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HAY VIDA DESPUÉS DEL EXILIO
Numerosos textos bíblicos recogen el sentir del pueblo de Judá desterrado en Babilonia: «Decía Sion: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”» (Is 49,14). Sobresale por su dureza, el salmo 137, en el que pide a Dios que se vengue de la «Babilonia criminal»:
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar acordándonos de Sion […] capital de Babilonia criminal, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho, dichoso el que agarre a tus hijos y los estrelle contra la roca (Sal 137).
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Los años centrales del siglo VI a.C. son testigo de un nuevo cambio de poder en el tablero de Oriente. Los persas sustituyen a una débil y decadente Babilonia. El año 539 a.C., el rey persa Ciro, entra en la ciudad de los zigurats y de los «jardines colgantes». Ciro, que practica una religión de tolerancia con otros credos, permite que los pueblos cautivos en Babilonia puedan regresar a su tierra de origen. Los descendientes de los deportados de Judá aprovechan la oferta. Han pasado cincuenta años (587-539). Todo es igual y todo ha cambiado. El pueblo ha madurado su fe con el contacto con otras visiones del mundo. Ya nada será igual.
El Edicto De Ciro
«Esto dice Ciro, rey de Persia: “El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique un templo en Jerusalén de Judá. El que de vosotros pertenezca a su pueblo, que su Dios sea con él, que suba a Jerusalén de Judá a reconstruir el Templo del Señor […]”. Entonces, los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y todos aquellos a quienes Dios había despertado el espíritu, se pusieron en marcha hacia Jerusalén para reconstruir el Templo del Señor» (Esd 1,2-5).
Para gobernar Judea, el poder persa envió a un príncipe de Judá llamado Sesbasar. Según las órdenes de Ciro, empezó los trabajos de reconstrucción del Templo, pero pronto tuvo que renunciar a ellos, ya que el país era pobre y estaba dividido. En esta época de desánimo surge en Jerusalén un nuevo profeta muy dependiente del segundo Isaías, a quien se le conoce como el tercer Isaías (55-66).
Probablemente el acto más importante de este momento, para la composición de las Escrituras Sagradas y para el nacimiento del judaísmo como religión, es la lectura pública del libro de la Ley por parte del escriba Esdras en Jerusalén:
El sacerdote Esdras trajo el libro de la ley ante la comunidad […]. Todo el pueblo escuchaba con atención la lectura del libro de la Ley. El escriba Esdras se puso en pie sobre una tribuna de madera levantada para la ocasión. […] Esdras abrió el libro en presencia de todo el pueblo, de modo que toda la multitud podía verlo; al abrirlo, el pueblo entero se puso de pie. Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo respondió con las manos levantadas: «Amén, amén». Luego se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra (Neh 8,2-6).
El regreso del exilio supuso un choque con la realidad, porque Jerusalén estaba sin murallas, sin templo, devastada. Todo parecía indicar que la decisión de volver había sido un error. Sin embargo, la decisión de tornar a la tierra de los padres sirvió de acicate para volver a comenzar. Solo hay un Dios: «Yo soy el Señor, y no hay otro» (Is 45,5). El pueblo crece en una nueva experiencia de Dios: el único Dios que rige el mundo, el Dios creador, es el que nos ha rescatado de las manos de los babilonios; el que nos ha liberado de nuevo, en un nuevo éxodo. La nueva experiencia religiosa está acompañada de los textos que se ponen por escrito: los primeros pasos de la futura Torah; nace «la Escritura». El pueblo que salió de Jerusalén no se ha disuelto en las aguas del Éufrates, ni se ha dejado arrollar por la potencia de los templos babilonios que escalaban los cielos, los zigurats. El pueblo hebreo en Babilonia ha sabido escuchar a los sabios de Mesopotamia, ha leído sus textos, ha interiorizado sus tradiciones populares, pero a la vez las ha pasado por el tamiz de la fe en YHWH, el Dios de la libertad. Los primeros pasos para el judaísmo se ponen en las orillas de los ríos de Babilonia.
ISAÍAS 40,1-11
«PREPARAD, EN EL DESIERTO, EL CAMINO…»
Podríamos colocar en medio de la sala una imagen de la Trinidad, junto con una fotografía de un camino, Dios nos va a acompañar por el sendero de nuestro deambular por el desierto hasta Jerusalén. La palabra de Dios abierta, pues ella nos ilumina y tenemos que anunciarla.
Uno de los participantes toma en sus manos la palabra de Dios y, pausadamente, la proclama en voz alta para todos los demás:
El exilio concluye. Hay que salir de Babilonia y, atravesando el desierto, volver a Jerusalén. Para ello, el camino debe ser preparado. También, cada uno de nosotros hemos de salir de nuestro propio exilio para entrar en nuestra Jerusalén. Cada uno ha de preparar el camino, no solo para nosotros mismos, sino para todos. Todos somos mensajeros de la bondad, la misericordia y el amor de Dios.
× Invoquemos a la Santísima Trinidad. Al Padre de bondad, al Hijo amor y al Espíritu Santo que es vida: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
× Guardamos un momento de silencio; nos ponemos en la presencia de Dios y nos hacemos conscientes de que Él está en medio de nosotros para acompañarnos en nuestro itinerario.
1«Consolad, consolad a mi pueblo», dice vuestro Dios. 2Hablad al corazón de Jerusalén y gritadle que se ha cumplido su servicio, que está perdonado su pecado, que ha recibido de la mano del Señor el doble de castigo por todos sus pecados.
3Una voz grita: «Preparad en el desierto para el Señor un camino, allanad en la estepa una senda para nuestro Dios. 4Que los valles se eleven, que las montañas y colinas se abajen, que los caminos tortuosos se hagan rectos y los escabrosos llanos. 5La gloria del Señor se manifestará y todo mortal la verá, porque la boca del Señor ha hablado».
6Una voz manda: «¡Grita!». Yo digo: «¿Qué he de gritar? Todo mortal es hierba, toda su gloria como flor del campo. 7La hierba se seca, la flor se marchita, cuando el soplo del Señor le llega. ¡Sí, el pueblo es la hierba! 8La hierba se seca, la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre. 9Sube a un monte alto, mensajero de albricias de Sion, haz resonar fuertemente tu voz, mensajero de albricias de Jerusalén. Hazla resonar sin miedo: di a las ciudades de
Judá: ¡Aquí está vuestro Dios! 10Aquí el Señor Dios, que viene con potencia; su brazo lo somete todo. Viene con él el precio de su victoria, y sus trofeos le preceden. 11Como un pastor apacienta su rebaño, en su brazo recoge a los corderos, en su seno los lleva y conduce al reposo a las paridas».
× MEDITAMOS LA PALABRA y la hacemos nuestra: Dios te está invitando a ponerte en camino, porque tu «exilio» ha concluido. ¿Escuchas su voz? ¿Estás atento a su Palabra? ¿A los mensajes que cada día te regala? Hoy Dios te está diciendo que has de llevar el consuelo a todos los que te rodean. ¿Eres capaz de hablarles al corazón acerca de la misericordia de Dios?
× Dios te ofrece el PERDÓN. ¿Lo acoges con alegría y prontitud? Tienes también que llevar el perdón de Dios a los demás: ¿Estás dispuesto? En muchas ocasiones no llevamos el perdón y la misericordia de Dios a los demás, no les trasmitimos esperanza. No les comunicamos la Palabra que salva. Pedimos perdón por ello.
× El DESIERTO es el lugar de ENCUENTRO con Dios. ¿Estás buscando tu propio desierto? ¿Estás dispuesto a emprender el camino?
× SUPLICAMOS al Padre, para que nos envíe su Espíritu Santo y nos acompañe en nuestro peregrinar por el desierto hasta Jerusalén.
Interiorizamos el texto guardando unos minutos de silencio, dejando que la Palabra proclamada penetre en nuestro corazón, que vaya iluminando nuestro peregrinar hacia Jerusalén. Aquello que ha resonado en nuestra mente y en nuestro corazón podemos compartirlo con los demás: una palabra, una frase, un versículo…
Continuamos en silencio orante, interiorizando el texto, haciéndonos conscientes de aquello que Dios nos está comunicando en este momento, acogiendo lo que los otros están compartiendo para nuestra edificación mutua.