Hecha por amor‌ La corrección fraterna
Leoluca Pasqua
HECHA POR AMOR… La corrección fraterna
Introducción Desde que comencé a escribir este libro, he estado constantemente acompañado por un recuerdo y una imagen ligada a él. El recuerdo es el de mi madre, la imagen es la de sus ojos. Durante mi adolescencia, por causa de mi excesiva vitalidad, era oportunamente reprendido por mi comportamiento y en el momento en que las palabras no bastaban, ahí estaba la mirada de mi madre, silenciosa y severa, más elocuente que muchas palabras. Una mirada de reproche, pero también de amorosa corrección, como solo una madre sabe hacer por el bien de los propios hijos. El mensaje llegaba directo e inequívoco y, aunque encontrase alguna resistencia, después conseguía su finalidad. Después de muchos años se ha fijado en mi mente de modo indeleble el mensaje de aquella mirada, y todavía hoy le sigue 5
hablando a mi corazón, haciéndome entender el valor de una corrección hecha por amor. He querido comenzar nuestro recorrido, que afrontará el delicado tema de la «corrección fraterna», precisamente con esta experiencia personal mía. Un tema que no es fácil de tratar por su carácter provocativo, ya que sacude la conciencia e invita a asumir las propias responsabilidades, a poner orden dentro de sí mismo y a reconsiderar los aspectos de la propia vida que necesitan ser corregidos. Es urgente redescubrir la importancia de la corrección fraterna, sobre todo en un momento en que la vida del hombre y la mujer está marcada por un exacerbado individualismo y por un peligroso relativismo ético, que corren el riesgo de desorientar y de transformar a las personas en muchas islas, que no saben ya comunicar ni construir relaciones de amistad y de fraterna colaboración. Por este motivo, la corrección puede llegar a ser un instrumento válido para ayudarse mutuamente a salir de este peligroso aislamiento, para caminar en la verdad y para no perseverar en el error.
Es indispensable comprender en profundidad qué significa corrección fraterna y 6
cómo ejercitarla. Para hacer un buen uso de ella es necesario aprender su gramática y saberla aplicar en el momento adecuado, para no incurrir en problemas desagradables. ¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta de los errores de nuestro hermano o de nuestra hermana y por miedo a ser malinterpretados nos hemos quedado indiferentes? ¿Cuántas veces, por mantener un frágil equilibrio construido en el tiempo, no hemos practicado la corrección, dejando a la persona en el error? Y al contrario, ¿cuántas veces nos hemos aventurado a practicar la corrección sin la adecuada disposición, actuando por instinto y, por lo tanto, fracasando en el intento de corregir al otro, no sabiendo resolver la situación? Y también, ¿cuándo hemos sido capaces de acoger dócilmente la corrección de alguien, dejándonos cuestionar en nuestro interior, sin activar los mecanismos de defensa para preservar las propias razones? Este es el motivo de este ensayo, que nace siendo consciente de las numerosas dificultades que se pueden encontrar al practicar la corrección, y del deseo de ofrecer algunas 7
ideas para la reflexión que puedan ayudar a practicarla. Muchos infravaloran tal experiencia en nombre de una auto-referencialidad, que lleva a gestionar la vida según criterios subjetivos, donde cada uno se convierte en responsable absoluto de las propias opciones y, por lo tanto, también de los propios errores. Por este motivo la corrección ha sido cada vez menos practicada, porque se considera como un límite a la libertad del ser humano, pero también es arriesgada y difícil de realizar; por eso se ha preferido relegarla a los ambientes religiosos, sobre todo, monásticos. Sin embargo, como veremos, la corrección nos afecta a todos y se ofrece como una norma ética, que puede contribuir a mejorar la calidad de la vida y de las relaciones. Basta pensar que la corrección fue tenida en gran consideración en el mundo antiguo, aun antes de la llegada del cristianismo, como afirma Cicerón en su tratado sobre la amistad, donde dice: «Hay que advertir y reprender a menudo a los amigos y, con espíritu amistoso, hay que aceptar de ellos las mismas reprensiones 8
si están inspiradas por el afecto. (…) Por tanto, si es prueba de verdadera amistad corregir y ser corregidos, (…) entonces debemos admitir que la plaga más trágica de la amistad es la adulación, el halago y el servilismo»1.
Partiendo de estas consideraciones, desarrollaremos nuestro itinerario perfilando el horizonte en el que se sitúa la corrección, su significado, la finalidad y cuándo se la puede definir como «fraterna». Después de un breve excursus bíblico, con una referencia particular a la enseñanza de Jesús, nos detendremos sobre las dinámicas de la corrección, sobre los obstáculos a superar y sobre las actitudes que asumir. Al final se propondrán algunas formas para emprender la corrección y para comprender su posible realización pero, sobre todo, su extraordinaria capacidad de crear bienestar y de poner en marcha recorridos de paz y de reconciliación.
1 Marco Tulio Cicerón, La amistad 88,91.
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2 La fraternidad La corrección se puede definir fraterna, solamente si se considera a la persona que tenemos delante no como uno cualquiera, sino como un hermano, con el cual estoy llamado a compartir el camino de la vida. Esto remite enseguida a una experiencia de consanguineidad y de recíproca pertenencia, donde el otro constituye parte de mí mismo, a quien debo amar por lo que es y no por cómo quisiera que fuese. En efecto, la etimología de la palabra griega adelphos, que traduce la palabra hermano, significa «del mismo útero» y hace referencia a un origen común, al vientre de una misma madre en el cual los hermanos son generados, pero también de un mismo padre y por lo tanto pertenecientes a una única familia. Esta gran verdad no es siempre comprendida en su valor profundo, por lo que incluso 15
dentro de una familia, entendida en el sentido biológico, la fraternidad no se puede dar nunca por supuesta. Es más, no es comprendida ni compartida y, frecuentemente, es instrumentalizada por intereses materiales y a menudo totalmente negada. La fraternidad, por tanto, no es una experiencia que puedo programar o el resultado de mi buena voluntad, sino algo que me precede, un don que debo reconocer en el rostro de quien está junto a mí, el cual debe ser acogido en su diversidad y en sus límites. Solo así aprendo a conocerme a mí mismo y a construir la verdadera fraternidad, como pone de relieve un autor contemporáneo: Todo el arte de ser hombre o mujer consiste en hacer de la presencia frontal una relación amistosa, una relación fraterna. El cara a cara es aquel lugar originario en que cada uno se crea por medio del otro y con el otro, en que se juega una mutua fecundidad. Yo recibo mi rostro en parte de los otros, leo en el rostro de los otros la apariencia de mi propio rostro e interiorizo el efecto del encuentro5. 5 B. Chenu, Tracce del volto. Dalla parola allo sguardo, Qiqajon,
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El otro provoca en nosotros un cambio, destruye la pretensión de sentirnos únicos y omnipotentes en el mundo, nos sitúa ante nuestros límites y hace crecer cada vez más la necesidad del diálogo y del consuelo. Por el contrario, la auto-referencialidad es la negación de la fraternidad, porque el egoísmo y la presunción de bastarse a sí mismo ciegan a la persona, haciéndola incapaz de ver los propios errores y de sentir la necesidad de los otros, condenándola a la soledad y a la desesperación. En la Biblia, sobre todo en el Antiguo Testamento, la palabra fraternidad es poco utilizada; mientras que es más fácil encontrar los sustantivos hermano y hermana, palabras que se usan en referencia a los que pertenecen al pueblo de Israel, porque son hijos del mismo padre Abraham. Tal concepto es superado por Jesús en el momento en que su mensaje amplía los horizontes. En primer lugar son llamados hermanos los discípulos del Señor Jesús: Pero vosotros no os dejéis llamar maestro, porque Magnano (Bi) 1996, p. 11 (La huella de una mirada: tu rostro buscaré, San Pablo, Madrid 1993).
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uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos (Mt 23,8); además son hermanos los que están unidos en la oración con María: Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos (He 1,14). Hermanos son aquellos que junto a Cristo escuchan la palabra del Padre y hacen su voluntad: El que hace la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12,50); este es un pasaje, donde el concepto de fraternidad va más allá de los vínculos de la familia natural, desembocando en el mundo de la fe. Vivir la voluntad del Padre crea nuevos vínculos de fraternidad. De hecho, es llamado hermano quien se reconoce hijo del mismo Padre, del que Jesús es el primogénito: Porque aquellos que de antemano conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29). Jesús abre el camino a la verdadera vida inaugurada con su resurrección, reúne y no dispersa, ruega por la unidad y se convierte 18
en modelo para seguir e imitar. Si el Maestro ha dado la vida por los amigos y los enemigos, también los discípulos están llamados a hacer lo mismo: Este es mi mandamiento: amaos unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos (Jn 15,12-13). La fraternidad, pues, es un signo de reconocimiento del verdadero discípulo de Jesús. Por tanto, como exhorta el apóstol Pablo, el hermano no puede ser juzgado y no debe ser nunca despreciado: Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O ¿por qué desprecias a tu hermano? Pues todos tenemos que presentarnos ante el tribunal de Dios (Rom 14,10). El hermano o la hermana es una persona que hay que amar, sostener, sobre todo en el momento de la necesidad, como dice el evangelista Juan en su primera carta (1Jn 3,16-18): En esto hemos conocido el amor: en que él ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos dar también la vida por nuestros hermanos. Si alguno tiene bienes de este mundo, ve a su hermano en la necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios? Amémonos no de 19
palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad.
El tema de la fraternidad adquiere una particular caracterización, cuando consideramos la común pertenencia a la gran familia que es la Iglesia, querida por Cristo como sacramento de salvación para toda la humanidad. Es el lugar en el que se experimenta la gracia de Dios, su misericordia, donde se nos llama a vivir la fe, la esperanza y la caridad como manifestación del amor trinitario. Los que forman parte de ella son marcados por la misma dignidad, la de ser hijos de Dios, bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo (1Cor 12,13). El bautismo nos incorpora a la Iglesia y nos convierte en hijos de un único Padre y hermanos en Cristo, tal como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: «De las fuentes bautismales nace el único pueblo de Dios de la Nueva Alianza que trasciende todos los límites naturales o humanos de las naciones, las culturas, las razas y los sexos» (CIC 1267). El ser hijos y hermanos en la Iglesia es un don 20
para acoger en la fe, para custodiar y alimentar porque, si se pierde esta referencia a la paternidad de Dios, se corre el riesgo de no reconocerse ya ni hijos ni hermanos. A este propósito el teólogo Karl Rahner escribe: «Se puede afirmar que con la palabra fraternidad, en su necesaria unidad con la respuesta de amor hacia Dios, se expresa la totalidad del cometido de todo el hombre y del cristianismo»6. Por tanto se trata de un don, pero también de una tarea, de una responsabilidad para no traicionar el mensaje de amor de Jesús y para hacernos creíbles a los ojos del mundo. La fraternidad, lugar bendecido por Dios, se convierte en el banco de prueba de la fe para todo creyente, el lugar del combate donde estamos llamados a custodiar la unidad y la concordia, permaneciendo fieles a la acción del Espíritu Santo, el lugar donde sostenerse el uno al otro y reencontrar las razones para seguir caminando juntos como pueblo de Dios, hacia la tierra prometida de la comunión con Él. 6 K. Rahner, Chi è tuo fratello?, Paoline, Roma 1984, p. 31.
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7 Los obstáculos a la corrección En la dinámica de la corrección son muchos los obstáculos que hay que superar, tanto para quien la hace como para quien la recibe. Se trata de algunas actitudes propias del carácter y de la personalidad de cada uno, ligadas a la propia historia, a la madurez afectiva, al camino de fe, a los condicionamientos de la sociedad. Estas actitudes, a menudo inconscientes, juegan un papel fundamental en las relaciones interpersonales y, en muchos casos, no permiten construir relaciones auténticas basadas en la verdad y en la libertad y menos todavía poner en práctica cualquier forma de corrección. Por tanto nos detendremos a valorar algunos de estos obstáculos, los que la experiencia confirma que son entre los más comunes y localizables en la dinámica relacional. 55
La indiferencia
Esta puede ser definida como una enfermedad de nuestra sociedad, caracterizada cada vez más por un desenfrenado individualismo, en el que cada uno piensa bastarse a sí mismo y no necesitar del otro. El papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium habla de la «globalización de la indiferencia», y haciendo un lúcido análisis de la sociedad moderna escribe: Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe11.
El indiferente se presenta como una persona desapegada, fría, que no experimenta sentimientos y menos aún compasión por los sufrimientos y las necesidades del otro. En algunos momentos esta es planificada, para evitar comprometerse demasiado en la vida de los otros, prefiriendo permanecer en 11 Francisco, papa, Evangelii gaudium, San Pablo, Madrid 2013, 54.
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la quietud de su propia vida, para evitar la confrontación, la colaboración o incluso el surgir de problemas o cuestiones de distinto tipo. En otros casos la indiferencia entra en esos mecanismos de defensa que, también inconscientemente, son activados para protegerse. Esto sucede cuando en el pasado se han vivido experiencias dolorosas, sobre todo desilusiones en el ámbito relacional, por lo que se prefiere no involucrarse demasiado, para evitar que se representen situaciones que podrían causar posteriores sufrimientos. Finalmente esta puede también convertirse en un mecanismo de control sobre el otro, que de alguna manera queremos atar a nosotros. En todo caso la indiferencia es siempre negativa y destructiva, lleva a encerrarse en sí mismos e impide acoger al hermano que tenemos al lado. En una perspectiva religiosa la indiferencia nos hace incapaces de percibir la presencia misma de Dios, por quien no se manifiesta ningún sentimiento de gratitud. Además esta puede convertirse en sinónimo de pereza y apatía, tanto que en el Catecismo 57
de la Iglesia Católica es situada entre los pecados contra el amor de Dios (cf. CCC 2094). Comprendemos bien que la indiferencia es el principal obstáculo para la corrección, de hecho, negando los mismos principios de la relación, esta no permite darse cuenta de los errores del otro. Se decide por tanto seguir adelante, poniéndose en las antípodas de la caridad evangélica, que invita a llevar las cargas los unos de los otros (cf. Gál 6,2). Corregir quiere decir también hacerse cercano a todos aquellos que viven diversas formas de malestar físico, espiritual o moral. Cuando corregimos, nos volvemos como el Buen Samaritano, nos hacemos cargo del sufrimiento del otro, con amor y paciencia, no permanecemos indiferentes frente a quien el pecado reduce a vivir como si estuviera muerto. No se supera el error fingiendo, como si no ocurriese nada, sino que se decide parar, mirar al pecado a la cara, reconocerlo, desenmascararlo, combatirlo, para que su fuerza destructiva sea guiada por la fuerza del amor. De este modo la corrección alcanza su objetivo: salvar al 58
hermano, curar sus heridas, ayudarlo a reflexionar sobre las propias opciones erróneas, para que pueda adquirir una nueva mirada sobre sí mismo y sobre el mundo. El falso respeto
Otro obstáculo, que impide llegar a la justa corrección, está favorecido por una falsa interpretación del respeto por el otro y por sus opciones, incluso si estas son equivocadas. Se trata de una actitud que nace del miedo de menoscabar la sensibilidad del otro, que de algún modo podría sentirse juzgado por quien corrige y por tanto reaccionar negativamente. El tener respeto por el otro debe ser bien entendido, porque está sujeto a varias interpretaciones. En primer lugar hay que precisar que el respeto debe ser entendido en un amplio sentido y no de un modo restrictivo. Y por tanto hay que aprender a respetarse en primer lugar a uno mismo y a la propia vida como don de Dios y, también, a los otros como personas que deben ser acogidas en su diversidad de cultura, raza y religión. Hay que educarse en el 59
respeto de las cosas, del ambiente donde se vive, de la naturaleza y de la creación, que se tiene que entender cada vez más como un bien común, que se debe salvaguardar para que pueda ser transmitido a las generaciones futuras12. Queriendo restringir el campo y aplicar la palabra «respeto» a las relaciones, nos damos cuenta de cuán compleja y variada es su comprensión y su aplicación. Se puede entender el respeto como simple reconocimiento ante una persona importante o, peor aún, puede sentirse obligado al respeto por miedo del otro, una actitud que contradice la libertad y la espontaneidad, degradando el significado mismo de la relación. En la dinámica de la corrección tener respeto por el otro no significa hacer como si no hubiera pasado nada, dejando que persevere en el error, sino más bien, con audacia y coraje, corregir al hermano para ayudarlo a recuperar su dignidad y su libertad. Hay que vigilar para que el respeto no pierda su potencial constructivo, convirtiéndose en 12 Francisco, papa, Laudato Si, San Pablo, Madrid 2015, 159.
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Índice Introducción............................................... 5 1. El significado de la palabra.................. 11 2. La fraternidad....................................... 15 3. La corrección en el Antiguo Testamento..................... 23 4. La pedagogía de Jesús.......................... 31 5. Ganar al hermano................................. 41 6. El discernimiento preliminar................ 47 7. Los obstáculos a la corrección............. 55 La indiferencia...................................... 56 El falso respeto..................................... 59 El miedo............................................... 61 El paternalismo..................................... 65 La proyección....................................... 67 8. Acoger la corrección............................ 71 Con humildad....................................... 75 … Y sentido de gratitud....................... 78
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9. Las ventajas de la corrección............... 83 Más allá del rencor............................... 84 Evitar las habladurías........................... 87 10. Las formas de corrección..................... 93 Querido amigo, te escribo.................... 94 Corrección en tiempo real.................... 95 La fuerza del silencio........................... 97 No solo predicadores............................ 100 11. Corrección y bienestar social............... 105 Nota bibliográfica...................................... 115
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