José Luís Nunes Martins Paulo Pereira da Silva
El Rosario para creyentes y no creyentes
Fotografías de Francisco Pereira Gomes
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Misterios Gozosos Lunes y sรกbados
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La Anunciación
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús». Lc 1,30
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iat. Hágase en mí según tu palabra.
Aparentemente, aquel día fue un día como otro cualquiera, en cualquier lugar. Sin embargo, en él tiene lugar un momento único de la historia. El momento fundador, un momento que podríamos calificar de pavoroso, que rasga la historia dividiéndola en dos partes. El momento fuente de todos los humanismos. Un momento desconocido y, a veces, opuesto a los humanismos más comunmente conocidos. María, con la sencillez de una niña que confía total e incondicionalmente en su padre, se arrojó al abismo de lo desconocido, obedeciendo al Dios creador. Fiat. Hágase en mí según tu palabra.
Su consentimiento permite que tengan lugar la Encarnación y la Redención. Dios Se hace hombre para que nosotros, los humanos, seamos también Dios, como dice san Agustín. Por eso la Iglesia ha llamado a María Theotókos, la Madre de Dios. Todos los domingos, cuando la Iglesia en comunidad proclama la fe en la que cree y, en particular, cuando pronuncia 6 / La Anunciación 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 6
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este misterio fundador que es, para nosotros, la Encarnación del Hijo de Dios, la asamblea se inclina con un gesto de respeto y también con cierto temblor. Fiat. Hágase en mí según tu palabra. María da fuerza a todas las mujeres que aceptan dar vida a sus hijos. Acogiendo con un inmenso e inagotable amor aquella vida que reciben. ¡La aceptación de la maternidad, su aquiescencia, es inmensa e inagotable! Fiat. Hágase en mí según tu palabra. Con María, Madre de Dios, dejémonos envolver por la luz del amor del Padre. Como niños, aceptemos y pronunciemos nuestro fiat, sin miedo, sin vacilaciones, ante ese inagotable amor por nosotros. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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reer es aceptar una promesa futura como una certeza presente. Es asumir que hay una verdad mayor, que también implica lo que ha de venir, pero que exige que vivamos y luchemos como si todo dependiera solamente de nosotros. Creer en alguien es siempre un gesto valiente. Un corazón abierto puede ser traspasado. Pero, solo en un corazón que se muestra, se puede sembrar la verdad prometida. El que nos escoge, cree en nuestro valor cuando, por nuestra parte, aún no es algo evidente y apenas mostramos unos pequeños signos. La fe que se deposita en nosotros es como un viento que sopla en nuestra alma... con la fuerza con la que podemos contar para cumplir nuestra misión, aunque sea contra viento y marea. Los que amplían los límites del mundo parten de un momento en el que la fe precede a la razón. La presencia de algo mayor es lo que les susurra el camino que han de seguir. Cuanto más alto llegamos, más profundamente irrumpe, en nosotros, el temblor y el temor de que todo aquello en lo 8 / La Anunciación 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 8
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que creemos no sea más que una ilusión, un sueño, algo que solo pertenece a la imaginación. Es muy difícil creer contra lo evidente. Es duro mantenerse en un camino envuelto por la niebla, lleno de noches y vacíos. Es angustioso afrontar los misterios de lo desconocido, contando solo con una promesa... Pero el que cree, sabe que tiene que llegar hasta el final para que, aunque todo falte, nada haya sido en vano. La única victoria importante es la que se consigue con todas las batallas anteriores... Sufrir mucho y no perderse es signo de una fuerza heroica, posible, pero durísima. El que cree se entrega a la fe. Y en este camino, no hay enemigo que pueda derrotarlo. Porque aunque las adversidades alteren su rumbo, solo se pierde el que abandona su fe.
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La Visitación María dijo: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi Salvador, porque se ha fijado en la humilde condición de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones». Lc 1,46-48
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enemos aquí una doble visitación: ¡de María (con Jesús) a Isabel (con Juan)! María lleva a su Hijo aunque, al mismo tiempo, él la lleva. Él la guía... Si queremos dar a Cristo, si queremos transmitirlo, si queremos compartir nuestra esperanza, tenemos que llevarlo en nuestro corazón. En la Anunciación, poniéndose al servicio del Señor, María se convierte en Madre de Dios. Ahora, poniéndose al servicio de su prima, se convierte para sus parientes en sacramento de la gracia de Dios. María glorifica al Señor y su espíritu se alegra en Dios, su Salvador. Este es el sentido del Magníficat: el servicio, la misión de ayuda y asistencia. La asistencia a una pariente ya mayor es el primer «ministerio» de María. Pero misteriosamente también es el de Jesús, que acaba de ser concebido en el seno de María. ¡El Señor está contigo! La Anunciación concluye con una tácita invitación a María para que vaya a ayudar a su prima Isabel. ¡Qué coincidencia tan interesante que también la misa concluya con estas
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palabras del sacerdote: «El Señor esté con vosotros» y con una invitación: «podéis ir en paz»... En compañía de María, con la alegría de tener a Dios entre nosotros, en nosotros, vivamos de anunciación en anunciación, de visitación en visitación. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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no de los mayores problemas de nuestro tiempo es que hay mucha gente que piensa que es el centro del mundo. Hay momentos en los que se nos invita a salir de nosotros mismos, a ir al encuentro del otro... No estamos solos, no existimos solos... ¡Qué alegría saber que alguien nos espera! Qué alegría esperar a alguien. Qué gozo saber que hay quien necesita lo que tenemos y lo que somos. Caminar puede ser una excelente forma de meditar. Paso a paso, consideramos ideas y emociones... entendemos nuestra vida mirando hacia el pasado. Después, podemos abrir el corazón al futuro. Solo se vive hacia delante cuando hemos entendido nuestro pasado. La vida es un viaje. Pero más que las paradas, el itinerario o la comodidad, lo que importa es el destino. Cuando caminamos hacia donde queremos, lo demás importa poco y conocer la meta es una alegría que caldea el corazón. Esperar una alegría es ya una alegría. Además, cuando nos fuerzan a ir adonde no queremos, cada paso es una pérdida de tiempo y de paz. 14 / La Visitación 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 14
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La prisa del que ama es buena. Hay que virar hacia lo más profundo de nosotros mismos, hacia la raíz de nuestra identidad, como quien busca el nacimiento del río que es al tiempo que corre hacia el mar, ese lugar donde se reencontrará con otro, que se hizo al darse por nosotros. Para que todos pudiéramos ser quienes somos. Amar es darse. Es compartir la casa, las fuerzas y los dones. Es dejar de ser uno para ser un nosotros mayor. Este es el sentido de la vida. Abrir la puerta de casa y salir en busca de quien nos necesita. Nadie puede ser feliz solo, por muchas y muy grandes que sean las razones de su alegría. Y, al revés, cualquier sufrimiento se multiplica cuando el que carga con él está solo. Hay que ir en busca del que está solo. Urge salir a llevar la paz. El amor hace que el tiempo vuele. Ayuda al necesitado. tranquiliza al que no tiene sosiego o abraza al egoísta. Un abrazo siempre es un cielo.
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El Nacimiento de Jesús
El ángel les dijo: «No tengáis miedo, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. En la ciudad de David os ha nacido un salvador, el mesías, el Señor» Lc 2,10-11
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a grandeza de este misterio reside en el hecho de que el Niño que nace en Belén es Dios mismo que se hace hombre! ¡El Creador se hace criatura! En la sencillez –incluso en la normalidad– de Belén, el que nace no es un ser humano más, sino que se trata de aquel que en el principio era el Verbo. Cristo es el proyecto fundamental en el que Dios Padre creó todas las cosas: toda la realidad, la vida, la historia y también nos creó a nosotros, los humanos. Todos dependemos de esta Palabra. Todo fue hecho, creado, por medio de Cristo, Palabra «llena» del Padre, proyecto de Amor del Padre. No es cierto que la historia no tenga sentido. Es un proyecto que está realizándose y esto ha de ser motivo de consuelo, pero también nos vuelve responsables. Nuestra aportación viene de la realización, en nuestra vida, del proyecto que es Cristo. De lo contrario, todo carece de sentido... Cristo asumió e hizo suyos el futuro incierto, la limitación, la fragilidad y la mortalidad que nos caracterizan. Y no
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solo se hizo hombre, sino que se hizo carne: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Todo hombre, desde el más humilde hasta el más pecador, se ha convertido en imagen de Dios. Dios puso su morada entre nosotros, de modo que la humanidad es lugar de la presencia de Dios. Nuestro cuerpo es la casa donde habita Dios. ¡En nosotros, habita el Creador que adoramos! Con María, Madre de Dios, busquemos el espíritu de adoración y la capacidad de maravillarnos con la contemplación del Niño que es Dios, príncipe de la Paz, que se hizo hombre. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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l amor se hace de carne y hueso en nosotros... para nacer y vivir también con nosotros. Esto es lo que sucede cuando viene al mundo un nuevo ser humano. Con más o menos amor, aquí estamos... y el simple hecho de que estemos leyendo estas palabras es señal de que muchos se han dedicado a nosotros... no importa que lo supieran o no, o que nosotros los hayamos olvidado... en nuestro camino, su valor no se altera lo más mínimo. El amor nunca es algo casual. Es un milagro. ¡Tan sencillo que parece natural! Mediante el amor lo infinito se hace finito; lo invisible, visible... A pocos les preocupa dónde podemos haber estado antes de venir a este mundo... Tal como hicieron nuestros padres, tenemos la obligación de dar todo lo bueno que tengamos y que somos a cuantos hereden este mundo nuestro. Y luego, tenemos que dejarlos marchar. Nosotros somos el arco y ellos, la flecha. La familia es un puerto en el que buscar refugio. Una isla de paz de la que tenemos que partir, pero a la que siempre hemos de regresar, porque solo en ella podemos ser amados, sin «porqués» ni «para qués». Solo por ser quienes somos. 20 / El Nacimiento de Jesús 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 20
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Habrá quien crea que nunca ha tenido nada de esto... quien parezca condenado a no tener familia y a ver cómo los demás le cierran las puertas... Pero un rey no deja de ser rey porque nadie lo reconozca como tal, del mismo modo que un depravado no deja de serlo solo porque se vista bien. Es importante que abramos nuestras puertas y ventanas a todos los que nos necesitan. Somos la familia de los más necesitados. Si para ello hay que interrumpir algo que nos parece importante, conviene recordar que todos hemos sido invitados al banquete. Y bien puede ser un rey el que va a venir. Solo el que ignora el valor de la vida puede despreciar a un niño y no celebrar la victoria que representa contra la desesperanza. Hay demasiados niños que sufren y que solo esperan una mirada o una sonrisa amable... un gesto sencillo que cambie su mundo. ¿Cuánta veces he dejado de seguir las estrellas que me indican el buen camino?
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La Presentación de Jesús en el templo Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para ofrecerlo al Señor, como está escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor». Lc 2,22-23
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ste misterio nos lleva a reflexionar sobre la humildad del Señor: Jesús nació pobre entre los pobres. En el templo, solo lo reconocen dos ancianos, algo marginados, hoy diríamos que son dos personas sin autoridad. Representan a todos los pobres de la tierra a los que Dios se revela en su sorprendente sencillez. En el rezo de Completas, repetimos todos los días las maravillosas palabras del anciano Simeón: «Ahora, Señor, puedes dejar morir en paz a tu siervo, porque tu promesa se ha cumplido». Los pobres, los marginados, los refugiados, los excluidos... albergan en su seno la esperanza y el deseo de acabar con su abandono y su soledad. Hoy, como siempre, Dios sale a nuestro encuentro. ¿Y nosotros? ¿Cómo afrontamos las distintas formas de pobreza que nos rodean? ¿Qué importancia damos a los ancianos de nuestra sociedad, de nuestros hogares? ¿Todavía vive en ellos la esperanza?
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La esperanza ha de ser nuestra marca distintiva como seguidores de Cristo. Compartir esa esperanza, en la Iglesia, más que una obligación, tiene que ser nuestro principal motivo de alegría, el sentido de nuestra existencia. María también encarna aquí la obediencia. La enaltece en el cumplimiento de la Ley, para estar en comunión con Dios. Al igual que Jesús, dejemos que María nos presente, con obediencia, en la sencillez. Que todos los días de mi vida sea yo portador de esperanza, que me convierta en bendición para los demás, que sea capaz de convertir mis días, cada uno de ellos, en una ofrenda al Padre. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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uestra familia nos presenta y nos entrega al mundo. Nos lleva a la escuela donde, junto con otros como nosotros, aprendemos el pasado y el presente. Nos abre a la cultura, que nos muestra caminos y valores que nos permitirán descubrir la línea que separa el bien del mal. Esta separación no es algo que varíe de una persona a otra. El mal existe. Pero también existe el bien. Las formas en que se hace presente cambian con el espacio y con el tiempo... descubrirlas en cada lugar y en cada momento es una misión que exige sabiduría. El que es humilde y está en disposición de aprender sabe más que aquel que cree que lo sabe todo y se considera un juez perfecto. Somos parte de una patria por la que otros han luchado, entregando su vida. Somos su tesoro, somos lo que les permite perpetuarse en el tiempo. Del mismo modo, también nosotros necesitaremos de otros que vengan después y que nos lleven consigo... La razón de nuestra esperanza en un mundo mejor son los niños que hoy nos parecen débiles e inocentes. Estamos llamados a responsabilizarnos de todos los niños. En especial de los que tienen unos padres incapaces de
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amarlos... Es nuestro deber salir a su encuentro, en su busca... Es responsabilidad nuestra procurarles lo que les falta. ¿Acaso es nuestro lo que tenemos y no usamos? No. Es algo robado a quien puede utilizarlo y que lo agradecería sin saber siquiera quién se lo ha hecho llegar. Hay mucha gente con amor robado dentro de sí. Ser signo de contradicción es bueno, significa que se defiende algo valioso contra lo que otros luchan. Distinguir el bien del mal es una tarea esencial; escoger el buen camino es asumir y luchar la guerra contra el mal. Hay personas tan debilitadas que ya no defienden ningún sueño. Ya no luchan contra nadie y tratan de asimilarse a todo el mundo, de parecerse a todos. Andan solas y, por más que lo deseen, nunca se encontrarán a sí mismas. Nuestros hijos no solo son nuestros hijos. Estamos obligados a entregarlos a sí mismos, a hacerlos fuertes y responsables, para que se conviertan en nuestra aportación a un mundo mejor. De este mundo solo nos llevaremos lo que hayamos dado. Nada más. No creyentes / 27 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 27
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Jesús perdido y hallado en el templo A los tres días lo encontraron en el templo sentado en medio de los doctores, oyéndolos y preguntándoles. Todos los que le oían estaban admirados de su inteligencia y de sus respuestas. Lc 2,46-47
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on este misterio, entramos en la vida íntima de la Sagrada Familia al contemplar un relato de la juventud de Jesús. Nos representamos la subida a Jerusalén con imágenes de peregrinos, de Fátima o de Compostela o de otro lugar, caminando llenos de ideas y cargados de esperanza. Comprendemos la angustia de los padres. Tres días preocupados, llenos de desazón, buscando a su único Hijo, al que finalmente encontrarán en el templo, rodeado de doctores de la Ley. María es la primera que habla, con cierto tono de reproche, con el corazón lleno de dolor por la angustia de la búsqueda. Jesús responde con dureza. Por encima de la obediencia a los padres, una obediencia tan estricta en el judaísmo, ¡pone la obediencia a su Padre! María no entiende su respuesta: ¿la casa de mi Padre? Si Israel, el pueblo de Dios, es el hijo predilecto, es lógico que se le pueda llamar «Padre». Pero Jesús no habla de la casa del Padre, sino que dice la casa de «mi» Padre, en oposición a María y a José.
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La conciencia y la consiguiente autoproclamación de ser Hijo de Dios, el Hijo de Dios, es una novedad sin precedentes y, ciertamente, un escándalo para Israel. Aunque, para María, Jesús sea su hijo, su niño, fruto de su vientre, llega un momento en que los hijos ya no son propiedad de sus padres y empiezan a tener una vida y una misión propias. Con el aparente final feliz de la vuelta a Nazaret, María nos enseña a amar a nuestros hijos respetando su libertad y sus decisiones. Pidamos, con María, fidelidad a la llamada que Dios nos hace y la gracia de responderle siempre con el amor de unos hijos que se saben amados. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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lega un día en el que, casi de repente, hemos crecido. La vida nos convierte en seres independientes y libres, capaces de pensar por nosotros mismos y con un corazón lleno de ganas de amar. La adolescencia es un largo puente que nos lleva de la inocencia a la responsabilidad. Queremos ser más. Mucho más. Lo queremos todo y nos creemos con derecho a exigírselo al mundo. Nos damos cuenta de que tenemos la capacidad de cambiarlo todo y que de la fuerza de voluntad íntima de cada uno de nosotros depende que el mundo se convierta en algo mejor. También surge de ahí la indignación y el rechazo ante la presencia del mal en el mundo... La verdad empieza a surgir de una forma cada vez más clara y evidente. La poca experiencia supone una enorme ventaja, una mochila ligera que permite avanzar más rápido. Pero, por otro lado, también hace posible que los pasos precipitados elijan el camino equivocado... En el fondo, las grandes luces son la causa de grandes sombras, cuando se les vuelve la espalda.
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Un joven es un trozo de vida que ha nacido con poco y que tiene hambre de mucho. Su inteligencia ha de llegar allá donde lo lleven sus pies. Conviene seguirlo. Volver a aprender lo que sus ojos puros y su límpida razón tienen que enseñarnos. Ya no es nuestro. Aunque, en realidad, nunca lo haya sido, ahora ha dejado para siempre de serlo. Se pertenece a sí mismo y es del mundo. Es el propio mundo lo que estamos ayudando a crear. La vida está hecha de despedidas. La mayoría de ellas, buenas. La vida es así, aunque pueda parecer que no tiene sentido.
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Misterios Luminosos Jueves
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El Bautismo de Jesús
Y se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi hijo amado, mi predilecto». Mc 1,11
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esde el cielo vino una voz que reconoce y consagra al Hijo como Mesías! La fe es siempre un don de la gracia que Dios hace llegar al corazón de los creyentes. Pero también es adhesión de nuestra libertad a la revelación que han percibido los ojos de la fe. Esto es lo que María hizo durante toda su vida. Meditando sobre el Bautismo de Jesús, en compañía de María, tenemos que recordar con agradecimiento la primera efusión del Espíritu Santo que recibimos en nuestro Bautismo y prometer que caminaremos, siempre, según el Espíritu. No es anecdótico e irrelevante que conozcamos la fecha de la fundación de nuestra fe, cuando renacimos por el agua y por el Espíritu. Si hemos sido bautizados y revestidos en Cristo, tenemos que confirmarlo y demostrarlo con nuestra propia vida. El Bautismo no es cosa de un momento, de una sola vez, implica la respuesta de toda una vida. Tenemos que abandonar nuestras viejas vestiduras, transformar nuestro comportamiento y caminar en el perdón, en el amor al prójimo, en la piedad, en la fe, en la abnegación
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cristiana, en la construcción de la paz, en la paciencia, en la integridad del corazón y de los sentimientos, en definitiva, en la obediencia a la voluntad de Dios. No es fácil esta transformación, implica el don de Dios, la invocación constante del Espíritu Santo y nuestra adhesión cotidiana. Entonces, el Espíritu hará de nosotros hombres y mujeres según Cristo. Asumamos, con María, la misión del Hijo, por medio de la renovación de nuestra vida, fieles a nuestro Bautismo. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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a humildad implica reconocer nuestra condición de pobres, no solo desde el punto de vista material sino, sobre todo, en cuanto a la enorme distancia que nos separa de nuestra propia perfección, de aquello que podemos ser, pero que no somos. La humildad es saber aceptar la grandeza del otro, reconocer su valor sin entrar en comparaciones. Solo es grande quien sabe hacerse pequeño. El que quiere ser mejor se libera del enorme peso de las cosas de este mundo. En muchas ocasiones, tener más es el sueño que hunde y asfixia a los que quieren buscarse a sí mismos. Es esencial aceptarse con todas las circunstancias que nos limitan. Tenemos que ser capaces de reconocernos tal como somos y, a partir de ahí, hacer lo que esté a nuestro alcance para avanzar en la perfección. La aceptación de lo que el otro quiera darnos, reconociendo el valor de su gesto, es esencial para poder purificarnos del deseo, que a veces nos asalta, de querer lo que los otros tienen, de ser lo que los demás aparentan ser... cuando, en realidad, la paz que buscamos está en nuestro interior. De nada sirve buscarla en otro sitio.
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Dando es como se recibe. El camino hacia la felicidad es el amor que somos capaces de ofrecer. Cuando salimos al encuentro del que vive lejos de nuestras costumbres y de nuestros esquemas, cuando satisfacemos sus necesidades, se hace bien tanto al que da, como al que recibe. La gratitud, da igual si es grande o pequeña, siempre es un inmenso tesoro. Cuando emprendemos un largo camino con un gesto sencillo de agradecimiento reconocemos que somos polvo, que somos tierra. Un polvo casi sin importancia. Es bueno reconocer nuestras propias limitaciones, nuestra insuficiencia. A fin de cuentas, tenemos una vida muy corta, llena de miserias. El orgullo, la arrogancia y la vanidad son signos de debilidad. No tenemos nada que no nos haya sido dado. No tiene sentido enorgullecerse, como si algo fuera nuestro desde el principio o desde siempre. La humildad no es servilismo; y mucho menos resignación. Es comprensión y paciencia; es fuerza para levantarse con calma, con paz y con firmeza. No creyentes / 41 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 41
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Las bodas de Caná Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Jn 2,11
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n Israel, se celebraban las bodas con gran solemnidad: se les daba mucha importancia pues perpetuaban el mayor acontecimiento de la historia de Israel, la Alianza del Sinaí, en la que Dios desposó a su pueblo: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo». Contemplamos en este misterio la especial relación entre Jesús y su Madre: en el silencio orante, aquella que conservaba todas las cosas en su corazón, pasa a ser la Madre mediadora que anima a su Hijo a comenzar su misión de salvación. ¡Jesús entiende la petición de su Madre como un signo del Padre! Cuando María dijo a los sirvientes «haced lo que él os diga», puso de manifiesto, con toda su amplitud, la fe del pobre del Señor. ¡Es el paso de una fe intelectual a una fe existencial! Un salto al vacío, una confianza y un abandono sin límites. ¡Cuántas veces nos falta esa convicción! ¡Cuántas veces ponemos en duda y cuestionamos la llamada del Señor!
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¿Qué sucede cuando contemplamos impasibles tanta violencia y dolor, aunque se nos invite a esperar contra toda esperanza, a vivir la alegría de la alianza de nuestra boda con Dios? María ya no volverá a hablar en las Escrituras. Como ella, escuchemos al Verbo, la palabra de Dios, y hagamos posible la esperanza de vivir libres de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Aprendamos, en Caná de Galilea, con María, Señora de la esperanza, a ser siervos de la vida, del amor y de la solidaridad. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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n este mundo nuestro, la tristeza es inevitable, pero la alegría no. Por eso, celebrar y compartir los buenos momentos, en los que se suspende la dureza de nuestra existencia, es mucho más importante que llorar las desgracias. A veces llega el tiempo del gozo y la celebración, entonces toca alegrarse, vivir la agradable sensación que causa el bien que se experimenta, que se posee o que se espera alcanzar... y que hay que compartir. La alegría es el gozo que se comparte, es dividir esa tranquilidad de un corazón que vive la paz que ha estado buscando y que quiere ofrecérsela a los demás. La alegría no consiste en gritos y jolgorio, no es el desenfreno o la embriaguez. Es la felicidad íntima del que siente –y sabe– que todo está bien. El júbilo de creer en la victoria de lo que creemos que es bueno. Pero basta una pequeña falta para que recordemos que nunca podemos ser meros espectadores, que no podemos permanecer inactivos esperando que el bien se concrete sin nuestra intervención.
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Una madre enseña a sus hijos a luchar por lo que quieren, a cuidar los detalles. Creyendo en ellos, les enseña a creer en sí mismos y a permanecer atentos y vigilantes todo el tiempo. Cuando algo falla, no hay razón para desistir y abandonar; más bien al contrario, eso es un signo de que estamos llamados a intervenir y a servir. La alegría es la vida en su estado más puro. En realidad, nunca surge de la nada; siempre es resultado del deseo de cuidar de alguien; es algo que se construye, pero que no puede aferrarse... y siempre tiene que compartirse. Pues si no nos arriesgamos a beber con los demás este exceso de la propia vida, entonces viviremos en un mundo de sombras, sin fiesta, sin alegría y sin amor.
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El anuncio del reino de Dios
«Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios está cerca. Arrepentíos y creed en el Evangelio [...] Os aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño no entrará en él». Mc 1,15; 10,15
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ste misterio se centra en la proclamación que Jesús hace de la venida del reino de Dios. ¡Para el Señor, el reino de Dios no es un lugar o una condición de los que están fuera de la historia, solo accesible después de la muerte! El Señor habló de una reorganización de todos los aspectos de la creación, una renovación del mundo para que sea lo que Dios siempre quiso que fuera. A nosotros, se nos invita a tomar parte en esa renovación de forma activa, con gestos de fe, de esperanza y de caridad, posibles gracias al don del Espíritu Santo. El Reino es para todos, especialmente para los marginados que están en los límites de la sociedad. Todos pueden participar en él, porque Dios siembra indiscriminadamente. El reino de Dios es como una red que recoge todo tipo de peces. Este Reino se opone a nuestra cultura egoísta cuyo mensaje consiste en que cuanto más se consume, mejor se es y mayor será la felicidad...
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Para Jesús, lo verdaderamente importante es encontrar el reino de Dios y hacerlo realidad entre nosotros, hoy. ¡Y esto implica conversión! María nos enseña a vivir de acuerdo con el deseo del amor de Dios y con el consuelo de que su Reino está ya, misteriosamente, presente entre nosotros, por medio del conjunto de corazones que actúa con la fuerza del Espíritu Santo. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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asi todos los hombres buscan el sentido de la vida con la esperanza de encontrar el tesoro en el mapa de su historia. El amor es el camino, el sentido y el destino. Amar es una forma continua de salir de uno mismo. Un flujo constante que se dirige hacia el otro, con el objetivo de protegerlo y de promover su bien. Cuando nos convertimos, seguimos el mejor de los caminos. Nos transformamos por dentro. El que ama, sufre; pero alcanza el mayor de todos los bienes: la felicidad. El que no ama, se pierde, condenándose al infierno del mayor de los dolores: la desgracia voluntaria. Vivir lejos de uno mismo y de su propio bien. Pero hay una excelente noticia: ¡nunca es tarde para cambiar, para creer y vivir en el amor! El amor verdadero es discreto y constante, no disminuye aunque lo posean muchos; por el contrario, crece con la responsabilidad. Es sosegado y reflexivo. Es inquieto, aunque blando y suave. Consuela, no atormenta. Si acaba, es que nunca ha sido amor. Lo que no perdura no
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es verdad. El amor vive por encima del tiempo y de los cambios. El paso de los años no lo desgasta, el tiempo no lo debilita ni lo cansa. No hay amores imperfectos, sino muchos sentimientos distintos a los que, por engaño o error, se les da el nombre de «amor». El amor auténtico exige una nueva forma de amar. No es solo cuestión de intensidad –amar con más fuerza– o de amar a alguien diferente. Consiste en crearse uno mismo, desde la semilla hasta el fruto, desde la raíz más profunda, hasta las hojas más distantes. Es abrir el corazón de forma tal que deje de pertenecernos, que ya no sea nuestro. Podemos lamentar lo que hemos hecho o arrepentirnos y buscar una forma nueva y mejor de ser quienes somos. Amar es darse y ser feliz con el otro. Amar es dar vida a lo mejor que hay en nuestro interior, es alimentarlo y dejarlo crecer. La paciencia es la capacidad de ser más fuerte que la adversidad que se arrastra. No es solo esperanza, es hacer todo lo posible y necesario para que se cumpla. No basta con la voluntad, es preciso ser firmes.
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La Transfiguración Su rostro brilló como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz [...]. Una nube luminosa los cubrió y una voz desde la nube dijo: «Este es mi hijo amado, mi predilecto, escuchad lo». Mt 17,2.5
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ste es el más luminoso de los Misterios Luminosos! En él contemplamos la confirmación de la profesión de fe de Pedro y los apóstoles, en la divinidad de Jesús. Es prolongación de la decisiva profesión de Pedro en Jesús como Cristo, el Hijo del Dios vivo. Pero Jesús les revela, una vez más, que el Hijo del Hombre tendrá que soportar la Cruz para entrar en su Gloria. Moisés y Elías habían visto la Gloria de Dios en el monte; la Ley y los Profetas también habían anunciado que el Mesías tenía que sufrir: la Pasión de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre. Si durante unos instantes Jesús levanta el velo que permite que los discípulos lo vean en todo su esplendor, es para que cuando lo vean colgado en la Cruz, entiendan que su Pasión es voluntaria y anuncien al mundo que el Señor es, realmente, el que irradia el fulgor y el brillo del Padre. Este misterio constituye una lección para aquellos momentos de nuestra vida en los que queremos llegar a la Gloria de la Pascua sin el sufrimiento del Viernes Santo. Cuando tenemos que enfrentarnos con desilusiones, obstáculos e
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imprevistos, con el dolor que se presenta con tantas formas y creemos que Dios nos ha abandonado, seamos fieles al Espíritu Santo que permanece firme en nuestra fe. Meditemos también en la importancia que la Transfiguración tiene en la revelación y en la formación de los apóstoles por su forma trinitaria. Dice santo Tomás de Aquino que, en la Transfiguración, se aparece toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre y el Espíritu en la nube esplendorosa. En compañía de María, que el esplendor del Señor nos ilumine, reforzando nuestra fe en su divinidad, y nos anime a tomar nuestra cruz y aceptar la voluntad del Padre. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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ay momentos en los que debemos de evaluar nuestra misión, los caminos que ya hemos recorrido y los que no hemos querido emprender; lo que queremos y lo que no queremos construir. Somos una creación inacabada, llamada a completarse. Somos una perfección abierta que tenemos que hacer realidad. Somos el resultado de cuantos nos han precedido, de aquellos que hemos tenido o tomado como guías, pero también somos el resultado de nosotros mismos. Somos libres y hemos de ser capaces de dar razón del porqué y el para qué de cada una de las decisiones que tomamos, para lo bueno y para lo malo. El tiempo pasa y... «¡qué bien se está aquí!». Pero no vamos a quedarnos para siempre. Es importante que aceptemos el don de cada tiempo y de cada lugar. El momento presente, este hoy, con sus recuerdos y con sus sueños, es una parte de nosotros que ha de acompañarnos en todos los demás «presentes» en los que vamos a estar. A los que vienen detrás de nosotros, tenemos que dejarles un ejemplo concreto y hacerles ver que es posible luchar. 58 / La Transfiguración 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 58
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Tenemos que demostrarles que la integridad se regenera cada vez que reconocemos un error y nos proponemos restaurarlo... en el mundo, con los demás, con nosotros mismos. Pero después de la emoción y la pasión, llega el momento de reflexionar. Es admirable la fuerza del entusiasmo y son sorprendentes las formas engañosas con que nos arrastran todos los sueños, tantas veces mal soñados. Son raras las veces en las que la pasión es sensata. ¡Qué bueno sería lograr unir la luz de razón con la fuerza de la pasión! ¡Qué bueno sería tener, ante la adversidad, la fuerza de los apasionados. Creer sin temor, seguros de la verdad, sin dudas; mucho más duros y firmes que la dureza cuyo peso soportamos y que amenaza con aplastarnos. Solo lo que perdura vale la pena, vale cualquier esfuerzo, por muy duro que llegue a ser. ¿En quién he confiado? ¿Qué consejos he buscado? ¿Cuáles he escuchado?
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La instauración de la Eucaristía Durante la cena Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomad y comed. Esto es mi cuerpo». Después tomó un cáliz, dio gracias y se lo dio, diciendo: «Bebed todos de él, porque esta es mi sangre, la sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos para remisión de los pecados». Mt 26,26-28
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os evangelistas san Mateo, san Marcos y san Lucas, así como el apóstol san Pablo, nos dijeron dónde, cuándo y cómo instituyó el Señor la Eucaristía. Este es el testamento que Jesús nos dejó antes de su muerte. La Eucaristía es la nueva Pascua –la nueva Alianza–, que da cumplimiento a la Pascua antigua –la antigua Alianza–, fiesta principal del pueblo judío. ¡Es el Señor Jesús –él mismo– el que se nos ofrece en la Eucaristía! En la Última Cena, dejó el pan y el vino consagrados como signo permanente y visible de su muerte y Resurrección. También dejó estos dones para dar fuerza a sus discípulos y para que sigan fieles en el desarrollo de su misión por el mundo. La Eucaristía es sacrificio y fiesta al mismo tiempo y es lo que constituye la Iglesia: ¡la Iglesia celebra la Eucaristía y la Eucaristía alimenta a la Iglesia! Es la fuente y la culminación de toda nuestra existencia cristiana. Meditemos también sobre el amor fraterno que emana de la Última Cena: el gesto de lavar los pies a los apóstoles y la mesa común donde se comparten eucarísticamente el pan y el vino. 62 / La instauración de la Eucaristía 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 62
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Son expresiones de amor y de sacrificio, ¡son una invitación que se nos dirige para que nosotros hagamos lo mismo! Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Así todos sabrán que sois mis discípulos... ¡María, enséñanos a descubrir la extraordinaria presencia de Dios en la Sagrada Eucaristía, bajo las especies de pan y vino! Y que, de este modo, podamos celebrar el nuevo memorial, creciendo en responsabilidad y disponibilidad en el servicio a todos aquellos con los que vivimos. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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os que se aman, repiten los mismos gestos y palabras, una y otra vez. Siempre con sentido. Nunca se cansan. Pero los que miran hacia el amor sin amar, lo consideran algo raro y no lo entienden. Repetir gestos y palabras para celebrar el amor es algo que tiene sentido. Cuando nos deja alguien a quien amamos, conviene que demos vida a lo que nos ha dejado. Pongamos en práctica lo mejor que nos ha enseñado, sigamos su ejemplo, imitemos lo mejor de su vida. Así celebraremos su vida, dándole vida y existiendo. Construiremos para nosotros una vida con raíces, puntos de referencia y fundamento. ¡Cuántas veces no nos damos cuenta de los males que repetimos, de la cantidad de cosas que hacemos sin sentido! A veces, para distraernos de nosotros mismos y del mundo, otras porque consideramos muy importante algo que no tiene la menor importancia... Una comida en común tendría que ser un momento sagrado para cualquier familia; lejos de los mares por los que cada uno navega. Tendría que ser la celebración del encuentro, como una isla donde se mezclan sabiamente el pasado, el 64 / La instauración de la Eucaristía 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 64
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presente y el futuro de cada uno. Un silencio, un intercambio de miradas, una lágrima o una sonrisa es más que suficiente para que dos personas expresen su amor. Y como más que las palabras, lo que quedan son los gestos, la misión de ser padres pasa por combatir el egoísmo, dando ejemplo, con la propia vida, de cómo se vuela, incluso cuando pesan mucho las alas; ejemplo de cómo se dice la verdad, aunque a uno le cause perjuicio; de cómo se ama, incluso cuando ese amor nos haga sufrir. Un tesoro tan valioso como útil. Los hijos repetirán esos gestos, muchas veces sin tomar conciencia de quién se los ha enseñado... Algunos llegarán mucho más lejos, cuando se den cuenta de que su misión empieza donde acabó la de sus padres.
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Misterios Dolorosos Martes y viernes
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La agonía de Jesús en el huerto de los Olivos «Me muero de tristeza. Quedaos aquí y velad conmigo». [...] «Padre Mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Mt 26,38-39
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on estas palabras, Jesús, que se pasó la vida haciendo el bien, sella definitivamente su trágico destino. Meditemos sobre el temor interior del Señor que ve cómo llega la hora de su Pasión, la hora en la que todos lo abandonan y huyen. El término «agonía» viene del griego y significa «lucha, combate». La agonía de Jesús es un verdadero combate dramático: la tierra se enfrenta con el cielo, el mal se enfrenta con el bien, el desprecio con la compasión, el odio con el amor, la violencia con la paz... Jesús resiste y continúa su obra de salvación por medio de su amor por nosotros. Cumple la voluntad del Padre. La agonía en el huerto abarca toda la historia humana. Se actualiza cada vez que el pecado y las fuerzas del mal atentan contra la dignidad de los humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. Pidamos, por intercesión de María, que la presencia del Señor nos dé la gracia de la oración y la confianza, que nos 70 / La agonía de Jesús en el huerto de los Olivos 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 70
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ilumine y nos sustente, que no permita que nos rebelemos, sino que nos haga esperar, contra toda esperanza y, por encima de todo, que nos dĂŠ la certeza de la ďŹ delidad a la voluntad del Padre. Un Padrenuestro, diez AvemarĂas y un Gloria.
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l miedo es señal de que se reconoce el valor de las adversidades, resulta de una percepción de algo que nos afecta, que puede ser real o imaginario. En ocasiones, cuando es excesivo, paraliza –como en el caso del pánico– y hace imposible la felicidad o la alegría. Entonces, ¿qué se puede hacer? Poco más que contar con el apoyo de los que están cerca de nosotros o quieren estarlo. Claro está, siempe que no estén adormecidos por el peso de las preocupaciones de su propia vida... Hay diálogo siempre que tenemos la certeza de que alguien nos escucha. En este caso, el silencio no es un vacío, sino un espacio y un tiempo de apertura, de respeto y confianza. Puede que no encuentre el modo de librar del sufrimiento a los que amo, pero siempre puedo acompañarlos y, de esta manera, aliviar un poco sus males, impidiendo que se conviertan en rehenes de su soledad; respetando el dolor, la forma en que lo sienten y la respuesta que le dan en cada momento. Cada vez hay más personas que están solas. Y viven cerca de nosotros, muy cerca. Buscan refugio y se esconden para
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no molestarnos. Se alejan de los que aseguran quererlos, pero en realidad no los quieren o no saben hacerlo. Lo más triste es que, como parece que nadie los quiere, también ellos se van queriendo menos a sí mismos. Es difícil encontrar el punto de equilibrio entre lo que tenemos que hacer para seguir nuestros deseos y lo que realmente es importante para los demás. El egoísmo se opone al amor. Amar es olvidarse de uno mismo. Esto implica el mayor de los sacrificios: la propia entrega. Sin condiciones; sin ninguna seguridad. Solo con fe. La amistad es una bondad natural que se convierte en acciones benéficas que contribuyen al bien del otro. Pero no siempre conseguimos ser los amigos que nuestros amigos necesitan. Muchas son las ocasiones en las que, a pesar de la duración de una amistad, nos dejamos llevar por otras inclinaciones... y, como un amigo perdona, no somos capaces de percibir, en la superficie, el dolor que puede haber en el fondo.
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La Flagelación de Jesús
Los que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban; lo cubrieron con un velo y le preguntaban: «Adivina quién te ha pegado». Y le decían muchas otras injurias. Lc 22,63-65
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ilato ordena que flagelen al Señor. El Sudario de Turín y todas las imágenes de la historia y del arte que reflejan este momento –incluso las películas de Hollywood– nos sugieren el horror del momento que meditamos en este misterio. Jesús sufre en silencio. Detrás de este sufrimiento está el sufrimiento de todos los seres humanos desfigurados, heridos, discapacitados... El Señor, aceptando tanto la cruel flagelación como la Cruz que vendrá inmediatamente después, toma sobre sí nuestro sufrimiento y nuestro pecado, obedeciendo de manera libre y espontánea la voluntad del Padre. Os doy a mi Hijo unigénito para que el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. La caridad de Dios consiste precisamente en darse hasta el fin. De manera total... Si reconocemos que con nuestras faltas de fidelidad, con nuestros pecados, también nosotros participamos en la tortura de Jesús, entonces no podemos conformarnos con un arrepentimiento intelectual y con unos cuantos pensamien76 / La Flagelación de Jesús 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 76
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tos piadosos, sino que tenemos que buscar –verdaderamente– nuestra conversión. María, haz que tu Hijo me proteja de la condena que supone vivir en la desesperación. Transforma mi corazón endurecido por el miedo, en un corazón de carne, vulnerable, vivo, abierto y que sus latidos se acompasen a tu ritmo. Haz que disminuya el «yo» de mi vida, para poder añadirle tu espíritu. Haz que mi vida consista más en el abandono y en la participación, que en la búsqueda de seguridad; que sea más relación que posesión. Haz que yo viva realmente y que dé vida. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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ufrir es la forma más lenta de vivir y morir. Los golpes de las desgracias se suceden y nos rompen, poco a poco. Se nos escapan las fuerzas y nos debilitamos, nos vemos desprotegidos y... por lo que parece, vivimos solo para seguir sintiendo y sufriendo. Para sentirnos cada vez peor. Peores. Pero nosotros somos más que las fuerzas de nuestro cuerpo. Cualquier dolor es un viaje... un camino interior en el que se paga un elevado precio por aprender. Cuando el cuerpo flaquea y cede, trata de arrastrar consigo al espíritu. Hay una lucha interior contra el cuerpo. Nuestro espíritu necesita del cuerpo. De este cuerpo concreto. Del cuerpo que vive con nosotros. Pero necesita de un cuerpo sano. La enfermedad nos golpea en nuestra más profunda intimidad. Muchos de nosotros somos víctimas de nuestro propio cuerpo. ¡Son tantas las enfermedades y dolencias que nos condicionan y nos impiden llevar una vida normal y corriente! Hay auténticos héroes. Van más allá de las dificultades y, a pesar del dolor y el sufrimiento, llegan a veces mucho más 78 / La Flagelación de Jesús 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 78
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lejos que otros que, sin ninguna dificultad, menosprecian sus propias potencialidades. Como si prefiriéramos la tristeza por lo poco que nos falta y, entonces, no nos alegráramos por lo mucho que tenemos. No es preciso estar enfermo para poder valorar y agradecer el don de un cuerpo saludable y útil. La enfermedad clama por la esperanza. Ella es la única que hace posible resistirla. El vacío que crea la enfermedad necesita ser iluminado. Y si yo no soy capaz de conseguirlo, entonces esta ha de ser la misión principal de alguien que esté cerca de mí y que me quiera. La llama de la esperanza siempre tiene que estar encendida. Siempre.
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La Coronación de espinas Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza. Mt 27,28-20
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n este misterio presenciamos la creciente soledad del Señor. Soledad por la imposibilidad de entrar en relación con los suyos y con aquellos que lo esperaban. Soledad por la imposibilidad de confiar en ellos. Padece su aislamiento, en ellos, en nosotros, en mí. Sufre la aparente simpatía de Pilatos, quien sin haberle encontrado ninguna falta, no llega a la conversión interior, eligiendo la comodidad y rechazando cualquier responsabilidad. Todo queda acentuado por la crueldad del manto púrpura que echan sobre sus hombros y de las espinas con las que coronan su cabeza. «Rey de los judíos»: un título a medio camino entre la divinidad y la humanidad. Título propio del Señor en virtud de una misión divina. El Señor conoce su significado, su pueblo debería conocerlo y Pilatos podría haberlo experimentado. ¿Y nosotros? ¿Y yo? Sabemos que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios vivo, ¡pero, aún así, tenemos la osadía de seguir ofendiéndolo! Debería82 / La Coronación de espinas 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 82
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mos arriesgarnos y arrojarnos en los brazos de María, para que nos entregue a la misericordia de su Hijo, reconociendo nuestras infidelidades cotidianas y buscando su perdón. Toda nuestra esperanza reside en la certeza del amor que el Señor tiene por nosotros. En el seguimiento de María, tu Madre, dame, Señor, un arrepentimiento sincero de mis faltas de pensamiento. Líbrame de todo orgullo, de toda vanidad y de todo espíritu de dominación. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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n nuestro interior, no estamos solos. Siempre hay un duelo constante entre el bien y el mal. La depresión y la ansiedad son una peste invisible. Dividen a la persona, enfrentándola consigo misma, explotando de manera eficaz las debilidades de quien, para su desgracia, conoce tan bien... Es un dolor profundo, fuerte, que solo se expresa con el silencio. La depresión es el enorme deseo de un bien que uno no es capaz de vislumbrar. Una angustia que desespera... que aprisiona, tortura y mata de hambre la esperanza. La ansiedad es una preocupación extrema por el futuro, anticipando todos los escenarios, pero con el obsesivo convencimiento de que solo se darán los peores. Necesitamos tener una conciencia muy atenta y vigilante, también para defendernos de lo peor que habita en nosotros mismos. La depresión y la ansiedad incapacitan para vivir el momento presente, el «hoy» actual. Los retrasos y las prisas a que conducen revelan un claro malestar con el presente.
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El pasado no puede ser una pesadísima cola que, al ser arrastrada, nos impida salir del sitio en que nos encontramos. El futuro no es una pesadilla real de la que no podemos escapar. Tenemos que aprender a descubrir la paz que hay en nuestro interior y en el mundo que nos rodea, en la gente, en los paisajes, en algunos momentos... y compartir los dolores que nacen de dentro. Tenemos que impedir que la tristeza se convierta en un agujero negro que atraiga hacia sí todo lo que existe para engullirlo: las estrellas, los planetas, ¡el cielo! Un agujero negro cada vez más denso de modo que nada se le resiste o se le escapa... hasta que un día revienta. ¿Qué es lo que me hace llorar? ¿Quién me hace llorar? ¿Por qué? ¿Con quién lloro?
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Jesús con la Cruz a cuestas
Jesús quedó en manos de los judíos y, cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado «la Calavera», en hebreo «Gólgota». Jn 19,17
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editemos sobre el camino con la Cruz. Jesús camina sobre la tierra. Tierra dura, sólida. Tierra sobre la que los hombres caminan, tierra que siembran, en la que construyen, trabajan, pelean, se destruyen unos a otros y se autodestruyen. El camino es estrecho y sombrío. Los verdugos, cansados, ya no dicen nada. Se siente el peso de la indiferencia. Una indiferencia que le pesa mucho al Señor, envuelto en un manto de angustia y de tristeza. Ha llegado el momento de que el Hijo se lance al vacío más profundo de la vida, junto a la muerte que viene del pecado. Pecado del que él está exento. No es posible ir más lejos: Dios acompaña la creación. La divinidad acepta las fronteras. La bondad se entrega al látigo. Los huesos del Cordero se hacen visibles entre las llagas; su cuerpo no puede más. Roto, se tambalea y cae por tierra tres veces. También se levanta tres veces y continúa fiel al Padre. Tantas veces como llamó Dios al profeta. 88 / Jesús con la Cruz a cuestas 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 88
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Si entre el Padre y el Hijo la palabra es el silencio, la luz y el soplo de vida pura, en este instante es vacío y tiniebla. ¿Dónde está el Padre? En todas partes y en ninguna. Está aquí. Aquí, en lo más sensible del cuerpo del Hijo, en lo más íntimo, en su espíritu entregado al abandono. El Padre y yo somos uno... El Padre está presente en mí y yo en el Padre. El Padre está en las caídas del Hijo y cuando se levanta, mientras se dicen el uno al otro: «Estoy aquí». También a nosotros –también a mí– nos dice «estoy aquí». Señor, que habitas en mí y yo en ti, ayúdame a perseverar en el sufrimiento, también cuando pierdo la esperanza y la valentía. María, hazme entender que lo que tu Hijo me exige no es que yo no sea frágil y débil, sino que me levante y vuelva siempre a empezar, constantemente, con fuerzas renovadas. En esto consiste nuestra vida. Dame la gracia de entenderlo. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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odo ser humano ha de seguir su camino, incluso cuando le oprime el dolor y le agota la desesperación. Es duro tener que luchar cada día con los mismos adversarios. El día a día deja sentir su peso. El trabajo hastía, cansa, agota. Y todavía más cuando no reina la compresión y el entendimiento, cuando las relaciones humanas se deterioran y, en lugar de ser fuente de energía, se convierten en causa de debilidad. Hoy en día, son pocos los que trabajan en algo que les guste y que les haga sentirse realizados. Son todavía menos los que reciben la recompensa que merecen. Otros se comprometen con ocupaciones que no merecen el respeto de casi nadie. Pero la dignidad de la persona está por encima de su empleo, del trabajo que lleva a cabo y de sus talentos. El que se aplica con honestidad a su trabajo, siempre será digno. Hay quien cree que los que no encuentran trabajo son unos holgazanes y unos inútiles. No es cierto. La pereza prefiere esconderse en el trabajo. La inutilidad siempre se disfraza de competencia y finge importancia. 90 / Jesús con la Cruz a cuestas 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 90
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Hay quienes ascienden gracias a la maldad. Otros son derribados a causa de sus valores. Cada uno de nosotros está llamado a dedicarse de todo corazón a lo que hace. Siendo un buen profesional y un buen compañero, un buen jefe y un buen subordinado. Por mucho que cueste, por muy pesada que sea la cruz que ayudamos a cargar, nuestro trabajo también consiste en cuidar de los demás. Casi seguro que no figura entre las condiciones de nuestro contrato o de nuestro puesto, pero no deja de formar parte de nuestras obligaciones como personas con valor y con valores. Todo pasa, es cierto, pero todos tenemos que pasar por mucho. Y algunos por mucho más que nosotros...
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Jesús muere en la Cruz Cuando llegaron al lugar llamado «Calvario», crucificaron allí a Jesús y a los criminales, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!». Lc 23,33-34
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ste es un misterio verdaderamente doloroso. El Señor ya no le pide al Padre que le libere de este tormento, sino que nos perdone. Un temblor recorre el cuerpo de María cuando conducen a su Hijo hasta la Cruz. Jesús se tiende sobre los maderos. El Señor desposa su Cruz. Un soldado pone una rodilla en el suelo y se inclina sobre su brazo. Con golpes duros y secos hunde el clavo en la carne. Se oye un terrible grito. El Verbo sufre su condición humana. Se cumple la profecía del siervo sufridor. En el otro brazo, la misma operación: un nuevo clavo. Esta vez, en silencio. Las lágrimas corren por el rostro del Señor. Ahora vienen los pies, juntos, también atravesados por los clavos. El cuerpo del Señor es tratado como si fuera un animal abatido, el Cordero inmolado. En el mismo momento en que clavaban las manos y los pies del Señor, quedaban clavados y perdonados los pecados de los hombres. En el mismo momento en el que crucificaban el cuerpo, quedaba crucificado el hombre viejo. Con cada golpe, los pecados penetran en el cuerpo y en el alma del Señor: los pecados existentes, los que tengo inten-
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ción de cometer, los que no he conseguido llevar a cabo, los ya olvidados... Todos, por todos. Carga todo sobre sí. Todos los pecados, como si los hubiera cometido él mismo. En la Cruz, el Señor llega a conocer todo el horror del pecado. Pero más que por los clavos de hierro, el Señor cuelga de la Cruz por amor. Una vez más, deshace los lazos de sangre para que circule con entera libertad la energía del amor. Confía su Madre a su amigo y su amigo a su Madre. ¡Señor, soy culpable de todo tu sufrimiento, perdóname! Cuando llegue el momento de mi vida en el que ya no pueda hacer nada, en el que me sienta sin salida, sin ayuda, hazme capaz de hacer lo único que me queda: unirme con todas mis fuerzas a la voluntad del Padre e ir hasta el final en silencio. ¡Dame el consuelo del apoyo de tu Madre! Haz que me abandone con la indiferencia de saber que el fin será dulce o amargo y, como sé que estás junto a mí, déjame participar en la fuerza de tu cruz. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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a muerte nos llega a todos. A cada uno de forma diferente. La vida puede llegar a ser incluso un lugar extraño, pero no deja de ser el mundo que hemos aprendido a conocer y hacer nuestro. Morir es ser arrancados de este nuestro mundo. La muerte despierta y encierra los mayores misterios de la vida. Pues la existencia de otro mundo cambia por completo la lectura del significado de nuestra existencia. Tal vez no sea la muerte lo que más nos hace sufrir, sino la irreversibilidad del tiempo. Es el fin de todas las posibilidades: ya no hay ninguna... se acabó. Cualquier grito de rebelión no es más que un intento patético e infantil de darle la vuelta a lo que es irreversible. La muerte solo se vive en primera persona. Por muy bella y animada que sea una vida, su último acto es un acto solitario. La agonía de la muerte es una caída en un abismo que parece no acabar nunca; es un pozo sin fondo en el que, por mucho que se caiga, nunca se llega al suelo... ¿Qué haría una madre si supiera que la muerte de su hijo inocente iba a ser motivo de salvación de otro hijo suyo car-
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gado de culpas? ¿Y si, después de esta muerte, fuera testigo de la ingratitud de quien ha sido salvado, sin querer recordar o reconocer el amor de quien, entregando su vida, le ha retirado el peso de una condenación segura? Con mucha frecuencia, el amor exige gestos que escapan a nuestro entendimiento. Nos desgarra el corazón, despedaza nuestro entendimiento, abre una herida en nuestro interior más íntimo... parece querer destruirnos. En realidad, solo nos está amasando para volvernos maleables y, de este modo, entregarnos al fuego y convertirnos en alimento. Al final, el trigo y la cizaña van a parar al mismo horno, uno como combustible, otro como pan... En los sueños se esconden las puertas de la eternidad. No existe ningún remedio para la muerte. Pero tal vez la vida no tenga sentido sin ella... No tiene sentido que todo termine cuando un soplo contrario exige nuestro último suspiro... Cuando alguien muere, ¿sufro porque lo he perdido? ¿Porque lo he amado? ¿Porque lo amo? ¿O porque me ha amado, pero he dejado de creer que sigue amándome? No creyentes / 97 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 97
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Misterios Gloriosos MiĂŠrcoles y domingos
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La Resurrección del Señor En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Y les enseñó las manos y el costado. Jn 20,19-20
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l Señor ha resucitado. ¡Verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya! Estas palabras son el festivo anuncio cristiano de la Vigilia Pascual. En esta noche tan grande y luminosa, la Iglesia proclama, llena de alegría, que Cristo, que había muerto en la Cruz, ahora vive más allá de la muerte. ¡Este es el corazón de nuestra fe, de nuestra esperanza como seguidores de Cristo! Jesús ha resucitado de entre los muertos. Sin la Resurrección, vana sería nuestra fe en Cristo, y el cristianismo no sería más que un sistema filosófico o moral. La Resurrección del Señor es un hecho histórico abundantemente testimoniado, pero también es objeto de fe en cuanto intervención de Dios en la creación y en la historia. Muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró nuestra vida, canta el Prefacio Pascual en la Liturgia, siempre tan acertada e inspiradora en sus palabras. El Crucificado, el Siervo del Señor, el Varón de dolores es ahora el Señor de la vida, el Primogénito de la resurrección de los muertos, la garantía de nuestra propia resurrección. 102 / La Resurrección del Señor 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 102
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María, ayúdanos a contemplar plenamente la Resurrección de tu Hijo, a entenderla mejor para vivir permanentemente en su alegría y para que siempre seamos apóstoles de esa gran noticia. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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ay un silencio que nos escucha en los callejones sin salida en los que, en ocasiones, nos vemos atrapados. Es una fuerza que nos permite alcanzar la mayor de las victorias: levantarnos después de cada caída... siempre. El mismo silencio con el que la planta y el árbol crecen. Hacen falta muchas derrotas para construir una victoria. Las batallas más brutales son las que se disputan dentro de nosotros. Son las batallas contra el miedo, contra el egoísmo, contra el deseo de curar las heridas y echarnos a descansar y desistir... los caminos del amor separan a los que quieren realmente llegar a lo más alto, de aquellos a los que tan solo les gustaría que sucediera. Somos pasajeros del tiempo. «Hoy» no es más que uno de los sueños de «ayer»; el mismo «hoy» no será más que uno de los recuerdos de «mañana». La muerte no es el fin definitivo de la vida. La vida siempre engendra más vida. Crear vida es vencer a la muerte. Amar es darse. Quien se da, permanece en aquellos a los que se ha entregado y sobrevive a su muerte en este mundo.
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Y cuando se ama a los demás, ellos también estarán perpetuando el amor de aquel que amó primero. Parece evidente que la muerte es el final. Pero, ¿acaso no son también creíbles las evidencias de lo contrario? ¿Cómo podemos saber que hay más vida después de esta vida? Del mismo modo en que confiamos que nos vamos a despertar después de habernos abandonado al sueño. Es más, la vida no tiene sentido si se reduce solo a esto que está aquí... No dejaría de ser hermosa, pero ¿acaso tendría sentido? El mismo cuerpo, contra el que me rebelo cuando enfermo o me duele, puede deteriorarse pero, ¿significa el fin del propio yo? En definitiva, el cuerpo es mío, no soy yo, yo soy más que eso. Soy señor del cuerpo, no una consecuencia suya. Hay quien cree que no existe el caos, se trata solo de un orden que no logramos entender. ¿Por qué razón no nos abrimos con más sencillez a las posibilidades que sobrepasan lo que somos y que exceden nuestra capacidad de comprensión? ¡Porque nos creemos señores de la realidad! ¡Pobre hormiga que pretende comprender el mar o el cielo!
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La Ascensión del Señor
Jesús, el Señor, después de haber hablado con los discípulos, subió al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes. Mc 16,19-20
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l Señor Jesús es el Hijo de Dios y es de naturaleza divina. Él, el Altísimo, se despojó, se humilló y se hizo carne, igual a todos nosotros. Por nosotros, murió en la Cruz después de sufrir toda clase de dolores y de humillación. Él, que no había cometido pecado, asumió nuestras faltas y ofreció su vida por nuestro perdón. Dios resucitó a su Hijo de entre los muertos, lo exaltó y lo elevó a los cielos, dándole todo el poder y sometiendo a los hombres y el resto de las cosas a él. Meditemos en este misterio el amor de Cristo, un amor hasta la muerte, por el que Jesús se convierte en Señor del universo, de la creación y de la vida. ¡Él es quien da vida a todas las cosas! Proclamamos en el Credo nuestra fe en la Resurrección de la carne, para la vida eterna. Pero, ¿lo creemos realmente? ¿Actuamos de acuerdo a lo que creemos? Cada uno de nosotros, toda la humanidad, seremos salvados, alcanzaremos la vida eterna en virtud de Jesucristo. Y así es como toda vida cobra sentido. 108 / La Ascensión del Señor 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 108
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¡Cristo es el sentido de nuestra vida! El Señor, que ha ascendido al cielo, no nos ha abandonado, sino que permanece enteramente con nosotros, entre nosotros. En compañía de María, pidamos confianza y una firme esperanza en las promesas de Cristo. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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o somos de aquí... ninguno de nosotros es de este mundo. Estamos aquí de paso, venimos de un lugar que desconocemos... y acabamos en otro que también ignoramos... Es fundamental aprender a vivir sin querer entender todas las cosas, sin inquietarnos por tantos misterios como hay en la vida, por tantos vacíos de sentido aparentes... por tantas cosas que parecen revelar que este es un mundo de maldad, sin orden ni concierto, sin una finalidad. Pero la verdad es más grande que nuestra razón. Conviene reconocerlo con la humildad propia de quien, al menos, se sabe pequeño. Tal vez todo lo que vemos aquí no es sino parte de una realidad mayor. Cada pedazo, cada gesto, cada momento y lugar tendrán sentido dentro de un horizonte más amplio, que vaya más allá de aquello que somos capaces de ver. Un panorama completo que nos envuelve de forma total. ¿Cuál es el camino hacia el cielo? Cualquiera. ¿Cuál es el mejor? El nuestro, aquel que soñamos y en el que nos resulte posible levantarnos y recorrerlo. Solo ahí encontraremos la paz en medio de miles de guerras.
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Nadie merece una vida vulgar. Somos más que los animales o las plantas, por eso tenemos más responsabilidad en todo lo que decidimos y sobre aquello de lo que fingimos no darnos cuenta. Podemos encumbrarnos sobre nuestras mayores hazañas y caer todavía más abajo, aplastados por el peso de nuestros peores fracasos. Por encima de la esperanza, por debajo de la desesperación. Nuestro camino no está trazado de antemano, es libre. Las semillas del miedo están dentro de nosotros y no en la mano que nos amenaza. Nuestra humanidad es un don. Requiere el valor de reconocer la libertad como una forma de elevarnos por encima de todo lo que oprime nuestra existencia y nos hace sufrir. Siempre habrá quien prefiera las cadenas que le impiden caer más abajo pero que, al mismo tiempo, también le impiden alzar el vuelo... Algunos prefieren libertades que les impiden ser libres... tan libres como el viento... Cada vez que respiramos hay un viento que corre. Somos nosotros. Algo intenso y fuerte, invisible a los ojos, capaz de llenar todo el espacio y de elevarse en el tiempo... hasta el infinito. No creyentes / 111 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 111
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La venida del Espíritu Santo Al llegar el día de Pentecostés, [...] de repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo. He 2,1-4
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continuación de la Resurrección y la Ascensión, el episodio de Pentecostés nos revela el gran misterio del Dios fiel. De hecho, el Señor había prometido el envío del Paráclito, el Dios consolador. Tuvo lugar en aquella casa donde los apóstoles estaban orando y, en medio de ellos, se encontraba María, la nueva Eva, la Madre de Jesús, Madre de la Iglesia y Madre de todos nosotros. El Espíritu Santo que había cubierto a María con su sombra fecunda, dando comienzo a los tiempos mesiánicos, desciende ahora sobre la Iglesia naciente. Meditemos sobre la necesidad que también tienen los tiempos de este tercer milenio, en el que vivimos, de ser envueltos por el Espíritu de Dios. Tiempos maravillosos y excitantes, pero también tiempos de desconcierto e inquietud. Pentecostés es un misterio de alegría y de esperanza. En él, se aproximan el cielo y la tierra, y se comunican por medio del Espíritu. ¡Espíritu que convierte en santos y en el que debemos confiar!
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El Espíritu de Pentecostés puede enviar su soplo renovador y transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne, para que den testimonio de fidelidad a Dios, a su amor, y actúen en paz y tranquilidad. María, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, enséñanos a vivir los dones del Espíritu Santo y a invocar contigo un nuevo Pentecostés sobre el mundo. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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a inspiración que nos anima en los momentos en que estamos en paz es la misma que nos guía en los tiempos de angustia. Es suficiente que no perdamos la fe y sepamos buscarla en cada instante. Aprender a ver no es observar las mismas cosas, sino ver el mundo con la misma mirada de quien contempla más allá de lo visible, con la mirada de quien escucha y descansa en la paz que existe en algunos silencios. No es vivir a la sombra de alguien, sino aprender a ser fuego que calienta, que ilumina y anima a ser luz para cuantos caminan en la oscuridad de nuestras calles... A veces nos creemos grandes porque damos lo que alguien nos pide, o incluso sin que nos lo haya pedido pero, en verdad, son muchas las veces en las que, de hecho, solo el amor es lo que da amor, y nosotros no somos más que sus instrumentos y testigos. Los mismos días y las mismas noches que me han sido dados, también se dan a otros como yo, para que vivan. Somos muchos; y muchos somos pocos para tanto como hay que hacer. La caridad nunca puede ser una competición. Es una
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gran obra fundamental, a la que cada uno de nosotros debe dedicar sus fuerzas y sus talentos... sin pretender juzgar a los demás que también se entregan o a los que no quieren unirse a nosotros. La vida es demasiado frágil y demasiado breve para que andemos perdiendo el tiempo con comparaciones. Cada uno de nosotros tiene su valor y juega su papel. No tiene sentido pedir cuentas y exigir justicia mientras no haya llegado el momento para ello. Cuando sintamos sed de justicia, primero juzguémonos a nosotros mismos. Sin la clemencia propia de quien solo quiere amar. Y cuando sintamos el deseo de amor... amemos primero al otro... al más necesitado de amor, no a quien nos puede pagar o devolver el amor... amemos sencillamente al que más lo necesite. El bien que hacemos al prójimo no lo hacemos por él. Lo hacemos por amor. Es amor. Cualquier otro motivo es insignificante. El amor es infinito y absoluto. La verdadera caridad no busca nada a cambio, solo quiere existir. El amor sufre con bondad, sin envidia, vanidad u orgullo. Solo porque existe. Solo porque es. No creyentes / 117 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 117
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La Asunción de María La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor. Lumen gentium 68
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aría, la Madre, contempló al Hijo en el primer momento, cuando se hizo hombre. Lo imaginó antes de que naciera y siguió los pasos de su transformación. Vio cambiar su rostro de niño: cómo se convertía en el rostro de un adolescente y, finalmente, en el de un hombre adulto. Vio lo que le hicieron en el Calvario y, sonriendo nuevamente, lo vio resucitado. Pero aún permanece escondido el Misterio que ningún ojo puede ver. Nosotros, cristianos, somos hombres de esperanza pero, ¿esperanza de qué? La esperanza de ver un rostro: ¡el rostro de Dios! El rostro del Señor es un rostro que se conoce de forma misteriosa. Como todos los de aquellos a los que amamos mucho: cuanto más familiar es un rostro, más misterioso es. El rostro de María nos acerca al rostro de Jesús, aquel que purifica y renueva. Contemplemos la entrada de Nuestra Señora en el cielo. En el encuentro con su Hijo, se cumple la promesa: verán su rostro y su nombre estará en su frente. 120 / La Asunción de María 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 120
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Ea pues, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos... María, Madre nuestra, tú eres un puente de amor entre el cielo y nosotros. Manifiesta tu presencia en nuestras vidas y enséñanos a ser santos, para que también nosotros contemplemos un día el rostro de Dios. Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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na madre escucha, medita, habla, se alegra y sufre. Incluso cuando duerme, cuida y protege a sus hijos... nunca se pierde y siempre va por delante de sus hijos. Una madre es una casa donde las puertas nunca tienen llave y cuyas ventanas son del tamaño del mundo. Del corazón de nuestra madre nace una luz que nos da paz, aunque ella misma no la tenga. La pureza es el secreto de la eterna juventud. Los errores y su repetición dejan su marca en nuestro interior, del mismo modo que el viento y el sol llenan de arrugas el rostro de los hombres de mar. Una simple mirada generosa es cuanto basta para que se manifieste un buen corazón y se vuelva joven y fuerte. Nada desgasta tanto el aspecto de alguien como la vanidad, el disimulo. Un corazón descontrolado causa daño –en primer lugar, y también en último– en quien decide mantenerlo en ese estado. Las razones fuertes exigen acciones firmes. La pureza es un gesto de la voluntad, resulta de una elección que determina lo que se debe pensar, juzgar y hacer... y, lo más impor122 / La Asunción de María 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 122
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tante, cumplir todo esto por muy adversas y tentadoras que sean las circunstancias o los estados de espíritu. La verdadera pureza brota de un corazón honesto, prudente y humilde. Nuestra madre guarda en su corazón cada uno de nuestros gestos y los medita. Las tristezas y la alegría. Las noches y el día. Y cuando la mañana nos llame a la vida, que sepamos ser como una buena madre. No solo como alguien lleno de buenos deseos, sino como el cumplimiento concreto de la promesa de una vida con sentido y verdad.
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La CoronaciĂłn de la Virgen
Una gran seĂąal apareciĂł en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza. Ap 12,1
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odemos asociar románticamente el honor, la dignidad, la autoridad, el ejemplo, la providencia y la misericordia con la realeza. No sorprende que, históricamente, la Iglesia siempre haya venerado a Cristo como rey y a María como reina. De acuerdo con esta tradición, el último misterio del Rosario está dedicado a la coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado. Es, en cierto modo, una apoteosis de la vida cristiana, el cumplimiento de nuestra esperanza que nos llena de valor para el camino. ¡Muchos los artistas han ilustrado este mensaje! Cuando visitamos sus obras no dejan de interpelarnos. El arte es un aliado de la teología en una catequesis que es realmente sencilla, ¡pero profundamente significativa! Son imágenes de una Reina grande, que abriga y protege bajo su manto una multitud de pequeños fieles... y muchas otras que, probablemente hoy no entendemos. Meditemos también sobre María como mujer. En un tiempo en el que el papel de la mujer en la sociedad empieza a ser justamente reconocido, aunque también en ocasiones se 126 / La Coronación de la Virgen 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 126
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abusa de su imagen de manera interesada, la «coronación» de María supone un inmenso homenaje a todas las mujeres, a su maternidad y al ejemplo escondido de sus vidas. María, nuestra Reina, también es nuestra Madre. Ese amor de madre es un amor de misericordia y María es la reina de la Misericordia que intercede siempre por nosotros. Dice el Vaticano II: «Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora, ensalzada en el cielo por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo hasta que todas las familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad» (LG 69). Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria.
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a esperanza no consiste en desear milagros, sino en hacerlos. La verdadera fe es la de quien tiene puesta su esperanza en los milagros en los que, con amor, participa durante toda su vida. Los pide, los acepta, los agradece... al mismo tiempo que se transforma por ellos. En este proceso, toda nuestra atención se centra en los otros, del mismo modo que una madre se dedica a sus hijos. La principal tarea de una madre es preparar a sus hijos para el mundo. Cuando estén listos, le serán arrebatados, aunque le dé miedo dejarlos desprotegidos. Y sin embargo, los cuidará, siempre. En definitiva, ella fue también la que los trajo al mundo... La mayor alegría de una madre es ver a su hijo crecer con independencia, con autonomía, sin necesitarla, abriendo caminos que ella ha preparado con su mirada. Alguien capaz de vivir, ya sin su ayuda, de acuerdo con los valores que le han sido enseñados. Una madre ama, confía, admira y respeta.
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La corona de gloria de una madre es la felicidad que alcanzan sus hijos. Tenemos que coronar a nuestra madre en nuestro corazón. Tenemos que ofrecerle nuestra felicidad como suya. Amarla con el mismo amor con el que ella nos ha amado. Sin dejar nunca que los vaivenes de la vida nos lleven a pensar de otra forma. Hay quienes, confiando en las apariencias, dejan de ver a su madre como una reina... ¡Pobres, pues –en estas circunstancias– ni siquiera se van a dar cuenta de que su madre les perdona! Todas las coronas llevan espinas por dentro. Todas. Por muy bellas y ricas que sean a ojos de los demás. La corona de una madre también lleva los dolores y sufrimientos que ha conseguido quitarles a sus hijos. ¿Qué milagros necesitaría si me fueran dados muchos talentos? ¿Qué milagros necesita aquel a quien yo puedo ofrecérselos?
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Bibliografía y fuentes La Santa Biblia, San Pablo, Madrid 2016. Documentos del concilio Vaticano II. Reconheceram-n’O, Emanuel Matos Silva. O Filho de Deus, Etienne Nodet. Rosario, Nova Itinera. Le Rosaire, Rassemblement à Son Image. Vía Crucis para creyentes y no creyentes, J. L. Nunes Martins-P. Pereira da Silva (San Pablo, Madrid 2017). http://www.vatican.va/special/rosary/documents/ misteri_gaudiosi_sp.html. http://www.vatican.va/special/rosary/documents/ misteri_dolorosi_sp.html. http://www.vatican.va/special/rosary/documents/ misteri_luminosi_sp.html. http://www.vatican.va/special/rosary/documents/ misteri_gloriosi_sp.html. Bibliografía y fuentes / 131 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 131
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Índice Misterios Gozosos La Anunciación ..........................................................5 La Visitación.......................................................11 El Nacimiento de Jesús .........................................17 La Presentación de Jesús en el templo .....................23 Jesús perdido y hallado en el templo .......................29
Misterios Luminosos El Bautismo de Jesús ............................................37 Las bodas de Caná ...............................................43 El anuncio del reino de Dios ...................................49 La Transfiguración ...............................................55 La instauración de la Eucaristía ..............................61 133 5277-6 Rosario para creyentes y no creyentes.indd 133
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Misterios Dolorosos La agonía de Jesús en el huerto de los Olivos ............69 La Flagelación de Jesús ........................................75 La Coronación de espinas ......................................81 Jesús con la Cruz a cuestas ....................................87 Jesús muere en la Cruz .........................................93
Misterios Gloriosos La Resurrección del Señor ................................... 101 La Ascensión del Señor ....................................... 107 La venida del Espíritu Santo ................................ 113 La Asunción de María ......................................... 119 La Coronación la Virgen ...................................... 125
Bibliografía y fuentes ........................................ 131
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