Mª Victoria Romero Hidalgo
Diálogos de encuentro
Prólogo Después de su primer libro, «Reflexiones desde el silencio» (Paulinas, 2016), Mª Victoria Romero nos sorprende ahora con esta segunda obra, «Diálogos de encuentro». Aunque la sorpresa es relativa, pues confiábamos que fuera el primero pero que no sería el último. El título con el que ha bautizado este segundo libro, en sí mismo, ya contiene dos palabras muy necesarias hoy día, en los tiempos que nos han tocado vivir: diálogo y encuentro. Para dialogar hace falta primero encontrarse con alguien, salir de nosotros mismos, de nuestra individualidad y seguridad, y para que resulte un auténtico encuentro tiene que haber diálogo sincero, desde lo profundo, desde lo verdadero, desde lo que realmente somos, dejando a un lado los prejuicios y las etiquetas que tanto nos gusta poner a todos. Una vez más, y como no podía ser de otra forma para los que la conocemos desde hace ya años, desde aquel primer encuentro que unió nuestras vidas, Mª Victoria comparte en este 7
libro una letanía de «palabras con raíz», es decir, palabras que se apoyan en hechos, que su raíz se fundamenta en la experiencia y vivencia que ella misma ha validado. Además, añade al final de cada momento reflexivo una propuesta de diálogo: en el encuentro con uno mismo, en el encuentro con la Palabra, y en el encuentro con Dios mediante la oración personal. Es un ofrecimiento, el que nos hace la autora, aparentemente sencillo pero a la vez cargado de hondura, que requiere de la valentía del lector, para dar un paso hacia este encuentro en su triple dimensión. Se percibe aquí una progresión en su escritura, un salto cualitativo, al incluir, además de la dimensión de lectura y ayuda personal, la dimensión grupal. En un tiempo este en el que la soledad es uno de los mayores males que sufren a diario muchas personas, en diferentes circunstancias, por lo que se hacen más apremiantes los encuentros. Los encuentros crean puentes y son generadores de vida. En cambio, lo que está aislado se pudre y muere. Cuando Jesús de Nazaret se encontraba con las personas, especialmente con las más vulnerables, lo que hacía era derribar muros y tender puentes 8
hacia el mal que perjudicaba a la persona, ya fuera algo exterior o interior, y esto siempre generaba una transformación en ella, nueva vida. Esta es la transformación que necesita nuestra sociedad, derribando muros y construyendo puentes, a través de los encuentros que nos propone la autora en este libro, con una mirada interior hacia la vida del pasado, del presente y del futuro. Enhorabuena, Mª Victoria, por saber plasmar con «palabras con raíz» esta transformación que tanto necesitamos, y como nos ha recordado el Papa Francisco que todos «trabajemos para construir una verdadera cultura del encuentro que venza la cultura de la indiferencia». Paqui Oviedo Enero 2018
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Momento 2: El hombre que cambió la historia Descubrir que el vacío que tenemos en el corazón, la sed de felicidad, de vida, no podemos colmarla nosotros, es adentrarnos en el principio de la realidad. La de verdad, no la que hemos inventado. Y esto es una decisión trascendental porque, si soy consciente de que la mentira nos persigue, y que tendemos a la autocomplacencia, habré empezado a despertar. Esta inquietud me pone en marcha. Hay algo, o mejor, Alguien, que puede colmar mis carencias, mis necesidades, mis deseos. Que me saca de la mediocridad y me propone una vida en otras claves. Vuelvo a decir que no es una decisión fácil, pero resulta vital. Y se inicia un camino, sobre todo de apertura. No se trata de encontrar sucesos espectaculares o acontecimientos deslumbrantes. Todo consiste en vivir. Atento a lo que pasa a nuestro alrededor. A las personas, las situaciones, 33
las invitaciones, las palabras y las obras. Despertar la sensibilidad. Mirar la realidad de manera penetrante, sin quedarse en lo superficial o anecdótico. Mirar más adentro, más arriba, a nuestro alrededor, más allá. Y en esa apertura podemos encontrarnos con Alguien. Esto no es una posibilidad. Es una certeza. Quienes tenemos experiencia podemos afirmarlo. El Señor no está en un planeta lejano. Ni está esperando que hagamos una escalera para llegar al Cielo. Dios no se ha hecho esperar. Al contrario, se ha hecho criatura. Se ha introducido en la humanidad. Ha entrado a formar parte de la historia. Y desde dentro la ha cambiado. La iniciativa es suya. Solo podemos llegar a Él porque Él antes llegó a nosotros. Jesús no fue un personaje fantástico. Un avatar. O un dios mítico. Jesús fue ante todo y, sobre todo, un hombre. Asumió nuestra humanidad porque solo desde nuestra carne se puede hablar el mismo lenguaje. El dolor, el sufrimiento, la muerte, no fueron una anécdota en su vida. Fueron la realidad que se siente y por la que se pasa. Y porque fue un hombre real, concreto, de verdad, puede entendernos desde dentro de nuestra vida. Se ha quedado en medio de nuestra realidad, 34
para que sigamos encontrándonos con Él por la fuerza del Espíritu. Solos no podemos. El Único deseo de Jesús es saciar nuestros deseos de vida, de felicidad, de plenitud. Llenar nuestros vacíos. Darnos Todo. Y sus formas son sencillas, discretas. Entra en nuestra cotidianidad. No busca convencer, ni crear adeptos. No viene a romper nada, sino a transformarlo todo. Y las palabras son pocas, por eso es difícil explicarlas. Sencillamente llega, mira, invita y el corazón se ve atrapado por una fuerza imparable. No sabemos qué pasa, solo que algo acontece. Son esas razones que únicamente el corazón conoce y que la mente no llega a alcanzar. Es esa circunstancia, esa persona, esa palabra, ese momento que abre un horizonte diferente. Y algo entra con fuerza, o se despierta y nos agita. Y la realidad ya no es lo que estábamos viendo. Es mucho más profunda, más plena. Ha llenado el vacío de soledad, de miedo, de insatisfacción. La sed de Infinito se ve saciada. No has hecho nada. Solo permitir que entre y dejarte llevar. El resto es cosa suya. Ese instante se queda impreso en la memoria afectiva. Deja una huella imborrable, que nunca se pierde. Y el mero recuerdo activa todo, como si fuera en este momento cuando vuelve a suceder. Este es verdaderamente el significado del recuerdo: Re-Volver/ Cordis-Corazón. 35
No es un mero concepto. Es una experiencia fundante de vida. Es el principio de algo nuevo. Jesús es el hombre que cambia no solo la historia, sino mi historia. La vida ya nunca volverá a ser la misma. Hay un antes y un después. Y podemos negarlo, cuando sobrevengan momentos de crisis, pero el encuentro fue verdad, porque Dios nunca miente. Y esto lo transforma todo, porque me transforma a mí. No voy a ser la misma persona, y lo que tengo delante tampoco lo voy a ver igual. El Encuentro con Jesucristo no es algo puntual y genérico. Es algo total y concreto. Esto que brota de una experiencia creyente, también es la experiencia más humana. Si pensamos en nuestras experiencias de amor, todo esto se entiende perfectamente. No elegimos de quién nos enamoramos. Quizás, más bien, nos sentimos elegidos. No podemos explicar lo que nos pasa por dentro. Solo podemos acogerlo y lanzarnos a la aventura de lo incierto, pero también de lo apasionante. En mi libro anterior compartía mi experiencia de vocación. La vocación es una forma de amor. Más aún, una historia de amor. Y, en mi caso, lo que empezó hace años, continúa. Y no porque yo sea perseverante, sino porque quiero vivir en 36
fidelidad. La fidelidad no es una decisión, sino una relación. En mi vida, con Dios. Esto no es un acontecimiento puntual, sino un discernimiento de cada día. Un buscar. Un querer descubrir a Dios en todo y en todos. Con el riesgo que conlleva, sin seguridades, sin marcha atrás, y más allá de mis miedos, de mi pobreza, de mi fragilidad. Lo único que le pido es fe en cada instante, en cada momento. Mi nombre me define, pero lo que me da identidad es mi vocación. Yo no sé SER, si no es como aliada. No podría imaginarme otra vida. El Señor no convence de nada, solo seduce. Y a quien es seducido, solo le queda dejarse seducir. Cuanto mayor es la seducción, más grande será el amor que se recibe. Todo es gratis. El texto de la vocación de Jeremías fue algo revelador en mi vida. Me encontré con unas palabras escritas para mí: «Antes de que nacieses...». Desde siempre el Señor pensó en mí. No tengo pruebas ni evidencias. Solo tengo la certeza de la fe. Una confianza que me edifica y en la que encuentro razones cada día. No es fácil de explicar, como no lo son tantas cosas. Y estamos rodeados de situaciones que no podemos explicar, y en las que confiamos.
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Esto que parece una experiencia muy en primera persona, con un estilo muy espiritual, la puedo trasladar a otros contextos. Y, como esta, puedo exponer otras. En unos días cogeré un avión. Me he preocupado de sacar los billetes, de concretar la estancia y también tengo un plan para cuando vuelva. Pero no tengo la certeza de que el avión llegue a su destino, que en la estancia no tenga problemas y que regrese a casa sana y salva. Estamos haciendo ejercicios de fe constantemente. Pero parece que solo se trata de una fe cuestionada, la que tiene que ver con la experiencia. Me resulta muy paradójico, porque la experiencia es la que me da la garantía. El encuentro con el Señor es una certeza en mi vida, porque lo he experimentado. No estoy hablando de nada emocional o sentimental, sino de vida. De esto se pueden crear dudas, cuando quizás es lo que más puedo fundamentar. Esas otras experiencias, que también son de fe, no me hacen dudar cuando las posibilidades de error, me atrevería a decir, pueden ser más grandes porque los seres humanos somos limitados. La fe tiene razones que solo podemos entender desde la experiencia. Esto que escribo es comprensible plenamente por quien ha tenido una historia 38
de encuentro. Y llegamos al encuentro porque otros nos han ayudado a llegar. Con el Señor y con los demás. El Señor no quiso autosuficientes. Ni Él lo fue. Llegamos al encuentro con el Señor porque otros nos han llevado. Y porque, libre y voluntariamente, nos hemos dejado llevar. Nadie nos puede demostrar nada, solo tenemos evidencia cuando nos hemos ido adentrando en la experiencia. La experiencia no es sensiblería. No se trata de que lo sienta con más fuerza, o me emocione por lo que vivo. La experiencia es lo que vivo. La realidad de lo que me sucede, de lo que me acontece, es lo que da significado a mi vida. Lo que la dota de sentido. Y cuanto más voy conociendo a Jesús, más me va seduciendo. El Señor atrapa el corazón. Y cuando Él entra, ya no cabe nada más. La única razón para creer en Dios es... Dios. Y ahí llego después de un proceso de vencer dudas. La duda es buena si está bien orientada. Es importante que desmonte lo que no está bien fundado y le dé solidez a la respuesta y al compromiso de vida. La fe es razonable. Tiene razones. Creo porque me he encontrado con Jesucristo. No te lo puedo demostrar porque es algo personal, pero sí es demostrable porque mi vida tiene un fundamento. 39
Te lo puedo contar, explicar, pero el encuentro es personal. No te voy a convencer, solo te voy a proponer que lo mejor que puedes hacer es dejarte encontrar por Él. Es como lo del avión. Si no has tenido experiencia de ir en avión, mientras no te subas, quizás no creas que se pueda viajar así de bien y de rápido. Si se analiza es posible que te armes de razones para subirte, pero siempre será una decisión personal, en la fe, y porque alguien te ha dicho que es lo mejor y más seguro para llegar más lejos. Nadie te va a empujar a subirte o no subirte en uno. Nadie te puede convencer de que es lo mejor. Solo la experiencia ofrece garantías. Y cuando te subes la primera vez, ves la tierra desde arriba, miras por encima de las nubes, ves el horizonte más cerca; entonces es posible que ya no te vuelvas a plantear otro medio de transporte para grandes distancias. Cuando escribo sobre la experiencia del Encuentro, no estoy pensando en personas consagradas o en sacerdotes. La experiencia del Encuentro es para cualquier ser humano, independientemente de su situación o estado. El Encuentro con el Señor plenifica la vida y todos somos llamados para ser felices. La cuestión es que estemos dispuestos a responder. 40
Propuesta En este momento te invito a recordar momentos de encuentro, que se han quedado grabados en tu memoria. La persona, situación, experiencia, el descubrimiento, la transformación... Recrearte en los detalles de esos encuentros, y disfrutar con el sencillo hecho de traerlos a tu memoria. Valorar la importancia de los encuentros y establecer las claves fundamentales de los mismos. No tiene por qué ser solo uno. Pero los que sean, que provoque el gusto de haber tenido una experiencia única y profunda. Pasaje evangélico (Jn 1,35-51) Al día siguiente, Juan estaba todavía allí con dos de sus discípulos; vio a Jesús, que pasaba, y dijo: «Este es el cordero de Dios». Los dos discípulos lo oyeron y se fueron con Jesús. Jesús se volvió y, al verlos, les dijo: «¿Qué buscáis?». Ellos le dijeron: «Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y lo veréis». Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que había oído a Juan, y se había ido con Jesús. Andrés encontró a su hermano Simón y le dijo: 41
«Hemos encontrado al mesías» (que significa el Cristo). Y se lo presentó a Jesús. Jesús le miró y dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» (que significa piedra). Al día siguiente, Jesús decidió salir para Galilea; encontró a Felipe, y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, patria de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos encontrado a aquel de quien Moisés escribió en la ley y los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José». Natanael respondió: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe contestó: «Ven y verás». Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y dijo de él: «Este es un israelita auténtico, en el que no hay engaño». Natanael le dijo: «¿De qué me conoces?». Jesús le contestó: «Antes que Felipe te llamase, te vi yo, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Rabí, tú eres el hijo de Dios, tú eres el rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores que estas verás». Y añadió: «Os aseguro que veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el hijo del hombre». *** 42
Este texto recoge la llamada de los primeros discípulos. Curiosamente, a los primeros discípulos Juan no les dice que lo sigan. Solo dice quién es Jesús. Y se van detrás de Él. La pasión de Juan al hablar de Él, o la sola presencia de Jesús, activa el encuentro. Los discípulos se sienten atraídos. Jesús se da cuenta que van detrás de Él y se vuelve. La pregunta es nuclear en la vida: ¿Qué buscáis? Somos buscadores de algo importante, grande, significativo, trascendente. El deseo habita en nosotros. Y el Señor lo sabe. Pero ellos no. Le responden con otra pregunta: ¿Dónde vives? Y ahí viene la invitación. Sencillamente: Venid y lo veréis. El Señor no se impone, sino que propone. Siempre la libertad. Y por eso aquel momento fue tan especial. Es el instante fundante. Por eso se recuerda la hora. Es un detalle que llama la atención. El Encuentro con el Señor marca un antes y un después en la vida. Y eso no se olvida nunca. Quienes tenemos la experiencia sabemos que se queda como tatuado en la memoria afectiva. Estos dos discípulos llevarán a los siguientes al encuentro con Jesús. Llegamos siempre por otros. La experiencia transformadora nos lleva a comunicarlo. No podemos callar lo que nos llena la vida. 43
El encuentro de Jesús con Simón es mucho más profundo. Le cambia el nombre. Le va a dar una nueva identidad. Una nueva misión. Después serán Felipe y Natanael. Cómo se va produciendo el encuentro con cada uno de ellos. Todos son diferentes. Cada uno tiene una realidad, pero el Señor no se fija en eso. Los llama desde sus circunstancias. La llamada se da en la cotidianidad. No los saca de su realidad. Es Él quien entra en ella. Es Él quien se acerca. Quien se hace el encontradizo. Quien los ha mirado antes que ellos lo hayan visto. El Señor va por delante. Siempre por delante nuestro. Y su mirada no se detiene en las limitaciones. Va más allá. Él conoce nuestras carencias y, por encima de eso, quiere contar con nosotros. No busca que seamos perfectos, solo que queramos seguirlo. Lo decíamos en el capítulo anterior. Dios no hace selección de personal por las apariencias. Jesús mira el corazón. Y lo conquista. Fueron doce hombres los que siguieron a Uno porque los sedujo, porque les llenó el corazón de plenitud. Y con ellos empezó la historia a cobrar otras dimensiones. Y veintiún siglos más tarde, aquí seguimos. Quizás no haya razones racionales, pero los hechos no se pueden cuestionar.
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Oración Me has seducido y me deje seducir. No entendía nada y con el tiempo comprendí todo. Qué poco importan las razones racionales, me quedo con las razonables. Tú eres mi única razón, porque has llenado mis vacíos, mis miedos, mi vida. No me facilitas nada, porque el dolor llega cuando tiene que llegar, pero contigo lo vivo de otra manera. Me das otra perspectiva. Me muestras otra realidad. Notas personales
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Momento 5: Encuentro concreto A lo largo de la vida nos vamos encontrando con muchas personas. Cada interacción tiene distintos matices. Como ninguna persona es igual, tampoco lo son nuestras relaciones, conversaciones o expresiones. Tampoco valoramos de la misma manera a cada una. Algunas quedarán en nuestra memoria para siempre, otras intentaremos eliminarlas, lamentándonos de haberlas tenido y otras, quizás, se nos olvidaron, porque fueron intranscendentes. Lo cierto es que somos personas de encuentros. No vivimos solos. Somos seres sociales. Todo lo hacemos con otros a lo largo de nuestra vida. Hay encuentros que nos configuran como personas, conforman nuestra vida y nuestro futuro. Pensemos, por ejemplo, en el momento que me presentaron al que sería mi futuro marido o mujer. Como decíamos páginas atrás, seguro que recordamos el sitio, quiénes estaban, cómo fue todo. O 73
cuando tuve en mis brazos por primera vez a mi hijo o hija. Son encuentros determinantes. Cuando conocemos a amigos que hemos conservado desde hace años, también recordamos los encuentros con ellos, sobre todo los más significativos. Nuestra vida está tejida de encuentros. Y también de desencuentros, pero nos quedamos con los primeros. Estos encuentros tienen rasgos propios. Coincidiremos en ellos cuando vayamos comentándolos. Primero, son encuentros de fe. Sí. No me voy a cansar de insistir en este aspecto. Cuando yo elijo a un amigo, lo hago en fe. Hay indicios que me hacen pensar que nos vamos a llevar bien, que puedo tener confianza con él porque no me va a traicionar o me va a dejar tirada, que puedo contar con él o ella... Nuestras amistades se inician con un acto de fe. Nuestras relaciones estables están configuradas desde la fe. En segundo lugar, son encuentros en obediencia. Y esto también lo subrayo porque, desgraciadamente, no siempre se incide en estos temas. Cuando yo quiero que una relación funcione, tengo que sacrificar muchas veces mis intereses. La obediencia está en todas las relaciones, 74
porque si no, no tendríamos entendimiento. Eso sí, unas veces la obediente seré yo y otras deberás de ser tú. La obediencia no es sumisión, ¡cuidado! Es diálogo y entendimiento. En tercer lugar, son encuentros en libertad. Si cuando quiero estar con alguien o alguien decide estar conmigo no hay libertad, tampoco hay encuentro. Es una decisión voluntaria. Nada de coacción. Y donde hay libertad, hay amor. Cuando quiero estar con alguien libremente, brotan los vínculos del cariño, del afecto y del amor. Y esto es algo mutuo. No me estoy refiriendo, evidentemente, a encuentros esporádicos. En cuarto lugar, son encuentros de esperanza. Esto es muy importante. Nuestras relaciones nacen para perdurar. Nadie se plantea una amistad de un rato. Buscamos proyectar esas amistades en un futuro. No pensamos que iniciamos una relación para terminarla enseguida. Luego, pueden pasar cosas que la finalicen, pero en el inicio no hay esa intención. En quinto lugar, son encuentros de pobreza. Esto también sorprende. Cuando establezco una relación con alguien es porque encuentro en esa persona algo que no tengo, y la necesito para crecer. No tiene nada que ver con relaciones interesadas. Compartimos lo que cada uno tenemos, para 75
hacernos ricos en nuestra pobreza. Y este es el mejor tesoro que podemos tener: un buen amigo/a. Podíamos seguir, pero creo que con este avance nos hemos situado para dar un salto. Nuestros encuentros parten de la apertura, de la acogida. Si nos consideráramos satisfechos o autorealizados, no necesitaríamos a nadie. Pero somos imperfectos y limitados. Pensar otra cosa es un engaño. En nuestros encuentros también hay desencuentros que necesitan reparar las heridas que se causan. El perdón es una fuente de salud integral. Como somos limitados nos equivocamos, y también sufrimos la equivocación de otros. Es importante aprender a reconocer que no somos perfectos, y a entender que otros no lo son. En nuestros encuentros se tiene que dar el agradecimiento, porque no merecemos a la otra persona. No hemos hecho nada para conseguirla. Sencillamente, llegó a nuestra vida y la dejamos pasar. Esto que pongo en singular, se puede decir también en plural. Y esto hace que valore su presencia, su palabra, su cercanía, su todo, que me hace ser mejor. En nuestros encuentros tiene que haber un «por favor». Pedir permiso. Es signo de humildad. La vida de quienes me han dejado entrar en la 76
suya, las he visto como terreno sagrado. No soy digna de entrar. Por eso hay que decir muchas veces: permiso. En ocasiones podemos caer en la tentación de querer arreglarlas, queriendo que los demás hagan lo que a mí me parece mejor. No. Lo mejor será para mí. Cada uno tiene que vivir su momento. A mí me toca el regalo de acompañarlo, de decir una palabra, si es oportuna, y de acercar mi hombro. No podemos evitar que las personas que queremos sufran, pero si está en nuestra mano que no lo hagan solas. En nuestros encuentros no bastan nuestras intenciones, nuestras fuerzas. Cada vez voy cayendo más en la cuenta de esto. Soy afortunada por la fe. Nuestros encuentros siempre serán imperfectos, porque solo en el Señor pueden alcanzar perfección. Mi tarea es romper, estropear, desgastar. La suya reparar, afianzar, renovar. Esto sobre todo es muy gráfico en los matrimonios. En las parejas de novios. También en cualquier relación. Estamos juntos para crecer. Y no podemos hacerlo solos. Ni tampoco únicamente con nuestras fuerzas. Cuando en el centro está el Señor, el camino es más llano. No nos miramos tanto a nosotros. Ponemos la mirada en el otro, en la otra. En sus necesidades, en lo que le preocupa. Y si conseguimos descentrarnos de nosotros y 77
centrarnos en Dios, crece nuestra fidelidad. Porque el único que puede dar consistencia a las relaciones es Él. Caminamos siempre juntos/as para algo. Seguimos una meta, un fin: nuestra felicidad. Y como ya dije antes, esto no es una conquista. Es un don. Y entre nosotros tampoco nos lo damos. Nos la regala Él, si caminamos de su mano. Cualquier relación, amistad, pareja, matrimonio no está enfocada a mirarse el uno al otro, sino en mirar en la misma dirección. Hacia un mismo fin. Este es el motor del crecimiento, de la vida. ¿Para qué vivir? Pues para ser felices. Nuestra vida tiene un sentido. Esto no quiere decir que el camino no esté lleno de baches. Forman parte del crecimiento, de la libertad. El encuentro con otros es el medio para que juntos lleguemos al mismo fin. No para que nos quedemos mirándonos en medio del camino. Poner la mirada al frente y acompasar el mismo ritmo, para caminar hacia lo que da sentido a todo: que seamos felices. Esto no es una bonita teoría, ni una filosofía barata. O la vida tiene un buen fundamento y tiene programado el lugar de destino, o nos perderemos por otras rutas que solo nos llevarán a la desilusión, la tristeza y el vacío. 78
Propuesta La propuesta en este capítulo consiste en analizar tus encuentros desde las claves que se exponen en el mismo. Detenerse en lo que hay detrás de cada uno. Los rasgos de las personas que hay en ellos. Te invito a ser muy descriptivo y a profundizar en detalles. Pasaje evangélico (Mt 9,9-13) Al salir de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en la oficina de los impuestos, y le dice: «Sígueme». Y se levantó y le siguió. Estando en su casa a la mesa, muchos publicanos y pecadores vinieron y se pusieron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, decían a los discípulos: «¿Por qué vuestro maestro come con los publicanos y pecadores?». Jesús los oyó y les dijo: «No tienen necesitad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended lo que significa aquello: Misericordia quiero y no sacrificios; yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores». ***
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Índice Prólogo............................................................ 7 Introducción.................................................... 11 Momento 0: Todo empieza con un encuentro............. 15 Momento 1: Y de repente…........................................ 19 Momento 2: El hombre que cambió la historia........... 33 Momento 3: Creer es una forma de conocer................ 47 Momento 4: Libertad obediente.................................. 63 Momento 5: Encuentro concreto................................. 73 Momento 6: Las circunstancias son transcendentales................................ 83 Momento 7: Miseria y Misericordia............................ 91 139
Momento 8: Mi verdad. La verdad............................. 99 Momento 9: Lo valioso en la vida.............................. 105 Momento 10: Encuentros de transformaciĂłn................ 113 Momento 11: Una mirada virginal............................... 119 Momento 12: Mantenernos en los desafĂos.................. 129 ConclusiĂłn.................................................... 137
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