Historias de los
Santos
Margaret McAllister Ilustrado por Alida Massari
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Historias de los
Santos
Margaret McAllister Ilustrado por
Alida Massari
Índice San Pedro 4 San Pablo 8 Santas Perpetua y Felicidad 12 San Patricio 14 Santos Cirilo y Metodio 18 Santos Francisco y Clara 20 San Martín de Porres 26 Santa Teresa de Ávila 29 San Ignacio de Loyola 34 Santa Bernardita de Lourdes 38 Padre Pío: San Pío de Pietrelcina 42 Santa Josefina Bakhita 45
San Pablo
C
uando salí de casa esta mañana, tenía un propósito. Tenía que ir a un sitio y hacer un trabajo, un trabajo cruel, pero había que hacerlo. Ahora, estoy a oscuras. Me encuentro en un lugar extraño, todo el mundo habla en voz baja, y yo estoy tan ciego e indefenso como un gatito. Necesito que alguien me traiga comida y vino y me lleve a la cama. Dios mío, ¿qué está pasando? ¿Dónde estás? Yo soy un israelita, uno del pueblo elegido por Dios, y me gusta estudiar las Escrituras. El excelente Rabí Gamaliel fue mi profesor. Cuando Jesús de Nazaret vino del norte con su grupo de seguidores, que sabían más de peces que de fe, yo pensé: «Aquí tenemos otro. En su propio pueblo probablemente piensan que es maravilloso. En Jerusalén es precisamente un fastidio más». Yo me alegré cuando lo mataron. ¿Qué esperaba él? Como en ese momento la multitud estaba angustiada, cualquiera que montara en un borrico en Jerusalén, y gritando todo el mundo «Hosanna» era visto como un enviado por Dios. Él prácticamente llegó a decir que era Dios. Y solo hay una sentencia después de eso, que es la muerte, pero antes que hubiera pasado una semana, sus seguidores ya iban diciendo que había vuelto a la vida. Algo inaudito. Ellos lo llamaban mesías, Hijo de Dios; anunciaban que estaban realizando milagros en su nombre. Era una locura peligrosa y había que detenerla. Alguien 10
tenía que hacerlo. Yo conseguí que a «los seguidores del Camino» los arrestaran y los encerraran en la cárcel. En Jerusalén hice que los mataran. Yo nunca tiré las piedras, pero guardaba los mantos de los hombres que lo hacían. Los seguidores entendieron el mensaje. Ellos escaparon. Algunos de estos fueron a Damasco, por eso me dieron permiso para seguirlos y detenerlos. Allí es donde iba aquella mañana. Yo iba cabalgando hacia Damasco con un par de ayudantes, que me seguían, cuando apareció una luz. Intenta imaginar un relámpago, pero no en el cielo; imagínate el relámpago golpeando justo delante de ti y que te transforma por dentro. La fuerza del golpe hizo que mi caballo se encabritara y me tirara al suelo y, os lo juro, de verdad y honestamente, que oí una voz que me decía: «¡Pablo!, ¿por qué me persigues?».
Santas Perpetua y Felicidad
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espués de que el bebé de Perpetua fue apartado de su madre, ella decidió que nada peor le podía suceder. Ella sabía que su familia cuidaría a su pequeño, para que estuviese a salvo y bien. Pero incluso si ella era arrojada a las bestias feroces –que probablemente lo sería– nada podía ser peor que separarla de su bebé. Corría el año 203 d.C. y Perpetua se había quedado viuda recientemente, con un hijo; vivía en Cartago, al norte del África, gobernada por Roma. Según las leyes romanas todos tenían que adorar al emperador y Perpetua rehusó hacerlo, por lo que fue arrojada a una profunda y oscura celda de la prisión. Su amiga Felicidad estaba con ella –Felicidad, que esperaba muy pronto un hijo, era la joven esclava de Perpetua, pero ellas también eran amigas–. Cuatro hombres cristianos estaban en prisión con ellas. El padre de Perpetua le había pedido que renunciara a su fe. Conversó con ella varios días, y finalmente ella señaló un jarro de agua. «¿Qué es esto?», preguntó. «Es una jarra, desde luego», dijo el padre. «Exactamente», dijo Perpetua. «Esto es una jarra, correcto, y no puede ser ninguna otra cosa. Yo soy una cristiana, lo soy, y no puedo ser ninguna otra cosa». 14
San Martín de Porres
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o sé por qué me llaman santo. ¡Si yo era un marginado! Nací en Lima, Perú, y allí viví toda mi vida. Mi padre era un noble español y mi madre una mujer nativa negra, y no era nada fácil ser un niño mulato en los últimos años del siglo XVI, especialmente después de que mi padre nos dejó. Los niños, como mi hermana pequeña Juana y yo, éramos «mulatos» y podíamos ser vendidos como esclavos. Pero Dios es bueno, y nosotros seguíamos siendo libres. Yo estudié algo de medicina, y más tarde conseguí realizar mi más ardiente deseo. En Lima había una orden de monjes llamados frailes Dominicos, que me permitieron unirme a ellos. A los mulatos no se les permitía hacer los votos perpetuos como frailes, pero yo era feliz como hermano laico, curando a los enfermos, trabajando en la cocina, o de rodillas en oración. Más tarde, el prior que estaba en el cargo, ignoró las reglas y me permitió hacer los votos, así que ya era un hermano profeso Dominico, aunque yo seguía siendo un mulato. Una vez, cuando la orden necesitó dinero para pagar una deuda, yo sugerí que me vendieran, ¡pero ellos no quisieron! ¡Dios es bueno! Me hubiese gustado ser misionero y viajar por el mundo pero, de alguna manera, el mundo vino a mí. Gente de todas clases y razas llegaron requiriendo 28
Padre Pío: San Pío de Pietrelcina
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ayo es conocido por los católicos como el mes de María, y es en Mayo de 1887 cuando Francisco Forgione nació en el pueblo italiano de Pietrelcina. Toda su vida tuvo un gran amor a María, y después fue famoso como padre Pío. Parece que son pocas, muy pocas, las personas que pueden ver y oír cosas que otros no pueden. Ellos no eligieron ser así, ni lo buscaron. Es algo con lo cual simplemente nacieron y el padre Pío fue una de esas raras personas. Desde la edad de cinco años experimentaba visiones de Jesús, María y los ángeles, y oía que le hablaban, pero escuchaba y veía también a los demonios, que eran terribles. Su familia eran fervorosos católicos que asistían a Misa todos los días. Mientras otros chicos jugaban a ser soldados o exploradores, el pequeño Francisco solía jugar a ir a misa y cantar himnos, y a los diez años dijo que quería ser «¡un fraile con barba!». Después de unos años de estudio profesó como novicio en la orden de hermanos capuchinos, y tomó el nombre de «Pío». El plan era que llegara a ser sacerdote, pero la enfermedad no daba esperanza de llegar a ser ordenado. Se 44