Carlo Nesti
Mi psic贸logo se llama Jes煤s La Palabra, camino de serenidad 3陋 edici贸n
Introducción «La lámpara de tu cuerpo son los ojos; si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo estará iluminado; pero si están enfermos, todo tu cuerpo estará oscuro. Y si la luz que hay en ti está apagada, ¡cuánta será la oscuridad!» (Mateo 6,22-23). «La vida es como una comedia: no importa lo larga que sea, sino cómo se recita» (Lucio Anneo Séneca).
Este libro habla de psicología y espiritualidad, pero el que escribe ni es psicólogo ni teólogo. Soy un simple periodista, un observador que ha encontrado, en el cruce de esos dos caminos, un modo para vivir mejor mi relación con Dios. La curiosidad, sin magis-terio alguno, puede tener un valor incalculable. Una curiosidad que me ha llevado a volver al Evangelio y a buscar, en las palabras de Jesucristo, las orientaciones para revolucionar la existencia. He decidido que sea mi psicólogo y el vuestro. He escuchado claramente su voz, pronunciando consejos para darme, para daros mayor serenidad. Una curiosidad que, precisamente porque soy un simple comentarista, me ha impulsado a actuar no como «maestro», sino como «alumno». Como el estudiante que, mientras aprende los secretos de la Palabra del Señor, escribe un libro y lo pone a dis-posición de 9
otros estudiantes. El trabajo en clase «pasado» a un compañero de banco, tal vez con dificultades. Partamos del presupuesto de que cualquiera de nosotros, para estar sereno, necesita responder a una pregunta esencial: ¿qué sentido tiene la vida? Aun quienes pretenden huir de este interrogante, tarde o temprano se tienen que enfrentar con él, porque el ser humano lleva en su ADN la búsqueda del «sentido». Pues bien: lo único que da un sentido a la vida es, paradójicamente, la idea que tenemos de su contrario, es decir, de la muerte. Si para nosotros la muerte es un punto de llegada, en la vida todo será decisivo. Pero, en cambio, si para nosotros la muerte es sólo un punto de partida, en la vida todo se volverá transitorio. Si nos convencemos de que después de la muerte no existe nada, nos sentiremos obligados a regalarnos durante la existencia terrena todas las satisfacciones posibles. Si en cambio nos convencemos de que, des-pués de la muerte de la carne, existe la «felicidad eterna» del alma, cualquier otro aspecto será relativo. Pero, ¿por qué «creer»? ¿Por qué «creer»? Una premisa: no se puede vivir como si no se fuera uno a morir, pero no seré yo quien tenga la presunción de imponeros, con quién sabe qué capacidades persuasivas o taumatúrgicas, mi decisión de «creer». Solamente puedo manifestar mi opción de «creer». Sólo puedo comunicar las principales energías que me han convencido para superar la duda. En primer lugar, yo tengo fe (respuesta del ser humano al Dios que se revela) porque considero a la persona un ser «religioso», que tiene la vocación 10
de buscar a Dios, como búsqueda de la «felicidad eter-na». Desde siempre, los ritos religiosos (cultos, medi-taciones, oraciones y sacrificios) nos dicen que hemos nacido del Creador y a él volveremos. En segundo lugar, tengo fe porque el mundo mismo y las personas me confirman que Dios existe. El mundo como movimiento, transformación, orden y belleza de cielo y tierra, que permiten intuir una «mano» universal. Las personas, o sea nosotros, con las aspiraciones «divinas» de la conciencia y moralidad, verdad, libertad y eternidad. En tercer lugar, tengo fe porque creo en Jesús de Nazaret, hebreo, nacido de una hija de Israel, en Belén, en tiempos del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto. Y considero el Evangelio como crónica e historia de un hecho real: la muerte en cruz y la resurrección para salvarnos, en un sacrificio único. En cuarto lugar, yo tengo fe porque, periódicamente, Dios concede a la humanidad signos, pero lo hace a su estilo, de modo que cada uno pueda creer sin necesidad de ver. Son las apariciones de la Madre de Jesús, la Virgen, que, de Lourdes a Fátima, hasta Medjugorje, envían mensajes para la humanidad. Para mí, la humanidad se divide en tres categorías: hay quienes no creen en nada; hay quienes creen en algo, pero viven como si no creyeran; y hay también quienes creen en algo, y viven en consecuencia. Entrar en la tercera categoría es la única manera de conquistar una serenidad constante, y proyectar la vida más allá de la muerte. 11