Encontraryposeer

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José Tolentino Mendonça

Encontrar y poseer el tesoro escondido El arte de la búsqueda interior


Introducción Encontrar y poseer el tesoro escondido de José Tolentino Mendonça A José Tolentino Mendonça, sacerdote, teólogo y poeta portugués, Dios donándole la fe, le ha dado al mismo tiempo la capacidad de cantarla. Fe y poesía se entrecruzan. Y estas páginas son un claro testimonio. Estas, sin duda, se confían a la iridiscencia de las imágenes, al estremecimiento de las palabras importantes e incisivas, a la frescura del dicho, a la fuerza de la poesía. Pero la sacan de las fuentes de la Biblia, de la raíz de la fe, subiendo al Más allá y al Otro divino. El título nos lleva a una de las 35 parábolas de Jesús, aquella del tesoro escondido en el campo (Mateo 13,44). Es en el subtítulo, donde descubrimos el hilo conductor más sólido de todo el libro: «El arte de la vida interior». El término decisivo es búsqueda, una palabra dinámica por naturaleza y significativa para cada cultura y espiritualidad, que indujo a Platón a poner en boca de su maestro en la Apología de Sócrates esta brillante frase: «Una vida sin búsqueda no merece ser vivida». Una de las frases sobresalientes de la mística del salterio es el «buscar el rostro 7


del Señor». «¿Cuándo veré el rostro del Señor?», se pregunta angustiado el orante de aquella joya poética y espiritual que es el Salmo 42, historia de un alma obligada a estar exiliado en tierra extranjera: se nota interconexión entre los dos verbos dinámicos, el «venir» y el «ver», sinónimos del «buscar», vocabulario que domina en otras composiciones sálmicas. Con este hilo temático en la mano seguimos el texto de don José Tolentino desde el inicio, donde Moisés frente aquella zarza ardiente que cambiará su vida profesa su elección: «Quiero acercarme y observar» (Éxodo 3,3). Y después la parábola del tesoro en la que «encontrar no es todavía poseer»: el descubridor, en verdad, debe antes «ir a vender sus bienes para comprar el campo». Como sugiere el poeta Thomas S. Eliot, es necesario ser «exploradores, caminando siempre hacia una nueva intensidad, hacia una unión más alta, una comunión más profunda». La misma «herida» de la esterilidad de Sara, mujer de Abraham, se transforma en «un camino de confianza en la promesa de Dios». La Providencia que guía nuestros pasos es así «una huella de Dios en el tiempo», pero para conducirnos a «una finalidad para la misma historia». Las «preguntas adultas» son aquellas que resuenan en «medio del camino», como sucede a aquella pregunta radical que Jesús deja caer entre sus discípulos en la mitad de su itinerario público (y del mismo evangelio): «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mateo 16,15). 8


Algunas escenas evangélicas son iluminadoras por esta gramática de la búsqueda y el movimiento espiritual. José Tolentino Mendonça propone el esclarecedor y extraordinario acontecimiento de los discípulos de Emaús, ritmado sobre un viaje y una meta, sobre un buscar y encontrar. Pero sugestiva es también la parábola de la moneda perdida y encontrada (Lucas 15,8-10) insertada en el mini Evangelio de los perdidos encontrados, que es el capítulo 15 de Lucas. Se distinguen cuatro etapas en el itinerario de la búsqueda: encender la luz, barrer la casa interior, buscar minuciosamente, alegrarse por la meta conseguida, es decir, el hallazgo. Recurriendo al famoso escritor Bruce Chatwin, Mendonça construye su «anatomía de la inquietud», siendo la fe un viaje, da una lista de los grandes viajeros de la fe. Desde el nómada Abraham a Moisés, guía del camino hacia la libertad; del fugitivo Elías que peregrina al Horeb-Sinaí al emigrante reticente Jonás que aprende la verdad sobre Dios solo yendo al extranjero; de Jesús, que no tiene ni una piedra donde reposar la cabeza para dormir y a un Pablo incansable viajero misionero. Mejor dicho, la comunión con Dios es conquistada a través de una prosagoghè, palabra griega que el Apóstol Pablo adopta para celebrar la «entrada», etimológicamente el ser casi empujado hacia el misterio de luz que es Dios (Romanos 5,2; Efesios 3,12). También el Padre Nuestro es, como cada oración, la experiencia de una proximidad, pero también distancia 9


que colmar. Cristo viene para guiarnos al Padre superando la lejanía de la trascendencia, en una intimidad que se conquista confiando nuestra mano a la suya. Alrededor del argumento fundamental hasta ahora descrito, que se desentraña en las páginas de este libro, se enlazan otros filamentos luminosos. Evoco solo dos. Por un lado el de la oración: además del Padre Nuestro, dulce e intenso es el capítulo dedicado al Magnificat, «un poema que anuncia y no canta solamente a la tierra prometida», como escribe la poeta portuguesa Sophia De Mello Breyner Andresen. El egoísmo del hombre blanco –decía un indio de América– «hace a Dios más pobre». Y María escoge el camino opuesto, «magnificando» al Señor, es decir, reconociéndolo y celebrándolo como el más grande, a través de su humildad de «sierva y pobre». Por otro lado, se encuentra el hilo sutil pero resplandeciente de belleza, una realidad que es querida a don José Tolentino, poeta y prestigioso especialista cultural en su patria, Portugal. Significativas, al respecto, son las muchas voces intensas y admirables que él evoca en sus páginas: del filósofo Kierkegaard al poeta Eliot, del fascinante y dramático testimonio de Etty Hillesum a Simone Weil siempre emocionante, de Claudel a Bonhoeffer, de Juan de la Cruz a Gaudí, del teólogo místico griego Cabasilas a Ildegarda de Bingen, hasta las palabras de Benedicto XVI sobre la belleza («haced de vuestras vidas lugares de belleza»). 10


Pero en el centro Él, Cristo, «el más bello entre los hijos del hombre», como sugiere el Salmo 45, aunque también capaz sobre la cruz de generar repugnancia, obligándonos a volver la mirada, como le sucede al Siervo del Señor cantado por Isaías (c. 53). La belleza, es sin duda, no un mero esteticismo, sino que es una herida abierta que empuja hacia aquella búsqueda desde donde hemos partido, inquietando y agitando nuestra modorra; es una claraboya que se asoma sobre el absoluto, sobre el eterno, sobre el misterio, pero a través de una rendija que obliga a asomarse y a agudizar la vista. Y entonces la última llamada: «Sin la belleza atractiva de Cristo, el cristianismo (como la misma vida interior) se queda seca, funcional, burocrática, ritualista, un baño exterior de convicciones con respecto al cual nuestro corazón se mantiene impermeable… Dejándonos, por tanto, tocar, encarnar, enamorar, herir por la belleza que Dios revela en Jesús». Card. Gianfranco Ravasi

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Índice Introducción........................................................... 7 1. La lámpara de Dios no se apagó....................... 13 2. Enciende tu vela................................................ 19 3. Un tesoro escondido.......................................... 27 4. Los viejos deberían ser como exploradores...... 35 5. Dios me hace sonreír......................................... 45 6. Nuestra vida es un paisaje donde Dios se ve...... 53 7. Muéstranos al Padre.......................................... 63 8. Reconciliarse con la belleza.............................. 73 9. Orar hasta la imposibilidad de orar................... 83 10. La pregunta en la mitad del camino................. 93 11. Emaús, laboratorio de fe pascual..................... 105 12. Más que viajeros, peregrinos........................... 115 13. El Magnificat es, tal vez,

el más bello poema........................................... 121

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