Mujeres de la biblia

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Mujeres de la

Biblia

Margaret McAllister Ilustratado

por

Alida Massari


MUJERES de la

Biblia

Margaret McAllister Ilustrado

por

Alida Massari


Índice La Mujer de Noé 4 Génesis 6-9 Raquel 8 Génesis 29-33 Miriam 13 Éxodo 2 Rut 18 Rut 1-4 María de Nazaret 22 Lucas 2, Mateo 2 Marta y María 29 Lucas 10 La Mujer Cananea 32 Mateo 15 La Señora Prócula, la Mujer de Pilato 35 Mateo 27 María de Magdala 39 Juan 20 Lidia 44 Hechos 16


La mujer de Noé

S

alvar animales es solo el comienzo», dijo la mujer de Noé. Recogió un puñado de semillas y se las metió cuidadosamente en el bolsillo. «Si Dios quiere mandar un diluvio, hace muy bien en pedir a Noé que ponga a los animales en un arca. Pero luego, ¿qué haces con ellos?». Después de haber dicho su opinión, se puso el impermeable y las botas y se sentó en su lugar en la cubierta del arca. A lo lejos, podía ver al señor Noé y a sus hijos, Sem, Cam y Jafet, en el fondo de la rampa, pero no pudo mirar hacia abajo mucho rato. La altura la hizo que se mareara. El arca era enorme. A la mujer de Noé le parecía una especie de enorme caja de juguete para animales enormes (con una diferencia muy importante). Por encima de ella se iban acumulando las nubes. Debajo lo hacían los verdaderos animales. Aquí llegaban todos deprisa, brincando y acercándose desde todas las direcciones, más y más, a montones, y algunos de ellos con unos dientes y una garras que la mujer de Noé pensó que estaban muy enfadados. Ella se fue hasta la parte superior de la rampa con las mujeres de sus hijos: Hannah, Susi y Jo, que estaban preparadas para meter a los animales en sus jaulas. «Siempre con la esperanza», pensaba ella, «de no ser pisoteados hasta morir durante la primera carrera». 6


si conocía a Labán y ella se rió. ¡Labán era su padre! Por tanto ella y Jacob eran primos y, es más, desde aquel momento se enamoraron. Jacob había ido a trabajar para Labán, y la única paga que pedía por ello era casarse con Raquel. Labán había aceptado, pero solo si Jacob trabajaba antes siete años para él. Siete años era mucho tiempo, pero ellos se comprometieron y estaban felices. Raquel frunció el ceño. No era tan sencillo. Ella tenía una hermana mayor, Lía, y las dos nunca se llevaron bien. Veía que Lía lo tenía todo antes que nadie –Lía fue la primera en llevar ropa de mayor y en quedarse hasta tarde con los adultos–. Lía pensaba que Raquel era la niña mimada y, además, Raquel era la más guapa. En la tierra de Labán, la hermana mayor tiene siempre que casarse antes que la más joven, pero cuando pasaron los siete años, no había ningún plan de encontrar un marido para Lía. Si Raquel preguntaba a su padre sobre ello, él simplemente sonreía y no decía nada. En la oscuridad, Raquel se sienta y se abraza las rodillas. No le gusta pensar en la siguiente parte de la historia. Más bien ella quisiera olvidar la fecha que debería haber sido el día de su boda. Todas las mujeres estaban elegantemente vestidas, con hermosos velos bordados sobre sus caras, de tal forma que solo se les veían los ojos. Los ojos de Lía, piensa ella amargamente, eran lo más bello que tenía. Era fácil para Labán engañar a Jacob. Raquel derrama todavía algunas lágrimas cuando piensa en ello. Labán la había forzado a guardar silencio y ella solo podía resistir y mirar cómo Jacob, completamente engañado, hacía su promesa matrimonial a Lía. Solo a la mañana siguiente se dio cuenta de lo que había pasado. Ella junta sus manos y aprieta los dientes cuando recuerda la rabia de Jacob, su propia furia, y las orgullosas expresiones en las caras de Labán y Lía. Al final de la semana, Jacob se había casado con ella también, pero tendría que trabajar otros siete años por este privilegio. Se acerca a la entrada de la tienda y mira hacia arriba. Nunca había visto tantas estrellas, y le daba la sensación de que se encontraban tan bajas y tan cercanas, que podía alcanzarlas y tocarlas. Piensa en ellas brillando sobre Jacob en la oscuridad de la otra orilla del río. 11


Quédate cerca de las mujeres que trabajan para mí; ellas velarán por ti. ¿Ves aquellos cántaros de agua? Siempre que lo necesites bebe de ellos». Rut no esperaba tanta atención. Cuando Booz se sentó a comer con sus trabajadores, invitó a Rut a unirse con ellos y compartieron el alimento con ella; había tanto que llevó algo a casa para Noemí. Aquella tarde el espigueo fue sorprendentemente bueno. Los hombres de Booz parecía que iban dejando mucha cebada para ella. Dejaban caer bastante y no volvían a recogerla. Después de una larga jornada de trabajo, tenía ella tanta cebada que casi no podía llevarla a casa, para Noemí. «¿Dónde has conseguido todo eso?», preguntó Noemí sorprendida. «Del campo de Booz», dijo Rut casi sin aliento, mientras dejaba en el suelo la carga. «Él ha sido muy amable». «¡Booz!», repitió Noemí. «¡Yo soy pariente suya! Me alegro de que cuide de ti. Tú has recogido tanto hoy en sus campos que volverás mañana». Para cuando el tiempo de la cosecha hubo terminado, Booz y Rut estaban enamorados. Para deleite de Noemí, ellos se casaron y tuvieron un hijo hermoso y, en el momento en que el niño nació, Rut se lo acercó a Noemí para que lo abrazara. Y Noemí se sintió la mujer más feliz del mundo. Ella contaba aquella historia y yo decía: «¡Y ese era yo!». «Sí, Obed, ese eras tú», dijo ella. Yo salté en la cama y dije: «Y Rut y Bood son mi madre y mi padre, ¡y Noemí eres tú!». «Ya es hora de acostarse», dijo la abuela Noemí, y entonces ella me llevó a la cama y pronunció una bendición sobre mí.

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