Vivien Reid Ferrucci
Saber vivir La cortesĂa del alma
Presentación Uno de los recuerdos más vivos que permanece en mí del servicio militar (obligatorio) es el la pista americana: uno tenía que trepar por una pared o andar en equilibrio por una escalerilla sobre una fosa, arrastrarse bajo la alambrada, saltar a la otra orilla de un río, caminar por el barro, saltar un seto, etc.: y todo lo más rápidamente posible. Yo no lo hice nunca porque estaba reservado para los militares de carrera, y podía uno hacerse daño. Pero el recuerdo de la pista americana se me ha quedado impreso, y se ha convertido para mí en una metáfora de nuestra vida diaria: tienes que ir a buscar al niño al colegio, mientras al otro le está viniendo la varicela, aguantar a la mujer (o al marido) que, por los motivos que sean, está que se la lleva el diablo, contar con el dolor de espalda, recordar que hay que pagar el recibo (vencido desde hace unos días). O también: te quedas bloqueado por el tráfico y no hay forma de aparcar, andas atrasado en responder el correo electrónico, has tenido un encuentro poco agradable con un colega, has dejado la ropa tendida y ahora se pone a llover, se ha roto el lavavajillas, tienes que afrontar gastos innumerables: y todo a la vez, o en varias combinaciones. En fin, las acostumbradas y terribles vicisitudes de una vida normal. Según una investigación americana, tropezamos cada día con una media de 23 frustraciones. No sé cómo han hecho para descubrirlo, pero diría que la cifra es razonable. Pero hay dos diferencias importantes entre la pista americana y el camino cotidiano: en el primero sabes más o menos lo que 5
vas a encontrarte, mientras que en el segundo los inconvenientes llegan a menudo por sorpresa. Además, el verdadero desafío en nuestra vida cotidiana no consiste sólo en superar los obstáculos, sino en superarlos bien: sin comprometer la salud o deteriorar la relación, sin perder el trabajo o caer en depresión; sino, por el contrario, permaneciendo sanos y centrados, sonriendo a quienes encontramos, y hasta recordando que la vida es bella. No es poco. No todos lo conseguimos. Afortunadamente existen ayudas. Podemos aprender a vivir mejor, y para ello disponemos de varias ayudas que nos ofrece la sabiduría tradicional y, en estos últimos decenios, también la psicología. Una de dichas ayudas consiste en las cualidades o virtudes: para ayudarnos e iluminar nuestro camino salen a nuestro encuentro la alegría o la armonía, el entusiasmo y la paciencia, la fuerza o la paz y muchas más. A veces basta con pensar en una de estas cualidades y la situación ya mejora. Por ejemplo, estoy a punto de perder el tren y pienso que, en lugar de ponerme impaciente inútilmente, puedo afrontar la situación con ecuanimidad y ya me siento mejor, si soy capaz de concebir la ecuanimidad de forma clara e intensa. Las cualidades o virtudes son un concepto antiguo, que forma parte de varias tradiciones espirituales. En la tradición cristiana, por ejemplo, se habla de virtudes teologales, las que más se acercan a Dios: fe, esperanza y caridad; mientras las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza– son el punto cardinal alrededor del cual deben girar nuestras acciones. La tradición budista tiene las parami: las perfecciones, que también son virtudes como la paciencia, la veracidad o la cortesía. Las virtudes o perfecciones o cualidades son una ayuda importantísima para la vida espiritual, porque el Espíritu es inefable y, por lo tanto, inconcebible en el ámbito 6
de nuestras estructuras mentales. Necesitamos un agarradero de algún intermediario conceptual, que nos ayude a traducir la realidad inaprensible del Espíritu en términos más asentados en la realidad humana. A menudo las virtudes tienen un valor didáctico verdadero y propio. Son como una señalización que nos ayuda a dar el paso siguiente en nuestra vida interior. Antiguamente se adoptaban con facilidad como imágenes y personificaciones. Un buen ejemplo son las pinturas de Giotto en la Capilla de los Scrovegni. Si vais a Padua y queréis visitar esta obra de arte, después de haber pagado la entrada, tendréis que esperar un cuarto de hora en la salita preparada para que las partículas que involuntariamente traéis del exterior se depositen, y vuestra temperatura corporal se uniforme a la del ambiente que vais a visitar, que es muy, pero que muy delicado. Aunque no está pensado para esto, el cuarto de hora de espera es también una almohadilla útil para insertar entre el ruido y el desorden del mundo exterior, y la interioridad sagrada de este lugar. Luego tendréis un cuarto de hora de tiempo para visitar los espléndidos frescos de Giotto, que representan episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Hasta cierto punto, después de haber mirado hacia arriba y haberos llenado de esta belleza, tal vez os daréis cuenta de que, más o menos a la altura de la vista, están representadas por una parte las virtudes y por la otra los vicios. Naturalmente hay que evitar los vicios y cultivar las virtudes. Por ejemplo, hay que guardarse del vicio de la inconstancia, representada por una mujer sentada en precario equilibrio sobre una rueda que se desliza hacia atrás por una pendiente. La imagen nos hace comprender enseguida el estado de ánimo de quien es inconstante, la angustia continua de vivir sin estabilidades y certidumbres. En la pared opuesta están las virtudes: por ejemplo la caridad, representada como una mujer 7
que con una mano recibe del cielo un don y con la otra ofrece un plato lleno de fruta y trigo: la generosidad sugerente. Antes, estas imágenes eran las únicas, o casi las únicas, que la gente veía. Su finalidad era inspirar. La capilla giottesca era una auténtica guía hacia el Paraíso. Actualmente vemos estas imágenes en calidad de museo durante un cuarto de hora, pero luego nos invaden millones de otras imágenes –de violencia, de sexo, de horrores, de mercancías tentadoras, de promesas maravillosas, de viajes a tierras lejanas–. Y las virtudes, ¿adónde han ido? Ahora las virtudes las estudian los psicólogos. Los primeros que hablaron de las virtudes fueron los poetas y los santos. Luego los filósofos. Después, mucho después, los publicistas. Por fin los psicólogos. Y se ocupan de ellas desde un punto de vista secular y más prosaico. No es por hablar mal de los psicólogos: tal vez conviene que sea así. El hecho es que antes la psicología se interesaba solamente de la ansiedad, de la angustia, de la obsesión, de la compulsión a la repetición, de las fantasías de muerte, de las fobias, de los ataques de pánico, de los delirios, de las perversiones sexuales y cosas por el estilo. Solamente después comenzó a ocuparse de emociones positivas. Entre los primeros que lo hicieron se encuentra Roberto Assagioli, con el cual tuve la suerte de estudiar y colaborar. Assagioli, que fue el primero en llevar el psicoanálisis a Italia a principios del siglo pasado, se apartó luego de él por su excesiva acentuación de la patología, y fundó su psicosíntesis, acentuando las potencialidades creativas del ser humano. Una de las ideas guía de Assagioli era la de incluir la espiritualidad en la psicología, como un campo suyo legítimo de búsqueda y de trabajo. Freud consideraba las experiencias espirituales como un derivado secundario de otros niveles de la psique, mientras que Assagioli les concedía un estatus independiente. Al principio fue arrinconado. En 1938 el ré8
gimen fascista lo hizo arrestar, porque dirigía un grupo de meditación sobre la paz. Después, Assagioli fue simplemente ignorado. Su trabajo fue reconocido a nivel internacional sólo mucho más tarde, en la década de los sesenta, con el auge de la psicología humanista y transpersonal de A.H. Maslow y un interés creciente por los aspectos más positivos y creativos del espíritu humano. Más tarde todavía, de los años noventa en adelante, se han ido siguiendo varios estudios científicos, que demuestran que las distintas cualidades pueden producir beneficios tangibles al cuerpo y a la psique: por ejemplo, el buen humor produce bienestar, la cortesía refuerza las defensas inmunitarias, la confianza favorece la longevidad, la gratitud aumenta la eficiencia y el optimismo incluso mejora los rendimientos deportivos y ayuda a hacer carrera en política. Estos estudios son interesantes y necesarios, pero en el fondo confirman lo que ya sabíamos instintivamente: las cualidades nos hacen estar bien y mejoran nuestra vida y nuestras relaciones con los demás. Además, aparte de estos beneficios colaterales, son un fin en sí mismas, o sea, tienen un valor propio independientemente de los beneficios psicofísicos que puedan proporcionar. Este libro está estructurado siguiendo un esquema de diez cualidades o virtudes: las que más nos pueden ayudar a afrontar las distintas pruebas de la vida cotidiana con claridad y serenidad. En el caos de la vida de cada día, en las prisas, entre mil frustraciones y distracciones, ante los mil pequeños y grandes obstáculos, es necesario mantener el equilibrio y quizá tener un buen influjo sobre los otros, no en el sentido de erguirse como maestros, sino porque siempre vale la pena ofrecer lo mejor de nosotros mismos. El alma es «naturaliter christiana» decía Tertuliano. Es decir, el alma ya contiene, por lo menos en potencia, las virtu9
des de las que hemos hablado antes: no son cuerpos extraños, sino las disposiciones que más nos pueden ayudar a expresar lo que somos. En fin, no se trata de generar actitudes artificiosas e imponernos esfuerzos antinaturales, sino de reencontrarnos a nosotros mismos, nuestro núcleo olvidado de sabiduría y bondad. Ésta es también la conclusión a la que ha llegado la psicología humanista y transpersonal, y después la psicología positiva. Las cualidades positivas no son añadidos artificiales, sino un rasgo nuestro que hemos desarrollado o podemos desarrollar. Hay una enorme diferencia con la imagen del hombre mantenida desde finales del siglo XIX en adelante: un ser en competición perpetua con todos los demás –prepotente, agresivo, mezquino, egoísta–. En fin, en lucha por su supervivencia. Con esta visión, la cultura no es más que una sutilísima capa de reglas extrañas a nuestra verdadera naturaleza, que nos imponemos por motivos de comodidad: pero bajo esta capa somos salvajes y egoístas. Después, la ciencia ha modificado esta imagen unilateral y exagerada del ser humano. Se está descubriendo que son precisamente algunas virtudes, por ejemplo la capacidad de colaborar, el cuidado de los demás, la empatía, las que han hecho al ser humano capaz de sobrevivir y evolucionar. Quien no mantuvo esta capacidad se extinguió. En este libro se habla de cortesía espiritual. La cortesía se llama también comúnmente «saber vivir». Y esta denominación es muy interesante. Si hay un saber vivir, hay también un no saber vivir: o sea, no saber convivir con las propias emociones y no saber leer las de los demás, no saber cómo afrontar nuestro estrés cotidiano. Y también no saber entender y tolerar el sufrimiento, no saber gustar la vida y no conseguir permanecer centrados en los momentos difíciles. Por tanto hay que aprender a vivir. 10
Los americanos dicen que Dios está en los detalles, (pero quizás el primero que lo dijo fue Flaubert). Supongo que quieren decir que las grandes proclamas y los principios eternos son importantes, pero luego hay que ver cómo nos las arreglamos en la vida cotidiana. En lo cotidiano es donde se revela una persona: cómo conduce el coche, cómo trata al marido (o a la mujer), cómo reacciona ante una frustración, cómo usa el dinero, cómo se viste, cuál es su tono de voz, cómo trata las cosas, cómo recicla la basura. Aquí es donde quiero verte. Por ejemplo, hace tiempo llegué con antelación a una cita. Me senté en un banco del parque. Cerca de mí había dos hombres, ambos abuelos, que observaban a sus nietos mientas jugaban. Hablaban entre ellos: «Los niños son poesía», «Los niños son una maravilla», «Los niños son un don de Dios». Entre los dos cantaban un himno de alabanza a los niños. Llegó un momento en que uno de ellos tenía que marcharse. Llamó a la nieta de malas maneras y se largó tirando de ella. El otro se comportó de modo semejante. ¿Dónde habían ido a parar todos aquellos hermosos conceptos que acababan de expresar? Me parece que aquellos dos hombres eran sinceros, pero todavía no habían afianzado sus convicciones en su vida de cada día. No encarnaban aquello en lo que creían. Personas que proclaman nobles principios y luminosos puntos de vista, se traicionan después a la primera ocasión. Aquí es donde se requiere un poco más de cortesía del alma. Me entran ganas de decir: sería ya suficiente si se aprendiese la cortesía normal. Imaginad qué alivio: la gente no levanta la voz, a la mesa se espera a que todos tengan el alimento delante antes de empezar a comer, somos puntuales a las citas, cuando llamamos por teléfono decimos enseguida nuestro nombre en lugar de asaltar al otro con un apremiante «¿Quién habla?», no ocupamos dos asientos en el tren cuando hay personas que viajan de pie, nos ponemos a la cola sin engañar a los demás, y así sucesivamente. 11
La cortesía tradicional es una expresión de moralidad y de respeto a los demás. Si nos fijamos en ella veremos que tiene raíces y significados sorprendentemente profundos. En la Era de la Mala Educación no nos vendría mal cultivar un poco de buenos modales. Pero se trata siempre de reglas formales impuestas desde el exterior. Es más urgente asimilar la cortesía del alma, o sea, aprender el arte de vivir en armonía con nosotros mismos y con los otros. Si de veras pudiésemos asimilarla, las dificultades y las insidias se transformarían en ocasiones para reforzarnos. Habría muchos menos errores, menos fatiga, menos enfados. No puedo decir que éste sea un buen libro, porque conllevaría un conflicto de intereses: la autora es mi mujer. Pero me siento seguro al afirmar que el tema es de máxima importancia. Porque si queremos cambiar el mundo, tenemos que comenzar por las pequeñas cosas. En la vida real nos encontramos siempre en los exámenes de clase de Primaria, aunque vayamos a la Universidad. Para salir bien, podemos dejarnos guiar por la luz bellísima de las cualidades espirituales. La pista americana cotidiana se convierte así en un camino gradual hacia la sabiduría y el amor. Piero Ferrucci autor de «La belleza y el alma»
12