Cerca de ti, Señor

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Alejandro Fernández Barrajón

Cerca de ti, Señor


Introducción La primera vez que escuché este himno, con su clásica melodía, algo se estremeció dentro de mí, no solo por su preciosa música sino, sobre todo, por la belleza de su letra y la profundidad que encierra. Es un canto de fe a la Vida y a la esperanza más allá de la vida. Una amiga que tengo, ya octogenaria, Bárbara, me ha dicho que tengo que escribir pronto este libro, porque ella quiere leerlo y meditarlo antes de marcharse a la casa del Padre. Hay muchas historias y leyendas que rodean este himno-canción, y todas ellas aportan un refuerzo para hacerla más interesante y digna de una reflexión. Como yo he decidido escribir solo de lo que sale de mi corazón, he pensado que no podía dejar de escribir algo sobre ella porque, en verdad, esta canción me ha tocado el corazón y me conmueve cada vez que la oigo y, además, es un deseo de mi amiga Bárbara.

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Es un himno muy conocido porque dicen que lo tocaba la banda de música del famoso barco Titanic, cuando este se estaba hundiendo, como despedida, oración y deseos de ponerse en manos de Dios en el cruel momento en que el mar amenazante, helado y en plena noche, era el único destino posible. Yo he tenido esta misma sensación de abandono en manos de Dios, cuando la vida se me escapaba entre las manos y nadie, sino Dios y la pericia de mis neurólogos, podía asegurarme un salvavidas para no hundirme definitivamente. Este instante del naufragio del famoso barco, al que consideraban imposible de hundirse, lo recreó muy bien el director James Cameron en la película Titanic, ganadora de 11 óscars, y que interpretaron Kate Winslet y Leonardo di Caprio, Bill Paxton y Gloria Stuart. Es, por descontado, un momento de gran emoción escuchar esta melodía cuando la tragedia se avecina con una fuerza arrolladora. La banda, impasible ante aquella situación, toca la melodía, por orden de su director, mientras los pasajeros van siendo evacuados en la medida de las posibilidades, que son escasas, y el barco se va hundiendo lentamente en las gélidas aguas del mar. Es una escena de pañuelos y lágrimas disimuladas, 10


para quien sabe que ese himno es una oración de entrega al Dios de la vida, una despedida y la esperanza de un encuentro anhelado. El Titanic se hundió a los cuatro días de zarpar, en las aguas congeladas de Terranova, en el Atlántico norte, la noche del 14 al 15 de abril del año 1912, como consecuencia del impacto con un iceberg. Cubría por vez primera el trayecto entre Southampton, en el Reino Unido, y Nueva York (Estados Unidos). Y era, hasta entonces, el barco más grande y «perfecto» del mundo. Las víctimas fueron 1514 y solo se salvaron 709 personas para contarlo. El barco estaba construido con tal multitud de detalles y aplicando las últimas técnicas conocidas en navegación, que algún ingenuo llegó a afirmar en una actitud desafiante: Este barco no lo hunde ni Dios. El barco era, además del más grande construido hasta el momento, lo último en novedad y tecnología. Tenía su propio periódico a bordo, con las informaciones más actuales de la alta sociedad 11


y un diario con la información más actualizada, donde figuraba incluso el menú y las informaciones de bolsa para los inversores. El barco había zarpado con un tiempo ideal y solo hubo un contratiempo: un pequeño incendio en las bodegas, donde se guardaba el carbón, al que no dieron demasiada importancia y que fue sofocado en el choque con el iceberg. Viajaban en el barco nueve perros de los que solo se salvaron dos, un pomerania y un pequinés. Sin embargo, a pesar del lujo, los que iban en tercera clase, unas 700 personas, solo disponían de dos cuartos de baño que tenían que compartir. Era un barco correo que transportaba cartas, unos siete millones, y otros envíos en más de tres mil sacos. No se ha podido rescatar ninguna de ellas. El himno, en inglés, que es su lengua original, Nearer, my God, to Thee, significa Más cerca, mi Dios, de ti o Cerca de ti, Señor. Fue escrito por la actriz inglesa Sarah Flower Adams (1805-1848) y se inspiró en un pasaje de la sagrada Escritura, que recoge el encuentro o la lucha de Jacob con el ángel.

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Sarah Flower Adams escribía y componía himnos para la Iglesia Unitaria. Esta Iglesia es una rama protestante que sostiene que Jesús no es el mismo Dios, sino un hombre que Dios ha creado. Es, pues, opuesta a la doctrina de la Trinidad y de la unicidad de Dios. Dios no es uno y trino para la Iglesia protestante Unitaria. Hoy me ha llegado un vídeo por watsapp, de esos que corren por las redes y van pasando de unos a otros, en una cadena interminable, con la interpretación de este himno por una gran orquesta, ante miles de personas que cantan. Muchos espectadores aparecen sacando sus pañuelos, incapaces de contener la emoción, y otros mueven sus labios porque están cantando, por lo bajo, el himno, que es ya tan popular, al ritmo de la orquesta. Eriza la piel y dan ganas de enviarla enseguida a todos tus contactos amigos, para que también ellos puedan disfrutar de este momento. Eso mismo es lo que he hecho yo de inmediato. Otra curiosidad, unida a este himno, es la que cuentan las anécdotas históricas: El violín, con el que el músico y director, Wallace Hartley (1878-1912), tocó la melodía en el Titanic, con sus seis compañeros de orquesta, 14


antes de hundirse, apareció en el fondo del mar, dentro de su estuche y atado a su cuerpo, cuando ya se había dado por perdido y sin esperanza alguna de encontrarlo. Había sido un regalo de su prometida, como pudo apreciarse en la inscripción que llevaba grabada en la parte de atrás: Para Wally, con motivo de nuestro compromiso. El músico, cuando vio que se avecinaba el final, quiso atar a su cuerpo el violín que le había regalado su amada, como señal de amor eterno hacia ella. Un matrimonio que nunca llegaría a celebrarse y que estaba previsto a la vuelta del Titanic. El violín se encontraba en buen estado, aunque solo con dos cuerdas. Parece que el director no dejó de tocar ni un solo instante hasta que el mar lo engulló, para crear un ambiente de serenidad entre todos los pasajeros. Algo que, de ser cierto, nos hablaría de un hombre de una altura humana extraordinaria. Pues bien, este violín fue subastado para conseguir dinero por él, como lo hacen muchos seres humanos con todo cuanto cae en sus manos, incluso con aquello que recuerda una de las mayores desgracias de la navegación: fue adquirido por cerca de un millón de euros. Aquí está la letra del himno para que, antes de reflexionar sobre él, podamos leerlo serenamente, 15


sin prisas, sin prejuicios, con el corazón abierto a la novedad de cuanto pueda decirnos. Y seguro que nos lo dirá: Cerca de ti, Señor, yo quiero estar; tu grande y tierno amor quiero gozar. Llena mi pobre ser, limpia mi corazón, hazme tu rostro ver en la aflicción. Mi pobre corazón inquieto está, por esta vida voy buscando paz, mas solo Tú, Señor, la paz me puedes dar; cerca de ti, Señor, yo quiero estar. Pasos inciertos doy, el sol se va: mas si contigo estoy, no temo ya. Himnos de gratitud, ferviente cantaré y fiel a ti, Señor, siempre seré. Día feliz veré, creyendo en ti, en que yo habitaré cerca de ti. Mi voz alabará tu dulce nombre allí y mi alma gozará cerca de ti.

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1 Cerca de ti, Señor, yo quiero estar Esta actitud es una verdadera decisión creyente, de alguien que busca la verdad y quiere acercarse a ella. Y sabe que la verdad solo está y puede estar en Dios, en el Señor de la vida y de la historia. Vamos caminando por la vida, arrastrando en ocasiones los pies, sin seguridades, sin conocer bien el horizonte, entre fríos extremos y fuegos, azotados por las olas encrespadas de las ideologías, entre persecuciones e incomprensiones, amenazados por las tormentas y las nieblas. Así voy yo, borracho melancólico, guitarrista lunático, poeta, y pobre hombre en sueños, siempre buscando a Dios entre la niebla (A. Machado).

El gran deseo del hombre es estar cerca de Dios, encontrar el sentido de su vida, el origen y el final de sus días, sus raíces y sus ramas. Hay en nosotros un deseo inmenso de eternidad. Es una 19


angustia caminar sin saber por qué ni para qué, de vivir sin ideales y sin valores. Ya hablaban los existencialistas de náusea y angustia. El existencialismo ateo es hijo de Francia y está representado, sobre todo, por Jean Paul Sartre y Albert Camus. Ya antes habían existido intentos en Europa con Kierkegaard y Schopenhauer. Sartre es expresión de un existencialismo ateo, Camus lo es de un existencialismo humano. Con Sartre no hay esperanza alguna: Aún cuando Dios existiera nada cambiaría ‒dice él‒. Al hombre no puede salvarle ni siquiera una prueba verdadera de la existencia de Dios. Albert Camus denuncia, más bien, el sentido de totalidad del ser humano: Ningún hombre es libre y señor de su vida. No es el centro de nada y menos de sí mismo. El hombre sin Dios es un solitario sin amo. Por suerte es una gracia vivir en la esperanza y en el gozo de sentirnos amados eternamente. Estamos hechos para conectar con la divinidad, para descansar en ella y abandonarnos para siempre: Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti (san Agustín). Estar cerca de Dios se ha convertido en uno de los grandes deseos y retos de la vida desde 20


siempre, porque junto a Dios nos sentimos regados, florecidos, llenos de vida y de plenitud: Dichoso el hombre que en la ley del Señor pone su amor y en ella medita noche y día. Es como un árbol a orillas del arroyo, que da el fruto a su tiempo, cuyas hojas no se marchitan nunca; en todo lo que hace sale bien (Sal 1,1-3). Para estar más cerca de Dios tenemos un camino muy sencillo y seguro: la oración, ponerse de rodillas ante Él y descalzarse como Moisés en el Horeb; en su presencia nos aseguramos una serenidad y una paz que nos transforma la vida y la hace más suya. ¿Qué tendrá la oración que remansa el corazón y nos hace sentir que no estamos solos cuando nos visitan las mayores desgracias? Si no conseguimos llevar con paz las adversidades que nos acechan es porque no rezamos o no sabemos rezar. En toda la sagrada Escritura se nos dice que los hombres de Dios cultivaron la oración y, por eso, fueron capaces de grandes empresas. En el fondo les movía el profundo deseo de estar cerca de Dios: Abrahán, Moisés, Isaac, Jacob, Josué, David… Y así una larga hilera hasta Jesucristo. Cuando nos falta la oración sincera acabamos por ser odres vacíos, como dice el profeta Jeremías (2,13): Doble iniquidad ha cometido mi 21


pueblo: me han abandonado a mí, la fuente de agua viva para excavarse aljibes, aljibes agrietados, que no retienen agua. Estamos construyendo cisternas vacías, proyectos de vida donde Dios no ocupa ningún lugar y este no es el camino de los escogidos. ¿Qué podemos esperar sino dar agrazones? Estamos en un tiempo de sequía de oración y, por eso, vivimos este tiempo de encrucijada y desánimo creciente, de deserción de las filas de Dios. No cultivamos la cercanía con Él. Nos hemos subido en la barca de la autosuficiencia, en el Titanic de nuestros días y tenemos el peligro real de impactar con el iceberg de nuestra mediocridad, siempre al acecho. ¿Cuándo vemos a la Iglesia descalza, de rodillas y orante? ¿Cuándo nos despojamos en la presencia de Dios para poner delante de Él lo que somos y tenemos? Un primer diagnóstico de nuestra falta de cercanía de Dios puede ser la falta de oración. Oremos y cantemos «Cerca de ti, Señor, yo quiero estar».

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¿Por qué los primeros discípulos, hombres ignorantes y sin cultura, llegaron a impresionar a sus coetáneos? Porque perseveraban en la oración en común junto con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos (He 1,14). Recuerdo que, cuando era un niño, tenía un deseo profundo de estar cerca de Dios. No sabía cómo debía hacerlo, ni qué significaba eso exactamente, pero cada vez que subía a lo alto de los montes con mis cabras, sobre todo en la madrugada, y se abría ante mí un horizonte iluminado que culminaba con un hermoso amanecer, brotaba en mí un deseo creciente de estar cerca de Quien era el autor de ese bello panorama. Yo sabía que solo Dios podía hacer algo tan bello. Y ese deseo de estar cerca de Dios me fue acercando a Él de manera paulatina, como si un imán me arrastrara suavemente hacia Él. ¡Cuántas veces recé y canté en lo alto del monte, donde solo me escuchaban mis cabras; cánticos cuya letra yo mismo componía según los sentimientos de mi corazón! Me hubiera dado una inmensa vergüenza cantar y decir aquellas cosas que se me ocurrían donde alguien pudiera oírme. Solo quería cantarlas para Él y sabía, con toda seguridad, que

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Él las escuchaba y le agradaban. Era mi oración más sentida y vivida de todo el día. Sí, Señor, yo quería estar cerca de ti y hoy, después de tantas luchas, tareas, fatigas y dolores, quiero seguir estando todavía cerca. Porque he sentido, en momentos de mucha dificultad y de noches de pecado, que Él también ha querido estar cerca de mí y no me ha dejado abandonado en la orilla del camino ni un solo momento, aunque a mí me lo pareciera. Mientras escribía esto me ha llegado un correo con un comentario de un amigo que me dice: Hoy he escuchado por la radio que una compañía inglesa ha hallado en el sur de África un diamante de 900 quilates. Se trata del quinto diamante, por tamaño y pureza, encontrado hasta el momento en África, el continente más pobre de la tierra. He pensado que así es el amor de Dios, como una gema preciosa que se encuentra en la más profunda oscuridad de la tristeza, en el barro del desamparo y en el alma pobre y abandonado en el fondo del hombre que, como el continente africano, es ignorado, herido y maltratado por el mundo.

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Y es que cuanto más oscuros y difíciles son nuestros días, allí brilla ese diamante en la simpleza de un alma desnuda, indefensa y herida, pero confiada, para decirnos: «No te agobies, aquí estoy contigo, soy tu diamante más precioso; ese, cuyos quilates no pueden medirse en este mundo, soy yo, no tengas miedo, que te amo» (Mario Robledo).

Este Mario siempre da en el clavo. Ilumina momentos especiales de la vida con su saber estar a tiempo y a destiempo. Será tal vez la misión de los amigos. Y Mario lo es. La amistad es una lámpara que siempre ilumina cuando todo se apaga.

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5 Mi pobre corazón inquieto está Tal vez haya sido san Agustín, en Las Confesiones, quien más nos haya hecho caer en la cuenta de que el corazón humano es un corazón inquieto. En el capítulo X hay uno de los textos más conocidos y brillantes de Agustín, el incansable buscador de la verdad: ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviera en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti y sentí hambre y sed, me tocaste y me abrasé en tu paz.

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En verdad es un hermoso texto para meditar y sacar conclusiones de gran valor humano y espiritual. No es extraño que la autora del himno, una mujer creyente, sienta que el corazón humano, su propio corazón, es una fuente de inquietud que necesita ser apaciguada y serenada. Esta realidad de ser humanos es algo que nos muestra nuestra debilidad y nos hace caer en la cuenta de lo pequeños que somos: como barro, como hojas secas vapuleadas por el viento furioso del otoño, una pequeñez que está convocada a la grandeza porque Dios así lo ha querido, Él que es grande y glorioso por los siglos, eternamente. ¿Cómo podremos calmar esta inquietud que llevamos dentro y que nos acompaña permanentemente? Solo Dios puede calmar, en plenitud, el corazón inquieto de los seres humanos. Yo también soy un hombre inquieto; a veces demasiado inquieto. He sido un buscador constante y no he dejado nunca de hacerme mil y una preguntas. Y así sigo. Sobre todo me inquieta sobremanera el tema del mal y del dolor humano; de esta vulnerabilidad extrema que nos acompaña. 50


Cuando hablo con la gente de temas de fe, siempre aparece la misma cuestión: el Dios bueno y el dolor humano. Y no hay respuesta convincente que pueda asegurarnos la paz, fuera de la fe. El dolor es un misterio, el mal es un misterio; lo ha sido siempre. Y en ese misterio está oculto el mismo misterio de un Dios amor que pasa por la prueba del dolor. Me he encontrado a lo largo de la vida con gente de corazón muy inquieto, con buscadores e insatisfechos de todo, que buscan una razón a todo lo irracional. Nuestra fe es razonable pero nunca racional. Considero que el que busca a Dios de buena voluntad lo encuentra, pero para eso hay que desasirse y desmontarse. Estamos construidos a base de argamasas de ideologías y dictaduras de opinión, y nos cuesta abrirnos ingenuamente al descampado de la ideología y de la vida. Y solo así, despojados, desnudos de nuestros saberes y seguridades, podemos acceder al Dios desnudo y despojado de Belén y del Calvario. Siempre nos interpela la paradoja. Para acceder al Dios inmenso y todopoderoso tenemos que calzarnos las sandalias de la sencillez y de la humildad.

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Desde la nada hacia el todo. Desde la debilidad a la fortaleza. He sentido esta fortaleza divina, sobre todo, en mi debilidad, cuando no podía andar sin ayuda, ni asearme, ni vestirme, cuando era un ser dependiente total; sentía que Dios no me había abandonado todavía, porque permanecía en mí un deseo ardiente de superación y de ganas de vivir. Nunca tiré la toalla a pesar de ser un despojo humano. Sin andar, sin poder hablar correctamente, con grandes lagunas en mi memoria, amenazado por las alucinaciones y la epilepsia… yo seguía confiando en Dios y sabía que Él aún confiaba en mí, contra toda evidencia. En mi debilidad estaba escondida mi fortaleza y en mi falta de seguridad estaba mi fe como guardiana en medio de la noche oscura. ¡Qué pobre es nuestro corazón! ¡Qué vulnerables somos! ¡Qué debilidad nos acecha! En esa debilidad encontramos la fortaleza de Dios y la seguridad de que no estamos solos. Este es el milagro de la fe. Y cuando vivimos esta noche de la debilidad siempre vienen a nosotros las palabras de Jesús, 52


para que no desmayemos: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera (Mt 11,28.30). Y nos invade una inmensa paz. Mari Nieves ha sido una buena amiga mía. Mujer comprometida en la parroquia, incansable luchadora por los pobres en su compromiso contra el hambre en el mundo. Su fe era tan grande que cada día meditaba la Palabra y hacía suyo el salmo 23, el del buen Pastor. «Ese salmo ‒me decía‒ me devuelve la paz cuando me siento turbada e inquieta. Pensar que Jesús es mi buen pastor y que me acompaña por cañadas oscuras, me da una paz inmensa». Hace unos días Nieves nos ha dejado. Su edad era muy avanzada y estaba ya convocada a la casa del Padre. Pues aun después de muerta nos ha edificado a toda la comunidad parroquial con sus decisiones tomadas antes de su muerte: había preparado toda la liturgia de su paso a la casa del Padre y allí estaba escogido el salmo 23, que había que cantar por expreso deseo de ella en su funeral.

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Índice Introducción................................................... 9 1. Cerca de ti, Señor, yo quiero estar............. 19 2. Tu grande y tierno amor quiero gozar........ 27 3. Llena mi pobre ser, limpia mi corazón...... 35 4. Hazme tu rostro ver en la aflicción............ 41 5. Mi pobre corazón inquieto está.................. 49 6. Por esta vida voy buscando paz................. 55 7. Mas solo tú, Señor, la paz me puedes dar.................................. 61 8. Cerca de ti, Señor, yo quiero estar............. 81 9. Pasos inciertos doy, el sol se va................. 89 10. Mas si contigo estoy, no temo ya............. 95 11. Himnos de gratitud ferviente cantaré....... 103 12. Y fiel a ti, Señor, siempre seré................. 109 13. Día feliz veré creyendo en ti.................... 117 14. En que yo habitaré cerca de ti.................. 125 15. Mi voz alabará tu dulce nombre allí........ 135 16. Y mi alma gozará cerca de ti.................... 143

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