El perfume del Esposo Ejercicios espirituales con el Cantar de los Cantares
Gaetano Piccolo
El perfume del Esposo Ejercicios espirituales con el Cantar de los Cantares
Introducción El tiempo de los ejercicios espirituales es un tiempo de gracia que se nos ofrece para reapropiarnos de nuestros deseos. Siete meditaciones que nos llevarán a buscar el perfume del Esposo. En la primera meditación se nos entregará «la llave del deseo». Precisamente es el deseo el que pone en marcha nuestra vida espiritual, ya que, si no fuera así, si se dejara abandonada a sí misma, podría paralizarse. También el miedo a acabar desilusionados podría hacernos tomar la decisión de no desear más y de cerrar la puerta de nuestro propio corazón. No se puede vivir el camino de la fe como voluntarismo. Es preciso liberarse de las ansias de poseer; debemos luchar contra ellas, no contra el deseo. Solo conociendo mis deseos es como puedo experimentar mi libertad, y en esto consiste el discernimiento espiritual; si no, todo se reduce, simplemente, a sentido común. El lugar de esta actividad interior de discernimiento y de elección es «la oración». Es importante que ahora nos preguntemos: ¿soy una persona de oración? Dios nos habla siempre al corazón: verdadero campo de batalla entre los movimientos hacia el bien y hacia el mal. 5
La segunda meditación nos introducirá en el Cantar de los Cantares. Gracias a la lectura orante de esta joya del Antiguo Testamento, podremos comprender que la vida espiritual está compuesta por etapas que van desde el deseo de ser atraídos por el Amado hasta la unión íntima con él. La iniciativa es siempre del esposo: − es él quien atrae por su belleza y por su novedad; − es él quien permite que la esposa sea consciente de su propia identidad; − es siempre él quien pone fin al invierno. Una modalidad de oración que Ignacio de Loyola sugirió en sus ejercicios espirituales es la repetición, como si fuera una «escuela para el paladar», que es precisamente el tema de la tercera meditación. Siguiendo los pasos de Agustín releeremos el Cantar de los Cantares a la luz del seguimiento de Cristo. La relación conyugal, argumento de la cuarta meditación, se presenta a través de la vida del profeta Oseas que, a pesar de su desastrosa relación matrimonial, se convierte en profeta para el pueblo. Para Dios ninguna traición queda sin posibilidad de recurso. La gravedad del pecado permanece, pero siempre existe la posibilidad de la redención. El pecado puede ser siempre ocasión para la misericordia. «Historia de un cortejo» es el título de la quinta meditación: los protagonistas de la escena junto al pozo de Sicar son la mujer samaritana, con su cántaro 6
vacío, y Jesús, que tiene sed. Partiendo de la palabra «despilfarrar», reconsideraremos ese encuentro que tiene lugar hacia el mediodía, a la hora sexta, en el momento de mayor luz, cuando puede verse mejor. Jesús le pide de beber porque tiene sed de salvación para toda la humanidad. La jarra, que representaba la historia de la mujer, se deja a los pies de Jesús. Este encuentro pide nuestra conversión interior: pasar de la presunción de tenerlo todo en nuestra experiencia a la falta de lo esencial. «¿Quién es el Esposo?»: esta es la pregunta del tema de la sexta meditación. La respuesta se encontrará en la búsqueda orante que atraviesa las diferentes escenas de la pasión de Jesús según el Evangelio de Juan (cf. Jn 18 y 19): el prendimiento de Jesús, la negación de Pedro, la crucifixión. Se nos invita a contemplar «al que traspasaron» (Jn 19,37), reconociéndonos, por un lado, pecadores y responsables de la muerte de Jesús y, por otro, rociados por la sangre y el agua que nos convierten en una criatura nueva. En la séptima meditación, «la contemplación para alcanzar amor», se nos ayuda a sumergirnos en la corriente del amor que nos envuelve. Para experimentar el amor es necesario que pidamos la gracia de conocernos íntimamente. Esto se hará recordando todos los dones recibidos, sintiendo la presencia de Dios (fuente de todos nuestros dones), contemplando los trabajos que soporta por nosotros, por mí. La eucaristía es permanecer en esta corriente de amor, mientras que el pecado es impedir que los dones 7
recibidos pasen, a través de mí, a los demás. Cuando vivo la eucaristía estoy repitiendo con la vida la palabra de la oración: «Toma, Señor, y recibe».
I LAS LLAVES PARA ENTRAR EN LOS EJERCICIOS Primera meditación Señor, tú me conoces Señor, tú me has examinado y me conoces; sabes cuándo me acuesto y cuándo me levanto, desde lejos te das cuenta de mis pensamientos; tú ves mi caminar y mi descanso, te son familiares todos mis caminos; no está todavía la palabra en mi lengua y ya, Señor, tú la conoces por entero. Tú me envuelves por detrás y por delante, y tienes puesta tu mano sobre mí. Tu sabiduría es un misterio para mí, es tan sublime que no puedo comprenderla. ¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu, a dónde podría huir lejos de tu presencia? Si subo hasta los cielos, allí te encuentras tú; si bajo a los abismos, allí estás presente; si vuelo hasta el origen de la aurora, si me voy a lo último del mar, también allí tu mano me retiene y tu diestra me agarra. Si digo: «Las tinieblas me envuelven y la luz se ha hecho noche en torno a mí»,
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tampoco las tinieblas son tinieblas para ti, ante ti la noche brilla como el día. Porque tú formaste mis entrañas, tú me tejiste en el vientre de mi madre. Confieso que soy una obra prodigiosa, pues todas tus obras son maravillosas; de ello estoy bien convencido. Mis huesos no se te ocultaban cuando yo era formado en el secreto, tejido en lo profundo de la tierra; tú me veías cuando era tan solo un embrión, todos mis días estaban escritos en tu libro, mis días estaban escritos y contados antes de que ninguno de ellos existiera. Oh Dios, ¡qué difíciles son para mí tus pensamientos, qué grande es el número de ellos! Si los cuento, son más numerosos que la arena; si logro terminar, aún estoy contigo. Oh Dios, ¡ojalá mataras a los criminales; aleja de mí a los asesinos! Ellos dicen de ti cosas inicuas, pero en vano se levantan contra ti. Oh Señor, ¿no odio a los que te odian?, ¿no aborrezco a los que se rebelan contra ti? Los odio con un odio implacable y son mis propios enemigos. Examíname, Señor, y reconoce mi interior, explórame y conoce mis pensamientos; mira si voy por mal camino y guíame por el camino eterno. (Sal 139,1-24)
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Las llaves Comenzamos el camino indicando las claves necesarias para entrar en los ejercicios espirituales. Propongo dos que pueden ser útiles para cada experiencia: − el deseo; − la propia historia. Es importante conocerlas y saber que podemos empezar enseguida a utilizarlas poniéndolas en su contexto. La llave del deseo Los ejercicios comienzan con el deseo. Para Ignacio el deseo es el motor de nuestra vida espiritual. La dimensión del tiempo como cronos corre el riesgo de arruinar nuestras motivaciones y nuestros deseos. Sin embargo, durante los ejercicios, el tiempo se convierte en el momento oportuno para reapropiarnos de nuestros deseos, tiempo de gracia, verdadero y auténtico kairós. Propongo como punto de partida que pasemos del cronos (el tiempo ordinario en el que nos sentimos abrumados y por el que somos a veces engullidos) al kairós (el tiempo en el que se recuperan los deseos). ¿Por qué estamos presos del miedo o nos sentimos incómodos ante nuestros deseos? Un primer motivo lo encontramos en el bagaje cultural que llevamos con nosotros: nos han enseñado 11
a «no desear». Si consideramos, por ejemplo, los últimos mandamientos del Decálogo (cf. Éx 20,2-17; Dt 5,6-21), observaremos la insistencia en el «no desear», que algunos han absolutizado y convertido en un modo de vida. Si hacemos esto, las cosas tienden a bloquearse, la vida espiritual se paraliza y el corazón se atrofia en el «no desear». Otro motivo que puede bloquear frontalmente los deseos es el miedo a desilusionarnos, a quedar decepcionados. Cuando hemos experimentado la frustración o la decepción ante nuestros deseos no satisfechos, tratamos entonces de «no desear» más. También nos puede ocurrir que, debido a la desilusión o a la desconfianza, tomemos la decisión de «no desear» más, cerrando la puerta de nuestro propio corazón. Con frecuencia existe el riesgo de que, con el tiempo, la vida se convierta en un voluntarismo estéril que ha dejado de estar animado por profundos deseos. ¿Cómo podemos resolver el problema si los deseos son tan importantes? El ansia de posesión de Adán y Eva les hizo perder su condición angélica. Es, por lo tanto, indispensable liberarnos del deseo como «ansia de posesión». La lucha es contra el afán, ¡no contra el deseo! Cuando sentimos la necesidad de «luchar» contra ciertos deseos, en realidad estamos «atacándolos más». Por ello debemos estar atentos para no emprender luchas ilusorias, que a veces son también contraproducentes. 12
El camino positivo que propongo recorrer es el del conocimiento y el deseo: afrontar nuestros propios deseos para elegir, a continuación, cuál perseguir. El conocimiento de nuestros propios deseos Discernir significa «ser conscientes de nuestros propios deseos». Solo el hombre que elige experimenta su libertad. ¿Dónde se hace el discernimiento? En la oración. Todo discernimiento que se haga fuera de la oración es, simplemente, «sensatez», pero no tiene nada que ver con el discernimiento espiritual. En las elecciones que hago, sean pequeñas o grandes, ¿soy una persona que discierne o que vive con sensatez? ¿Permito que el Señor entre en todos los rincones de mi vida? ¿También en aquellos que me parecen más oscuros? El lugar de la elección es la oración ¿Cómo puede el Señor iluminar los aspectos de mi vida si no le dejo entrar? No puedo atravesar el umbral de la oración habiendo seleccionado ya lo bueno y lo malo, porque también debo discernir sobre mis emociones. Aquello hacia lo que me siento más atraído debe ser objeto –y no criterio– de discernimiento. Sobre eso es sobre lo que tengo que hacer discernimiento, comprender si viene o no del Señor. En la oración lo llevo todo 13
conmigo, y junto al Señor trato de comprender qué quiere decirme. Tener un consejero espiritual ayuda a descubrir la voluntad del Señor sobre nuestra propia vida, y esto no es propio únicamente del cristiano irreprochable o del hombre religioso, sino de todas las personas que quieran ser sus discípulos. Por «voluntad del Señor» no me refiero solo a las grandes elecciones irrevocables, aquellas que quizá muchos hayáis hecho ya, sino comprender cómo llevar adelante la vida. Confrontarse con el otro es importante y, en última instancia, lo que surge de ese encuentro (lo que comparto con mi consejero espiritual) ni me pertenece a mí ni pertenece a mi consejero. Ahora nadie puede decir: «Esta opción me pertenece a mí», porque será solo el Espíritu el que la ha hecho surgir durante nuestro diálogo. De este modo, me privo incluso de la pretensión de ser dueño de mis elecciones. En un camino de fe yo respondo siempre a una propuesta. Si la oración es el lugar del discernimiento, con mayor razón en el tiempo privilegiado de los ejercicios es importante volverse hacia el interior de uno mismo. Agustín, a lo largo del amplio y trabajoso camino que le introdujo en la fe cristiana, escribió en su obra De la verdadera religión: «No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad» (XXXIX,72). Así que, se nos invita a tener el valor de la curiosidad, a ver qué reside en nuestro interior. La vida cotidiana nos lleva por lo general a vivir en la superficie, por 14
encima del agua, pero el tiempo de los ejercicios nos lleva a sumergirnos en ella. El sentido del silencio es precisamente este: permanecer bajo el agua sin tener que tomarnos la molestia de salir. Quédate y contempla las profundidades del mar, tu interioridad y, una vez que hayas entrado, permanece ahí. El corazón es el lugar donde Dios habla También para Ignacio el lugar privilegiado donde Dios nos habla es el corazón. Pero, ¿qué quiere decir que Dios nos habla al corazón? ¿Cómo consigue Dios hacernos entender su voluntad? Ignacio de Loyola (autor de los Ejercicios espirituales1 y fundador de la Compañía de Jesús) en su experiencia de vida se dio cuenta de que el corazón es un verdadero campo de batalla, en el que se mueven muchas realidades. El anhelo es aquello que mueve. Hay anhelos que impulsan hacia el bien y otros que nos alejan del bien. Es importante volver a entrar en nuestro interior y tener en cuenta nuestros 1. Los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola se han considerado siempre un carisma, un don. En una carta de Ignacio puede leerse: «Son todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y comprender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos». Para las citas usadas en el texto nos serviremos de la sigla EE: Ejercicios espirituales.
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ESTRUCTURA DE LA ORACIÓN IGNACIANA Así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, de la misma manera todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, una vez liberada de ellas, para buscar y encontrar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma, se llaman ejercicios espirituales (EE 1).
Preparar la oración Antes de comenzar la oración es importante haber decidido dónde oraré, sobre qué tema, qué postura adoptará mi cuerpo y durante cuánto tiempo haré la oración. Entrar en oración A la oración se entra de puntillas, siendo conscientes de lo que estamos a punto de hacer. Me detengo un instante frente al lugar donde, dentro de poco, encontraré al Señor y trato de sentir la mirada de Dios sobre mí. Él es el Padre que espera el regreso de todos sus hijos.
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Marcar el espacio y el tiempo sagrados Es útil marcar el paso a un espacio y un tiempo diferentes a los cotidianos. Puedo servirme de un gesto, un signo (encender una vela). Oración preparatoria Pido al Señor que me dé la gracia de estar totalmente a su disposición, con la mente (pensamientos), el corazón (sentimientos), con la fuerza (corporeidad). Ignacio propone una oración preparatoria, que cada uno puede, sin embargo, personalizar: «Haz, Señor, que todas mis intenciones, acciones y sentimientos tiendan únicamente al servicio y alabanza de tu divina majestad» (EE 46). La gracia de pedir «Pido lo que quiero y deseo» (EE 48). Tan solo el deseo auténtico y sincero pone en marcha la oración. Pongo delante del Señor lo que tengo en mi corazón. Meditación o contemplación Leo el texto que he escogido. Dejo que surjan los pensamientos que la lectura suscita en mí. O contemplo la escena, hallando en ella mi lugar, un punto desde el que observar y escuchar. «No el mucho saber lo que satisface al alma, sino el sentir y saborear las cosas internamente» (EE 2). La oración no 108
es un espectáculo de palabras y pensamientos que ponemos en el escenario de nuestra interioridad, sino un estar a disposición de Dios. Es Dios quien decide cómo hacerse presente en nuestra oración: con el consuelo o con la desolación, con profundas intuiciones o con el silencio. El diálogo Al final del tiempo establecido para la oración, mantengo un diálogo con el Señor: hablo con él de amigo a amigo. Hago una síntesis del tiempo vivido y doy gracias por todo al Señor. Oración conclusiva Tal como señalé al inicio de la oración, también es importante señalar la salida de la oración. Para ello puedo servirme también de una oración sencilla, como el Ave María o el Padre nuestro. Diario de la oración Es útil apuntar los pensamientos que me han surgido y los sentimientos que dichos pensamientos han suscitado en mí. Lo anoto todo. Ahora no es el momento de hacer una clasificación de los pensamientos y sentimientos. Puede ser útil anotar también las tentaciones que hemos vivido durante la oración. Este material constituirá el objeto del diálogo con nuestro consejero espiritual.
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Índice Introducción...................................................... 5 I. Las llaves para entrar en los ejercicios.......... 9 II. Orar con el Cantar de los Cantares............... 23 III. La repetición: «Escuela para el paladar».... 45 IV. La relación conyugal................................... 57 V. Historia de un cortejo................................... 71 VI. ¿Quién es el Esposo?.................................. 81 VII. La contemplación para alcanzar amor....... 97 Estructura de la oración ignaciana.................. 107