La encíclica de los gestos del Papa Francisco

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LA ENCÍCLICA DE LOS GESTOS DEL PAPA FRANCISCO


Mimmo Muolo

LA ENCÍCLICA DE LOS GESTOS DEL PAPA FRANCISCO


Introducción Los expertos en cuestiones vaticanas suelen formular algún eslogan o buscar alguna etiqueta para catalogar a las diferentes figuras eclesiásticas. Y, como es lógico, tampoco los Papas se libran de esta clasificación; así es como circula por ahí una sentencia que viene a decir, más o menos, lo siguiente: «Juan Pablo ii era un Papa para mirar, Benedicto xvi, un Papa para escuchar, Francisco, un Papa con el que encontrarse». Aunque no siempre haya que creer a pie juntillas clasificaciones como esta, creo poder afirmar que esta frase tiene su parte de verdad y que puede proporcionar un excelente punto de partida para las reflexiones que aquí vamos a desarrollar. El sentido predominante (vista, oído, tacto) con el que se entra en contacto con un personaje público ‒en nuestro caso, con la cabeza de la Iglesia católica‒, también dice mucho de su modo de ser. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que, en el caso de san Juan Pablo ii, ese sentido era la vista. El Papa polaco, es verdad, solía comunicarse no solo con la palabra, sino también con otros códigos «lingüísticos» ‒la gestualidad sobre todo (no se olvide que, de joven, había sido actor)‒; y no es menos cierto que el punto fuerte del profesor Joseph Ratzinger siempre ha sido la palabra, el discurso racional, también después de convertirse en el sucesor de Pedro. Así pues, el sentido mediante el cual uno entraba en relación con él, ha sido principalmente el oído. Un Papa

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para escuchar (y después, para leerlo o, mejor dicho, para «re-leerlo»). Con el papa Francisco, nos encontramos ante un nuevo y significativo cambio. Si es cierto ‒como afirma el axioma del que hemos partido‒ que Francisco es un Papa con el que encontrarse, diríamos entonces que el sentido con el que uno se relaciona mejor con él es el tacto. Ciertamente son muchos, empezando por los enfermos y los que sufren (a los que dedica la mayor parte del tiempo durante las audiencias públicas), los que parecen buscar precisamente el contacto físico con su persona. Como si ansiaran una «transfusión» de las energías positivas, que provienen de este hombre y de su particular modo de relacionarse con los demás. Y no es que no fuera así con sus predecesores. Pero da la sensación de que el papa Bergoglio posee un carisma del todo particular; el encuentro con él se articula, muy a menudo y de manera espontánea, en torno a una serie de gestos que han estado presentes desde los primeros días de su pontificado y que aparecen como totalmente innovadores, dentro de su familiar sencillez. Si encontrarse con alguien significa no solo hablar, sino también adoptar una postura, una actitud que, mediante la semántica del cuerpo, exprese nuestro estado de ánimo, entonces Francisco es realmente un maestro en este arte. Ya son muchos los que afirman que la razón de su éxito ‒éxito más allá incluso de los confines de los círculos eclesiales y eclesiásticos (mejor aún, diríase que ‒en cierto modo‒ especialmente fuera de ellos)‒, reside en que Francisco ha hecho suyos los gestos normales de la vida cotidiana, reivindicándolos también para sí como legítimos. Un Papa que no tiene miedo de mostrarse tal como es, que no oculta sus emociones y sentimientos, 8


que mantiene las amistades del pasado, de cuando era un «simple» cardenal. Un Papa que trata de vivir ‒en la medida en que se le permite al obispo de Roma‒ en una especie de casa de cristal, transparente, en la que todo el mundo pueda verlo y valorarlo por lo que es. El nuevo lenguaje de los gestos Y esta es la razón por la que, en este volumen, se ha optado por analizar el pontificado del primer Papa latinoamericano desde el punto de vista de los gestos. La idea surgió más o menos a mediados de 2015, cuando leí cómo en un encuentro sobre «Comunicación y misericordia» organizado por la Facultad Auxilium y por la Oficina Nacional para las Comunicaciones Sociales de la CEI (Conferencia Episcopal Italiana), sor Maria Antonia Chinello había afirmado que el papa Francisco estaba escribiendo, con su pontificado, una encíclica de los gestos. La imagen que usaba aquella religiosa ‒que he desarrollado principalmente en un artículo publicado en Avvenire‒ era tremendamente sugerente, no solo desde el punto de vista de la creatividad, por así decirlo, «periodística» o «comunicativa». Entre otras cosas, tiene la virtud de despejar el terreno eliminando dos interpretaciones erróneas de esos gestos. La «encíclica» es la forma más elevada del magisterio pontificio. Decir, entonces, que el papa Bergoglio está componiendo con sus gestos una encíclica, es tanto como considerarlos por lo que realmente son: verdaderos actos magisteriales. De modo que estos gestos ya no pueden considerarse, ni desde la categoría interpretativa de la mera «simpatía humana», ni desde la categoría igualmente inadecuada de la «revolución». 9


Francisco no realiza sus gestos, a menudo sorprendentes, solo porque quiera ganarse el favor de la gente y menos aún porque sea un «revolucionario». Por otro lado, esta última categoría tampoco sería precisamente algo nuevo. A su manera, también fueron «revolucionarios» Juan xxiii, el «inventor» del concilio Vaticano ii; el Pablo vi de los viajes y de la renuncia a algunos símbolos del poder papal (la silla gestatoria, la tiara); Juan Pablo i, el de la sonrisa bondadosa y paternal y, más aún, Juan Pablo ii, el de las innumerables innovaciones. Y eso, por no hablar ‒para concluir‒ de la «revolución», tal vez la más sorprendente de todas, a lo largo de la historia: la renuncia de Benedicto xvi. Sin embargo, la encíclica de los gestos tiene una inspiración diferente y por eso hay que leerla de otro modo. Ciertamente, todo nace del realismo de la experiencia pastoral y de la capacidad de escuchar al mundo contemporáneo, situándose al lado de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, al estilo del caminante de Emaús. En este sentido, la encíclica de los gestos es una especie de magisterio en «3D», que llega en tiempo real incluso a aquellos que nunca han leído una encíclica de verdad. Y, por eso, incrementa la eficacia pastoral de las enseñanzas del Papa. Pero hay otro elemento que quisiera poner de relieve. Desde que accedí a la profesión de periodista vaticanista, en un ya lejano 1991, me han ido enseñando que, en el magisterio pontificio, hay una especie de jerarquía de algún modo intangible. En primer lugar, estaban los documentos (encíclicas, exhortaciones apostólicas, cartas pastorales, homilías) y, luego, venía todo lo demás, gestos incluidos. Había una distinción tajante, como entre el blanco y el negro, sin posibilidad de confusión. Por tanto, era algo que había que tener muy en cuenta en el relato 10


periodístico de los acontecimientos papales. La noticia siempre estaba principalmente en lo que se decía (o en lo que no se decía). Lo demás no era sino la excepción «pintoresca», el comportamiento fuera del protocolo que servía, como se dice en la jerga de los cronistas, para dar color a la página o a las imágenes del acontecimiento que se estaba cubriendo. Y no se olvide que estamos hablando de un periodo en el que el Papa era Juan Pablo ii, alguien muy familiarizado ‒como ya se ha apuntado‒ con la gestualidad y con el lenguaje del cuerpo. Baste pensar en aquella ocasión, durante la Jornada Mundial de la Juventud en Manila (1995), en que se puso a girar el bastón que ya necesitaba para caminar (él, que había sido definido como «el atleta de Dios»), como tomándose a broma la invalidez incipiente que, en poco tiempo, lo obligaría a desplazarse en silla de ruedas. O piénsese también en aquel otro gesto, llamativo y sorprendente, de envolver con su capa a dos niños que jugaban en las escaleras del Aula Pablo vi, en el Vaticano, durante una audiencia general (gesto que ha inspirado una escultura de Oliviero Rainaldi, que puede contemplarse en la plaza del Cinquecento, frente a la estación Términi de Roma). Ante estos ejemplos, podría uno tener la impresión de que Francisco no ha inventado nada. Sin embargo, hay una diferencia esencial. O, mejor, dos. En primer lugar, la gestualidad del papa Francisco rehúye el rígido esquematismo, que llevaba a los expertos en cuestiones vaticanas a distinguir entre un magisterio, por así decir, «normal» (a saber, discursos y documentos) y la «guarnición» que lo acompañaba. En el caso de Francisco, un gesto puede tener más valor que un documento o una homilía. Hemos podido constatarlo en más de una 11


ocasión, especialmente durante sus viajes, aunque no exclusivamente. El Papa que se detiene ante el muro que separa Israel de los Territorios palestinos está diciendo, con aquella parada y con el gesto de apoyar su mano en aquel «telón de cemento» gris, mucho más que si hubiera pronunciado un discurso. Y lo mismo puede decirse de sus visitas a Lampedusa o a Lesbos y de muchas otras ocasiones que han tenido como escenario la ciudad de Roma o el Vaticano y que detallaremos en las siguientes páginas. Así es como el magisterio sale de los estrechos márgenes del papel o de los esquemas del ordenador, para hacerse carne, para volverse algo concreto, ante nuestros ojos. Y, en definitiva, para hablar a todos los seres humanos, incluso ‒y sobre todo‒ a aquellos a los que antes se llamaba «los lejanos» (piénsese en las conversaciones con Eugenio Scalfari, por ejemplo) y que, precisamente gracias a Francisco, se han acercado notablemente a la palabra de Dios. Por eso podemos decir que, también con sus gestos, Francisco derriba muros y construye puentes. La segunda diferencia con respecto a los pontífices anteriores, y en especial con respecto a Juan Pablo ii (que es el que más puede parecerse al actual pontífice, en cuanto a la gestualidad y al carácter extravertido), reside en la diferente relación «gesto-palabra». Como indicaba el padre Antonio Spadaro, director de la revista La Civiltà Cattolica y profundo conocedor de la gramática comunicativa de Jorge Mario Bergoglio, durante su intervención en un seminario de preparación a la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia, que tuvo lugar en esa ciudad polaca en el mes de mayo de 2016, la diferencia entre estos dos Papas está en la coherencia entre estos dos elementos. Dicho de otro modo, mientras que, 12


en san Juan Pablo ii, el gesto brotaba de la palabra, en el caso del papa Francisco, sucede todo lo contrario. Es del gesto, de la acción, de donde nace la palabra. Y por ello, como subrayaba el que fuera prefecto de la Secretaría para la comunicación, monseñor Dario Edoardo Viganò, también hay que entender el silencio del Papa. Porque ‒tal como pudimos darnos cuenta, por ejemplo, durante su visita a Auschwitz-Birkenau, en Julio de 2016‒, Francisco es capaz de comunicar también con el silencio. Esto resulta particularmente claro, por ejemplo, en una de las innovaciones más atrevidas de su pontificado: la decisión de celebrar la misa in coena Domini del Jueves santo en lugares ligados al sufrimiento humano: cárceles, centros de acogida para inmigrantes, instituciones para discapacitados y asilos para ancianos. Podemos decir que, de esos gestos, han brotado no solo las palabras de cada una de las homilías pronunciadas en las distintas ocasiones, sino también ‒y sobre todo‒ la gran «palabra» del Jubileo: la misericordia, esto es, la viga maestra, el muro de carga sobre el que el papa Francisco está apoyando toda su misión como vicario de Cristo. Y, ¿qué otra cosa han sido esos Jueves santos tan innovadores, sino la anticipación de las obras de misericordia, corporales y espirituales, que el pontífice ha practicado en primera persona durante los «viernes de la misericordia» del Año Santo y que sigue practicando también ahora, hasta convertirlos en una apremiante invitación a los fieles particulares, a las comunidades eclesiales y a toda la Iglesia a hacer lo mismo? Una encíclica en cuatro «capítulos» Vistos desde esta perspectiva, los gestos del papa Francisco equivalen realmente a una encíclica o, tal vez, 13


algo más. Por eso han de ponerse al lado ‒y al mismo nivel‒ de los grandes documentos del pontificado: Evangelii gaudium, Laudati si, Amoris laetitia, Misericordiae vultus, Misericordia et misera y, en cierto modo, también Lumen fidei, la primera encíclica del magisterio de Bergoglio, «heredada» de Benedicto xvi y escrita a «cuatro manos» con él. Otro gesto tremendamente innovador y muy significativo. Más aún, un gesto único, hasta la fecha, en la historia de la Iglesia. En cierto sentido, se puede afirmar que los gestos traducen y concretan sus enseñanzas. De hecho, no ha habido anteriormente ningún Papa que acompañara de manera tan sistemática, con gestos y comportamientos, todo lo enseñado desde el «púlpito». En cambio, en el caso del papa Francisco, todo es misericordia, todo es Iglesia pobre y para los pobres, Iglesia en salida que está cerca del sentir de la gente, Iglesia que es camino por recorrer en compañía, junto a otros, al estilo del caminante de Emaús. No es casualidad que una de sus expresiones más famosas sea «pastores con olor a oveja». El papa Francisco representa el prototipo de este modelo de pastor, porque no se limita a hablar, sino que pone en práctica ‒paradigmáticamente‒ lo que dice, ofreciéndolo como ejemplo a las «ovejas» de su rebaño universal. Además, exactamente igual que sucede en una encíclica, es decir, en un documento meditado y puesto por escrito, estos gestos ‒que, a primera vista, podrían parecer el fruto de una ocurrencia momentánea‒ encuentran su valioso lugar dentro de un proyecto único, cuyas «partes» y sus «capítulos» específicos analizaremos a lo largo de estas páginas. Y así podemos dividir la encíclica de los gestos en cuatro partes principales: 14


Los gestos de la caridad y de la misericordia, es decir, los que han traducido y encarnado las líneas maestras del Jubileo y del pontificado. Ya hemos mencionado los «viernes de la misericordia», la celebración de los Jueves santos fuera del Vaticano, las visitas a lugares que se han vuelto símbolos del sufrimiento. A esto podemos añadir las visitas a cárceles, hospitales y muchos otros episodios como, por ejemplo, las obras a favor de los sin techo que viven en los alrededores de la Ciudad del Vaticano. Podríamos decir que son los que están más cerca del «sentir» del papa Bergoglio y, por eso, causan más impacto en la opinión pública. Luego están los gestos «pastorales» en sentido clásico: la misma proclamación del Año Santo extraordinario, su relación con los jóvenes, los Sínodos sobre la familia, la reforma de la Curia, el nombramiento de cardenales que ya no están ligados a las sedes cardenalicias tradicionales, sino que son creados conforme a una geografía variable y dictada en última instancia por la «teología de la periferia», el ecumenismo de los grandes encuentros (en primer lugar, con Kirill, el patriarca de Moscú). La misericordia que construye puentes es, también aquí, el principio inspirador, caracterizado por un estilo que pretende acabar con el principio del «siempre se ha hecho así», para abrir y recorrer nuevos caminos, sin conformarse con mantener «lo que hay». Los gestos de la comunicación constituyen el tercer gran filón de nuestra indagación. El Papa de las redes sociales, las numerosas entrevistas, las ruedas de prensa «sin red» en los aviones, la creatividad del lenguaje de Bergoglio, las homilías de Santa Marta, auténtico laboratorio de su magisterio, son algunos de los momentos más innovadores del pontificado. Y en este ámbito, 15


también se puede decir que un selfie puede valer más que un discurso, porque va derecho al corazón del interlocutor, cubriendo distancias que, hasta no hace mucho tiempo, parecían imposibles de salvar. Y, para terminar, no podemos pasar por alto los gestos de la vida cotidiana. Juan Pablo ii ya nos había acostumbrado ‒con sus paseos por la montaña, con su mesa a la que nunca faltaban huéspedes e invitados, con su presencia física‒, a una cierta desacralización de determinados ámbitos de la vida privada de un Pontífice. Pero, con Francisco, la vida privada del Papa pierde definitivamente ese halo de misterio que la había caracterizado durante siglos. El mensaje que llega con fuerza y claridad a la gente es: «el Papa es como los demás, trata de vivir como cualquier ser humano de nuestro tiempo». Y la consecuencia de todo ello no es la banalización o el menoscabo del papel del Pontífice. Más aún, lo que sucede es todo lo contrario. Esos comportamientos, absolutamente normales, se vuelven excepcionales a los ojos de los observadores y, de este modo, expresan una proximidad a la gente que se convierte, ella misma, en magisterio vivo y real. Y así, el puente queda definitivamente establecido y el Papa «uno-de-nosotros» puede dialogar con los hombres y las mujeres de este tiempo «de igual a igual», haciendo más eficaz el anuncio del Evangelio. El «cómo» tendremos oportunidad de verlo, naturalmente, a lo largo de las siguientes páginas.

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I. Los gestos de la vida cotidiana Qué tipo de Papa salió elegido a última hora de la tarde, aquel 13 de marzo de 2013, es algo que la gente entendió en muy poco tiempo. Unos cuantos segundos, lo que duró un saludo tan normal y tan extraordinario al mismo tiempo. La encíclica de los gestos arranca con estas sencillas palabras: «Hermanos y hermanas, buenas noches», pronunciadas en su primera aparición en el balcón de la plaza de San Pedro tras su elección. «Buenas noches» es una expresión sencilla, trivial, una de las más empleadas en todo el mundo. Sin embargo, se pronuncia sobre una plaza de San Pedro abarrotada ‒y, desde allí, gracias a la televisión, se extiende a todo el mundo‒ con la fuerza de una revolución. Aquel Buenas noches permite ver al instante que algo ha cambiado, y no solo porque haya sido elegido por primera vez un Papa latinoamericano y un Papa jesuita. Este inesperado saludo enseguida da la impresión de que el pontificado de Jorge Mario Bergoglio va a seguir un estilo sui generis. Oído el saludo, nadie puede imaginar su trascendencia, pero la fuerza de aquellas sencillas palabras, tan coloquiales, es un directo que golpea el abdomen; después estas palabras suben hasta el corazón y, desde allí, se extienden por la inteligencia, donde se verán confirmadas gracias a otros signos inequívocos que llegarán inmediatamente después. 17


A las 20:22, en su primera cita con los fieles, el nuevo pontífice se presenta solo con la sotana blanca, sin la esclavina roja y la estola que llevaban sus predecesores. Una diferencia que llama la atención. Tampoco pasa inadvertido el hecho de que Francisco le pida al pueblo una oración, para que el Señor bendiga al nuevo obispo de Roma, «antes que el obispo bendiga al pueblo». Todo eso son «anuncios» que anticipan un modo distinto de hacer las cosas, más libre e informal, un estilo que, ciertamente, no se limitará exclusivamente a ese momento. El Papa invita a la gente que está en la plaza de San Pedro a rezar el Padre nuestro, el Avemaría y el Gloria al Padre. Y, naturalmente, él también acompaña el rezo. Esto tampoco había sucedido nunca en el primer saludo de un Papa recién elegido. La misma noche de la elección se difunde una foto del Papa, regresando del Palacio Apostólico a la Casa de Santa Marta, en un autocar junto con los demás cardenales. La novedad es tal que hubo quien pensó que se trataba de un montaje fotográfico. Pero todo era de verdad. Igual que es verdad (y un hecho novedoso) que, en el momento de coger el ascensor, Francisco invita a algunos purpurados a entrar con él: otro gesto inédito. El Papa recién elegido, en las ocasiones anteriores, estaba rodeado de una especie de halo de inviolable sacralidad, pero esa invitación espontánea lo rompe de inmediato. La cotidianidad desacralizada Son los primerísimos gestos de una cotidianidad pontificia que seguirá siendo «desacralizada» en los días, en los meses, en los años sucesivos. La lista de estos primeros gestos crece imparable desde las horas inmediatamente 18


posteriores a la proclamación. La mañana siguiente a la elección, Francisco va a la basílica de Santa María la Mayor, para rezar delante de la Salus Populi Romani, la imagen que tanto quieren los habitantes de la capital, de los que él se ha convertido en su obispo. Será la primera de una larga serie de visitas, que el Papa suele hacer especialmente antes y después de sus viajes. Ese mismo día, se pasa por la Casa del clero, en la calle de la Scrofa (donde se ha alojado los días previos al cónclave) para recoger sus cosas y pagar la cuenta. Fija su residencia en Santa Marta. En la despedida del Ángelus dominical desea un «buen domingo y buena comida» a todos. Precisamente en su primer domingo, el Papa lleva a cabo otros dos gestos que permiten intuir de inmediato el estilo que va a seguir en su pontificado. Desde su elección (la tarde del miércoles), han pasado cuatro días. Estamos a 17 de marzo, quinto domingo de Cuaresma, y el Papa decide ir a celebrar la Misa en Santa Ana, la iglesia parroquial del Vaticano, el punto más próximo a una de las entradas que dan acceso a la conocida como «Ciudad Leonina» y que, precisamente, se llama la Puerta de Santa Ana. Ese día, el nuevo Papa empieza a escribir tres importantísimos capítulos de su encíclica de los gestos, que después tendrán su correspondencia exacta también en el magisterio que podemos llamar «ordinario». En primer lugar, el contacto con la gente: «pastor con olor a oveja» en Buenos Aires, también quiere serlo en Roma y en el mundo. Después, la «Iglesia en salida», expresión que muy pronto entrará en el vocabulario de las comunidades eclesiales; y, aunque el tiempo transcurrido desde su elección todavía es muy poco para salir del Vaticano, se acerca todo lo que puede al límite, es más, lo atraviesa para brindarse al abrazo de 19


la gente, saliendo ‒aunque sea unos pocos metros‒ del minúsculo Estado (la mencionada puerta de Santa Ana, se encuentra cerca de la iglesia parroquial del mismo nombre). Para terminar, el contenido de la homilía, que se centra en el tema de la misericordia y del perdón, auténtica brújula de todo su pontificado. Un año después de aquel primer domingo extraordinario del Papa, en una entrevista en la Radio Vaticana, el párroco de Santa Ana, el padre agustino Bruno Silvestrini, recordará el carácter tremendamente novedoso de estos gestos. «Puedo decir que fue, en primer lugar, la primera tarjeta de visita de las dos grandes realidades del Santo Padre. La cercanía física a la gente, es decir, el contacto, abrazar, dejarse abrazar, ¡incluso dejarse besar! Un gesto inconcebible, porque el protocolo nunca había contado con esta posibilidad: al Santo Padre se le besaba la mano, el Santo Padre bendecía a los presentes, pero nunca se le podía poner la mano en el hombro y menos besar en la mejilla al Santo Padre. El segundo mensaje fue el de la misericordia, la bondad del Dios que nos acepta tal como somos y que siempre está dispuesto a perdonar. Nótese cómo esta temática ha entrado también en la Evangelii gaudium, en el número 3, donde el Santo Padre insiste en que “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia”». Podemos ver cómo, en sus palabras, este religioso pone el acento en el contacto físico. Francisco es un Papa con el que se entra «en contacto» y por eso hay que «tocarlo», como decíamos al principio. El 17 de marzo de 2013, en definitiva, todo el mundo toma conciencia de que, cuatro días antes, se ha elegido a un Papa para la gente y entre la gente, que se muestra tal como es, que renuncia a buena parte de su intimidad 20


con tal de no perder el contacto con la realidad y la vida cotidiana. Es verdad que ahora no es «simplemente» el arzobispo de Buenos Aires, ya no puede coger el metro o el autobús (como solía hacer en la capital argentina), yendo a las barriadas de la periferia (de hecho, en más de una ocasión confesará que echa de menos esta posibilidad en su nueva condición de Papa). Pero el estilo sigue siendo el mismo. Y quedará patente en muchas otras pequeñas y grandes decisiones que componen el capítulo inicial de nuestra encíclica. Un capítulo que no es cosa de poco. En verano, por ejemplo, Bergoglio renuncia a la residencia de Castel Gandolfo. Su manera de disfrutar las vacaciones es distinta y original. No se trata de viajar a otros lugares, sino de hacer cosas diferentes y con un ritmo distinto del habitual, pero permaneciendo en su residencia (en realidad, el ritmo de sus compromisos, también en los meses de julio y agosto, no es que disminuya mucho). ¿Su casa? Santa Marta Pero, de sus primeras decisiones, la que más sorprende es la de quedarse en la Casa de Santa Marta, es decir, en el edificio cuya primera finalidad es albergar a los cardenales durante el cónclave y que, durante el resto del tiempo, funciona más o menos como una hospedería o una residencia reservada a eclesiásticos. En un primer momento, se piensa que esta decisión ‒que implica la renuncia al apartamento pontificio en el Palacio Apostólico, adonde acude solo para las audiencias oficiales‒ viene dictada por un espíritu de sobriedad. También en Buenos Aires, las estancias que ocupaba el entonces arzobispo eran extremadamente espartanas. Pero será el 21


propio Francisco quien explique que el motivo es otro: «Es que yo no podría vivir solo en el Palacio», dice a los periodistas en el avión que lo lleva de vuelta a Roma desde Brasil, «y no es lujoso. El apartamento pontificio no es tan lujoso. Es amplio, es grande, pero no es lujoso. Yo no puedo vivir solo o con un pequeño grupito. Necesito gente, estar con la gente, hablar con la gente». Por tanto, no es por pobreza, sino ‒son palabras literales del Pontífice‒ «por motivos psiquiátricos, simplemente, porque psicológicamente no puedo. Cada uno tiene que llevar adelante su vida, con su modo de vivir, de ser». Francisco va de compras Jorge Mario Bergoglio vive a su manera incluso siendo Papa. La cotidianidad normalizada de Francisco, incluye también el hecho de desplazarse dentro de Roma con un sencillo Ford Focus o, cuando está en el extranjero, con coches utilitarios; también llama la atención de que él mismo se lleva su bolsa en los viajes, que se compre las gafas en una óptica de la calle del Babuino, en el centro de Roma (el 3 de septiembre de 2015) o que adquiriera un par de zapatos en una farmacia ortopédica en la calle Gelsomino (en la zona de Gregorio vii), también en Roma (el 21 de diciembre de 2016). En las comidas, el Papa también se junta a los demás. Cardenales, obispos, amigos, en el gran comedor de la Casa de Santa Marta. En definitiva, son gestos que nos hablan de la voluntad del Papa de vivir sin renunciar a la normalidad o, mejor aún, en cierto sentido diríamos que teorizándola. Volviendo de Brasil, a la pregunta del periodista italiano Andrea Tornielli, que le pedía que explicara cómo es que había montado en el avión llevando él mismo, personalmente, una cartera de piel y qué es lo que lle22


vaba dentro (las imágenes, como es lógico, enseguida habían dado la vuelta al mundo), no sin cierta ironía, le responde: «No estaba la llave de la bomba atómica. La llevaba porque siempre lo he hecho así: cuando viajo, la llevo. Y dentro, pues tengo la maquinilla de afeitar, el breviario, la agenda, un libro para leer... Me he traído uno sobre santa Teresita, de la que soy muy devoto. Siempre he llevado una cartera cuando viajo, es normal. Tenemos que ser normales. No sé, me resulta un poco extraño lo que usted me dice, que haya dado la vuelta al mundo esa foto. Hemos de habituarnos a ser normales. La normalidad de la vida. No sé, Andrea, si te he respondido». Una jornada típica entre compromisos y oración En realidad, le había respondido perfectamente. Y sigue respondiendo cuando, en otras ocasiones, le preguntan cómo transcurren sus días. Se despierta muy pronto, por lo general a las 4:45 de la mañana; después vienen el rezo del breviario y la meditación, la misa matutina en la capilla de Santa Marta, el desayuno y, a continuación, comienzan los compromisos de la jornada. Dependiendo de los días, será el análisis de documentos o de las audiencias públicas y privadas. Luego, la comida, una breve siesta de una media hora, y vuelta al trabajo hasta las 19:30. A las 20:00 horas, la cena. El Papa no tiene un sitio fijo, sino que se sienta donde quiere. Por la tarde, tiene por costumbre rezar el rosario paseando, cuando es posible, por la terraza de la Casa de Santa Marta. Por la noche, se acuesta en torno a las 22:00 y lee unas páginas de algún libro. Para terminar, la oración conclusiva de la jornada. Durante una de sus catequesis, confió a los fieles lo siguiente: «Por la noche, antes de ir a la cama, rezo esta breve oración: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. 23


Índice Introducción......................................................... 7

El nuevo lenguaje de los gestos...................... 9 Una encíclica en cuatro «capítulos»............... 13

I. Los gestos de la vida cotidiana.....................

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La cotidianidad desacralizada........................ ¿Su casa? Santa Marta.................................... Francisco va de compras................................ Una jornada típica entre compromisos y oración......................... Un Papa más cercano y, por tanto, con más autoridad...........................................

II. Los gestos de la caridad y de la misericordia.......................................

Los pobres, la carne de Cristo........................ Los pobres en la liturgia................................. Inmigrantes: no invasores, sino hermanos..... Cerca de quien sufre....................................... Sus amigos los «mendigos»........................... Los «viernes de la misericordia» durante el Año Santo...................................... El Papa en la cárcel........................................ El tiempo de la misericordia...........................

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III. Los gestos pastorales en sentido clásico...........................................

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Un primer gesto pastoral: pocos documentos, pero incisivos.................. El Jubileo extraordinario de la Misericordia: el gesto de los gestos...................................... El Papa y los jóvenes...................................... Bergoglio confesor......................................... Recuperar el sentido del pecado..................... La reforma de la Curia................................... Nombramientos, cardenales y viajes.............. El ecumenismo............................................... La relación con los llamados «lejanos».......... Los gestos de la mediación de paz.................

86 92 100 105 106 113 118 127 129

IV. Los gestos de la comunicación......................

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Los pecados de la información....................... El Papa e Internet........................................... El lenguaje creativo del Papa......................... Los neologismos............................................. Las metáforas originales................................. Las entrevistas................................................ Un camino no exento de riesgos....................

136 142 145 146 152 154 157

Epílogo..................................................................

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