Es vida y es religiosa

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Antonietta Potente

ES VIDA Y ES RELIGIOSA Una vida religiosa para todos


Introducción Pre-texto Cuando escribo un libro, es normalmente porque algo o alguien me inspiran. Pero a pesar de esta toma de conciencia, pienso que detrás de un libro no hay únicamente un con-texto sino también un pre-texto, un motivo: un punto de arranque para hablar de algo que me apasiona1. En este caso, el pretexto lo he hallado también visitando las librerías. De hecho, si vosotros entráis en una librería bien surtida y os acercáis a aquellos espacios del saber que hace un tiempo pertenecían solo a los «expertos», por ejemplo las matemáticas, la física, las neurociencias, etc., hallaréis muchísimos textos escritos y dedicados a los «no especialistas». Si además abrís uno de estos libros, hallaréis más o menos el mismo comienzo, que suena casi siempre así: este libro ha sido escrito pensando en un lector que no sabe nada de esta materia… Pues bien, también yo digo lo mismo: este breve texto que tenéis en vuestras manos, ha sido concebido para quien no conoce profundamente la «vida religiosa», para quien la conoce únicamente de oídas y hasta para 1 Del latín: praetextum: friso, ornamento; luego, en sentido figurado: excusa; participio pasado de praetexere: tejer (texere) delante (prae).

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quien tiene una cierta sospecha hacia este tipo de problemática, pero también para quien, aún conociéndola, quiere releerla una vez más. Además considero que hoy ya no se llega a conocer el sentido y el significado de las cosas, sino que se necesita al mismo tiempo aprender a vivir, buscando metodologías capaces de alimentar la misma vida y que nos ayuden a insertarnos en la complejidad de la realidad, ya no como cuerpos abultados, sino como corpúsculos esenciales para el ecosistema. Por eso, pienso que se justifica el desarrollo de una breve «arqueología» de la vida religiosa, como una entre las muchas metodologías sapienciales de la vida humana. Dicho de otra manera, quisiera ahondar en este tema para buscar su esencialidad y para que cada uno pueda empaparse y hallar, o volver a encontrar, a su vez, un pre-texto para seguir viviendo y, al mismo tiempo, para re-crear la historia de un modo diferente. Quien ya conoce este tema, que sepa recorrer humildemente, junto a otros y otras, esta historia al revés. Clave de lectura: la toma de conciencia del soplo No se puede escribir o hablar de la vida religiosa ni de cualquier otra experiencia de vida, si no es haciendo memoria y admitiendo su precariedad. De lo contrario sería solo un inútil ensayo relativo a la autocomplacencia de nosotros mismos. Este es mi punto de vista: la vida es un soplo, y esto, paradójicamente, será el eje transversal o la estructura principal de mi reflexión. 8


Para esto, me remito a algunos versículos de la sabiduría judeo-cristiana que encuentro en el libro de los Salmos: Ante ti mi vida es como nada… El hombre no es nada más que un soplo (cf. Sal 39,6.12). Pero de estos versículos no quiero subrayar el dramatismo, sino más bien la lógica sapiencial. Tal vez sea justamente la memoria del soplo la que nos podría ayudar a neutralizar la ansiedad paralizante de un pasado desaparecido y de un futuro desconocido. O bien, la visión de quien piensa sobre lo novedoso, pero siempre de la misma manera, a lo mejor para repetir el pasado, en palabras y en obras. Tal vez recordarnos que la vida es un soplo, es un modo de hacer memoria de que ninguno de nosotros está en el centro o es el centro de la tierra. Ni primeros, ni privilegiados, sino simplemente como todos los demás y como toda la creación, a veces comprometidos en el vórtice del soplo, otras veces en cambio apenas apagados por su invisible movimiento. Si hablamos de soplo, significa que alguien antes que nosotros ha inspirado, soplado. El soplo es movimiento de aire, pero indica a la vez la mágica fuerza que impulsa las cosas y las saca de su inmovilidad: despeina los cabellos o desordena las hojas sobre la mesa, apaga las velitas el día del cumpleaños o el cirio al terminar la celebración, mueve un granito de polvo de arena y hace vibrar el agua. Sonido liviano, percepción de una presencia, tal vez «voz de sutil silencio», como lo hubiese definido aquel o aquella que escribió la historia del profeta Elías (cf. 1Re 19,11-13). En resumen, el soplo es finalmente un proceso vital. 9


Pero alguien podrá enseguida rebatir, diciendo que el soplo del cual se habla en el Salmo hay que entenderlo como provisionalidad y es inútil añadir otras palabras. Sí, indudablemente, pero la precariedad, la fugacidad de la vida, en el actual contexto, no han de ser infravalorados. La precariedad puede volverse también un criterio de lectura de la vida. A fin de cuentas no era tan descabellado aquel saludo que los monjes cartujos se intercambiaban e, incluso antes, en la antigua Roma, lo que un súbdito recordaba al general que retornaba victorioso de la batalla, mientras el pueblo le rendía honores: «Hermano, acuérdate que debes morir». De hecho el soplo está vinculado a la vida y, en consecuencia, también a la muerte; así como está vinculado a todos los comienzos y a todo proceso transformativo y, por lo tanto, poéticamente, a quien dio origen al universo y al mismo tiempo está encerrado en los vórtices de la historia. Por lo tanto la vida religiosa, y la vida en general, han de ser leídas con esta toma de conciencia: son como un soplo, son fugaces y menos que un soplo. De hecho la vida religiosa, así como todos aquellos estilos de vida vividos por pequeños grupos humanos, a lo largo de la historia, ha de recordar que no es un fin, sino un simple medio y, justamente siendo tal, evoca dicha transitoriedad y fugacidad. Tal vez un simple método entre los métodos, diríamos hoy en día, que sirve para recorrer la historia y re-imaginarla de otra forma. Antes de dicho adjetivo –religiosa, consagrada, comprometida– está la vida y la vida, también hoy, se encuentra tremendamente amenazada, y no solo por lo que 10


son sus ciclos absolutamente naturales, sus metamorfosis biofísicas más comunes, sino por aquellas que definimos como las amenazas más reales provocadas por los absurdos desequilibrios humanos: el injusto ejercicio de poder sobre la misma; los violentos sistemas económicos; las guerras declaradas junto a las ocultas. En otras palabras, escribo en memoria de la vida en general y por lo tanto también de la vida religiosa, partiendo propiamente de esta clave de lectura: el soplo. Sutil movimiento que se introduce en las profundidades más escondidas de los seres; soplo en los océanos más hondos, en los lechos de los ríos o en los microorganismos de las hendiduras de las rocas y del humus de los bosques. Escribo, como hubiera dicho Virginia Woolf, «a ritmo, no a trama». Y el ritmo me lo brinda la misma vida. Ciertamente no lo hago a modo de consolación o para brindar consejos reaseguradores y soluciones a quien los está buscando, sino más bien para facilitar en todos y todas, la urgencia de un nuevo estilo de vida. Y quién sabe si, aquella que nosotros llamamos religiosa, no sea uno entre los muchos estilos vivibles aún hoy. Un estilo de vida en su significado más profundo que, al fin y al cabo, tiene un único objetivo: cuidar de la realidad viva y actual y caminar hasta las puertas del Misterio. Pero si continuamos pensando que la vida religiosa, o cualquier otro modelo, es «el método», el único, certero y definitivo, correremos el riesgo de apartarnos de la vida misma. Así como sucede cada vez que nos desligamos de aquellas sutiles complicidades con la realidad 11


y con sus movimientos más ocultos y que, por lo tanto, en lugar de acercarnos al Misterio, nos aleja de él. Por ello, en las páginas siguientes no aludiré solamente a nosotros, que somos parte de la vida religiosa; no recordaré únicamente los esfuerzos que hemos llevado a cabo a lo largo de los siglos para ser parte de dicha etapa de la historia. Tampoco escucharé solamente nuestro respiro, sino más bien intentaré ayudar a tomar conciencia de un respiro más amplio: de aquello que empieza a respirar y de aquello que, a pesar de todo, sigue respirando, precisamente porque la vida es como un soplo. Escribo por lo tanto para las religiosas y los religiosos, indudablemente, pero también para los y las idealistas de los años 60-70 y para los postmodernos. Para los amantes de la esencialidad de la vida. Para los anárquicos y los comunistas, los alquimistas, empiristas y dogmáticos. Creyentes y no creyentes, para todas y todos porque, de una forma u otra, cada uno es un buscador o buscadora de la vida en su fragmentada religiosidad. Invitación a un método: para leer la realidad actual Empiezo desde el final, es decir desde el presente, porque cada presente se asemeja un poquito a un final y el final es la única puerta hacia el futuro. Es igual a lo que sucede al concluir cada jornada: en las vísperas o en completas, la oración que anticipa y acompaña la noche, donde ya se buscan y se sueñan las motivaciones para el día siguiente.

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Empiezo desde el final, como se hace cuando se cierra un libro, dejándolo sobre la mesa o sobre la mesilla de noche, para volver a cogerlo de nuevo después. Parto desde el final, porque considero importante permanecer en el presente como si fuese el mismo final, porque de otra manera corremos el riesgo de distraernos y mirar con un cierto desprecio lo que nos está sucediendo hoy. Y para mí arrancar desde el final significa, en primer lugar, recorrer los pasillos de un antiguo convento, donde en este momento viven las hermanas más ancianas de mi congregación, pero no tan solo eso. Arrancar desde el final, para mí, significa también participar en una reunión de uno de los muchos grupos surgidos al término de los años 60, que todavía hoy se encuentran para releer juntos el Concilio Ecuménico Vaticano II, o los diferentes procesos de liberación acontecidos en aquel espacio de tiempo. Arrancar desde el final, para mí, es percibir que las florecientes comunidades de base de América Latina, hoy se han convertido en simples y comunes grupos de parroquia, bastante diminutos. O también encontrarme con grupos de mujeres que fueron tejedoras del pensamiento feminista, del pensamiento de la diferencia, o que representan el feminismo histórico y descubrir que tenemos todas más o menos la misma edad y ver que algunas más jóvenes marchan inquietas, pero abriendo otros recorridos. Es decir, empezar desde el final es como arrancar desde aquel sentido de no futuro que envuelve el hoy, la humanidad y sobre todo aquellos pequeños o grandes grupos –incluyendo también la vida religiosa– que, de 13


algún modo, marcaron la historia o al menos lo intentaron. Hoy, estos grupos, mirando la realidad con una mirada reconciliada, piensan a veces que no han podido transformar gran cosa, o que quizás no han tenido la misma eficacia de antaño para persuadir, sobre todo, a las generaciones más jóvenes. Arrancar desde el final es arrancar desde el presente con su sentido de no futuro, con una cierta actitud de apego a lo que ya conocemos y hemos experimentado. Sin embargo la historia avanza a veces con desconocidas transformaciones, al menos para nosotras, a pesar de su forma virtual, a pesar de sus deseos paradójicos entre sed de sutileza, esencialidad y sencillez por una parte e infinitas necesidades por otra. Complicadas pretensiones interiores y hondas inquietudes. Acompañadas por un deseo mucho más complejo respecto de aquel que conocíamos cincuenta o sesenta años atrás, y que hoy nos exige mucho más, respecto a ciertas fáciles ecuaciones de justicia, de solidaridad o de bienestar social y de búsqueda, que esperan respuestas que se adecuen a los espacios más hondos y a las fibras más sutiles de la existencia humana. Por ejemplo: en los años 60-70 se ingresaba a la vida religiosa para plasmar un compromiso social más efectivo; se buscaba el seguimiento del Cristo histórico, el del Jesús de la relación con los excluidos. Lo mismo sucedía para quienes entraban en el seminario. El modelo era el de la encarnación, del Dios-con-nosotros, el Emmanuel. Hoy este sueño-modelo parece insuficiente y no solo para quien elige estos horizontes, sino también para quien busca un espacio en la historia. 14


1 La lógica de la profundidad «Sostenía Heisenberg (que) es totalmente inútil imaginar poder describir una visión absoluta, desde una perspectiva omnisciente, desde el interior de un átomo». (David Lindley)

La realidad no es como aparece: para aquellos que siempre la maltratan Empiezo con dos ejemplos muy simples. He tenido muchas veces la oportunidad de escuchar a personas que se autoproclaman dueños o dueñas de la auténtica tradición o, por lo menos, de alguna ideología fundacional. Estas personas normalmente discuten o subrayan solo los errores del presente, en comparación con un pasado del cual no conocen las raíces, ni la profundidad, sino solo la exterioridad. En otras palabras dichas personas son garantes de las leyes del pasado, pero no del espíritu. Lo contrario, en cambio, lo he escuchado de personas jóvenes y no tan jóvenes, que nutren una actitud de desprecio no solo hacia el pasado, sino también hacia el ambiente cotidiano en que viven o la realidad en general. Sin embargo, casi siempre, estas personas creen 19


que están orientándose hacia el futuro: se perciben súper modernas, o sea, en sintonía con los tiempos, revolucionarias, fundadoras de lo novedoso. En ambos casos, el denominador común es la superficialidad: se mira a la realidad, se vive lo cotidiano pero de un modo superficial, pensando que la realidad es verdaderamente «solo como aparece». A veces esta mentalidad, fascinada con la superficie de lo real, por no decir superficial, se halla también en la vida religiosa, en aquellos grupos que se consideran todavía «numerosos» y que sobreviven calcando modelos, solamente desde el punto de vista de la exterioridad; tal vez, paradigmas de otros tiempos y lo que es todavía peor, trasplantándolos a otras culturas, a veces sin respeto alguno. Esto significa que estamos perdiendo la posibilidad de reconocer otras dimensiones, o que, si las entrevemos, tendemos a infravalorarlas. Veremos más adelante que esta perspectiva, a lo largo de la historia, ha sido muchas veces deletérea, no solo para la Iglesia sino también para las sociedades y sus opciones. Pero si volvemos a los ejemplos anteriores, los que se refieren a partir desde el final, podemos preguntarnos: ¿Qué significa que la realidad no es como aparece, cuando se ven caminando por los pasillos de un antiguo convento donde viven –porque de vida se trata– muchas hermanas mayores? O ¿qué significa que la realidad no es lo que aparece, cruzando los pasillos de un hospital, o deambulando por una gran periferia donde todo está invadido por el humo negro de los vertederos 20


y en un tóxico desierto ambiental, rodeado de colmenas humanas de hormigón? ¿Qué significa decir hoy que la realidad no es como aflora, caminando junto al «pequeño resto» de aquellos grupos que, en los años 60 y 70, provocaron grandes transformaciones socio-eclesiales? ¿Qué significa decir que la realidad no es como aparece leyendo los boletines de guerra de la postmodernidad: víctimas de la falta de trabajo y víctimas del trabajo, víctimas de las injustas migraciones, víctimas de los sistemas financieros, víctimas de la homofobia, de la impunidad, del silencio religioso, político, etc.? Desde mi punto de vista, significa asumir que la vida cuenta con leyes propias, extrañas y responde a extraños intersticios interiores de respiración, aun cuando no se imponga con apariencia de belleza para atraer nuestra mirada, como diría el profeta (cf. Is 53,2). Pero en realidad fluye interiormente, imponiéndose como vida. Nosotros vemos la realidad y vivimos en ella, pero no conocemos el verdadero humus de su existencia, es decir, su sentido. Y es muy extraño, porque queremos ser mujeres y hombres de fe, o sea, orientados hacia lo divino, hacia el Misterio, pero acabamos entrampándonos en las apariencias. Nos consideramos capaces de cuidar de las cosas de la vida y, en cambio, muchas veces somos tan solo sus «aburridos consoladores», como los amigos de Job (cf. Job 16,2). Nuestras deducciones son muy banales, como por ejemplo: llegamos al final del recorrido porque los demás no nos comprenden, no nos quieren seguir; llegamos al final porque somos viejos, viejas; como si el 21


tiempo se adecuase a nuestras leyes humanas y no eligiese en cambio los principios creativos y anárquicos del Misterio. Muchas veces nos comportamos como si dependiésemos de puras síntesis moralistas o de códigos legales y aún así dictaminamos sentencias. Sentenciamos acerca de la vejez, de la muerte, de la vida, del dolor y del gozo. Nuestras evaluaciones transmiten la idea de la saciedad, pero están también impregnadas de miedo, mucho miedo. Decimos que somos conocedores de la realidad cotidiana, y esto nos da seguridad, pero es falso. A lo mejor somos un poquito más humildes frente a una montaña, un bosque o frente al mar, tal vez porque nos embarga y maravilla su grandeza: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal 8,5); pero, en realidad, la mayor parte de las veces nos conformamos con los niveles más superficiales. Cuestionados Y para explicarme mejor, utilizo y adapto el título del libro de Carlo Rovelli. Su texto de física teórica empieza así: «Estamos obsesionados con nosotros mismos, estudiamos nuestra historia, nuestra psicología, nuestra filosofía, nuestra literatura, nuestros dioses…»3. El autor en este caso se refiere al egocentrismo de la especie humana, como si fuésemos nosotros lo más importante en el universo. 3 Rovelli, C., La realtà non è come ci appare. La struttura elementare delle cose, Raffaello Cortina Editore, Milano 2014, 9.

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Pero estos primeros dos renglones del libro citado, los reinterpreto refiriéndolos no solo a la cuestión humana en general, sino a otro fenómeno todavía más nimio: el del nosotros. El nosotros, de hecho, es la abstracción por excelencia en la vida de los pequeños grupos: vida religiosa, clan, grupos eclesiales y pequeños lobbies, lugares periféricos y cosas por el estilo. El nosotros ha permitido a muchas culturas salvarse, a través de los siglos, pero también separar y separarse y hoy, según mi parecer, es muy peligroso, incluso si se tratase de un nosotros «mayestático». El nosotros entonces es, sobre todo, egocentrismo enjaulado en sí mismo, que a veces se transforma en yo, otras veces en me o mi. En este sentido limita la visión, la reduce y con ella reduce también la posibilidad de contemplar hacia adelante y hacia atrás con sabiduría. La actitud sapiencial frente a la vida, por ejemplo, no es la de destruir el pasado o denigrar el presente para poder sobrevivir en un hipotético de «otro modo», sino la percepción y el reconocimiento de otra dimensión, la más plástica dimensión de lo real, que como principio general calla en el seno de la realidad. A lo largo de la historia, a dicha dimensión se la ha identificado con nombres diferentes, algunos más religiosos, otros más laicos. Hubo quienes la llamaron animus-anima, otros espíritu, otros psique. Pero, para todos y todas, se trata de la plasticidad de la vida, con la cual deberíamos aprender a ser, a escrutarnos y a dialogar; superación de aquellas dimensiones que obnubilan toda perspectiva; matriz de 23


toda posible adhesión transformadora de la misma vida; lugar de nacimiento de las formas de pensamiento y de la praxis. Arché o principio, matriz de la materia: implícitamente, sustancia inmaterial o existencia, que en un lenguaje más metafísico se vincula con dioses y divinidad. Dimensión paradójicamente inmaterial pero real; generadora de fenómenos psíquicos, interiores y por lo tanto existenciales y evolutivos, mutantes, transformadores y perturbadores. Impertinente presencia, que actúa sin pedir permiso a nadie. Para los alquimistas, esencia volátil y vivificadora. Síntesis de códigos existenciales, percepción de lo real; no solo instinto sino también inteligencia. En la tradición cristiana se parte de dicha dimensión para cultivar actitudes de fe, de esperanza creativa y de amor. Laboratorio de investigación, donde se aprende a respirar y a moverse para entrar en armonía con los dinamismos de todo un mundo habitado. Principio de la vida en general, pero también comienzo de las búsquedas humanas. Claro está que su comprensión se logra especialmente a través de la experiencia más que por conocimiento teórico y doctrinal. Exploraciones, discernimientos; lenguaje que fundamenta toda diferencia: de género, intercultural y ecológica, pero sobre todo crítica exigente para inaugurar nuevas relaciones. Sin esta dimensión de naturaleza sapiencial, el pasado se deforma, se vuelve feo y negativo, una especie de mochila de la cual no logramos deshacernos. O, por el 24


contrario, motivo de ostentación de su inmutabilidad, haciendo del mismo un simple y banal tradicionalismo. Pero esto vale también a propósito del presente: lo que vemos solo a través de los reflejos de su superficie, algo vacío y aburrido. Monótono, chato, reiterativo, hasta el punto de inducirnos a vivir en una constante actitud de desprecio. Y todo ello a causa de nuestro campo visual tremendamente angosto. Entonces vuelvo al título del libro de física teórica: la realidad no es como se nos presenta y –añado– esto nos permite decir que aquello que aflora es insuficiente para vivir. Tal vez sea esta una de las mejores intuiciones de una disciplina como la física teórica, pero esta es también una de las prácticas sapienciales especialmente digna de ser descubierta en todos los espacios cotidianos. Y para comprender no es necesario conocer la física cuántica, sino más bien descifrar aquellos senderos de la historia en los cuales, en todo tiempo y de diferentes maneras, alguien repitió este principio: la realidad no es como se muestra y, tomando conciencia, se vive «de otra manera». Hay tres cosas que son misteriosas para mí, y cuatro que no comprendo: el sendero del águila en los cielos, el sendero de la serpiente sobre la roca, el sendero del navío en alta mar, el sendero del hombre en la doncella (…) Hay cuatro seres minúsculos en la tierra, pero son sabios entre los sabios: las hormigas, pueblo sin fuerza, 25


2 Todos hemos nacido allí Aquellos que están entrenados en cualquier tipo de ascesis, de la fe o del dolor, y la gente simple, que percibe la fe en su corazón saben que cuando llega aquel minuto de silencio, es indispensable retirarse, adentrarse en él o hacerlo estallar adentro, recoger en el vacío interior el silencio exterior y esperar, mejor dicho atender: soportar la pausa del respiro dispuestos a todo ¡incluso la muerte! Cuando no hay inspiración hace falta prepararse para expiar si es necesario. Pero no siempre es necesario; la inspiración vuelve. (María Zambrano)

El alma del tiempo Antes de penetrar en la lectura histórica de dicho proceso existencial, llamado vida religiosa, quisiera explicar el criterio de lectura utilizado en esta segunda parte. Es difícil leer el tiempo, sobre todo para alguien como yo que no es experta en historia. Aún más difícil es leer el tiempo presente o la contemporaneidad del momento histórico. Lo recuerda toda sabiduría, incluida la cristiana: Cuando veis levantarse una nube por poniente, decís: 63


Va a llover, y así es. Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: Va a hacer calor, y así sucede. ¡Hipócritas!, sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿y cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Por qué no juzgáis vosotros mismos con justicia? (Lc 12,54-57). Tal vez esta dificultad se deba siempre al mismo motivo descrito en la primera parte: no logramos leer el alma (intus-legere) de lo que acontece. Evaluamos el aspecto de la tierra y del cielo, pero no vamos más allá. Del pasado recordamos lo que nos brinda seguridad, pero parece que el tiempo no arraiga en profundidad. Conocemos los contextos, los protagonistas de dichos contextos, pero no logramos «leerlos». Sin embargo este verbo, en el cual ya nos topamos interpretando el vocablo «religioso», conlleva el sentido de la profundidad: legere significa literalmente recoger; en un sentido específico, aprehender con los ojos cosas transcritas. Casi siempre transcritas sobre papel, aunque no solo. Saber vivir en el tiempo parece estar vinculado a esta capacidad de leer la realidad, hasta tal punto que, en el transcurso de la historia, leer ha sido considerado como un privilegio de pocos y estos pocos debían cuidarlo con celo, para no permitir a los demás comprender e interpretar la realidad, y así, de alguna manera, permanecer en el rol de súbditos. De la misma manera, «recoger» es un gesto que indica un dirigirse con atención a los detalles; a lo mejor inclinarse para coger algo, o tal vez excavar hondo para devolver algo a la luz. Se recogen fragmentos, ideas, anécdotas, palabras, testimonios. Pero todo está ligado

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al tiempo, a aquel tiempo escondido y sapiencial que no se agota únicamente entre pasado, presente y futuro. Estamos hablando de aquel tiempo que no es simplemente una flecha hacia… adelante o hacia atrás, ni siquiera vórtice constante del eterno retorno. Aquel tiempo que no es suficiente recordar con simples anécdotas, hechos acontecidos que recorremos obtusamente, como hacemos con las noticias que leemos en una touch screen (pantalla táctil) adelante y atrás, sino más bien aquel tiempo que «si le damos la vuelta», deja transparentar su residuo sapiencial. Aquello que, aún no habiendo presenciado los hechos, sean pasados o lejanos, permite recoger la matriz esencial del sentido. Mi intención por lo tanto no es la de proseguir en la sucesión lineal de la historia, siguiendo las coordenadas clásicas del movimiento temporal: desde el pasado al presente y hacia el futuro. Sino dar la vuelta a todo, como se hace con una botella, para que el residuo del fondo llegue a la superficie y se vierta, como el primigenio sentido del todo. Una especie de retorno, pero no para identificarse con un tiempo perdido, como en algunas novelas de fantasía y películas que devuelven los personajes de hoy a contextos del pasado, sino más bien como búsqueda de un arché que habita adentro. Buscar el alma del tiempo, aquello que finalmente, más allá del paso del cronos, permanece como lo que vale. Y, en nuestro caso, el alma de este camino que nosotros, hoy, denominamos vida religiosa y que, probablemente nació como la religiosidad de la vida. Intento diseñarlo: 65


Tiempo lineal y tiempo pasado presente hacia el futuro ↓ ↓ ↓ tiempo profundo y transcendental hacia abajo

Nuestras metamorfosis junto a las de la sociedad: de la religiosidad de la vida a la vida religiosa «Vacuidad del tiempo a pesar de toda saciedad», escribía Dietrich Bonhoeffer desde la cárcel de Tegel. ¿Qué es lo que puede volverse espejo de autocrítica en la vida religiosa actual? ¿Qué es lo que nos puede servir para «releernos», además de la realidad real del presente, nuestros malestares, las inquietudes, los acontecimientos que se manifiestan en el presente, es decir, aquellas famosas nubes que los contemporáneos de Jesús sabían interpretar en previsión de fenómenos atmosféricos o climáticos? Personalmente, creo que existe otro aspecto importante que nos podría ayudar en la relectura de nuestra vida, y es la historia: la trama de la humanidad y de toda relación. Pero de suyo dicha relectura «histórica», como ya lo he afirmado anteriormente, la haré al revés. Desde la vida religiosa más próxima a nosotros, a aquella que tal vez más nos influenció: la de los orígenes más antiguos. Desde el humus de la historia actual, siempre más laica e independiente, con su universo simbólico y práctico, a aquella parte de la historia donde el cosmos y lo humano buscaban aprender un mismo lenguaje, y este era religioso. 66


Visiones de la vida, concepciones del cosmos y de la humanidad. Descubrimientos científicos e interpretaciones teológicas. E incluso: simples o complejos factores ambientales, y aún más, evidentes factores sociales: pestes que arrasaban las ciudades, el campo y diezmaban los conventos; terremotos, inundaciones, guerras, dictaduras… Tal vez, si leyésemos la historia de la humanidad y del cosmos, desde el punto de vista bíblico, en un juego de «Ausencia-Presencia» divina, subyacente en la esencia de la realidad, dicha historia la encontraríamos escrita y vuelta a escribir muchas veces, incluyendo por ejemplo, el Salmo 68. Una especie de Te Deum, como alguien lo definió, entre maravilla y temor, ya que los eventos empujan, con y sin nosotros. Evocaciones de los infinitos éxodos de la humanidad que guarda en sus vísceras sus más hondos sueños de liberación: historia extrañamente herida y curada muchas veces y, sobre todo, historia habitada. Lectura poética de la historia, donde no se comprende claramente cuáles son «las moradas de Dios», pero se percibe que no son los distintos templos construidos por manos humanas, sino los montes, los altos montes: aquellas extrañas estratificaciones surgidas de las vísceras de la tierra, de sus escondidas profundidades. La humanidad ‒y su historia‒ está integrada por todos; desde los que se consideran victoriosos, hasta los que se consideran vencidos, lamentablemente todavía demasiados y en aumento. Aun cuando siguen marchando y permanecen vivos y vivas, sosteniendo el presente con su infinito deseo. 67


Quién sabe por qué, en la óptica de dicho salmo, solo lo Invisible, lo Innombrable que a veces llamamos Dios, a lo largo de esta extensa historia, parece ser el defensor y el centinela de los huérfanos y de las viudas, categorías muy particulares en la búsqueda de la paz y de la liberación. Quizás, a lo mejor justamente los huérfanos y las viudas de guerra, de aquellas dolorosas guerras, destrucción total de la vida humana cotidiana. Destrucción de la propia casa, de los propios objetos y dramática fragmentación de los afectos. Pero también una desastrosa guerra sin armas, más eficiente y continuada: el mercado y las finanzas. Un extraño complot para dificultar el parto de la vida y de todos los que reivindican tan solo el derecho a vivir. Pero Dios –como escribía David Maria Turoldo en un comentario a dicho salmo– «dispersa a las gentes que aman la guerra; los dispersa como humo». Pero esta profecía por el momento no logramos verla, tal vez porque es parte de aquella realidad velada; entonces hagamos el esfuerzo de detenernos, antes de seguir con el relato de nuestra historia. Leamos el salmo: Se alza el Señor y sus enemigos se dispersan, huyen de su presencia sus contrarios. Como se disipa el humo, los disipas; como la cera se derrite al fuego, así caen los malvados ante Dios. Los justos se regocijan en la presencia del Señor, se alborozan y saltan de alegría. Cantad a Dios, cantad himnos a su nombre, abrid paso al que cabalga por las nubes; 68


Índice Introducción.......................................................... 7 Pre-texto......................................................... 7

Clave de lectura: la toma de conciencia del soplo..................... 8

Invitación a un método: para leer la realidad actual........................... 12

Las corrientes interiores................................ 15

1. La lógica de la profundidad............................. 19

La realidad no es como aparece: para aquellos que siempre la maltratan................ 19

Cuestionados.................................................. 22

De la trascendencia a la profundidad........... 28

Más patente de lo que aparece...................... 30

La crisis, el cero y la no flexibilidad.............. 34

La lógica que dilata los espacios................... 37

Apartado respecto al juicio de la realidad.... 40

Viaje introspectivo en la religiosidad de la vida............................ 42

Mentalidad y lenguaje: la capacidad de invertir................................. 47

¿Qué ha sucedido?......................................... 52 179


Re-ligioso....................................................... 56

La ambigüedad del homo religiosus e inteligente.................................................... 58

¿Cómo es posible? ¡Qué extraño!................. 59

2. Todos hemos nacido allí.................................... 63

El alma del tiempo.......................................... 63

Nuestras metamorfosis junto a las de la sociedad: de la religiosidad de la vida a la vida religiosa............................................ 66

Nuestros siglos: entre el siglo XXI y el XX............................... 70

El presente más próximo................................ 75

Entre autocrítica y crítica.............................. 78

En esta historia presente................................ 86

Memoria de su modo de estar en la historia.................................................. 92

Diáspora, laicidad, mujeres y clericalización............................................. 93

La múltiple diversidad de la Edad Media........................................... 104

Otro periodo de la historia: la vida monástica........................................... 111

Acercándonos a las primeras intuiciones...................................................... 117

Mujeres y desierto.......................................... 129

El desierto ..................................................... 133

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La memoria viva de las Escrituras y los dolores de parto de la historia.............. 138

Una breve nota: Poesía sobre la oración...... 142

3. Infinito deseo e imaginación............................. 145

Las exigencias del alma: los votos................. 145

Los votos en el tiempo.................................... 152

Antes fue una iniciativa de cuidados hacia la realidad, después se convirtió en obediencia y luego fueron «los votos»........... 154

Los votos son una urgencia histórica............ 158

El Poeta increado: la bendición infinita........ 165

Abriendo la puerta................................................ 171

Como si fuese una conclusión........................ 171

Las historias se entrelazan............................. 172

Lo específico.................................................. 174

¿Y el problema de las vocaciones?................ 175

Cerrando: la portada del libro...................... 177

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