Tenia rostro

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Fernando Armellini - Giuseppe Moretti

TenĂ­a rostro y palabras de hombre Un retrato de JesĂşs


UN DÍA VINO UN HOMBRE... Un día vino un hombre:

tenía una voz cálida, encanto en sus palabras, un mensaje fascinante.

Un día vino un hombre: había alegría en sus ojos, había libertad en sus gestos y un futuro en su destino.

Un día vino un hombre: había esperanza en sus obras, fuerza en su carácter y lealtad en su corazón.

Un día vino un hombre: había amor en sus gestos, bondad en su mirada, misericordia en sus decisiones.

Un día vino un hombre: había un Padre en sus oraciones, un confidente en la angustia, un Dios en el sufrimiento

Un día vino un hombre: había genialidad en sus obras, había fidelidad en su dolor, había sentido en su muerte.

Un día vino un hombre: había un tesoro en su cielo, había vida en su muerte, y una resurrección... en su tumba.

A. Albrecht, Eines Tages kam Einer 5



Presentación UN ROSTRO DEL PASADO Y DEL PRESENTE A finales de los años sesenta circulaba una imagen de Cristo con la leyenda «se busca»; tenía el pelo largo, la barba sin recortar, era amigo de los marginados, proclamador de un mensaje revolucionario, provocador de los poderes constituidos. Era el Jesús de los contestatarios. Se presentaba junto a ese otro más místico de quienes se sentían atraídos por la religión de las devociones y del intimismo espiritual. Tuvo también su época el Jesús triunfador, entre estandartes y gallardetes: era el «conquistador de reinos», el protector de los soberanos de este mundo. El Jesús de la religión es el más inoxidable: es el que garantiza la justicia, premia a los buenos, protege a los piadosos y castiga a los malos. Hay a veces quien lo degrada al papel de «gendarme» o de «ogro» para asustar a los niños caprichosos. Es en cualquier caso un útil garante de comportamientos morales considerados positivos. Jesús es un personaje al que todos quieren arrastrar para llevárselo a su propio terreno. Está también el Jesús que llevamos dentro desde los años de nuestra infancia, que nos presentaron catequistas a veces con más voluntad que preparación. 7


Un Jesús que quizá nunca llegara a convencernos hasta el fondo y que, llegados a un determinado punto de nuestra vida, no tuviera ya mucho que decirnos. Después de dos mil años no deja de provocar e interpelar a todos los hombres y, como hiciera un día cerca de Cesarea de Filipo, nos apremia con una pregunta embarazosa: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Frente a tantas imágenes distintas como circulan de él, resulta difícil decidir cuál es la auténtica, por lo que uno siente la tentación de responderle: «Dinos tú quién eres». No nos ha dejado ningún retrato, ninguna fotografía, ningún videocasete, ninguna reliquia. Y sin embargo es posible reconstruir su verdadero rostro; es el que está impreso, nítidamente, en la única tela auténtica: la del evangelio. Partiremos pues de este texto sagrado y trataremos de captar sus miradas, sus expresiones, los tonos de su voz, los movimientos de sus manos, la sensibilidad de su oído, la cadencia de sus pasos. Nos dejaremos conquistar por sus palabras, pero también por sus silencios, no menos expresivos. Analizaremos la gama de los sentimientos que cruzaron por su ánimo: constituyen una sinfonía de insospechadas variaciones (ternura, sorpresa, desilusión, arrojo, amargura, indignación, ira, miedo, angustia...). Todo hombre y toda mujer pueden reconocerse en él. En torno a Jesús veremos moverse a los personajes más dispares, con las actitudes más imprevisibles. Personajes públicos importantes y personajes desco8


nocidos (esos personajes menores, de los que no se sabe nada, que pasan por el firmamento del evangelio como estrellas fugaces). Si fijamos atentamente nuestros ojos y nuestro corazón en este Jesús, nunca más saldrá de nuestra vida; se convertirá en nuestro compañero de viaje, en parte de nuestro mundo. Hurgar en los evangelios para dar con estas «perlas» no es un capricho de refinados coleccionistas, sino un ejercicio de buen gusto para entendidos. No nos inventaremos nada, no recurriremos a textos esotéricos, no nos remitiremos a pseudo-revelaciones. No; ya está todo en los escritos auténticos que la Iglesia conserva y transmite a sus hijos religiosamente. Excavaremos, siguiendo pistas precisas y reconocidas, tratando de llegar hasta el fondo para comprender el sentido de los gestos y las palabras. Con gran cautela trataremos también de reconstruir los mecanismos psicológicos que han operado en ciertos acontecimientos o que han sido puestos en funcionamiento por el Maestro. Pero no pretendemos en estas páginas hacer una presentación exhaustiva, sino ofrecer algunas muestras. Si alguien al final, después de haberlas leído, dijera: «Tengo que coger los evangelios para ver mejor quién era él», habríamos conseguido nuestro objetivo. LOS AUTORES

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