François Garagnon
JADE Y LOS MISTERIOS DE LA VIDA (Con ilustraciones del autor) 7ª edición
M
e he encontrado con una niña, que es una criatura muy original. Se le ha metido en la cabeza que hay que salvar el mundo con todo su sabor. Ni más ni menos. Juega con las ideas como otros niños juegan con los dados, pero con teorías bien precisas sobre el azar que, según ella, se escribe con una D mayúscula ... Dios, puesto que es de El de quien se trata, parece divertirse como un travieso diablejo, haciendo pasar por la boca de esta muchachita historias y parábolas “tan importantes, te lo juro, que de ellas depende el futuro de la humanidad”. Su manera de hablar es una insólita mezcla de ingenuidad infantil y sabiduría moralista. De esta unión entre dos estilos tan opuestos, uno sentencioso, otro familiar, nacen formulaciones irresistibles. Singularidad que no menoscaba el vigor de sus enseñanzas, pues tal como lo dice Jade (que tiene siempre la última palabra), por paradójico que pueda parecer, es a la vez sutil y profundo. En definitiva, a Jade le gusta que se la escuche “en el piso de arriba”, es decir, con un segundo sentido. Lógicamente, su jerga merecería algunas correcciones del traductor y del lexicólogo. Por mi parte yo me he acostumbrado a su estilo algo desconcertante, pero sin alcanzar todas sus sutilezas. Estoy lejos de ser un especialista en su lengua. 7
Algunas palabras seguirán siendo, tanto para vosotros como para mí, un tanto herméticas. He aquí la respuesta de la interesada: “una palabra es como una manzana: hay que morderla para descubrir su sabor escondido, su fragancia”. ¿Cómo no perdonar esta coquetería natural ante la abundante inventiva de sus imágenes poéticas, su frescor, y su espíritu de exquisita admiración? Uno de los descubrimientos de Jade es que los sueños se desgastan sólo cuando uno no se sirve de ellos. Es decir: no hay que dejar a un lado los grandes proyectos diciéndose: “ya veré más tarde”, y continuar como si tal cosa, “seguir por el camino trillado, ir con los pasos contados”. No; tenemos que entregarnos a nuestros sueños aquí y ahora. Y saborearlos con los ojos brillantes, como brillan los ojos de los niños, cuando abren ese regalo que han deseado hace mucho tiempo.
Durante mucho tiempo he dudado en publicar este libro. Jade ha simbolizado siempre para mí algo etéreo, infinitamente sutil, como un perfume que sientes cerca de ti y te hubiera gustado guardar como un secreto. Pero un día habló de fuego, de llama, de ternura y de cosas como éstas. Me decía que quería ser, no una mujer, sino una llama. Había oído, no sé dónde, la expresión “todo fuego, todo llama”, y había decidido firmemente ser lo uno y lo otro, pero de verdad, es decir, el fuego y la llama. 8
Esperad..., si no recuerdo mal era mucho más preciso que esto. Yo la escuchaba con particular atención, me parecía que quería confiarme un mensaje realmente importante: me hablaba de una llama que no era como todas las demás, una llama pequeña y frágil que, aunque expuesta a todos los vientos, no se apagaba jamás, no se cansaba de danzar para aportar calor, luz y alegría a todos los que se acercaban a ella. Quería que se la mirase como se mira el fuego de la chimenea, un fuego destinado, no a consumirse, sino a iluminar. En el fondo del hogar, en el fondo del alma. Añadía, como para justificarse: “yo querría ser el portaestandarte de la esperanza”. Así es como concebí el proyecto de dar a conocer a Jade al mundo entero. Ni más, ni menos (por usar su expresión).
¿Se trata de un homenaje a una niña? ¡Qué importa! Para mí esta niña es una gran mujer. Según ella, aprender a vivir no es el saber que no hay que poner los codos sobre la mesa. Hay que aprender a sostenerse derecho; es decir, mantener el espíritu erguido, la conciencia recta, para ser totalmente digna de participar en la fiesta de la vida. Cuando decidí comunicar a Jade que escribiría un libro con sus pensamientos esenciales, he de confesar que no sabía demasiado bien cómo recibiría la noticia. ¿Queréis que os diga lo que pasó? Hizo un mohín, se echó las manos a la cintura, y me miró 9
con una mezcla de piedad y de ternura en sus ojos, como si mi caso no tuviera remedio: “¡Estás loco. No van a entender nada! Todo esto era un triálogo entre tú, yo y Dios...”. Dijo esto con maliciosa ingenuidad, que era casi una manera de disculparse por haber ocupado tanto lugar en mi corazón. Todavía oigo su risa ligera y traviesa que se desvanece como un cometa sobre el cielo azul de lo imaginario.
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