunori, a la profesora Francesca Aloisi, a Emanuela Gizzi y a tantos otros amigos que han estado a mi lado y cuya lista completa sería muy difícil de confeccionar sin correr el riesgo de olvidar a alguno. Quiero expresar especialmente mi agradecimiento al propio Papa emérito, cuyo pensamiento y cuyas ideas me han enriquecido y estimulado enormemente, convirtiéndose también en motivo de fructíferos debates familiares, con los amigos, con los compañeros. Doy las gracias de 14


todo corazรณn a mi mujer Giovanna Micaglio Ben Amozegh por su apoyo constante, sabio y cualificado, y a nuestros hijos Gabriele, Miriam, Sara y Simone Davide a los que dedico este trabajo. Roma, 7 de diciembre de 2016 Giovan Battista Brunori

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8 El terremoto del 68 Los años de las protestas estudiantiles, las revueltas juveniles y la rapidísima difusión del marxismo son vividos por Ratzinger como un trauma. En la última fase del Concilio, Ratzinger vive a caballo entre Münster (donde da clase de teología dogmática hasta 1966) y Roma. El estado de ánimo de nuestro joven teólogo –considerado un exponente progresista en el debate conciliar– pasa gradualmente del entusiasmo por el afán de renovación de la Iglesia que embargaba a toda la asamblea, a la preocupación por el modo en que se recibe todo esto a nivel local. Ratzinger ve cómo crece a su alrededor el interés por la teología, un interés que ya había sido considerable anteriormente, pero que aumenta más y más con las noticias, a menudo cargadas de excitación, acerca de las disputas de los padres conciliares. Se trata de una «fiebre» que no carece de riesgos importantes. «Siempre que volvía de Roma encontraba un estado de ánimo más agitado en la Iglesia y entre los teólogos. Crecía cada vez más la impresión de que en la Iglesia no había nada estable, que todo podía ser objeto de revisión. El Concilio parecía asemejarse a un gran parlamento eclesial, que podía cambiar todo y revolucionar cada cosa a su manera. Era muy evidente que crecía un resentimiento

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contra Roma y la Curia, que aparecían como el verdadero enemigo de cualquier novedad y progreso»1. En definitiva, el teólogo bávaro ve cómo está cambiando el ambiente y empieza a preocuparse cuando escucha razonamientos del tipo: «Si en Roma pueden cambiar la Iglesia, es más, la propia fe, ¿por qué solo van a poder hacerlo los obispos?». Antes era inconcebible pensar en un cambio de un patrimonio considerado intangible durante siglos. Ahora, sin embargo, empieza a pensarse que es posible actualizar la fe de la Iglesia ‒el famoso aggiornamento: puesta al día, modernización‒; del mismo modo, el importante papel que representan los teólogos en el Concilio empieza a crear una nueva conciencia: muchos teólogos empiezan a sentirse como los verdaderos representantes de la ciencia y, precisamente por ello, ya no pueden presentarse como sometidos a los obispos. Por otro lado ‒se oye decir‒, ¿cómo van a poder los obispos ejercer su autoridad magisterial sobre los teólogos si sus planteamientos derivan precisamente de la opinión de los especialistas y dependen de las orientaciones que proponen los estudiosos? Además, el joven teólogo bávaro ‒como experto del séquito del cardenal Frings‒, había jugado un papel fundamental en la orientación de los debates durante el Concilio y a la hora de señalar a los padres el camino del reformismo. Este afán de renovación, que ahora es como la crecida de un río, no solo pretende relanzar el anuncio cristiano y abrir la Iglesia al diálogo con el mundo, sino que parece querer transformar poco a poco toda la estructura doctrinal de la Iglesia ‒incluido el Credo‒, anteriormente considerada como algo intocable. 1 J. Ratzinger, La mia vita. Ricordi, o.c., p. 99 [En la edición en castellano, o.c., p. 158].

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«Pero ahora, en la Iglesia Católica, por lo menos a nivel de su opinión pública, todo parecía objeto de revisión, e incluso la profesión de fe ya no parecía intangible sino sujeta a las verificaciones de los estudiosos»2. A Ratzinger le inquieta lo que empieza a definir como el «predominio de los especialistas»: detrás de esta tendencia, él cree ver algo distinto: la idea de una «soberanía eclesial popular», donde es el propio pueblo el que establece lo que él mismo entiende con el término «Iglesia» que, es más, ahora se define como «pueblo de Dios». «Se anunciaba así la idea de “Iglesia desde abajo”, de “Iglesia del pueblo”, que después, sobre todo en el contexto de la teología de la liberación, se convirtió en el fin mismo de la reforma»3. Mientras que en los primeros años del Concilio el joven teólogo se «había sentido sostenido aún por el sentimiento de gozosa renovación que reinaba por doquier», ahora empieza a sentir una profunda inquietud por el cambio que se está produciendo en el ambiente eclesial. Ratzinger empieza a lanzar algunas señales de alarma: la primera –que pasa prácticamente inadvertida– en una conferencia sobre la verdadera y la falsa renovación de la Iglesia en la universidad de Münster. En cambio, la segunda señal, una enérgica intervención en el Katholikentag de Bamberg, en 1966, sí que llega a la gente y suscita el debate. Esta intervención marca, de hecho, la salida oficial de nuestro teólogo de las filas progresistas en las que se le había enmarcado durante los años conciliares. 2 J. Ratzinger, La mia vita. Ricordi, o.c., p. 101 [En la edición en castellano, o.c., p. 159]. 3 J. Ratzinger, La mia vita. Ricordi, o.c., p. 101 [En la edición en castellano, o.c., p. 160].

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Tras la experiencia de Münster, Ratzinger, igual que su hermana María, empieza a sentir nostalgia de Baviera, su tierra natal. La añoranza del Sur se vuelve irresistible cuando la universidad de Tubinga, que ya había puesto sus ojos en el teólogo en 1959 ofreciéndole la cátedra de teología fundamental, nuevamente le ofrece la segunda cátedra de dogmática. Su incorporación a la universidad cuenta con el apoyo de un teólogo, el que será el principal y más famoso «teólogo de la contestación», y también uno de sus más fieros adversarios: Hans Küng. Ratzinger lo había conocido en 1957, en un congreso de teólogos en Innsbruck. No comparte su estilo y su postura teológica es distinta, pero Ratzinger es un hombre acostumbrado al diálogo: los dos personajes saben que tienen líneas distintas, pero las consideran como la legítima diferencia de las distintas posturas teológicas, necesarias para un fructífero progreso del pensamiento. Entre los dos teólogos hay cierto feeling y también un mutuo aprecio: Ratzinger había hecho la recensión de la tesis de doctorado de Küng sobre Karl Barth, la había leído con gusto y la había encontrado interesante, aunque no compartiera alguna de sus afirmaciones. Ratzinger reconocía el mérito de su autor y valoraba su sinceridad y simpática apertura. Así pues, entre estos dos teólogos tan distintos, hay una buena relación personal, aunque no faltan las discusiones –en ocasiones muy intensas– sobre la teología del Concilio. Pero –afirma Ratzinger– «no sentíamos de hecho comprometidas por estas diferencias de posiciones teológicas nuestra simpatía personal y nuestra capacidad de colaborar»4.

4 J. Ratzinger, íbid, p. 102. [En la edición en castellano, íbid, p. 161].

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De modo que Ratzinger decide aceptar la cátedra de Tubinga: el Sur lo tienta, pero también le fascina la gran historia de la teología de una importante universidad en la que, además, podía disfrutar de encuentros con importantes teólogos evangélicos. En este ambiente de apertura intelectual y de diálogo, tanto con católicos como con protestantes, es donde se curte nuestro joven teólogo. Ratzinger empieza las clases de teología en 1966, con un estado de salud más bien precario tras los esfuerzos excesivos a los que se había sometido durante el Concilio. Es capaz de experimentar la fascinación de esta pequeña localidad sueva, aunque en el fondo se siente un poco decepcionado por la estrechez y limitación de los espacios, acostumbrado como estaba a la grandiosidad de Münster. Considera que el cuerpo docente tiene buen nivel, aunque el claustro es un poco propenso a la polémica. Ratzinger se da cuenta de que ya no está acostumbrado a las tensiones, como antes, aunque las tensiones serán su pan cotidiano en Tubinga, baluarte teológico que es, para muchos, una especie de «tierra prometida» para quien sueña con la renovación, es la «patria de la teología» en su edad dorada. Por eso vienen tantos estudiantes de todo el mundo a estudiar en Tubinga. La personalidad de Hans Küng, que lleva años dando clase en sus aulas, domina el ambiente universitario. El brillante, impulsivo e influyente profesor suizo, que no se anda con contemplaciones con la Iglesia postconciliar en sus publicaciones, no desdeña las ocurrencias polémicas y las salidas ingeniosas en sus clases; va por ahí con un alfa romeo blanco, es una verdadera «estrella» de la teología. Küng aprecia a Ratzinger; colabora con él en la fundación de la revista Concilium, sabe que es 125


mejor tener que ver con teólogos inteligentes y preparados, que con conformistas grises y apáticos que no hacen más que repetir de memoria los documentos de la Iglesia: «Con los mejores se puede tratar y colaborar, son los mezquinos los que crean problemas», piensa Küng, y él es el que insiste en el nombre de Ratzinger, cuando se funda una nueva cátedra de teología. Según un alumno que tuvo Ratzinger en Tubinga, «Küng quizá llamó a Ratzinger precisamente porque quería que los estudiantes pudieran oír la voz de otro teólogo del Concilio que no fuera él, que hiciera de contrapunto a su teología unilateral. Otros profesores más cerrados ni siquiera percibían las distancias entre ambos, y hasta veían en Ratzinger a un peligroso reformador liberal. Decían: con un Küng ya tenemos bastante»5. El joven teólogo bávaro, a diferencia de su colega suizo, es tremendamente tímido, no quiere llamar la atención, se mueve a pie o con transporte público, lleva su incombustible boina negra, se prepara con diligencia, no renuncia a su estilo reservado. No busca el enfrentamiento, aunque tiene las ideas claras y, llegado el caso, no se arredra ante la confrontación, por muy dura que sea. Recuerda uno de los alumnos más próximos a Ratzinger en los años de Tubinga y Ratisbona: «Una vez, en un aula abarrotada, hubo un debate entre varios profesores sobre el primado del Papa. Küng había dicho que el tipo auténtico de Papa era el representado por Juan xxiii, porque su primado era de carácter pastoral y no 5 Testimonianza di Wolfgang Beinert, en G. Valente, Gli anni difficili di Tubinga, en 30giorni 5 (2006). [Cita por la edición en castellano: «Testimonio de Wolfgang Beinert», en Valente, Los años difíciles (La historia de Joseph), 30Días, 2006/05; puede verse todo el artículo en <http://www.30giorni.it/articoli_id_10542_l2.htm>; consultado el 8 de octubre de 2017].

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jurisdiccional. Ratzinger no se había pronunciado, y entonces los estudiantes comenzaron a corear su nombre: ¡Rat-zin-ger! ¡Rat-zin-ger! Querían saber qué pensaba del tema. Él respondió escuetamente que el cuadro descrito por Küng no era completamente exacto, porque había que tener en cuenta todos los aspectos relacionados con el ministerio petrino. En caso contrario, insistiendo solo en el aspecto pastoral, se corría el riesgo de dibujar la figura no del pastor de la Iglesia universal, sino de un títere universal que podemos manejar a nuestro antojo»6. En el diálogo con Hans Küng, el joven teólogo empieza a percibir, poco a poco, indicios de una divergencia que se acentuará cada vez más, unas diferencias que llegan a tocar puntos fundamentales. El ambiente de la prestigiosa universidad de Tubinga es, en general «bastante hostil» respecto del teólogo bávaro, recuerda Stefano Gennarini7, uno de los alumnos de aquel periodo de docencia de Ratzinger. No obstante, una parte del alumnado defiende al profesor Ratzinger: «Lo apreciaban mucho: me uní a un grupo de estudiantes italianos que –como yo– estaban en Tubinga para hacer una segunda licenciatura, y nos pusimos de su parte; criticábamos el modo en que Küng daba sus clases. [...] Nos gustaban mucho las clases de Ratzinger, estábamos encantados: daba muestras de una viva inteligencia, de una inmensa cultura teológica, se veía que había leído muchísimo, no solo teología sino también 6 Testimonianza di Martin Trimpe, en G. Valente, Gli anni difficili di Tubinga, íbid. 7 Stefano Gennarini, teólogo, licenciado en física teórica en la universidad de Roma, con un trabajo sobre las partículas elementales, había dejado la carrera universitaria para ir a estudiar teología a Tubinga. Emprendió el Camino Neocatecumenal en 1970; actualmente es catequista itinerante en Polonia y en el Véneto. Es uno de los más estrechos colaboradores del fundador Kiko Argüello.

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filosofía. [...] Tenía una buena relación con los doctorandos y con la gente que estaba a su alrededor. No se limitaba solo a analizar las tesis que estaba dirigiendo, sino que se preocupaba también del aspecto espiritual, daba retiros: tendía a situar la teología en el seno de una realidad que tenía que ver con el conocimiento de Dios, en un sentido muy católico. Hans Küng era muy distinto. [...] Después de algunos semestres, Ratzinger prefirió trasladarse a Ratisbona, una universidad en cierto sentido menos importante, pero donde estaba más tranquilo. Cuando Ratzinger aceptó el nuevo cargo, nos trasladamos también nosotros y lo seguimos hasta Ratisbona»8. No obstante, el ambiente de Tubinga es muy estimulante; respira con «dos pulmones»: uno católico y otro protestante. Aunque, entre los estudiantes de entonces, también hay quienes creen que hay cosas que no van por buen camino: «Me llamaba la atención que muchos de los seminaristas que llegaban a Tubinga, fueran católicos o protestantes, traían una determinada fe –luterana o católica– que habían recibido de sus familias pero, una vez llegaban a la universidad para estudiar teología, perdían aquella fe. No les pasaba a todos, pero sí a muchos: algunos dejaban la teología para hacer otras carreras; otros seguían con la teología pero por motivos profesionales. La teología había salido del surco de la tradición, había tomado una dirección muy secularizada y, en definitiva, atea; ya no llevaba al encuentro con Dios y con Jesucristo. Era otra cosa; en definitiva, predominaba una mentalidad anticristiana. [...] También había profesores buenos y muy 8 Stefano Gennarini, Entrevista con el autor (documento privado, 29 de junio de 2016).

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11 El caso Maciel y el escándalo de los abusos El «caso Maciel», fundador de los Legionarios de Cristo, representa uno de los capítulos más oscuros del escándalo de los abusos a menores y, al mismo tiempo, uno de los aspectos ejemplares de la guerra declarada por Ratzinger –primero como cardenal y después como pontífice– para hacer limpieza e instaurar la transparencia en la Iglesia. Una guerra en la que ha luchado con determinación contra fuerzas hostiles, a veces en soledad, oponiéndose a los grupos que, en la Curia, pretendían dar carpetazo a cualquier intento de acusar al poderoso y «generoso» fundador de la congregación de los Legionarios de Cristo. Una guerra en la que Ratzinger se va a ver en minoría. No resulta fácil ponerse a investigar al padre Marcial Maciel Degollado, un gran «benefactor», definido como el mayor fundraiser (recaudador de fondos) de la Iglesia católica moderna, religioso mexicano apreciado en el Vaticano también por su profundo anticomunismo. Es evidente el apoyo que Maciel recibe de la Curia, especialmente en los últimos diez años del pontificado de Juan Pablo ii: Wojtyla nada sabe de su doble vida y lo defiende a capa y espada, igual que su secretario, monseñor Stanisław Dziwisz, su secretario de Estado, 181


Angelo Sodano ‒que había trabajado para que los Legionarios obtuvieran el terreno en el que se levanta la universidad Regina Apostolorum‒, y el presidente de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, Eduardo Martínez Somalo. Contactos importantes que proporcionan credibilidad a Maciel y le dan fuerza para moverse como pez en el agua ‒y un pez gordo‒ en los ambientes importantes1. Poco a poco van llegando al Vaticano acusaciones serias y pormenorizadas. Era imposible no tomarlas en consideración: Ratzinger decide aclarar las cosas. Pero precisamente cuando más se concretan y más graves son los elementos que acusan a Maciel, en ese preciso momento ‒durante el Jubileo del 2000‒, es cuando se puede ver una gran actividad por parte de los Legionarios, que también participan, de pleno derecho, en las celebraciones oficiales. En 2004, un Wojtyla ya mayor y debilitado, a pesar de la acusación que se le había dirigido a un hombre señalado como pedófilo y que había tenido hijos con diferentes mujeres, le confía ‒tanto a él, como a su congregación‒, con grandes honores y en una ceremonia en el Vaticano, la gestión del centro Notre Dame de Jerusalén. Esto es realmente demasiado: Ratzinger asume la responsabilidad y autoriza que se investigue al carismático fundador de los Legionarios de Cristo, el líder de una poderosa congregación que cuenta con decenas de miles de miembros en veinte naciones distintas, con 650 sacerdotes, 2500 1 Cf J. Berry, Money paved way for Maciel’s influence in the Vatican, en National Catholic Reporter (6 de abril de 2010). Véase también P. Rodari-A. Tornielli, Attacco a Ratzinger. Accuse, scandali, profezie e complotti contro Benedetto XVI, Piemme, Milán 2010.

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estudiantes de teología, un millar de laicos consagrados y, sobre todo, con un grandísimo poder económico2. Eran muchos los que ya lo sabían, decenas de denuncias habían llegado al Vaticano; entonces Ratzinger –solo frente a todos– decide llegar hasta el fondo de la cuestión y llama como «promotor de justicia» de la Congregación para la Doctrina de la Fe –algo así como el «fiscal» en esta especie de ministerio público o tribunal supremo–, a monseñor Charles Scicluna, un joven y brillante maltés comprometido en la lucha contra la pedofilia en la Iglesia. El 2 de abril de 2005, el día de la muerte de Wojtyla, Scicluna está en Nueva York para recoger el testimonio del antiguo director de una de las escuelas de fe de los Legionarios, Paul Lennon, testigo de cargo contra Maciel. Sin embargo, aun siendo prefecto de la Congregación, Ratzinger no logra atravesar el muro que, en la Curia, se había levantado en defensa del fundador de los legionarios de Cristo. Pero cuando el viento cambie en el Cónclave y sople a su favor, elevándolo en pocas horas hasta el trono pontificio, Ratzinger mandará desempolvar el dossier relativo al poderoso religioso mexicano y llevará rápidamente el procedimiento a conclusión, condenando en 2006 al padre Maciel, de ochenta y seis años, dos antes de su muerte, a llevar una vida reservada, de oración y de penitencia; además se interviene la congregación de los Legionarios de Cristo y se somete a un profundo proceso de revisión. Proceso que concluirá en 2013 y que tendrá su epílogo definitivo en la promulgación de los nuevos estatutos en 2014. 2 Cfr. el Dossier. «I legionari traditi», en Famiglia Cristiana (5 de mayo de 2010), <http://www.famigliacristiana.it/articolo/dossier---i-legionari-traditi.aspx> (consultado el 2 de septiembre de 2017).

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Una intervención que sorprende, una ruptura con el pasado, un gesto que alguno ‒dentro de los muros vaticanos‒ no le perdonará a Ratzinger. El cambio de marcha, el giro en los trabajos de limpieza y transparencia de la Iglesia, es algo que se aprecia enseguida, inmediatamente después de su toma de posesión de la silla de Pedro: la primera disposición de la Congregación para la Doctrina de la Fe, después de la elección de Benedicto xvi, el 27 de mayo de 2005, será la condena del padre Gino Burresi, fundador de la congregación de los Siervos del Inmaculado Corazón de María, por abusos sexuales a sus seguidores y a los seminaristas: será condenado a abandonar el ministerio y a retirarse llevando una vida privada; el 19 de mayo de 2006 correrá una suerte similar, con el mismo destino, Marcial Maciel Degollado3. Sin embargo, no se le someterá a proceso canónico en consideración a su avanzada edad y estado de salud. De las poderosas «tapaderas» vaticanas de que disfrutaba el pedófilo Maciel, hablará algún año después el mismo Ratzinger, manifestando toda su confusión ante lo que se ha convertido en uno de los escándalos más clamorosos de la historia reciente de la Iglesia. «Lamentablemente, hemos llegado con mucha lentitud y atraso a abordar estas cuestiones. De alguna manera estaban muy bien ocultadas, y solo desde aproximadamente el año 2000 contamos con asideros concretos al respecto. […] Para mí, Marcial Maciel sigue siendo una figura enigmática». Un «falso profeta», que ha llevado una existencia «fuera de la moralidad, una vida de aventuras, disipada, 3 S. Magister, La prima sentenza del Prefetto Levada fa tremare la Legione (28 de julio de 2005), <http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/37078> (consultado el 2 de septiembre de 2017).

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extraviada» y, sin embargo, «muchos de ellos [de los jóvenes] partieron de una figura falsa, pero al final se han visto llamados a adherirse a una correcta. Este es el hecho notable, la contradicción: que, por así decirlo, un falso profeta haya podido tener un efecto positivo»4. Quien rendirá honores al valor de Ratzinger, será su propio sucesor, el papa Francisco, que no dejará nunca de expresarle su aprecio y reconocimiento y que en la rueda de prensa durante el vuelo de regreso del viaje apostólico a México, afirmará: «Aquí me permito rendir un homenaje al hombre que luchó en momentos que no tenía fuerza para imponerse hasta que logró imponerse: Ratzinger. El Cardenal Ratzinger, sí, un aplauso para él. Es un hombre que tuvo toda la documentación. Siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvo todo en sus manos. Hizo las investigaciones y llegó, y llegó, y llegó… y no pudo ir más allá en la ejecución. Pero, si ustedes se acuerdan, diez días antes de morir san Juan Pablo II, aquel Vía crucis del Viernes Santo, le dijo a toda la Iglesia que había que limpiar las porquerías de la Iglesia. Y en la Misa Pro Eligendo Pontifice, donde no es tonto, pese a que él sabía que era candidato, no es tonto, no le importó maquillar su postura, dijo exactamente lo mismo»5. Un ejemplo evidente e increíble de la durísima lucha que Ratzinger emprendió contra los poderes que protegían 4 Benedicto xvi, Papa, Luce del mondo. Conversazione con Peter Seewald, LEV, Ciudad del Vaticano 2010, pp. 64-65. [La cita es por la edición en castellano: Benedicto xvi, Papa, P. Seewald, Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, Herder, Barcelona 2010, p. 52]. 5 Francisco, Papa, Conferencia de prensa del Santo Padre durante el vuelo de regreso a Roma (Miércoles 17 de febrero de 2016) <https://w2.vatican.va/content/ francesco/es/speeches/2016/february/documents/papa-francesco_20160217_messico -conferenza-stampa.html>, (consultado el 31 de agosto de 2017).

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19 Benedicto y el Sultán Benedicto xvi pone fin al incidente de Ratisbona con el encuentro cordial del 25 de septiembre de 2006 con veintidós embajadores de países musulmanes y, sobre todo, con la visita apostólica a Turquía, en el mes de noviembre, que tendrá un éxito más allá de lo que cabría esperar. Una visita «de alto riesgo», que empieza cuesta arriba, rodeada por un halo de tensión provocado por las opiniones negativas sobre la entrada de Turquía en Europa, que había expresado con anterioridad el cardenal con su claridad habitual y que habían provocado la fuerte irritación de las autoridades de Ankara. En definitiva, se trataba del viaje más delicado de todo su pontificado: la primera visita de Benedicto xvi a un país de mayoría islámica, la primera vez que Ratzinger pisaba Turquía; este viaje nació de la invitación del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé i, con intención de consolidar los vínculos entre católicos y ortodoxos y para tranquilizar a la pequeña comunidad cristiana, aún conmovida por el asesinato del padre Andrea Santoro, en Trebisonda, el 15 de febrero de 2006, a manos de un fanático islamista, mientras rezaba: el pobre sacerdote de la diócesis de Roma estaba arrodillado en el último banco de la iglesia de Santa María. Fueron dos disparos, por la espalda. Uno de los proyectiles, después

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de atravesarle el corazón, fue a incrustarse en la Biblia en turco que tenía en sus manos. Una visita que se convirtió en ocasión para sanar la herida abierta con el mundo musulmán: en vísperas del viaje a Turquía, aún es fuerte la impresión que había suscitado el discurso de Ratisbona: de aquí le habían llegado fuertes críticas al pontífice en aquella circunstancia; tampoco ahora los periódicos turcos ahorran críticas al Vaticano, los islamistas anuncian protestas en la calle contra el Papa, se deja ver la irritación del gobierno de Ankara por la decisión de la Santa Sede de que el pontífice viaje a bordo de un coche del Patriarcado ecuménico y no en el vehículo que ponía a su disposición el gobierno. Un tiempo después, el propio Papa emérito revelará: «Todavía estaba en el ambiente toda esa polvareda suscitada por la conferencia de Ratisbona. Por eso, al principio Erdogan no quería recibirme. Pero poco a poco fue mejorando el clima, de manera que al final hubo un verdadero entendimiento»1. El primer ministro Erdogan, viendo que el Papa llega con un ofrecimiento caluroso de diálogo, aprovecha la ocasión para sacar partido desde el punto de vista político: el 28 de noviembre de 2006, recibe a Benedicto a su llegada al aeropuerto y mantiene una charla con él. El portavoz, el padre Lombardi, precisa de inmediato que «este viaje tiene un significado pastoral, no político», pero tanto da: Erdogan, nada más salir del encuentro con el Papa, declara ante los periodistas que Benedicto xvi se habría expresado a favor del ingreso de Turquía en la Unión Europea. El portavoz vaticano, otra vez, tiene que 1 Benedetto XVI, Ultime conversazioni. In colloquio con Peter Seewald, o.c., p. 199. [En la edición en castellano, o.c., , p. 259].

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salir rápidamente a puntualizar que «aunque animamos el camino de acercamiento sobre la base de principios comunes, la Santa Sede no tiene ni el poder ni la tarea política específica de intervenir en la cuestión concreta de la entrada de Turquía en Europa». «Si existía un riesgo real para el Papa ‒afirma el cardenal Roger Etchegaray‒, era que su viaje fuera de lo pastoral a lo político o que el ecumenismo quedara oscurecido por el diálogo interreligioso únicamente. La prioridad ecuménica, sin embargo, quedó salvaguardada, con toda la importancia que el propio Benedicto xvi le ha querido dar»2. No obstante, la visita comienza bien: Benedicto xvi insiste en su aprecio por los musulmanes y las manifestaciones de protesta contra el Papa resultan un fracaso. La culminación del viaje apostólico, en Estambul, es la visita de Santa Sofía, la majestuosa basílica, una auténtica joya de la arquitectura bizantina, convertida posteriormente en mezquita y, finalmente, en museo. Benedicto xvi queda maravillado por esta obra maestra del arte sacro, durante mil años la iglesia más grande del mundo, con sus mosaicos resplandecientes, sus piedras preciosas y los mármoles polícromos provenientes de Egipto, de Numidia, de Esparta, de los Pirineos. Un salto hacia atrás, una zambullida en el pasado: la visión de este lugar sagrado que, durante el periodo del emperador Justiniano, albergaba las ceremonias imperiales de los reyes bizantinos, provoca entusiasmo. En el libro de 2 R. Etchegaray, Sulle tracce di Benedetto XVI in Turchia, en 30giorni 11 (2006), (<http://www.30giorni.it/articoli_id_11834_l1.htm>). [Edición en castellano: Tras las huellas de Benedicto xvi en Turquía. Las reflexiones de uno de los cardenales que acompañaron al Papa, en 30Días, 11 (2006); <http://www.30giorni.it/articoli_ id_12024_l2.htm>, consultado el 21 de noviembre de 2017].

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oro de la basílica convertida en mezquita después de la conquista de Constantinopla en 1453, escribe Ratzinger: «Con nuestra diversidad, nos encontramos ante la fe del Dios único; que Dios nos ilumine y nos haga encontrar el camino del amor y de la paz». La otra gran etapa de este histórico viaje se encuentra a tan solo 5 minutos andando, aunque el Papa recorre esta distancia en un coche blindado para garantizar su seguridad: se trata de la visita a la Mezquita Azul, el templo musulmán más imponente de todo Estambul. El papa Benedicto se descalza, siguiendo la costumbre islámica, en el patio rectangular que hay delante del lugar de oración. El gran muftí, Mustafá Cagrici, lo acompaña hasta el mihrab, el nicho u hornacina que hay en toda mezquita y que indica la dirección hacia la Meca: «Aquí nos detenemos a rezar algunos segundos, para serenarnos. Si lo desea, podemos recogernos unos instantes», afirma el profesor Cagrici. El Papa y el imán no «rezan juntos», pero oran el uno junto al otro. Mientras cae la noche sobre el Bósforo, desde el lugar sagrado, adornado con las maravillosas mayólicas de distintos tonos de azul, el color del cielo, se eleva la invocación silenciosa de dos líderes distintos que adoran al único Dios. El papa Benedicto entorna los ojos y junta sus manos: los labios apenas se mueven. Está tranquilo, feliz, una paz profunda inunda su corazón. Esta visita tan peligrosa, para algunos un verdadero riesgo, se convierte en un éxito extraordinario. Las autoridades y el pueblo turco aprecian la figura de Benedicto xvi; los periódicos incluso hablan de una figura «simpática». Y, sin embargo, su línea no ha cambiado: Ratzinger no vuelve sobre las declaraciones que suscitaron tanto escándalo, pero ahora 284


tiene la oportunidad de aclarar mejor lo que piensa. La tormenta de Ratisbona parece haber quedado lejos. La crisis se ha cerrado, aunque tal vez haya algo más. Como explica el portavoz vaticano: «Creo que hemos ido mucho más allá. Es más, se puede decir que el discurso de Ratisbona ha dado un fruto positivo, ha obligado a retomar con seriedad el diálogo entre cristianos y musulmanes, posibilitando explicaciones importantes tanto de una parte como de la otra»3. Es el signo de aquella voluntad de diálogo que el Papa ha querido manifestar precisamente con este viaje. «A menudo se me pregunta cómo se explica el éxito de un viaje que muchos veían como un desastre. Está claro que todos han puesto de su parte, empezando por el propio Benedicto xvi. Me causó admiración su constante serenidad, pero sobre todo el sentido de la medida que le ayudó en todo el recorrido. Dio prueba de una virtud (en el sentido total del término) que caracteriza a la Iglesia romana, la discretio, la sobriedad en las palabras y en los gestos: fue muy importante para limar asperezas y hacer desaparecer los prejuicios»4.

3 A. Bobbio, Il cuore a Istanbul, en Famiglia Cristiana (10 de diciembre 2006), (<http://www.stpauls.it/fc06/0650fc/0650fc26.htm>, consultado el 20 de noviembre de 2017). 4 R. Etchegaray, Sulle tracce di Benedetto XVI in Turchia, a.c.

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25 El Papa reformador Resuelto y coherente en su gobierno magisterial, el papa Benedicto también se muestra decidido a la hora de poner en práctica algunas grandes reformas, como la que pretende adecuar el ior ‒«Instituto para las Obras de Religión», conocido también como la «banca vaticana», que se ha convertido en una especie de «paraíso fiscal» y centro de clamorosos escándalos‒, a los estándares de transparencia del sistema financiero internacional; y también pretende establecer las normas para hacer frente a la pedofilia en la Iglesia. Fue especialmente eficaz el trabajo llevado a cabo con anterioridad ‒cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe‒ contra los abusos a menores, promoviendo nuevas leyes canónicas, y también durante el pontificado: con el papa Benedicto, la atención hacia las víctimas de los abusos se convierte en algo prioritario: en la memoria de todo el mundo, han quedado los encuentros con las víctimas durante el viaje a los Estados Unidos (en la nunciatura de Washington, el 17 de abril de 2008), el encuentro con las víctimas en Australia (en 2008), en Malta y en Inglaterra (2010). Particularmente grave es el caso de Irlanda, donde la pedofilia parece haber alcanzado dimensiones pandémicas, con miles de abusos, a lo largo de las últimas décadas, en los institutos de formación llevados por órdenes religiosas, 325


documentados en el Informe Ryan (20 de mayo de 2009), en el Informe Murphy (26 de noviembre de 2009) y, más tarde, también por el Cloyne report (de julio de 2011). En junio de 2009, Benedicto xvi habla expresamente de este problema en la Carta para la convocación del Año Sacerdotal. El punto más alto de la obra reformadora del pontífice se alcanza el 19 de marzo de 2010, cuando Benedicto xvi firma la carta pastoral a los católicos irlandeses: hablando en primera persona, Ratzinger muestra su consternación por lo sucedido y expresa juicios particularmente duros contra los responsables de los abusos y contra los que los han ocultado. Se trata de una durísima crítica del sistemático ocultamiento que pretendía enterrar los sucesos, y que fue llevado a cabo por los obispos, a los que ahora se pide que denuncien los abusos ante el poder judicial. «No se puede negar que algunos de vosotros y de vuestros predecesores habéis fallado, a veces gravemente, a la hora de aplicar las normas, codificadas desde hace largo tiempo, del derecho canónico sobre los delitos de abusos de niños. Se han cometido graves errores en la respuesta a las acusaciones. […] Además de aplicar plenamente las normas del derecho canónico concernientes a los casos de abusos de niños, seguid cooperando con las autoridades civiles en el ámbito de su competencia»1. Una carta que el Papa decide escribir «teniendo en cuenta la gravedad de estos delitos y la respuesta a menudo inadecuada que han recibido por parte de las autoridades eclesiásticas de vuestro país»: «Os escribo con 1 Benedicto xvi, Lettera pastorale ai cattolici dell’Irlanda (19 de marzo de 2010). [Cita por la versión en castellano: Carta pastoral del Santo Padre Benedicto xvi a los católicos de Irlanda; puede verse en: <http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/ letters/2010/documents/hf_ben-xvi_let_20100319_church-ireland.html >, consultado el 1 de diciembre de 2017].

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gran preocupación como Pastor de la Iglesia universal. Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre el abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los afrontaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda»2. El papa Benedicto experimenta «vergüenza» y «remordimiento», anuncia inspecciones en los seminarios y en las congregaciones de algunas diócesis, promueve una purificación e invoca el renacimiento de la Iglesia en Irlanda; entona claramente su mea culpa por los «procedimientos inadecuados para determinar la idoneidad de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa», y la «insuficiente formación humana, moral, intelectual y espiritual en los seminarios y noviciados». Lo que más peso ha cargado sobre toda esta cuestión ha sido, también, «una preocupación fuera de lugar por el buen nombre de la Iglesia y por evitar escándalos, cuyo resultado fue la falta de aplicación de las penas canónicas en vigor y la falta de tutela de la dignidad de cada persona»3. Una postura ciertamente revolucionaria, la de Ratzinger, que invierte el rumbo de una Iglesia acostumbrada a una cultura del silencio y del encubrimiento, donde muy a menudo las autoridades eclesiásticas optaban por alejar a las víctimas para cubrir a los responsables de los abusos y lo silenciaban todo para evitar escándalos 2 Benedicto xvi, Lettera pastorale ai cattolici dell’Irlanda, íbid. 3 Benedicto xvi, Lettera pastorale ai cattolici dell’Irlanda, íbid.

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que pudieran dañar «el buen nombre de la Iglesia». Un proceso valiente y determinado, pero que no es capaz de invertir ‒a corto plazo‒ el dramático divorcio entre el «católico» pueblo irlandés y las autoridades eclesiásticas, en las que muchos fieles han dejado de reconocerse. Los abusos a menores tuvieron graves consecuencias no solo para las víctimas, sino que también «han oscurecido la luz del Evangelio como no lo habían logrado ni siquiera siglos de persecución», afirma el Papa. Un indicio significativo del impulso reformador es también la apertura de un espacio en el portal web del Vaticano ‒con un enlace, sin texto, en la página principal‒ que recoge gran número de documentos, declaraciones oficiales y artículos sobre las decisiones y actuaciones del pontífice y de la Santa Sede a lo largo de los años4. A pesar de los durísimos ataques de la prensa internacional, de las críticas de los que pretendían cubrir de sombras la acción educativa de la Iglesia, el trabajo de los religiosos en los oratorios y centros juveniles, en los colegios católicos, el papa Ratzinger no claudica ni abandona su línea de «tolerancia cero» e impone a la Iglesia el deber de transparencia y rigor, sin atender a cuantos, entre los eclesiásticos, preferirían «hacer piña» y enfrentarse con los adversarios externos. En los años 2011-2012, Benedicto xvi devuelve al estado laical a cerca de cuatrocientos sacerdotes acusados de acosar a menores. El principal mérito del papa Ratzinger –afirma Andrea Tornielli– es «haber mirado 4 Pontificia Commissione per la Tutela dei Minori, Abuso sui minori. La risposta della Chiesa (<http://www.vatican.va/resources/index_it.htm>). [En castellano: Comisión Pontificia para la Tutela de Menores, Abusos contra menores. La respuesta de la Iglesia; <http://www.vatican.va/resources/index_sp.htm >, enlaces consultados el 1 de diciembre de 2017].

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lo esencial y haber tenido el valor de mostrar el rostro de una Iglesia humilde y penitencial, afirmando con valentía que el ataque más fuerte contra la propia Iglesia no provenía de grupos de presión externos, sino del pecado que había en su interior. Palabras que no han tenido un particular éxito entre los que se autodenominaban “ratzingerianos”». Un caso emblemático de la fractura que se abre entre las distintas sensibilidades de la Iglesia, entre el viejo modo de sentir y el nuevo estilo ratzingeriano, viene representado por el choque acerca del caso Groër, que enfrenta –como en un ring– a dos «pesos pesados» de la Iglesia. Un enfrentamiento que Ratzinger trata de arreglar parando con decisión lo que, hacia fuera, se presenta como un ajuste de cuentas. El enfrentamiento Schönborn-Sodano Será el brillante e indomable alumno de Ratzinger, el arzobispo de Viena Christoph Schönborn el que inicia las hostilidades, atacando al cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio cardenalicio. Ratzinger es amigo de Schönborn, al que aprecia y estima, aunque no siempre comparta sus argumentaciones. El caso estalla en el annus horribilis de los escándalos de pedofilia, con el Vaticano como objetivo de los ataques de la prensa internacional: el 4 de abril de 2010, día de Pascua, durante la celebración en la plaza de San Pedro, el decano ‒rompiendo el protocolo‒, en un saludo expresa su solidaridad con Benedicto xvi, pero emplea el término «habladurías» (chiacchiericcio), precisamente en el periodo más turbulento para la Iglesia, acusada de haber dado cobertura a los pedófilos. 329


Índice Presentación.............................................................. 5 Introducción.............................................................. 9 Prólogo...................................................................... 17 1 Las raíces de Joseph............................................. 31 2 El camino de la familia Ratzinger y el anticristo nazi................................................ 41 3 Una nueva vida como seminarista y como sacerdote.................................................. 61 4 De una habilitación discutida al prestigio académico.......................................... 79 5 La fe de Baviera................................................... 89 6 El imparable ascenso del joven profesor.............. 95 7 El entendimiento con el cardenal Frings y el Concilio Vaticano ii....................................... 101 8 El terremoto del 68............................................... 121 9 Arzobispo de Múnich y Frisinga.......................... 145 10 La sombra del Santo Oficio.................................. 153 11 El caso Maciel y el escándalo de los abusos........ 181 12 La enfermedad de Wojtyla................................... 195 13 Los inicios del pontificado................................... 229 14 El programa espiritual de Benedicto.................... 233 509


15 El diálogo con los alejados................................... 239 16 El diálogo entre razón y fe................................... 245 17 El pontificado echa a andar.................................. 255 18 La Lectio magistralis de Ratisbona...................... 267 19 Benedicto y el Sultán........................................... 281 20 La sorpresa de la Francia laica ............................ 287 21 En la tierra de Tomás Moro.................................. 295 22 El discurso en el Bundestag................................. 301 23 El futuro de la vieja Europa................................. 311 24 Los «principios no negociables» y los «marxistas ratzingerianos».......................... 317 25 El Papa reformador.............................................. 325 26 Lo primero, la liturgia: una «restauración innovadora»............................ 337 27 «Con el IOR debemos ser ejemplares»................ 349 28 La esperanza del Papa teólogo............................. 361 29 Una nueva ecología del ser humano..................... 369 30 La profesión de fe del «Papa profesor»................ 377 31 Levantamiento de la excomunión a los lefebvrianosy el diálogo con los cristianos separados de Roma.................. 383 32 Peregrino en Tierra Santa..................................... 419 33 La especial relación con los judíos....................... 431 34 El duro y cansado camino del Papa...................... 441 35 El crepúsculo y sus síntomas................................ 451

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36 Las últimas estaciones del Vía crucis de Benedicto.................................. 457 37 Ratzinger «sube al monte»................................... 471 Cronología de la vida de Benedicto xvi.................... 483 Bibliografía............................................................... 491 Índice de nombres..................................................... 503

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